Participación mayoritaria de personajes: Naraku, Hakudoshi, Kagura, Kikyō.

Participación minoritaria de personajes: Bankotsu, InuYasha, Kaede, Otros.

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Capítulo 31.

Los ojos de Kagura pasaron hábiles por la carretera y centraron toda su atención en la típica alerta de persecución, que nunca estaba de más. Miró por los retrovisores y todo parecía despejado. Kikyō todavía se quitaba algunos cabellos de la cara y se acomodaba la ropa.

—Estoy cansada de las esposas, me duelen las muñecas —comentó, sobándoselas y dejando ir un suspiro largo.

—Naraku no confía en ti lo suficiente como para que viajes con libertad —entró a la ciudad y giró en una esquina.

Kikyō volvió a quedarse en silencio. Desde la primera vez que se había subido a una de esas camionetas, había deseado saber a dónde iba mientras le tapaban la cabeza con una bolsa negra como si la hubieran secuestrado. Quería a Naraku, pero no era tonta… sabía que podría correr peligro en cualquier momento y cómo sabría pedir ayuda si ni siquiera tenía idea de dónde se encontraban cuando pisaba los terrenos de «El Gremio». Ladeó un poco el rostro mientras veía en frente, acomodándose el cinturón de seguridad.

Le había propuesto a Kagura algo que, si bien era arriesgado, automáticamente la ponía en deuda con ella, por lo que le sería más fácil pedirle aquello que llevaba con ella meses.

—Deberías pasarme la ubicación de «El Gremio».

Sin meditarlo demasiado, la aludida frenó el automóvil de una vez, orillándose para no provocar un accidente. Sabía que un día tenía que pedirle eso, sabía que ella se atrevería a preguntarle por la ubicación, sabía que, si le debía un favor, Kikyō iba a usarlo en su contra y aun así decidió aceptar su oferta cuando le dijo que Bankotsu estaba de vacaciones y se encontraba en su departamento. Apretó el volante con ambas manos y suspiró hondo, poniendo nerviosa a su copiloto. Eso era una pesadilla, pero no tenía los ovarios para desistir, de verdad necesitaba verlo, hablarle, abrazarlo… ¿Es que era tan difícil comprender que ella también tenía sentimientos? Parecía que nadie pensaba en lo que sentía, como si no tuviera un corazón que latía dentro de su pecho.

Que latía por Bankotsu.

—¿Era eso? ¿Me estás chantajeando con este favor? —Le inquirió, resentida, sintiéndose traicionada. No la miró, pero el ambiente se había tensado demasiado.

—No, no es así —Kikyō negó con la cabeza, sintiendo en el estómago un nudo—. Yo pensé en ti en aquel momento, apenas es que se me ocurrió.

El sonido del auto todavía prendido, era lo único que se escuchaba de fondo. Kagura no supo qué responder, se sentía idiota.

»—Kagura… —la aludida alzó la mirada ante el tono condescendiente—, tú y yo sabemos lo inestable que puede ser Naraku. Hace dos años me echó de su vida sin siquiera saber… —se mordió los labios, evocando su recuerdo más doloroso. Él jamás supo que un hijo de ambos crecía en su vientre cuando todo eso pasó, y eso era algo que seguía recordando siempre, atormentándola y aferrándola a una esperanza estúpida de que algún día podría formar una familia a su lado— si yo vivía o moría y aunque ahora todo parece marchar bien, en el fondo yo… —miró al suelo, con el oxígeno asfixiándola, haciéndole hincar las manos— tengo miedo, Kagura. Tengo mucho miedo —terminó por confesarle desde lo más hondo. No podía hablar con nadie de eso y quizás esa era la razón por la que se sentía tan ahogada y llena de angustia.

Toriyama negó, con el miedo comiéndola por dentro. Porque ella conocía a Naraku era que estaba tan nerviosa con esa simple propuesta. Sabía que estaba poniendo en riesgo su vida solo con acercarse si quiera al edificio de Bankotsu, mucho más si hacía lo que Higurashi le estaba pidiendo. Tuvo tanto miedo por un segundo, que el estómago se le revolvió. Tenía tantas ganas de gritar y de llorar, quería encontrar una salida que la dejara completamente libre de Naraku, que la dejara respirar y poder amar libremente, pero no podía; no podía y le agotaba simplemente pensarlo. En ningún momento soltó el volante.

—Yo…

—Solo quiero la dirección, Kagura, yo también estoy metida en esto. No voy a traicionarlos, no puedo hacerlo —insistió cuando notó que ella parecía ceder. Tenía que conseguirlo, de alguna manera quería asegurar por lo menos una cosa si es que algo llegaba a pasarle alguna vez.

La joven secuaz volvió a suspirar y puso en marcha la camioneta, con una expresión realmente seria.

—Quizás en algún momento, pero por ahora no —murmuró después, tragando duro.

Kikyō suspiró de nuevo, pero más aliviada y celebrando internamente que había logrado conseguir su objetivo.

—Muchas gracias, Kagura —susurró, pero fue audible.

—No lo agradezcas todavía.


Jugueteaba con una foto de ella en miniatura entre los dedos mientras observaba a ese punto como si estuviera en una especie de trance. Intentar renunciar a su amor había sido la decisión más difícil de su vida, pero a como iban sucediendo las cosas, era lo más sensato. Estaba harto de la incertidumbre, estaba harto de ese ir y venir; en todo el tiempo desde la última vez que habían estado juntos, ella parecía ignorarlo a veces y otras mirarlo como si realmente lo anhelara, casi no hablaban y apenas cruzaban mensajes de WhatsApp para pasarse información relevante de las tareas que le eran asignadas.

Y estaba tan cansado de toda esa mierda, que un día simplemente le pidió a su jefe unas vacaciones y este, asintiendo y con una media sonrisa, se las dio sin rechistar. Llevaba apenas una semana fuera y estaba a punto de volverse loco. En un ataque de rabia y decisión, rompió el papel y lo hizo cuatro pedazos para después envolverlo en torno a su mano, haciéndolo una bola. Suspiró pesadamente y se tiró al mueble, con una ligera sensación de angustia hincándole en el pecho. Tenía una vida de mierda y francamente comenzaba a hartarse. Cerró los ojos un rato… la extrañaba, realmente la extrañaba de forma asfixiante y todo ese tiempo lejos, pero teniéndola tan cerca, habían creado en él una especie de fastidio irracional que lo tenía cada vez más irritable. Extrañaba también su cuerpo, el calor de sus abrazos y sus caricias. Volvió a suspirar y esta vez, tomando valor, se enderezó a su mesa de centro para tomar su celular, abrir WhatsApp y buscar el contacto de su vieja amiga.

"Hola, Abi"

No pasó demasiado tiempo para que la joven le devolviera el saludo.

"Hola, guapo. Qué milagro, hace mucho que no me hablas"

"Bueno, también deberías hablarme tú"

"Tu trabajo te consume y no quiero molestar"

Se sobó la barbilla mientras pensaba en su siguiente respuesta. Decidió ser honesto.

"Mira, solo quiero un encuentro en tu cama esta noche, si te soy sincero"

Esperó el mensaje de vuelta sin saber qué vendría a continuación, pero estaba convencido de que lo tomaría con naturalidad, tanto como si era un sí o una mandada a la mierda colosal.

"Tranquilo, tonto, ni que yo te quisiera para casarnos ;)"

Abi…

Abi también había sido amante de su jefe. Parecía que estaba condenado a acostarse con mujeres que ya habían pasado por ese infeliz. Le envió un mensaje para cuadrar la cita y de inmediato se desconectó. Estaba a punto de echarse para tras otra vez cuando el timbre de su puerta sonó; frunció el ceño, confundido, pero al instante se levantó para ver por la mirilla y saber si tenía que preparar el arma más cercana. Abrió los ojos sobremanera cuando la vio ahí parada, mirando a todos lados como una indefensa niña que tiene miedo de ser descubierta. ¿Le tenía que abrir? Ella volvió a tocar y él se obligó a dejar de ser cobarde con una mueca y le abrió de una vez, sin respirar.

—¿Cómo…?

—Tengo las llaves de tu departamento hace tiempo —le interrumpió, alzando las piezas para que lo corroborara—, así que no preguntes cómo entré al edificio —tragó duro, ingresando a la propiedad y viéndolo con las pupilas más dilatadas que jamás—. Te he extrañado tanto —susurró, cerrando la puerta con el pie y notando cómo la expresión del hombre se hacía cada vez más estupefacta. No tenía el valor para tocarle el rostro, pero sus manos temblaban por hacerlo.

—Y-yo…

—Pero has sido tan distante y…

—¿Yo, Kagura? —Inquirió, indignado, frunciendo las cejas y viéndola incrédulo—. ¡Has sido tú quien me ha ignorado como si no existiera! ¡Has sido tú la cobarde!

—¡¿Es que no valoras tu vida?! —Por primera vez en mucho tiempo, el miedo por alguien más la hizo querer llorar. Sentía una presión en el pecho que comenzaba a obstruirle la respiración—. Naraku va a matarnos si nos descubre y yo… —no pudo evitarlo por más que lo intentó y se pegó a él por los hombros—, aunque vaya a morir también, no podría soportar…

Ante la cercanía de la mujer que amaba, Bankotsu cayó rendido como un imbécil, apoyando las manos en la cintura femenina y respirando errático, cerrando los ojos cuando ella chocó sus frentes.

—Kagura…

—Que algo te pasara, Ban, yo… —Alzó la mirada, abatida y vidriosa, para encontrarse con los ojos anhelantes de él.

Negó con la cabeza, tocándole la mejilla con delicadeza, casi como si tuviera miedo. Sus vidas eran como estar en constante guerra y aún así, los sentimientos habían florecido; su destino era ese y nada podían hacer si es que algo así pasaba.

—No puedo evitar la muerte, pero tampoco esto… —subió las manos por la espalda, apegándola más—. ¿Y si muero sin haber disfrutado contigo los días, Kagura? —La vio negar frenéticamente, pero le hizo una señal de silencio para que lo escuche—. Estoy harto de esta mierda, Naraku cada día está peor y Kikyō no lo está ayudando.

—Pero…

—Pero cállate ya y deja que pase lo que tenga que pasar —se acercó hasta que sus bocas se rozaron, sintiendo los finos dedos enterrarse en sus hombros—, y permite que estemos juntos.

La besó después de tanto tiempo sin probar sus labios y supo a gloria. Kagura se enredó en su cuello y profundizó el beso con ansia y desespero, haciéndole saber que lo necesitaba. No prometía nada con ese beso, pero al menos le daba a entender que iba a intentarlo.

Aunque les costara la vida.


Entre sus dedos pálidos, el habano tembló, desestabilizando el humo que despedía. Su cuerpo entero se erizó por la incomodidad. Las luces estaban apagadas, apenas se percibía a la luna intentando no dejarlo a oscuras en esa fría oficina que había sido testigo de miles y miles de cosas.

«Aunque había intentado dejar de llorar apenas su padre lo soltó de forma violenta sobre el piso, los sollozos aún salían de su garganta, obstruyendo su respiración y obligándolo a tomar aire cada vez que su cuerpo convulsionaba.

—Siempre eres tan blando —lo escuchó decir, con ese temido tono decepcionado—, siempre dejas que los demás piensen por ti, siempre tan manipulable, siempre tan tonto —prosiguió, mirándolo desde su ángulo como si la sola existencia de su hijo, lo molestara.

Cada vez que salía a jugar con los niños del barrio, terminaba golpeado, con sus juguetes rotos y llorando. No había vez que no pasara algo tan malo como para hacerlo romper en llanto, lo que fuera. Desde casa, solía observar a su hijo único interactuar con los demás, lo miraba fijamente ladeando el rostro, analizando su comportamiento y preguntándose por qué diablos era tan idiota. Y también lo veía caer: cada paso que daba antes de que sucediera lo malo, cómo dejaba que lo maltrataran para seguir su juego estúpido, cómo se dejaba quitar los juguetes del niño más grande y fuerte del grupo sin decir más, cómo parecía tan sumiso solo por no perder amigos… Lo más patético que sus ojos habían visto.

—P-pero me piden jugar con mis juguetes —balbuceó, agachando la vista y sintiéndose todavía más pequeño. A sus escasos siete años, ya sabía lo que era sentirse humillado e inferior.

—¡¿Y accedes?! ¡¿Es eso lo que te he enseñado?! —Levantó la voz, haciéndolo respingar por el susto—. Pierdes el control y cuando eso pasa, arruinas todo —se acuchilló para estar a la altura del niño y lo obligó a mirarlo con un gesto brusco—. Mira cómo lloras, como una nena, ¡sé hombre, carajo!

—¡No me grites, papá! —Le respondió, apretando los puños y los ojos a la vez.

No entendía a qué se refería el mayor cuando le decía que debía tener el control, si su mamá le había enseñado a compartir. Se sentía en una especie de conflicto, no sabiendo para dónde mirar, se sentía débil y estúpido, pero, sobretodo, una decepción para su padre, que siempre lo había mirado como si no fuera capaz de nada.

Alzó la vista cuando escuchó el sonido de sus juguetes crujir ante las pisadas bestiales de Onigumo.

»—¡¿Qu-qué haces?! ¡Por favor, no! —Intentó correr hacia el desastre, pero fue detenido por el empujón que le dio Onigumo, tirándolo de nuevo al piso.

—¡Insolente! ¡Eres un incompetente y si sigues así, cuando crezcas, todo el mundo va a burlarse de ti por ser un débil payaso! —Sus palabras destilaron odio puro, con las pupilas dilatadas y saltando de un lado a otro, conteniendo las ganas de agredirlo físicamente.

¿Se suponía que ese niño derrotado iba a ser quien se encargara de todo cuando él ya no estuviera? ¿Iba a dejarle el imperio que le había costado tanto a él y a sus ancestros construir por años? No se hacía de una fortuna como esa de la noche a la mañana siendo un marica, había que tener mano de hierro y pensar en quienes te rodean como si fueran objetos que puedes tener bajo tu poder, que son tuyos y te pertenecen, para así hacer la tarea de administración más fácil y evitar ser asesinado por un traidor que quiera tomar tu lugar. Era muy peligroso si no eras lo suficientemente cabrón como para manejarlo. El pequeño se había quedado ahí, estático, oyendo el hiriente discurso que ya resonaba en su mente como un eco. Sus lágrimas se habían detenido y ahora sus ojos se enfocaban, incrédulos, sobre su papá.

—¿Po-por qué me odias, padre…? —Susurró, empezando a temblar como una hoja, más indefenso que nunca.

Tatewaki negó con la cabeza, sin quitar esa expresión de fastidio.

—Odio que pierdas el control, Naraku».

Perder el control…

No recordaba una sola vez en la que Onigumo le hubiera demostrado una sola pizca de cariño. Sus juguetes se los compraba su madre, la cual tampoco había sido la mejor progenitora del mundo, cabía aclarar, y cuando esta había muerto, tareas como esa pasaron a manos del padre de Kagura o de cualquier empleada. Nunca recibió halagos, nunca recibió una sola muestra de que lo estaba haciendo sentir orgulloso y a medida que crecía, comenzaba a darle menos importancia, porque no quería comerse la cabeza constantemente con los miedos que tenía por no ser suficiente, con el rechazo constante.

«—¡Por favor, ya suéltala!

De nuevo, sus gritos llenos de pánico se mezclaban con los de dolor de su madre, que intentaba acallarlos como más podía, a pesar de que la presión en su cuero cabelludo se hacía cada vez más intensa por cómo sus mechones eran estirados con violencia por su marido.

—¡Vete, Naraku, sal de aquí! —Le ordenó entre el dolor y la frustración por no hacer nada para mover a su hijo de nueve años de ese panorama, permitiendo que viera cómo era maltratada.

—¡Si te mueves, Naraku, te juro que te las verás conmigo! —Rugió Onigumo en respuesta, moviendo la cabeza de su mujer en el acto, apretándola más de los cabellos—. ¡Y deja de llorar como un marica de una vez, con un demonio!

El niño negó, cerrando los ojos y apretando los puños en su overol, serrando los dientes por el pánico y la impotencia.

—Por favor, Onigumo, deja que se vaya —sollozó entre lágrimas, encarecida—. No lo hagas ver esto…

—¡No te metas en cómo crío a mi hijo, perra! —Desde su ángulo, le soltó un puñetazo que le hizo sangrar la boca de inmediato. Su hijo chilló de miedo y volvió a temblar, cayendo al suelo de rodillas. Se hizo un silencio después de eso, con los quejidos de la mujer intentando ser mudos—. Naraku, principalmente las mujeres deben tener claro que te deben obedecer. ¡¿Cómo esperas controlar los negocios de la familia si no te respetan?!

El aludido volvió a negar, sin poder decir una palabra.

No podía hacerlo.

»—Entre más te rehúses a aprender, más va a sufrir tu madre —lo chantajeó, consiguiendo de nuevo la atención del infante—. Todos quienes trabajan en esta casa, serán de tu propiedad algún día y a menos de que quieras que te asesinen, tendrás que aprender a controlar cada paso que den, cada movimiento… Que sepan que eres tú quien está al mando, Naraku.

—Onigumo… —susurró de nuevo la mujer, dolida profundamente por todos sus errores, principalmente, por haberle dado un hijo a aquel psicópata. Ya no la tomaba con tanta fuerza, pero el golpe en su mejilla y la hinchazón creciente la estaban atormentando.

—Pero-

—Pero nada. O aprendes a tomar el control o Kagura heredará todo esto y tú te irás a la calle»

¡¿A quién diablos se le ocurría decirle eso a un niño de nueve años como si supiera?! Y luego su madre, quien con el paso del tiempo también empezó a rechazarlo y a culparlo por los maltratos de su papá. Apretó de nuevo sus puños contra la ropa, lleno de odio. Junto a él, también había crecido un odio irracional por Onigumo, mezclado con la necesidad absurda de su aprobación.

Solo necesitaba eso: su aprobación, pero… incluso en su lecho de muerte…

«—Dejo este mundo preocupado por el destino de mi legado, Naraku. No confío en ti»

Y con lo que estaba sucediendo, pensó en que, quizás, su padre siempre tuvo razón respecto a él.

Escuchó cuando tocaron a su puerta y salió del trance de una vez, estampando su habano contra el cenicero y estirándose para prender una lámpara. Preguntó de quién se trataba, sabiéndolo perfectamente y lo hizo pasar en seguida. Su invitado tenía una cara de desconfianza que le hizo pensar que ya sospechaba que él sabía algo de lo que estaba pasando. Sonrió malicioso mientras lo veía caminar hacia su escritorio.

—¿Cómo va tu trabajo, Hakudoshi? —Le preguntó directo, sin ningún preámbulo.

El aludido se encogió de hombros, receloso. Que Naraku lo mandase a llamar así nada más, no le daba buena espina.

—No sé qué decir, tú me has prohibido volver con Kagura y Kikyō cuando salen —le dijo en el mismo tono, pestañeando despacio.

Naraku asintió, levantándose por un poco de whisky y alertando al albino en el acto.

—Kagura es la niñera de Kikyō, es ella quien la vigila —se sirvió algo del minibar y no se molestó en preguntarle si deseaba un trago— y Bankotsu me pidió vacaciones… Tal parece que quiere alejarse de Kagura por alguna razón —bebió, todavía dándole la espalda.

—Eso no lo sé yo.

Se hizo un nuevo silencio en el que el corazón de Hakudoshi parecía querer salirse del pecho. Cuando se trataba de hablar con Naraku, siempre estaba indefenso, sin siquiera portar un arma y eso lo hacía darse golpes en la frente por ser tan desprevenido.

—La gente de este Gremio dice que están muy contentos contigo —la nueva intervención de Tatewaki lo sacó de su trance, poniéndolo de nuevo alerta. Prefería que lo matara de una vez a que empezara con sus diálogos capciosos.

—Solo ayudo a controlar todo cuando no estás, Naraku y a asegurarme de que estén bien para que no vayan a asesinarte.

«Asesinarme, ¿uh? Suenas como mi padre»

Sonrió de medio lado e hizo movimientos circulares al alcohol en su vaso de cristal. Estaba claro que sus sospechas de un golpe de estado por parte de su pariente eran más reales que la vida misma y que aquello se trataba de una estrategia para ponerlos de su lado y acabar con él. No podía creer que la gente fuera tan estúpida como para dejarse llevar por una sonrisa hipócrita y un par de almuerzos, pero era así… si Hakudoshi seguía haciendo eso por más tiempo, pronto tendría a todo El Gremio de su lado y cuando menos lo pensara, sería acribillado. Todavía lo necesitaba para que fuera sus ojos cuando Bankotsu regresara, así que, mientras pensaba en qué hacer con él, lo enviaría de nuevo a su ciudad.

—Lo agradezco —se giró para tenerlo de frente y lo vio palidecer. Sabía que agradecer no significaba algo bueno si venía de su parte y disfrutó verlo temblar como una hoja… Se parecía a él mismo de pequeño, siendo un imbécil—. Está bien por ahora. Vuelve a tu casa hasta nuevo aviso.

—Pero-

—Ya preparé tu vuelo. Sales mañana a primera hora —se sentó en su silla y su tono ahora sonaba muy severo—. Retírate, Hakudoshi.

—¡No habrás creído en las mentiras de esa perra de Kagura…! —Se levantó de inmediato, exaltado, poniéndose en evidencia como un idiota. Se notó que todavía era un inexperto.

Naraku lo miró impasible, con la mayor frialdad posible, retándolo a atreverse a decir más y sacándolo de la estancia con los ojos. El enano carraspeó y salió del lugar con una disculpa. El pelinegro se echó para atrás cuando se quedó solo, maldiciéndose.

No cumplía ni tres años al mando y aparte de que todo parecía derrumbarse de a poco, ya había alguien que quería derrocarlo tal y como Onigumo siempre había predicho.


"¿Crees que pueda pasar por ti para ir a casa de Ayame mañana a cenar? Hay una noticia que quiero darle a Kōga y me gustaría que estés también allí.
Claro, solo si te sientes cómoda con esto, en serio.
Podemos cenar solos nosotros después, si quieres, de cualquier forma"

Envió el mensaje, ansioso como hacía mucho que no y bloqueó el celular para dejarlo a un lado. Suspiró hondo y pesado, removiéndose en la cama y acomodando la cabeza en la almohada, mientras cambiaba a cualquier canal con su control remoto. Invitar a Kagome a casa de su familia después de un mes de relación le parecía algo justo para presentarla oficialmente, aunque eso sonara un poco violento para su gusto; sentía la necesidad de hacerlo, porque era su única forma de hacérselo saber a quienes eran importantes para él de manera formal. Medio sonrió recordándola simplemente, escuchando su risa en la mente.

El sonido de la puerta al ser tocada un par de veces de forma delicada, llamó su atención de inmediato. Miró hacia la entrada y le permitió pasar.

—¿Se puede? —Preguntó, sonreída, sosteniendo un chocolate entre los dedos.

InuYasha sonrió amplio, haciéndole un espacio en la cama para permitirle que se recueste a su lado. Hacía tiempo que no lo visitaban y dormían en su departamento, así que aquello le sentaba de maravilla.

—¿Es para mí? —Inquirió, ansioso y sus ojos brillaron, tomando la golosina y abriendo su envoltura.

—Es tu favorito —sonrió la mayor, acariciando la cabeza de su sobrino y sonriendo con ternura—. Vaya, veo que tienes tu casa mucho más ordenada que de costumbre.

El aludido dejó de masticar y abrió mucho los ojos, mirándola fijamente y sonrojándose de inmediato. Casi no pudo tragar y menos cuando la puerta se abrió de repente.

—Eso es porque Kagome viene seguido y no quiere quedar mal —Ayame asomó la cabeza y le hizo una mueca infantil a su primo—. Hola —saludó al final, cínica.

Kaede rio bajito, creyéndole a su hija.

—Pff, ¿no te estará llamando tu novio por ahí, a ver si me dejas en paz? —Le dijo el ambarino, fingidamente ofendido y comiendo otro pedazo de chocolate.

—Solo vine a decirles que papá terminará de preparar la cena en diez minutos y nos quiere en la mesa a tiempo —informó sin más—, así que no lo olviden —hizo una señal de adiós con la mano y cerró la puerta.

Taishō suspiró, un poco nervioso por sentirse expuesto, aunque no fuera así necesariamente. Kaede lo observó en silencio, recordando a su hermana y a su cuñado en InuYasha, viendo sus facciones y cómo reaccionaba ante las cosas. Hacía tanto que no lo veía tan feliz… sintió que su corazón se infló de orgullo y una calidez avasallante que le recorrió todo el cuerpo.

«Ojalá pudieras verlo ahora mismo, 'Yoi'. También tú, Tōga».

Sin embargo, notó que había comenzado a mover la pierna flexionada sobre la cama cuando sintió que la base vibraba ligeramente, lo que le indicó que había algo que lo estaba inquietando.

—¿Está todo bien, InuYasha? —Inquirió, con un tono de preocupación en su voz.

—¿Eh? —Salió de su trance viendo la TV ante el llamado, notando apenas su tic.

—Te noto inquieto.

InuYasha se estiró para botar la envoltura del dulce en la papelera cerca de su cama y volvió a su posición de inmediato, carraspeando. No sabía cómo empezar realmente. Con el tiempo, había aprendido que, aunque fuera un adulto independiente, necesitaba hablar de sus cosas con alguien mayor para aclarar el panorama, nunca estaba de más un consejo y más si era de alguien que quería tanto.

—Sabes que —comenzó a decir y carraspeó— Kagome y yo…

—¿Están juntos? —Irrumpió Kaede, alzando una ceja y sonriendo ligeramente. Su sobrino comentaba aquello como si fuera a decirle un gran secreto—. Pero si toda la familia lo sabe, InuYasha —no pudo evitar la risilla entre el comentario. El aludido abrió ligeramente la boca, intentando decir algo, pero no pudo. Unos segundos de silencio pasaron y ahora el ambarino miraba sus pies en la cama como si fueran muy interesantes, ligeramente en trance por lo que estaba pasando; de alguna manera, se sentía tranquilo porque su familia lo supiera y no tuviera que estarlo escondiendo como si fuera un delito o explicándolo de forma explícita—. Y hacía mucho no te volvía a ver tan feliz, hijo —InuYasha se exaltó ligeramente cuando sintió la mano de la mayor posarse sobre la suya y apretarla un poco. Regresó la vista a su tía y esta sonreía tanto, que sus ojos se habían cerrado—. Me alegro mucho por ti.

—¿E-en serio? —Titubeó, sintiendo algo removerse en su pecho. Sentía que sus mejillas aún estaban cálidas por el sonrojo ligero—. Gracias, tía.

«No pensé que fuera tan obvio», pensó, negando apenas con la cabeza. Suspiró de nuevo, volviéndose a recostar, como más relajado.

—Sí, pero… —prosiguió la mujer—, aún no me has dicho por qué estabas tan ansioso.

—Bueno —se tuvo que incorporar de nuevo para comentar lo importante—, mañana es un buen momento para anunciar una noticia importante a Kōga, así que me gustaría poder organizar una cena en tu casa —dijo a modo de propuesta, más bien. Sabía perfectamente que lo de la cena era un tema prácticamente resuelto y anteriormente ya lo había conversado con el matrimonio Tanami, pero nunca estaba de más confirmarlo.

Kaede chocó las palmas de sus manos en un aplauso emocionado apenas escuchó aquello, con los ojos brillando.

—¡Vaya! Ahora estoy emocionada por eso —asintió un par de veces, feliz. Quería mucho a su yerno, así que la noticia también era motivo de júbilo para ella y su esposo—. Seguro que Kōga estará muy feliz si es lo que pienso que es —miró expectante a su sobrino para confirmar.

El pelinegro también sonrió ligeramente.

—Así es, ¿crees que sea posible? —Ladeó apenas el rostro.

—¡Por supuesto que sí! —Pensó que eso no tenía ni que preguntarlo—. Hablaré con Seitō esta noche para preparar todo mañana temprano, que sea una sorpresa.

—Bien, pues… —inhaló y no soltó el aire por un buen par de segundos, volviendo a mover la pierna—, he invitado a Kagome y no sé si haya sido muy adecuado —tragó duro y se rascó la nuca, haciendo una mueca de insatisfacción—, ya sabes, porque voy a presentarla…

No estaba seguro de si esa palabra era la adecuada. Si era sincero, tenía miedo de verse como un intenso desesperado, asustarla u ofenderla de alguna manera. Ya con Kikyō le había pasado algo parecido y, tomando en cuenta que eran hermanas, se podría decir que la situación contribuía a que no desapareciera su trauma. Oyó a Kaede hacer un sonido pensativo con su garganta, pestañeando despacio y analizando la situación.

—Tú que la conoces… —resolvió decir después—, ¿crees que ella se sentiría incómoda?

InuYasha también pestañeó un par de veces, buscando una respuesta adecuada.

—Ah… no lo sé, posiblemente no. —Si era muy sincero, a veces Kagome podía ser muy impredecible—. De todas maneras, le pregunté por WhatsApp, pero tengo… —carraspeó, nervioso— miedo de que me diga que no.

Sin poderlo evitar, Kaede extendió sus brazos como hacía muchísimo tiempo que no pasaba con el pequeño InuYasha y lo invitó a que se recueste en su pecho para rodearlo forma protectora y maternal. Le había dolido sentirlo tan indefenso y con miedo, como un niño pequeño. Había sufrido demasiado en la vida desde que se había quedado solo a los quince años, por lo que era imposible no sentir esa angustia por cualquier cosa que lo inquietara. No soportaba ver esa inseguridad en los ojos ámbar… simplemente era demasiado para ella, tanto como cuando notaba esa misma expresión en Ayame. El joven accedió después de unos segundos, dejándose llevar por la calidez del gesto de su tía, de alguna forma, se sentía seguro así, aunque ya estuviera muy grande para aquellos mimos.

—Tranquilo, hijo… —le susurró, sobando su cabellera negra—. Todo saldrá bien, Kagome es una chica muy inteligente y si te dice que no, de seguro te dará muy buenas razones y lo entenderás.

No creía que esa invitación significara un evento incómodo para la joven muchacha, pero podía entender si era así. De todas maneras, su deber ahí era apoyar a InuYasha en lo que pudiera.

Se formó un largo silencio en el que solo se escuchaban tenuemente las risas de Seitō y Ayame en la cocina, charlando de cualquier cosa. InuYasha observaba a un punto en la nada, sintiéndose bastante más tranquilo que antes, reflexionando sobre las palabras de su tía; tenía toda la razón cuando decía que Kagome sabría responderle y sea cual fuere esa respuesta, él entendería la razón. La conocía hacía varios años como para asegurarlo.

—¿Qué crees que diría mamá de todo esto? —Preguntó de pronto, no muy seguro—. Quiero decir, sobre Kagome y yo…

Le era un poco difícil imaginar cómo habría sido todo en ese momento si sus padres estuvieran ahí, pero sabía que Kaede sí que podría decirle algo que podría ser muy acertado. Suspiró.

—Estaría, definitivamente, feliz por ti —dijo sin pensarlo, recordando la sonrisa de su hermana—, porque tú eres feliz —se calló un momento, meditando en su afirmación—. ¿Es así, InuYasha? —Volvió a pasar los dedos por las hebras ébano, esperando una repuesta positiva y genuina—. ¿Eres feliz?

InuYasha curvó los labios ligeramente, con la sonrisa radiante de Kagome tatuada en su mente y aquellos ojos marrones brillantes mirándolo como si no existiera nadie más que él sobre la tierra.

—Como no te imaginas…

Continuará…


Ay, qué bonito mi bebé InuYasha. Sentí que necesitaba un abrazo así… Yo he tenido de esos y me han aliviado mucho la vida.

¡Perdonen la demora, cariños! He vuelto a casa y como se imaginarán, he estado hasta la coronilla de cosas —en realidad, todavía no me desocupo /llora—. Últimamente, le doy unas tres correcciones a cada entrega pasando varios días para notar los errores, es por eso que me demoro más en subir los capítulos, también, pero todo sea por traerles algo medianamente decente. Espero sepan disculpar a esta autora, no me gusta demorar tanto, especialmente porque siento que el fic está en una etapa bastante calmada y necesito salir de ella para que ya vean lo demás.

Dejando de quedarme de existencia, dejo mis respectivos saludos a mis preciosas: Geanery Sandoval Castaneda, Sarai, Annie Perez, Rosa Taisho, Marlenis Samudio, Rodriguez Fuentes, Invitado, MegoKa, GabyJA, TaishoScott e Iseul.