Participación mayoritaria de personajes: Kagome, InuYasha, Kikyō, Dai, Otros.
Participación minoritaria de personajes: Kagura, Naraku y Sesshōmaru.
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Capítulo 41.
La decoración había sido cuidadosamente seleccionada por Kikyō.
Cada detalle, cada color y cada bocadito fue puesto en esa recepción pensando en Kagome. Los globos verdes, claramente, que adornaban la mesa en donde reposaba el pastel le daban un toque colegial junto al blanco y los rojos que evocaban los colores que habían compuesto el uniforme de secundaria de la azabache. De la misma manera, los pisos de bizcocho repartidos en una escalera de platos de cristal con crema de los mismos colores creaban una armonía de la que la pelinegra estaba completamente orgullosa. Había mandado todo al carajo para preparar gran parte de lo que ahora era la fiesta de graduación universitaria de su pequeña Kagome. Había sorpresas para esa noche, que, aunque ya iba avanzando, todavía era joven.
Los invitados iban y venían disfrutando de las bebidas, los bocaditos —dulces y salados—, la música y todo el ambiente, que era muy ameno. Kikyō hizo una reverencia ante los padres de Miroku y dejó de observar todo de manera tan obsesiva para controlar que estuviera en orden cuando su tía, la madre de Sango, la llamó a reunirse con ellas.
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Estaba feliz. No había otra palabra que pudiera expresar de mejor forma los sentimientos que embargaban su pecho.
Era felicidad.
—¡No puedo creer todavía que nos graduamos! —Eri chilló, moviéndola por el hombro y las otras chicas lo confirmaron.
—Pues yo todavía menos —dijo Kagome sosteniendo la copa de champagne entre sus manos, sin dejar de mirar la entrada del gran salón.
—Esta fiesta está preciosa, Kagome, gracias por invitarnos —le dijo Ayumi con un tono agradecido y cálido, se notaba también muy feliz.
—Muchas gracias a ustedes por venir —regresó a verla, también sonriendo sin poder evitarlo. Ya le dolían las mejillas.
—Abrazo de grupo —propuso Yuka y todas se unieron para hacerlo realidad.
Después de la demostración de afecto, Kagome se disculpó diciendo que quería salir un momento a tomar aire mientras las chicas concordaron en que querían sentarse porque los tacones ya las tenían cansadas. Cuando por fin estuvo sola miró disimuladamente para todos lados corroborando que sus familiares más cercanos no estuvieran cerca y cuando vio a Kōga servirse una copa de champagne que tomó de la charola de un mesero, le hizo una señal para que la cubra mientras ella salía, a lo que su amigo respondió que todo estaba «ok». Casi corrió hacia afuera cuando todo dentro quedó arreglado y al salir, ahí estaba, simplemente observando el cielo azul oscuro de la noche, alejado de todo el bullicio y gentío del salón, que, aunque no fuera demasiado, era considerable. Se encontraba al filo de las escaleras que conducían a la recepción y ella trató de no alertarlo con sus tacones.
Toda la noche habían estado distanciados por lo que era obvio, pero las miradas no habían faltado como única manera de estar conectados de alguna forma. De todos modos, se habían tomado un par de fotos juntos por pedido de ella al fotógrafo que cubría el evento.
—Ya te habías tardado —dijo InuYasha haciendo alusión al gesto de invitación que le había hecho hacía unos diez minutos para que lo siguiera hasta ahí. Regresó a verla antes de que se acercara completamente.
El cómo brillaba su mirada chocolate, tanto como sus accesorios y la forma en la que su cara se sonrojó apenas él le habló… Kagome era única e irrefutablemente preciosa. No solo se trataba de cómo se veía, sino de todo lo que transmitía con solo mirar. Contra todo pronóstico, su vestido no era verde, sino de un color beige en seda con una caída en «A» muy delicada y un escote discreto perfecto para la ocasión. Llevaba el cabello suelto, pero acompañado de algunos detalles brillantes que recogían parte de sus hebras al lado izquierdo de la cabeza. Elegante, delicado y llamativo, era idóneo para Kagome, combinaba con ella. La vio sonreír muy amplio y desistir de caminar sigilosa para ahora sí hacer sonar sus tacones sobre la baldosa.
—Es que estaba con las chicas y no quería dejarlas nada más —avanzó hasta su lado, chocando ámbar y chocolate, como hipnotizados—. Dios, estás tan guapo hoy.
Le jodía cómo podía ser tan malditamente hermoso siempre y hacerle temblar las piernas sin decir nada. Él sonrió y ella sintió que todo el cuerpo le palpitaba. Los smokings le quedaban como anillo al dedo.
—¿Solo hoy?
—Bueno, todo el tiempo —movió una mano, avergonzada. Su cara hervía. Se encontraban por lo menos a un metro de distancia y la adrenalina se había apoderado de ella—, pero hoy te pasaste —mordió sus labios y sus cejas se arquearon involuntariamente.
—Mira quien habla —le devolvió el halago, a lo que la azabache se encogió un poco, mirando hacia otro lado.
—Me muero por besarte, no puede ser —casi chilló y después de eso soltó una risita nerviosa. Con cada segundo le parecía ver a sus padres o hermana asomándose por esa enorme puerta y verlos ahí, tan íntimamente relacionados. Ay, no, quería gritar.
InuYasha acortó más la distancia haciendo que ella se exalte. El corazón de él también estaba en su garganta amenazando con dejarlo sin aliento. Ahora la miraba profundamente como solía hacerlo siempre que el deseo lo consumía, mientras ella, sin evitar que sus pupilas bailen locas ante tremenda presencia atractiva, solo podía abrir la boca para tomar aire por allí.
—Yo quisiera más que besarte ahora mismo —le dijo con voz ronca, con las manos picando por tomarla de la cara y plantarle un beso.
Kagome juró que moriría, mientras ambos se quedaban prendados de los ojos del otro olvidando que el resto existía, solo ellos. Ella hizo puños las manos por no poder eliminar de una vez la distancia y antes de que perdiera la noción del tiempo, escucharon a alguien carraspear.
Casi les da un infarto a ambos, claramente, cuando notaron la presencia de un tercero.
—¡¿Dai?! —Exclamaron al unísono, completamente desencajados.
El aludido traía un regalo en las manos, vestido elegante y con semblante serio. Había sido invitado, claro, por su familia, eso era obvio, si no tenían ni idea de lo que había pasado con ellos. Los sentidos de InuYasha se pusieron alerta e instintivamente dio un paso al frente.
—¿Qué haces aquí? ¿Vienes a arruinarnos la noche? —Atacó sin más. Kagome se aferró a él por el hombro, preocupada.
—Por favor, InuYasha…
—Tranquilos, no vine aquí a hacer problemas, al contrario —Hōjō alzó la mirada y asintió—. He estado pensando desde aquel día y siento que, en vez de rescatar mi orgullo, simplemente me humillé, además de que los irrespeté y puse en peligro su trabajo, InuYasha, y tus estudios, Kagome —les dijo sinceramente y el asombro no se iba de ambos—. Pienso que no habría podido estar tranquilo si todo eso hubiera pasado y agradezco que no haya sido así —hizo un movimiento con la cabeza—. Fui invitado y como sabrán, no venir habría sido una ofensa para tu familia y una alerta para la mía, Higurashi, así que también aprovecho este momento para ofrecer mis disculpas y asegurar que no volveré a molestarlos.
InuYasha tragó duro, haciendo a un lado también su orgullo y empezando a sentir.
—Bueno, siento que yo tampoco actué de la mejor forma aquel día —aceptó, pestañeando un par de veces—, así que también me disculpo.
—Y yo —continuó Kagome, tocada por la actitud de Dai que le recordaba al joven noble que había conocido—. Dai, lo siento profundamente por el daño que te hice. Entiendo que todos aquí cometimos errores, pero es admirable de tu parte que hayas dado este primer paso —ahora estaba al lado de su pareja viéndolo desde su ángulo y le dedicó una sonrisa.
Hōjō tomó también las disculpas con una ligera reverencia. Se acercó a las escaleras para extenderle el regalo a Kagome mientras InuYasha los observaba en silencio, solo apreciando el momento.
—Felicidades a ambos —con su cabeza se dirigió a la pareja—. Por favor, recibe este presente —Kagome lo tomó con las manos temblorosas como sintiéndose mal porque todo fuera así—. Hasta luego —giró sin más para empezar a caminar de regreso a su casa.
—Espera, Dai —para sorpresa de todos, fue InuYasha quien lo detuvo. Kagome sonrió mirando a su novio para aprobar la acción. El aludido se detuvo y después de un par de segundos los miró—. Vamos —hizo un movimiento de cabeza para que entrara y aunque su tono era serio, sus acciones demostraban que la riña estaba olvidada y las cosas pronto estarían completamente superadas—, tú también eres un invitado.
Poco después, los tres volvían a ingresar al gran salón.
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—…que estoy muy muy orgullosa de ti, hija y que deseo que tu camino esté lleno de éxitos. Te amo —con esas palabras, después de un corto, pero sincero discurso, Naomi terminaba las palabras que dedicaba a su hija esa noche, quien se encontraba frente a todos los invitados, recibiendo el amor de sus familiares más cercanos.
La azabache se secó las lágrimas que ahora inundaban su rostro sin poder dejar de hacerlo, sin que sus manos temblorosas se detengan y acompañó los aplausos de todos los presentes mientras veía a Naomi bajar del escenario y caminar hacia ella para abrazarla con fuerza. InuYasha la observó desde su lugar y sintió algo cálido invadirlo; jamás pensó que la felicidad de otra persona también pudiera contagiarse a él. Su tía Kaede al lado le apretó ligeramente la mano sin dejar de ver al frente. El animador llamó a la tarima a Kikyō y él jamás lo esperó. Notó que Kagome tampoco por cómo regresó a verlo con la boca abierta y los ojos enormes.
La joven pelinegra, con las manos frías y un poco temblorosas, se acercó hasta el micrófono y lo arregló a su altura, aunque sabían bien todos que también era una acción para empezar a entrar en confianza frente a la gente. Los ojos marrones se alzaron brillantes hacia la audiencia, especialmente a su hermana, que era a quien le dedicaría lo siguiente que iba a hacer.
—Buenas noches, bienvenidos sean todos y gracias por estar aquí con nosotros —comenzó a saludar a los invitados con un tono bastante formal, recorriendo su vista a través del lugar. Se tocaba ambas extremidades y disimuladamente ponía las manos una sobre la otra—. Es de conocimiento público que hoy mi hermana menor da un gran paso hacia su vida profesional y es por eso que pido un aplauso para ella —su pedido no se hizo esperar y tuvo que parar un momento para volver a hablar—; eso también iba para los otros graduados que asistieron a este evento, era lo que les iba a decir —su tono se escuchó rendido, lo que causó una risa en la gente, que volvió a aplaudir. Kagome tenía una sonrisa tan grande que juraba que sus mejillas iban a explotar—. Kagome, sé que tú y todos quienes me conocen bien-
—¡Uh! —Kōga intervenía en nombre de «La hora del té», ocasionando una nueva ola de risas. Incluso Kikyō se unió a ello.
Quería que fuera memorable.
—Sé que ustedes esperarían de mí que tuviera algo preparado con antelación, un discurso perfectamente armado que viniera a recitarse, porque soy yo… siempre hago cosas así —sonrió nerviosa y su hermana le dedicó un gesto que solo ellas conocían—, pero quiero que lo siguiente que diga, sea algo que salga de mi pecho y exprese verdaderamente todo el orgullo que siento ahora mismo por ti.
Los aplausos volvieron. El corazón de ambas hermanas estaba ya en manos de la otra, como no pasaba en años. Cada gesto de Kikyō se estaba quedando en la cabeza de Kagome y los labios, al igual que los párpados, ya le temblaban por el llanto que se avecinaba, volviendo a arruinarle todo su maquillaje porque se tenía que secar la cara. Habían pasado muchas cosas entre ellas ese último año, altas y bajas, discusiones, sospechas… pero ese día, por lo menos, no estaban ahí para recordar lo malo, sino para darse una tregua y volver a ser, por un minúsculo momento, las mismas hermanas de toda la vida. Se amaban mucho y a pesar de todo, seguían confiando la vida de una en la otra. Naomi y Suikotsu, ahora cada uno a un lado de Kagome, observaban a la mayor con atención, admirando su presencia, desbordando afecto por ella también. Naomi desvió la vista un momento hacia InuYasha y lo encontró observando fijamente a Kagome; al notarlo, el ambarino vio para otro lugar, sonrojándose de pies a cabeza, pero Tanaca esperó a que él regresara para dedicarle una sonrisa amable que le decía que todo estaba bien.
»—Sé que no siempre he sido la mejor hermana, que tengo un carácter bastante complicado y que quizás suelo ser protectora contigo al punto de irritarte —la aludida sonrió, bajando la vista, negando con la cabeza y entendiendo que se refería a las veces que habían discutido por InuYasha—. Tenía cuatro años la primera vez que te vi y la misma edad cuando mamá me dejó cargarte como dos segundos —recordó muy vívidamente. Daría todo por volver a ese tiempo en el que su mayor problema era escuchar llorar de noche a su hermana pequeña—; quién diría que después de veinticuatro años, eres el ser humano maravilloso que veo aquí, fuerte, inteligente y que será capaz de vivir sus sueños y cumplir sus metas. Lo sé. No tengo idea de qué pase mañana, Kagome, pero donde nos encontremos, siempre vas a ser una de las personas a quien más quiero y admiro en mi vida. Felicidades por tu graduación y mucho éxito en el camino.
Al terminar de decirlo, sus ojos picaban, pero retuvo su llanto. La gente aplaudía desmedidamente y cuando se dio cuenta, Kagome estaba con ella en el escenario abrazándola tan fuerte, que sintió que le rompería las costillas. Los aplausos se intensificaron con ese gesto. Kikyō hundió su rostro entre las hebras azabaches, cerró los ojos y asintió ante las palabras de la menor: —Te amo, hermana, muchas gracias por todo esto.
La pelinegra habría querido que las cosas fueran diferentes, de verdad que sí.
Después del emotivo momento, fue Suikotsu quien pasó a dedicarle unas palabras a su hija, cerrando así la ronda de felicitaciones en público. Lo siguiente fue una presentación de fotos de Kagome por cada vez que se graduó y obtuvo un diploma, evidentemente creada por Kikyō, quien no podía dejar de sonreír y evocar recuerdos cada vez que veía una imagen. Lo siguiente fueron Miroku y Kōga haciendo covers de las canciones favoritas de Kagome, sorprendiendo a todo el público, aunque, bueno, no era una novedad para la familia cercana que ambos cantaban bien; la presentación incluyó mensajes graciosos entre las canciones para la graduada, cortesía de Wolf, claro, que, en compañía de Takeda, que tocaba la guitarra, lograron una armonía perfecta entre cortes y melodías. Le siguió a esa presentación un par de canciones en karaoke que cantaron Sango, Ayame, Kagome y, por muy loco que pareciera, Kikyō.
La hora del postre llegó, cortesía de los meseros, quienes ayudaron estratégicamente con la entrega de cada porción.
Para finalizar la noche, Kagome subió a la tarima, acomodó el micrófono y se aclaró la garganta.
—Buenas madrugadas —saludó y la gente rio, porque sí, ese era el saludo adecuado—. Siendo ya —miró el reloj de su celular— la una y media de la mañana, creo que todos hemos disfrutado de esta velada, especialmente yo, la verdad, que he vivido cada segundo de esta noche al límite. Gracias —cerró los ojos, imprimiendo énfasis a su agradecimiento—. A papá, a mamá, a mi hermana… han sido pilares en mi vida y me hace feliz tenerlos —los vio reaccionar ante sus palabras. Buscó con la mirada a InuYasha con el corazón saliéndose de su pecho. Tenía tantas ganas de llamarlo y besarlo frente a todos, pero todavía estaba cuerda—. Al mejor tutor de matemáticas del mundo y amigo: InuYasha Taishō —hizo un ademán con la mano para señalarlo y los aplausos volvieron a inundar el lugar. El aludido hizo reverencia con la cabeza, aunque lo que quería era salir corriendo por la pena—. Gracias por tu apoyo en el proceso de estos últimos meses. No amo las matemáticas, pero ya se me dan mejor —bromeó—. A todos mis amigos de curso —las chicas chillaron, Dai sonrió, agradecido—, familiares que asistieron a esta velada —miró a ambos lados y cerró con broche—. ¡Y a todo mi team «La hora del té», son los mejores!
El estallido de emoción después de su euforia, fue lo último más memorable de ese día.
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Si había una cosa con la que InuYasha y Kagome no se quedaban en la vida era con las ganas.
Apenas cerraron la puerta, el cuerpo femenino fue estampado contra esta mientras los besos desesperados le arrancaban suspiros ahogados. La mano masculina subió por la pierna corriendo la seda del vestido para sentir la piel que comenzaba a arder por la cercanía. Kagome dejó ir los gemidos suaves mientras los besos de su novio avanzaban por su cuello y una mano se colaba atrevida por su pecho. Las piernas de ella abrazaron la cadera del ambarino dejando que el cuerpo resbalara un poco para encajar sus sexos que se buscaron ansiosos desde que estaban subiendo el ascensor. La mano de la azabache se estampó contra la puerta mientras la otra se aferró por el cuello de su pareja comenzando a disfrutar del roce adictivo de sus entrepiernas.
Se deseaban, pero se deseaban con morbo, con rudeza, con ansia desesperada; se deseaban por el simple placer del sexo, por su atracción natural y por la adrenalina que se había quedado pausada en la entrada de la recepción antes de que los interrumpieran. Los mimos, la delicadeza, el amor, todo eso para otro momento, porque ahora sus cuerpos ardían y se reclamaban con locura.
Cuando Kagome sintió el colchón en su espalda y las bragas siendo prácticamente arrancadas, se humedeció los labios y rio.
—¿No te parece demasiado que Ayame le haya dicho a mis padres-….? ¡Oh, Dios! —Se interrumpió porque los dedos de su chico, que tan bien la conocían, ahora hacían un buen trabajo dentro de ella.
—¿Qué?
Él sabía lo que ella quería decir. No tenían demasiado tiempo, así que quería aprovecharlo lo más posible.
—¿Que quería darme algo que se olvidó en su casa solo para escaparme contigo? —Se mordió la boca antes de que un nuevo beso volviera a asaltarla. Taishō negó con cabeza.
—Lo haría de nuevo.
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Mientras sostenía el habano con sus labios se inclinó lentamente para para frotar la vara sobre sus dedos y dar un golpe certero contra las bolas de billar que se esparcieron por toda la base verde. Escuchó los tacones acercarse a la habitación, pero no se inmutó. La recién llegada tomó otro de los palos y sin decir nada se unió al juego, golpeando al azar.
—Llegaron nuevos habanos y reemplacé el whisky de tu bar —le informó, queriendo iniciar conversación.
—¿Ordenaste nuevos vasos de cristal? —La respuesta llegó inmediata y a la pelinegra le sorprendió que fuera tan pacífica, como mar en calma.
Asintió y ladeó el rostro. Bien, bien, parecía ir mejorando respecto a su humor del último tiempo.
—Llegan el lunes —dijo de vuelta acercándose para ordenar las bolas. Guardó silencio y siguió observando a su jefe sin decir nada, ahora sí pensando en la razón por la que había ido hasta su sala de juegos. ¿Sería que nuevamente explotaría y gritaría? No lo sabía, pero, de todos modos, se arriesgó—. ¿No te parece que es raro que no tengamos ninguna noticia de la policía?
No hubo gritos, no hubo exaltaciones… no hubo nada más que él enderezándose para calcular su próximo golpe con el taco.
—¿Te han dicho si el fiscal está soltando recursos? —Preguntó en el mismo tono sin dejar de ver la mesa.
—Por lo que sé, casi nadie en la unidad sabe que se está volviendo a trabajar en el caso —Kagura reposó sobre el taco dejándose llevar por la conversación que hasta parecía amena—, es como si estuvieran trabajando de forma ilegal —achicó los ojos, meditando. La información de la policía no era muy amplia, para ser sincera—. Nadie ha interrogado a Kikyō, ni he notado actividad sospechosa.
Nuevo silencio. Kagura empezó a ordenar las bolas por números mientras esperaba una nueva intervención. Pasaron algunos segundos, no hubo nada, después, lo escuchó tomar aire.
—He estado pensando… —Había analizado mejor las cosas respecto a cómo Kikyō había evolucionado—. ¿Qué pruebas tienen ellos de que Kikyō tuviera que ver con la muerte de ese infeliz? Incluso si la computadora les brinda indicios de que Hiten estaba obsesionado con ella, ¿cuál es la teoría? —Sabía que bien podrían formular varias, pero ninguna los llevaría a El Gremio, excepto si alguien los delataba directamente o lograban descubrir que Hiten la acosaba y que alguien, aparte de Higurashi, podría querer venganza: una pareja.
¿El tonto ese de InuYasha? Aunque el comisario y él eran familia no tenía muy claro cómo procedería todo, pero se vio fuera de peligro. O eso quería creer.
—Bueno, por lo que sé, el comisario no andaba tras Kikyō porque no sabía nada de ella —Naraku eso lo sabía perfectamente, siempre estuvo consciente de que mientras no se revisara la laptop no se vincularía a Kikyō de ninguna manera, pero que cuando pasara sería muy fácil encontrarse con ellos por medio de Higurashi si es que esta llegaba a sentirse amenazada. Había sido la principal razón por la que ella acudía a sus dominios con una capucha en la cabeza—, pero creía que la mafia estaba detrás de esa muerte, ahora —soltó su propia teoría, también—, si Kikyō es lo más cercano que tienen al difunto…
—¿Pensarán que eran amantes y ella podría saber algo? —Sin embargo, sabía que Kikyō había cambiado mucho ese último tiempo, por lo que veía muy poco probable que los delatara, además de que ni siquiera sabía en dónde estaban ubicados y si caían ellos, ella también. Llegar a esa conclusión redujo considerablemente su estrés, ese era el secreto de su calma—. Es fácil que Kikyō salga de ahí, el abogado debe asesorarla bien si es que el imbécil ese llega a interrogarla —comentó como un indicio de que dejaría de lado el tema pronto porque tenía solución casi inmediata—. Por lo demás, creo que esto no representa una amenaza para nosotros.
Naraku hizo un gesto para que Kagura comenzara el juego, dándole el primer turno. Por primera vez en mucho tiempo, en la presencia de su jefe, Toriyama sonrió.
—Va.
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Suspiró, agotadísima. A pesar de ser pleno sábado y contar con mucha ayuda, recoger todas las cosas después del evento para entregar el salón había sido pesado y más después de la desvelada que había tenido. Se puso un poco de ensalada mientras de fondo escuchaba a su familia conversar o algo así. Le dolía un poco la cabeza, pero todavía estaba feliz.
—Y, Kagome, ¿qué era eso tan importante que tenías que hacer con Ayame en la madrugada de hoy que tuviste que ir a su casa? —Casi había escupido la comida cuando su hermana preguntó aquello.
—Oh, es verdad, ya lo había olvidado —secundó Suikotsu, bebiendo su té sin azúcar.
Kagome intentó controlar su sonrojo ante la risita discreta se soltó su madre. Ella era la que había dicho que sí cuando Ayame le dijo si era posible «robársela media hora para darle algo que estaba su casa», pero por la actitud que tenía ahora, Kagome notó que ella sospechaba que esa fuga tenía que ver con InuYasha. Quiso que se la trague la tierra, pero mejor tragó ella la comida.
—Ah, pues a la final no era nada para mí —ni siquiera había inventado una mentira con anticipación. Su familia siguió comiendo y eso le ayudó a dispar sus nervios. Kikyō sonrió y también volvió a su plato—. Solo quería que estuviera ahí para entregarle un regalo a Sango por sus once semanas de embarazo.
—Son tan adorables —acotó Naomi y su hija mayor y esposo le dieron la razón.
Eso había sido bueno, la excusa perfecta para ocultar sus delitos. Suspiró, tranquila y pudo volver a comer.
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Estaba cansado. Los lunes siempre eran así.
Ese día había sido realmente agotador, las clases extenuantes y la carga de la cercanía de los exámenes de medio semestre estaban acabando con su estabilidad y la de los alumnos, evidentemente. Lo que menos necesitaba ese día era más mierda, por eso estaba dispuesto a conducir directamente a su departamento, decirle a su novia que no estaría disponible hasta el otro día, tomaría un baño y se metería a la cama entre sus cómodas sábanas y lo fresco de su aire acondicionado, porque septiembre siempre era un mes muy caluroso.
Suspiró cuando dejó sus documentos metidos en el cajón de su escritorio y cerró con seguro guardando la llave en su maleta.
—Hasta mañana, Taishō-san —le dijo uno de los nuevos profesionales que se unía al cuerpo de docentes y le alzó la mano.
—Descanse, Himura-san —en un momento se había quedado solo en la gran sala de maestros y lo único que se oía era el trastear de sus asuntos.
Pasó poco tiempo para que dejara apagando el computador, registrara su salida y se dispusiera a salir. Apenas se acercó a la puerta notó por la vidriería que alguien estaba a punto de entrar también, así que se adelantó para ahorrarle el trabajo. Puso los ojos en blanco y bufó apenas se descubrió al indeseable invitado frente a él.
—Maldita sea mi suerte —masculló, respirando como un animal enojado. Esa escena se parecía mucho a la de hacía un par de semanas—. Pensé que ya me había librado de tu horrible presencia —cambió el portafolio de mano no sabiendo cómo reaccionar a la siguiente avalancha que se avecinaba.
Justamente cuando más quería largarse a casa.
—Y desgraciadamente para ambos, claro, no fue así —le respondió en un tono seco, un poco ya hasta los huevos de la misma actitud de niñato engreído. Pero él había ido bien cargado ese día para bajarle los humos.
InuYasha rodó los ojos haciendo una mueca de fastidio.
—Puede que esto suene repetitivo, pero, ¿se puede saber qué diablos haces en mi lugar de trabajo? —Le jodió porque, como había predicho, Sesshōmaru iba a investigarlo y sabría Dios cuántas cosas ahora sabía de él sin que se hubiera dado cuenta siquiera.
Era escalofriante.
—Vengo a saber si puedes comenzar a colaborar de una vez con la policía de Nerima o ir a la cárcel por obstruir a la justicia.
Con eso último, supo que tendría una cita y no sería amable, pero algo bueno saldría de ahí.
Continuará…
Sí, sí, este capítulo fue pura fiesta, ¡lo sé! No me funen.
No me puedo creer que ya vaya a ser en unos días un mes desde que actualicé esto, por favor. Este capítulo es muy importante para mí, me hizo llorar las veces que lo corregí, amo todo lo que sucede, pero en especial con las hermanas. Después esto va a tener mucho sentido si es que se acuerdan KJHSJKSH.
Les dejo un beso y de verdad agradezco que a pesar de todo sigan aquí, gracias.
XXlalalulu, Marlenis Samudio, Megoka, Rosa Taisho, Susanisa, Rodriguez Fuentes e Iseul.
