Comprendí que el orgullo y la arrogancia, aunque son una defensa para ser diferente, son una lamentable defensa.
Andrzej Sapkowski.
—x—x—x—
—¿Qué te hace pensar eso?
—Estas aquí—respondió Inuyasha, suavemente, teniendo el valor para mirarlo. La expresión del demonio no cambió.
—Puedo estar donde yo quiera, eso no lo justifica— Fue la abrupta respuesta.
—Tú, tú me sacaste de ese lugar. Podrías haberme dejado.
—¿Y dejarte morir en un lugar vil?, los humanos no me hubieran dejado en paz si lo hubiera hecho. No me extraña que pertenezcan a tu grupo.
Ya no son mi grupo más, Inuyasha pensó con pesar.
Sesshomaru evitó la mirada y miró hacía la luna y el gran cielo oscuro—. ¿Dónde está tú guarida? —preguntó.
—Yo no tengo una—respondió Inuyasha.
—¿Haz estado lejos de los humanos sin un refugio?, Dada tu condición es peligroso.
—¿Peligroso?, ¿Mi condición?, ¿Desde cuándo te importa mi condición o seguridad? —cuestionó Inuyasha, entre la expectación y el enfado. Había añorado en sus años de infancia un tipo de relación por lo menos decente con Sesshomaru, pero sólo había conseguido desprecio y odio. En vez de pensar en los aspectos positivos de su extraña y floreciente preocupación el uno por el otro, Inuyasha se concentró en todo lo malo.
Sesshomaru levantó una ceja, con su apariencia inflexible, abrió la boca para hablar, pero Inuyasha sabía que sería otras más de sus palabras sin sentido, negando todo y sin responder verdaderamente nada.
—¡Cállate! —interrumpió de inmediato Inuyasha, con su expresión y voz hecha una furia—. Estoy cansado de oírte, tú y tus estúpidos enigmas. ¡Déjame solo, no te necesito, no necesito nada de nadie!
Sesshomaru guardó silencio, la explosión del comportamiento de Inuyasha no le fue sorpresiva, pero sí le era incomprensible de cómo seguir a continuación, estaba atravesando por terrenos desconocidos, y no sólo eso, Inuyasha tampoco parecía tener intención de detenerse.
Inuyasha continuó discutiendo, reclamando el abandono, alegando que podía defenderse solo, repitiendo mil veces que no necesitaba de nadie, ladrando que Sesshomaru se largara y no volviera nunca a su vida. Y Sesshomaru simplemente se quedó ahí, escuchando impasible cada insulto mordaz, queja y palabra de odio. Sin embargo, su expresión cambió poco después.
A pesar del ceño fruncido, postura rabiosa y odio malsano en la voz del media sangre. Sus ojos eran traicioneros, sorprendiendo a Sesshomaru; Los ojos de Inuyasha estaban cristalinos, mostraban la agonía y miseria que sufría en silencio. Le confesaban a Sesshomaru todo el remolino de emociones dentro de él. Reflejaban el sufrimiento, sin ni siquiera admitirlo.
El griterío lentamente fue disminuyendo, escuchándose más tembloroso, entrecortado y roto. Las lágrimas acumulándose rápidamente alrededor del borde de los parpados y parecían que iban a rodar en cualquier momento. Inuyasha de pronto se sintió mareado, demasiado débil; Sus ojos ardían, su garganta dolía y su cuerpo se sentía tan helado que sus articulaciones se sentían rígidas.
—Sólo... vete—murmuró Inuyasha débilmente.
—Estás sangrando— dijo Sesshomaru.
Inuyasha se consternó ante el recuerdo, después sus características se apagaron y con voz pequeña e inaudible respondió: —No es mía.
—Lo es—afirmó Sesshomaru. La pestilencia humana era evidente, pero Inuyasha estaba sangrando porque ese olor, Sesshomaru lo reconocía.
Sesshomaru caminó hacía Inuyasha. El joven medio demonio se puso nervioso, y dio un paso hacia atrás, pero eso no contuvo a Sesshomaru. Sin embargo, éste se detuvo a una distancia razonable.
—Toma la espada y vámonos—pidió.
—He dicho que no voy a volver—repitió Inuyasha, pero ahora sin ninguna emoción.
Sesshomaru guardó silencio un segundo y dijo: —Ya no dije que regresarías.
De nuevo, el demonio tendría que cargar con su hermano, sabía que los humanos no eran una opción si Inuyasha tenía la terquedad de por medio.
Inuyasha se sorprendió por lo mencionado, confuso por las palabras dichas. Entonces, ¿A dónde iría?
—Necesitas darte un baño, eliminar todo...—habló Sesshomaru, interrumpiéndose para darle una mirada de arriba a abajo al cuerpo estremecido y lúgubre de Inuyasha—... eso y atender tus heridas—dijo al final—. ¿Puedes caminar? —cuestionó, observándolo con seriedad.
Inuyasha se quedó atónito, aún con las lágrimas formuladas en sus ojos, pero sin liberar ninguna todavía. Asintió con la cabeza, sin palabras.
—En ese caso, vámonos, no tenemos toda la noche—ordenó Sesshomaru, dando media vuelta y dirigiéndose a la espesura del bosque.
Sesshomaru no le había escuchado nada, y, sin embargo, Inuyasha no quería protestar más. Todo estaba demasiado oscuro, demasiado peligroso, y él no tenía fuerzas para soportar otra lucha por la supervivencia. Con su conflicto interno entre no querer estar solo, pero tampoco acompañado, tomó la espada con lentitud y cuidado. Parecía irreal, pero aquella espada se sentía demasiado pesada como la primera vez que la tomó. Podría ser la propia vergüenza de Inuyasha que le imposibilitaba sostenerla como era debido, las heridas de Inuyasha que simplemente se aquejaban hacía cualquier acción, o Tessaiga que ya no quería ser tocada más por él.
—Inuyasha—escuchó el llamado de Sesshomaru. Los pasos del demonio ya no podían ser escuchados, Se ha detenido¸ pensó Inuyasha. Sesshomaru lo estaba esperando.
Inuyasha tomó la funda y envainó la pesada espada. Se colocó el arma a su costado como siempre lo hacía. Miró hacía atrás, en dirección opuesta a Sesshomaru, ¿Debería?, Se cuestionó. Podría correr y alejarse de Sesshomaru y estaba seguro de que el demonio no lo perseguiría, pero sus piernas no soportarían tal exigencia. Verdaderamente se sentía mal. Aparte, otros temores le aquejaban: ¿Y sí él -Naraku- seguía ahí?, negó con la cabeza ante tal pensamiento, pero...
Se escuchó de nuevo el sonido de los pasos, indicando que Sesshomaru estaba marchándose, alejándose.
Inuyasha ya no pensó más y caminó con prisa detrás de Sesshomaru. Cuando logró conseguir el ritmo de Sesshomaru, se ralentizó para alejarse, aunque siguió cerca.
Sesshomaru caminó más despacio de lo que haría normalmente, simplemente para asegurarse que Inuyasha siguiera el paso. Podía escucharlo detrás, con sus pasos inseguros y ruidosos; Inuyasha arrastraba los pies, pero Sesshomaru no se quejó por ello. Sesshomaru apreció el silencio que los rodeaba, a pesar de que la atmosfera era tensa y podría decirse incómoda.
Tal silencioso momento no duró mucho.
—¿Me odias? — preguntó Inuyasha, en voz baja.
—¿Quieres seguir con esa conversación? —cuestionó Sesshomaru, con su natural comportamiento, aunque la irritabilidad era perceptible.
—Nunca me respondiste.
—Nunca me diste la oportunidad—respondió Sesshomaru.
Inuyasha se detuvo un segundo, después continuó en silencio, admitiéndose a sí mismo que Sesshomaru tenía cierta razón. Inuyasha ya no dijo más y realmente, tampoco esperó nada de Sesshomaru. El demonio tenía la habilidad de escabullirse de las preguntas y dejarlo con más dudas que respuestas.
—Rin también me lo preguntó—confesó Sesshomaru, lo que sorprendió a Inuyasha.
—¿Le respondiste? —preguntó Inuyasha, suavemente, con genuina curiosidad.
—No lo hice.
—¿No?
—No.
Ambos se quedaron silenciosos, sosegados, caminando con discreción a través del bosque.
—¿Todo este tiempo has estado intentado matarme sin ninguna razón? —volvió hablar Inuyasha con intriga, pero su voz era inexpresiva.
—Te equivocas, lo había.
La respuesta inmediata llegó a Inuyasha —. Ambos lo sabemos, es porque soy un hibrido. Es porque mi madre era humana, yo soy la mitad de eso y tu odias a los humanos. Pero, llevas a esa niña humana contigo. Eso te convierte en un gran hipócrita.
—Tienes razón—Sesshomaru cortó antes de escuchar las palabras malsonantes de la boca de Inuyasha, porque estaba seguro de que las diría; Inuyasha tenía tan poca educación—. En parte lo fue.
—¿Hay más razones aparte de que soy un sucio hibrido?
Sesshomaru dejó pasar el tono tan despectivo que Inuyasha utilizó para sí mismo—. Las había, o eso creí.
—¿Entonces?
Sesshomaru esperó un segundo, dos, antes de responder —. La última vez que vi a nuestro padre, yo sabía que él iba a morir, incluso él también lo sabía. Muy bien podría haber vivido mil años más si se hubiera quedado, pero no lo hizo. Decidió ir detrás de... la mujer humana, y de ti.
Inuyasha guardó silencio, no preguntó más, ni hizo comentarios por la confesión inesperada, simplemente se quedó callado, esperando, porque sabía que había más historia detrás y si pronunciaba una palabra, sabía que rompería aquel extraño momento. Incluso aunque quiso corregirle, ya que no hablaba de una simple mujer humana.
Sesshomaru se silenció, recordando los detalles, cuando su cabeza estuvo en orden de nuevo, continuó: —Esa noche le exigí a Tessaiga, tener ambas espadas era mi derecho después de todo. Pero él se negó, no sólo fue esa noche, fue en todas y cada cuando la pedí. ¿Por qué no podía heredarla?, en aquél entonces no lo entendía—Sesshomaru se calló las demás palabras que tenía en él, como, por ejemplo: La forma en la que se sentía rechazado por su padre, lo muy celoso que estaba de Inuyasha. Sesshomaru era un demonio completo, e Inuyasha sólo era la mitad de eso, y sin embargo su padre le dejó encargada una de sus espadas más preciadas y poderosas. Y a él, Sesshomaru, a él simplemente le dejó una espada que no cortaba, que no pidió ni exigió en primer lugar. Aunque, eso era el pasado. Y él entendía ahora.
—Estabas enojado... y celoso—murmuró Inuyasha.
—Ciertamente, lo estaba.
Inuyasha se sorprendió, no esperó que su hermano hablara abiertamente sobre el tema, era inexplicable. Pero el demonio seguía implacable, con aquella actitud tan característica. Era asombroso. Inuyasha quería ser como él, que nada ni nadie lo perturbara.
—Cuando él murió, aumentó mi aversión a los humanos, a ti... y a padre.
—Yo no pedí nada de eso—Inuyasha habló, con voz pequeña, susurrada.
—Lo sé. Estaba equivocado, después lo entendí.
—¿Entendiste qué? —cuestionó Inuyasha. La respuesta aparentemente no se diría, porque Sesshomaru no dijo ya nada. Inuyasha creía que Sesshomaru sería evasivo de nuevo después de haber confesado tanto, pero Inuyasha estaba tan ansioso en saber más, en conocer la respuesta que no prestó atención al suelo, sino que miraba a Sesshomaru. Lo que ocasionó que tropezara con una roca.
Inuyasha no reaccionó lo suficientemente rápido, y su cuerpo se sentía tan frío, adolorido y desobediente que esperó a recibir el impacto y la escena vergonzosa ante Sesshomaru. Nada de eso sucedió, algo firme lo sostenía por su brazo no dañado, tan cerca del hombro. Seguía inclinando y a unos pequeños centímetros de la tierra, pero algo también lo sostuvo de su ropa por la espalda y lo estiró hacía atrás. Levantándolo. Inuyasha jadeó un poco sobresaltado por la acción, la sorpresa y las dolencias.
Sesshomaru estaba tan cerca, ¿Cómo llegó ahí?
—Pero que torpe—murmuró Sesshomaru—¿Puedes-...?
—Estoy bien, puedo caminar—interrumpió Inuyasha, no avergonzado, misteriosamente no temeroso a la cercanía y sin ningún deseo de luchar.
Sesshomaru notó de inmediato porque Inuyasha no se asustó, no reclamó y se mantenía tan impasible. El medio demonio se mostraba enfermizamente pálido, demacrado y cansado.
—Andando, tenemos que darnos prisa—Sesshomaru dijo, soltando cuidadosamente a Inuyasha. El medio demonio se tambaleó un poco, por lo que Sesshomaru estuvo alerta por si volvía a caer.
—Estoy bien—aclaró Inuyasha, una vez que ya no estuvo tan tembloroso.
Sesshomaru asintió con cierta desconfianza, le dio la espalda, volviendo a retomar su camino. Esta vez, pasando más cerca de los árboles para que Inuyasha pudiera sostenerse si lo deseaba. Sí que lo hizo, cada que Sesshomaru no escuchaba los pasos detrás, miraba cuidadosamente de reojo hacía atrás para percatarse que Inuyasha se sostenía de cada árbol cercano dando respiraciones dificultosas.
Está agotado, pensó Sesshomaru. Pero Inuyasha era orgulloso como para permitirse ayuda. Sesshomaru podría llevarlo sin más, pero el comportamiento de Inuyasha era incierto y lidiar con griteríos, quejas y todo de nuevo, no era algo que Sesshomaru quisiera soportar.
—A este paso llegaremos al amanecer—comentó Sesshomaru.
—Si tanta prisa tienes, vete y déjame—Inuyasha respondió, rápido y entrecortado.
Sesshomaru no dijo más, e Inuyasha tampoco. Siguieron a paso lento, retrasados, pero juntos. No llegaron muy lejos, ni al lugar al que Sesshomaru quería en primer lugar, pero había agua y grandes árboles para la protección. Eso era suficiente.
—Aquí—habló Sesshomaru.
Inuyasha observó el lugar, era igual que todo los demás a excepción del pozo de agua que le serviría para limpiarse.
Inuyasha se dejó caer, apoyado en la corteza del árbol, respirando difícilmente, con su cabeza mareada, confusa. Afligido, gélido y sintiendo que en cualquier momento sus extremidades se desprenderían de su cuerpo. Sus parpados le pesaban tan mal, que temía en cualquier momento cerrarlos; Tenía motivo para ello. No era el mejor lugar, una parte de su mente le gritaba peligro y vaya que lo era. Todo lugar era peligroso. Aunque, curiosamente, ya no tenía tanto miedo como cuando estaba solo. Tal vez era por la presencia de Sesshomaru, tan ajena, aterradora, pero extrañamente cómoda y segura.
No había preguntas, ni juzgamiento y no estaba Naraku. Simplemente era un silencio extraño y tranquilo. Inuyasha no quería dejarlo ir.
—¿Estás bien? —cuestionó Sesshomaru.
La pregunta hizo que Inuyasha se despejara un poco, pero no le prestó la debida atención. Miró a Sesshomaru, quien también lo observaba. Inuyasha no sabía si Sesshomaru lo miraba con preocupación, o algo, ya que el demonio poco expresaba. Pero había revelado tanto esa noche. No respondió a mi pregunta, Inuyasha se recordó. Una parte de él quería escuchar la respuesta, probablemente con ella encontraría la verdad que tanto estaba deseando, o una noticia que no quisiera escuchar. Tenía que preguntar, ya había permanecido tanto en la oscuridad—. N-no me respondiste... ¿Qué entendiste? —estaba hablando un poco ronco y vacilante.
Sesshomaru se mantuvo pensativo unos segundos, sin perder la vista de Inuyasha y respondió: —Lo mismo que tú.
—¿Lo mismo que yo? —preguntó Inuyasha, frunciendo las cejas en la confusión.
Sesshomaru asintió—Sí. Responde a mi pregunta—pidió.
Inuyasha estaba más que desconcertado —Tú no...
—Respondí a tus preguntas, incluso a la última. Es tu turno.
Inuyasha no tenía fuerzas para discutir, si las tuviera renegaría hasta saber. Pero estaba adolorido y débil. Ya no podía pedir más de Sesshomaru, aunque lo quisiera—. ¿Cuál era la pregunta?
—¿Estás bien? —repitió Sesshomaru, sin mostrar enfado por ser ignorado.
¿Estoy bien?, se cuestionó Inuyasha a sí mismo. Una pregunta simple, una pregunta que le habían realizado mucho últimamente. Siempre daba la misma respuesta, o a veces simplemente ignoraba la pregunta. La respuesta la tenía en automático, así que vaciló para responder, pero las palabras no salían. No estaba siendo sincero.
Sesshomaru miró a Inuyasha esperando una respuesta, pero Inuyasha no respondió. Sesshomaru sabía que no le respondería y que, sí lo hacía, le mentiría. Dispuesto a renunciar al tema, Sesshomaru se alejó.
—¿A dónde vas? —preguntó Inuyasha en un frágil susurro.
—A hacer fuego—respondió el demonio. Para Sesshomaru no era necesario el calor, la temperatura ni siquiera estaba tan fría, sin embargo, Inuyasha sí la necesitaba.
Inuyasha miró atónito a Sesshomaru, el demonio no estaba alejándose demasiado. Pero Inuyasha comenzaba a ponerse nervioso.
—Deberías meterte al agua—aconsejó Sesshomaru.
Inuyasha observó el charco, parecía en orden y era tentador dado que la sangre seguía arraigada a su piel y vestimenta. Se levantó con torpeza y caminó con lentitud hacía el agua. Estaba a punto de desvestirse, pero se recordó que no estaba solo—. N-no mi-mires—tartamudeó Inuyasha, avergonzado, distrayéndose con el suelo.
—No tengo intención— fue la respuesta de Sesshomaru.
Y eso fue suficiente para que Inuyasha siguiera con lo suyo.
Inuyasha entró al agua tan rápido como se había desvestido. El agua estaba helada, demasiado helada que casi le era imposible ignorar. Eventualmente, su cuerpo se fue aclimatando. Su cuerpo se relajó, su mente se despejó de todo malestar y las dolencias se desvanecieron para convertirse en soportables. Daba miradas furtivas para ver que realizaba Sesshomaru, el demonio ya tenía fuego y simplemente se quedó ahí pensativo. Debió de sentir la mirada de Inuyasha, porque el demonio devolvió la mirada. Inuyasha se avergonzó e intentó esquivar la visualización, pero de nuevo su interés se despertó cuando Sesshomaru caminó hacia él. Aquella curiosidad se convirtió en temor.
Lo sabía, Lo sabía, Inuyasha pensó con alarma, alejándose de la orilla, e ingresando más al agua con cada cercanía. El demonio estaba demasiado cerca, e Inuyasha comenzó a hundirse en el agua, al punto que sólo su nariz, ojos y orejas sobresalían.
Sesshomaru levantó una ceja, tomó la ropa de Inuyasha y se la arrojó—. Deberías lavar esto, apesta—ordenó.
Cuando Sesshomaru se alejó, Inuyasha tomó su vestimenta que yacía flotando en el agua. Maldito bastardo, ¿ahora qué voy a usar?, se preguntó Inuyasha, mientras tallaba con malhumor la mugre del ropaje. No tardó mucho para que la vestimenta se desprendiera del mal olor y la sangre. Inuyasha se acercó a la orilla y la dejó ahí. Sesshomaru volvió por ella y la colgó entre algunas ramas cerca del fuego para que se secaran.
Qué extraño, pensó Inuyasha. Ni en sus más remotos sueños Sesshomaru tendría una actitud semejante, incluso cuando Kagome le hablaba sobre las familias, no podía imaginarse sin estar peleando con su hermano mayor.
—¿Quieres salir? —preguntó Sesshomaru.
Inuyasha negó y volvió a las profundidades del agua. Se lavó con cuidado, tenía heridas abiertas que ya habían dejado de sangrar, pero eso no quería decir que dejaran completamente de dolerle. Con ello, recordó a los humanos que lo atacaron; El mundo no lamentaría la perdida de aquellos hombres, pero la forma en que los había asesinado. Inuyasha creía que estaba a solo pequeñitos pasos de convertirse en todo lo que siempre odio, en todo lo que Naraku le había dicho.
Incluso se estaba alejando de todo lo que una vez amó, y después estaba Sesshomaru. Inuyasha no pudo evitar volver a mirarlo, ¿Dónde encajaba el demonio en todo esto?, ¿Por qué estaba a su lado?... tantas y tantas preguntas que no tenían una respuesta clara. El demonio estaba ahí, impasible, mirando el cielo. ¿Qué le veía de interesante?, Inuyasha quería descubrirlo; Acaso era la gran luna, tan brillante e inmensa que daba cierta luz a la noche sombría, o era acaso las pequeñas estrellas que adornaban la noche. A Kagome siempre le fascinaba mirar las estrellas, diciendo que eran hermosas y alegando que en su tiempo no existían tantas en cantidades brillantes, para Inuyasha eran simples estrellas que ya había visto mucho, y no le producían tal encanto, pero ahora, ahora era como si las mirara por primera vez. Eran mucho más resplandecientes de lo que recordaba, había tantas y algunas tan unidas que podrían formar una figura, pero Inuyasha no tenía imaginación para eso.
Posteriormente, la realidad lo golpeó. Y volvió a mirar a Sesshomaru, prestándole más atención, notó que no era verdaderamente la vista lo que lo cautivaba, parecía pensativo, y después Inuyasha recordó lo que le faltaba: La niña y el demonio verde.
Inuyasha tenía más preguntas en él, hasta que notó que los afilados ojos dorados lo observaban—. ¿Ya quieres salir? — cuestionó Sesshomaru.
—No tengo nada que ponerme—respondió Inuyasha.
Sesshomaru comenzó a desvestirse de sus prendas superiores, dejando a Inuyasha demasiado consternado.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó el medio demonio, perplejo.
—Necesitaras secarte—fue la simple respuesta del demonio.
—¿Pero tú...?
—No tengo frío—cortó Sesshomaru.
Inuyasha negó con la cabeza—No, no, no quiero. No saldré de aquí hasta que tenga mi propia ropa.
Sesshomaru miró a Inuyasha con ojos estrechos—No seas ridículo, siguen húmedas.
—No me importa.
Sesshomaru frunció el ceño, molesto—Deja tus estupideces de lado, enfermarás si sigues actuando de esta manera.
—No importa, entonces no saldré.
Sesshomaru sin su armadura y con el hitoe en sus brazos, dijo: —No miraré si es lo que te preocupa.
—No, no voy a salir.
—Tú idiota, terco...—gruñó Sesshomaru. El demonio estaba en un conflicto interno, después suspiró malhumorado. Caminó hacía la ropa, tomando las que no estuvieran tan húmedas y se acercó a regañadientes al agua. Acomodó las prendas en una roca cercana —. No tardes mucho—dijo, y se alejó.
Inuyasha salió con cautela, asegurándose de que Sesshomaru no mirara, se vistió con avidez a pesar de las protestas musculares. Su cuerpo le exigía descansar, y con razón, Inuyasha cuidaba tan poco de sí mismo para lo que se permitía. Con pesadez se acercó a la fogata, su ropa seguía húmeda y sólo le fue dado sus pantalones y kosode. Se acercó tanto al fuego como era posible y se hizo como un ovillo para mantener el calor; con sus rodillas tan pegadas a su pecho y abrazándose a sí mismo.
De pronto, sintió como algo le caía encima, era una tela, tan cálida y con un olor seguro y extrañamente familiar. El hitoe de Sesshomaru—. Yo no... —protestó Inuyasha.
—Úsalo—interrumpió Sesshomaru—. No voy a lidiar contigo enfermo.
Inuyasha quería quitárselo, pero era tan acogedora y redujo rápidamente las heladas del ambiente. Se cubrió con ella. Tan suave y cómoda.
Inuyasha quería agradecerle a Sesshomaru, el demonio había hecho tanto—. No tienes por qué hacerlo—musitó tan tenuemente, con el cansancio y debilidad de vuelta.
Sesshomaru no gesticuló palabra, y no dio reacción. Siguió de pie cerca del fuego y cuestionó: —¿Tienes hambre?
Inuyasha negó con la cabeza lentamente. Sesshomaru estaba siendo tan amable, a pesar de que Inuyasha le había dicho tantas cosas malas y odiosas. A este punto, Inuyasha estaba terriblemente agotado, por una vez, sintiéndose que podía descansar en paz desde, desde... Inuyasha cerró los ojos, no queriendo pensar más y dejarse llevar por la somnolencia. Pero el sueño era un arma de dos filos, y uno de los peores miedos de Inuyasha en estos momentos era despertar en aquel terrible lugar y tener que admitirse que todo fue una ilusión bien planeada de Naraku.
Las lágrimas silenciosas resbalaron por su mejilla, ¿Por qué ahora todo parecía hacerlo llorar?, las lágrimas fluían sin que Inuyasha pudiera hacer nada para detenerlas. Se cubrió más con el hitoe de Sesshomaru, e intentó aparentar no existir más, sus orejas tan firmes sobre su cabeza. Agradecía que Sesshomaru no lo estuviera mirando.
Debo de ser la cosa más patética del mundo, Inuyasha pensó para sí. El sollozo se hizo más difícil, el bagaje emocional siendo demasiado insoportable.
Sesshomaru al principio intentó ignorarlo, porque la imagen era difícil de ver. Pero después fue inevitable. No había palabras que decir, las últimas habían alterado a Inuyasha cuando intentó reconfortarlo. Estaba en una situación complicada. Y después recordó las acciones que habían funcionado bien la última vez, podrían molestar a Inuyasha, pero dado el estado en el que estaba. Parecía ser la mejor opción.
Se acercó con lentitud y cautela al muchacho devastado. Se posó a su lado, sentándose gradualmente alrededor del hibrido. Inuyasha se tensó y se abrazó más a sí mismo, ocultando su rostro. Sesshomaru no dijo nada, porque sabía que sería ignorado o perturbaría más el estado errático del medio demonio.
Con recelo, pasó su mano lentamente por la espalda de Inuyasha, llegando a su brazo, tocándole con cuidado, recordándose que Inuyasha estaba herido. Inuyasha tembló más y su llanto se volvió más arduo. Sesshomaru se quedó quieto, esperando, sin el control de la situación, sin saber realmente como continuar.
Poco a poco Inuyasha fue inclinándose hacía Sesshomaru, hasta que quedó junto a él, recargándose. Inuyasha enterró su rostro en Sesshomaru y el llanto vino aún más laborioso y entrecortado.
El agarre de Sesshomaru a Inuyasha se volvió más firme y protector. El demonio permitió que se desahogara como la primera vez, pero también, las sensaciones que Sesshomaru sintió ese día volvieron. Eran sofocantes y no bienvenidas. Sin embargo, sus sentires dejaron de ser importantes cuando escuchó un sonido tan inaudible que casi le pasa desapercibido.
—N-n-no e-estoy bien—declaró Inuyasha, con una voz tan ligera y desgarrada.
De entre todas las personas que Inuyasha tenía: La miko, la exterminadora y el monje. Inuyasha escogió la peor posible, alguien con quien ni siquiera convivía, quien no tenía ni idea de los sentimientos de los demás, o de cómo actuar para reconfortar a alguien. Tan cercanos, pero tan distantes al mismo tiempo. Pero el medio demonio estaba tan destrozado, necesitado, que Sesshomaru no podía rechazarlo.
—S-sólo, sólo quiero que se detenga—confesó Inuyasha, murmurando lastimosamente.
Sesshomaru sin despegarse de Inuyasha, y tomando una posición más cómoda. Abrazó a Inuyasha, envolviéndolo entre sus brazos y estola. Inuyasha se refugió más, siguiendo con sus lamentos. Sesshomaru le había entregado su hitoe, así que estaba expuesto, pero seguía brindando calor corporal. Fue incómodo sentir las lágrimas en él, pero a quien le importaba. La forma en la que Inuyasha se aferraba a él, expresaban mucho y provocaban en Sesshomaru un sentimiento inexplicable.
