Participación mayoritaria de personajes: Kagome, InuYasha, Kagura y Bankotsu.
Participación minoritaria de personajes: Ayame y Kikyō.
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Capítulo 43
Había tratado de lucir feliz, lo juraba, incluso porque sabía que tenía que apoyar a Kikyō en todas las decisiones que tomara, porque, maldita fuera cada cosa en su vida, ¡se trataba de, aparentemente, la felicidad de su hermana! Pero nada de eso había sido posible; de hecho, el ambiente se había vuelto muy tenso en la casa desde que Kikyō había dicho de la nada que se iba, que, era más, todo ese tiempo había estado buscando un lugar y que ya hasta tenía contratado el vehículo de mudanzas para pasarse el siguiente fin de semana.
Cuando Kikyō soltó aquello en la mesa todos habían dejado de hacer lo que fuera que estuvieran haciendo; la noticia había sido tan shockeante que Naomi había tenido que pedir permiso porque se sintió un poco mareada, subiendo a su habitación, evidentemente acompañada por Suikotsu, quien no pidió permiso para retirarse. En el piso de abajo, aunque preocupadas por su madre, habían quedado Kagome y Kikyō, que después de un momento, volvieron a verse directamente a los ojos, como esperando que la otra hablara.
"—Esta es una noticia un poco de golpe, ¿no? —Dijo con voz quebrada, sintiendo que sus párpados temblaban por la incesante necesidad de llorar.
Las ganas de gritarle que si por fin iba a confesar que Naraku y ella habían vuelto le hacía picar la garganta, pero se quedó callada mirándola con decepción mientras la mayor bajaba la mirada y suspiraba.
—Pensé que sería una sorpresa —el corazón de Kikyō, acelerado como nunca, le hizo sudar las manos, pero su expresión no pudo cambiar demasiado. Ya no podía.
—Lo dices como si esta familia te quisiera lejos de casa —le respondió de inmediato, todavía más enojada; y es que no se trataba de solo la mudanza, sino de los miedos que volvieron a asaltarla. Kikyō estaba diferente, la veía y era otra completamente distinta a todas las etapas que había visto antes en ella; como fría, como desensibilizada y hasta más suspicaz, parecía mucho más ágil en movimientos, incluso menos grácil, con actitudes que no se parecían para nada a ella.
En otro contexto, quizás habría expresado la idea de querer independizarse y hacer que el proceso de salir de casa fuera totalmente normal, pero con todo lo que la azabache sospechaba eso más bien parecía una forma de escapar. Kikyō tenía algo que esconder, ese cuento de que quería vivir más cerca de su trabajo no se lo estaba creyendo ni ella misma.
—Soy una mujer de veintiocho años, Kagome —la miró por fin, pero en sus ojos no había más que dureza—, en unos meses cumpliré veintinueve, no puedo seguir viviendo en casa de mamá y papá —expresó como si fuera demasiado obvio.
Bien, bien, ese era un buen argumento, según Kagome, así que asintió varias veces mirando a cualquier lado.
—Bueno, no quiero cuestionar tus razones, pero… —volvió a verla después de algunos segundos, ambas paradas tras sus sillas y la comida a medio terminar sobre la mesa, enfriándose. Kagome destilaba un agrio resentimiento sintiendo que incluso el discurso que había dado en su graduación había sido una despedida, sabiendo que después se iría y hasta se sintió traicionada—, no habría estado mal que nos contaras cuando lo decidiste —ladeó el rostro, con una expresión medio sonreída de decepción—, no cuando ya estabas con las maletas en la calle —sentenció y lo siguiente que hizo fue empezar a rodear la mesa para salir de la estancia.
Kikyō exhaló sin poder evitar poner los ojos en blanco, girando para intentar detenerla y no dejar las cosas así.
—Kagome, tú -
—Y, con tu permiso —no se detuvo un segundo—, voy a ver a mi madre"
Aunque sus papás después habían conversado en la sala sobre esa decisión, dándole su apoyo, porque, obvio, eran papás de Kikyō y, como fuera, siempre iban a ser su soporte y en quienes ella pudiera confiar, además de considerar que era un adulto con todo derecho y facultad; Kagome había estado seria y callada en toda la reunión moviendo su pierna derecha sobre la izquierda, cruzada al igual que sus brazos y echada hacía atrás en los muebles, ni siquiera mirando a su familia, tragándose las lágrimas y el nudo en la garganta. No, ella no podía, y quizás era egoísta y horrible de su parte, pero no podía fingir que estaba feliz. Kikyō había estado con ella toda su vida, no era bonito asimilarlo de un día para otro. Por lo menos los primeros tres días en los que ni siquiera había querido ver a InuYasha porque se sentía irritable y no apta para convivir con los demás y menos con su novio… no quería agobiarlo con sus problemas, tomando en cuenta que el trabajo era pesado y mucho menos decir algo que lo hiciera sentir mal por su humor tan agrio, porque no era culpa de su pareja. Claro que se mensajeaban diario y él siempre le decía que iba a estar trabajando en casa por si se sentía mejor, pero ella todavía estaba con la mente hecha un lío. Eso de desquitarse con los demás ya no estaba en su día a día y menos si se trataba de su novio. Tampoco había hablado con sus amigos y Ayame había notado que algo no andaba bien, pero ella le había dicho que solo era estrés por cosas que estaban pasando en la empresa de sus padres, porque había empezado a ayudarles un par de días a la semana.
Sabía que la pelirroja no se había tragado ese cuento y menos después de enterarse de que Kikyō se mudaba, pero le había dado su espacio y eso lo agradecía. No quería soltar sus dudas sobre Kikyō de un momento a otro porque, aunque todo apuntaba a que ella estaba viendo a Naraku —y desde siempre había sido así—, parecía que esas decisiones las tomaba su hermana, no la estaban obligando, podía verlo en sus ojos, lo cual le hacía dudar más y volverse loca pensando en qué diablos había pasado, porque de repente sentía que se había ido de viaje y no sabía nada de su hermana, que había estado embobada con su relación, como sin ver a su alrededor.
Ese día, y aunque le parecía una burla del destino, se estaba encargando de retirar tres electrodomésticos que su hermana había pedido en el almacén para llevarlos directamente a la dirección del departamento que ya le habían entregado, el cual no había sido amoblado, claro. La lavadora y la cocina habían sido regalos de independización de sus padres mientras que el refrigerador lo había comprado la pelinegra. Kagome se preparaba también para aportar con cosas junto a Miroku, Sango, Kōga y Ayame como un presente por su nueva etapa. Aquel favor era como una ofrenda de paz para demostrarle que por fin «aceptaba» que se iba y que la apoyaría, porque, al final del día, eran hermanas. A pesar de todo eso, su cara no expresaba felicidad, solo un enorme cansancio y pena, aunque ya estaba mucho mejor respecto a la semana anterior. El día siguiente se cumpliría una semana desde que se había enterado de esa noticia y todavía no estaba al cien.
—Muchísimas gracias —hizo una reverencia ante los trabajadores que habían subido y colocado en orden los electrodomésticos.
—A sus órdenes —ellos respondieron igual y sin más salieron del bonito departamento.
El lugar tenía dos habitaciones con sus baños —una más pequeña que la otra—, un pequeño espacio para lavandería, un sanitario común, sala, comedor y cocina. Las paredes eran de un color blanco muy limpio mientras que el piso tenía porcelanato café claro, haciendo un contraste agradable a la vista. El lugar era hermoso, pero suponía que carísimo, sin embargo, no cuestionó nada sobre las finanzas de su hermana, corroboró que todo estuviera en orden, pasó al cuarto principal, checó que el colchón nuevo estuviera bien colocado, apagó las luces del baño, cerró todas las puertas y salió del edificio.
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Respiró hondísimo después de que terminó de subir las notas al sistema y pareció que el trabajo del día se había terminado. Miró su celular por instinto, agradeciendo que ningún mensaje o llamada hubiera interrumpido su labor. Desde la semana anterior los únicos mensajes que esperaba eran los de su pareja y los del imbécil de su primo, casi con miedo. La misma noche del día en que se habían reunido en el café, a su WhatsApp había llegado un mensaje con un número desconocido que decía: "A este número te reportas cuando tengas lo que te pedí", haciéndolo entender al instante quién era el remitente. Ni siquiera lo había dejado en visto y tuvo inmensas ganas de bloquearlo. De todas formas, no había podido seguir pensando en eso porque su novia no estaba bien y aunque quiso, por muchas ocasiones, ir a verla a su casa, ella no se lo permitió.
La ausencia de Kagome se había notado desde el día uno y cada vez se hacía más fuerte, incluso si hablaban por WhatsApp todos los días y habían hecho un par de llamadas, parecía que había pasado una eternidad sin ella; sumado a eso, apenas había notado que ya era miércoles y al día siguiente se cumpliría su plazo, por lo que sus ganas de verla ya no solo eran una necesidad afectiva, sino de vida o muerte. Estaba a punto de sufrir un colapso por toda esa mierda, de verdad que ya no sabía qué hacer. En todas esas últimas horas había estado pensando en cómo iniciar la conversación sobre Kikyō con Kagome y nada le parecía adecuado, además de que esa mudanza tan repentina solo le daba la sensación de que su ex estaba huyendo, ¡era todo tan extraño! Se estregó la cara con las manos y suspiró.
El timbre de su puerta llamó la atención y supo que solo había dos opciones de visita: Sesshōmaru o el repartidor de pizzas con su pedido. Se levantó y caminó pesadamente, sintiéndose peor porque no hubo otra timbrada. Maldijo todo.
Cuando abrió su puerta, casi siente que su corazón se sale.
—Hola, InuYasha —lo saludó, con una expresión de culpa e intentando regalarle una sonrisa—. Lamento la demora.
—K… —susurró, como si el alma le volviera al cuerpo y entre su respiración sonora, la tomó por el brazo y la rodeó con fuerza, apretándola contra él como si su vida dependiera de ello—. ¿Por qué demoraste tanto?
La joven azabache le correspondió apenas pudo, enterrando la cabeza en el pecho masculino y sintiendo que había perdido mucho tiempo lejos de él; dos o tres días eran una cosa, pero una semana, tomando en cuenta que ella no había estado bien, había sido demasiado. Después de unos segundos así, ella alzó la cabeza para verlo por fin y recobrar esa mirada dorada que tanto amaba y como era natural, ambos acercaron sus rostros hasta besarse.
Por fin.
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Terminó de ordenar unos papeles en su oficina y suspiró. Se sentía cansada, cansada en varios sentidos. Cansada de hacer una y otra cosa, cansada de caminar y mantener su expresión nítida y poderosa cada segundo del día, cansada de tener que estar atenta cada noche por si a su jefe se le daba la gana de llamarla a las dos de la madrugada para que hiciera algo, cansada de acostarse tarde todos los días y levantarse temprano en la mañana. Treinta y cinco años en una situación que gradualmente se iba poniendo peor… treinta y cinco años ya. La vida pesaba a esa edad después de tanta mierda.
Tomarse unas vacaciones no iba a ser suficiente tomando en cuenta que Naraku no hacía marchar nada si ella no estaba ahí. Anhelaba tanto la libertad, quería tanto ir a la playa y quedarse horas y horas ahí sentada, solo sintiendo la brisa marina —que no sentía desde hacía más de una década— sin tener que preocuparse por si tenía que hacer cosas después, por si tenía que volver a ser una esclava. Y después de sentir que por fin era libre, quería amar, quería poder llegar a casa y ver Bankotsu cocinando algo para los dos, quería… una familia, quizás, algún día, no sabía… quería olvidar que era una mujer mala.
Se tiró en su silla giratoria y echó para atrás la cabeza tomando una gran bocanada de aire para ver si se sentía mejor. Automáticamente, tuvo que volver a enfocarse en el entorno cuando tocaron a su puerta.
Maldijo.
—¡¿Quién es?! —Puso los ojos en blanco, cruzando las piernas.
—Ban.
En vez de asustarse porque él estuviera cerca, sonrió, diciéndole que pase. La puerta se quedaba abierta sí o sí para que todo aquel que se acercara no tuviera nada que decir. Naraku estaba fuera, había dicho que tenía una reunión por el aniversario de «Kokudaizu» y esta duraría un buen rato, por lo menos hasta media noche, por lo que le informó que, probablemente, no volvería a El Gremio y pasaría directamente a la mansión. Esos días todo estaba muy tranquilo y eso era lo único que no la hacía tener un colapso.
Bankotsu, por su parte, no podía evitar la emoción que le daba el día siguiente y lo que haría esa misma noche, por lo que trató de ocultar su sonrisa, pero no pudo, llamando la atención de la pelinegra.
—¿Qué te pasa? —Inquirió, pero entre una sonrisa.
—Nada, yo tengo unas cosas que hacer hasta tarde, Naraku me las mandó hoy —le informó como para tantear terreno, ella alzó las cejas.
—Ah, Naraku tampoco regresa hoy, así que es perfecto, tendré este gremio para mí sola —bromeó, haciendo un gesto con los brazos. Moría por dormir un rato.
Bankotsu sonrió, todavía cerca de la entrada de la oficina. Ese día era importante, era algo por lo que llevaba mucho tiempo esperando, pensando una y otra vez… tenía que hacerlo bien.
—¿Qué harás tú con todo esto a tu disposición? —Inquirió después en tono tranquilo, que no se notara que era muy obvio su interés.
Kagura se encogió un poco de hombros, negando—. No lo sé, y tengo varias cosas que hacer ahora, ir a vigilar a Kikyō antes de que salga de su trabajo… —informó, respirando hondo—, después tengo que regresar, ordenar algunas cosas de mañana, la agenda, los pedidos de Naraku y organizar su oficina, aparte de limpiarla, uff —hizo un movimiento con la mano de que era demasiado—. Tal vez esté saliendo de aquí a media noche.
El pelinegro hizo un gesto de pena, entendiendo que ella no se veía nada contenta después de todo lo que tenía que hacer, pero esperaba que pudiera animarla luego.
—Solo venía a decirte que creo que se nos acerca el fin —le alertó haciéndola abrir los ojos de manera inmediata, asustada—. El comisario y su compañera pasan mucho tiempo en su oficina, según Yoi, hablan de Higurashi —informó, ya más serio. Aquella noticia había sido la detonante para que él decidiera por fin dar el paso.
—¿Y apenas me lo dices? —Se llevó las manos a la cara, maldiciendo otra vez. Tan bien que iban las cosas con Naraku.
—Apenas me habló ayer, pero no es seguro que ya estén tras nosotros —la vio volver a suspirar y habría querido ayudarle con todo ese peso, pero era inútil.
—Como sea, no le diré a Naraku todavía, solo habrá que vigilarla el doble —dijo después, resolutiva—. Por lo menos ahora que se cambie de domicilio para estar fijos en un solo lugar.
Bankotsu asintió, entendiendo la orden.
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—Entonces, de repente solo dice que se va, ¿entiendes? Me cuesta mucho asimilarlo todavía.
Kagome suspiró hondo dejando que sus manos caigan desde la cara hasta las piernas, cansada. Sabía que quizás eso le estaba durando mucho, pero poderse desahogar con su pareja le había abierto la herida y no lo podía evitar. No habían comentado nada mientras se quedaron abrazados un rato en el mueble y poco después llegó la pizza, comieron, limpiaron y luego se sentaron en la sala hasta que Kagome estuviera lista para hablar sobre lo que había pasado esa semana. InuYasha la escuchaba atentamente y aunque claro que le importaban los sentimientos de su novia, no podía evitar ver la oportunidad de que ella sola había empezado a hablar de Kikyō y así poder sacar información sin que se viera demasiado fuera de contexto. Se sentía miserable haciendo eso, casi como si sus intenciones del inicio se hicieran realidad…
Alejó esos pensamientos tan rápido como habían llegado a su mente; esa situación era completamente distinta y mucho más delicada que un simple ego herido. Suspiró antes de responderle; el hecho de que Kagome volviera a hablar sobre su hermana frente a él le dio a entender que realmente había confianza, pues lo azabache no la había mencionado después de su pelea de hacía más de dos meses. E iba a volver a arruinarlo todo.
—Perdona que te diga esto —comenzó, aunque sintiendo que las manos se estaban congelando en el acto.
—¿Sí? —Entre su consternación, apenas pudo poner atención a lo que su novio diría.
—Esta mudanza repentina de tu hermana es muy extraña… —soltó haciendo que su novia abra mucho los ojos y regrese a verlo, confundida—. Sí, quiero decir —continuó—… no pude evitar —calló un segundo, ¿debería decirlo? El rostro de Kagome le exigía que continuara— relacionar esto con lo que me contaste antes sobre su ex…
La aludida exhaló, llevando una mano a su rostro y tapándose media cara, rendida; claro que era lógico relacionarlo, sabía que no estaba loca, pero le preocupaba que ahora su pareja también estuviera con esa espinita, especialmente cuando habría querido no hablar más de eso, de Naraku.
—No lo sé, ella quiere vivir más cerca de su trabajo —le contestó ahora mirando al piso y abrazando más su pierna derecha contra el pecho.
—¿A qué parte se muda? —Ni siquiera lo había pensado, solo vio la oportunidad de saber más y la usó.
Kagome alzó la mirada y ladeó el rostro, confundida—. Como a seis cuadras de la empresa… —dijo, indecisa—. ¿Por qué?
InuYasha se encogió de hombros, restándole importancia.
—Nada, solo quería saber si realmente había una diferencia entre su residencia actual y la futura —resolvió decir, pensando que era muy lógico.
—Ah… —asintió, quedándose un momento perdida en sus pensamientos.
Se volvió a hacer un silencio entre los dos, algo que fue muy incómodo para la pareja, pero no podían evitar que así fuera. La conversación de pronto parecía un interrogatorio y Kagome no estaba muy segura de que eso fuera adecuado, aunque tampoco quería verse como una loca celosa exagerada que no toleraba que su novio preguntara algo mínimo sobre la ex, que, ciertamente, era su propia hermana. Suspiró hondo, tratando de calmarse.
—Entonces, ese departamento que compró Kikyō… ¿también está pago como el auto? —Se le ocurrió la brillante idea de preguntar—, quiero decir, ¿piensas que eso también tenga que ver con el ex del que me hablaste? —Como si no viera venir lo siguiente que pasaría.
Kagome se puso de pie inmediatamente, casi indignada, incrédula y mirándolo con el ceño fruncido; no solo se trataba de su repentino interés hacia la vida de Kikyō, eran sus preguntas indiscretas que hacían alusión a lo que le había confiado antes.
—¿Por-? ¿Qué carajo? ¡¿Por qué preguntas eso?! —Lo miró desde su ángulo, arrugando más la expresión. Lo vio levantarse también, mirándola seriamente.
—No lo sé… —mintió, buscando una buena excusa mientras hacía una pausa—. Pasaste una semana sin querer ni verme, solo trato de entender las cosas raras que hace tu hermana que tanto te afectan. —Las cosas estaban saliendo peor de lo que esperaba, especialmente porque estaba siendo un vil canalla y no podía ser sincero justo con ella, con quien siempre había sido un libro abierto.
Y Kagome lo notó. Incluso entre toda la preocupación evidente en los ojos dorados, Higurashi vio que no todo era verdad, podía leer a InuYasha. Asintió fingiendo que le creía al cien por ciento.
—No sé si está pago —contestó, quitando la mirada.
—Lo pensé porque dijiste que su ex tenía mucho dinero, aunque no especificaste en qué trabaja para asumir eso —continuó y él mismo quiso abofetearse.
—No sé —ella también mintió, con voz queda, sintiendo que el corazón le hincaba—, creo que era empresario, la verdad es que nunca me interesó la vida de ese imbécil —sentenció con ira, haciendo énfasis en sus palabras e InuYasha pudo notar que el último insulto iba de doble filo y él llevaba parte en él.
—Kagome-
—¡Mira la hora! —Lo interrumpió, viendo el tiempo en su celular—. Tengo que regresar a casa, mañana salgo de compras con Ayame para darle a Kikyō por su mudanza —y aquel aviso fue una forma irónica de hacerle ver que sí había entendido todo ese circo, soltándole información aparentemente innecesaria, ya que era lo único que InuYasha había estado pidiendo los últimos minutos. Empezó a caminar hacia la salida para tomar su bolsa y abrigo del perchero en la pared.
—¡Espera, ¿ya te vas?! —Incrédulo y asustado por cómo iban las cosas entre los dos, caminó tras ella, pero no pudo acercarse por la mirada frívola que le lanzó.
—Hablamos después, InuYasha.
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La noche había caído hacía algunas horas y afuera, los faroles iluminaban cada lugar posible. En la oficina de tonalidades oscuras, rojizas y café, lo único que se escuchaba aparte del pañuelo restregarse por cada lugar era el tictac del finísimo reloj de pared cubierto por oro que permanecía colgado justo sobre la puerta. Ella miró y se dio cuenta de que en media hora serían las once de la noche, indicándole que otro día llegaba a su fin y ella todavía no tocaba la cama.
Alzó la vista cuando alguien tocó, haciéndola fruncir el ceño automáticamente; la gente sabía que a esa oficina era casi prohibido acercarse y menos a esa hora, sin contexto, sin que el jefe estuviera ahí. Preparó su arma como era costumbre y con la otra mano abrió, revelando a quien estaba detrás. Suspiró aliviada al ver de quién se trataba, pero de inmediato volvió a arrugar la expresión.
—¿Qué haces aquí? —Preguntó, extrañada, mirándolo mientras él solo sonreía—. Pensé que vendrías más tarde.
—Terminé antes —le respondió viéndola con la emoción a flor de piel—. ¿Puedo pasar?
Kagura negó, evidentemente—. Claro que no —soltó entre una risita que decía que era obvio que eso no iba a pasar—, tendría que estar loca.
Bankotsu negó, haciendo una expresión hastía.
—Oye, Naraku no está aquí —negó con la cabeza, alzando las cejas—, no es la primera vez que entro a su oficina —se encogió de hombros.
La pelinegra volvió a negar, altamente sorprendida por la audacia de su chico.
—No —repitió, decidida. Por supuesto que no entraría, fuera lo que fuera—. ¿Estás loco? —Se asomó un poco por la puerta solo para encontrar el pasillo completamente vacío—. Alguien podría venir y-
—¿Quién va a venir, Kagura? —La tomó por la quijada, aunque de forma sutil, obligándola a verlo a los ojos—. Todos están en sus habitaciones ya. —La aludida puso los ojos en blanco otra vez, sintiéndose imbécil por empezar a considerarlo siquiera. Negó con la cabeza por enésima vez—. Falta menos de una hora para tu cumpleaños —buscó la mirada rojiza con un movimiento de cabeza, porque lo estaba esquivando— y antes de que regreses a la mansión, solo quiero darte algo.
Por fin, por fin lo haría, por fin después de esperar tanto tiempo… Apretó los labios sin poder evitar a su corazón que golpeaba contra el pecho, loco. Kagura suspiró, cerrando los ojos para pensarlo un segundo. Hacía tantos años que nada era tan especial para su cumpleaños que realmente era un día sin más para ella, pero ahora la persona que quería tanto la miraba con tanto anhelo que no podía resistirse a su forma de pedírselo, aunque le pareciera casi un sacrilegio hacerlo en la entrada de la oficina de Naraku.
—Dámelo aquí —resolvió por decir volviendo a enfocarse en el pelinegro.
El aludido asintió, sonriendo de medio lado y ladeando el rostro.
—Bien, como digas.
Mientras Kagura se preparaba para cualquier cosa, lo vio irse poniendo de rodillas lentamente, quitándole el aliento en el acto. Abrió mucho los ojos, con las pupilas bailando como locas.
—¿Q-qué diablos estás haciendo? —Masculló entre dientes, pero por los nervios, no entendiendo nada—. Ban, qué…
—La policía puede que pronto nos atrape o puede que no —comenzó a decir, introductoriamente mientras se llevaba la mano al bolsillo de sus pantalones negros—, nuestra vida es muy relativa —continuó mientras el cuerpo entero de su chica temblaba como una hoja—, realmente no sabemos si mañana seguiremos vivos, Kagura…
—Basta, Bankotsu —hacía demasiado tiempo que sus párpados no saltaban inquietos por las ganas de llorar, solo que, en ese momento, no se trataba solo de desesperación y alerta, sino por algo que solo pudo reconocer como emoción—, por favor, ¿qué haces? —Un enorme nudo se instalaba en su garganta y las piernas quieran fallarle.
No podía ser posible. Se tapó la boca con las manos, hecha un manojo de emociones y sin poder decir una palabra.
—Casémonos —propuso, extendiendo la finísima joya en una cajita de terciopelo color vino tinto, con una calma en el cuerpo que no tenía precedentes—, no importa si nadie nos une en matrimonio, toma este anillo como prueba de nuestra unión —le dijo, viéndola negar con la cabeza, los ojos brillantes y a punto de desbordarse en llanto. Sabía que negaba por no poder creerlo. Bankotsu se puso de pie sin dejar de extender el regalo—, ¿sí?
No había nada que perder. La vida que habían tenido era una constante trampa mortal, realmente no había nada que les asegurara otras veinticuatro horas, todo podía durar tanto como un simple latido. Kagura abrió la boca y tragó duro, con el corazón haciéndole un tiroteo en el pecho. Sonrió, reteniendo las lágrimas.
—Sí, sí… —aceptó, aunque con la voz quebrada y moviendo la cabeza afirmativamente muchas veces. Cuando sus dedos tomaron el anillo para colocárselo, notó una numeración extraña en la parte interna de la tapa de la caja, parecían estar adheridos a un plástico transparente. Lo miró inmediatamente, algo extrañada, pero sin quitar la media sonrisa—. ¿Qué son esos números?
Bankotsu tapó el estuche envolviendo las manos de su ahora esposa alrededor de este, observando fijamente sus ojos rojos brillantes. Nunca la había visto así y sintió que algo dentro se removió.
—Oh, como ahora somos esposos —informó, haciéndola soltar una pequeña risilla por lo casi irónico que se escuchaba eso, ¿ellos, esposos? Tenía que ser una broma en cualquier universo. Kagura palpó con sus dedos el anillo que después se tendría que sacar y esconder en el lugar más seguro de todo el planeta—, creo que deberíamos compartir la clave de la caja fuerte, ¿no crees?
¡¿La clave de qué?! Abrió la boca, completamente anonadada por todo lo que tenía que procesar en tan poco tiempo. La nueva mueca sonreída de su pareja solo trajo más incredulidad a ella, que dejó ir con una sonrisa y negando con la cabeza, nuevamente.
—Estás completamente loco y lo sabes, ¿no?
Bankotsu se acercó a ella despacio, acortando la distancia de manera en que Kagura había perdido la noción del tiempo y el espacio para ese momento, solo notando cómo era atraída por ese cuerpo en fornido y reconfortante.
—No me digas que este no es el mejor regalo de cumpleaños, querida esposa —le susurró cerquita, casi contra los labios y rozando sus dedos con la mejilla femenina.
—Imbécil —le devolvió el susurro, perdiendo todo rastro de sanidad mental y besándolo con ansia.
Mandaron a todo mundo al infierno mientras el deseo y el anhelo los corroían por dentro y la ropa empezó estorbar.
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—¡K! —Exclamó, casi aliviada, mientras abría por completo la puerta de su habitación—. Pensé que ya no venías, es súper tarde —le dijo arrugando las cejas, pero más contenta porque al fin estaba ahí.
Kagome trató de brindarle una sonrisa, pero la verdad era que su ánimo estaba por los suelos y su mente, cansada de pensar y pensar toda la tarde, parecía ya no dar más.
—Hola, Yame —la saludó apretando la hombrera de su mochila con un tic casi nervioso y mirando hacia abajo, apenada—. Lo siento, se me hizo tarde en lo que ordenaba unas cosas… —se disculpó. Ayame se hizo a un lado y la dejó pasar de inmediato.
—¿Ya se fueron tus papás? —La pelirroja se asomó por su entrada dirigiendo el cuerpo hacia las escaleras.
Los movimientos de la azabache eran lentos y desganados tal y como una persona que está completamente agotada y sin fuerzas.
—No —negó también con la cabeza, ubicando sus cosas en un lugar adecuado—, se quedaron saludando un momento con los tuyos —informó con la voz apagada. Cuando escuchó que la puerta se cerró, giró para su amiga—. Ayame, quiero hablar contigo sobre algo que me está volviendo la cabeza un lío y necesito un consejo —sus párpados pesaban tanto que aplastaban su miraba.
—¿Estás bien? ¿Qué pasa? —Y ella lo notó, así que acudió a la joven Higurashi de inmediato con una expresión preocupada.
Kagome tomó aire profundamente, sentándose sobre el filo de la cama de su amiga.
—Acudo a ti porque, evidentemente, InuYasha no va a decírmelo —hizo un ademán con la mano cerrando un poco lo ojos—, ya se lo pregunté y me mintió —inhaló hondo, decepcionada.
—¿Qué pasó? —Tanami la acompañó poniéndole una mano en el hombro en señal de apoyo.
—Y, por favor, no le digas que hablamos —la miró, suplicante—, solo quiero un consejo, amiga… —hizo una pequeña pausa y la joven frente a ella le hizo un ademán para que continúe—. Creo que InuYasha me está utilizando para sacarme información sobre Kikyō.
Ayame abrió los ojos intensamente, quedándose sin aire al acto.
—¿Qué?
Continuará…
Pensarán que lo de Bankotsu y Kagura fue un poco innecesario —como este fic mismo—, pero no, el objetivo es que sientan más empatía con los personajes, más que todo con su relación. Muchas gracias por leer.
10 DE MAYO, ACTUALIZACIÓN CUMPLEAÑERA.
Y qué mejor capítulo que uno en donde uno de mis personajes favoritos, Kagura, también cumple años. No puedo creer que ya estoy cumpliendo 24, DIOS, algunos aquí me han visto crecer, creo.
Este es el tercer cumpleaños que celebro desde que volví a publicar esta historia y realmente quiero agradecer a las personas que se han mantenido aquí y a quienes han llegado recientemente. Estoy muy contenta porque a pesar de que fue una historia que en su momento me costó mucho armar, hace mucho tiempo que perdí el miedo a publicar todo lo que tenía preparado porque pudiera ser del no agrado de las personas, sin embargo, veo que quienes siguen aquí disfrutan todavía de las locuras que escribo. Este capítulo es muy especial para mí porque es la víspera de todo el mal que se va a desencadenar en esta historia hacia el final, también porque Kagura es uno de mis personajes favoritos de InuYasha y en esta historia, y justamente ella está cumpliendo años en este capítulo también, así que compartimos algo.
Quiero dejar un gran abrazo a: Paulina C Cun, agus-chan874, Marlenis Samudio, Megoka, Rosa Taisho, Susanisa, Rodriguez Fuentes e Iseul, y nos leemos pronto en otra actualización.
