Participación mayoritaria de personajes: Kagome, InuYasha, Kikyō, Miroku, Sango.

Participación minoritaria de personajes: Seitō, Kaede, Kōga, Ayame, Naomi y Suikotsu.

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Capítulo 33.

—¡Te estabas demorando en comentarlo!

El grito eufórico que soltó Miroku, tan inusitado, puso a todos en alerta. Sango soltó una genuina carcajada y, movida por los ánimos, le acarició la mejilla a su esposo, sin dejar de reír. La reacción había sido inmediata y el par de novios, ahora con las manos separadas, observaban la fiesta que empezaba a formarse otra vez.

—¡Lo bueno es que ya sabíamos, crack! —Como siempre, el comentario había venido de su primo político, que ahora alzaba una copa en nombre de InuYasha y Kagome.

—¡Cállate, Kōga!

—No puedo creer que haya tenido que pasar tanto tiempo para ver este momento hecho realidad —intervino Ayame, casi orgullosa. Era como realizar una meta verlos juntos al fin, más que todo cuando por tantos años, el rostro de InuYasha no había reflejado tanta felicidad como ahí.

Sobre los detalles de la relación que había tenido con Kikyō, ya le había comentado algo de eso a sus padres, así que nadie tendría preguntas incómodas.

—Pues muchas felicidades para ustedes también —Seitō imitó a su hija y casi yerno con la champaña, incitando al brindis.

—Por todos ustedes y por todos nosotros—Kaede también se unió a la celebración.

Kagome sonrió tan amplio, que las mejillas le dolieron. ¿Era esa felicidad tan grande que después podría traerle dolor? No lo sabía, porque era demasiado maravilloso para ser realidad. Se sentía segura, estable, tranquila… Observó a su novio solo un segundo y el semblante sonreído de InuYasha le avisó que parecía estar viviendo el mismo sentimiento.

—¡Salud!


No había puesto ninguna clase de resistencia; no había dicho una sola palabra después de que Kagura le preguntara si estaba bien antes de subirla a la camioneta; tampoco había tratado de quejarse por las esposas y la capucha, cuya acción resonó en su cabeza, porque era de noche y le pareció absurdo que la cubriera; no había hecho el más mínimo ruido. Las lágrimas solo rodaron por sus ojos, entre la oscuridad y el movimiento involuntario de su cuerpo por el viaje.

—Oye, no has dicho nada desde que salimos de la hacienda —insistió Kagura, viendo por el retrovisor, aunque sin mucho éxito. Todavía no entraba a la ciudad, por lo que la iluminación era pobre. No podía evitar sentirse preocupada por Kikyō, que en ese último tiempo se había convertido en una especie de «amiga», si es que así se le podía llamar. Tenía pena de que ella estuviera con Naraku y no pudiera salir…

No hubo respuesta.

»—De acuerdo, no preguntaré más —aunque sintió iras por el silencio incesante, decidió respetar la decisión de Higurashi de permanecer callada.

Kikyō cerró los ojos, intentando calmar el dolor en su pecho que se extendía al igual que el ardor en su garganta y cuello. Después de otros minutos de viaje, que en total sumaron una hora y media de camino, más o menos, sintió que la gran camioneta negra se detenía lentamente hasta frenar por completo.

Kagura abrió la puerta y con una señal, indicó al guardaespaldas que no bajara del balde. Como último acto de empatía, quiso ser ella misma quien le quite las esposas y la capucha. Había iluminación en esa calle, por lo que cuando reveló el rostro cansado de la pelinegra, fue notorio que unas marcas rojas en su cuello empezaban a coagular. Reconoció aquello al instante y la aludida lo notó a la misma velocidad.

—Hazte a un lado, Kagura —le dijo con voz ronca por el maltrato que había recibido recientemente, pero con el recelo y la molestia de saberse descubierta. Toriyama inspiró hondo y la dejó pasar. Kikyō rodeó el auto por detrás y empezó a caminar hasta el portón de su casa, haciendo resonar sus tacones y aferrándose a su bolsa como si con eso pudiera frenar las enormes ganas de llorar que volvían a asaltarla.

—¡Kikyō! —Paró en seco ante el llamado de la secuaz, pero no giró para verla—. Naraku volverá a llamarte —decidió decirle, arrepintiéndose al instante— y vendrás —terminó por mencionar. No supo por qué tuvo ese estúpido impulso, pero lo había soltado y ya no había marcha atrás.

Ella sonrió de medio lado, burlona; burlona de sí misma y de Naraku, de todos. Avanzó hasta la entrada, puso la contraseña y el gran portan desbloqueó la seguridad, dejándola correrlo apenas para ingresar a su propiedad. Después de unos segundos, protegida en la fortaleza Higurashi, escuchó la camioneta arrancar y suspiró, reteniendo el llanto otra vez. Miró para el cielo y quiso gritar alto, liberar todo lo que tenía dentro. Bajó la vista después y sus ojos se encontraron con el auto que había comprado con dinero de él, dinero mal habido… Tuvo ganas enormes de rayarlo, de arruinarlo y quemarlo con Naraku dentro. Se sacó los zapatos para evitar el ruido y sus pies hicieron contacto directo con el concreto cemento que conducía a la puerta de su casa. Sus pisadas fueron suaves una vez dentro, dirigiéndose sigilosamente a las escaleras para llegar a su cuarto y dejar su bolso junto al abrigo y los tacones.

Respiró hondo, decidió ir hasta la habitación de sus padres, notando que la puerta yacía entreabierta y la televisión también estaba prendida. Tocó despacito y al no recibir respuesta, se asomó por el espacio pequeño que había para verlos durmiendo. Una sonrisa nostálgica se escapó de sus labios.


—Yo diría que es adecuado que Miroku y Sango también nos digan algo para celebrar a las tres parejas, ¿no les parece? —Kaede usó el mismo tono sugerente que Sango había aplicado con InuYasha y al instante, los presentes estuvieron de acuerdo con el comentario de Ishikawa.

—Yo apoyo eso —fue el turno de Kagome para alzar la voz, visiblemente emocionada por saber si habría algo que decir.

Cualquier cosa, incluso si solo era un comentario que tuviera que ver con lo bien que estaban llevando el matrimonio o incluso el trabajo, escuchar algo de Miroku y Sango les hacía enorme ilusión, más después de que las dos parejas habían tenido su momento. La castaña no pudo evitar sonreír, ligeramente nerviosa.

—Sí, yo creo que algo tendrán que contarnos también, ¿no? —Les dijo Ayame, asomándose un poco para ver a su amiga y a la pareja de esta, que ahora apretaba los labios, evitando una risa.

—Vamos, vamos, ahora se ven tímidos —animó Kōga, poniendo la situación todavía más emocionante. Ahora todos los ojos estaban sobre el matrimonio Takeda.

—Eh, pues… —Tanaca se aclaró la garganta, riendo de nuevo, intentando relajarse. Era gracioso que sí que tenía algo para decir que era muy importante y dar la noticia no estaba resultando tan fácil como lo había planeado—. Aún lo estamos especulando, pero…

—Sango y yo queremos tener nuestro primer hijo —Miroku tomó la palabra y lo soltó sin más, dejando a todos helados.

Su esposa estaba con la cara roja por los sentimientos que la embargaban y ahora lo había tomado de la mano después de soltar aquella bomba.

—¡Vaya, esas son palabras mayores! —El primero en reaccionar fue Kōga. La felicidad en los rostros de todos era palpable.

—¿Lo dices en serio, Miroku? —Chilló la azabache y sus ojos brillaron como perlas. Tomó a su novio por el brazo de inmediato, como si hubiera olvidado que estaba en familia—. ¡Oh, InuYasha, ¿no es increíble?! —Paró en seco cuando todos se echaron a reír por su reacción aniñada, pero fue agradable—. Dios, lo siento, no pude evitar la emoción —movió las manos, hiperventilando.

—Muchas felicidades también para ustedes, chicos —InuYasha les deseó todo lo bueno desde el fondo de su corazón, sintiéndose incluso reconfortado con la felicidad de sus amigos. Realmente era gratificante.

La pareja asintió, recibiendo las felicitaciones con mucha alegría y predisposición. Aquello era realmente una decisión enorme, pero estaban seguros de ello.

—Son tan adorables… —murmuró la pelirroja, como la shipper innata que era. Su novio asintió.

—Sango será una madre excepcional, sin duda.

—Muchas gracias, Seitō-san —la aludida hizo una reverencia ante el halago.

—Entonces qué… —Kōga volvió a tomar la batuta, esta vez, con copa en mano—. ¿Otro brindis? Nunca está de más uno.

—¿Por los futuros padres? —InuYasha lo imitó y para el segundo siguiente, toda la mesa alzaba la champaña en los cristales.

—¡Salud!


Después de todo, Naraku tenía razón.

Todo lo que le había dicho era cierto; no era un ángel y jodía tanto como dolía que estuviera diciendo la verdad cuando afirmaba que sus papás creían que sí, que confiaban en ella de forma ciega y a pesar de todo lo maravillosos que eran, solo sabían recibir engaños de su parte.

Quizás, después de todo, se parecía mucho a él y por eso había acabado en su vida.

Observó que su padre tenía el celular apretado sobre su pecho, seguramente se había dormido esperando su respuesta después de haberle dicho que le avisara apenas entrara al hotel, en consecuencia de su mensaje en el que le había dicho que la fiesta estaba por terminar y que a la final sí se quedaba fuera. Su madre también se había quedado dormida abrazada a Suikotsu, aferrada a su torso. Le hincó el corazón… se habían quedado dormidos esperando noticias suyas. Daba ya la una y cincuenta de la mañana y con lo temprano que debían levantarse, era obvio que el cansancio les hubiera ganado.

Ellos le creían cada mentira que había soltado para verse con Naraku, ellos habían depositado su confianza en ella, habían conversado sobre lo que le atormentaba y a pesar de eso, había decidido mentirles a la cara, ignorando toda ayuda que le pudieran brindar, aferrándose más a ese maldito hombre que a su vida misma. Pestañeó despacio, sintiendo unas ganas enormes de meterse entre ellos como cuando era una niña, decir que había algo bajo su cama y que la protejan esa noche. La diferencia era que ahora, ella misma había introducido a un monstruo bajo su piel, ahora ya no podía escapar ni pedir ayuda. Había construido una mentira que se había hecho tan grande, que sí la develaba, estaba segura de que sería la peor vergüenza de su existencia. No lo soportaría... simplemente no.

Se secó la lágrima que había escapado por su ojo izquierdo e inspiró hondo. Amaba a sus padres y a su hermana, pero ya no podía volver atrás. Tomó el control remoto, programó el televisor con diez minutos, les dedicó una última mirada y salió de la habitación con el corazón pequeño como una nuez.

«Lo siento, mamá y papá. Perdónenme, habría querido que fuera de otra manera…»


El recuerdo de lo que había pasado la noche anterior, todavía se sentía en la yema de sus dedos. Su rostro seguía reflejando la misma amargura de siempre incluso cuando se llevaba los alimentos a la boca. Sentía tanta repulsión consigo mismo porque una parte de su ser, una muy minúscula parte no dejaba de sentir culpa por la manera en la que había tratado a Kikyō; no lo dejaban en paz sus ojos llenos de miedo y desesperación, de lo cerca que había estado de la muerte. Jamás había llegado a ese punto, aunque siempre lo sacara de sus casillas, no solía recurrir al daño físico, era más de herirla con palabras. Todo se había ido al demonio cuando ella había hablado de sus padres y aquella mierda había pasado por sus ojos como una violenta película. Cuando eran novios antes de que le tocara tomar el mando, le había comentado que no se llevaba bien con su padre, ella lo sabía.

˝—¿Por qué siempre que menciono algo sobre tus padres te pones de mal humor? —Le inquirió directa, mirándolo ceñuda. Observó a su pareja levantarse fastidiado de su lado e ignorar por completo el álbum familiar que tenía en las manos, reposando entre sus piernas cruzadas sobre el piso.

Naraku respiró enojado, observando para la puerta de su pequeña habitación, apretando su ropa en un puño. Sus pupilas bailaron al son de los recuerdos amargos, a los dolorosos… recordaron las palabras que su madre le había soltado sin piedad después del maltrato de Onigumo y que jamás se borraron de su mente: «¡Es tu culpa que ahora esté así, Naraku! ¡Nunca debiste haber nacido!».

»—¿Naraku?

—No me llevé bien con ellos jamás, más que todo con mi padre —soltó entre dientes, arrepintiéndose al instante de decirlo. Jamás hablaba de eso, le causaba un retorcijón en las tripas que le obligaba a hacer una mueca de desagrado.

Kikyō pestañeó despacio y sintió su pecho hincar con esa respuesta; ya había sospechado que Naraku había sido abusado de alguna manera por sus padres y lo había notado en su mirada frívola que portaba en esa foto familiar que su novio conservaba en su mesita de noche, la única por la que había podido saber cómo era de pequeño, por cierto. Además, las veces que ella había contado algo sobre su infancia, a veces Tatewaki preguntaba si sus padres de verdad hacían eso, como si fuera de otro mundo.

—Lo lamento… —bajó la mirada hasta el álbum en donde se mostraban un par de fotos de ella, Kagome y su papá en la piscina inflable que tuvieron antes de terminar de construir la casa en la que vivían actualmente. Se sintió tonta por estar compartiendo esos hermosos recuerdos con él ahora que sabía las carencias afectivas que había tenido siempre.

—No lo lamentes —volvió a verlo cuando habló con ese tono estoico y casi inanimado—, mejor deja de preguntar estupideces.

No pudo evitar sentirse imbécil de nuevo y cerró el álbum con ira˝.

—Buen día, Naraku. —Todavía no dejaba de caminar y los tacones se escuchaban sobre el porcelanato blanco del piso del comedor, cuando su saludo lo distrajo del recuerdo—. Tu agenda está preparada para hoy —Kagura lo miraba totalmente seria, sosteniendo la tableta como si de un cuaderno de anotaciones se tratase, mientras Naraku seguía comiendo sin inmutarse, siquiera, como si ella no existiera—: tienes una reunión con los socios de «Kokudaizu» a las tres de la tarde, como habías propuesto ayer —ladeó apenas el rostro y, como de costumbre, llevó el apartó móvil a la altura de la pelvis en donde lo sostuvo con sus brazos cruzados—. Los ejecutivos se quejaron de que fuera en sábado, pero terminaron accediendo.

—No tienen otra opción —murmuró, bebiendo el café—. ¿Qué hay en la mañana? —La única razón por la que hacía esa pregunta era porque estaba buscando un evento que fuera eludible si es que cabía.

—Reunión con el químico para hablar sobre su propuesta de una nueva píldora —prosiguió, poniendo atención de nuevo a la tableta—. Kijima estará presente, también.

—Al mediodía… —siguió sin mirarla. Tomó aire de forma imperceptible para animarse a decirlo—, quiero que Kikyō esté aquí.

Toriyama abrió ligeramente la boca al tiempo que alzaba el mentón por la impresión. Intentó retomar pronto el habla antes de que su silencio resultara un insulto para su jefe.

—Bien, la citaré apenas salga de aquí —intentó sonar lo más seria posible, casual, que no se evidenciara que lo había notado flaquear en el tono en el que había pedido ver a Higurashi. Estuvo a punto de dar la vuelta sin decir más cuando recordó lo otro a lo que había ido hasta allí—. Ah, por cierto… —el nerviosismo fue notorio, igual—, Bankotsu vuelve de sus días de descanso.

Dejó de masticar al instante con la noticia. La puta madre que había parido a Kagura… Se obligó a tragar de mala gana y fue alzando la mirada poco a poco, como intentando intimidarla.

Y lo consiguió.

—Todavía no pasan sus quince días —dijo suavemente, negando con la cabeza. ¿Creía ella acaso que él era imbécil? ¿Bankotsu quería volver de repente sin que sus días siquiera se hubieran cumplido? No tenía idea de qué había pasado, pero de seguro que allí había reconciliación por WhatsApp.

¿Por qué carajo les gustaba ir a todos en su contra? Si él había dicho que no habría relación entre ellos, ¡no tenía que haber nada!

—Se ha querido incorporar antes —respondió, encogiéndose de hombros.

Se secó la boca con la servilleta de tela y la apretó, pensando en lo que haría. Bueno, el momento del traidor también había llegado. Con esa ausencia, le había dado tiempo suficiente para pensar en lo que haría apenas volviera para probar que sí estaba trabajando por su objetivo o solo quería ganar tiempo dentro de la organización para lograr el respeto de todos y así derrocarlo como había asumido en un principio.

Si lo que quería comprobar era cierto, entonces, le esperaba una muerte muy violenta al enano. Y un problema menos para él.

—Llama a Hakudoshi y dile que puede volver, que su tarea ha regresado.

La pelinegra serró los dientes solo con escuchar ese nombre, ajena a todos los planes de su señor.

—Como tú digas, Naraku.

Sin un solo comentario adicional, se retiró de la estancia.


Cuando abrió los ojos, el sol ya estaba pegándole en la cara. Todavía no sentía los ánimos suficientes para despertar por completo, pero la consciencia empezaba a invadirla de a poco, notando que, efectivamente, no se encontraba en su habitación. Confundida, alzó un poco la cabeza hasta que reconoció el lugar y sonrió como tonta, echándose de nuevo sobre las sábanas. Con las copas de la noche anterior y lo poco acostumbrada que estaba a amanecer en esa cama, se le habían revuelto la ideas y no había conectado con el espacio de forma adecuada. Suspiró y giró para notar a su compañero dormir profundamente con una mano sobre el torso desnudo.

Lo observó en silencio por un momento sin poder evitar los recuerdos de la madrugada. Como ella se había ofrecido de conductora esa vez, había bebido muchísimo menos que su pareja, por lo que habían viajado seguros hasta el departamento, sin embargo, el alcohol, al parecer, ponía a InuYasha muy cariñoso y ella, un poco desinhibida por las copitas de vino que había compartido con él después de llegar, también se había dejado mimar y entre risas, pasos tontos y besos con sabor a alcohol, se habían amado de una forma que le hizo cosquillas en el vientre recordar. Para ese tiempo del recuerdo, su cara estaba roja como un tomate. Poco después de eso, abrió mucho los ojos, volviendo al velador para ver la hora en su teléfono.

¡Nueve y diez de la mañana!

El movimiento brusco había despertado a InuYasha, que ahora se movía quejambroso sobre el colchón, buscando una nueva posición para dormir por el dolor de cabeza que estaba experimentando. Cuando sintió a su novia levantarse de la cama, se obligó a abrir los ojos por fin.

—¡¿A dónde vas?! —Su voz estaba muy ronca.

—Quisiera comer algo antes de irme, ¿tú quieres? —Tomó su liga para el cabello de la mesita de noche y se hizo una coleta, caminando por la habitación totalmente desnuda, directo al armario del ambarino.

—No —hundió la cara en la almohada, como derrotado—, sigamos durmiendo —fue casi un ruego, en realidad.

Kagome sonrió ligeramente al notar que la resaca se había apoderado de su novio, quitándole la energía tan habitual de él.

—Tengo que ir a casa, InuYasha, ya son las nueve de la mañana —comentó con parsimonia, abotonándose la camisa sin dejar de sonreír.

El aludido paró en seco y abrió los ojos hasta que le dolieron.

—¡¿Qué?! ¡¿Tan tarde?! —Se incorporó entonces, provocando que su dolor se hiciera más punzante. ¡¿Cómo demonios había pasado tan rápido la noche?!

Kagome asintió, dándose la vuelta para verlo y volver a sonreír.

—Sí, pero no te preocupes por mí —dijo en tono dulce y condescendiente, empezando a caminar hasta la cama—. Recuéstate, necesitas tomarte un analgésico —intentó que volviera a descansar, empujándolo delicadamente por los hombros, pero él se resistió.

—No, déjame, estoy bien —le quitó las manos de encima también con cuidado, intentando neutralizar el ligero mareo que lo atacó y levantándose en el acto—. Voy a llevarte a casa.

—¡Ni se te ocurra en ese estado! —Lo regañó Kagome, indignada. Era absurdo que siquiera pensara en levantarse de la cama si ella bien podía irse a casa, que no era una niña ya.

—Aparta —caminó por delante de su pareja con destino al cuarto de baño—. Me meto a bañar y salgo como nuevo —comentó, abriendo la puerta y mirándola de reojo.

—¡InuYasha!

—¡No te muevas de ahí, porque voy a enojarme contigo, ¿oíste?!

Para cuando ella quiso volver a protestar, ya se oía el agua de la ducha caer.


Contrario a todo pronóstico, sí que había podido dormir, por lo menos desde las cinco de la madrugada en adelante. Y, aunque estuvo algunas horas despierta, no había sido precisamente para odiar a Naraku, sino más bien para analizar cada detalle que los había llevado a eso. Había tenido tiempo para reflexionar y darse cuenta de que aquello que había pasado, en parte, había sido su culpa.

Mentía como una bellaca si decía que no tenía idea de que su comentario en la discusión era un golpe bajísimo y cruel con el que se había pasado veinte pueblos, y, de alguna forma, sabía que algo malo sucedería después de aquello. No quería justificar la violencia de su pareja, porque no era una estúpida, pero una parte de ella empatizaba con ese odio que parecía acabar con él cada día desde que lo había conocido; estaba segura de que los abusos de Onigumo Tatewaki habían hecho de Naraku el manipulador narcisista que era en la actualidad, un hombre duro, que no sabía querer bien, resentido, sin responsabilidad afectiva, violento y excesivamente controlador. ¡No era imbécil, sabía que Naraku estaba dañado por dentro! Y también ella, porque no encontraba otra manera de entender por qué no quería separarse, por qué sentía pena con la idea de dejarlo solo y de sentirse sola ella también sin el afecto que él le brindaba a su manera. Esos ojos rojos llenos de odio que había visto mientras le apretaba el cuello no eran para ella, lo sabía… Naraku estaba viendo a su padre en ese momento, de seguro, o a su madre, pero definitivamente ella solo había sido un conducto para materializar los traumas de Tatewaki. Sentía mucha pena por él, era el siguiente sentimiento que la había embargado después de la culpa por sus padres.

Siguió colocándose el corrector sobre las marcas verdosas que había en su cuello, señal de la sangre coagulada por la estrangulación. Entre tanta reflexión de la madrugada, se había hecho un ovillo y profundamente se preguntó si Naraku habría sido un buen padre; todas sus ideas de una casa hermosa con tres niños corriendo por el jardín mientras ella los veía sonriente y Naraku los observaba protectoramente desde el pasillo externo de su imaginaria casa, se vieron derrumbadas después de esa pregunta. No tenía la más mínima idea, pero podían pasar dos cosas: sería el mismo hijo de puta que fueron con él o cambiaría por completo la historia para ser mejor padre, sin embargo… su hijo o hija tendría que ser un líder de la mafia y todo empezó a dar vueltas en su cabeza. Dejó con odio la brocha sobre la cómoda y suspiró rendida ante el espejo… no tenía idea de qué base de color utilizar debajo para ocultarlo con el maquillaje, así que lo dejó, tomó un paño húmedo, limpió los restos del cosmético y luego fue hasta su armario por una bufanda que le cubriera hasta la quijada.

Miró su móvil en donde Kagura esperaba por una respuesta para confirmarle su cita en el café de siempre y pasarla a recoger para asistir a una reunión que Naraku había planeado. En ese momento se encontraba en un raro estado de seriedad y calma, como una bomba que explotaría pronto.


Cruzó la puerta con una enorme sonrisa y notó que la casa estaba un poco en silencio hasta que los tacones de alguien bajando por las escaleras, llamó su atención. No era su madre ya que esa semana, el trabajo rotaba de miércoles a sábado, así que solo podía ser…

—Kikyō —su voz sonó desenfocada, como si hubiera perdido la concentración de repente. Su hermana apenas se detuvo en las escaleras.

—Hola, Kagome —le dijo, muy seria, como si no llevara ánimos de saludarla realmente. No la miró a la cara y siguió bajando—, qué bueno que regresaste —terminó su frase cuando estuvo en la planta baja.

—Sí, yo… —la azabache carraspeó, sintiéndose ligeramente nerviosa por saber de dónde venía exactamente. Apenas había besado a InuYasha antes de bajarse de su carro frente a la casa— no sabía que hoy tenías trabajo —alzó lentamente la vista para ver a la mayor.

—Tengo cosas que hacer fuera, es todo —se aferró de la bufanda al sentirse nerviosa también. El corazón se le aceleró hasta que le heló las manos. Comenzó a caminar hacia la salida.

—Normalmente, no sales los sábados —la vio pasar por su lado y aquello la alteró. Kikyō estaba rara, no había duda.

—Pues hoy necesito salir, ¿cuál es el problema? —Le dijo con tono ligeramente exasperado, acercándose a la puerta.

—No, ninguno —Kagome negó frenéticamente con la cabeza, sintiéndose tonta—. Lo siento, no quise sonar impertinente —agachó la cara, avergonzada.

La pelinegra inspiró hondo, cerrando los ojos y tomando paciencia. Se había sentido mal por hablarle así después de escuchar esa disculpa.

«Lo siento, Kagome… No es contigo con quien estoy mal».

—Está bien —se encogió de hombros, restándole importancia. No era culpa de la pequeña, después de todo. Puso la mano en la manija—. Hasta ahora —se despidió, a punto de abrir.

—Espera, Kikyō —intentó detenerla.

La aludida puso los ojos en blanco sin poderlo evitar, empezando a desesperarse por la insistencia de Kagome.

¿Tan obvia era? Intentó no ser más brusca. Tenía prisa.

—Ahora qué —en ningún momento la miró.

Kagome resintió esa actitud, le estaba doliendo. Negó con la cabeza, tratando de ignorarlo.

—Hace un lindo día afuera —comentó, en tono casual.

—¡¿Y?! —La paciencia de la muchacha estaba llegando al límite. Sintió que los nervios volvieron a atacarla.

Por favor, que no dijera nada sobre la bufanda…

Por favor.

—Traes… —por favor, no— una bufanda.

¡Maldición!

—Tengo frío —susurró, tragando duro. Apretó los dedos de los pies dentro de las botas, desesperada.

—Hace calor —devolvió su interlocutora, haciéndola explotar.

—¡Pues yo quiero llevar la maldita bufanda, Kagome, ¿sí?! ¡Déjame en paz!

Sin un solo comentario más, solo quedó resonando el tremendo portazo que su hermana mayor acababa de dar. Kagome se quedó ahí, con la boca semiabierta y las cejas indicando preocupación. No pudo reaccionar ante lo horrible que se había sentido esa salida tan extraña de Kikyō, pero sí fue sintiéndose gradualmente culpable por hostigarla a tal punto en el que tuviera que reaccionar de esa forma y gritar tan histérica. Se mordió los labios, tragando saliva antes de que las lágrimas quisieran invadirla.

Su celular sonó avisándole que le había llegado un correo, alejándola del trance. Sacó el móvil del pequeño bolso que traía cruzado por el pecho en donde había guardado sus cosas para pasar la noche fuera, lo desbloqueó y abrió la barra de notificaciones. Entrecerró los ojos cuando notó que se trataba de un par de notificaciones a la dirección de correo que hacía mucho tiempo que había vinculado a su celular por si acaso: una cuenta obsoleta de su hermana que nunca usaba.

"Bienvenido al curso de defensa personal, gracias por suscribirte. Te estaremos esperando en nuestras instalaciones"

Alzó la mirada y la volvió a la salida de su casa, de la que apenas había salido la mayor, sin siquiera llevar su auto.

—¿Defensa personal?

Continuará…


Kagome no es tonta.

Hahaha, perdón por tanto brindis y cenas (en este fic, hacen cenas por absolutamente todo, ya lo sé), pero necesitaba ya reunir al MirSan y a los demás, también que viéramos un poquito más sobre Kōga y Ayame entre estos últimos dos capítulos.

Como siempre, un millón de gracias, mis preciosas:

Geanery Sandoval Castaneda

Marlenis Samudio

Rosa Taisho

Sarai

Rodriguez Fuentes

XXlalalulu

Megoka

Genesis Perez Vejar

AkizukiMeiko

Iseul

Siempre me alegan tanto sus reviews, los leo más de dos veces. A mis lectoras/amigas más cercanas, prometo volver a WhatsApp para responderles como se debe apenas tenga un celular haha. Las adoro.

Nos leemos pronto, mis bellas.