Buenos días, tardes, noches a todos, les saluda Mary Morante.

Como siempre, agradezco de todo corazón, a los que me han escrito sus reviews, como Yoseline, Many Graham, Meribet, Rocy Btta, Nessieprettysweet, Jeny Leegan, patriciagrandchester22 y Dickens1985, de igual manera, a los que han firmado de manera anónima.

Este capítulo, lo escribo en honor a Nessieprettysweet y Jeny Leegan, ya que en sus reviews, mencionaron que Candy se despertaba primero... ¿será?

También dedico este capítulo a Dickens1985... En serio que a veces, pienso que me lees la mente, pero aún así, trato de adelantarme a tus suposiciones jajaja.

Sin más, les dejo este capítulo 10 (¡por fin el 10!)

Disclaimer: Candy Candy y sus personajes son propiedad de Keiko Nagita y Yumiko Igarashi. Este fanfic fue creado solo con fines recreativos.

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LAS CONSECUENCIAS DEL AMOR Y LA GUERRA

¿Sueño o Realidad?

.oOo.

– ¡BASTA! – Con ágil movimiento, Neil somete a Candy, sujetándola de las muñecas y sacando una navaja de entre sus ropas – Eso que sientes en tu cuello, es una navaja de trinchera – Habla con voz fuerte y profunda – Está diseñada, para causar una lesión letal, Candy.

Paralizada por el miedo, Candy sintió el frío metal en su piel – Si sales a cubierta, caerás por la borda y morirás... Si mueres, mañana encontrarán un tercer cadáver en esta habitación.

La rubia no paraba de temblar, dificultándole el habla – ¿T-tercer... cad-dáver?

Un relámpago, permitió a Candy ver el rostro de Neil. Sus ojos mostraban emociones intensas, como ira y frustración, pero por encima de todo: miedo. De repente, el soldado Leagan eleva su mano con el cuchillo, apartando con cuidado, los mechones rizados que cubrían su pecoso rostro – Eres tan hermosa...

– ¿C-cómo dices...?

– Cásate conmigo – Neil cerró distancias con ella y la besó, dejando perpleja a la pobre doctora, que permanecía bajo su yugo. El besó era tan apasionado, lleno de un indescriptible fuego que la recorría por dentro, quemándola hasta lo más profundo del pecho – ¡No! ¡aléjate! – Candy logra empujarlo y sollozando, cubre su boca – ¿Cómo pudiste? ¡Estamos a punto de naufragar!, ¡¿Y me pides que me case contigo?!

– ¿Naufragar? ¿Casarme contigo? Jajajaja – Con risa sarcástica, Neil se para erguido y sacude sus finas ropas, muy distintas al suéter de cuello alto y pantalón de vestir, que llevaba puestos cuando ingresó al camarote – El mar está muy lejos de nosotros, querida mía.

Confundida, Candy mira a su alrededor, reconociendo el patio del hospital en Chicago – Pero... íbamos para la guerra... tú eres soldado y yo...

– ¡Soldado! – Neil levanta un ramo de rosas rojas – Yo no soy como el tonto de Stear, yo tengo cerebro y belleza física – Con altivez, peina sus cabellos hacia atrás – Si fuera a la guerra, sería un desperdicio para las damas – Le extiende las flores – Anda, deja tu trabajo y sal conmigo.

– ¡Stear no era ningún tonto! – Candy aprieta sus puños – ¡Además, yo nunca saldría contigo! – Cierra los ojos y sacude su cabeza – ¡Te odio Neil! ¿me oyes? ¡te odio!

– ¿En serio me odias tanto, Candy? – La voz de Neil cambió, dejando a un lado, el toque soberbio que le caracterizaba. Con desconcierto, Candy abre los ojos y ahora, lo ve con sus ropas militares – Neil...

Alrededor de Candy, la luminosidad parpadeó como si estuviera en un escenario, quedando en penumbras. Detrás de ella, se para una figura conocida – Tú ya no lo odias, Candy.

Al volverse, reconoce al joven de cabellos dorados, que le llama – Anthony... eres tú, Anthony...

De nuevo, las luces se encendieron. Ahora, Candy estaba en la fiesta de su compromiso con Neil. Albert se pone de pie y toma la palabra – Candy es quien elegirá, al hombre con el que se casará.

– ¡Entonces me iré a la guerra! – Perturbada, Candy busca a Neil; este da media vuelta y camina directo, hacia el campo de batalla que se divisaba a lo lejos – No...

A distancia, se escucha el eco de una voz femenina, que le habla – Candy...

Una vez más, la luminosidad se apagó. Con angustia, Candy corría detrás del joven Leagan, sin lograr moverse de su lugar, mientras él se alejaba cada vez más.

La voz femenina le volvió a llamar, oyéndose ahora más cerca – Candy...

– ¡No te vayas! – Grita con todas sus fuerzas, pero sólo responde la voz de Anthony – Ya no lo odias, Candy, admítelo.

.oOo.

Los insistentes golpes en la puerta, logran al fin, despertar a la doctora. Adormilada, bostezó y parpadeó un par de veces. Desconocía la hora que era, pero la luminosidad de la mañana, le hizo suponer que pasaban de las ocho.

Algo extraño había en su despertar, su almohada (o lo que creía era su almohada), se sentía más rígida de lo habitual. No sólo eso, también emanaba una fragancia conocida, se sentía cálida y parece que se movía con su respiración – Es raro... es como si...

– ¡Candy! ¡Neil! – Se oye la voz de Oswald – ¿Están ahí?

Están llamando a la puerta – Al tratar de incorporarse, siente el peso extra que rodea sus hombros. Al instante, eleva su rostro y se topa con la mirada confusa de Neil. Sólo un segundo le bastó, para darse cuenta, que dormía recostada sobre el pecho de Neil, descansando su propio brazo, en la cintura del chico. Neil por su lado, la mantenía abrazaba de los hombros.

Toc, toc, toc.

Como reflejo, Candy separó los labios; no obstante, Neil se adelanta y pone la mano en su boca – No grites – Le susurra despacio – No estás en condiciones de recibir a nadie.

¿Condiciones? – Todavía atónita por tal cercanía, Candy parpadea y niega con la cabeza.

Las voces detrás de la puerta, empezaron a hablar – Es tarde, tal vez ya estén en el restaurante desayunando – Seguido, se oyeron pasos alejarse por el pasillo.

Hasta ese momento, Neil estaba conteniendo la respiración. Unos segundos de silencio, le hicieron soltar el aire y le devolvieron la tranquilidad – ¿Si retiro la mano, prometes que no gritarás? – Cruza miradas con Candy.

Despacio, Candy mueve la cabeza, de manera afirmativa. La desconcertante cooperación de ella, le generaba cierta ansiedad a Neil. Primero, separó la mano de su boca, después se sentó en la cama y pasó su mano desde el rostro hasta los cabellos – Esto no debió de haber pasado... – Expresa en un murmuro.

– Neil... – Candy frunce el ceño – ¿Como pudiste dormir conmigo en la misma cama?

– ¡A buena hora me reclamas! – El joven Leagan la mira fijamente y se ruboriza – ¡Pero vístete mujer! ¿acaso no te da pena, andar en paños menores?

Candy baja la vista y ve el albornoz abierto, dejando entrever su camisón de seda, color coral y bordes de encaje. Con enorme bochorno, Candy toma el lazo de su albornoz y lo cierra.

Molesto, Neil se levanta y coge su navaja, tirada a un costado de la cama – Pensé que, en ese orfanato tuyo, las monjas les enseñaban a ser pudorosas y recatadas – Guarda la navaja entre sus ropas.

– ¡La señorita Pony y la hermana María, son unas mujeres muy respetables! – Candy se pone en pie y de repente, Neil la toma de los brazos, con gran preocupación en su rostro – Candy ¿estás bien?

Esta cercanía, revivió el fuego interno que sintió, en aquel peculiar sueño – Yo... ¿por qué...?

– Las sábanas... hay sangre...

– ¡¿Sangre?! – Abrumada, Candy se fija en las sábanas y encuentra algunas motas color carmesí, decorando el blanco lienzo. De repente, siente un leve dolor en el vientre bajo y al revisar sus ropas, comprende lo que sucedió durante la noche – N-no es nada Neil.

– ¡¿No es nada?! ¡¿nada?! – Asustado, la sienta en el sofá – No te muevas... iré por ayuda... Alina... – Da vueltas en el dormitorio – Sí... ella sabrá qué hacer.

– ¡Espera! – Candy se aferra a su brazo – ¡Te digo que no es nada! ¡no hagas un escándalo por nada!

– ¡Estás sangrando! – Responde fuera de sí – ¡Tienes que atenderte!

– ¡Es normal! – Candy se planta delante de él, sujetando su rostro para obligarle a verla – ¡Estoy en mis días de mujer!

– ¿Días de mujer?

Avergonzada, Candy trata de explicarse – Soy profesional de la salud... ¿por qué me resulta tan difícil, hablar de esto con él? – Hace una inspiración profunda – Verás, cada mes... – Conforme se explicaba, Neil ponía ojos enormes, recargándose en el marco de la puerta (entre el dormitorio y la habitación), apoyando una mano en su nuca, escuchando atento cada palabra, permaneciendo callado – ¿Entiendes lo que digo?

– No soy estúpido – Replica con tosquedad – ¿Por qué ahora?

– A veces, en situaciones de estrés, bueno... se adelanta – Concluye Candy.

Neil permaneció inmóvil por unos segundos, mirando a cualquier punto perdido en la alcoba. Pronto asintió, fue a su maleta, sacó ropa y tomó los zapatos junto a la chimenea – Báñate – Dijo secamente, antes de salir del camarote.

– ¡Cielos! – Agobiada por toda la situación, Candy se dejó caer de espaldas sobre la cama – ¿Y ahora?

Apresurado, Neil se puso los zapatos en el pasillo, cargando en su brazo, un cambio de ropa completo. Decidido, fue directo a la recepción del RMS St. Mary, tocando el timbre de manera persistente – ¿Se le ofrece algo? – Pregunta el asistente, alejando el timbre de su alcance y mirando con altanería, al joven moreno de aspecto desaliñado y cabellos revueltos.

– Necesito servicio a la habitación – La mirada arrogante del asistente, enfada al aristócrata Leagan Ardley – Sabe que... llame al gerente, dígale que el señor Leagan quiere hablar con él.

– ¿Se-señor Leagan? – Con temblor en su voz, el asistente palidece, sabiendo muy bien el trato déspota que le dio, a uno de sus pasajeros más importantes – E-enseguida llamo al señor Stone.

– Así me gusta – En breve, el señor Stone se aproximó al mostrador – Señor Leagan, buenos días – Estrechan las manos – Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?

– Verá... la señori... mi esposa... – Mueve manos al aire – Ella... – El gerente enarca una ceja, tratando de entenderle. De reojo, alcanza a ver a la jefa de las mucamas y hace un ademán, para que se aproxime – Verá usted... – Neil junta las palmas, lanzando un suspiro – Mi esposa se siente mal – Mira a la mujer – Necesita atención especial.

– ¿Quiere que llame al médico, señor Leagan? – Cuestiona la jefa.

– No, no... ella es enfermera – Sacude su cabeza – Quiero decir, ella es doctora.

– ¿Tuvieron alguna pelea?

– ¿Pelea? ¿Entre Candy y yo? Jajaja no, jajaja – Frustrado, Neil peina sus cabellos – ¿Por qué es tan difícil esto? – Toma los hombros de la mujer y le habla al oído, para que el gerente no escuche – Mire, Candy está en esos días de mujer... ¿Entiende? – Se separa de ella – Quiero que vayan al camarote A-07, que atiendan a mi esposa, no importa el dinero, solo vayan y hagan algo... y lleven otro juego de sabanas – Suelta al fin.

– No se preocupe señor Leagan – La mujer guiña su ojo – Se muy bien que hacer en estos casos.

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Distraída, Candy cepillaba con parsimonia sus dorados cabellos. Hacía media hora se había bañado, y ni siquiera se había vestido. Su atención estaba puesta en la ventana, más específico, en el tranquilo y ancho mar, que se extendía hasta el horizonte.

Por otra parte, su mente viajaba de un escenario a otro. En un momento, rememoraba el pánico que sufrió durante la noche, y pronto recordaba, la valiente actuación de Neil, junto con el excéntrico sueño y el momento incómodo, relacionado con su rasgo más femenino.

Suspirando con melancolía, Candy reconocía en su interior, que quizás ella no estaría en su camarote si no fuera por él, por Neil Leagan.

Su nombre, ahora suena distinto – Analiza Candy – Cuando pienso en su mirada... siento... es diferente...

Alguien llama a la puerta, sacándola de su ensoñación. Cierra su albornoz y atiende el llamado, encontrando a un grupo de mucamas, esperando en el pasillo – ¿Sí?

– Buenos días, señora Leagan – Se presenta la jefa de las mucamas – Su esposo, nos pidió que viniéramos a ayudarla.

– ¿Dijo que necesito ayuda? – Las jóvenes ingresan al camarote y Candy nota que traen sábanas limpias, un carrito de servicio, un arreglo floral, un maletín, un cuenco de madera, agua caliente y varias toallas. Todas esas cosas, le generaban cierta curiosidad – ¿Qué clase de ayuda necesito?

Las jóvenes le sonrieron con amabilidad, susurrando entre sí, palabras como: "que buen esposo", "tan guapo", "tan considerado" – No se preocupe señora Leagan, solo siéntese y relájese – Con cuidado, la sienta en una silla – Nosotras nos encargaremos del resto ¿gusta un té de manzanilla, antes de almorzar?

– Yo... gracias.

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A las 14:30 hrs, Candy acudió sola al restaurante, donde siempre comían. La peinadora arregló su cabello, soltándolo y dejando un delicado moño color rojo, como adorno. Su rostro se veía más suave y terso, cubierto por un fino toque de maquillaje, resaltando sus dulces ojos verdes. El vestido que seleccionó, era color rojo cereza, y encima de este, llevaba un abrigo beige. En sus manos, portaba un bolso color beige, mostrando su recién manicure – ¡Candy, te ves estupenda! – Clara se apresura a ella – ¿Qué te hiciste?

– Eh... – Dudosa en decir la verdad, Candy mira a su alrededor, buscando a Neil – No está... – Mira de nuevo a Clara – Hay un servicio de belleza en el barco... las mucamas...

– Así que, ahí está la señora Leagan – Oswald, Alina y los demás, llegan junto a ella – Candy te ves muy guapa – Alina toma del brazo a Oswald – ¿No lo crees así, Oswald? – Le guiña un ojo a su "marido".

– Es verdad Candy, estás muy bonita – Oswald baja la vista, apenado.

Entusiasmada, Clara apoya una mano en el hombro de Virginia – Dice Candy, que hay un servicio de belleza y...

– Y como siempre, la señora Howland hablando sin parar – Angus llega y rodea los hombros de Clara.

Elevando la vista, Clara se excusa – Solo le pregunté que se hizo – Divertido, Angus rodea la cintura de su "esposa" y se la lleva – Debes admitir, que Candy se ve hermosa.

– Se ve muy bonita sí, pero vamos a sentarnos, muero de hambre.

Al ver como Angus se llevó a Clara, Virginia da un suspiro – Y ahí van esos dos.

– ¿Ocurre algo? – Pregunta Candy.

Alina ladea la cabeza – Antes de zarpar, Angus platicaba mucho con Virginia. Todas suponíamos, que estaba interesado en ella, pero al convivir con Clara, se ha vuelto...

– Distante – Finaliza Virginia – Olvídenlo, mejor busquemos una mesa grande y comamos todos juntos.

– Por cierto, Candy, ¿dónde está Neil? – Alina lo busca entre los pasajeros – No lo he visto en todo el día.

– A decir verdad... – De pronto lo ve, ingresando al restaurante, vistiendo un fino traje azul marino, junto con un abrigo gris grafito, haciéndole juego. Desde su llegada, Neil no podía apartar la vista de ella. Ante sus ojos, estaba la más hermosa de las doncellas, robándole no solo el aliento, sino cualquier comentario sarcástico, que hubiera preparado, para no demostrar su flaqueza ante Candy.

– ¡Neil, que bueno que llegas! – Alina le recibe con un beso en la mejilla, rompiendo la conexión invisible entre los dos – No te habíamos visto.

El moreno ve de reojo a Candy – Fui temprano al gimnasio ¿vamos a comer? – Ofrece su brazo a Alina, ignorando tanto a Candy como a Oswald – ¿Acaba de ignorarme? – Neil pasa de largo, llevando del brazo a la bella enfermera. Por primera vez, Candy siente una pequeña punzada en su pecho.

El joven Roosevelt, también se percata de su indiferencia, mira a la rubia y se encoge de hombros – Por aquí, señora Leagan – Galante, le ofrece su brazo.

La amable voz de Oswald, la vuelve en sí – Jeje, gracias Oswald.

A la mesa circular, se sentó Candy junto a Clara, a su costado está Angus, y a su lado Maxwell, acompañado por su "esposa" Virginia. Del otro lado, esta Neil junto a Alina y su "esposo" Oswald, y a su lado, cerrando el círculo, esta Virginia. Todos estaban degustando su comida, cuando Clara se dirige a su amiga – Candy, ¿te enteraste de lo que pasó anoche, durante la tormenta?

– ¿Anoche? – Rueda los ojos hacia Neil y un suave rubor, cubrió sus mejillas – Pues...

Clara se inclina hacia ella, hablando en voz baja – Del polizón que se ahogó, al tratar de escapar, ¿no te contó Neil?

– ¿Se ahogó una persona? – Consternada, Candy busca la explicación en Neil, pero él, prácticamente hacía como si no existiera. Su actitud molesta a la rubia y se dirige de nuevo a Clara – ¿Cómo te enteraste?

Interviene el soldado Howland – Es digamos, un secreto a voces – Mueve el tenedor al aire – Por eso, el capitán Hanley, organizó ese bazar en el gran salón, para mitigar los rumores.

– ¿Hay un bazar en el gran salón? – Candy pregunta y de inmediato, todos confirman su duda – ¡Tienes que ir a verlo! – Le anima Virginia – Han sacado artículos de la barbería, la boutique y otras tiendas.

– Todo está a excelente precio – Clara junta sus manos – Una Ardley como tú, puede darse más lujos que nosotros jajaja.

Todos empezaron a reír, (sin contar a Neil y Alina, que platicaban aparte) a diferencia de Angus, que protesta, bajando los cubiertos – ¿Y el prendedor que te compré?, que desconsiderada eres – Ofendido, cruza sus brazos y le da la espalda.

– ¡Me encanta mi prendedor! – De inmediato, Clara le ofrece una rebanada de pastel de chocolate, como símbolo de paz – Mira Angus, tu pastel favorito.

– ¡Pastel de chocolate! – El mal humor se esfumó en Angus, desatando más risas entre los comensales.

Un mesero interrumpe a los amigos, aproximándose a Candy – Disculpe señorita, el caballero de aquella mesa, le invita esta malteada de fresa – Desde la mesa señalada, la saluda un apuesto caballero, de unos veinticuatro años, cabello negro y ojos azules – Que la disfrute.

Candy abre la boca, sintiendo un intenso calor subir hasta su rostro. De improviso, escucha el rechinar de la silla junto a ella, al tiempo que una mano la toma del brazo, obligándola a ponerse de pie y caminar junto a él – ¡Neil! – ¿Qué haces? – ¡Espera no te enojes! – ¡Neil! – Le llaman sus amigos, pero él hace caso omiso.

– ¡Neil espera! – Con paso torpe, Candy es llevada hasta la mesa del atrevido hombre – Le agradeceré mucho, que no le ande enviando "regalitos" a mi esposa – Con rabia, aprieta el vaso de vidrio, hasta casi emblanquecer sus nudillos.

– ¿Esposa? – Con un movimiento brusco, Candy libera su brazo. El desconocido se pone de pie y hace una reverencia – Mis disculpas señor, como ningún caballero de la mesa se dirigía a ella, pensé que la bella señorita estaba sola.

– Señora Leagan – Corrige Neil, haciendo énfasis en su apellido, mirándole cara a cara. El soldado estaba tan furioso, que Candy podía asegurar, que Neil lo bañaría con la malteada, en cualquier momento – ¡Vámonos Neil! – Toma su mano y lo empieza a jalar – Él no lo sabía, vámonos por favor.

Después de tanta insistencia, Neil rápido bajó la malteada, dando un fuerte golpe a la mesa, salpicando al caballero y silenciando por un instante, el bullicio del restaurante – Vámonos – Al último, Candy logra moverlo, sacándolo del restaurante.

Ya en cubierta, Candy lo arrastra hasta el estrecho espacio que existe, entre los botes salvavidas. Una vez a solas, la pecosa lo encara – ¿Qué crees que haces?

– ¿Qué hago yo? ¿qué crees que haces tú? – Pone una mano en la cintura, moviendo la otra en el aire – Pintándote la cara de esa manera.

– ¡Esto era lo que querías! – Candy cruza sus brazos – Tú mandaste a las mucamas para que me arreglaran.

– ¡Yo no las mande para… esto! – Alza las manos hacia ella – Pensé que me habían entendido, cuando les dije que necesitabas ayuda, por lo de... ya sabes...

Él quería que me sintiera mejor – A pesar de su enojo, una pequeña sonrisa iluminó sus labios, experimentando una desconocida sensación en su interior – Neil...

Al ver su sonrisa, Neil enfurece más – Tú y tus malditos encantos – Cegado por los celos, no reparo que ella, le dedicaba por primera vez, una sonrisa sincera – Tu arreglo personal, solo sirvió para llamar la atención de los hombres – Reclama cabreado.

– Nada hubiera pasado, si no me hubieras ignorado todo el tiempo – Da media vuelta y pone manos en la cintura – Es lógico que piensen, que soy soltera.

– ¡Diablos Candy! – La rubia se niega a mirarlo, sacándolo más de sus casillas – ¡¿No entiendes?! ¡Por qué sé que estás ahí, es que trato de ignorarte!

– ¡Eso no tiene sentido! – A estas alturas, las palabras de Candy, iban acompañadas por un sentimiento de angustia – ¡Has estado evitándome todo el día! ¿por qué? – Frunce el ceño, coloreando sus pecas por la ira – ¡¿Por qué?!

– ¡PORQUE AÚN ME GUSTAS! – Grita enardecido y en su arrebato de cólera, golpea con violencia un bote salvavidas – ¡Demonios! – Se quita el abrigo y lo arroja al piso.

Esta confesión, hizo que la respiración de Candy, se volviera más pesada, recargándose en uno de los botes. Su pecho ardía, sintiendo como si el propio Neil, grabara esas palabras en su corazón, usando la afilada navaja de trinchera.

– ¿Todo está bien? – Un oficial marino se asoma, gracias a que la fuerte discusión, llamó la atención de los pasajeros más cercanos – ¿Señorita?

Reuniendo sus fuerzas, Candy sonríe al oficial – Todo está en orden, solo fue un tonto desacuerdo con mi esposo.

Con asombro, Neil observa primero a Candy, después al marino, que le mira con reserva – Entiendo – Responde el oficial – Estaré por aquí, señora.

El marino se retiró, dejando a un mal encarado Neil Leagan, apoyado en la barandilla del barco, negándose a verla. La brisa marina, jugaba con sus mechones castaño grisáceos, pero su rostro permanecía firme, sin demostrar más emoción, que el enojo – Todavía haces rabietas, como cuando éramos niños – Con paciencia, Candy se agacha, recoge su abrigo y le da pequeños golpes, quitándole el polvo – Siento que me faltan fuerzas en las piernas – Respira profundo y aclara su garganta – Mph, mph... Seamos amigos.

– ¿Amigos? – Escéptico, Neil se gira y toma el abrigo de sus manos – ¿Nosotros?

Juguetona, Candy saca la lengua y se encoge de hombros – ¿Por qué no? – Guiña un ojo y levanta el dedo índice – En estas semanas, no nos hemos matado y desde mi punto de vista, nos hemos tolerado bastante bien.

El rostro de Neil no cambió mucho, solo enarcó una ceja, dudoso de las palabras de su "mujer" – Si en verdad quieres que sea tu amigo, vas a tener que contarme, todo lo que pasó, entre ese idiota de Grandchester y tú – Acerca su rostro, con mirada maliciosa – Y me refiero a todo, Candy.

Molesta, Candy aprieta los puños – Siempre tienes que sacar ventaja de la situación, ¿cierto Neil?

– ¡Ja! – Vocifera con escarnio – Sabía que no... – Está bien – Candy le corta, extendiendo su mano, para sellar el acuerdo – Acepto tus condiciones.

Incrédulo, Neil hace un gesto curioso – ¿Lo dices en serio? – Cruza sus brazos.

– Lo digo en serio – Leagan pone una mano en su mentón, buscando la trampa en su propuesta – Vamos Daniel, se me está cansando la mano.

Vacilante, el moreno está a punto de tomar su mano, cuando Candy la retira rápido – Sólo tengo una condición para ti.

– ¡Lo sabía! – Con fastidio, Neil se pone el abrigo. Aunque estaba el sol invernal, el aire marino se sentía frío – ¡Rayos Candy!, ¿ahora tú quieres sacar ventaja?

Risueña, vuelve a encoger sus hombros – Algo tenía que aprender de Neil Leagan.

– ¿Qué condición?

– Por cada pregunta sobre mi relación con Terry, yo te haré una pregunta – Levanta su dedo índice – También, quiero que me acompañes, al bazar del gran salón.

– ¡Ah no, eso sí que no! – Neil niega con la cabeza – Esas son dos condiciones – Alza su mirada altanera – Si quieres ir, ve tú sola.

Por dentro, Candy se sentía desilusionada. Tal vez, intentar ser amable con él, no era tan buena idea – Iré sola – Con delicadeza, peina sus dorados rizos, con los dedos – Después no te enojes, si algún caballero supone que soy soltera – Cierra sus ojos y pasa de él.

Camina solo unos pasos, pensando que él la alcanzaría. Por desgracia, cuando miró sobre su hombro, Neil se había ido en dirección opuesta – Es lo mejor para los dos... ¿pero en que estaba pensando? – Pone manos en sus mejillas y niega con la cabeza – ¿Pasar el día con él? ¿Con Neil? – Se abraza a sí misma y camina un poco más rápido, como si huyera de esa embarazosa conversación – Compartimos tiempo suficiente, cuando fingimos ser esposos – Acelera el trote, deseosa por llegar al bazar, para distraer su mente en algo más, que no sea Neil.

Antes de notarlo, Candy corría veloz por la cubierta, llegando pronto al gran salón. Al abrir las puertas de cristal, vio la gran cantidad de pasajeros de las tres categorías, curiosos, admirando las mercancías exhibidas en cada mesa, finamente decorada. Cada tienda, mostraba una pizarra negra, anunciando en gis la oferta más atractiva.

El RMS St. Mary, no contaba con muchas tiendas, pero eso no limitaría al capitán Hanley. El área de cocina también tenía su puesto, ofreciendo entre otras cosas, sus botellas más costosas y los aperitivos más finos, con especial atención, a los pasajeros de primera clase.

Maravillada por la decoración, Candy ingreso a paso lento, recuperando el aliento, con intenso rubor en sus mejillas – ¡En serio que eres testaruda! – Con grata sorpresa, ve a Neil junto a ella, con respiración acelerada y mejillas rojizas – ¡Neil! Pensé que tú...

– Olvidaste tu bolso en el restaurante – Le entrega el bolso beige y se retira el abrigo, acalorado – ¿Cómo pensabas pagar tus cosas?

De nuevo, ese sentimiento desconocido la invade, sintiendo como se aceleraba su corazón, sin razón aparente – N-no olvide mi bolsa... l-lo que pasa... yo...

Cansado, Neil rodó los ojos, cogió su mano y se agachó hacia ella – Si la próxima vez, vuelves a salir corriendo como una loca, te juro que no vuelvo a acompañarte.

– ¿Cómo una loca? – Candy parpadeó un par de veces, esbozó una sonrisa y rió a carcajadas – Jajajaja.

– ¿De que te ríes? – Neil aprieta su mano – ¿Te burlas de mí?

Con gesto afirmativo, Candy cubre su boca – Lo siento jajaja... Imagina como nos vimos... jajaja, tú corriendo detrás de mí.

– Ridículos... – Contagiado por la inocente imaginación de Candy, Neil no puede aguantar más y empieza a reír.

Esta era la primera vez, en toda su vida, que ambos reían juntos, compartiendo un momento divertido y al mismo tiempo, disminuyendo la tensión entre los dos.

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Durante su recorrido por el bazar, Oswald, Alina y los demás, se les unieron. Por ello, Neil no pudo preguntarle a Candy, sobre su relación con Terry.

Las campanadas del reloj en el gran salón, marcaron la hora en que los varones, acudían al casino. Neil le dio a Candy, un fugaz beso en la mejilla – Tenemos una conversación pendiente, no lo olvides – Le dice al oído.

– ¿Vas a regresar temprano?

Sin mediar palabra, solo asintió y se fue con Oswald. Como todas las tardes, las chicas también tenían sus planes – Vamos al petite restaurant Candy, ¿vienes? – Pregunta Alina.

– En un momento las alcanzo – Mientras las demás se adelantan, Candy se dirige a la mesa de la cocina – Dígame ¿en qué podemos ayudarle? – Pregunta el jefe de cocina.

– Disculpe, quisiera... yo...

El jefe de cocina, ve al gerente y le llama – Por favor, señor Stone, ¿podría ayudarme con la señora? Tengo que ir a la cocina un momento.

Gustoso, el gerente Stone toma su lugar – En que puedo ayudarle, señora...

– Leagan... – Candy baja la vista, sonriendo apenada – Soy Candy Leagan.

– Ah, señora Leagan – El gerente le sonríe amablemente, coge su mano y besa sus nudillos – Ahora comprendo a su marido, ¿en qué puedo ayudarla?

– Verá usted... es que él... yo... quisiera un servicio a la habitación... para mi esposo.

Exhalando un fuerte suspiro, el gerente da pequeñas palmaditas en su mano – Ay el amor joven... No se preocupe señora Leagan, déjelo en nuestras manos, todo a mitad de precio.

Con gratitud, Candy le sonrió al viejo gerente – Es muy amable, muchas gracias.

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A las 20:00 hrs, Neil caminaba por el alfombrado pasillo, rumbo a su camarote. Unos pasos antes de llegar, ve la puerta del camarote entreabierta, con la luz apagada. De entre sus ropas, extrae la navaja y con cautela, se fue aproximando – Si algo le pasó...

Lentamente, aprieta la navaja y empuja la puerta con su mano libre, sintiendo los nervios a flor de piel. De pie, junto a la puerta, permanece Candy, observando el interior – ¿Candy, qué pasó? – Abre la puerta por completo y encuentra al servicio de habitación, encendiendo las velas y reanimando el fuego de la chimenea – Buenas noches señor Leagan – De inmediato, Neil oculta su arma en la espalda, sintiendo alivio, al ver que se trataba del servicio – Su cena romántica está servida – El mozo junto con la mucama, toman el carrito de servicio y salen – Que lo disfruten, buenas noches.

Perplejo, Neil cruza miradas con Candy, cuyo intenso rubor, esconde sus pecas – ¿Cena romántica?

– N-no es lo que parece – Candy cubre su rostro con las manos, sintiendo una profunda vergüenza – El señor Stone me malinterpretó.

– Imagino que sí – Guarda la navaja y se acerca a la mesa.

El servicio, colocó un elegante mantel largo sobre la mesa, tan largo, que los pliegues se juntaban en el piso. Encima de la mesa, estaba una charola de plata tapada, dos platos, cubiertos de plata, una botella de agua con dos vasos, una cesta con pan y un pequeño bote de mantequilla, un dulcero tapado y dos copas largas. Junto a la mesa, al otro lado de la chimenea, permanecía en pie un recipiente con hielos, enfriando una fina botella de champagne.

La habitación, era suavemente iluminada, por las velas y la chimenea. Dos velas, estaban al centro de la mesa. Las otras cinco velas, estaban distribuidas estratégicamente en la pieza. Como decoración, había pétalos de rosas rojas, regados en la mesa y a los pies de esta.

El ambiente romántico, solo causaba incomodidad a sus ocupantes – ¿No va a aclarar sus intenciones, señora Leagan? – Sonríe con mofa y levanta la tapa, revelando el apetitoso espagueti a la boloñesa con camarones al vino blanco – Tienes buen gusto, a pesar de ser huérfana.

Aún con bochorno, Candy baja las manos – No voy a caer en tus provocaciones – Se dijo mentalmente – Todas las noches, has cenado una comida fría, hoy quise... que fuera diferente – Erguida lo mejor posible, Candy enciende la luz, robando el aire romántico, y se sienta la mesa – Si no tienes hambre, yo si voy a comer.

– ¿Y quién dijo que no tengo hambre? – Neil empezó a apagar las velas, hasta que llegó a las velas de la mesa, cuando vio pequeños destellos de luz, reflejados en los verdosos ojos de Candy, otorgándole una mirada enigmática, se detiene al último instante.

– Las velas no me molestan – Menciona Candy, fingiendo desinterés.

– A mí tampoco – Neil toma la botella de champagne y la abre, saliendo volando la tapa de corcho. Mientras que él servía la espumosa bebida, Candy le servía un plato de espagueti. Ambos se acomodan en su silla y el soldado Leagan eleva su copa – ¡Por la amistad! – Hace una mueca conocida – Y que Candy mantenga su palabra, contándome todo sobre ese perdedor – Cínico, choca la copa de Candy – Salud.

La rubia frunció el entrecejo, después sonrió tranquila y levantó su copa – ¡Por la amistad! Y que Neil logre comportarse como un caballero, como lo era su primo Anthony.

El gesto de Neil cambió, pero de inmediato se recuperó – Salud.

La cena transcurrió, en relativa calma (al menos, la mayor parte del tiempo) llevando una dinámica muy particular. Neil preguntaba, Candy respondía, sin hondar en detalles.

Después, según sus reglas, Candy preguntaba, y Neil respondía, omitiendo ciertos detalles, como las mujeres que ha llevado a la cama – Seguro asustaré a esta santurrona – Se justificaba, aunque en realidad, no quería que Candy le viera con desprecio, no otra vez.

El tiempo pasó y la tensión en el ambiente desapareció. Las luces se apagaron, y la mesa, ya solo era parte de la decoración. Ahora, compartían frente a la chimenea, sentados sobre el saco de dormir y tapados con unas mantas, mientras platicaban y degustaban los bombones de chocolate, que habían en el dulcero – Siempre supe que ese Grandchester, era un completo idiota – Eleva su copa, observando el burbujeo en su interior – Mira que dejarte por una lisiada.

– Ella salvó su vida – La defiende, sintiéndose un poco tonta, por hacerlo – Además, fue decisión de Terry – Baja la vista y ve la mano de Neil.

– Pudo decir que no… – El moreno, siente que toca su mano y como reflejo, la retira.

– Vamos, déjame ver tu herida… Por favor… – A regañadientes, Neil le enseña su mano izquierda, apreciándose la marca dental de Candy – ¿Te duele?

– Ya no – Recupera su mano.

Con pesar, Candy asiente – ¿Alguien más lo ha notado?

– Nadie me ha dicho nada – Soba su mano, restando importancia – Supongo que no.

– Neil yo... – Respira profundo y baja la copa de champagne, jugando distraídamente con su borde – Perdóname por lo de ayer... – Sin poder creer sus palabras, Neil se sienta más cerca de ella, pensando que oía mal. Sintiéndose culpable, Candy baja la vista – Tú sólo querías protegerme... y yo... bueno, me comporte como una tonta.

– ¿Cómo una huérfana asustadiza? – Pregunta con sarcasmo.

Antes de responder, le da un pequeño golpe en el hombro – Sí, como una huérfana asustadiza – Candy deja su copa a un lado y toma el dulcero – Solo queda un bombón.

– Cómetelo tú – Neil da un trago a su bebida – Ya no quiero.

– Compartámoslo – La rubia muerde la mitad y le ofrece la otra – Por cierto, ¿a que te referías con "tercer cadáver"?

Neil la mira serio y poco a poco, acerca su rostro a la mano con el bombón de chocolate. Al ver que ella no se mueve, toma el bombón con su boca, besando de paso, los delgados dedos de Candy.

Una fuerte corriente eléctrica, recorrió sus dedos, hasta el resto del cuerpo. Tentando su suerte, Neil elevó su mano y con cautela, removió sus cabellos de oro, rozando con cuidado la piel de su mejilla. Al sentir los dedos en su piel, Candy cerró los ojos, dejándose llevar por esa calidez.

El reloj de madera, que descansa sobre la chimenea, comenzó a sonar, marcando la medianoche. Neil se separó y se puso de pie – Voy a tomar un poco de aire – Presto, cogió su abrigo y salió, dejando a Candy, con una fuerte sensación en su pecho – Dios mío... mis manos están temblando – Se cubre con la manta – ¿Qué está pasando conmigo?

Afuera, Neil caminaba sin rumbo, sintiendo el peso de la culpa, por lo que hizo la madrugada anterior.

.oOo.

Cuando la tormenta menguó, la electricidad del navío volvió. Sin embargo, algunos focos se vieron afectados, como los focos en el dormitorio de Candy, que prendían de manera intermitente. Los destellos de luz despertaron a Neil, descubriendo en sus brazos, a la hermosa rubia, durmiendo plácidamente, abrazada de él.

– Eres tan hermosa... – Pasa sus dedos entre los rizos rebeldes y despacio, le da un suave beso en los labios.

De nuevo, la luz parpadeó, fundiendo los focos del pequeño candil. Candy se movió en su sueño, pegándose más a él – ¿Qué voy a hacer contigo Candy?

.oOo.

– Si tan solo no la hubiera besado – Furioso, aprieta los puños – No hubiera revivido este maldito sentimiento... ¿Cómo puedo estar así con Alina? ¡Mierda!

Después de deambular un rato, Neil regresó al camarote y encontró a Candy recostada en su saco de dormir, dándole la espalda a la puerta, tapada con las mantas – El tercer cadáver era yo – Aclara, pero Candy no responde – Si tú mueres, yo no tendría más razón para vivir.

La doctora permaneció inmóvil, dando a entender que dormía profundamente. Neil va al dormitorio, saca sábanas, cobijas y almohadas, y las acomoda cerca de ella – Hasta mañana, Candy – Ordena todo y se acuesta.

Si las luces hubieran estado encendidas, Neil habría notado fácilmente, el suave temblor de Candy. La pecosa cubría su boca con ambas manos, conteniendo lo que su alma quería gritar, pero se negaba a aceptar – Hasta mañana, Neil.

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ConTinUarÁ…

El besó que soñó Candy, paso en la vida real, aunque ella no lo recuerde.

Candy está empezando a sentir algo por Neil. Aunque su mente trata de frenar ese sentimiento, su corazón reacciona con cada acción amable que él hace por ella.

En cambio, Neil se siente furioso y confuso al mismo tiempo. El soldado Leagan, no quiere traicionar a Alina (será que pueda usar la palabra "traición") pero los sentimientos hacia Candy, han renacido, sintiéndose confundido sobre que hacer con Candy.

¿Cómo reaccionará Alina, cuando se de cuenta de lo que sucede entre esos dos?

Nos leemos después ;)

MaRyMoRaNTe:)