Hola de nuevo.

Mary Morante reaparece.

Siento la tardanza, pero he estado ocupada y no he tenido mucho tiempo libre. Agradezco a todos aquellos que me han dejado un review, como Jenny Leagan, Meribet, Dickens1985, patriciagrandchester22, read books, Elsa de Larios, atlas1950, Yoselin, Many Graham y ClaudiaCeis, créanme que los leo y los vuelvo a leer, muchas gracias.

Siento en esta ocasión no poder responder a sus reviews, pero en el próximo capítulo tratare de hacerlo.

Disclaimer: Candy Candy y sus personajes son propiedad de Keiko Nagita y Yumiko Igarashi. Este fanfic fue creado solo con fines recreativos.

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LAS CONSECUENCIAS DEL AMOR Y LA GUERRA

Los Amores Leagan

Pasada las 18:00 hrs, George entro a la oficina de Albert – Buenas tardes, señor William Ardley – hace una reverencia.

– Buenas tardes, George – Albert se levanta de su escritorio y se aproxima a la ventana, asomándose al jardín – Dime, ¿qué viste? – Cierra las cortinas.

– Madame Elroy Ardley, acompaño a la señorita Candy, hasta la estación de ferrocarril.

Albert asintió – ¿Cuál fue el tren que tomó?

George se acerca a Albert y le entrega un documento ferroviario – Candy tomó el tren rumbo a New York.

Dicho documento, era la lista de pasajeros de ese día, figurando el nombre de Candy entre ellos. Albert permaneció callado, analizando el papel en sus manos – ¿Qué opinas?

Pensativo, George negó con la cabeza – Tendremos que esperar, para buscar a Candy en New York.

No muy convencido, Albert regreso a su escritorio – Mantenme informado.

El tren que realmente tomó Candy, se dirigía hacia Atlanta. El boleto que la tía abuela le entregó, mostraba las iniciales C. W. A., que correspondían al nombre registrado: Camille Wendy Andrew.

c - c - c - c

Tres semanas después de la boda, Edward Leagan salió de viaje por negocios. Sarah Leagan aprovecho el viaje de su esposo, para regresar a Chicago junto con Eliza.

En tanto, Eliza también aprovecho la ocasión, e insistió en ir a Lakewood. Como era de esperarse, Sarah Leagan no tenía deseos de discutir con su hija – ¿Cuántos días vas a estar allá?

– No te preocupes mamá – Asegura Eliza – Solo voy a revisar, que los criados no estén abusando de nuestra ausencia.

Sin más, Sarah vuelve su atención al espejo y arregla su cabello – No tardes en regresar, Eliza – Indicó su madre – Tenemos que recuperar nuestro status, ahora que la huérfana esa ya no está.

Al día siguiente, temprano por la mañana, un chofer llevo a Eliza hasta Lakewood, tomando por sorpresa a los pocos criados que cuidaban de la propiedad – ¿Señorita Leagan?

Haciendo un gesto de disgusto, Eliza es ayudada por su chofer a bajar del automóvil – ¿Acaso esta es la forma de recibir a su ama y señora? – Exclama molesta.

Con humildad, el viejo Héctor Sánchez retira su gastado sombrero – Le ruego perdone nuestra rudeza, señorita Leagan, teníamos la idea de que vivía en Florida.

Indignada, Eliza no esperaba esa respuesta – ¡Pero que atrevimiento!, ¡da igual en donde viva, esta es mi propiedad y puedo venir cuando se me dé la gana!

Avergonzado, Héctor baja la cabeza – Discúlpeme señorita – Se dirige a los demás criados y da indicaciones – Rápido, lleven el equipaje de la señorita Leagan a sus aposentos. Marine y Rachel, limpien bien y preparen la habitación de la señorita.

En total, eran cinco personas las que atendían la mansión de Lakewood. Héctor Sánchez era el cuidador del establo (reemplazo de Candy), Marine y Rachel Thompson, eran hermanas y las mucamas de la casa. Brunilda era la cocinera y Matías el jardinero y mozo. Ante las órdenes de Héctor, todos se movilizaron, pero las palabras de Eliza los paralizó – Solo lleven mi equipaje – Hace un ademán con la mano – Necesito que alisten al mejor caballo que tengan, mientras voy y cambio mis ropas.

– ¿Un caballo? – Dudoso, el cuidador puso una mano en su barbilla – 'Sultán' es muy buen corcel, señorita.

– Entonces será 'Sultán' – Sin perder tiempo, Eliza camino hacia la mansión – Prepárelo de inmediato, no tardaré en bajar.

Minutos después. Eliza salió de la mansión, vistiendo un hermoso traje de equitación. Su blazer es rojo, sus pantalones color beige, sus botas color café, al igual que su casco y la fusta de cuero trenzada – ¿Ya está listo el caballo?

Héctor y Matías llevaron al equino delante de ella – Ya esta lista la montura señorita Leagan, sin embargo, yo quisiera decirle que…

– ¿Está discutiendo las órdenes conmigo, Héctor?

De nuevo apenado, el anciano niega con la cabeza – Lo siento señorita, es solo que más tarde va a caer una tormenta, y 'Sultán' no es muy bueno con los truenos.

Disgustada, Eliza aprieta su fusta, ignorando su advertencia – Dígame, ¿dónde está ese lugar llamado, 'casa de Pony'? – Las últimas palabras, las pronunció con desprecio.

Los criados intercambiaron miradas – ¿Para que quiere saberlo, señorita? – Pregunta Rachel.

– ¡¿Eso qué diablos le importa a una entrometida como tú?! – Con susto, la criada corrió a esconderse detrás de su hermana – ¡¿Dónde está ese orfanato?! – Furiosa, Eliza aprieta la fusta de cuero – ¡¿No pueden responder a una pregunta estúpida?!

Al ver el temor generalizado, Héctor toma la palabra – Tiene que tomar la vieja vereda – Con tensa atención, Eliza lo escucha – Doblará en el segundo sendero y cruzará el río. Continuará por un camino recto, lleno de árboles. El camino al hogar de Pony, es el tercer cruce a la derecha.

Eliza baja la vista, repasando en voz alta las indicaciones recibidas –Tomar la vieja vereda, doblar en el sendero, cruzar el río... Ir por el camino recto, hasta el tercer cruce a la derecha – Pronto, Eliza hizo un ademán y Martín le ayudo a subir a la silla de "Sultán".

Antes de irse, Héctor se aproxima a ella – Señorita Leagan, sobre la lluvia intensa que caerá...

– ¡No necesito tus consejos! – Decidida, Eliza apretó las riendas y espoleó a "Sultán" – ¡ARREE!

c - c - c - c

Golpeando con la fusta a "Sultán", Eliza aceleró su trote. Tenía toda la intención, de llegar al hogar de huérfanos y regresar, antes de que comenzara la tormenta. No era tan necia, como para arriesgarse a quedar varada por la torrencial lluvia, mucho menos, pediría refugio en ese lugar – Antes, preferiría que el río me tragara viva.

La distancia entre la mansión y el hogar de Pony era considerable, y a pesar de que iba a buena velocidad, le tomo un tiempo llegar a la intersección, que la llevaría camino recto al orfelinato – Malditos huérfanos, maldita Candy.

En el hogar de Pony, las hermanas María y Rosario, estaban ocupadas lavando los alimentos, para la comida del mediodía. Por otro lado, la señorita Pony, estaba junto a dos niños más grandes, organizando y dividiendo los artículos "donados" por la familia Ardley – La familia de Candy es muy buena – Afirma con gratitud – Con esto y los alimentos que nos han traído por semana, podemos recibir a más niños, sin tener que sufrir de escasez.

Martha, una niña de diez años, lleva el conteo en una libreta – Solo ayer por la mañana, llegaron muchas cobijas señorita Pony, con eso podemos hacer camas improvisadas.

Mientras que Candy asistía a un Neil malherido en Fort Buenaventura, la tía abuela Elroy cumplió su palabra y mando el primer paquete de suministros, sorprendiendo de manera grata, tanto a la señorita Pony, como a las hermanas Rosario y María – Espero le esté yendo bien a nuestra pequeña Candy.

Martha y Josué se voltearon a ver – Seguro que el jefe está bien, señorita Pony, confíe en Dios.

Con animó, la señorita Pony sonrió – Será mejor que vayamos con la hermana Rosario y la hermana María, hay que aprovechar el buen tiempo, que más tarde lloverá.

Apenas la señorita Pony se puso en pie, cuando la pequeña Isabella llegó corriendo – ¡Señorita Pony, señorita Pony!

– ¿Qué sucede Isabella? ¿A qué se debe tanto alboroto?

Isabella trata de recuperar el aliento – Hay... hay una chica afuera... exige verla...

De repente, el ruido de los niños, alertó a la amable cuidadora – Será mejor ir a ver qué está pasando.

Tal era el escándalo, que las hermanas Rosario y María dejaron su labor y salieron a ver que sucedía – ¡¿Dónde está esa tal señorita Pony?! – Eliza observa con desdén a los pequeños, que se acercan curiosos por la recién llegada y su caballo.

– ¿Quién es usted y qué se le ofrece? – Pregunta la hermana Rosario.

– Eliza Leagan – Replica la hermana María, más para sí misma.

Con altivez, Eliza hace una mueca, semejante a una sonrisa – Vaya, por lo menos hay alguien que sabe quien soy.

– Yo soy la señorita Pony – Escucha Eliza a su costado y ve a la mujer madura, parada unos metros de ella – Dígame que se le ofrece.

La disimulada sonrisa de Eliza se borro – Así que usted es la señorita Pony... – La recorre con la vista, poniendo cara de desagrado – Bien... necesito contactar a Candy.

Esta demanda, los desconcertó. Era obvio que esa mujer, no era amiga de Candy, pues hacía un gesto extraño, con sólo mencionar su nombre – Esa huérfana, siempre ha mantenido contacto con ustedes – Aprieta la fusta en sus manos – Exijo me den todos sus datos.

– Candy es quien manda la correspondencia – Aclara la hermana María – Nosotros pocas veces...

– ¡Entonces si le escriben! – Interrumpe Eliza – Mire hermana, no haga perder mi valioso tiempo, y entrégueme...

El relinchar de 'Sultán', interrumpió a Eliza. Al girarse, ve que varios niños están acariciando al dócil corcel, y este relincha de gusto – ¡¿C-cómo se atreven?! – Furiosa, Eliza alza la fusta, amenazante – ¡Mugrosos huérfanos, no lo toquen!

Asustados, los niños se alejan del caballo. Por desgracia, Eliza alcanzó a golpear a una pequeña, tirándola al suelo – ¡BUAAAA! ¡Me pego! – Danna la señala con el dedo.

– ¡Danna! – La señorita Pony se apresura hacia la niña.

– Jajaja, así aprend... – Una mano toma el hombro de Eliza, la gira rápido y le da una fuerte bofetada, mandándola al piso.

Aturdida, Eliza toca su mejilla y busca al agresor – ¡Tom! ¡¿Qué has hecho?! – Reclama la hermana María.

Delante de Eliza Leagan, estaba un alto y apuesto joven, de cabellos marrón claro, piel blanca y ojos color arena – Abusar de los más pequeños, es un acto miserable que merecía castigo, hermana María – Se excusa Tom.

Perturbada, Eliza escucha las risas de los niños, sintiéndose humillada. La joven Leagan empieza a temblar de ira y se levanta – ¡Eres un atrevido! ¡Pero esto no se va a quedar así! – De inmediato sube a "Sultán" y sale trotando a toda velocidad.

La hermana Rosario se acerca a Tom – Tom, la jovencita va muy rápido, puede tener un accidente – Dice con preocupación.

Inseguro, Tom baja la mirada – Por favor Tom, asegúrate que llegue con bien a casa – Ruega la señorita Pony.

Entretanto, Eliza iba llorando de manera incontrolable, golpeando repetidamente con la fusta al equino, poniéndolo nervioso – ¡Ese maldito, me las pagará, juro que me las pagará!

Al llegar al puente, una víbora se atravesó en el camino de "Sultán", asustándolo y haciendo que se agite de manera violenta, arrojando a Eliza al río – ¡AHH! – Al caer, Eliza vio una gran masa de burbujas formarse delante de sus ojos, atravesadas por la luz del sol, hasta que sintió un fuerte golpe en la cabeza, dejándola inconsciente.

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Cuando Eliza despertó, escuchó la voz de un hombre maduro – Es muy bonita, ojalá que despierte.

¿Dónde estoy? – Despacio, se incorporó lo suficiente, para ver la cama donde estaba recostada. Al levantar las mantas, nota que lleva puesta una camisa masculina, y debajo de esta, solo viste su ropa interior, aterrándola – Oh… Dios… ¿Qu-qué me hicieron?

Con terror, Eliza se cubrió con las mantas hasta la cabeza. No recordaba más allá de su caída al río, y la cabeza le empezaba a doler, al igual que su tobillo izquierdo. Las voces masculinas la llenaron de pánico, haciéndose ideas nada agradables de lo que pudo haber sucedido, mientras estaba inconsciente – No… por favor... que no me hayan deshonrado – Temerosa, lloraba sin control – Neil… Neil perdóname.

Esta era la primera vez, que Eliza le pedía perdón a alguien en toda su vida (al menos, en su interior). Cuando su padre mando a Neil al ejército, ella estaba tan enojada con su hermano, que le agradeció diciendo: "Gracias a Dios, nos has quitado a ese 'bueno para nada' de encima"

Al principio, no entendía el dolor de su propia madre. Con el pasar de los días, la ausencia de Neil, empezó a hacerse más notoria. Ya no estaba aquel que la apoyaba en todo, su cómplice en cada plan trazado, aquel que toleraba sus rabietas y veía como arrojaba cosas para romperlas. Aquel que le daba la razón en todo, aunque estuviera equivocada.

Aquel que salía con su amiga Daisy Dillman, a pesar de que no le gustará, solo porque ella se lo pidió.

Ya no estaba Neil, su único amigo, su hermano.

Cuando recapacitó finalmente, pudo comprender el dolor de su madre: ¿Qué pasaría con él? ¿Regresaría a casa... o moriría en combate?

No, Eliza no permitiría que su hermano muriera en la guerra; ella siempre lo había manipulado y no le había dado permiso de morir.

Una semana antes de la boda, intento (en secreto) convencer a su padre de ir por Neil, pero fue en vano. Edward Leagan nunca le había negado nada, y sabía que era inútil que su mamá interviniera. Sus opciones se habían agotado y las esperanzas de rescatar a su hermano, casi se habían desvanecido, hasta el día de la boda – ¡¿Candy va a enlistarse?! – Tal fue su conmoción, que de sus manos resbaló, el carísimo adorno de cristal austriaco, que llevaba como obsequio.

Con Candy en el frente, existía una posibilidad de que Neil regresara sano y salvo, sin despertar la ira de su padre. Si Candy aceptaba comprometerse con Neil, su padre lo perdonaría y podría volver a casa. No importaba que fuera una farsa, ya vería después la manera de sacarlos de esa mentira.

El problema ahora era: ¿Cómo convencer a Candy, para que la ayudará?

Eliza no era tonta, incluso antes de preguntar, conocía muy bien la respuesta de la huérfana – Candy siempre ayuda a sus amigos – Se decía mentalmente, para luego hacer eco de la palabra "amigos" en su cabeza.

Ellas jamás fueron, ni serian amigas. Entonces ¿cómo engañaría a Candy, para que ella hiciera lo que le pidiera? En su desesperación, recurrió a la tía abuela Elroy, solo para recibir una negativa por parte de la otrora matriarca.

Pero Eliza Leagan no se rendiría. Buscaría la manera de contactar a Candy, aún si eso significaba desobedecer las órdenes de la tía abuela. Incluso, iría al hogar de Pony, para obtener información de ella y aceptaría cualquier condición que la rubia le exigiera, con tal de lograr su objetivo.

Sin embargo, sus planes no salieron como deseaba. Ahora, estaba perdida, asustada, a la merced de desconocidos, en ropa interior, herida y posiblemente, deshonrada – Si tan solo te hubiera apoyado realmente con Candy, la hubieras cortejado, y la habríamos convencido, de que eras un buen hombre para ella... – Grandes lágrimas humedecían sus mejillas – Si tan solo no te hubiera obligado, a salir con esa boba de Daisy Dillman... Estaríamos en Chicago... Estaríamos a salvo...

La puerta de la habitación se abrió, un trueno retumbo por los cielos y Eliza se congeló de miedo – Eres un buen hijo Tom, esa jovencita pudo haber muerto.

¿Tom? Ese nombre...

– Gracias padre, con estos víveres, podré prepararle una buena comida cuando despierte.

Esa voz...

– Me enorgullece tu bondad, hijo – El señor Steve se encamina a la puerta – Espero que las hermanas Rosario y María, hayan llegado con bien al hogar de Pony.

Lentamente, Eliza abre una apertura en las mantas, para asomarse – Es el chico de Pony...

– El doctor dijo que las llevaría, antes de regresar a su casa.

El señor Steve asintió – Volveré a la casa principal, para organizar a los jornaleros y resguardar al resto del ganado, antes de que empeore la tormenta.

– Ten cuidado papá, no te esfuerces mucho – Tom salió detrás de su padre y lo acompaño hasta la puerta principal. Cuando regreso, revisó los alimentos que había dejado en la mesa, después fue a la chimenea y metió troncos de leña para reanimar el fuego. Al volverse, vio que Eliza estaba sentada en la cama, observándole – Vaya, ya despertaste – Jala una silla y la pone al lado de la cama – El doctor aseguro que dormirías hasta tarde... – Tom guarda silencio, al ver las abundantes lágrimas que salían de sus ojos – ¿Te sientes mal?

Con el nudo en la garganta, Eliza apenas pudo sacar unas palabras – Mi ropa...

– Oh sí – Tom se gira y señala una silla junto a la chimenea – La hermana María la puso cerca del fuego, y la hermana Rosario te... – De improviso, Tom sintió el peso extra en su pecho, cortando sus palabras. Al bajar la vista, ve a Eliza recargada en él, llorando con todas sus fuerzas – ¡Buaaa, tenía tanto miedo!

Indeciso, Tom no sabía que hacer. Por un instante, el sonido de la fuerte lluvia, era lo único que les acompañaba. Poco a poco, sus brazos fueron rodeando los hombros de Eliza, hasta darle un consolador abrazo – Tranquila, estás a salvo.

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En Fort Buenaventura, un domingo cada dos semanas, los soldados tenían permiso para recibir visitas y la gran mayoría, esperaba con ansias ese día. Casi todos habían recibido, al menos, la visita de un familiar – Vamos Chicago, acompáñame a recibir a mis hermanas – Ruega Oswald.

No era secreto para los reclutas, que Neil Leagan era el único en esa barraca, que nadie lo visitaba, desde que ingreso al ejército – No... – "flexión" – Voy... – "flexión" – A... – "flexión" – Acompañarte... – "flexión" – Teddy.

– ¿Podrías al menos dejar de hacer ejercicio? – Neil detuvo sus abdominales y cogió una toalla cercana – Anda Chicago, solo sería por esta vez, vienen mis ocho hermanas.

Por fortuna (o desgracia), Oswald era el único varón, de ese lado de la familia Roosevelt. Convivir con tantas mujeres, fue lo que lleno de paciencia al pobre de "Teddy". En parte, Neil comprendía a su ahora mejor amigo, pues sabía lo difícil que era tener una hermana – No quisiera imaginar mi vida con ocho Elizas – Siempre pensaba.

Y aunque ambos sabían, que al final Neil accedería; el viejo Neil Leagan nunca desaprovechaba la oportunidad, de escuchar dos o tres ruegos, "por los viejos tiempos" – ¡En serio que eres una molestia, Teddy! – Se levanta "molesto" y camina a las duchas – Al menos, dame tiempo para bañarme.

Complacido, Oswald ajusta sus lentes – Ponte guapo, amigo Chicago.

Ya habían pasado tres semanas, desde que Neil cumplió con el rito del "séptimo día", y su vida dio un cambio para mejora. Desde ese día, todos se sentaban en la misma mesa, toda su barraca le hablaba y si necesitaba ayuda, siempre había alguien que le daba una mano. De igual manera, Neil entendió el término de mutua cooperación – "Si das, tienes que recibir, y al revés".

Mientras que sus compañeros le enseñaban carpintería, plomería, arar la tierra, atender a los animales, cocinar, etc., él les enseñaba de lo que sabía: francés, alemán, reglas de etiqueta, arte, cultura, arreglo personal, manejar automóviles, incluso bailar en alta sociedad, era algo novedoso para muchos (sin contar a Oswald)

Todo este nuevo y desconocido universo, era un fresco estimulo para convertirse en mejor persona. Sin embargo, el mejor aliciente que podía tener, para ser un mejor Neil Leagan, sin duda alguna era Candy.

El campamento de sanidad, estaba algo retirado del suyo. En algunas ocasiones, pudo verla en el pase de lista de enfermería, y al menos una vez, pudo acercarse lo suficiente a la cerca de malla, para cruzar unas cuantas palabras con ella – Hola Candy, ¿cómo estás?

– Bien... – Candy lo observa detenidamente – Me alegra ver que han sanado tus heridas.

– ¡Enfermera Ardley! – Grita una sargento especialista – ¡¿Acaso está coqueteando con el soldado?! ¡Más le vale no besarlo, sino será confinada a la biblioteca!

Pese a que Candy se giro rápido, Neil alcanzo a ver, como sus pecas eran rodeadas por un fuerte color carmesí – Se ven preciosas sus pecas sonrojadas – Pensó Neil y aunque Candy no se despidió, ese momento le daría calor a su corazón por mucho tiempo.

Además, el cambio que se estaba produciendo en Neil, no solo era interior. Por fuera, el ejercicio intenso ya estaba dando sus frutos, remarcando la silueta de su tonificado cuerpo en el uniforme. El joven Leagan ni siquiera había notado, que tanta actividad física le ayudo a ganar unos milímetros de altura – Estos pantalones se encogieron, por ser de tela corriente.

Casi una hora después, Neil ya estaba con Oswald y sus hermanas, en el improvisado día de campo, donde las familias acudían con suculentas viandas de comida – Vamos Neil, tienes que probar mi pay de zarzamora – Insistía coqueta, Coralia Brown Roosevelt.

Con educación, Neil coge el plato – Muchas gracias, Felicia.

– Soy Coralia – Responde un poco ofendida.

– ¡Yo soy Felicia! – La mencionada se sienta junto a él y le quita el plato con el pay – Mira, prueba mi helado de fresa, es más refrescante para este calor.

– Yo... – Con desesperación, Neil mira a Oswald, quien parece sufrir por la misma atención – ¡No seas grosera Felicia! – La reprende Amelia, la hermana mayor.

– ¡Vamos niñas, no queremos asustar a Neil! – Oswald trata de calmar a sus hermanas y todas empezaron a reír. Neil sonrío divertido y elevo la vista, divisando cerca de la arbolada a la rubia enfermera, seguida por un soldado – ¿Candy?

Desde lejos, parecía que el soldado la estaba acosando – Si me disculpan, vuelvo enseguida – Se apresuro y pudo confirmar sus sospechas – Vamos lindura, solo quiero que seamos amigos – El recluta coge su mano.

– Por favor, déjeme en paz – Suplica la joven en voz baja, intentando liberarse – No sabe en lo que se mete.

– Ya escuchaste a la señorita, Hans – Interviene Neil, sujetando al recluta de nuevo ingreso, y nota que la chica no es Candy, sino Alina Jones – Es suficiente.

– ¡No te metas Leagan! – Con torpeza, Hans Spears intenta golpear a Neil, pero terminó siendo fácilmente sometido en el piso – ¡Eres un idiota Hans!

Alina quiso aprovechar la distracción para escapar, pero otro joven de cabellera oscura la tomo de la muñeca y la abofeteo, tirándola al piso – ¡Así que por esto querías estudiar enfermería, zorra estúpida! – Reclamaba el chico vestido de civil – ¡Hoy regresarás conmigo! – Toma de nuevo su muñeca y la empieza a jalar.

– ¡Suéltame Salvatore! – Alina trata de ofrecer resistencia, pero el tipo es más fuerte que ella – ¡Suéltame, no iré contigo!

Al ver esta escena, Neil se levanta dejando libre a Hans, que sale corriendo – ¿Qué no escucho a la señorita? Suéltela.

– ¿Y quién diablos eres tú? ¿eres uno de sus amantes? – Jalonea a Alina – ¿Este idiota es tu amante? – La sacude.

Alina cruza miradas con Neil, asustada y con la mejilla enrojecida por el golpe – ¡Por última vez, deja en paz a la señorita! – Neil estaba perdiendo los estribos.

El alboroto fue suficiente, para llamar la atención de las personas, que fueron llegando de a poco – ¿Señorita? Jajaja, ella ya no es señorita – Con brusquedad, Salvatore aprieta su muñeca y la arroja al piso, siendo auxiliada por Clara Miller – Ella ya fue mi mujer y no lo será de nadie más.

Las damas cercanas, se asombraron al escuchar esta declaración, mirando con lástima a Alina – ¡Es mentira! – Decía la joven rubia, soltando ya unas lágrimas.

Al ver la expresión de los curiosos, Salvatore sonrió satisfecho, pensando que había mancillado la reputación de la joven. En cambio, Neil Leagan esbozo una sonrisa burlona y soltó una sonora carcajada, sacudiendo a los presentes – ¿D-de que te ríes, idiota?

Sin poderse controlar, Neil reía libremente, como cuando uno de sus malévolos planes, surtían efecto – Jajaja, ¿acaso crees que somos estúpidos? Jaja.

– ¡Exijo que me digas, que te causa gracia!

– ¡Tú me causas gracia, imbécil! – Con tranquilidad, Neil se acerca a Alina – ¿Crees que vamos a creer, que una basura como tú, ha tenido oportunidad con una bella y educada jovencita como ella?

Todos se miraron y dieron la razón a Neil – Es... ¡Es mentira lo que dices! – Protesta el hombre.

– ¡Vamos, no seas estúpido! – La risa de Neil se detuvo, mirándolo amenazante – Yo conozco muy bien los trucos y los engaños… y este no convence a nadie.

Rabioso, Salvatore saco una navaja de entre sus ropas – ¡No Salvatore, no lo hagas, por favor! – Rogaba Alina, siendo sujetada por Clara.

Salvatore hizo caso omiso de las suplicas, abalanzándose hacia las mujeres, con la intención de herir a Alina, pero Neil fue más rápido que él y pronto lo desarmó – ¡Cobarde, ibas a atacar a mujeres indefensas! – Sin piedad, Neil lo sometió a golpes, hasta que sus amigos pudieron separarlo, del malherido desconocido.

– ¡¿Qué sucede aquí?! – Al instante, llego el general Walter Delrick, acompañado por el sargento Jackson y demás oficiales de alto mando – ¡Todos, lleven al soldado Leagan y al civil a la celdas, ahora!

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Dos horas después, el general Delrick y el sargento Jackson, ya habían escuchado las declaraciones de las familias que fueron testigos, de los compañeros de Neil, así como de Clara Miller y Alina Jones – Liberen al soldado Leagan y arresten a ese tal Salvatore Page.

Cuando Neil salió de la celda, ya era tarde y casi todas las familias se habían retirado. Todas, excepto Amelia, Bentina, Coralia, Felicia, Gisela, Jessica, Lindsay y la pequeña Pollyanna B. Roosevelt – ¡Eres muy valiente Neil! – Pollyanna corre y abraza las piernas de Neil – ¡Cuando crezca, quiero casarme contigo!

Abochornado, Neil solo se sonrojo – Creo que tu hermano no querría eso.

– Al contrario, Leagan – Oswald le da una palmada en la espalda – Así estaría seguro, de que mi pequeña hermana estaría bien cuidada jajaja.

Todos reían divertidos, hasta que una delicada voz femenina los interrumpió – Perdonen yo... Quisiera hablar con Neil.

Los presentes, vieron que Alina Jones les hablaba – Vámonos todos, Neil necesita tiempo a solas – Ordena la hermana mayor.

– ¡No es justo! – Se queja Pollyanna – Ella es muy bonita, me va a robar a mi futuro esposo.

Este comentario inocente, encendió las mejillas de Alina y avergonzó un poco a Neil. Una vez a solas, Alina tomo la palabra – Gracias por lo de hoy, Neil... No era necesario.

– No te preocupes Alina – Sonríe apenado – Alguien tenía que darle una lección a ese patán.

Ambos quedaron en silencio, por unos segundos – Ya es tarde – Comenta Alina – Creo que es hora de regresar a mi cuartel... Esta oscureciendo... – Con timidez, la rubia baja la vista y juega con sus manos –¿Me acompañas?

Desconcertado y al mismo tiempo halagado, Neil sonríe – Seguro – Le ofrece su brazo con caballerosidad – Te acompaño.

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Sin que Neil lo notará, Candy lo había presenciado todo – Neil...

– Señorita Ardley, el coche la esta esperando – La enfermera vuelve en sí, sacudiendo su cabeza – Venga o perderá el tren.

Candy obedeció, tomo sus pertenencias y subió al vehículo, sin dejar de ver Fort Buenaventura, rememorando los hechos donde Neil fue protagonista y héroe.

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ConTinUarÁ…

Eliza ha sufrido una experiencia, que le hizo reflexionar sobre su forma de ser, con su hermano Neil. Además, ha conocido a un joven apuesto, con quien se desahogo de todo el sentimiento de soledad que tenía.

Neil esta cambiando, y lo note él o no, ya no es el mismo Leagan que cuando ingreso al ejército. Candy parece darse cuenta de ello, aunque no pueda creerlo.

A todo esto, ¿a dónde va Candy?

Nos leemos después ;)

MaRyMoRaNTe:)