Es la continuación de mi historia anterior "Venganza impune". Trata sobre Naraku quien secuestra a Inuyasha y lo tortura de diversas maneras, después de varias semanas en cautiverio, Naraku es derrotado y finalmente Inuyasha es libre y la perla vuelve a manos de Kaede.
Esta historia estará más centrada en el confort, en la comodidad, adaptabilidad y recuperación. Pero advierto que puede contener lenguaje soez y menciones de abuso.
Como dato fue Sesshomaru quien encontró y devolvió a Inuyasha al grupo. Si quieres leer ese momento ve directo al capítulo 20 de venganza impune. Los capítulo 21, 22 y 23 tienen las interacciones del par de hermanos ante la situación. Por lo tanto, Sesshomaru será más paciente con Inuyasha.
Estoy trabajando para ya no traer entregas anuales.
Todos los personajes le pertenecen a Rumiko Takahashi.
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No has aprendido nada, sólo que la soledad no enseña nada, que la indiferencia no enseña nada: era un engaño, una ilusión fascinante y traicionera. Estabas solo y eso es todo, y querías protegerte; que entre el mundo y tú los puentes se rompieran para siempre.
Georges Perec
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Después de varias semanas, la pesadilla al fin había terminado. Estaban reunidos de nuevo, pero las cosas ya no eran iguales.
Inuyasha era diferente.
El medio demonio había sufrido diversas heridas y hematomas en su cautiverio en manos de Naraku. Kaede fue la única encargada de sanarlo, porque nunca se le permitió sanarlo a nadie más, ni siquiera a Miroku quien era él el que más trataba con las heridas de Inuyasha después de cada batalla. Fue preocupante, pero más de una vez Kaede les tranquilizó diciendo que las heridas físicas sanarían.
Sin embargo, esas no eran las heridas que preocupaban.
Los primeros días, Inuyasha permaneció la mayor parte del tiempo dormido debido al daño y al té que le preparaba Kaede. Pero después, cuando el medio demonio fue más consciente, Inuyasha se negó a recibir ayuda. Y por las noches las pesadillas abordaron cada vez más; Inuyasha luchaba entre sueños contra alguien y siempre despertaba abruptamente tenso, malhumorado y asustado. Por lo cual, Inuyasha decidió no dormir después de eso. Tampoco comía y se aislaba del grupo, siempre manteniendo distancia. Los demás intentaban de todo para ayudar, siendo rechazados por el hibrido de manera grosera.
Siempre que se intentaba hablar con él o hacer algún contacto para ayudarlo, éste les evitaba, les rehusaba como si fueran peste.
Kagome suspiró mientras balanceaba sus piernas sentada al borde del pozo. Un pequeño empujoncito y caería para volver a su época. Deseaba volver a abrazar a su madre, hermano y abuelo e incluso a Buyo. Ellos deben de estar muy preocupados, pensó. Por mucho que anhelara volver a verlos para no preocuparlos, no lo haría, no cuando Inuyasha la necesitaba. A pesar de todas las palabras hirientes que le escupía Inuyasha estos días, ella no lo abandonaría.
Secó las lágrimas frescas y trató de mantener el optimismo que carecía con el paso de los días. Inuyasha y ella siempre discutían, pero ahora era muy diferente. El comportamiento de Inuyasha era muy distinto; El medio demonio siempre había sido algo huraño y temperamental, pero estos días había empeorado. Era mucho más agresivo, solitario, odiaba que lo tocaran, evitaba el contacto visual, siempre cabizbajo y caminaba cojamente. No sólo su personalidad parecía haberse transformado, físicamente Inuyasha también parecía otro: Tenía un aspecto demacrado, sus orejas siempre ocultas entre su cabello plateado, sus ojeras tan oscuras y sus ojos vacíos y apagados.
Por lo menos el horrible moretón que le cubría una parte del rostro se había ido.
Inuyasha ya no era el mismo. Era como visualizar y tratar con un extraño.
—Kagome... ¿ya te ibas? —preguntó Sango en un susurro, acercándose a su amiga.
Kagome negó —Sólo pensaba—respondió.
Sango asintió sin saber que decir. Sabía que Kagome tenía una familia del otro lado del pozo y la joven sacerdotisa no había ido a ellos desde toda la desgracia ocurrida. Sin embargo, Sango no quería que se fuera, no quería lidiar con la situación sin su mejor amiga a su lado.
—Deben estar preocupados— se obligó Sango a decir.
—Lo sé—susurró Kagome —Pero no quiero dejarlo, no cuando nos necesita.
Sango la miró con una sonrisa triste, podía visualizar en la miko la muestra de lágrimas. Odiaba verla así, al igual que odiaba la forma en la que eran tratados por Inuyasha. Inuyasha tenía su actitud, pero en estos momentos se estaba sobrepasando. Todos manejaban la situación de la mejor manera posible, pero si seguían así no tardarían en derrumbarse. Sabía que no tenía que ser injusta con Inuyasha, pero esto era demasiado y sin saber cómo ayudar le era frustrante y angustiante.
Tristemente, ese día tampoco tuvieron suerte con Inuyasha.
Miroku se encontraba abatido por ello, se suponía que eran mejores amigos y por mucho que lo intentó, fracasó continuamente. Él seguiría intentando, sin embargo.
Shippo era el más triste de todos, prácticamente estaba siendo rechazado por su hermano mayor.
Kohaku era un simple espectador, ajeno a las relaciones del grupo de su hermana. En cambio, Kaede, intentó de todo por acercarlos, pero no tuvo cooperación por parte del hibrido e incluso éste se estaba negando a que la anciana le ayudara con los vendajes.
El paradero de Sesshomaru y compañía se volvió incierto el día que Inuyasha fue devuelto. Todos estaban demasiado preocupados por Inuyasha, que no le tomaron importancia a la desaparición del demonio y su grupo.
La oscuridad de la noche no aligeraba la tensión de la problemática relación del joven grupo. Para todos conciliar el sueño era difícil, sin embargo, para el hibrido era imposible. Al igual que el medio demonio, la sacerdotisa también se privó del sueño.
Kagome pasaba por el temor constante de perder a Inuyasha si cerraba los ojos: ¿Qué tal si cuando despierte él ya no esté? ¿Si estoy viviendo un sueño e Inuyasha aún sigue en manos de Naraku? …, era un cuestionamiento regular que atormentaba a la pobre adolescente desde la llegada del medio demonio.
Kagome miró a Inuyasha, quien se encontraba en la entrada de la choza permaneciendo iluminado con la luz de la luna. Algo nuevo que habían descubierta era que Inuyasha temía de la oscuridad total.
El hibrido movía sus orejas como satélites a todas direcciones, con su mirada distante pero cautelosa, mirando el entorno como un ciervo a la espera de peligro. Esto era algo recientemente común en el comportamiento de Inuyasha. El hibrido estaba angustiosamente vigilante en su entorno, al punto que era casi enfermizo.
Había tantas cosas nuevas y preocupantes en Inuyasha, y a pesar de todo eso, Kagome no sabía cómo ayudarlo.
Kagome se mantuvo despierta, esperando algún descuido en Inuyasha para acercarse. A pesar de algunos cabeceos por parte de ambos, ninguno dormía.
Sin poder más, la joven miko fue la primera en hablar.
—Inuyasha—susurró para no despertar a sus demás compañeros.
Inuyasha se sobresaltó un poco. Estaba tan perdido en sus pensamientos que se había alejado de la realidad; Negó con la cabeza para alejar el sueño, los recordatorios, todo.
—Duérmete— le exigió Inuyasha, duramente sin ni siquiera mirarla. El hibrido no elevó la voz para no alarmar a los otros.
—Lo mismo digo. Esto es demasiado, por favor, duerme.
La súplica de la sacerdotisa no tuvo ningún efecto en el hibrido, quien simplemente se quedó quieto y en silencio. Ignorando a Kagome.
Kagome se levantó ligeramente dispuesta a acercarse, para hacerle compañía. Sabiendo que Inuyasha no dormiría, pero al mínimo movimiento observó como el cuerpo del medio demonio se tensó al igual que las orejas que bajaron. Sabía que si seguía con su acción Inuyasha se enfadaría y arremetería contra ella, en una lucha no física porque el demonio detestaba el contacto, pero si en un enfrentamiento verbal. Y con todos descansando no sería un buen momento.
Kagome se vio obligada a recostarse.
Kagome más que estar entristecida por la situación se encontraba molesta, impotente e... inútil; No podía saber que ocurría con Inuyasha por lo que no tenía ninguna idea de que hacer para hacerlo sentir mejor, no podía purificar la perla y ni siquiera podía darle a un blanco con sus flechas.
Odiaba a Naraku como nunca había odiado a alguien en toda su vida, odiaba la perla... comenzaba a odiar muchas cosas, como si todos sus buenos pensamientos se hubieran marchitado. Sabía que no estaba bien todas estas emociones que yacían en ella, pero no podía evitarlo.
Tal vez por eso no puedo purificar la perla, pensó.
Se cubrió con la manta y le dio la espalda a Inuyasha y a sus amigos, mirando fijamente la pared. Tantas preguntas en ella y pocas respuestas. Inuyasha no le hablaría y Kaede no le diría lo que estaba sucediendo. Sólo había alguien que probablemente pudiera ayudarla y responderle, sin embargo, saber su ubicación era tan incierto como saber si él estaba dispuesto a cooperar, una situación difícil al igual que intentar encontrar una aguja en un pajar.
Kagome cerró los ojos con un pensamiento en mente.
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Era temprano por la mañana, el sol estaba en lo más alto del cielo y el viento era refrescante. Era un lindo un día.
Miroku intentaba secar torpemente el sudor de su frente con el hombro.
—Déjame ayudarte—dijo Sango, tomando los trozos de madera que traía consigo Miroku para la fogata.
Preparar la comida fuera les hacía sentir como sus viajes aventureros, cuando todo no era tan malo. Ayudaba a aligerar un poco la carga emocional haciéndoles trabajar en las preparaciones del almuerzo.
El monje sonrió a Sango y asintió en forma de agradecimiento. Miroku ya no padecía de ningún efecto del miasma de Magatsuhí y sin el agujero negro en su mano, le aliviaba de cierta manera. Sin embargo, no se sentía bien, como si sus emociones se hubieran estancado; No podía explicar cómo se sentía, ya no sufría de la maldición, todos estaban reunidos, habían ganado, tenían la perla Shikon y Naraku murió. Se supone que debería de estar feliz, todos ellos deberían de estar felices de haber conseguido lo que se proponían desde un principio, al fin lo consiguieron... pero el precio fue alto. Inuyasha no era el mismo, ellos ya no eran los mismos, todo se había puesto de cabeza. Por lo que la victoria se sentía vacía.
A pesar de toda la desagradable situación, Sango y él se habían hecho mucho más cercanos desde entonces, aunque no se podía decir lo mismo de sus otros dos compañeros.
—Gracias, ¿Dónde están los demás? —preguntó el monje, curioso al no ver a nadie. No ver a Inuyasha no era una sorpresa, sin embargo, Miroku no iría a buscarlo, no quería seguir empujando a Inuyasha en algo que evidentemente el muchacho hibrido no quería; El medio demonio tenía sus motivos y él estaba confiado en que Inuyasha le diría con el tiempo. También porque la última vez que presionó no había ido tan bien.
—Shippo, Kohaku y Kirara fueron a pescar. No quería que fueran solos, pero ya sabes, eso distrae a Shippo—respondió Sango.
Miroku asintió en la comprensión.
—Kaede salió al pueblo y Kagome... Kagome, creo que fue tras Inuyasha.
Miroku sentía preocupación por la joven miko, últimamente Inuyasha era muy intolerable con ella, mucho más de lo que era con ellos.
—¿Crees que Kagome logre algo? —preguntó Miroku, evitando el contacto visual con Sango para no demostrar su preocupación mientras acomodaba la leña para hacer la fogata.
—No lo sé—murmuró Sango—. Ella también está actuando diferente. Me preocupa... ambos lo hacen.
—Lo sé—respondió Miroku.
La situación los estaba superando a ambos. Era tan doloroso de ver como Inuyasha y Kagome sucumbían ante las circunstancias.
La pareja se vio envuelta en un silencio mientras preparaban todo para el almuerzo. Tanto Sango y Miroku con la misma pregunta en mente:
¿Podrían salir adelante?
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Kirara jugueteaba con un pobre pez que se encontraba en tierra firme, pero que saltaba para poder volver a entrar al agua.
La pesca de ambos chicos estaba saliendo bien. Pero el humor de Shippo no era el más agradable.
—Muy bien, Shippo. Creo que eso será suficiente—dijo Kohaku, envolviendo bien la red en la que llevaban suficientes pescados para comer.
El zorrito asintió sin emoción.
Kohaku había intentado mantener ocupado a Shippo, distraerlo, pero el kitsune seguía demasiado entristecido para ser animado.
Kohaku extrañaba viajar. Rin le había preguntado si iría con ellos cuando el señor Sesshomaru llegó, él no aceptó para estar con su hermana. Había estado demasiado tiempo lejos de ella.
A pesar de su decisión, Kohaku extrañaba viajar junto a Rin, Jaken y el señor Sesshomaru. Había estado con ellos un tiempo considerable como para extrañarlos. Kohaku creía que, si Rin todavía estuviera con ellos, ella hubiera logrado que la angustia de Shippo fuera más ligera. Kohaku lo intentaba, pero él seguía conservando algunos demonios internos por lo que no era muy bueno con tales emociones negativas de su hermana y grupo.
Kohaku dejó de hacerle un nudo a la red y concentró toda su atención al pequeño demonio.
—¿Shippo?
El zorrito lo ignoró. Kohaku detuvo toda acción y se acercó al kitsune, se colocó a la altura del menor y le puso una mano en el hombro.
El niño se sorprendió —Lo lamento—se disculpó.
Kohaku le ofreció una sonrisa para animarlo —No te preocupes. ¿Te encuentras bien?
Shippo negó y bajó la mirada.
—Quiero ayudar, pero no sé cómo—explicó Shippo.
Creyó que el pequeño demonio hablaba sobre la pesca, pero era evidente que no. Kohaku iba a decirle que todo estaría bien, pero ya diciendo estas palabras con anterioridad no brindaba el efecto deseado.
—Kaede dijo que ne-...
—necesitaba tiempo—complementó Shippo, interrumpiendo al joven exterminador.
Kohaku asintió y guardó silencio inseguro sobre que decir.
—Me da miedo—susurró Shippo—. Quisiera que las cosas fueran como antes.
El zorrito estaba demasiado confundido y asustado, una parte de él también enojado. Enojado porque toda la situación le frustraba, las cosas no eran como antes. A pesar de ello, su sentimiento de enojo no se comparaba a la confusión y lo asustado que se encontraba. Su confusión se debía al olor de Inuyasha, siendo que el olor característico del hibrido era tan débil, tan sutil mientras que el olor de Naraku era más dominante. Y su miedo, igualmente Inuyasha era culpable de tal emoción, su compañero de viaje, aquel idiota abusón... parecía que Inuyasha lo odiaba, no sólo a él también a Kagome, Inuyasha era muy malo. En realidad, ni siquiera los trataba les ignoraba de manera cruel.
Con tan sólo pensar en los tratos que el medio demonio le daba le hacía tener fuertes deseos de llorar, Shippo luchaba contra todo deseo de lloriquear al recordar las palabras de Inuyasha:
"Deja de llorar, Shippo. No importa qué situación sea, los hombres nunca lloran."
Sin embargo, Inuyasha no parecía aplicar esa frase para él, puesto que, Shippo ya había olido el olor de las lágrimas y en ocasiones visto algunas marcas de ellas en Inuyasha. Durante los viajes sólo había visto llorar a Inuyasha dos veces, pero desde lo ocurrido ya llevaba más de una vez.
Inuyasha ocultaba algo, Shippo sabía, de hecho, todos lo hacían; Había algo que a Inuyasha le dolía tan mal, pero Shippo no sabía que era, lo único que sabía es que Naraku era el culpable.
Inuyasha era su protector. Él que estaba ahí enfrentándose al peligro, aquel que no importaba cuantas veces lo hirieran, siempre volvía a levantarse y curarse más rápido que cualquiera. Inquebrantable, ante todo, siempre ahí para protegerlos. Pero ahora eso no sucedía.
Voy a cuidar de él, se propuso Shippo. No importa lo abusón o cruel que había sido Inuyasha en el pasado, Shippo iba a cuidarlo y no tenía pensado rendirse.
Shippo no quería perderlo. Él conocía lo que era perder seres queridos, no quería pasar por lo mismo de nuevo.
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—¡Abajo! —gritó Kagome de una manera que Inuyasha nunca había escuchado utilizar.
Inuyasha cayó de inmediato al suelo con dureza, con anterioridad sólo le hubiera molestado la acción, pero en esta ocasión lo había puesto furioso y realmente adolorido. Sus heridas no estaban sanadas del todo aún.
Inuyasha se negó a mostrar el dolor que le había ocasionado.
—¿Qué intentabas hacer, perra? ¿Matarme? —gruñó, levantándose con dificultad del suelo, levantó su mirada para enfrentarse a Kagome, dispuesto a seguir peleando, pero la expresión de la miko lo hizo mudo. Era la misma expresión que Inuyasha tanto temía; Los ojos acuosos, la mirada tan herida, pero a la vez tan enojada hacía él. Una mezcla de emociones peligrosas.
La sacerdotisa vaciló sin poder emitir palabra.
Inuyasha odiaba que Kagome llorara, simplemente era algo que no le gustaba, pero que ya había visto con anterioridad. A veces Kagome lloraba por él, por lo menos Sango, Miroku y Shippo siempre lo acusaban de ser el culpable de ello; Cuando eso sucedía no era algo que él hiciera con intención, y al final siempre trataba de consolarla de la mejor manera que podía.
Sin embargo, en esta ocasión sí que lo había buscado. Había intentado hacerle daño. Le había hablado con palabras que sabía que a Kagome le dolerían: la comparó con Kikyo, la acusó de ser una inútil -con otras palabras- y dicho cosas que jamás en su vida imaginó decirle a ella. Hablándole con palabras tan duras que ni siquiera a Koga le había insultado de tal manera que hizo con la pobre chica.
No sintió nada a un inicio cuando las dijo, nada, no le hizo sentir bien ni mal, pero al escuchar la palabra "abajo" y ver la expresión que observaba ahora. Le hacía sentir la persona más horrible del mundo.
—Eres...E-e-eres...—murmuró Kagome con las lágrimas resbalando por sus mejillas y con sus puños apretados tensamente.
Inuyasha debía disculparse por ser injusto, pero las palabras no salían de su boca, no quería. Una parte de él le decía que Kagome se lo merecía, pero por el otro, sabía que era una mentira.
Inuyasha no mostró ninguna emoción con una mirada tan indiferente que la había asustado. Y eso fue devastador para Kagome, ella no podía con esto.
Se quedaron así unos segundos que parecieron interminables. Finalmente, Kagome se dio la vuelta y huyó. Y esta vez, Inuyasha no hizo nada para impedirlo.
Estando solo y en el abandono total al ver partir a Kagome, una extraña y sofocante sensación lo envolvió. Comenzó a faltarle el aire y su corazón palpitaba con fuerza galopante, sus manos temblaban y su cuerpo comenzaba a estremecerse ligeramente.
—Eres peor que yo, tan sólo mírate— la voz se escuchaba tan real, como si verdaderamente estuviera ahí. Incluso el tacto fantasma se sintió real. El recuerdo le hizo revolver su estómago.
Esto no es real, se dijo. Inuyasha cerró los ojos y apretó sus puños para bloquear las sensaciones y recuerdos. Sin embargo, sus intentos trajeron algo peor: La mirada de Kagome antes de marcharse.
No soy como él, se dijo Inuyasha a sí mismo, pero su excusa se sentía vacía.
Naraku tenía razón después de todo, era un monstruo e incluso era mucho peor que él.
