Tú serás mi responsabilidad el día que menos te des cuenta.
Jorge Franco
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Inuyasha luchó contra la inconciencia. Sabía que si cerraba sus ojos se perdería y volvería a aquella oscuridad que tanto temía. La simple idea le traía recuerdos desagradables como tempestad, reforzando toda terquedad para no rendirse.
No se separó del tacto de Sesshomaru por mucho que quisiera, y tampoco recordó en qué momento le había correspondido; sus manos envueltas firmemente al torso del demonio.
Sí alguien le dijera que estaría en una posición tan indefensa y patética frente a Sesshomaru se hubiera reído, maldecido y retado a cualquiera por tales pensamientos estúpidos. Pero aquí estaba, refugiado en los brazos de Sesshomaru. Tan fuertes, seguros y desconocidos.
Unos susurros temerosos le gritaban que escapara, que tarde o temprano aquellos brazos lastimarían. Su orgullo le dictaba que el afecto ofrecido sólo era vergonzosa pena y caridad. Su autopreservación gritaba peligro. Pero, una parte de él suplicaba por esta atención no maliciosa. Quería esta seguridad, este calor, el apoyo de tener a alguien más ahí para él, necesitaba este conocimiento de que no sería abandonado de nuevo. Y su cuerpo y corazón tan traicioneros le obligaron a permanecer refugiado en el pecho firme y cálido. Le obligaron a relajarse, a solo sentir y escuchar ese rítmico y persistente palpitar que era tan similar a un taiko.
Inuyasha estaba realmente agotado. Sentía sus ojos hinchados y adoloridos, su garganta seca, su estómago revuelto llenó de estrés, y su cuerpo tan lánguido y afligido como para intentar algo.
Por la quietud de la situación, y los sonidos tan relajantes de respiraciones tranquilas de Sesshomaru. Toda lucha por la conciencia era dura. Sus ojos cansados comenzaban a caer, su visión a nublarse y los cabeceos a ser más insistentes.
En un acto desesperado, Inuyasha mordió el interior de su mejilla con la fuerza suficiente para distraerse. El sabor a plomo lo despertó alerta. La energía restante se concentró en el dolor, haciéndole incapaz de pensar en otra cosa.
—Debes descansar— dijo Sesshomaru, tranquilizadoramente, como si pudiera percatarse de la memoria perversa—. Vigilaré.
—No, no... no quiero—Inuyasha respondió, débilmente, su garganta sintiéndose a carne viva.
—No fue una pregunta.
Inuyasha soltó una pequeña risa, que sonó más como un bufido lloroso. Ordenes, ordenes, ordenes, siempre ordenes..., pensó amargamente.
—... No puedes seguir de esta manera, Inuyasha.
Puedo y lo haré, Inuyasha quería responder, en cambio su comentario fue otro: —No, no puedo—admitió silenciosamente.
Se mantuvieron callados, ninguno de los dos forzando al otro hablar, simplemente se quedaron sosteniéndose mutuamente; Sesshomaru dispuesto a cumplir sus promesas e Inuyasha aferrándose a su línea de vida.
Sabiendo que Inuyasha no escucharía, y que la posición comenzaba a ser una molestia. Sesshomaru decidió moverse para buscar su propia comodidad: Deslizó uno de sus brazos debajo de las rodillas del más joven y con el otro, apoyando cuidadosamente la espalda. Diligentemente se arrastró hacía la corteza de un árbol para apoyarse.
Toda la acción provocó que unos brazos ligeros se apretaran contra el torso de Sesshomaru y lo más similar a un quejido sonara.
—Shhh... está bien, todo está bien—susurró Sesshomaru.
Unas palabras suaves y caricias apacibles que frotaban círculos calmantes en la espalda de Inuyasha consiguieron consolarlo.
Al no ver renuencia en lo que hacía, Sesshomaru no dejó las tonterías de palabras serenas por unos segundos más y continuó con los patrones lentos en la espalda. Si Inuyasha no iba a dormir pese a los cabeceos y por su absurda terquedad de negación, Sesshomaru no tenía otra opción.
Segundos más pasaron y las respiraciones de Inuyasha se volvieron lentas y profundas. El olvido llamaba con impaciencia a Inuyasha, e Inuyasha estaba tentado a aceptarlo; Sus parpados caían pesadamente, sus extremidades comenzaban a adormecerse, su enfoque se volvió borroso y su mente fue atacada por una bruma sin sentido.
A pesar de todo, Inuyasha se las arregló para decir: —E-estoy tan cansado—con voz débil, ronca y somnolienta.
—Adelante, no hay nada que te lo impida.
—No, n-no. Él, N-na-naraku— La voz de Inuyasha se rompió, la respiración trabajosa volvió. Le tomó un momento para retomar la compostura, tuvo que respirar profundamente varias veces—. Volverá, volverá otra vez. Y yo, y-yo no quiero, no quiero volver ahí... —las palabras eran apenas audibles cuando llegaron al final. No lo soportaría, agregó presión y el calor se sintieron nuevamente detrás de sus ojos, su cara se sentía caliente, de pronto comenzó a sentirse muy enfermo por todo.
—No dejaré que eso suceda. Estoy aquí y lo estaré cuando despiertes... lo prometo— habló Sesshomaru, añadiendo lo último como una ocurrencia tardía.
Las palabras dichas tomaron por sorpresa a Inuyasha, le provocaron muchos sentimientos extraños que apuntaban a muchas direcciones diferentes. Deseaba creerle, pero sabía que eran falsedades. Ni siquiera se atrevió a mirar a los fríos ojos dorados para detectar la mentira, temeroso de encontrarse con la compasión.
—No prometas cosas que no quieres cumplir—farfulló Inuyasha, ásperamente.
—Si no pienso cumplirlo no lo hubiera dicho—fue la respuesta ágil de Sesshomaru.
La contestación tomó a Inuyasha desprevenido, esperó el silencio, pero no eso. No sabía si era sincero o solo lo dijo para que Inuyasha pudiera dormir, o incluso si su mente ya estaba soñando con conversaciones que no existían.
Pero se sentían bien, el agarre se sentía cómodo, seguro y real. Sobre todo real, y si cerraba los ojos lo perdería. E Inuyasha no quería eso.
—Inuyasha, si ya no tienes preguntas tontas por hacer, ahórrate las energías y descansa.
Inuyasha quería reír y llorar al mismo tiempo, Si, eso suena como Sesshomaru.
—¿Estarás aquí cuando despierte? —preguntó Inuyasha suavemente, como si no tuviera intención de ser oído.
—Ya te lo dije, lo estaré.
Había tanta seguridad en aquellas palabras que sonaban a kilómetros de distancia a causa de la oscuridad que se abalanzaba a Inuyasha. No tuvo mucho tiempo de pensar, una neblina negra comenzó a tragarse todo a su paso hasta que ya no supo más.
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Aquellas manos que se sostenían mutuamente con fervor se ablandaron conforme avanzaban las palabras de la anciana.
Miroku no podía creerlo, simplemente no. Eso simplemente es algo que no sucedía, no, su mente no lo aceptaba.
Naraku era un ser despiadado, cruel, sádico, pero eso... eso cruzaba los límites. No era posible. Estoy malinterpretando las palabras, se dijo a sí mismo. No tuvo valor para preguntar si estaba oyendo bien, su cerebro procesando toda información, y a pesar de que toda sospecha indicaba lo dicho por Kaede, seguía incrédulo.
Hasta que Sango preguntó lo que el no tuvo valor de hacer: —¿Quiere, quiere decir que Inuyasha fue... violado? — susurró, con emoción apenas contenida.
La última palabra sonó grotesca para los oídos de Miroku. Pero no se comparó al ver el asentimiento lento de la anciana.
—Sí... sí... me temo que sí—Kaede respondió, tristemente.
Sango murmuró algo, pero Miroku no escuchó. No podía prestar atención a nada después de la afirmación.
Miroku no podía soportar la idea de que su mejor amigo sufriera tal tratamiento, se sintió enfermó de tan solo imaginarlo: Cómo se debió haber sentido estar atrapado con Naraku de entre todas las personas, y que fuera precisamente ese ser que... ni siquiera podía pensar en la palabra.
La culpa lo corroía por dentro. Miroku abrió varias veces la boca para intentar decir algo, sin embargo, las palabras no salían. Sus hombros comenzaron a temblar suavemente, toda fortaleza de semanas amargas empezó a desmoronarse.
Sango decidió intervenir y volvió a sostener la mano del monje, a cambió él la miró. La exterminadora jamás había visto esos ojos azules tan devastados.
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El amanecer llegó demasiado rápido en opinión de Sesshomaru, parecía que hace tan solo unos segundos Sesshomaru seguía tratando de consolar a Inuyasha. Pero finalmente, por lo que pareció una eternidad el hibrido había caído en un sueño insondable.
Las respiraciones erráticas, el hipo, los estremecimientos y las lágrimas fueron remplazadas por respiraciones profundas, el silencio y la calma.
Sesshomaru estaba agradecido, Inuyasha necesitaba descansar todo lo que pudiera si quería tener la oportunidad de sanar sus recientes heridas adquiridas.
Las heridas, se recordó, no les había dado un vistazo y ahora que Inuyasha estaba siendo ignorante para el mundo, era una oportunidad para verificarlo.
Sesshomaru se separó un poco del cuerpo dormido y con una destreza cuidadosa, descubrió algunas capas de tela para poder mirar; Las lesiones no eran mortales y se notaban vagamente cicatrizadas. Era una sorpresa para el corto tiempo que había pasado, sin embargo, debería seguir siendo cuidadoso. En cuanto las otras marcas, casi ni se notaban, incluso las más horripilantes marcas de "dominación". Pero Sesshomaru jamás las olvidaría, ninguna de ellas.
Con el pensamiento, ese ardor furioso de nuevo lo invadía. Aunque tuvo que mantenerse al margen. Naraku estaba muerto e Inuyasha estaba a salvo. Y eso era lo único que importaba.
Cubrió de nuevo al chico durmiente, como si nada hubiera sucedido.
Sin saber que más hacer, o que otra cosa hacer por el hibrido que yacía en sus brazos, decidió esperar.
Los segundos se volvieron minutos, los minutos se convirtieron en horas hasta que el sol llegó a su punto máximo en el cielo. Y a pesar de todo, no había ninguna muestra de que el medio demonio despertaría pronto.
Por muy ligero que fuera Inuyasha en sus brazos, Sesshomaru comenzaba a resentir la incómoda posición y sus extremidades a adormecerse. Eso no era lo único, todavía tenía preocupaciones por atender: la seguridad de Rin, Jaken, y del grupo humano. Con tan sólo pensar en ello, hacía que Sesshomaru tuviera la necesidad de vigilar los alrededores. Pero tuvo que hacer sus deseos a un lado.
Un problema a la vez, se dijo a sí mismo.
Suspiró y miró al más joven. Inuyasha mostraba un semblante tranquilo, ajeno y pacífico. Pero por muy sereno que se viera, había algo preocupante: El color de su piel antes pálido mostraba un poco de color. Era más rojizo de lo usual, como si estuviera extremadamente ruborizado.
No era una buena señal.
Sesshomaru liberó cautelosamente uno de sus brazos y con el dorso de su mano tocó cuidadosamente la frente de Inuyasha. Estaba caliente, y eso no le gustó a Sesshomaru; Le gustaría pensar que se debía a que lo había sobrecalentado al cubrirlo toda la noche y que se le pasaría más tarde.
Pasó su mano al cuello y recibió el mismo calor desagradable. Eso no estaba bien, no quería tener que soportar a un Inuyasha enfermo. Pensó en que tal vez su mano estaba demasiada fría, y que posiblemente eso lo estaba confundiendo.
Sin embargo, la evidencia era clara.
Maldita sea, le dije que no enfermara, regañó para sus adentros.
En el estado en la que Inuyasha se encontraba, Sesshomaru podría fácilmente cargarlo y entregarlo por segunda vez a los humanos. Que ellos lidiaran con él. Pero dado a lo acontecido la noche anterior, Sesshomaru no creía prudente abandonarlo.
La cercanía, la nueva revelación de molestia y la tranquilidad inquietante le comenzaban a frustrar.
Cuando Sesshomaru tuvo suficiente, se las arregló para dejarlo. El demonio también necesitaba su tiempo de soledad, necesitaba pensar... agregando que tenía que buscar alimentos.
Su aspecto no era el mejor, ni vestía apropiadamente, y, por supuesto, estaba Inuyasha. Por lo que se aseguró de no cazar lejos.
...
Sesshomaru regresó minutos después con un par de aves medianas. Él ya se había alimentado antes de venir, pero sabía que Inuyasha necesitaría alimento cuando despertara. Aunque Inuyasha parecía que no comería en el corto tiempo.
El medio demonio seguía alarmadamente en la misma posición exacta en la que Sesshomaru lo dejó, a diferencia que sus respiraciones estaban siendo difíciles, los estremecimientos eran visibles y algunos mechones plateados se aferraban ligeramente a su rostro a causa de la sudoración.
Sesshomaru maldijo internamente, palabras no dignas para un señorío. Pero el estrés comenzaba a afectarlo y su reputación comenzaba a olvidarse.
Se dirigió a su hermano menor para revisarlo. Posó su mano en la frente, el chico estaba ardiendo y sudoroso. Necesitaba refrescarlo.
Le quitó todas las innecesarias capas de vestimenta, dejándole con el kosode. La prenda era más liviana y lo suficientemente grande para cubrirlo.
No ha subido nada de peso desde la última vez, pensó el demonio, al ver el escuálido cuerpo de su hermano.
Inuyasha comenzó a quejarse y murmurar cosas sin sentido, sus ojos seguían cerrados por lo que Sesshomaru se dijo que estaba delirando. La voz de Inuyasha se escuchaba dañada en cada farfullo.
Tengo que refrescarlo, Sesshomaru se repitió. Cortó un trozó de tela de su propio kimono, fue a humedecerlo en el pozo de agua y volvió a Inuyasha. No se molestó en pasar suavemente el paño por el rostro enrojecido de su hermano, simplemente lo colocó en su frente y esperó que sanara pronto. Sin embargo, su labor todavía no había terminado. Tenía que darle agua y no había nada para hacerlo.
Recordando a los humanos asesinados, Sesshomaru voló tan rápido hacía ellos. Probablemente aquellos cuerpos habían dejado un cuenco o algo para mantener agua. Lamentablemente, no fue así, los carroñeros ya habían hecho de las suyas dejando solo cosas inútiles a su paso.
Saber que los carroñeros estaban a sólo unos kilómetros tan lejos era inquietante, Sesshomaru tendría que asegurarse de mantenerse cerca de Inuyasha porque con su estado era probable que las viles criaturas lo vieran como alimento potencial.
Volvió a Inuyasha. Con conocimiento de su juventud y que creía no volver a utilizar porque ese tipo de cosas triviales eran las que hacía Jaken, Sesshomaru se dispuso a hacer un cuenco. Destrozó algunos árboles en su camino hasta crear el cuenco perfecto.
Cuando lo obtuvo lo llenó de agua, y al ver que el cuenco no tenía ninguna fisura y mantenía el agua donde debería fue a ofrecerla a Inuyasha. Inuyasha tomó sorbos pequeños con la ayuda de Sesshomaru y eso fue todo. El medio demonio volvió a dormir.
Demasiado esfuerzo para algo tan simple. Eso no fue lo único que realizó el demonio; desplumó a las aves, retomó la fogata y acomodó el alimento en fuego lento para que estuvieran listos por si Inuyasha despertaba.
Inuyasha raramente abría los ojos, y cuando lo hacía no era para comer. Si no, para murmurar delirantemente o quejarse del dolor que sentía. Y por supuesto, Sesshomaru aprovechaba esas oportunidades para obligarlo a beber.
En estos momentos, Sesshomaru extrañaba a su compañía. Podría mandar a Jaken a buscar plantas, frutas o lo que fuera de utilidad para la salud de Inuyasha. Rin con sus atenciones y amabilidad mantendría a su hermano menor atendido y cómodo. Ah-Uh tendrían la fogata siempre encendida y serían un apoyo para cuando Sesshomaru necesitara su propia atención. Y así Sesshomaru sólo tendría que preocuparse por la seguridad. Pero sin ellos, Sesshomaru tenía que arreglárselas con todo, y con la imposibilidad de no vagar a tanta distancia.
El punto culminante sucedió cuando Sesshomaru fue a revisar que Inuyasha estuviera bien, y el chico, en su conocido irrespeto -realmente el joven platinado no tenía culpa y Sesshomaru lo sabía, pero era más fácil lidiar de esa manera-, vomitó. Se suponía que no debería, pues no se había alimentado, no tenía nada de él para ofrecer, más que el poco líquido que Sesshomaru había brindado. Fue ese poco líquido que el cuerpo de Inuyasha se las arregló para devolver.
Sesshomaru se sentía tan disgustado, pero cuando miraba a Inuyasha toda ira, desagrado y molestia se esfumaba... por lo menos temporalmente.
Los dioses tenían que odiarlo para dejarlo a él de entre todos los conocidos en compañía de su moribundo hermano menor.
