El miedo se acumulaba en mi interior. Ciertos sentimientos se iban amontonando como la sangre al formar una gota minúscula. Pero, ya lo decía mamá, si piensas todo el rato en una lucha que perdiste, te estás programando para perder otra vez.

Karen Russell

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El señor Sesshomaru seguía yéndose de pronto para después volver como si nada y seguir caminando, Ah-Un actuaban como de costumbre, pero Jaken ya no la regañaba constantemente como siempre y no alababa al amo Sesshomaru como era usual. Y, sobre todo, ella ya no tenía deseos de hacer coronas de flores.

Rin no estaba muy segura como se encontraba el señor Inuyasha; el día de la llegada fue caótica para el grupo, por lo que no preguntó y cuando se animó días más tarde, el amo Sesshomaru no respondió y Jaken dijo que no importaba. No volvió a tocar el tema desde entonces.

Se habían alejado del grupo de la señorita Kagome desde hace ya semanas, las cuales en las primeras no tenían mucho movimiento, descansando en alguna zona tranquila. Pero parecía que el aire amargo todavía los perseguía.

Sesshomaru siguió caminando con su espalda recta, su frente en alto y orgulloso como de costumbre. Sin embargo, había cierto pesar en él lo cual el demonio verde de baja estatura no dejaba de mirar, como si quisiera ver a través de él.

Sesshomaru lo notó y miró de reojo a Jaken.

—Sí tienes alguna pregunta que hacer, hazla—dijo el demonio de ojos dorados, sin emoción.

Jaken se puso de inmediato nervioso al oír la voz de su señor. El hombrecillo comenzó a tartamudear. Utilizaría la adulación, pero por experiencia conocía que su amo bonito no lo toleraría, podría hablar con la verdad y decirle que se encontraba preocupado por él, pero su señor probablemente lo sentiría como un insulto. Sea cual fuera su movimiento, su cabeza estaba en juego y Jaken no tenía ninguna intención de morir.

A los pocos segundos después la mirada penetrante de su señor lo ignoró. Jaken suspiró de alivio, Eso estuvo cerca, pensó, secando una gota de sudor de su frente.

Rin ignoró la escena, no era la primera vez que situaciones así pasaban. En cambio, mostró más interés a su alrededor. Rin comenzaba a creer que caminaban en círculos, porque esta era la tercera ocasión que veía esa gran roca junto al árbol.

—Amo Sesshomaru, ¿Se encuentra usted bien? —preguntó Rin.

—Estoy bien, Rin— respondió fríamente Sesshomaru.

Jaken estaba un poco celoso de que a la niña jamás se le llamará la atención como a él, pero también Rin parecía ser el único medio con el cual Sesshomaru hablaba neutral, respondiendo algunas preguntas sin molestarse. Y Rin siempre preguntaba todo lo que Jaken no tenía valor de hacer.

Sesshomaru se detuvo de pronto al tiempo que Ah-Un lo hizo. Jaken percibía débilmente las energías demoniacas desconocidas mientras Rin no entendía.

—Jaken, cuida de Rin—ordenó Sesshomaru, alejándose en el aire.

Ah-Un al ver como Sesshomaru se alejó, dejó de estar alerta y se recostó en la hierba, aprovechando el festín vegetal a su alrededor.

—Qué suerte tienes—murmuró Rin, al ver comer al par de dragones, mientras su estómago hacía sonidos suavemente pidiendo comida—. Maestro Jaken, tengo hambre.

Rin no recibió respuesta lo que le llamó la atención.

—¿Maestro Jaken?

El demonio verde agitó la cabeza —¿Qué quieres, Rin? Anda ve y busca comida. Yo preparé el fuego.

Rin miró con extrañeza el comportamiento pensativo del maestro Jaken y se encogió de hombros.

Rin observó a su alrededor buscando alimento. Extrañaba estar con el grupo de Shippo, ahí los tres más jóvenes podían acompañar al monje, a la anciana Kaede o a la exterminadora a pescar y recolectar comida. Y cómo olvidar la deliciosa comida que la Señorita Kagome llevó los primeros días, aunque en el momento no pudo ser muy disfrutable por la situación.

Rin se quedó deambulando por los alrededores, con solo un par de frutillas en sus manos. El señor Jaken no tardó en unírsele refunfuñando, diciendo que esta sería la última vez que la ayudaría, pero el maestro Jaken siempre era así por ello la niña no le prestó mucha atención.

Ah-Un, Rin y Jaken quedaron satisfechos después de un tiempo, por lo que se quedaron ahí descansando a la espera del Señor Sesshomaru.

—¿Maestro Jaken?

—¿Sí, Rin?

—¿Usted sabe que le pasa al amo Sesshomaru? —preguntó Rin, recostada en el suave césped junto a Ah-Un y no muy lejos de ellos, Jaken.

—El amo Sesshomaru ya te respondió, y te dijo que se encontraba bien, que necedad por buscarle un problema que no existe—alegó Jaken. Aunque creyendo mentir. No llevaba todos estos años junto a su señor en vano. Su señor era muy -demasiado- inexpresivo, pero por su experiencia y conocimientos Jaken podía decir que había algo que molestaba a su amo bonito.

Rin no estaba muy segura de creerle—. Me preocupó por él— murmuró.

Jaken guardó silencio ante la murmuración. La preocupación por el señor Sesshomaru parecía ser lo único que tenían en común.

—No llevó mucho con él a diferencia de usted, maestro Jaken, pero sé que algo le molesta. —Rin dijo, pensado en eso desde que se alejaron de la cabaña. El señor Sesshomaru actuaba extraño, tal vez no había gran cambió en él tomando en cuenta su personalidad, pero tenía algo. Por desgracia, Rin no podía llegar a la conclusión del problema.

Jaken quedó perplejo por unos segundos por la perspicacia de la chiquilla, después recobró su compostura —Tonterías, Rin.

—No son tonterías, maestro Jaken. Es cierto. ¿Cree que el amo Sesshomaru siga preocupado por el señor Inuyasha?

—Por ese malagradecido, por supuesto que no. El amo Sesshomaru no se rebajaría a tal nivel.

Rin guardó silencio, pensativa. Desde el encuentro con Magatsuhí hasta ahora pasaron muchas cosas. Y conociendo a su señor, Rin podía pensar que él todavía se encontraba preocupado por algo; El amo Sesshomaru era muy bueno, y siempre viendo por el cuidado de los demás a su manera. Era lógico para ella pensar que ese era su malestar: el no creer que había hecho lo suficiente. Y las palabras de la señorita Kagome hacían peso en tal pensamiento.

—Pero, tiene sentido—Rin dijo.

Jaken vaciló pare responderle, pero escuchó un leve sonido proveniente de Ah-Un indicando la llegada de Sesshomaru.

—Oh, amo bonito, ya espera-... —. Pero de inmediato guardó silencio ante la perturbadora mirada del demonio.

— Silencio, Jaken. Rin, se acabaron las preguntas—Dijo Sesshomaru, repentinamente, caminando hacia donde sea que fueran.

Ah-Un se levantó y siguió al demonio de cabellera plateada, Rin hizo lo mismo mientras sacudía las muestras de tierra.

—¡Sí, Señor Sesshomaru! —Rin gritó con alegría.

Jaken suspiró y se levantó; Ser despreciado y maltratado por su amo Sesshomaru era un "pequeño" precio a pagar por estar en su compañía.

— ¡Espérenme! — pidió el demonio verde, corriendo detrás de la risueña niña, la criatura de dos cabezas, y su siempre estoico amo bonito.

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No los necesito, se dijo a Inuyasha a sí mismo. No llevaba la cuenta de cuantas veces se lo había repetido en estos 3 días desde que decidió dejarlos. No sabía cuánto estaba alejado de la choza de la anciana, pero Inuyasha estaba obstinado en no volver. No iba a volver a ellos. Inuyasha quería estar solo, no quería ver a nadie.

Inuyasha no quería ser dependiente ni mucho menos un inútil al que tuvieran que consolar a cada instante; no quería ser una carga para ellos. Estaba mejor así, estar solo era lo mejor para ellos y para él.

Tarde o temprano tenían que separarse, que Inuyasha precipitara su salida no importaba: Kagome ni siquiera pertenecía a la época, ella tenía una familia y una vida lejos de ellos. Sango ya se encontraba con Kohaku, ellos podrían continuar sus servicios de exterminadores de demonios. Miroku ya no tenía la maldición, podría tener una vida normal como monje y seguir su viaje. Kaede tenía un pueblo al cual proteger. Shippo... Inuyasha no estaba muy seguro de que haría Shippo, pero considerando que el kitsune aún era un niño, tenía mejores cosas por hacer que mantenerse alrededor de un hibrido.

E Inuyasha, él estaba condenado a estar solo. Podría quedarse en la aldea con Kaede, pero sabía lo incómodos que se sentían los aldeanos a su alrededor cuando no estaban los demás junto a él. Inuyasha siempre fingía que la desconfianza de los aldeanos no le importaba, en cada aldea que visitaban sucedía lo mismo, pero se estaba volviendo difícil. Naraku tenía razón e Inuyasha trató de ignorarlo todo este tiempo.

Inuyasha tenía que admitirse que había toques de verdad en las palabras de Naraku. El arácnido cambió la perspectiva de ciertas cosas para Inuyasha, y eso es lo que más detestaba el joven hibrido.

Comenzaba a creer realmente en las palabras de Naraku.

—Mierda—murmuró Inuyasha, con enfado al ver como la luz del sol comenzaba a desaparecer.

Inuyasha salió del agua disparado, vistiéndose de manera rápida porque su cuerpo le avergonzaba.

No importaba cuántos baños se diera, no podía eliminar aquellos toques. Se esforzaba tanto en eliminarlos de su mente, en no pensar en ello, en eliminar todo lo relacionado a Naraku. Pero a cualquier pequeñez los recuerdos llegaban más rápido que un rayo; Un sonido desconocido, las sombras de árboles que en cualquier momento podrían tomar un aspecto aterrador, el silencio, el roce de las telas sobre su piel al vestirse o desvestirse... Cualquier leve cosa lo angustiaba.

Los moretones se habían ido, las heridas ya no necesitaban de vendajes -aunque a Inuyasha no le gustaba mostrarlas-. Le estaba tomando un poco más de tiempo a su cuerpo en recuperarse como normalmente lo haría: la mayoría de las heridas expuestas habían cicatrizado, las heridas más pequeñas desaparecido a la vista. Y, sin embargo, seguía sintiendo dolor en algunas partes de su cuerpo, al parecer sus heridas internas seguían siendo delicadas.

Tal vez se debía a que comenzaba a realizar todo aquello que se le prohibió, tal vez porque era demasiado duro consigo mismo al querer sentirse limpio, o el hecho que no estaba durmiendo ni alimentándose bien, o simplemente todo ese malestar físico era parte de su imaginación. Sea como fuera, para Inuyasha, recuperarse le estaba tomando demasiado. Pero, a diferencia de su estado físico, emocionalmente aún no había progreso.

Ya habían pasado varias semanas desde el día que su tormento terminó y volvió a retomar su "libertad", pero el sentimiento de cautividad aún no lo dejaba: No se sentía libre, Inuyasha tenía la sensación de que Naraku todavía seguía por ahí buscando alguna oportunidad para tomarlo. No podía cerrar los ojos sin imaginar que lo observaban o que volvería a la oscuridad de la cueva, y en cada despertar tardaba en saber dónde estaba, tardaba en sentirse seguro. Y, sobre todo, tardaba en aceptar que ya no estaba en aquella pesadilla.

Necesitaba liberarse, sacar todo lo que le aquejaba, lo que lo lastimaba, lo que no lo hacía dormir por las noches. Sin embargo, no quería que lo odiaran, más de lo que ya lo hacían, no quería que sintieran lástima por él, que estuvieran a su lado por simple compasión y obligación: No quería que supieran sobre su vergüenza.

De vez en cuando, Inuyasha descargaba todas sus frustraciones a un árbol cercano o árboles, lo que fuera necesario para hacerlo sentir menos abrumado. En el mejor de los casos, lo aliviaba por unos minutos, en el peor, simplemente le traía más frustración.

Inuyasha agitó su cabeza para abandonar sus pensamientos. Tenía preocupaciones más importantes como buscar un lugar seguro; Inuyasha tenía que evitar situaciones de riesgo como lugares solitarios, oscuros, lugares encerrados, lugares donde estuviera demasiado expuesto, donde hubiera demasiado ruido, donde no hubiera ruido porque le recordaban en su tiempo de encierro... la lista podía seguir.

Muchos lugares se convertían en situaciones peligrosas y muy pocas en lugares seguros.

En estos tres días era lo suficientemente difícil encontrarlo, parecía imposible, y ciertamente por el momento no había encontrado uno. Terminaba por aceptar reposar sobre alguna rama de un árbol alto y robusto donde pudiera ver la luna, y siempre manteniéndose alerta ante cualquier sonido o movimiento durante su estancia. Por las noches no dormía, pero cuando el sol estaba en su apogeo sus ojos se volvían pesados obligándole a descansar brevemente en un lugar tranquilo.

El ocaso aún no terminaba, pero con cada segundo Inuyasha se ponía más nervioso. Temiendo que la oscuridad cayera sobre él.

Al no contar con su olfato y su esfuerzo aun siendo escaso seguía siendo vulnerable ante el peligro, por lo que tenía que basarse en las auras que pudiera percibir. Se había encontrado con algunas, pero siempre las evitaba antes de ser detectado, o simplemente los otros seres no tenían interés en él. Existía uno especial el cual Inuyasha evitaba con fervor: Sesshomaru.

El sonido de unos crujidos de ramas y caídas de hojas de un árbol cercano, asustaron a Inuyasha y lo sacaron de su ensoñación. Inuyasha detuvo su andar, alejándose de la fuente del sonido; Gruñendo y flexionando sus garras para atacar si fuera necesario.

El sonido permanecía más feroz, ramas pequeñas se quebraron e incluso unos fuertes sonidos guturales se hicieron presentes. Inuyasha contrajo sus orejas hacía atrás y su valentía a perecer. Su mente a jugar de nuevo con sus pensamientos, desconociendo a lo que se enfrentaba, pero teniendo una idea de quien pudiera ser. La idea sólo le hizo ser más temeroso.

Finalmente, lo que se ocultaba en el árbol salió. Eran una parvada de aves, unas de color negro y otro color grisáceo con un plumaje blanco en su pecho que las caracterizaba.

Son solo pájaros..., pensó con amargura, regañándose internamente por su fácil susceptibilidad a asustarse. Por poco iba a darle un ataque de pánico por unas simples aves, no era la primera vez que le daban por una tontería.

Cansado de las discusiones de las aves que transmitían gritos profundos y cavernosos, Inuyasha palmeó con fuerza sus manos.

De inmediato las aves detuvieron sus luchas; los negros se dispersaron huyendo de la escena, mientras que las otras tomaron un pequeño huevo que estaba magullado y se lo llevaron.

Inuyasha cerró los ojos pesadamente para tranquilizar sus pensamientos y su respiración laboriosa; Inhaló y exhaló suavemente de manera profunda para aclarar su mente.

Los rayos del sol se mitigaban, pero Inuyasha tenía que mantenerse tranquilo antes de seguir buscando refugio, su mente aún estaba alterada y su corazón agitado. Tenía que calmarse a no ser que quisiera otro ataque de pánico.

El viento golpeaba las hojas de los árboles y sacudían su cabello húmedo. Escuchaba los sonidos imperceptibles para el oído humano. El bosque nunca era silencioso, siempre había sonidos, pero no le aterraban porque se escuchaban lejanos. Incluso fueron percibidos los olores más penetrantes del bosque como la humedad y algunos aromas de ciertas flores. Existía la paz y tranquilidad. Inuyasha estaba acostumbrado a todo ello, sin embargo, ya no lo veía como antes. Siempre existía algo y todo empezó ese día.

—¿Qué me está pasando? — preguntó a la nada.

Detrás de él, un arbusto sonó inquieto, lo que alteró de nuevo al medio demonio.

Maldita sea, me relajé demasiado, se dijo a sí mismo. Miró hacía atrás inseguro. Una liebre salió del arbusto olfateando y después corrió de nuevo volviendo por donde había salido.

Inuyasha sonrió amargamente hacía su estupidez. Y se dedicó a darse prisa en buscar refugio.

Tanto andar por los alrededores fue en vano. Ningún lugar cumplía sus características para considerarlo refugio. Al final, la oscuridad fue en aumento hasta que finalmente la luna creciente se mostró en el cielo. Inuyasha no podía seguir vagando en la oscuridad y con tanto peligro latente.

Después de algunos ataques de pánico por cosas absurdas, se negó a dejarse llevar por su sentido de autopreservación. Por desgracia, cuando los sonidos fueron pertenecientes a voces de hombres desconocidos y sonido del chirrido de armaduras, fue demasiado tarde.

Inuyasha no quería enfrentarse a ellos, a pesar de que ellos se acercaban al lugar donde él había adoptado un árbol para descansar. Podría haberlos evadido sin problemas, pero cuando mencionaron sobre que iban tras la perla, Inuyasha no pudo huir. Ellos hablaban sobre un plan, y era evidente que entre todas sus habladurías no tenían pensado dejar a alguien con vida.

Algo en él le obligo a darles cara, aquellos pensamientos de protección, valentía, de seguridad. O el simple pensamiento de no ser un inútil y demostrarse algo a sí mismo. No importa lo que haya sido, ya no había tiempo de arrepentimientos. Los hombres lo encontraron primero.

—¡Miren! —gritó un hombre de estatura media pero muy robusto. Señaló hacía el árbol donde Inuyasha descansaba.

—Idiota, no grites o atraerás a más, puede que no venga solo—comentó otro hombre, acercándose.

Los hombres no lucían como aldeanos, parecían más bien bandidos... muy bien armados y vestidos; Portaban armaduras tal de un samurái y cubrían su rostro con un Mempo.

Sin previo aviso una flecha fue lanzada hacía él, lo que hizo que el medio demonio bajara del árbol con torpeza por el ataque inesperado.

Inuyasha no podía especificar con exactitud cuántos eran, tres se mostraban, pero pudiera ser que hubiera más por allí porque podía escuchar algunos otros murmullos detrás.

—Es uno de esos monstruos—Comentó uno de los hombres con irritación.

La mención hizo enojar a Inuyasha; Los aldeanos siempre se lo habían dicho, Shippo le había dicho exactamente lo mismo cuando Kagome cruzó el pozo por su culpa, Naraku se lo repitió constantemente... y lo que le hizo a Kagome... realmente le hacían pensar que era uno.

Bien, si soy un monstruo, entonces actuaré como tal.

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Sesshomaru todavía podía sentir las breves miradas de Jaken en él, le era irritable, pero el demonio verde estaba siendo silencioso. Rin se había vuelto más preguntona, una característica similar a la joven sacerdotisa de vestimenta extravagante, al parecer se contagiaba entre humanos. A pesar de que su grupo actuaba de forma diferente, no era el problema de Sesshomaru.

Días después que dejó a Inuyasha con los humanos, demonios comenzaron a acercarse al pueblo humano. El rumor sobre la perla se esparcía y atraía la atención de los seres que buscaban tal poder. Sabiendo que Inuyasha no estaba en condición de enfrentarlos, ni el grupo de éste, Sesshomaru tenía que hacerse cargo. Negando como de costumbre sus actos a la preocupación por su medio hermano y grupo. Diciéndose a sí mismo que solo era para saldar una deuda.

Ellos cuidaron de Rin y Jaken, por simple honor tenía que hacer lo mismo.

Ningún rival era algún reto para este Sesshomaru. Sin embargo, no dejaban de ser una molestia. El gran demonio puro, utilizaba su aura para espantar a los demás demonios, le temían era evidente, pero ninguno tenía intenciones de acercarse a él, solo a la perla. Lo que ocasionaba que por ambición desobedecieran a la peligrosa aura de Sesshomaru.

Sesshomaru desconocía la recuperación de su hermano y los humanos, tampoco tenía intenciones de visitarlos. Las promesas que hizo el día que lo encontró aún permanecían frescas en su mente, pero no las había faltado: Inuyasha no estaba solo y sabía que el grupo era incapaz de hacerle daño. Por lo que Inuyasha estaba seguro. Aunque tenía que verse obligado a visitarlos pronto.

Sesshomaru esperó paciente que Rin, Jaken y Ah-Un durmieran, para explorar los alrededores donde estaban asentados en busca de peligros.

La noche era tranquila, pero Sesshomaru estaba atento. Muchos de los demonios esperaban el anochecer para atacar, y también, no solo los demonios eran peligrosos, existían humanos que buscaban enriquecerse con la perla.

Sesshomaru no entendía tal importancia por una simple roca, sí era consciente de la cantidad de poder considerable que le entregaba al portador. Pero no se comparaba a su nivel. Así que no la necesitaba ni le interesaba.

Durante el recorrido que hizo para vigilar los alrededores encontró a algunos demonios menores, fácilmente mató a las bestias. Se alejó de la aldea humana para buscar si más lejos del lugar acechaban más criaturas y así no tener que molestarse más tarde en enfrentarlos. Pero conforme más se alejaba, un olor particular le llegaba.

Tengo que continuar, pensó Sesshomaru con una urgencia que no era digna de él.