La comprensión es el primer paso para la aceptación, y sólo aceptando puede recuperarse.
J.K. Rowling.
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Sesshomaru esperaba muchas cosas en su revisión por los alrededores, pero no esperó encontrarse con el niño exterminador. Al principio no quiso acercarse manteniendo su distancia, pero fue inevitable cuando los demonios decidieron atacar en conjunto.
El joven exterminador se sorprendió de verlo, pero no perdió atención en la batalla.
El niño era bueno, ágil, aunque aún le faltaba práctica. Sin embargo, la felina de dos colas estaba ahí para compensar cualquier error.
Cuando la lucha terminó no fue sorpresa que el exterminador lo llamara.
—Señor Sesshomaru, gracias por la ayuda. Me alegra ver que está bien, Rin y Jaken han estado preocupados por usted.
—¿Se encuentran con ustedes? —preguntó Sesshomaru.
—Sí, llegaron por la tarde.
Escucharlo fue un alivio, su compañía no estaba sola y aunque estaban en el peligro inminente, ver al joven exterminador y la demonio gato en batalla le dieron un leve consuelo a Sesshomaru que no sabía que necesitaba.
—Están a salvo y sin ninguna herida, sólo preocupados—explicó el joven exterminador—. Los mantendremos a salvo— aseguró, acariciando la oreja del gato de dos colas, quien ronroneó y asintió a Sesshomaru.
Sesshomaru no necesitaba las palabras, pero fue bueno escucharlo.
Se quedaron en silencio por un segundo, esperando problemas, pero al no llegar ninguno el niño se mostró algo tímido y pensativo. Después preguntó:
—¿Esta, está Inuyasha con usted?
—Lo está.
El exterminador suspiró de alivio —. Es bueno saberlo, mi hermana y los otros han estado preocupados. No sa-...
La demonio de dos colas gruñó interrumpiendo al niño, Sesshomaru no necesitó la advertencia. Un movimiento fue suficiente para estar en batalla de nuevo. Cada noche había más demonios, bandidos de mala monta o cualquiera que tuviera interés en la perla.
Al parecer, el rumor estaba corriendo rápido a oídos malintencionados.
Sesshomaru se dio cuenta que no podían seguir de esta manera y que esta zona no era la única afectada. Ayudó al niño con unos cuantos enemigos más y se fue sin despedirse hacia otra parte, donde igual había una pequeña cantidad de demonios.
Una vez que no hubo peligro, el niño lo encontró de nuevo, pero Sesshomaru no permaneció mucho tiempo con el exterminador y la neko demonio; unas cuantas palabras, advertencias y fue todo. Volvió al refugio con su medio hermano.
Inuyasha estaba a la vista, sentado en el suelo, abrazando sus rodillas y apoyado en el tronco donde Sesshomaru lo había dejado la primera vez. El medio demonio ya estaba completamente vestido, ya con su haori puesto y la espada atada a su cintura, mirando un punto fijo en el suelo, con una mirada apagada y distante como si estuviera perdidamente en un recuerdo.
Sesshomaru no quería intranquilizarlo repentinamente, por lo que dio a conocer su presencia pisando fuertemente y aplastando ruidosamente unas cuantas ramas.
Las orejas de Inuyasha se levantaron al instante por el ruido, pero de inmediato cayeron cuando Inuyasha lo vio.
—Volviste—murmuró el hibrido.
—Dije que lo haría—respondió Sesshomaru.
Inuyasha tarareó de acuerdo desganadamente, y volvió su atención a ese punto fijo en el suelo—. Vi demonios cerca de aquí—mencionó.
Eso alarmó a Sesshomaru— ¿Te hicieron daño? —preguntó, casi como un gruñido y sonando más duro de lo esperado.
Inuyasha se estremeció al tono, se apretó más a sí mismo y negó con la cabeza.
Al instante, Sesshomaru se tranquilizó por ver el miserable aspecto de Inuyasha, pero inquieto sobre su propio comportamiento.
—Están aquí por la perla, ¿no es así? —continuó Inuyasha, sin mirarlo a los ojos.
—Sí.
Inuyasha resopló amargamente—… Deberían destruirla—murmuró.
—Si fuera tan fácil, imaginó que ya lo hubieran hecho—respondió Sesshomaru, sinceramente.
Inuyasha volvió a resoplar y ya no dijo nada. Sesshomaru tampoco, no había nada más que decir.
Por la apariencia malhumoradamente desdichada de Inuyasha, y por lo ocurrido en el día, Sesshomaru imaginaba que Inuyasha estaba listo para ser un dolor de cabeza a la menor oportunidad. Y el demonio estaba cansado, demasiado como para admitirlo para si mismo. Todo la situación lo estresaba, y si no descansaba pronto la situación podría empeorar porque no tendría la suficiente paciencia para lidiar con Inuyasha ahora. Por ello, fue a apoyarse y descansar a un árbol cercano alejado de Inuyasha, pero lo suficientemente cerca para que Inuyasha no entrara en pánico.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó de inmediato Inuyasha al verlo.
—Dormir—confesó Sesshomaru.
Sesshomaru cerró los ojos, ignorando los ojos dorados que lo observaban con rareza. Rin y Jaken estaban a salvo, ya no había peligro inminente alrededor y tenía a su irritante medio hermano a su alrededor, eso debería serle suficiente para que pudiera descansar. Pero parecía una tarea imposible con la intensa mirada que sentía en él, así como el ruido a su alrededor de los movimientos de Inuyasha.
Sesshomaru tenía que utilizar cada pizca de energía restante que le quedaba para no dejar inconsciente a Inuyasha y poder descansar con tranquilidad. El medio demonio estaba siendo demasiado ruidoso, pero después se detuvo.
Pasó un tiempo, lo que le hizo creer a Sesshomaru que Inuyasha por fin había dormido. Ya con tranquilidad, el cuerpo del demonio comenzó a relajarse, su mente poco a poco yéndose al mundo del olvido; Sesshomaru estaba listo para descansar por unas horas... pero no tardó mucho en volver el sonido.
De nuevo, Inuyasha estaba siendo ruidoso, caminando a su alrededor y mirándolo. Sesshomaru estaba harto, sin embargo, no hizo nada. Esperaba que Inuyasha se cansara pronto.
—Sesshomaru...Sesshomaru...—susurró Inuyasha, llamándolo un par de veces.
Sesshomaru estaba cansado, sólo quería dormir. Por lo tanto, ignoró a Inuyasha lo mejor posible, hasta que de pronto sintió un peso cálido junto a él. Fue rígido e incómodo, como si una piedra se posara junto a él. Pero luego, el cuerpo a su lado comenzó a relajarse, casi acorrucándose suavemente.
Fue sorpresivo para el demonio, pero sabía que sí reaccionaba o abría los ojos, el medio demonio se asustaría y reaccionaría con violencia o peor, podría simplemente huir aterrado y meterse en problemas.
Así que lo dejó, y con ello, por fin el sueño alcanzó a Sesshomaru, y muy posiblemente a Inuyasha también.
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Kagome sintió ese miedo en su estómago, esa sensación terrible, pero intentó consolar a Sango. La exterminadora se tranquilizó y tomó aire, y eso forzó el nudo en el estómago de Kagome. Cuando parecía que ya iba a llegar al tema, Miroku llegó con más madera innecesaria en sus brazos.
—Señoritas, ya es muy tarde y ha sido un largo día, deberían descansar—dijo Miroku, enfocándose principalmente en la llorosa exterminadora.
Sango evitó las miradas a toda costa mientras secaba las lágrimas e intentaba tranquilizar su voz—. Tengo que esperar a Kohaku.
Miroku miró por primera vez a Kagome desde su llegada, parecía preocupado, pero cuando sus ojos se encontraron, la expresión del monje fue de un triste alivio.
—¿Kagome? —preguntó Miroku.
—Si Sango se queda yo también lo haré— respondió Kagome, firmemente.
Miroku les sonrió tristemente a ambas—. En ese caso yo también me quedaré.
—No es necesario—habló Sango.
—Es muy necesario. Iré por las cosas, esperen aquí—dijo Kagome, separándose de Sango y antes de que se levantara, Miroku la interrumpió:
—No se levante... señorita Kagome, lo haré yo. Mientras dejare la madera y regresare con lo que necesitamos, escojan un buen lugar para descansar.
Kagome creyó ver una verdadera y leve sonrisa en el rostro de Miroku antes de que se marchara, y se rió internamente por la antigua mención.
Como dijo, Miroku dejó la madera y entró silenciosamente a la cabaña.
Sango se mantuvo en silencio, intentando borrar todo rastro de lágrimas. Era claro que ya no quería continuar con el tema.
—Ustedes ya lo saben... lo que pasó con Inuyasha—susurró Kagome, mirando a la choza incapaz de ver a Sango, pero intentando seguir con la conversación pendiente.
Sango asintió—Nos lo dijo Kaede.
Kaede era la segunda persona que sabía, pero que no le había dicho nada a Kagome cuando preguntó.
Entonces Kagome comprendió porque Miroku estaba tan distante, y porque Sango tenía esa mirada significativa—. Es por eso por lo que Miroku actúa extraño.
—Kaede dice que es su manera de enfrentar lo que está sucediendo.
Kagome asintió ligeramente, todo el secretismo y los cambios que sus compañeros tenían le hacían pensar lo peor. Pensaba en todos los horrores inimaginables que Inuyasha pudo haber sufrido, no sabía de torturas feudales, pero debían de ser terribles. Y luego pensó en Inuyasha ahí solo, sufriendo quien sabe que en manos de Naraku. El nudo en su estómago se retorció de muchas maneras. No sabía cómo preguntarle a Sango lo que quería saber desde que volvió Inuyasha, si era sincera, ya no estaba tan segura de querer saberlo.
—Kagome...—habló Sango, pero Kagome le interrumpió.
—Tengo tantas ganas de oírlo y saber cómo ustedes tienen de decírmelo—confesó.
Sango la miró sorprendida, y luego la comprensión se visualizó en sus facciones.
Ninguna de ellas dijo nada, y Miroku regresó segundos después con un montón de mantas para dormir.
Prepararon una pequeña fogata y se acomodaron alrededor de ella. Nadie habló nada mientras se acomodaban, y cuando finalmente se sentaron, simplemente miraron el fuego.
No era usual que elaboraran todo con tanta calma, pero simplemente ninguno de ellos se esforzó en decir algo.
La serenidad fue una compañera que se estaba volviendo incómoda con los minutos, pero Kagome no tenía ni idea de cómo alejarla. Para su sorpresa, Miroku comenzó a contar una anécdota de su primer viaje como monje.
Y así se quedaron, contando historias: Miroku contando sus primeros viajes, Sango sus primeros exterminios y Kagome manteniéndose silenciosamente al margen, escuchando con profunda atención. Había historias que ya había oído en un distante recuerdo, pero no se molestó en oírlo de nuevo.
Sin embargo, entre más oía, su mente no pudo evitar pensar en Inuyasha. Tuvo que haberse alejado mucho en su mente para que Sango comenzara a hablarle, y agitarla de su hombro suavemente.
—¿Kagome? —cuestionó Sango, mirándola preocupada, al igual que Miroku.
—Yo... yo no quiero saberlo—confesó Kagome.
Tanto Miroku como Sango no comprendieron al principio, pero luego sus facciones se suavizaron en la comprensión.
—Yo no quiero saberlo—repitió Kagome.
A pesar de la comprensión el mirada de Sango, la exterminadora no pudo evitar preguntar:
—¿Segura?
Kagome asintió, podía sentir sus lágrimas al borde de los ojos—. Yo, yo esperaré a que él me lo diga.
—Kagome...—continuó Sango—…él nunca dirá algo así.
—Entonces nunca lo sabré. Sólo sé, sé que quiero estar junto a él cuando quiera o no quiera hacerlo—respondió Kagome, firmemente, secando una que otra lágrima que se dejó caer.
Para Miroku fue un alivio oírla. Desde que Kaede les confesó la verdad, la culpa de Miroku se intensificó. Sabía que la anciana lo hizo con la mejor intención, ella misma dijo que ayudaría, pero no lo hizo. Miroku no sabía cómo ayudar, Sango tampoco. Kaede mostró también la intención de confesárselo a Kagome alegando que ella en verdad podría ayudar, pero cuando la joven volvió, la anciana ya no estaba tan seguras de sus planes.
Miroku estaba aliviado por ello, y se mantuvo cerca de Sango por lo mismo. Él realmente esperaba que Sango no le dijera, Kagome merecía la verdad, pero no de ellos. Y Sango pareció comprenderlo también.
Cualquier palabra que Kagome estuvo a punto de decir fue interrumpida por la llegada de Kohaku y Kirara. Ambos llegaron agitados, con muestra de haber estado en batalla y vagamente despeinados.
La mirada que Miroku recibió de Sango le heló la sangre, fue de muy corta duración por la preocupación que la exterminadora sentía por su hermano, pero eso no evitó que esa mirada apareciera en sus futuras pesadillas.
—¿Estás bien? —preguntó Sango a Kohaku, mirándolo y revisándolo para comprobar que no tuviera heridas. Kagome se acercó a revisar a Kirara. Pero ambos a pesar de la agitación se veían sanos.
—Estoy bien, hermana, no me pasó nada—respondió Kohaku, con una pequeña sonrisa en sus labios, permitiendo la exhaustiva revisión de Sango. —. No nos pasó nada—aclaró segundos después y Kirara maulló en afirmación.
—Creí que no habría peligro. No deberías salir de esa manera—regañó Sango.
—Sobre eso...—murmuró Kohaku seriamente, y comenzó a hablar.
Habló sobre los seres que se encontró, como aquellas criaturas buscaban fortalecerse con la perla; Habló también de su encuentro con Sesshomaru y del paradero de Inuyasha.
El alivió que Kagome sintió fue palpable, y Miroku a pesar de la extraña asociación no pudo evitar sentirse de la misma manera.
No sabía por qué Inuyasha buscaba la presencia de Sesshomaru, pero luego creyó entenderlo. A pesar de que ellos estaban dispuestos a ayudarlo, quizás el distanciamiento era lo mejor. No confiaba del todo en Sesshomaru, aunque Rin lo tuviera en gran estima y ya había visto de lo que Sesshomaru era capaz.
Miroku comenzó a considerar que la decisión de Inuyasha de haberlos dejado fue lo mejor, nadie iba a poder ayudarlo en la cabaña; La melancolía de Shippo, la fingida solemnidad de Sango, los intentos fallidos de Kaede por purificar la perla, las ausencias de Kagome y el constante sentimiento de culpa de Miroku. No iban a ayudar a Inuyasha. Incluso Miroku estaba agobiado de tener que consolar a Shippo, de fingir junto a Sango que todo estaba bien, de integrar a Kohaku al grupo, de ver cada intento infructuoso de Kaede, de ver a Kagome y no evitar sentir la culpa por haberle fallado a su joven amigo.
Eran un lío, pero tampoco podría pensar porqué Sesshomaru sería mejor. Sin embargo, Miroku confiaba en las decisiones de Inuyasha; después de todo, Inuyasha necesitaba recuperar el control de su vida, Miroku no lo juzgaría.
Quizás ya era momento de que ellos también trabajaran en su propia recuperación antes de querer ayudar a Inuyasha.
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Inuyasha odiaba la noche porque le era muy difícil conciliar el sueño.
Envidió a Sesshomaru, que tan pronto el demonio se acomodó y cerró sus ojos se relajó. Inuyasha no pudo hacerlo por más que lo intentó.
Todo el lugar era demasiado oscuro, por lo tanto, fue a volver a encender la fogata, se acercó tanto a ella que pudo sentir las brasas y el intenso calor. Le hacía recordar que no estaba encerrado, que no estaba en ese gélido y oscuro infierno. Sin embargo, eso no le trajo ningún alivio. Y a pesar de sus mejores esfuerzos terminó por acercarse a Sesshomaru.
Primero comprobó que el demonio durmiera, y al no ver reacción se acercó a él. Todo lo incomodaba, pero con los segundos, descubrió que la calidez y la presencia segura le agradaban. Y cuando apoyó su cabeza sobre el hombro y la suave estola de Sesshomaru, todo mal pensamiento se fue.
Era como si algo de la calma y fortaleza de Sesshomaru se le contagiaran. Se quedó sin pensar en nada en particular, solo disfrutando la seguridad y la tranquilidad.
Cuando cerró sus ojos, ya no había nada.
Fue relajante para Inuyasha no tener nada, todo era un silencio calmante, no aterrador. Era un mundo sin sueños, sin embargo, en algún momento todo empeoró.
Estaba de vuelta ahí, todo estaba ahí. Le aterró de sobremanera, quiso hacer algo, pero se vio incapaz de hacer nada. De pronto sintió un agarre firme contra su hombro, e hizo todo lo posible por alejarlo.
—Inuyasha, Inuyasha, despierta—podía oír a lo lejos, no sonaba como Naraku; No era burlón ni cruel, tampoco suave y aterrador. La voz era un poco más grave, tranquila y sonaba un poco preocupada.
Sesshomaru, fue en él único en quien pudo pensar.
Inuyasha abrió sus ojos de golpe, sobresaltado, con ese sentimiento desagradable y con su corazón queriéndose salir de su pecho. Con las caricias fantasmales y las promesas sucias.
Sesshomaru ya no estaba junto a él, estaba de cuclillas frente a él, con los ojos dorados observándolo con detenimiento y aun sosteniendo su hombro con una firmeza inquebrantable. Fue un alivio en parte, pero Inuyasha no pudo mantener la mirada tanto tiempo, desvió su atención hacía cualquier otra parte.
—No me toques—pidió Inuyasha, quería sonar enojado, usar su tono usual, pero sonó débil incluso para sus propios oídos.
Sesshomaru de inmediato lo soltó—. Deberías ponerte en marcha, tienes que comer—dijo.
—Ya te lo dije, puedo cazar, no necesito nada de ti—recalcó Inuyasha, frunciendo el ceño en falsa molestia, de verdad ya no podía cazar, pero Sesshomaru no necesitaba saberlo.
—Nunca dije que había cazado algo para ti, sólo dije que deberías ponerte en marcha si quieres cazar por tu propia cuenta, deberías ya estar listo.
—Pero ayer...
—Ayer era diferente, hoy es hoy y dejaste en claro que podías cazar. Adelante, hazlo, los animales son presas más fáciles a esta hora.
Sesshomaru se puso de pie y se alejó.
—¿Qué hay de ti? —preguntó Inuyasha de inmediato, poniéndose de pie tambaleantemente. Por mucho que le pesara, no quería estar solo.
—Yo también necesito cazar—respondió Sesshomaru, alejándose a dirección opuesta de los ríos.
—¿Y luego qué? —se atrevió a preguntar Inuyasha, ¿Era momento de que se separaran?
—Nos volveremos a ver aquí—dijo Sesshomaru, sin detenerse y siguiendo su camino.
Con tanta distancia, trajo esa sensación de vacío en Inuyasha, pero Sesshomaru había asegurado que no se iban a separar, aunque no alivió a Inuyasha. No obstante, tenía una preocupación mayor: Necesitaba comida.
…
—Maldita sea, maldita sea—gruñó Inuyasha, atacando el agua sin piedad. Casi lo tenía, casi capturaba un pescado, pero el estúpido pez, baboso y resbaladizo, se le escapó de las manos.
No pudo capturar aves, porque aquellas ágilmente se le escapaban antes de que pudiera reaccionar, las liebres tan rápidas se ocultaban de inmediato en orificios de la tierra o entre arbustos. Inuyasha era incapaz de meter su mano dentro de los orificios o acercarse a los arbustos, temiendo ser tomado repentinamente de la nada.
Inuyasha aún tenía miedo, lo creía absurdo a estas alturas, pero era inevitable. Con furia se preguntaba: ¿Cuándo aquella emoción lo dejaría?
Se tiró al suelo en frustración. Estaba agotado por intentar atrapar comida y de huir de algo que aparentemente ya no existía. Inuyasha se convenció a sí mismo que no tenía hambre, y que su cacería se debía para demostrarle a Sesshomaru que podía y no necesitaba la caridad de nadie.
Pese a todo, sus intentos eran un fracaso miserable. Su cuerpo no le estaba ayudando en absoluto, era torpe y lento a cualquier acción y parecía que se desmayaría si se exigía demasiado.
Con cansancio y decepción observó al cielo de un vivaz celeste, con las esponjosas nubes flotando tan alto, tan inalcanzables y libres. Los rayos del sol, tan calurosos y brillantes que quemaban sus ojos, iluminando el vasto lugar. El oxígeno puro y limpio. Todo era tan bonito, admirable y majestuoso. Y, sin embargo, no podía olvidar la oscuridad, las rocas en forma de pico, el olor inmundo, las manos ásperas que dejarían hematomas en su cuerpo maltratado y los suaves susurros semidulces tan cerca de su rostro.
Repentinamente su garganta se sintió seca, y un gemido silencioso escapó de él. Se negó a cerrar sus ojos, prefiriendo que sus pupilas se quemaran ante la vista. Con la acción, las alucinaciones y toques fantasmales comenzaron a desaparecer, a la par, que sus ojos comenzaron a picar. Pestañeó rápidamente para proteger su visión y se puso de pie. Entendía que estar ahí lamentándose no le llevaría a nada.
Sin haber capturado nada, y su mente sugestionándose a la menor provocación. Inuyasha decidió volver a Sesshomaru con profunda vergüenza. Era inevitable pensar que Sesshomaru no tardaría en hablar con arrogancia y aires de superioridad cuando notara que volvió con las manos vacías.
Al pensar en ello, Inuyasha insultó mentalmente de todas las maneras posibles a su hermano mayor. Cuando tuvo suficiente, se recordó porque no quería darse por vencido. No quería que Sesshomaru se burlara de él y lo viera con verdadera insignificancia.
Con terquedad, Inuyasha repitió su ciclo, tratando de capturar cualquier animal desafortunado. No pudo hacerlo, y llegó a un punto donde sus extremidades se sintieron tan pesadas y doloridas que no le respondieron.
Se recostó de nuevo en el suelo, volviendo a mirar al cielo.
Todo era tan complicado ahora.
