Participación mayoritaria de personajes: InuYasha, Sesshōmaru, Rin.
Participación minoritaria de personajes: Kagura y Kikyō.
.
.
.
Capítulo 40.
Sí, la vida solía ser injusta y definitivamente una perra que se burlaba en la cara de sus víctimas, además de irónica, sardónica y todo lo que se refería al acto de escupirle en la cara a la gente sus peores experiencias y volver a juntar a quienes habían hecho todo por no volverse a ver la maldita cara.
—¿Qué-qué carajo haces aquí? —Con una mueca incrédula, InuYasha escupió lo siguiente que salió de su boca. ¿Era un chiste? ¿Una de esas cosas que solo la familia Taishō solía hacer? ¿En dónde estaba la cámara? Asomó el cuerpo para buscar alguna escondida ante la mirada frívola de su pariente, pero no encontró nada—. ¿Cómo me encontraste?
—¿Acaso no sabes que soy el comisario en este lugar? —Descubrió su placa al costado después de abrirse paso con la chaqueta de cuero.
Ahora, el detective se encontraba a dos pasos fuera de la residencia de InuYasha y con mirada disimulada, trataba de escanear un poco hacia adentro.
—Vete a la mierda —respondió después, haciendo una mueca de asco—, deberías saber que no me interesa en lo más mínimo tu trabajo.
Por supuesto que sabía que era el comisario, no vivía bajo una piedra, no era un secreto para nadie que lo conociera, que Sesshōmaru y él eran familia, pero tampoco era muy abierto a explicar exactamente el porqué de su distanciamiento.
—¿Todavía arrastrando viejos y ridículos resentimientos, InuYasha? —Preguntó en un tono ligeramente burlón, pero incrédulo. Ya había pasado más de una década, sinceramente, le parecía ridículo.
—No he sabido nada de ti desde que papá y mamá murieron y de eso ya son once años —acotó el pelinegro, rígido desde su lugar, pero sintiendo todavía los sentimientos amargos de antaño rodearlo. Era un cínico sinvergüenza, después de tanto tiempo sin importarle si vivía o moría, ahora solo aparecía en su puerta como un fantasma—. ¿Me puedes decir qué es lo que quieres y dejarme en paz?
El rostro de Sesshōmaru demostró una potente ira después de que el menor dijera aquello, llegando a sentirse ofendido. ¿En serio le estaba culpando de algo en lo que él ni siquiera había opinado? InuYasha no tenía idea de qué había pasado después, mucho menos de cómo su madre lo había tratado luego de su noviazgo con Rin Yamada. Los dos ahora parecían estar vetados de la «familia», cuyo apellido político solo portaba, orgullosamente, Irasue.
—¿No supiste de mí? —Frunció el ceño, fastidiado. Todavía recordaba bien lo que había pasado hacía once años—. Fuiste tú quien decidió que nos enteráramos de la muerte de Tōga por las noticias y egoístamente los cremaste para después mandar a tu familia materna a negarnos poder presentar honores a sus urnas —si InuYasha quería quejarse de algo, pues ya estaban a mano, pero que no se hiciera la víctima ahora—, no seas un payaso victimista y asume tu mierda.
—¡¿Qué asuma mi-…?! —Cuando se dio cuenta de que había gritado, bajó la voz de inmediato, respirando errático—. Escúchame, Sesshōmaru —se irguió para enfrentarlo—, tú y yo sabemos perfectamente por qué me alejé lo más que pude de ustedes, despreciable bola de orgullosos infelices —escupió, su resentimiento quemando la piel.
—No voy a discutir contigo acerca de mi familia, me das mucha pereza —devolvió el peliplata, con tono de desprecio.
—¡Magnífico! —InuYasha alzó las manos en señal de aleluya—. Entonces lárgate de una vez, porque, que yo recuerde, no he matado a nadie —iba a cerrar la puerta con fuerza cuando, de nuevo, su primo se interpuso.
—Tú no, pero alguien que conoces, igual y puede que sí —le dijo de una vez, viéndolo con la mirada más plana del universo.
—¿Qué carajo…?
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
La primera vez que Kagura le había dicho que acudieran a ese lugar se había sentido muy extraña y, evidentemente, su respuesta había sido que no. No, hasta que Naraku le había dicho que ella era la única persona con la que Toriyama podía distraerse, así que aceptó sin más. Tres veces a la semana durante dos horas desde hacía un mes que habían empezado a asistir a las clases de tiro y después de un rato, aceptaba que le había tomado gusto a la cuestión, aunque las primeras veces le hubiera parecido peligroso y hasta… ilegal, pero… ¿no estaba ella ya metida hasta el cuello de alguna forma? Hacía mucho tiempo que había matado y enterrado a la Kikyō Higurashi puritana que se espantaba hasta con usar un vestido comprado por Naraku, porque sus opciones para salir de ahí, aunque reducidas, habían existido y ella las había rechazado todas. Ya no había vuelta atrás.
Se puso en posición y, sinceramente, jamás pensó que podría ser capaz de sostener un arma de fuego con esa agilidad… pesaba más de lo que parecía en las películas y era potente al disparar, pero ya se había acostumbrado a las primeras masacres y ahora tenía más control, aunque evidentemente le faltaba un poco de práctica. Era buena, como en todo lo que hacía, modestia aparte, y por eso, cada vez que daba al blanco, sonreía.
Se quitó los protectores para oídos y su compañera hizo lo mismo, quien evidentemente era una experta entrenada y amiga entrañable del dueño de esa tienda de armas.
—Eres buena —la elogió mientras se quitaba los guantes de protección y avanzaban fuera en donde ya no se escuchaban los disparos.
—Lo sé —respondió sin titubear, porque no le costaba aceptar lo que era—, lo soy en todo lo que hago.
Toriyama soltó una risa sonora, acercándose para tomar una botella con agua de las perchas.
—Y también increíblemente presumida, es alucinante —se alzó la botella de plástico y bebió de su contenido.
Había pasado mucho desde que Kagura no sonreía así. También le había agarrado el gusto a eso, el hecho de compartir tiempo y actividades con Kikyō se había convertido en una forma de dispersión, pese a todo pronóstico, porque ella tenía claro que todo eso era un trabajo, una orden más de Tatewaki que debía cumplir y que quizás solo la estresaría, pero fuera de la mujer que pocas veces había tenido la oportunidad de ver, Higurashi era alguien con quien se podía pasar un rato ameno, por lo menos era algo completamente diferente a lo que hacía todos los días con los trabajadores de El Gremio.
—¿Sabes que estamos aquí porque Naraku te está haciendo un regalo? —Se atrevió a decir, también tomando agua. Ahora era Kagura quien tomaba su ropa para entrar al vestidor, pero la miraba extrañada, ladeando el rostro—. Sí, y yo le creo… eres la única a la que se le permite usar zapatos de tacón entre todos los trabajadores, no dudo que quisiera darte un espacio de dispersión sin que tenga que expresarlo directamente —le dijo desde su ignorancia, pero convencida de que esas acciones hacían parte de la bondad que yacía en el fondo, muy en el fondo de Naraku.
—¿Eso te dijo? —Incrédula, no pudo evitar cuestionar. Hizo una mueca de asco… evidentemente, esas cursilerías no entraban en la relación que tenía con su jefe—. Tiene que ser una broma.
Quiso soltar una carcajada después, no creyendo que fuera capaz de decir semejantes ridiculeces para tapar su mierda. Se tragó la burla y asintió, dejando de lado el asunto.
—Lo juro… ¿por qué no me crees?
—Ve a cambiarte, por favor.
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
Lo miró de arriba abajo con fastidio.
—¿Vas a quedarte ahí toda la tarde o esperas una invitación a tomar café? —InuYasha, aparentemente, era la persona más irritable que jamás había conocido. Incluso más que él mismo.
Tenía que jugar bien sus cartas. Soltar que sus sospechas iban dirigidas hacia Kikyō era totalmente estúpido si lo pensaba bien, primero tenía que introducirlo a sus objetivos, porque, ¿quién le garantizaba que no se le ocurriría abrir la boca y poner a Higurashi sobre aviso? No sabía bien qué relación tenía con ella, así que por eso mismo necesitaba ir despacio y, además, tiempo… Tenía que investigarlo, conocer sus horarios, sus conexiones y cualquier cosa que le ayudara a armar su estrategia. Decidió abrir la boca para decir lo siguiente, pero después de haberlo meditado bien.
—¿No te preocupa saber quién de tus allegados podría ser un asesino?
—Sí, hombre —sonrió, sarcástico, cruzándose de brazos—. Vete al infierno—era obvio que no había nadie de su círculo que fuera un asesino, o sea… Sesshōmaru era un chiste—. No sabes nada de mí.
—En eso tienes razón —asintió Sesshōmaru.
El pelinegro se rascó la barbilla, volviendo a su misma interrogante.
»—Pero, ¿de verdad crees que después de tantos años vendría a tu casa solo para verte la cara de idiota que tienes? —Prosiguió, moviendo la leña. Era obvio que no le estaba creyendo, pero notó que eso podría cambiar después de ver cómo la expresión de su primo se suavizaba ligeramente, como dándose cuenta de que tenía razón: era ilógico que su presencia ahí fuera para molestar—. Por eso pienso que podrías colaborar con la policía… es un ofrecimiento amable —le dijo, ahora curvando apenas los labios.
¿Lo estaba manipulando? No, en realidad, eso vendría después, cuando tuviera más información porque, como llevaban la misma sangre, estaba seguro de que era obvio que le diría que no.
—No sé qué estés tramando, no me interesa y la respuesta es no —claro que lo había visto venir, su instinto jamás fallaba—. Gracias por tu visita de mierda.
—Es la última vez que te lo digo de forma civilizada, InuYasha —le dijo como ultimátum, solo para que no quedara en él.
Vio al menor tomar la puerta y prepararse para cerrarla, pero no iba a interrumpir más. Con la espina que le había sembrado, había sido suficiente.
—Hasta nunca.
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
La habitación estaba tan en silencio que solo se lograba escuchar el sonido del tictac del reloj. Él se había quedado ahí sentado, únicamente analizando una y otra vez las palabras que había escuchado hacía rato.
«¿Por qué casi nunca visitamos al abuelo?» era una pregunta recurrente en su infancia. «Porque el abuelo es complicado y queremos evitarnos complicaciones en la vida, hijo» era la respuesta que nunca fallaba ante sus dudas. «Complicado»; de pequeño se preguntaba qué significaba eso, pero sinceramente, no sabía, en la escala de «malo» que mamá le había enseñado, cuánto era. ¿Sería muy malo? Con el tiempo la pregunta fue respondiéndose sola, cuando tenían la oportunidad de entrar a la enorme mansión y lo único que hallaba aparte de señoritas y señores de servicio, era la frialdad de quienes se suponía, eran también su familia. El abuelo jamás lo abrazó, solo recibió miradas duras de él y un par de «ni siquiera heredaste nuestro color de cabello» que soltaba con amargura.
Luego estaba el tío Sesshurō, que, no lo miraba terrible, era peor: lo ignoraba; a él le seguía su esposa Irasue, tía política, quien lo trataba como un bicho raro, una especie exótica que acompañaba con comentarios pasivo-agresivos disfrazados de halagos curiosos; por último, estaba Sesshōmaru, quien jamás, jamás en la vida jugó con él. Quizás porque era nueve años mayor, pero siempre con esa mirada fría e imperturbable, con su quemeimportismo, con esa manía de tratarlo como a un insignificante pedazo de basura a quien seguramente no valía la pena ni dirigirle la palabra, que con el saludo ya era suficiente, porque eso era lo que demostraba con su actitud de mierda. Era verdad que Sesshōmaru jamás decía algo, ni en contra ni a favor, por eso era difícil saber cuál era su postura ante la ideología de sus padres, pero eso lo colocaba más en el bando malo que en el bueno.
A medida que fue creciendo y estuvo apto para saber algunas cosas, sus padres habían sido muy claros: «La familia Taishō se caracteriza por adorar su apellido y su ascendencia, procurando que toda su descendencia sea "pura", con gente "de alcurnia", de "buenos rasgos", que conserven la "altura" de un Taishō, de una familia tan ilustre como esa», luego de esa explicación su padre había agregado: «Cuando me casé con tu madre, tu abuela ya había muerto, que era la que menos conservaba esa ideología arcaica, así que papá me quería obligar a dejarla y como me rehusé, me echó de la casa. Mucho tiempo después, quizás porque sintió apenas remordimiento, me volvió a contactar para que nos acerquemos, tú ya habías nacido, pero el costo fue alto, porque pronto me di cuenta de que apenas dábamos la espalda, nos criticaban, mayoritariamente a tu mamá». Y desde ahí todo había sido demasiado claro para él. Su rencor de adolescente creció tal cual un río cuando llueve, hasta que se desbordó y vivió con esa ira por mucho tiempo, especialmente porque insultaba a su madre.
Poco después de cumplir doce años, un infortunado accidente de avión acabó con la vida del abuelo y del tío Sesshurō dejando a la familia de esa mansión a la mitad. Destrozado, porque a pesar de toda la mierda, Yuko Taishō era su padre y Sesshurō su hermano, Tōga, como era de esperarse, asistió al funeral con su familia. La gota que había derramado el vaso fue la forma en la que habían sido tratados; InuYasha jamás iba a olvidar cómo entre el profundo dolor de su papá, Irasue los echaba como si fueran animales leprosos delante de toda la gente diciendo que «las memorias de los difuntos eran deshonradas con su presencia, especialmente por Izayoi y su hijo». Recordaba a Sesshōmaru haberlos visto con su típica mirada inmutable y fría, como si no sintiera lo que pasaba a su alrededor, estoico… no había dicho ni sí, ni no, solo se había limitado a verlos partir de la mansión y antes de que saliera de su campo de visión, volvió al féretro de su abuelo con una expresión rígida. Aquello no sólo había sido un golpe emocional, también había sido humillante a niveles estratosféricos. Desde ese día, InuYasha había prometido que no volvería a darle una oportunidad a esa maldita familia.
Luego había sucedido la tragedia, la peor de su vida: la muerte de Tōga e Izayoi. Por supuesto que cuando aquello pasó, en lo último que había pensando era en que Sesshōmaru podría querer presentar sus respetos a las urnas, por eso, cuando había aparecido en casa de los Tanami, simplemente le había dicho a Kaede que de su parte les informara que no volvieran a acercarse a él y mucho menos a los restos de sus progenitores, porque eso sería insultar su memoria. Y desde ese día, no había vuelto a saber de ellos jamás, ni le interesó, ni ellos le contaron.
Hacía apenas unos dos o tres años que vio por casualidad en la televisión que se posicionaba en Nerima como el nuevo comisario, pero de la misma forma como se enteró, se le olvidó y cambió de canal. ¿No era esa suficiente mierda como para que no quisiera volver a saber de ellos? Como si vivían o morían, claro, hasta ese día que el imbécil de Sesshōmaru había aparecido literalmente en su puerta para hablarle de que alguien cercano a él podría ser un asesino. Y juraba que no le había creído un céntimo de lo que decía, pero después de reparar en sus últimas palabras, ahora su mente simplemente ya no podía. ¿Por qué iría después de tanto tiempo si no tuviera algo importante que hacer con él? Era obvio que su primo no se acordaba de él ni para ir al baño y que esa no había sido una visita social, entonces…
Se inclinó en su mueble y después de un momento se tomó la cabeza, desesperado por no poder parar de pensar. Ver a ese infeliz le había revuelto un montón de cosas y ahora su mente era una maraña de malos recuerdos. Se levantó a la cocina, tomó un encendedor y caminó nuevamente hacia el altar que ahora solo tenía fotos y abrió las puertas para prender una vela. Inspiró hondo, observando las imágenes con ojos cansados. No habría querido volver a revivir ese dolor, pero los recuerdos de su padre siendo echado del funeral de sus familiares no dejaban de repetirse en su mente. Qué mal le había hecho esa visita.
¿Tendría que considerar lo que su pariente le había dicho? Volvió a suspirar… Pensó en que no era prudente ni siquiera decírselo todavía a Kagome —quien era de las pocas personas que sabía con más detalle su problema con los Taishō— porque se estaba tratando de la policía y no la quería alarmar. Era verdad que podría simplemente olvidar esa tarde, pero había cosas que no le cuadraban. Miró hacia arriba sin dejar de meditar: ¿qué debería hacer? Lo más probable era que si todo aquello iba en serio, Sesshōmaru aparecería tarde o temprano en el lugar menos esperado a soltar su mierda.
Pues que lo hiciera. Ya se preocuparía de eso el InuYasha del futuro.
::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
Él nunca decía nada porque qué carajo iba a hacer, si era su familia quien tomaba las decisiones, eran los adultos los que hablaban y decidían. A él, justamente, que toda la vida le había valido una mierda lo que sucediera alrededor mientras no le afectara de forma directa, a quien siempre se enfocó en buscar sus intereses y cumplir cada uno de sus objetivos, en serio… ¿por qué habría de ser su culpa la mierda que le pasaba a InuYasha? Y encima tener que soportar su maldito comportamiento irritable. Se había quejado de su madre y aunque era obvio que no tenía idea de lo que había pasado en esa última década, le jodió que simplemente soltara las cosas sin pensar. Cuando había conocido a quien era su actual novia, la primera en darle la espalda había sido Irasue, todavía orgullosa de sus apellidos y diciéndole que no lo reconocería como hijo si llevaba adelante esa relación, siguiendo los pasos de su tío Tōga y deshonrando la memoria de Yuko y Sesshurō. Evidentemente, le había valido una mierda lo que ella dijera, si, como siempre había expresado, a él no le interesaba lo demás mientras no le afectara directamente y la opinión de su mamá no lo hacía. Nunca lo hizo.
Cuando su padre y abuelo habían muerto solo estaba enfocado en eso, en la pérdida de dos personas que habían estado junto a él durante todo lo que llevaba de vida, no en lo que Irasue hacía o dejaba de hacer. Si su abuelo no quería a la familia de Tōga, ¿qué se suponía que iba a hacer él? ¿Obligarlos? ¿En serio? Nadie podía forzar los lazos familiares, si ellos no aceptaban a InuYasha, pues no era problema de él. Y lo que había pasado hacía once años también le había dejado claro que jamás habría una tregua, así que no podía hacerse más, sin embargo, el mundo era pequeño y las circunstancias los habían vuelto a reunir de una forma bastante retorcida. Estacionó su auto en el parking y se bajó de este para volver a su lugar de trabajo, completamente en silencio, con su semblante inmutable.
—¿Todo bien? —Apenas entró a su oficina, la voz de su pareja lo recibió con tintes preocupados—. ¿Pudiste verlo?
—Logré hablar con él —le respondió, sentándose sobre la mullida silla y tomándose un breve descanso antes de continuar con sus labores lo que restaba del día.
Rin caminó hasta su escritorio y se sentó delante de él, suspirando. Se notaba que su pareja no había vivido un momento agradable viendo a su familiar y eso era lo que se temía. Jamás habría pensado que la foto de un montón de extraños en una boda sería el factor principal que detonara el estallido de ese caso y mucho menos del reencuentro poco agradable de Sesshōmaru e InuYasha. No podía evitar ponerse del lado de su novio, ya que ella misma había visto a quien se suponía, era su suegra, echarlo de su vida como cualquier desconocido, no solo InuYasha había sido víctima del apellido, sino él también.
—¿Conseguiste algo? —Continuó, ahora enfocándose en el caso, porque lo sentimental ya había quedado zanjado con esa respuesta.
Sesshōmaru ladeó apenas el rostro—. Solo fue una visita introductoria, pero se puede decir que sembré la duda en él —se estiró para prender el computador.
—Ah, entonces, ¿no te estaba creyendo?
—Si diciéndole que algún conocido suyo podría ser un asesino, no me creyó una palabra, mucho menos hubiera pasado si entraba diciéndole que se trataba de Kikyō —se impulsó con las ruedas hasta acercarse más a la PC y poner su contraseña.
Yamada asintió, dándole la razón. Se impulsó un poco también para alcanzar la tableta sobre su mueble y en un segundo volvió a estar con el comisario.
—Yo estuve cliqueando un poco en el perfil de InuYasha —dijo mientras desbloqueada el aparato móvil y buscaba las capturas. Tuvo toda la atención de Sesshōmaru solo con ese comentario— y hallé esto —le pasó la tableta.
—¿Qué es? —Inquirió, tomándola. No pasó demasiado para que reconociera a tres de las cuatro personas en la imagen—. La pelirroja es su prima de familia materna —todavía recordaba el rostro de esa chica el par de veces que la había visto; una en la única cena a la que había asistido en la que la familia de Izayoi conocía a la familia Taishō en casa de Tōga, y la otra cuando había salido junto a su padre y madre a decir que InuYasha no quería saber de ellos. No tenía idea de cómo se llamaba, pero pudo notarlo cuando vio un poco más la captura de pantalla y visualizó el nombre de usuario.
—Al parecer, se llama Ayame Tanami —corroboró Rin, tomando de vuelta el dispositivo.
—Así que InuYasha y Kikyō son pareja —comentó, pensando que todavía había sido más acertada su decisión de no decirle a InuYasha de sus sospechas.
La pelinegra volvió a mirar la descripción de la foto en la pantalla:
"tanamiayameishiK Tarde en parejas /wink
Los quiero kōgawolf8, taishōIshkainuyasha, kikyōHiguTana7
.
.
#goodday #couples #girls #boys #friendship #relationship #love #pic"
En el comentario que mostraba la aplicación decía:
"K_higurashitanacagreen Kōga tiene un moco ;p"
—Según esta foto, sí, pero es de hace más un año —comentó, un poco indecisa.
—Bueno, tendrán más de un año de relación —se acarició la barbilla, dando clic en algunos archivos.
—No, no —Rin negó con la cabeza—, ya solo hay una foto más que los vincula, de resto nada, ni en sus cuentas, ni en las de sus amigos, incluso fui a dar con unos Miroku y Sango, los novios de la foto en el perfil de Kagome —movió las manos como dando a entender que su novio debía recordarlo también. Él analizó un segundo la situación—. Parece que han borrado todo, esta captura es un golpe de suerte, quizás algo que a la pelirroja se le pasó por alto.
Tenía sentido. Si InuYasha y Kikyō no eran pareja, eso tendría que comprobarlo él mismo con su investigación. La teoría que habían formulado hasta ese momento era que Kikyō podría haber tenido una relación con Hiten por el contenido que se había encontrado en el computador y las obsesivas búsquedas de su perfil en la computadora del difunto y que, por lo tanto, podría saber de enemigos poderosos que pudieron acabar con él. Achicó los ojos, inclinándose ligeramente había el frente para colocar los codos sobre la madera.
»—¿Qué sucede?
—Rin —pronunció, un poco incómodo por la idea que acaba de cruzar su mente, tumbando abajo alguna teoría—, ¿y si fallamos y esto no es crimen organizado?
—¿Qué dices, Sessh? —Arrugó la cara, confundida—. La forma en la que sucedió el asesinato, el uso de las armas, la destrucción de las cintas de seguridad, desaparecer testigos, obviamente lo hizo más de una persona y con precisión extraordinaria, el supuesto soborno del fiscal… —con eso último, bajó la voz y miró hacia afuera por las persianas de la oficina. Ella había apoyado cada idea que Sesshōmaru había tenido desde que dijo que se trataba de la mafia y le dio la razón en cada uno de los detalles que él había mencionado, que eran justamente los que acababa de citar, ¿y ahora le decía que no? Era absurdo—. ¿Por qué dices eso de repente?
El aludido negó, haciendo un puño su mano derecha.
—Son conjeturas —le respondió sin dejar de mirar a un punto fijo en la nada—. Si InuYasha y Kikyō ya no son pareja, ¿será porque él se enteró de que su novia lo engañaba con el jefe?
—¿Y por eso mandó matarlo? —Acotó en automático, casi sin analizar lo que decía.
—Esto puede convertirlo también en un sospechoso —afirmó, tensando la mandíbula. Aunque no conocía a InuYasha como debería, no le parecía que ese fuera precisamente el estilo de él y su instinto policíaco tampoco le decía que pudiera tratarse de ese tonto, pero estaba en su sangre desconfiar.
—Sigue siendo demasiado profesional para ser solo un simple caso de celos y sicariato —volvió a refutar—. ¿Matarlo en su oficina? Era más fácil hacerlo cuando estuviera saliendo de Asahi o en cualquier otro lugar.
Con el silencio, le dio la razón.
—De todos modos, voy a vigilarlo un par de semanas —sentenció, haciendo un esquema mental rápido de sus siguientes movimientos—. Quiero que consigas toda la información que puedas sobre los compañeros de trabajo de Kikyō cuando estuvo en Asahi y te prepares para que los interroguemos —le ordenó mientras ella asentía.
—¿Investigaremos si realmente había una relación entre Hiten y Kikyō?
Sesshōmaru golpeteó el mouse con su dedo índice, enfocado en cómo su mente hacía y deshacía teorías.
—Investigaremos todo, Rin.
Continuará…
Buenas tardes.
Ah, ¿qué puedo decir…? Amo este capítulo, no solo porque siento que he profundizado más en el personaje de InuYasha y expuesto las razones por las que no se lleva bien con su primo, sino que la participación de Rin me agrada bastante y como casi nunca trabajo con ella, me alegra darle un papel genial en este fic, porque se lo merece.
Le dejo besos enormes a mis preciosas: XXlalalulu, Marlenis Samudio, Megoka, Rosa Taisho, Susanisa, Any-chan, Rodriguez Fuentes e Iseul.
