Participación mayoritaria de personajes: Kagome, InuYasha, Kikyō y Naraku.
Participación minoritaria de personajes: Miroku, Sango y OC.
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Capítulo 36.
—Bando, Kai, ocho coma sesenta y tres —informó y su interlocutor tecleó la información de inmediato—. Bunya, Emma, nueve —prosiguió, ojeando los documentos—. Chiba, Mía, ocho coma sesenta y tres.
Estaba a punto de ingresar la información al sistema, pero frunció el ceño, extrañado.
—¿Chiba también tiene ocho coma sesenta y tres? —La miró, ligeramente confundido.
—¿Qué? —Volvió la vista a los exámenes esparcidos sobre la mesa y bufó, sintiéndose estúpida—. Tienes razón, es ocho coma noventa y tres —tomó aire profundamente, llevándose una mano a la frente—. Lo lamento, en vez de ayudarte estoy quitándote el tiempo —se imputó, todavía más molesta consigo misma. Era ya la cuarta vez que se equivocaba desde que habían empezado. Era más de lo que podía soportar.
—No digas tonterías —le respondió de inmediato, notando la incomodidad en su pareja y advirtiendo su mal humor—, claro que me ayudas.
—¿Sí? —Inquirió con sarcasmo, jugando con los exámenes entre sus dedos, distrayendo la mirada—. Pues no lo parece.
InuYasha tomó aire profundamente y antes de recostarse en el respaldar de su silla, guardó los cambios en su Excel y cerró la tapa de su laptop. Se quedó un buen par de segundos en silencio mientras lo único que se escuchaba eran las hojas entre las falanges de Kagome yendo de aquí allá, rozándose unas con otras. La azabache, por su parte, no evitó sentirse nuevamente estúpida por su actitud agria. Por supuesto que InuYasha no tenía la culpa de su pena, ni mucho menos tenía por qué soportar su drama. Apretó los dedos de los pies en los zapatos dándose valentía para dejar de querer llorar como una niñita, pero su labio tembló solo. Después de evitarlo, giró apenas la cabeza para notar la fija mirada ámbar sobre ella, escudriñándola, intentando recabar en sus pensamientos. Desde que había llegado se había comportado distraída, un poco triste y hasta distante, era demasiado evidente, aunque lo hubiera querido ocultar.
—Te noto inquieta —le dijo por fin, exponiendo sus pensamientos—, ¿qué pasa? —Achicó apenas los ojos.
—Lo siento mucho, InuYasha, no es tu culpa —mientras le hablaba, sentía que su voz se iba quebrando poco a poco. Sus parpados empezaron a temblar, avisándole que no retendrían más las lágrimas—. Yo solo… —calló cuando sobre sus manos inquietas, sintió el cobijo de las de él.
El gesto le removió tanto algo en el pecho que las lágrimas empezaron a correr libres. No estaba lista para perder a ese hombre, no estaba lista siquiera para pensarlo. InuYasha la observó con detenimiento, tragándose la impotencia por verla llorar y esperó pacientemente a que se calmara para que pudiera explicarle.
—¿Es algo que yo hice? —Preguntó intentando saber la razón de su tristeza que se hacía más evidente con cada segundo que pasaba.
—¡No, claro que no! —Fue ella quien cubrió las manos ahora, apretándolas con desesperación. Negó, mordiéndose los labios—. Ah, yo… —negó con la cabeza. Lo quería mucho, en serio—, no quiero perderte, InuYasha, yo solo… —al tiempo que dijo eso, se levantó velozmente, apartando la silla con su cuerpo y acercándose al ambarino, sorprendiéndolo con un torpe beso desesperado que parecía una especie de aferro hacia su ser.
—¿Q-qué dices? —La apartó suavemente para verla directo a los ojos—. ¿Por qué me perderías? —Frunció el ceño, confundido. Había miedo en los ojos de su chica.
Kagome se separó tomando aire profundamente y tratando de calmarse. Sentía que todo eso había sido innecesario si lo pensaba más fríamente, pero no pudo evitarlo, simplemente, ah…
—Mamá lo sabe… —confesó después de un rato, bastante más calmada, pero con las manos frías, helando por los nervios. Su novio se removió en su lugar, inquieto por la nueva noticia y temiendo por lo que hubiera podido vivir su pareja sin que él pudiera apoyarla— y no sabes lo horrible que fue pensar en que —encogió los dedos de las manos, rememorando la conversación— creía que tal vez yo te había coqueteado —negó frenéticamente— y por eso lo dejaste con mi hermana, yo…
—Pero sabes que no fue así, Kagome —asintió, como asegurándose de que ella lo tuviera claro. Por todos los cielos, evidentemente nada había sucedido así. Durante el tiempo que estuvo con Kikyō no había tenido ningún tipo de acercamiento con Kagome, es más, parecía que jamás iban a volver a llevarse bien—. ¿Cómo lo supo? —Quiso saber de inmediato, después de que la azabache se secara las últimas lagrimillas que la habían invadido—. ¿Fue por mi propuesta de volver a ser tu tutor? —Arrugó las cejas… ¡Y obvio, si seguramente había sido demasiado evidente! Se golpeó mentalmente la frente—. O-
—No, no… —lo interrumpió al segundo, mirándolo para que quitara todo rastro de culpa de esos ojos dorados que tanto adoraba ver—, mamá es demasiado astuta —le aclaró—, no necesita una señal —después de quedarse unos segundos en silencio, una sonrisita viva no pudo evitar asomarse por sus comisuras—. Dice que se nos notaba en los ojos desde antes, pero… —calló e InuYasha la buscó con la mirada y el corazón latiendo acelerado por lo que acababa de soltar. ¿Tan evidentes eran? ¿De verdad se les salía así por los poros? Y él que creyó que eran expertos en disimular— que ahora es demasiado evidente cuando nos buscamos con la mirada y que es innegable.
Dorado y chocolate ahora bailaban al mismo compás, como intentado sincronizar los pensamientos, unidos al mismo sentir asfixiante de que habían sido descubiertos y que ya no era tan secreto como estaba planeado, sin saber qué tan bueno o malo era, pero aferrándose a la idea de que era lo más puro que ambos tenían en ese momento. Después de un rato soltaron una risita que distendió el momento, rompiendo el contacto visual tan intenso y colocándolos de nuevo en sus posiciones anteriores, volviendo a trabajar con la consigna de notas en el computador. InuYasha, que había estado pensando sin cesar en las palabras de la madre de Kagome, volvió a posarse sobre ella mientras esta ordenaba los documentos regados por la mesa.
—Supongo que tu mamá tiene razón.
Después del incidente en donde casi la había matado por ahorcamiento, las cosas entre ellos se habían puesto muy tensas y extrañas. No iba a negar que algo dentro había cambiado, incluso cuando fue consciente de que no se trataba de ella sino del terrible pasado que lo atormentaba, además de los padres horribles que tuvo. Durante todo ese tiempo después de descubrir el dichoso «Botón vital» no había podido parar de pensar en que la vida de él corría peligro y en cómo ella podría ayudar a alivianar ese estrés y constante alerta, sin embargo, parte de su ser seguía altanero y reacio, aunque por dentro se derretía como un chocolate al sol, queriendo abrazarlo y acunarlo entre sus brazos con una necesidad casi insana de protegerlo, aunque su cuerpo no reaccionara.
Ahora se encontraba ahí, en su despacho en la mansión, viéndolo fumar su habano tan típico con una calma que parecía imperturbable. Cruzó la pierna, ladeando el cuerpo ligeramente para encontrarlo con su mano izquierda que, flexionada, descansaba por el codo sobre el reposabrazos de madera perfectamente pulida. En el semblante del mafioso había cierto deje de lejanía, casi se podía decir que estaba ¿triste? O algo cercano a eso, era muy distinto a todo lo que Kikyō había visto y no supo cómo describir la sensación. Entre ambos solo había silencio y comenzaba a preguntarse seriamente por qué Kagura la había ido a recoger a la salida del trabajo sin siquiera haberle avisado y tampoco habían hablado nada de camino a la casa… ¿Qué pasaba? ¿Simplemente quería verla? ¿Por qué no había dicho ni una sola palabra desde que había llegado?
Y el silencio siguió, siguió por mucho tiempo y ninguno de los dos parecía quererlo romper. La paciencia de Kikyō había llegado a su límite para cuando Tatewaki apenas abrió la boca.
—Mi padre solía decir que si no tenía mano dura, me asesinarían —soltó de repente, rompiendo el asfixiante silencio en el que ambos se habían envuelto, en donde lo máximo que llegaba a sus oídos era el tic tac del reloj en la pared. Su voz había salido queda, como un pensamiento en voz alta, simplemente así, plano, solo era un recuerdo hecho un simple comentario.
La pelinegra se removió en su silla con el ceño fruncido y el labio inferior temblando ligeramente. ¿Realmente iba a hablar de su padre? ¿Naraku acababa de soltar algo de Onigumo sin que ella se lo hubiera pedido?
—Naraku…
No lo podía creer, simplemente no entraba todavía en su cerebro. Observó el humo escurrirse del tabaco finísimo y esparcirse por el ambiente, dejando un olor fuerte a su paso. Apretó los dedos en el reposabrazos, sin saber cómo reaccionar exactamente y haciendo una mueca de incomodidad.
—Pensaba que exageraba —él prosiguió, sin embargo y con el mismo tono inicial, fumando todavía y mirando por el gran ventanal. No era capaz de hacer contacto visual con la muchacha— y cuando era un niño, realmente no lo entendía, ni cuando crecí, yo… —negó ligeramente con la cabeza.
De nuevo el silencio, como ya se había acostumbrado, porque… ¡¿Qué mierda más podía hacer cuando se había aventurado a hablar porque su paciencia había llegado al maldito límite y lo único que se le ocurría era usar a Kikyō de terapeuta?! Era completamente ridículo incluso para él y le daba tanto coraje no poder evitar que su boca se moviera expresando los sentimientos, los que nunca salían a flote y después de ver el cuerpo destrozado de Hakudoshi, habían escalado hasta la superficie para recordarle que siempre estaban ahí, que lo atormentaban, aunque él quisiera ignorarlos. Bufó.
»—Ni siquiera quería hacerme cargo de toda esta mierda —expresó con odio. Suponía que ese dato ya lo sabía Kikyō, porque no cambió su expresión después de soltarlo. Cuando se conocieron, él todavía se negaba a hacerse cargo de El Gremio—. Todos los días me levanto y tengo que sobrevivir —continuó, pero ahora el odio se hacía cargo de sus movimientos, lo controlaban. ¿Acaso era difícil de entender? Estaba hasta la coronilla de tener que pelear todos los días por su cabeza, quería tirar todo por un caño a veces, pero eso significaría darle la razón a Onigumo cuando decía que él les traería la ruina a todos— porque no hay un ser en esta maldita organización que realmente me sea fiel, Kikyō —y estaba harto, sí que lo estaba—, y no sabes…
—¿Ha pasado algo? —Se levantó de su lugar, desesperada por no poder hacer nada para calmar la ansiedad de su pareja, viendo en cada expresión cómo los sentimientos hastiados y cansados se hacían dueños de él, llevándolo a un límite impensado.
Caminó despacio, rodeando el escritorio para llegar hasta él y quedarse cerca, con enormes ganas de abrazarlo. Y Naraku lo necesitaba, necesitaba ese abrazo aunque no mostrara un solo signo de quererlo.
—Maté a mi único pariente vivo anoche —le confesó, esperando que ella se espantara, pero no hubo nada. Se quedó un segundo prendado de la expresión de Higurashi… ¿De verdad no iba a poner su cara de santurrona asustada por el crimen que acababa de confesar? Se mordió ligeramente el labio, viéndola desde su ángulo hacia arriba, procesando el cambio en ella—. Hakudoshi, ese maldito enano infeliz simplemente quería mi cabeza en una bandeja de plata —sintió la necesidad de aclarar, pero ella seguía igual.
Sin más, la vio acercarse peligrosamente, como calculando cada movimiento y con la rodilla se hizo espacio entre sus piernas, a lo que él se dejó hacer, comenzando a acariciar las largas extremidades cubiertas por las medias panties negras y recorriendo con los ojos la figura esbelta de la muchacha que parecía dispuesta a entregarse una vez más, pero en esta ocasión, con mucha más soltura que las anteriores. Le acarició el rostro con la mano izquierda y Naraku entrecerró los ojos al dejarse llevar por ese roce tan íntimo que no supo por qué le gustó tanto, pero lo hizo sentir bien.
—Quizás no te rodee gente que te sea fiel —le susurró contra lo labios—, pero aún estoy yo, Naraku.
Durante todo el tiempo que había transcurrido desde que InuYasha y Kagome por fin habían podido estar juntos hasta la actualidad, todos habían ido aprendiendo cosas importantes según las circunstancias que vivían.
Por un lado, Kagome, que por fin había empezado su proyecto de tesis para graduarse, pasaba mucho tiempo en ello, recabando información, redactando y de la mano de su pareja, quien, de algún modo, había conseguido un nuevo trabajo extra con esa impulsiva propuesta. Pasaba más tiempo en la casa de InuYasha que en la suya, porque realmente estaba trabajando duro, ya que solo tenía alrededor de cuatro meses para entregar el trabajo y ya habían pasado dos; salía de casa diciendo que las tutorías se daban en la casa de Ayame porque podría ser que necesitaran quedarse hasta tarde trabajando y qué mejor que fuera que en donde los dos pudieran quedarse acompañados todo el tiempo. Al principio, su madre la había mirado con una ceja alzada, diciéndole con ese gesto que sabía que no iría donde Tanami, pero que iba a fingir que sí; Kagome había sonreído, nerviosa, pero agradeció que fuera entendida por su progenitora, porque eso le daba mucha ventaja. Por otro lado, con su hermana mayor las cosas iban…. Ni bien, ni mal, pero pensaba que más iban bien, ya que había decidido unirse a su entrenamiento en la academia de vez en cuando —aunque hubiera pagado el paquete completo— como una forma de compartir con su padre, su hermana y aprender un poco a defenderse también. También había ido un par de veces a visitar a Shippō. Lo único que no había sido tan placentero fue el hecho de haberse ido de las competencias de natación, pero esa salida le había dado oportunidades a otras buenas nadadoras de la institución que sí competían con más pasión que ella. Nadar era un deporte, un hobby y la oportunidad que había tenido le ayudó mucho a su persona, autoestima y a su cuerpo, pero esa etapa había acabado.
InuYasha, a quien le sentaba de maravilla poder ayudar a su novia y tenerla cerca más tiempo también le estaba yendo bastante bien; por fin le habían dado el nombramiento —aunque fuera un poco de nepotismo, tal vez—, por lo que su sueldo también había aumentado, por lo tanto, también sus ahorros, aunque estaba hasta el cuello de trabajo muchos días, valía la pena por alcanzar sus sueños. Cuando se daba un respiro solo, solía ir a los parques y lugares verdes a usar su cámara porque le gustaba hacerlo. Algunas de sus fotos se las pasaba por corre otras simplemente eran inspiración para diseñar. Tenía un par de proyectos guardados en los que trabajaba a veces, pero nada que se animara a mostrar todavía, ni siquiera a su pareja. También había ido al orfanato por Shippō y los demás niños, pero no había podido coincidir con Higurashi debido a sus apretados horarios y esperaba que pronto pudieran ir los dos, ya hacía un par de semanas que ninguno se aparecía por allá.
Kikyō, en cambio, con sus ideas de dejar la casa de sus padres, también analizaba la posibilidad de dejar el trabajo de una vez y acceder a la propuesta que ella misma le había hecho a Naraku para viajar y darse un respiro de toda la mierda. Si hacía eso, probablemente su siguiente paso sería marcharse para no levantar sospechas. El ir y venir de casa fingiendo que trabajaba de seguro que iba a acabar con ella, así que no quería arriesgarse. Aún así, era difícil proceder y Tatewaki seguía con ese semblante callado que había sucedido desde que Hakudoshi había muerto, lo que no le había parecido tan escandaloso, considerando que ese enano infeliz planeaba acabar con él. Mientras podía, también cubría a Kagura y Bankotsu cuando ella salía con Naraku, porque eso la tenía de mejor humor.
Mientras la fiscalía seguía tomando casos, la ansiedad del comisario subía, porque no había respuesta sobre su pedido, pero Tōtōsai estaba tan ocupado que no había tenido la oportunidad de atreverse a preguntarle sobre la solicitud de reapertura del caso, o lo que era peor, que se hartara y lo cancelara de una vez, así que aguardaría un poco más, porque tenía que valer la pena tanta mierda.
Escuchó a la joven bajarle la válvula al excusado y sus sentidos se pusieron alerta después de reposar el cuerpo sobre la puerta del baño por un par de minutos. Miró el reloj y comprobó que todavía era temprano. Escuchó la manilla abrirse y de un solo movimiento ya estaba esperándola con los ojos azules brillando expectantes, nervioso.
—¿Y bien? —Insistió en saber, moviendo la cabeza rápidamente, esperando por una respuesta.
Los ojos castaños entonces se llenaron de lágrimas y una enorme sonrisa le adornó el rostro, haciéndola temblar de la emoción y sosteniendo con fuerza el aparato delgado entre sus dedos.
—Es positivo —le mostró ambas rayas que lo confirmaban mientras asentía con rapidez y su esposo abría la boca por la impresión—. Seremos padres, Miroku.
—Dios…
Se estiró para apagar el computador y dar por finalizado su día de trabajo mientras esperaba a que su novia saliera del baño para poder conducir hasta el departamento que compartían. Esos últimos meses había estado tan estresado que ni siquiera había podido disfrutar de su propia vida y aquello le agregaba todavía más tensión a su desenvolvimiento diario. Los últimos días habían estado tan ocupados con resultados deplorables sobre la mafia japonesa que no había podido pararse a pensar, todo era trabajo y muertes. Después de tanto ajetreo, por fin parecía que había pasado la ola de crímenes y ahora la policía se encargaba de monitorear el comportamiento civil en Nerima mientras él podía darse un descanso de una noche, por lo menos.
Estaba a punto de desistir de su idea por ese día hasta que escuchó que la puerta de la oficina del fiscal se cerraba y sus sentidos se alertaron estrepitosamente. Abandonó su perfil agotado y caminó rápido hasta alcanzar al anciano casi en la salida de la comisaría.
—Kajiya-sama —una vez más, la voz del comisario se dejaba escuchar por los oídos del fiscal.
—Comisario —le dijo en tono de saludo y de respuesta, haciendo un movimiento con la cabeza—. Parece que es tarde y nuestros horarios se han excedido —le comentó como una forma de hacerle entender que se había acabado su jornada y él quería irse ya a casa. No sabía si es que el comisario disfrutaba de su vida íntima, pero al menos él sí que tenía una esposa que ir a ver cuando cayera la noche.
Y ya había caído.
—Siento molestarlo, señor —no, no sentía una mierda, pero su trabajo lo obligaba a decir ese tipo de ridiculeces—, pero ahora que nuestra agenda ya no es tan apretada, me gustaría —achicó los ojos, enfocando toda su atención en Tōtōsai— saber qué pasó con la solicitud que le hice hace cuatro meses sobre la reapertura del caso de «Asahi».
El anciano cerró los ojos por unos segundos, recordando la efectiva solicitud que había recibido por parte del hombre frente a él. Claro que lo recordaba y lo había hecho poco después de decirle que sí, ¿qué diablos había pasado con esa solicitud? Entre tanto trabajo, ni siquiera había reparado en preguntar sobre el paradero de esa solicitud y tenía claro que no tardaban más de dos meses en dar una respuesta desde Chiyoda, así que, de alguna manera, entendía la mirada llena de frustración del detective.
—Vaya, es cierto… —admitió, carraspeando y cambiando el portafolio de mano—, se supone que esa solicitud ya debió haber sido respondida —ante su afirmación, el profesional asintió, dándole la razón y preguntándole con ese gesto qué carajo pasaba entonces que no había señales positivas—. Mañana mismo hablaré con Yor, ella debe saber qué pasó.
El comisario no dijo palabra, solo cerró los ojos para evocar a la paciencia, hacer una pequeña reverencia y retirarse del lugar, dejando a Tōtōsai con la sensación de que había hecho todo mal. Aunque él fuera la figura de autoridad entre los dos.
Mientras sus dedos tecleaban información y preparaban un informe, sus ojos no dejaron de enfocar la atención en la computadora, comprobando que todo fuera quedando a la perfección. De vez en cuando su mano se estiraba para tomar un poco de su café con leche favorito y consentir a su cuerpo que le pedía cada tanto por la helada bebida junto a ella. Jamás despegó la mirada de su trabajo hasta que escuchó unos nudillos golpetear contra el vidrio templado de la puerta de su oficina.
—¡Adelante! —Concedió el paso sabiendo perfectamente de quién se trataba por los tres golpes seguidos.
—Hola, Kikyō, ¿cómo estás? —El tono alegre y casi pícaro de su compañera la hizo sonreír. Como siempre, Kiara asomaba medio cuerpo hacia ella y se sostenía de la manija de la puerta casi como un ejercicio terapéutico y Kikyō sabía que así se asomaba a todas las puertas que podía.
—Hola, Kiara —por fin se separó del PC para ver su compañera de trabajo—. Bien, ¿y tú? —se balanceó ligeramente en la silla.
—Bien —respondió de inmediato sin quitar la sonrisa. Se habían hecho algo así como amigas—, aunque nerviosa. ¿Tienes todo listo? —Le inquirió con genuino interés; cada vez que había una junta importante ella pasaba por la oficina de Kikyō para corroborar que todo estuviera en orden, era casi como un ritual—. En cuarenta minutos inicia la reunión.
Higurashi asintió, regalándole un gesto amable y despreocupado. Había trabajado varios días por ese informe y todo estaba finalmente listo.
—Gracias por estar tan pendiente y sí—tomó su portafolio que reposaba al lado de su asiento y lo puso sobre el escritorio—, lo traje. Aquí está.
Más relajada, Kiara suspiró.
—Bien, yo seguiré afinando detalles —se enderezó ya bastante más tranquila porque le parecía que todo estaba quedando de diez—. El señor Isayama todavía no llega —comentó, apenas recordando aquello por lo que también había ido hasta la oficina de la pelinegra.
—Sí, hoy llegará poco antes de la reunión ya que está hablando con unos proveedores —le informó, volviendo a la computadora.
—Perfecto. Me retiro, pues —anunció de nuevo, cerrando la puerta poco a poco—. Hablamos más tarde. Con permiso.
—Propio.
Sus dedos volvieron a la tarea de teclear la información, pero ahora su mente distraída no dejó de enfocarse en el portafolio sobre la madera. Había guardado la carpeta antes de salir, ¿verdad? Sí que lo había hecho. Sus orbes ahora estaban fijos en el maletín, haciendo memoria y llamando a su inseguridad. No sería muy propio de ella si se hubiera olvidado. Sin pensarlo más, atacó la maleta y grande fue su sorpresa al notar que no había llevado nada. Estaba vacío.
Palideció.
Se removió en la cama quejándose por el sonido del celular sobre su mesita de noche y maldijo a todo ser vivo sobre la tierra. Apenas pudo, abrió la boca parar refrescarla y tratar de tomar aire más profundamente. Supo que el sonido no era de alarma cuando fue siendo más consciente. Estiró el brazo de mala gana y cuando alzó ligeramente la cabeza para ver de quién se trataba, casi se despierta por completo.
—¿Kikyō? —Arrugó el entrecejo mientras se recogía para poder sentarse sobre el colchón.
—¡Kagome! —La respuesta pareció aliviada en niveles inusitados—. Gracias al cielo que estás despierta —suspiró y la aludida se puso de pie, estregándose un ojo—, necesito que me hagas un favor.
—Ummmh, sí… —ladeó un poco el rostro. ¿Kikyō llamando con una urgencia? Es que algo andaba muy mal ahí—. ¿Está todo bien? —Inquirió, sinceramente preocupada, rozando los dedos de la mano que no sostenía el teléfono.
—Pues no tanto —le respondió en el mismo tono preocupado—. Ve a mi habitación, por favor —pidió y Kagome le hizo caso rápidamente. Por medio de la llamada, escuchó que su hermana menor abrió la puerta de su habitación—. Resulta que se me olvidó el trabajo importante que terminé antes de anoche sobre el escritorio —prosiguió, mientras la oía trastear por el lugar— y en menos de cuarenta minutos empieza la reunión.
Kagome se mordió los labios. Se suponía que Kikyō venía trabajando por ese informe hacía días y que no lo hubiera guardado con anticipación, sinceramente era preocupante, pero…
—Bien, ya estoy aquí —todos podíamos olvidar cosas importantes a veces, pensó—. Hay varias carpetas sobre tu escritorio —observó los documentos y papelería organizada por colores.
Estiró la mano para ojear primero las amarillas.
—Está entre las primeras carpetas de color verde —ante la nueva información, la azabache desvió su búsqueda, sacando las primeras carpetas y notando que una eran copias de sus documentos de identificación—, la presentación habla sobre la propuesta de un nuevo producto.
—¿Verde lima o manzana? —Inquirió, concentrada en lo que acababa de encontrar: el contrato de compraventa del auto de su hermana. Una ligera sonrisa se escapó de sus labios y no pudo evitar saltar entre la información.
—Espera, ahora mismo no podría decirte el tono del verde, pero —Kikyō se quedó un segundo en silencio, tratando de recordarlo, porque tenía varios tonos de verde en sus folios—…. ¿Manzana? —Preguntó, dudosa, descansando la barbilla en su mano. Hubo más silencio, parecía que su hermana no la había escuchado—. ¿Kagome? —La llamó, desesperada, ahora viendo la hora en su reloj de muñeca.
—No, Kikyō… —para el momento en que hubo nueva interacción, el tono de la joven sonaba frío y lejano—, es verde lima —terminó de decir mientras tomaba aire para procesar lo que había visto en ese par de hojas.
—Bien —más relajada, asintió—. ¿Puedes tomar un taxi, hermana? Te lo recompensaré —nuevamente silencio. Frunció las cejas, bastante extrañada, pero demasiado ahogada en sus preocupaciones como para tomarle mucha importancia en ese momento—. ¿Hola?
Kagome cerró la carpeta, tratando de volver en sí, sin una pizca de sueño y con las manos heladas.
—Sí, sí… —trató de sonar normal, pero parecía que su corazón se escuchaba hasta la otra cuadra—, en un momento estoy allá.
—Gracias, Kagome.
La aludida negó, tomando el folio y saliendo de la habitación.
—Descuida, Kikyō.
Continuará…
Un solo detalle puede poner a Kikyō en evidencia y ella lo sabe, por eso buscaba esconderlo en un lugar demasiado obvio para reducir el riesgo de ser encontrado.
¡Feliz año nuevo para todos!
Finalmente, nueva actualización XD, ya era hora, creo. Y pido perdón por la demora y digo gracias por la paciencia de quienes aún leen este fic jhdjd. Créanme que, aunque ya el cuento de Kikyō les harte, no será por mucho más, pronto ya no regresará con Naraku.
Muchos besos a: Susanisa, Rosa Taisho, XXlalalulu, Marlenis Samudio, Rodriguez Fuentes, MegoKa e Iseul.
Si demoro en actualizar es porque la tesis me consume todas las noches ;c
