Participación mayoritaria de personajes: Kagome, Kikyō, Kagura, Naraku y Hakudoshi.
Participación minoritaria de personajes: Naomi.
Capítulo dedicado especialmente a Dany Rodríguez, por su incondicional apoyo y por muchas cosas más. Te aprecio un montón, preciosa, gracias por todo. Disfruta esta entrega.
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Capítulo 35.
Se removió inquieta sobre la cama, mirando hacia abajo en señal de incomodidad y cierta derrota, sintiéndose expuesta y descubierta, desnuda.
Lo había descubierto, su madre realmente lo sabía, no había que ser un genio para darse cuenta.
Eso tenía que ser una broma.
Claro, pero… ¿a eso se refería con que había cosas que simplemente no podía ocultar? ¿Se le notaba? ¿Tanto se le notaba el amor por InuYasha? O quizás era la propuesta repentina de ser su tutor, o es que sus nervios la delataron o es que simplemente, su madre era demasiado astuta y no hacía falta signos visibles para que lo asumiera. En el cumpleaños de InuYasha había soltado algo que todavía no podía olvidar, quizás es que siempre lo supo. ¿Y si así era? No estaba dispuesta a explicarle todo lo que había sucedido, por qué Taishō casi se casa con Kikyō y todo lo demás, lo sentía mucho, pero no.
Tomó aire antes de responder.
—Claro, mamá, puedes comenzar —no pudo verla de nuevo y se odió profundamente por eso. Siempre tan obvia, tan evidente, ¿acaso no podía hacerlo bien?
Se instaló un silencio entre ambas que a Kagome le erizó la piel, trayéndole malos presentimientos y haciendo que juegue con sus dedos de forma nerviosa. Naomi, por su parte, sin saber bien cómo abordarlo para ser lo más delicada posible, observaba fijamente a su pequeña, notaba cómo hacía muecas involuntarias y sus párpados saltaban como si quisiera empezar a llorar, aunque no hubiera síntoma de lágrimas todavía.
—El silencio también es una forma que utilizas para afirmar —le dijo por fin, asintiendo. Ella la miró entonces, más seria, quizás hasta ligeramente molesta por su comentario.
—Es que la intervención me tomó por sorpresa —le respondió más rápido, sin dejar de mover los dedos de las manos y ahora se sumaban los de los pies.
Era obvio: Kagome no quería decirle nada. Ya había soltado el tema de conversación, ya era demasiado evidente que ella se había dado cuenta de lo que pasaba con InuYasha, pero si Kagome no quería decirlo, tampoco la obligaría, sin embargo, había cosas que simplemente necesitaba saber como madre de ambas chicas.
—Comprendo —volvió a asentir y miró la lámpara, distrayendo sus ánimos—. Únicamente vine a saber por qué… —Suspiró.
Llegó un punto en que los nervios de Kagome no pudieron más. Con normalidad, se sentía feliz a lado de InuYasha, le gustaba saber que por fin estaban juntos, le gustaba estar también con su familia, seguir con su vida, pero… en el fondo había una culpa carcomiéndola; era tan difícil de explicar, pero llevar ese peso sobre sus hombros hacía que cuando estaba sola, su mente no parara de dar vueltas en lo horrible que sería si su familia se enterara de su relación. Mientras sus pies hacían remolinos sobre el colchón y escuchaba a su madre proseguir, las lágrimas empezaban a agolparse, haciéndola sentir insegura, tonta y hasta traidora.
»—Es un poco extraño, lo entiendes, ¿no? —Escuchó el ligero sollozo y volvió a ver a la azabache—. Hace unos meses, InuYasha quería casarse con tu hermana —terminó por decir, comenzando a sentir un retorcijón en el estómago. Odiaba ver a Kagome llorar, pero más detestaba no saber qué hacer con eso.
La aludida tomó aire por la boca y se secó las lágrimas con los dedos, tratando de frenarlas, pero en vano, claro. Un nuevo silencio se instaló entre ellas, dificultando la fluidez de la conversación. La joven se recogió de las piernas y ahora se hacía un ovillo, retraída por la vergüenza y por experimentar con más intensidad ese sentimiento de exposición y vulnerabilidad del principio.
—¿Papá lo sabe? —Preguntó después, derrotada.
La madre negó, curvando apenas sus labios—. No es tan perceptivo.
Tomó aire nuevamente y tragó duro, recomponiéndose. No quería llorar más, no quería parecer una tonta frente a su madre, mucho menos en ese instante en donde parecía que todo había salido a la luz. La idea de terminar su relación se le cruzó fugazmente por la cabeza, dejándole un dolor agudo en el corazón, de paso.
—Lo quiero —confesó con la voz ronca. Naomi alertó sus sentidos—, pero no hay nada entre nosotros —aclaró de inmediato—. Solo somos buenos amigos, mamá…. —volvió la vista, con los ojos vidriosos, el labio temblando y las manos frías. Notaba en la expresión de Ishikawa que parecía creer que ella había hecho las cosas mal con InuYasha y el solo hecho de imaginar que su madre dudara de ella, que podría haberle fallado a su hermana de esa manera, le rompía el corazón en mil pedazos. Todo menos eso. Negó con la cabeza frenéticamente, con expresión incrédula—. Jamás le haría esto a Kikyō.
Y la mayor lo entendía, aunque lo hubiera dudado por no saber exactamente cuáles eran las circunstancias, entendía que su hija podría no haber hecho las cosas mal, pero aún había demasiado que no comprendía.
—Quizás no hay nada entre ustedes, pero se quieren los dos —insistió, pero no había molestia en su voz, más bien preocupación; era angustiante ver cómo las lágrimas de Kagome no dejaban de rodar.
—¿Qué dices? Claro que no —lo negó todo, incluso evadió los ojos cafés de su progenitora.
—Hija —la tomó con delicadeza por la quijada y giró la cabeza de la muchacha para que pudiera verla—, estas casi cinco décadas que me ves encima me han traído sabiduría —le explicó, dándole a entender que no era tonta—. He visto los ojos de InuYasha brillar cuando están sobre ti, ya los había visto antes —recordó las épocas de universidad temprana, era demasiado obvio que había algo, quizás una admiración y cariño profundos, no precisamente amor, pero algo fuerte—, pero ahora es innegable —bajó la mano—. Quizás no hay nada entre ustedes, pero se buscan, quieren estar juntos y la propuesta de hoy me lo confirma.
—¿Por qué le has dicho que sí, entonces? —Le preguntó casi entre dientes, entrando en desesperación, sintiendo ira quizás con su mamá, con ella misma o con todo el mundo.
—Porque estabas feliz… —también parecía estar en el pico de sus emociones. Necesitaban esa conversación, se la debían, pero llegar a Kagome le estaba costando más que nunca y eso le dolía—. Y porque no iba a rechazarlo sin más —negó, intentando calmarse—, pero teníamos que hablar de esto, Kagome, porque me genera dudas.
¿Era difícil de entender? Si antes se querían, ¿por qué InuYasha simplemente había decidido empezar una relación con Kikyō al punto de querer casarse con ella? Había jugado con alguna de las dos o simplemente era muy enamoradizo. En todo caso, ninguna de las opciones le generaba una buena impresión de él.
Entre la cortina de agua salada, la menor soltó una risita irónica que se acompañaba de un sentimiento de amargura y cierto rechazo hacia el comentario de la mujer que le había dado la vida. La miró directamente, con las pupilas bailando por sus emociones.
—Es gracioso que ahora digas esto, pero en su cumpleaños insinuaste que fuimos algo en el pasado —no se sostuvo fija todo el tiempo, se tuvo que obligar a ver sus rodillas y abrazarse más a ellas, descansando ahí la cabeza, sintiendo que el corazón se le estrujaba de nuevo—. Y quizás es eso, mamá: un amor del pasado que todavía no muere totalmente —infló el pecho para tomar aire, mintiendo. No aceptaría que ella tenía a InuYasha de pareja, incluso si era plenamente consciente de que su mamá no era tonta y seguro que ya sabía lo que pasaba ahí—, pero que es imposible realizar.
—Kagome-
—No quiero ser señalada como la chica que amaba al ex prometido de su hermana, mamá —la enfrentó, notando que su interlocutora parecía más angustiada por todo lo que había dicho—, pero créeme… —la voz se le quebró y soltó las manos para enderezarse— si yo pudiera arrancarme estos sentimientos por InuYasha del corazón —se tocó el lugar mencionado con la palma abierta, aguantando los sollozos que querían escapar sin piedad—, lo haría, porque realmente he luchado contra ellos todo este tiempo y es difícil —apretó la mano y se llevó la blusa de paso—, no puedo simplemente escoger a quién amar y no sabes… —negó, apretando la mandíbula y con la cara empapada— no sabes lo que me cuesta ver a Kikyō a la cara y pensar que nunca pude deshacerme de esto mientras estaban juntos —bajó la vista y automáticamente volvió a encogerse, con enormes ganas de desaparecer—. Pero yo lo respeté, mamá, te juro que lo respeté —insistió, temiendo que Naomi no le creyera— y estaba dispuesta a aceptar que se casaran, porque quería verla feliz —sorbió la nariz, recordando todos los amargos sentimientos que la embargaron durante esos meses. Había intentado ser fuerte, lo juraba—, pero lo de ellos se acabó de repente y parece que mi mente vio una oportunidad para vomitar todo eso y hacerme sentir como una estúpida traidora que se mintió —se tomó la cabeza con ambas manos, desesperada… No podía explicar el nudo en el estómago, el abismo que se abría en su mente cada vez que imaginaba a su familia verla reprobatoria—, que mintió a su familia, que mintió a su hermana, que nunca dejó de amar a InuYasha, que-
—Ven aquí —sin pensarlo demasiado, tomó el cuerpo indefenso de su hija y lo estrechó con fuerzas, sintiendo cómo el llanto daba rienda suelta—, basta —se apretó contra la cabeza y sin darse cuenta, también había empezado a llorar.
Lo sentía, lo sentía hondo y no quería preguntar más. Debía haberlo visto, debía haberlo sabido y evitarle todo ese mal rato.
—Lo siento, mamá —sollozó entre sus brazos, aferrándose a sus hombros—, de verdad lo siento.
—Shhh, no es tu culpa, pequeña —le acarició el cabello con delicadeza, estrechándola lo más que pudo. El amor no tenía que doler así, pero, lamentablemente, Kagome había tenido que estar en una situación poco convencional que la orillaba a vivir así y a pensar que sus sentimientos eran un crimen cuando no era de esa forma, por supuesto—. Lo siento yo por cuestionarte así, solo… —suspiró—. Es difícil cuando no sé todo esto, pero ahora lo entiendo.
Kagome se separó despacio de la protección maternal y, un poco más calmada, enfocó su atención en la mujer que la miraba con ternura y compresión. No negaba que había necesitado aquello desde el día en que todo con InuYasha había sucedido.
—Por favor, promete que no se lo dirás a Kikyō ni a papá… —su tono fue suplicante, ansioso. No estaba lista para enfrentarlo—. Todavía es muy pronto y no lo puedo explicar, no quiero que lo malinterpreten —negó, frenética— y menos de InuYasha, porque sí ha respetado esta casa.
—Será nuestro secreto —le tomó la cabeza con ambas manos para chocarla con la de ella. Cerró los ojos profundamente y tomó aire de la misma forma, su hija la imitó—. Te quiero, hija… nunca lo olvides —susurró—, ¿está bien?
—También te quiero, mamá —respondió en el mismo tono.
Y por primera vez en toda esa escena, Kagome sonrió.
Se arregló la ropa y notó que sus manos podrían enfriar todas las cervezas del planeta. No sabía si estaba lista, se sentía como una carnada a punto de ser lanzada al mar. A un par de metros, su compañero la esperaba, con esa misma expresión, tratando no hacer notar que pensaba que ese plan era una mierda colosal, además de peligroso, porque, ¿quién les aseguraba que no era una trampa? Decidió dejarlo de lado y suspiró, acomodándose el auricular.
—Está en camino —escuchó la inconfundible voz y se puso alerta, haciendo una señal al hombre frente a ella.
Puso toda su atención para poder escuchar los pasos hasta que llegaron a sus oídos. Sin pensarlo demasiado, actuó lo más natural que pudo, fingiendo que se acercaba a hurtadillas al pelinegro. Miró para todos lados, cerciorándose de que nadie estuviera viéndola y abordó al hombre.
Desde que había llegado, las cosas se sentían diferentes. Si no conociera a Naraku, diría que ya era muy amable, pero la verdad era que todo apuntaba a que lo sospechaba; quizás no lo sabía, pero tenía una idea bastante clara de que él podría estar planeando algo raro. Era astuto el hijo de perra, no lo iba a negar, pero no tenía ninguna prueba contra él, así que no podría hacer más que vigilarlo, y por eso él estaba alerta de cualquier cosa. Además, esa vez había ido más preparado, porque presentía que algo malo podría pasar. ¿De repente lo mandaba a su casa unos días para después llamarlo como si nada diciendo que necesitaba que volviera a vigilar a Kagura? Y después de esa extraña conversación que habían tenido, ¿simplemente lo reincorporaba? No podía ser más sospechoso. Además, la alegría de los trabajadores cuando lo habían visto volver había sido… ¡malditos fueran! Solo había podido alzar la mirada y lo único que descubrió fue una sonrisa tétrica en la cara de Naraku, como si notara que aquel recibimiento era extraño y él sabía por qué. Se cuidaba la espalda desde ese día, dormía con todos los seguros en su habitación, la revisaba toda antes de acostarse, un ojo abierto y el otro cerrado; las ojeras eran evidentes en su rostro, el cansancio iba a acabar con él.
No había podido hacer nada para ganarse la simpatía de la gente y necesitaba hacerlo, pero podría ser sigiloso. Probablemente, Naraku estaría esperando a que él hiciera algo, pero si le demostraba que sus sospechas eran infundadas, volvería a ganarse su confianza. Para hacer todo eso, necesitaba tiempo, realmente mucho tiempo, ahora más que antes y por esa razón, era él quien ahora rogaba para que Kagura no se metiera con Bankotsu y su tiempo ahí se acabe. Venía de hablar justo de ese tema con Tatewaki, que le había dicho que vigilara a Toriyama porque la estaba notando más rara de lo normal y él, por supuesto, había dicho que sí.
Cruzó la entrada de las oficinas y con su vista periférica, captó a dos figuras tenuemente alumbradas por las lámparas del enorme patio. Se escondió por instinto de inmediato, tratando de no ser visto y asomándose sigiloso por la pared para notar de quién se trataba. Sus ojos casi saltan de sus cuencas cuando divisaron a Kagura peligrosamente cerca de Bankotsu, con este pasándole las manos por la cintura. No, eso tenía que ser una broma o quizás una trampa. ¿Lo estaban haciendo ahí? ¿De verdad? ¿Con Naraku a unos metros? Los vio separarse de pronto como si advirtieran que alguien se acercaba y sus manos temblaron, ¿tenía que grabar eso? ¿Tenía que documentarlo de alguna manera? No, ya no había tiempo. La mujer miró para todos lados y él metió su cuerpo de inmediato para sacarlo después de dos segundos; ahora Bankotsu parecía mirar hacia los costados y luego correr hacia su habitación, perdiéndose en la noche. Las puertas de la organización se abrieron y Toriyama salió para tomar su camioneta y seguramente conducir hasta la casa grande.
Apretó los puños con fuerza, incapaz de procesar la información y preguntándose qué haría. Negó con la cabeza, pensando mejor las cosas. La respiración ahora era errática y su corazón palpitaba como si fuera a darle un infarto. Estaba sudando frío y el cuerpo parecía que se estaba quedando sin fueras. Se sintió como un estúpido amateur, sin su típica actitud calculadora, sin toda la frialdad que caracterizaba sus movimientos. Miró para el corredor que conducía a la oficina de Tatewaki y tomó aire profundamente: era hora de decidir su destino.
—Las cosas salieron como quisiste —habló por el auricular, mientras se concentraba en el camino.
Escuchó la risa complacida de su jefe del otro lado. Su corazón todavía le palpitaba como un loco y sentía inmensas ganas de parar para quitarse el temblor violento que la había acechado desde que puso el plan en marcha.
—Bien hecho, Kagura —le dijo, bebiéndose un poco de whisky; Kagura lo notó por el sonido del líquido pasando por la garganta y el golpe instantáneo del cristal contra la madera—. Espero que la experiencia haya sido excitante.
La aludida tragó duro y sintió que algo por dentro se deshacía, pero guardó la compostura.
—Créeme, fue lo peor que he vivido en años —le contestó por fin, controlando la palanca de cambios y con la expresión agria.
Su interlocutor hizo un gesto de burla con la garganta como respuesta. Kagura lo escuchó respirar por el auricular.
—Los otros, ¿ya llegaron? —Inquirió después de unos segundos, haciendo sonar los hielos en su vaso.
—Sí, hace más o menos media hora que esperan mi señal frente al edificio —miró a la izquierda y movió el volante para dar vuelta en el camino terroso que le indicaba que estaba a punto de salir a carretera.
—Bien. Que no importe si amanece, no deben dar un paso sin mi consentimiento.
La joven puso los ojos en blanco, asqueada por ese tono autoritario de siempre, tan rutinario. Sí, era su jefe y qué; le hartaba tener que soportar su altanería. Hizo una mueca de desagrado.
—Lo que usted diga, señor.
Y, sin decir más a pesar de la evidente respuesta burlona, Tatewaki cortó la comunicación. Toriyama apretó el volante con fuerzas y aceleró.
Cuando abrió los ojos, notó que sus brazos estaban entumidos alrededor de las fotos y el par de pinturas retrato suyas que había abrazado fuerte antes de quedarse dormida. A la alarma le faltaban todavía unos minutos para empezar a sonar. Los párpados le pesaban por lo hinchados que estaban después de haber llorado parte de la madrugada pensando en su futuro, en qué tenía o en qué quería hacer. Había estado acunando varios de los regalos que él le había dado durante su noviazgo, la que consideró, la época más feliz de su vida, mientras su mente se había vuelto un lío meditando en qué iba a pasar con ella después, pensando en sus padres, en su hermana, en su vida… si todo estaba en manos de una misma persona.
Estiró la mano para apagar el aparato ruidoso que le anunciaba que ya era hora de despertar.
Tomar una decisión había sido extremadamente difícil, pero estaba consciente de que ya no había vuelta atrás, que ya se había metido hasta el cuello y que solo era cuestión de tiempo para irse de la casa. Se levantó de la cama y empezó a ordenar las cosas para esconderlas de nuevo. Tomó aire profundamente y se quedó unos minutos en silencio, analizando por última instancia sus opciones. Se tomaría un tiempo, antes que nada, prepararía lo que tuviera que preparar y luego…
—¿Kikyō? —Escuchó la voz de su hermana llamarla tan temprano y miró de inmediato a la entrada, mientras la menor tocaba. Le respondió rápido para hacerle saber que ya estaba despierta también—. ¡¿Puedes prestarme tu secadora?! ¡La mía se quemó!
—¡Claro, Kagome, pasa!
No había podido dormir en toda la noche y en el día, Naraku no le había dado nada que hacer, aumentando su ansiedad todavía más. Todo parecía normal, extrañamente rutinario. Había pasado horas observando a la gente trabajar sin hacer más, sin dirigirse a nadie, sin hacerse notar, siquiera. No quitó los ojos de encima de Kagura, la vio caminar de aquí allá, ir, venir, salir…; a Bankotsu en sus quehaceres sin siquiera voltear a verla, como si no existiera, ¡¿qué mierda estaba pasando?! Apretó los puños mientras se bebía el ron como si fuera agua. Desde su lugar, podía ver los establos, incluso con la poca iluminación y la noche tan oscura, que ese día parecía más agresiva que de lo normal.
Alertó los pasos de alguien, pero supuso que era la sirvienta, a quien le había pedido hacía poco, que le llevara otro vaso con ron cuando se desocupara. Iba a abrir la boca para agradecer y entregar el cristal, pero lo siguiente que resonó fue el vidrio deshaciéndose en el piso y el peso de su cuerpo cayendo inconsistente sobre el cemento.
Cuando abrió los ojos, su vista estaba medio borrosa por el golpe que había recibido en la cabeza. Todo le daba vueltas. Fue consciente poco después de su estado cuando notó que sus brazos estaban atados a una silla de madera al igual que sus pies, la boca amordazada y un par de buitres frente a él lo estaban observando desde su ángulo, mucho más arriba de él. Miró rápido a su alrededor y notó que se encontraba en una especie de bodega oscura con una lámpara en el centro que lo iluminaba solo a él, tal y como en las películas. Estaba en la mansión, lo podía asegurar. El corazón comenzó a latirle como un loco cuando la consciencia decidió visitarlo de manera completa, haciéndole entender que, probablemente, ese iba a ser su último día.
Intentó pedir que lo soltaran, pero, a cambio, solo pudo sacudirse como un animal enjaulado. Vio a Kagura con el infierno ardiendo en los ojos y después a Naraku, que traía un pequeño remoto en la mano derecha. Su respiración errática hizo que la presión en el pecho se hiciera todavía peor, haciéndole sentir que sus pulmones se cerraban y los latidos iban a dejarlo sordo.
—¿Sabes? —La voz de Naraku se dejó oír por fin, con un tono ligeramente burlón, sosegado también.
¿Era como en las películas, otra vez? Cuando quien va a morir recibe un discurso del contexto sobre las sospechas de su asesino, sobre sus planes para matarlo o simplemente sobre sus sentimientos como si a la víctima le importara. Puso los ojos en blanco y lo vio avanzar lentamente, como si fuera a rodearlo. A un lado, Toriyama apuntaba con un rifle.
»—Cuando papá decía que tenía que tener mano dura porque podrían asesinarme —prosiguió, haciendo memoria del recuerdo que jamás se iba de su cabeza. Onigumo lo había repetido ya demasiadas veces—, pensaba que era una exageración —cuando estuvo detrás de él, se acercó a su oído para susurrar—: hasta que tú mismo me lo recordaste, Hakudoshi —el aludido cerró los ojos, arrepintiéndose por cada palabra que había soltado—. Kagura ya lo había mencionado, pero no le creí —tomó con sus dedos el pañuelo que amordazada a Hakudoshi y lo deslizó hacia el cuello para oírlo responder— porque, claro… —volvió a rodearlo para quedar frente a él. Desde su ángulo, lo miró con desprecio, evocando la ira de sentirse traicionado y confiar; confiar como lo hacía desde que era un estúpido niño pequeño. Sin pensarlo demasiado, su puño se estampó certero en el rostro pálido—. ¡¿Cómo iba a creerle a esta maldita antes que a mi pariente?! —Lo escuchó soltar un alarido de dolor no solo por el golpe, sino por cómo se golpeó contra el suelo, llevándose la silla con él.
Una vez más, Naraku confirmaba que no tenía a nadie en el asqueroso mundo. A nadie.
Kagura bajó el arma y acudió a incorporar el cuerpo de hombrecillo, levantándolo ágil con una sola mano y sin decir demasiado. No iba a culpar a Tatewaki por esa escena, ya que ella la había deseado llevar a cabo desde que había conocido a ese imbécil. Después de volver a la misma posición, lo vio escupir la sangre que el puñetazo le había provocado y sonreír como un desquiciado. La mujer observó de inmediato a su jefe, que ahora había puesto su mirada fría y despectiva, observándolo como si fuera un simple gusano.
—No entiendo de qué se trata todo esto —dijo por fin, fingiendo demencia. Por supuesto que lo sabía, incluso que iba a morir, pero por lo menos y como paga a todo ese infierno, saber de la decepción en lo más hondo de Naraku, era un tesoro difícil de pagar.
—Ah… creo que todo fue evidente cuando regresé por algo a mi despacho —cruzó los brazos en su pecho, llevándose una mano a la barbilla— y te encontré armando una fiesta en El Gremio —le informó y por la cara que puso el infeliz, supuso que había reconocido el evento que le mencionó—. No tenía ni cinco minutos de haberme ido, Hakudoshi —sonrió—, ¿cómo pudiste ser tan descuidado? —Le dijo en un tono de falsa condescendencia.
El albino lo miró por fin con odio, moviéndose en la silla como si quisiera atacarlo. Kagura se le acercó como un rayo, poniendo el arma en sus sienes.
—¿Hablas de que yo he querido traicionarte? —Le inquirió con rabia, frunciendo las cejas y después miró a su verdugo con el arma—. ¡¿Por qué no le dices, perra?! —Volvió a sacudirse por los sentimientos de impotencia y frustración, deseándole una muerte lenta y dolorosa—. ¡¿Por qué no le dices que te revuelcas con Bankotsu cada vez que puedes?!
Lo sacó, por fin lo había hecho. Si él iba a morir, entonces también que lo hiciera esa zorra. No se iría solo, tenía que arrastrarla con él.
—Oh, eso… —Naraku no dejó de sonreír y esta vez, evidenciando la razón por la que estaban ahí—. ¿No tenías que decírmelo tú anoche? —El enano abrió los ojos sobremanera y después de estar sobre Kagura, se dirigió a su pariente, destilando pánico en su expresión. ¿Cómo? ¿Ya lo sabía? ¿Había sido una trampa? Y claro que así había sido. Tatewaki lo notó, notó esa impresión en el albino—. Hakudoshi, tú… —negó con la cabeza. ¿De verdad había sangre de él ahí? Lo dudaba—, eres imbécil, ciertamente —se acarició la quijada—; fue tan fácil probar que no cumplirías con tu trabajo porque eso te sacaría muy rápido de aquí —lo expuso y las expresiones del futuro difunto eran la confirmación de su teoría—, por lo que tu plan para poner a todos de tu lado se atrasaría todavía más, ¿no? —Toriyama tomó aire. Ella se lo había dicho, recordaba cada vez que lo había sugerido, que su jefe la había llamado loca, por lo que ahora estaban ahí, dándole la razón—. Quién sabe cuándo te volvería a llamar para una misión que te tuviera aquí todo el tiempo.
—Naraku… —pronunció despacio. Jamás se había puesto a pensar qué se sentiría verse descubierto, porque todas sus fantasías habían girado en torno a una escena como esa, pero al revés, y solo había ensayado discursos para mandar a Naraku al otro mundo, no para responder a sus acusaciones tan certeras.
Quiso maldecir, pero no pudo ni moverse.
Esperando alguna respuesta que todavía le tirara abajo sus conjeturas, Tatewaki fue testigo del silencio haciéndose parte de ellos, carcomiendo a los tres, confirmando todo y haciéndolo sentir asqueado.
—Llévalo afuera —dijo después de un rato, con su voz plana.
—¿A-a dónde me llevan? —A pesar de haber sabido su destino desde hacía rato, ver que Kagura lo volvía a amordazar, quitaba de la silla y tomaba de las esposas para sacarlo de ahí, le erizó la piel.
—Y ciérrale la puta boca —ordenó también, mientras los seguía fuera de la habitación.
«Será tu fin, enano maldito».
La joven de ojos rojos cruzó la mansión sin decir una palabra, guiando el cuerpo desde atrás y con ayuda del rifle. Los firmes pasos de su señor resonaban tras ella mientras salían de la casa para dirigirse a los establos. Una vez ahí, se detuvo junto a Hakudoshi, quien ahora entendía menos qué diablos hacían en ese lugar.
—Debería acabar contigo de la forma más miserable posible, maldito gusano traidor e inservible —dejó escapar, con un odio que apretaba su pecho y lo ahogaba. Se paró en línea al lado de ambos y observó a los animales—, pero como soy todavía bondadoso, he notado que te gustan los caballos, así que te traje hasta aquí —sonrió, malicioso. Él había orquestado todo eso de forma irónica, como una burla de eso a lo que los imbéciles llamaban destino—. Dales mi señal —se dirigió a su mano derecha y esta sacó el celular de inmediato.
—Pueden proceder —fue lo único que dijo a su interlocutor. Cortó hasta que recibió la confirmación.
—Por cierto —se inclinó ante el tembloroso cuerpo—, no creas que no tomé en cuenta el detalle de que usarías a tu noviecito como un seguro, así que ahora mismo —le avisó, sin dejar ese tono burlón. Hakudoshi sintió un escalofrío recorrerlo—, debe parecer un colador, lleno de agujeros —el albino giró la cabeza con violencia para verlo, con los ojos brillando por los sentimientos amargos, maldiciéndolo de tal manera, que sentía que su espíritu saldría de su cuerpo en ese momento—. Tranquilo, en breve se volverán a ver.
Con la respiración haciéndose cada vez más inestable, volvió la vista a los animales cuando el relinchar inconfundible de su caballo, llamó su atención.
»—¿Entei? —inquirió como quien no quiere la cosa, pero sabiendo exactamente lo que hacía—. Oh, sí, ese animal salvaje es mío —enfatizó, con todo el afán de joderlo. Siempre supo que Hakudoshi había amado a ese caballo, pero, en realidad, jamás había sido suyo legalmente, solo se lo prestaba porque veía que le gustaba—, pero sé que siempre lo has querido, así que te lo regalo —hizo un gesto con la cabeza a su secuaz.
Sin esperar un segundo, Kagura quitó el seguro de la puertilla, tomó a Hakudoshi por la ropa y lo empujó hacia adelante, encerrándolo con su nueva mascota dentro. Respiró hondo frente a la pesebrera antes de confirmarle a su señor que podía proceder, escuchando los pedidos de auxilio iniciales, distorsionados por la mordaza.
Cuando el dedo de Naraku aplastó el botón del remoto, escuchó al animal relinchar alterado por la descarga eléctrica que penetró por sus patas, encendiendo su brío y ferocidad. Los gritos ahogados de Hakudoshi se lograron escuchar acompañados del alboroto del equino, que, conforme pasaba el tiempo, se hacía menos tolerante a las descargas, enloqueciendo. Las patas de Entei se estrellarían contra las paredes de su pesebrera y, eventualmente, también contra Hakudoshi.
»—Disfrútalo.
Continuará…
Bueno, esto qué es. No sé, solo espero que Dany lo haya disfrutado. En serio, gracias por todo y perdona si tal vez no es lo que esperabas.
Millones de gracias a mis preciosas XXlalalulu, Rosa Taisho, Marlenis Samudio, MegoKa, Rodriguez Fuentes e Iseul.
Sus reviews siempre son los mejores, me hacen reír y emocionarme, en serio, mil gracias. Esta vez tardé menos en actualizar.
