Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.

Giuseppe Tomasi Di Lampedusa.

—x —x —x—

Por primera vez, de lo que parecían décadas, Inuyasha tuvo un sueño sin sueños. Y los pocos sueños que llegó a recordar eran de lo más extraños, Sesshomaru estaba en todos ellos realizando cosas tan... raras; como preparar alimentos, tocar la frente de Inuyasha y ofrecerle agua. De vez en cuando decía cosas que Inuyasha no lograba comprender.

Tratar de entenderlo y darle sentido a las acciones anormales del demonio era demasiado complicado para la conciencia intermedia del hibrido, que tenía un dolor de cabeza si quería prestarle demasiada atención o si abría sus ojos más de lo que sus pesados parpados lo permitían. Por lo que se pasó más parte del tiempo con sus ojos cerrados, dejándose llevar por esa agradable oscuridad tan desconocida.

La plena conciencia llegó más tarde cuando una luz apuntó directo a su rostro. Gruñó por tal molestia e inclinó su cabeza hacía un lado para evitar la luz. El movimiento provocó que su cabeza se sintiera levemente más ligera y se escuchará un suave ruido sordo.

El sonido desconocido lo sobresalto alerta, obligándole a abrir los ojos de golpe. Obligarse a concentrarse rápidamente sin estar listo hizo que su visión fuera más borrosa de lo usual y la luz que se filtraba en su entorno le lastimara.

A pesar de todo, pudo reconocer ciertas cosas. Se encontraba en el bosque, Tessaiga estaba a algunos pasos frente a él recargada en un árbol, no muy lejos también había una fogata con un fuego débil y junto a ella una rama chamuscada y un cuenco. No había ni rastros de Sesshomaru.

Era solo Inuyasha en un bosque silencioso, cubierto con su hitoe como si fuera una manta y un trozo de tela húmeda tirada a su lado. Nada sospechoso, nada peligroso, pero extraño.

Apartó el hitoe e intentó levantarse apoyándose en su brazo derecho. La acción le provocó un incomodó dolor como si alguien le hubiera picado duramente con un palo afilado. Reprimió cualquier queja que saliera de sus labios y se apoyó con el otro brazo, la acción simple se volvió difícil ya que sus piernas eran tan temblorosas como aquel alimento dulce y colorido que Kagome llamaba "gelatina".

Kagome, el puro pensamiento del nombre le hizo olvidar de toda dolencia, y se centró estrictamente en observar su alrededor con profundo detalle sin importarle que la iluminación le fuera casi cegadora.

No había nada de Kagome o de los demás. Solo era él, en un entorno que no recordaba del todo.

Si su memoria no fallaba, se suponía que había un charco de agua, pero no estaba, y tampoco Sesshomaru. Entonces, quizás lo soñó todo o aún estaba soñando porque no había ni un ruido de pájaro, ni ramas agitándose, ni siquiera un soplo de aire. Inconscientemente comenzó a hiperventilar.

Su instinto fue correr, huir hacía algún lugar seguro, sin embargo, desconocía lugares seguros y no quería quedarse ahí por lo que caminó tambaleantemente hacia ninguna parte.

Conforme más caminaba pudo escuchar ciertos sonidos de pájaros, roedores merodeando, y eso le trajo cierta paz y tranquilizó la respiración errática. No estaba solo, no del todo, todavía había vida por ahí. No había aire, o no tanto como le gustaría, simplemente era de esos días donde el clima era tan seco y el sol tan quemador y brillante que era molesto. Y luego, el ruido de agua, como un arroyo, le devolvió un pequeño consuelo.

Agua, agua, no sabía que la quería tanto hasta que tuvo el conocimiento de que estaba cerca de ella. Se sintió tan sucio en el instante que se enteró del arroyo, quería lavarse y quitarse toda suciedad que tuviera.

No obstante, sus pasos acelerados tuvieron que detenerse al escuchar que alguien parecía acercarse, podía oír los pasos demasiado ruidosos.

Olvidó como respirar por esa cuestión de segundos, hasta que miró a Sesshomaru. Era él el dueño de aquellos pasos, sosteniendo un pescado fresco y viéndose algo descuidado. Su cabello y estola se veían húmedos y su vestimenta normalmente colocada perfectamente parecía apresurada; Su obi que siempre lucía un moño perfecto ahora era más que un moño desigual y desajustado. Y por ello, su armadura no estaba bien sujetada a su cuerpo y sus espadas amenazaban con resbalar en cualquier momento.

—Deberías estar descansando—le dijo Sesshomaru.

Inuyasha no sabía que decir, la imagen le desconcertaba, se sentía confundido y con una urgente necesidad de lavarse.

Sesshomaru no dijo nada, siguió mirando como si esperara alguna protesta, una pregunta, lo que fuera. Pero no iba a obtener nada de eso, la garganta del hibrido se sentía seca y la boca entumecida.

—... ¿Dónde están tus cosas? —habló Sesshomaru, finalmente. No llegarían a nada si ambos simplemente se quedaban viéndose.

—Yo, yo...—Inuyasha empezó a mover sus manos torpemente por su cintura donde se suponía que debería estar Tessaiga, y ahora que pensaba en ello también le faltaba su Haori.

—¿Olvidados?, creí que eras mejor que eso, Inuyasha

Por una vez, Inuyasha no se sintió ofendido, ni mortificado por el insulto. Quería lavarse ya después de que lo hiciera podría preocuparse y enojarse por todo lo demás.

—¿Dónde? —preguntó, sus orejas atentas para localizar el sonido del agua.

Sesshomaru lo miró con mucha atención como si lo examinara—. Sigue derecho—respondió. E Inuyasha lo hizo.

—No vayas a perderte—escuchó murmurar a Sesshomaru, pero Inuyasha estaba tan necesitado del agua que lo ignoró.

El río no estaba muy lejos. Inuyasha se desnudó tan rápido cuando llegó. El agua estaba fría, pero la sentía como gloria.

Lo rejuveneció, lo despertó alerta, todo el dolor en las articulaciones se había ido a excepción de la del hombro derecho -la herida estaba sanando y cicatrizando bien-. Se sentía casi como nuevo, con una energía que extrañaba. Tenía la fuerza suficiente para enfrentar lo que sea que viniera.

Cuando se salió y vistió, recordó que no sabía de dónde vino y estaba hambriento. No quería depender de Sesshomaru, por lo que Inuyasha cazaría por su cuenta, volvería por sus cosas y ya no sabría de Sesshomaru.

Por otro lado, Sesshomaru estaba alistando el pescado. Cuando terminó y dejó el pescado reposando en la rama sobre el fuego, se acomodó la vestimenta apropiadamente.

Decir que Sesshomaru estaba cansado era una subestimación. Estaba mucho más estresado y agotado que en su etapa de juventud cuando recién se hizo el joven señor de las tierras occidentales. Y eso que apenas llevaba un día entero y dos noches cuidando de Inuyasha.

El medio demonio no había comido nada y se la había pasado inconsciente la mayor parte, solo murmurando de vez en cuando y devolviendo cualquier alimento que Sesshomaru le ofreciera. Era molesto, pero no era del todo el problema de Sesshomaru.

El verdadero problema eran los ataques nocturnos y que había dejado a Rin junto a Jaken y Ah-Uh en un territorio no seguro.

Los demonios se habían vuelto más despreocupados, estúpidos y ambiciosos. Era común verlos merodeando, no duraban mucho tiempo cuando eran detectados por Sesshomaru, pero venían en gran número como para cansarlo. Y enfrentar a las criaturas era un trabajo de todo el tiempo que durara la oscuridad. Se supondría que el agotamiento lo haría más descuidado, torpe y propenso a ser herido. En cambio, fue todo lo contrario. No hizo más que alimentar su ira, haciéndolo más letal, impaciente y dispuesto a matar a cualquiera que consideraba amenaza.

En cuanto a Rin, Jaken y Ah-Uh, no los había visitado desde que los dejó, pero sabía que los había dejado cerca del territorio de la anciana sacerdotisa. La angustia disimulada por su compañía obligó a que Sesshomaru se mudara más cerca de la aldea humana con Inuyasha como peso muerto en sus brazos. Sesshomaru los mudó lo suficientemente cerca para intervenir en los problemas si se llegara la necesidad, pero no para que Inuyasha se sintiera traicionado por devolverlo cuando él no quería. Esperaba que su grupo se encontrara con el otro, porque a pesar de que todo el lio se daba por esa estúpida perla, sería mucho más fácil tener que preocuparse de una zona específica.

Pero por ahora podría tomarlo con calma. El peligro no acecharía hasta el anochecer e Inuyasha estaba despierto y se veía mejor que ayer. Un poco desorientado cuando lo vio en el bosque, pero con el agua se le pasaría.

Sesshomaru cerró los ojos suavemente, simplemente respirando tranquilamente. Los momentos de soledad eran bien apreciados y necesitados.

El olor de pescado pronto empezó a ser llamativo y Sesshomaru esperaba que Inuyasha no se perdiera. Ese pensamiento comenzó a parecer una realidad con los minutos que pasaban.

No había señales de Inuyasha.

Sesshomaru esperó, pero Inuyasha no llegaba. El pescado que había tomado un color tostado comenzó a hacerse negruzco por lo que Sesshomaru tuvo que alejarlo del fuego y dejarlo a un lado. Y, sin embargo, Inuyasha seguía sin volver.

Todavía era de día, no habría que temer, aunque con cada minuto cualquier mal pensamiento llegaba.

Sesshomaru sabía que Inuyasha no se alejaría deliberadamente sin sus armas, pero también aquello era motivo de preocupación. Sin ninguna protección y con el estado en el que estaba el hibrido, era vulnerable.

Sesshomaru maldijo en voz baja a punto de ir por él, pero se detuvo al escuchar el leve crujido de las ramas. Alguien se acercaba. Sesshomaru se quedó quieto, observando detenidamente el lugar donde provenía el sonido y lo vio, aunque ya lo sabía.

Inuyasha estaba malhumorado, maldiciendo al aire calladamente y cuando notó que era observado detuvo su diatriba, con sus orejas bajas, tímido y con una mirada cautelosa.

—¿Dónde estabas? —cuestionó Sesshomaru.

Inuyasha lo miró, primero con asombro y después se las arregló para mirarlo obstinadamente. Se cruzó de brazos y con sus orejas planas contra su cabeza argumentó: —No es de tu incumbencia.

Saber que la vieja actitud estaba devuelta fue un alivio, Sesshomaru no quería ver más llantos, pero también le provocaba cierta molestia; Sesshomaru no tendría paciencia para discutir o pelear con Inuyasha.

Cualquier palabra austera que Sesshomaru quería decir, se quedó con él. Dio media vuelta y volvió a poner el pescado al fuego.

—¿Tienes hambre? —preguntó el demonio.

Inuyasha empezó a acercarse, con desconcierto.

—No—respondió el hibrido, pero era claro que mentía. El imperceptible rugido estomacal decía lo contrario. No fue sorpresa, Inuyasha no había estado comiendo bajo el cuidado de Sesshomaru, no se alimentó adecuadamente cuando estuvo por su cuenta y raramente comió cuando estuvo con los demás.

—Lástima—dijo Sesshomaru—No aceptaré tal desperdicio de comida nuevamente.

Inuyasha estaba sorprendido, sus sueños no fueron sueños después de todo. El pescado, aunque se veía de un calor carbón en ciertas áreas seguía luciendo apetitoso y el olor que le llegaba a su nariz afirmaba el hecho.

Inuyasha miró al pescado y después a Sesshomaru. Observando atentamente a este último, buscando alguna emoción o señal para saber qué es lo que buscaba Sesshomaru con todo esto.

Sesshomaru se apartó del pescado y se posó en otra dirección mirando a Inuyasha.

La incomodidad e ineptitud de estar juntos era evidente.

—Si vas a comerlo hazlo despacio, recién te estás recuperando—advirtió Sesshomaru.

Inuyasha ya no miró a Sesshomaru, era vergonzoso y estaba perdido sobre cómo actuar.

—¿Es para mí? —preguntó en cambio.

—¿Ves a alguien más?

—¿Qué hay de ti?

—Ya comí.

Eso debería ser suficiente para que Inuyasha se animara a caminar hacía la fogata y comer el pescado. Pero no lo hizo. Estaba congelado en su lugar, avergonzado y tímido. La fuerza, fortaleza y buenos ánimos que había tenido en el arroyo se habían perdido cuando no pudo cazar nada, cuando la sombra de un árbol lo asustó, cuando cualquier esfuerzo parecía demasiado, cuando empezó a sentirse acechado, cuando... cuando tuvo el fuerte deseo de no estar solo.

Todos aquellos sentimientos lo hicieron enojar y en su camino en búsqueda de Sesshomaru, se desquitó con cada roca y arbusto en el camino. Tenía toda la ira para desquitar con Sesshomaru también, pero cuando el demonio simplemente mostró lo más cercano a la preocupación y el pescado era tan atrayente, el hambre pudo más que sus pensamientos negativos.

—Será mejor que lo retires de ahí si no lo quieres o se quemara— escuchó a Sesshomaru decir, lo que lo devolvió a sus sentidos.

—Yo puedo cazar, no lo necesito—dijo Inuyasha, no había ira o fuerza en su voz, aunque quisiera. En realidad, sonaba triste y resignado.

Inuyasha pudo notar la molestia en Sesshomaru y la tensión en su mandíbula como si se prepara para decir algo terriblemente hiriente, pero no lo dijo. Parecía que por primera vez el demonio pensaba en sus palabras.

—No dudo de que puedas, pero necesitas recuperar tu fuerza y si te sigues negando obstinadamente a alimentarte como es debido no la recuperarás—dijo el demonio.

Inuyasha estaba aturdido, ¿Realmente Sesshomaru dijo eso?, se cuestionó sin poderlo creer. Pestañeó varías veces casi cómicamente como si la simple acción lo despertara de su aturdimiento. Rápidamente tuvo que reaccionar por la mirada mortalmente seria y apariencia estoica de Sesshomaru. Lo dice en serio, pensó Inuyasha, acercándose cautelosamente al pescado sin dejar de mirar al gélido demonio, cuando tocó la rama que estaba caliente por la exposición al calor y volvió su vista al pescado, todas sus dudas volvieron.

—...No lo entiendo— murmuró.

—¿Qué hay que entender?, Sólo cómelo—dijo Sesshomaru, impacientemente.

Pero para Inuyasha había muchas cosas que entender, estaba confundido por todo y él solo quería comprender. Darle sentido a su alrededor. Sesshomaru nunca había cazado para nadie antes, o eso es lo que recordaba de cuando era niño, quizás era algo que hacía con la niña, Rin. ¿Lo veía tan débil como Rin? Con tan solo pensarlo lo hacía reacio al comer el pescado frente a él, pero también estaba tan hambriento.

La paciencia ya no era un punto fuerte para Sesshomaru. El demonio estaba cansado y exasperado que ver a Inuyasha ahí debatiéndose sobre qué hacer fue desesperante. El hibrido abrió la boca y luego la cerró, la volvió a abrir y nuevamente la cerró, sea lo que sea que iba a decir era molesto de ver. Sesshomaru presentía que Inuyasha iba a seguir cuestionándolo y fue lo último que pudo aguantar.

—Creí que estarías encantado con el trato que siempre estuviste deseando hace tantos años. Deberías estar agradecido—comentó Sesshomaru, mordazmente.

Inuyasha se puso rígido, tanto que la rama que estaba sosteniendo fue apretada tan fuerte que terminó por romperse. El pescado por su peso cayó hacía adelante al fuego, haciendo crepitantes sonidos.

Antes de que Sesshomaru pudiera decir algo, Inuyasha reaccionó.

—Tú...—gruñó Inuyasha—... No te necesité antes, no te necesito ahora.

—¿No?, No lo parece, si-...

—¡Cállate! — interrumpió Inuyasha, mirándolo y temblando de la ira repentina. El tono de Sesshomaru era todo lo que odiaba Inuyasha, Sesshomaru era todo lo que odiaba Inuyasha en estos momentos—. Tú...—Inuyasha quería insultarlo, odiarlo tan mal, pero sentía que ya le había dicho al demonio todo lo que tenía por decir, por lo que ya no tenía nada pese a que Inuyasha creía que Sesshomaru se merecía toda grosería posible.

Inuyasha abrió la boca para protestar, pero no encontró palabras. Y yo que pensaba agradecerle, se dijo así mismo—. ¡Puedo hacerlo! ¡No necesito tu estúpida compasión! —alegó Inuyasha, finalmente, y como para demostrarlo corrió cojamente hacía las profundidades del bosque en busca nuevamente de su propia comida y seguridad.

Sesshomaru no estaba haciendo esto por compasión o simpatía, esos eran sentimientos inútiles que el demonio no necesitaba. Podía sentir el dolor de cabeza avecinándole; No imaginó que Inuyasha reaccionaria de esa manera tan temprano. No le había dicho nada malo o realmente malo, solo dijo la verdad y hasta fue generoso trayéndole alimento. Pero como siempre el hibrido se aferró a las malas intenciones. Debería de saber lo malagradecido que era Inuyasha, como también lo sensible que estaba últimamente.

Mirando a la fogata y al pescado en llamas que se había carbonizado, Sesshomaru culpó en cierta parte a su falta de tacto y de sensibilidad.

Con pasos cansados, Sesshomaru se acercó al fuego y lo apagó empujando algo de tierra en ella. Lo que había sido un pescado también fue cubierto de tierra para desaparecer el olor. Ya no era necesario el calor y de nuevo se había desperdiciado alimento. Sin embargo, esto último no era de su preocupación.

Sesshomaru se marcharía, aunque -para su disgusto- tendría que regresar. Inuyasha tarde o temprano volvería, no sólo por la seguridad sino también porque el haori de rata de fuego y Tessaiga estaban ahí.

Por lo menos se hubiera llevado el colmillo, pensó Sesshomaru.

Con el pasar de las horas, Inuyasha no volvió.

La espada seguía ahí, el haori seguía ahí y no había muestras de que Inuyasha hubiera estado en el lugar, a excepción de los animales pequeños que fueron a carroñar o a curiosear.

Sin embargo, eso no quería decir que Inuyasha no estuviera cerca. Sesshomaru podía sentir la leve energía y oler el tenue olor de Inuyasha por los alrededores. No había duda de que Inuyasha no se había ido por completo. No obstante, nunca se acercó a Sesshomaru y si lo hacía se ocultaba entre los arbustos y sombras. Sesshomaru fingía no notarlo.

Cuando el sol dejó de asomarse y el cielo comenzó a oscurecerse. La presencia de Inuyasha era más evidente, pero de nuevo no se acercó y Sesshomaru fingió no notarlo.

Sesshomaru dejó la tontería cuando las auras malignas cotidianas aparecieron. Gruñó por la molestia. Si esperaba a que Inuyasha se animara a "regresar" podría ser demasiado tarde para los otros, y con la gran cantidad de demonios que erraban cada minuto era valioso por lo que no esperó.

—Volveré—anunció Sesshomaru aparentemente a la nada, y se marchó.

Notó de reojo como Inuyasha salió de su escondite, mirando con una emoción que Sesshomaru no comprendió, con una mueca en sus labios como si quisiera decir algo, pero que no pronunció y sus orejas tan bajas que ni se notaban.

Sesshomaru esperaba terminar rápidamente con los enemigos y esperar que estuvieran tan concentrados en la perla que se olvidarían del medio demonio solitario en el bosque.

—x —x —x—

Kagome tardó un día más de lo prometido en regresar a la época feudal. Estaba temerosa e insegura, todo aquel optimismo que tuvo en su hogar con las palabras calmantes de su madre se desvaneció cuando cruzó el pozo.

Quiso arrepentirse y volver. Pero no lo hizo, con falsa valentía y pesadez cargó su mochila y caminó a la choza de la anciana Kaede. Le era tan extraño no tener a Inuyasha por ahí esperándola, y también que ella no ansiaba verlo. Kagome no tenía ni idea que hacer al verlo, lo planeó todo en su mente, pero sabía que lo arruinaría cuando lo tuviera enfrente.

Suspiró y sujetó la mochila con fuerza.

A tan solo unos pasos de llegar, fue recibida por un gran y fuerte abrazo.

—Volviste, Kagome. Volviste—lloró el pequeño Shippo.

Para Kagome fue una gran fortaleza no caer por la pesada mochila, manteniéndose firme y arrullando al zorrito.

Shippo le lloraba como si no la hubiera visto en años, Sango y Miroku también se acercaron, y a pesar de que se veían alegres, la tensión en sus cuerpos y sus ojos reflejaban otra emoción. Miroku le ayudó con la mochila y volvieron dentro. Kaede la recibió de la misma manera que Sango y Miroku, y Kohaku le saludó. Aquel muchacho era tan servicial y tranquilo.

Inconscientemente durante toda la bienvenida sus ojos buscaron a Inuyasha, pero no lo encontró. Antes de que alguno pudiera decir algo sobre el faltante, Kagome le dio dulces a Shippo y Kohaku, sacó la mayor parte de la comida dejando atrás sólo las papas fritas y ramen que era del gusto de Inuyasha, y habló animadamente sobre cómo con ayuda de su madre preparó la mayor parte de la comida.

Shippo sin soltarse de ella, comió pocos dulces y tomó alguna que otra salchicha o comida de su interés. Aunque no tan animadamente como era usual en él. Miroku y Sango, pese a que intentaron mantener la animosidad como la adolescente, había algo en sus miradas, era serio, y Kagome intuyó de lo que se trataba. Pero simplemente el tema era evitado hasta que Shippo se calmara y los tres jóvenes pudieran hablar lejos de él.

Toda la tensión de alegría e incomodidad extraña, tuvieron que verse olvidadas al escuchar griterío fuera de la choza.

—¡Maestro Jaken, la encontré!

Kohaku fue el primero en levantarse e ir a ver.

—¡Rin, ¿Qué estás haciendo aquí?! —gritó el joven exterminador, mirando a la risueña niña corriendo hacía la choza, seguida de la inmensa criatura y un Jaken muy malhumorado.

Sorprendidos, los demás se levantaron, y fueron a recibir la desconcertante visita.

Fue un gusto para Kagome tener a la alegre Rin por ahí, un poco irritante al ver a Jaken porque el demonio verde alardeaba mucho sobre el señor Sesshomaru, aunque estaba extrañamente silencioso y regañaba a la niña por abandonar su lugar. No estaba la presencia de Sesshomaru y, por más que se le buscó, no hizo acto de presencia.

Decidieron elaborar un picnic improvisado frente a la choza. Rin se adaptó de inmediato, tomando asiento junto a Kagome y Kohaku, mientras respondía a todas las preguntas que se le hiciera. Jaken la regañaba por hablar más de lo debido, pero guardó silencio una vez que la comida le fue dada; a pesar de que el demonio alegó que no comería comida humana, no se resistió cuando probó los exquisitos y desconocidos sabores.

—Estábamos cerca, últimamente hemos estado pasando mucho por aquí. Le dije al maestro Jaken que viniéramos a visitarlos, no creo que al amo Sesshomaru le moleste—Rin explicó entre bocados. Maravillada ante el extraño, pero fabuloso alimento—. Esto es delicioso, gracias, Señorita Kagome.

—No hay de que, Rin—Kagome sonrió—. Me alegro de que nos encontraran. ¿Dónde está Sesshomaru?, no lo veo con ustedes.

Jaken casi se atraganta por la irrespetuosidad con la que fue llamado su amo. Pero Rin rápidamente habló antes de que el Maestro Jaken hiciera una escena:

—No lo sé, no lo sabemos. Casi siempre se va, pero siempre vuelve. Esta vez no lo hizo, desde ayer nos dejó y no ha vuelto. Ya van a cumplirse dos días con este—La alegría con la que Rin comía se desvaneció—... Estoy preocupada.

—Inuyasha también se va, pero tampoco ha vuelto desde hace unos días— Shippo agregó, con preocupación.

Las palabras alarmaron a Kagome. La angustia parecía querer dominar el ambiente tranquilo, pero Miroku y Sango lo impidieron.

—Probablemente están juntos— Sango comentó.

—Sí, es lo más probable. Usted misma lo ha dicho antes señorita Rin; El señor Sesshomaru es un ser muy amable, probablemente esté cuidando de Inuyasha.

Rin no muy convencida, pero intentando creer en lo dicho, palmeó sus manos y con alegría dijo: —Sí, es cierto. El amo Sesshomaru debe de estar con el Señor Inuyasha.

Shippo confundido ante todo lo mencionado miró a Kagome para la afirmación.

—Yo también creo eso—Kagome animó, dando su sonrisa más resplandeciente, lo que provocó que inseguramente Shippo se les uniera.

Jaken sabía que los comentarios no podrían ser verdad, su amo bonito no actuaría de esa manera, sin embargo, antes de que pudiera mencionar algo al respecto, la anciana Kaede le introdujo un trozo de Onigiri a la boca.

—Come te hace falta—dijo Kaede.

Jaken por poco se ahogó, pero cuando el onigiri fue ingerido, y sus pensamientos no podrían ser acallados. Fue turno de Kohaku para alimentarlo.

—Sabe bien, ¿No le parece señor Jaken?

Así fue como Jaken ya no pudo mencionar nada. Y los demás intentaron mantenerse con el nebuloso optimismo.

...

Nadie se atrevió a mencionar a Inuyasha después de la comida. Kagome tampoco preguntó, y los chicos ni siquiera dieron pie al tema. El único que quizá quería mencionarlo era Shippo, pero a la mínima mención su voz se quebraba así que Kagome le cortaba diciendo que todo estaba bien y que Inuyasha volvería pronto. Y después de ello lo distraía con colores, libros de colorear o los ponía a buscar cosas. Rin quedó extasiada con los colores como si fueran lo mejor que el mundo había creado y se emocionaba con cada juego que Kagome inventaba e inevitablemente Kohaku se les unía, fingiendo o realmente maravillado por todo.

Kagome no pudo estar sola por el resto del día. Shippo le seguía como una sombra, por consecuencia Rin y Kohaku también, el chico era tan protector con los más jóvenes. Y no podía olvidar al lacayo verde que farfullaba y los miraba desde la distancia.

La criatura Ah-Un adoptó una zona llena de hierbas a sólo 10 pasos de la choza, se recostó ahí y comió de lo que había alrededor.

Todo era raro, pero tan tranquilo, pacífico y sospechosamente silencioso. Kagome siempre decía que era lo que necesitaba la época feudal, más tranquilidad y menos caos. Sin embargo, aquella apacibilidad vino con un costo: Inuyasha no estaba, la perla seguía contaminada, Sango le daba una de las miradas más tristes que hubiera visto, Miroku ni siquiera se atrevía a verla a los ojos y la anciana Kaede se veía como si cargara con una pena inmensa.

Las actitudes del monje, la sacerdotisa mayor y la exterminadora la ponían nerviosa, y le provocaban un aterrador nudo en el estómago. Malas noticias se avecinaban, Kagome estaba segura de ello. Pero ninguno le decía nada: Miroku se puso a trabajar con cualquier cosa; arreglando imperfectos de la choza, trayendo madera, acomodando las redes de pesca, ordenando las cosas que Kagome trajo para la futura cena... Lo que fuera con tal de evitar cualquier conversación con Kagome. Sango sí hablaba, pero sobre cualquier insignificancia. Mientras que la anciana Kaede viajó al pueblo y no volvió hasta el anochecer.

En la noche, la cena fue mucho más callada. La única que conversaba era Rin, la niña hablaba de cualquier cosa como si quisiera evitar los silencios. Kagome fue incapaz de dejar que la niña fuera la única que mantuviera los buenos ánimos, por lo que también comenzó a conversar sobre cualquier cosa.

Cuando la cena terminó y el cansancio llegó a ambos niños, Kagome los dejó dormir y por fin pudo separarse de ellos. Kohaku seguía despierto, tomó todas sus armas y salió junto a Kirara diciendo que vigilaría los alrededores. Sango se opuso a ello, pero Kohaku aseguró que sí veía problemas volvería y se fue sin esperar el permiso de su hermana.

Miroku tranquilizó a Sango diciendo que no había sentido ninguna presencia maligna desde hace días así que Sango no tuvo de otra que dejarlo ir y rezar para que su hermano volviera con bien.

Sólo quedaron los mayores en un ambiente tenso. Jaken lo rompió discutiendo con todos sobre lo que sea hasta que durmió en una esquina de la cabaña. Kagome no aguantó la tensión y terminó excusándose para salir.

La sacerdotisa se sentó afuera, queriendo su momento de soledad.

Sango no tardó en unírsele, y quedó entre ellas un cómodo silencio.

La tranquilidad no duró mucho. Kagome tenía preguntas, necesitaba respuestas y Sango parecía ser la única que podía aclararlas.

—¿Desde cuándo se fue? — preguntó, al fin.

—Desde que te fuiste— respondió Sango.

Mentalmente Kagome contó los días y se aterró al descubrirlo. Podría ser poco, pero ahora parecía mucho.

— ...Fue mi culpa, yo le dije todas esas cosas. No sabía lo que él... —Sango se cortó abruptamente, mordiéndose los labios y mirando el suelo detenidamente. — Estaba tan enojada, cansada, sólo quería que se detuviera. Que se diera cuenta que también sufríamos por no poder ayudarle, que sus tratos contigo eran injustos y crueles.

—Está bien.

—No Kagome, no está bien. Fue tan cruel contigo como para alejarte de aquí, te hizo llorar como nunca te había visto antes, no sabíamos si volverías. Creí, creíamos que no te volveríamos a ver. Shippo lloró inconsolablemente por ti, por él.

Kagome la abrazó antes de que pudiera continuar—. Está bien, está bien, volví, aquí estoy. No pienso abandonarlos, nunca lo haría, solo...

—Lo sé, lo sé —murmuró Sango en el abrazo, extrañaba tanto a Kagome.

Lloraron, se abrazaron y cuando tuvieron suficiente se separaron a una distancia mínima. Siguieron juntas, sentadas la una a la otra, sosteniéndose de un brazo como cuando se sentaban a cotillear en algún momento de reposo, alejadas de los muchachos para que no las escucharan. Era bueno saber que algunas cosas no cambiaban.

—Por un segundo creíamos que estaría en una de sus escapadas y volvería pronto..., pero no lo hizo. Lo buscamos como locos cuando anocheció, pero el lugar es extenso y sabemos lo rápido que es, para ese momento podría estar en cualquier parte. Kaede dijo que con sus heridas no llegaría lejos, pero también sabemos lo terco que es y que si quisiera soportaría cualquier dolencia que tuviera—. Sango guardó silencio, pero Kagome no tenía nada que decir, así que la exterminadora continuó—. Después, después... Oh Kagome... —La voz firme de Sango se detuvo, había cierta vacilación y conflicto en sus palabras.

Kagome sabía que se le ocultaba algo. Lo supo desde el instante que miró a Sango y Miroku, incluso a Kaede. Sea lo que sea que no querían decirle, era lo suficientemente malo para que Sango ya no se atreviera a mirarla a la cara y que su agarre se volviera más tenso y consolador.

—¿Dónde está Miroku? — Interrumpió. Una parte de ella no quería saber, no todavía.

Sango se atrevió a mirarla con sorpresa y una pizca de tristeza.

—Él, él quizás fue por más madera para la fogata.

—Pero hay mucha madera—. Era cierto, Kagome recordaba ver una gran pila al lado de la choza.

Entonces la expresión de Sango cambió a una profunda tristeza y volvió su vista al suelo—. En ese caso fue a tomar un respiro, o revisar, o... no sé. También comenzó a desaparecer desde que...— empezó a sentir unos estremecimientos provenientes de Sango, la exterminadora cerraba sus ojos duramente, aferrándose fuertemente al brazo de la sacerdotisa.

Kagome empezó a temer lo peor.