Participación mayoritaria de personajes: Kikyō, Kagura, Naraku y Bankotsu.

Participación minoritaria de personajes: Ayame y Kagome.

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Capítulo 44.

Había ignorado sus llamadas, cada una de ellas después de volver de su departamento y sus mensajes en WhatsApp pidiéndole que no pensara cosas que no eran o que se volvieran a ver, pero ella le había dicho que sus padres estaban en casa y que, por favor, la dejara tranquila lo que restara de semana, si le era posible. No era la primera vez que vivía algo como eso y pensó que la anterior ocasión estuvo bien, que no le había costado tanto reflexionar y pensar que quizás ella lo estaba exagerando, pero esa vez no, no era así para nada y le jodía tanto como le dolía haber llegado a la horrible conclusión de que InuYasha había tratado de decirle quizás la verdad aquella vez que discutieron por sus «intenciones iniciales» para con ella. No quería creerlo, pero su mente no dejaba de dar vueltas y el corazón le hincaba con fuerza, haciéndola querer llorar y no parar de hacerlo. No sabía bien qué estaba pasando, pero sentía que, de un momento a otro, todo estaba yéndose por un barranco y ella no sabía cómo detenerlo.

—¿Por qué llegaste a esa conclusión?

Ayame, en cambio, solo podía pensar en InuYasha; no estaba segura de lo que estaba pasando ahí, pero conocía a su primo más de lo que podría conocer a la misma Kagome y sabía que, después de haber hecho lo que hizo con Kikyō, jamás se arriesgaría a cometer un error así dos veces, pero no solo eso, sino que no era tan cínico, egoísta y desgraciado como para fingir querer a Kagome solo para sacarle información, ¡ese amor que se desbordaba por los poros no se podía fingir! Automáticamente entendió el mensaje que le había enviado en la tarde preguntándole si Kagome estaba con ella y diciéndole que fuera sincera. InuYasha no era ese tipo de persona, algo estaba yendo muy mal y supo que de seguro estaba en lo correcto, porque Taishō no los visitaba mucho desde hacía casi un mes. Se mordió los labios, observando a su amiga y sintiendo un retorcijón en el estómago; amaba a Kagome, pero no podía evitar ponerse del lado de InuYasha primero, que era como su hermano, excepto si las cosas eran ya muy evidentes y su primo tenía la culpa, pero todavía podía ser algo más y no lo peor.

—No se lo dije a nadie, pero hace más de dos meses peleamos —comenzó a decir, sin atreverse a verla a la cara. Kagome sabía cuánto Ayame quería a su primo, por eso nunca le gustó hablar de sus problemas como pareja con ella, porque era incómodo y no quería ponerla en una encrucijada, pero ya no podía más, no esa vez. La pelirroja la miró para que siguiera hablando y Higurashi notó que el silencio era un pase para proseguir— porque me contó sobre sus intenciones iniciales conmigo.

—¿De qué se trata? —Preguntó, nerviosa, sintiéndose un poco desactualizada de todo. No quería que le dijera lo peor.

Kagome tomó aire antes de volver a contestar.

—Pensaba que acercándose a mí podría saber por qué mi hermana lo había dejado.

Un balde de agua helada para la pelirroja, que no pudo evitar sentir cómo el estómago se le revolvía otra vez. Eso no pintaba bien para su primo, pero ella seguía teniendo fe.

—Entiendo, pero… no creo que ahora sea igual, Kagome —opinó por fin, también inhalando para pensar bien lo que diría después—. Lo que InuYasha siente por ti no puede fingirse, si es que eso piensas.

—No, yo no dije que- —se detuvo ella misma, por fin enfocándose en su mejor amiga, con las cejas arqueadas hacia arriba, mostrando una desesperación interna impresionante—. Dios, no sé qué pensar ya —ella tampoco creía que InuYasha no la quisiera, de hecho, desde la primera vez le había dicho que no dudaba de él ni de sus sentimientos y a pesar de las malas emociones y entre toda la tristeza, la convicción de aquello era fuerte, sin embargo, esa noche, la cosas ya no se sentían tan seguras como antes.

Y eso era quizás lo que más le dolía, que ya no podía confiar ni en sus propias convicciones, recordando a la vieja Kagome insegura respecto a él, la que empezaba a sentirse a la sombra de su hermana, que InuYasha jamás la querría a ella más de lo que había querido a Kikyō y un montón de estupideces más que una parte de sí misma estaba consciente de que no eran verdad, pero que otra muy fuerte le gritaba que sí, que se rindiera. Era como si ese tampoco fuera el tiempo de los dos.

—¿Qué pasó hoy, Kagome? —La voz tristona de Tanami la sacó de sus pensamientos corrosivos—. ¿Por qué has llegado a esta conclusión?

—Recuerdas a Naraku, ¿no? El ex tóxico de Kikyō que resultó ser un mierdas —contextualizó, aunque siempre guardándose la parte de que era un mafioso, lo del aborto y demás, únicamente soltando esas cosas básicas que ella y Sango sabían perfectamente y que, estaban al tanto, era información privada y delicada. Ayame asintió—, pues en aquella ocasión, le hablé a InuYasha sobre él, ni siquiera le di su nombre, sabe todavía menos que tú —le frustraba que así fuera, que le interesara tanto cuando ella no había dicho ni cómo se llamaba.

—¿Por qué hiciste eso? —No quería ser demasiado invasiva, pero… ¿por qué?

La azabache volvió a inspirar, no sabiendo cómo ordenar las ideas.

—A veces pienso que Kikyō podría haber vuelto con él —le dijo, sintiéndose peor por expandirlo—, pero esa es otra historia y fue porque me sentía tan mal por eso, que terminé mencionándolo.

—Espero que no sea cierto lo de Kikyō —mencionó, genuinamente preocupada. Higurashi asintió, apoyando su comentario—. ¿Entonces?

—Entonces cuando me enteré de que Kikyō se mudaba y creo que esto ya lo sabes —la miró con pena por haberle mentido antes—, me puse muy mal y no nos vimos una semana, Ayame, y hoy que fui hasta su casa y le conté lo que había pasado, él solo se dedicó a hacerme preguntas sobre Naraku, como queriendo saber su nombre y en qué trabajaba, como si fuera un detective o algo así, yo no sé… —terminó por decir, sin siquiera haber respirado en medio de su intervención. La joven negó con la cabeza, aturdida—. No sé qué pasa con él, pero sus excusas de por qué preguntaba tanto no me convencieron.

—¿Qué te dijo? —Fue directa, no quería opinar hasta tener, por lo menos, la mayoría del panorama más claro.

—Que solo quería entender las acciones de Kikyō que me afectaban tanto, porque antes le he dicho que creo que todo lo «raro» —hizo comillas con los dedos— que hace mi hermana es porque tenga que ver con su ex o no sé —se llevó las manos a ambos lados de la cabeza, realmente agotada de que su mente no dejara de pensar.

Ayame analizó un momento lo que acababa de decir su amiga, pensando en todo lo que podría escrutar de ello. Quizás sí que era extraño lo de las preguntas, pero la excusa de su primo no parecía tan descabellada, sin embargo, por el semblante de Kagome, pudo deducir que ella había notado que algo no era del todo sincero, quizás en las miradas, qué iba a saber ella, pero algo había ahí que no cuadraba; por otro lado, no poder decirle a InuYasha que habían hablado de eso la ponía en un aprieto, porque a ella le llamaba mucho la atención la idea de preguntarle directamente y que fuera sincero, porque así como lo quería mucho a él, también a Kagome y no quería ver a su mejor amiga sufrir por ese amor, ya no. Se rascó la ceja, perpetuando el silencio mientras Higurashi abrazaba sus piernas que reposaban sobre la cama.

—Lo siento por todo esto, K —le sobo un poco la espalda, como si pidiera disculpas en nombre de toda su familia—, si crees esto ahora, es seguro que tienes tus razones y no voy a cuestionarlas y aconsejarte si debas o no creerle a InuYasha, pero hay algo que debo decir —su corazón estaba tan acelerado ya, que lo sentía latirle en la cara. Tuvo la atención de su compañera de inmediato, como esperanzada, buscando alguna razón para no dudar tanto— y es que conozco a InuYasha lo suficiente para saber que sus sentimientos por ti son reales y créeme cuando te digo que sí —se tocó el pecho, enfatizando lo que decía. Kagome sabía que los «créeme» de Ayame eran como profecía, así que no pudo evitar sentir un ligero nivel de alivio—; también que, quizás no miente, quizás no sabe cómo ayudarte a entender a tu hermana para que no te preocupes tanto porque quiere protegerte, pero no lo ha expresado bien, que está avergonzado o solo es un chismoso o todo eso junto…

—Dios… —soltó, entre una risita tonta por el comentario, secándose con el dorso de la mano las lágrimas. La pelirroja la acompañó en la mueca sonreída.

—Pero sea lo que sea, amiga —le sobó el cabello, hablándole con una voz suave—, debes hablarlo con él y hacer… —tomó aire— lo que tengas que hacer —eso último lo dijo con pena, porque «hacer lo que tengas que hacer» podría significar el término de la relación—. Pero no vuelvan a hacerse daño.

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Aunque había guardado su regalo en la caja fuerte tras un cuadro en la pared sobre la cabecera de su cama en la habitación de la mansión, no había podido evitar despertar temprano y sacarlo otra vez para admirarlo en su dedo y verlo más de cerca, notando detalles como que tenía inscritas las iniciales «B&K» en el interior del aro y que era obvio que su medida la había sacado hacía mucho tiempo, cundo ella usaba anillos y él de repente le dijo «yo me quedo con esto», quitándole la joya y diciendo que sería un recuerdo. Con toda la pena, tuvo que volver a esconderlo después de un rato. Jamás en la vida lo había esperado y aunque no hubo boda alguna, se sentía ya una mujer casada. Hacía demasiado tiempo que su corazón no palpitaba tan rápido. La noche anterior habían tenido la osadía de hacerlo en la oficina de Naraku, sobre su sagrado escritorio, contra él… había vivido tantas emociones y la adrenalina había sido una droga a la que no se había podido resistir. Si Tatewaki lo supiera, ella ya no estuviera viva, eso era seguro.

Después de bañarse y arreglarse como siempre, bajó al comedor. Se suponía que sus días de cumpleaños eran días libres y Naraku le daba un bono estúpido como «regalo», pero tenía tantas ganas de ver a su pareja, que le iba a proponer que sumaran ese día libre a sus próximas vacaciones. Esperó verlo desayunando como era de costumbre, pero no había absolutamente nadie en la mesa. Por alguna razón, sintió escalofríos.

—Muchas felicidades, Kagura-sama —escuchó decir a dos de las señoritas de servicio, llamando su atención.

—Asuka, Kosho —las llamó, asombrada, viendo cómo ponían un pequeño pastel sobre la enorme mesa de cristal—. Vaya, no lo esperaba —comenzó a caminar hasta ellas, mientras sonreía—. Lo agradezco.

—No es nada, Kagura-sama —Asuka hizo una reverencia y le dedicó una sonrisa afable—. Tatewaki-sama nos lo pidió y lo hacemos con gusto.

—¿Naraku? —En otras circunstancias, habría sentido escalofríos, pero dado los últimos tiempos y cómo se habían estado llevando, aunque le pareció extraño, no fue demasiado—. ¿En dónde está, por cierto?

—Se encuentra en su despacho —acotó Kosho, girando su cabeza en esa dirección—. Ordenó que fuera a su oficina después de desayunar para que planifiquen el día.

La cumpleañera asintió, dejando ir todo con un suspiro y aceptando que le llevaran la comida para poder empezar con su día.

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¿Y si lo estaba exagerando? Quería decir, sí, no estaba loca, había algo en InuYasha que no había cuadrado mucho, pero las palabras de Ayame la noche anterior seguían haciendo mella en su mente. Estaba aturdida, había preocupación dentro, quizás lo había malinterpretado, quizás… sabía que en ella había quedado una espinita desde la primera vez que habían discutido, sabía que seguía allí y quizás a ese tiempo era más grande, porque se sumaba ese nuevo problema, pero no podía mandar todo a la borda por eso, no quería hacerlo. InuYasha quizás era un tonto que no sabía expresar bien sus intenciones y ella también era tonta por no ser más segura y dudar siempre al primer problema. Tenía que hablar con él y decirle que no quería que ese interrogatorio volviera a ocurrir, porque quizás ya no habría otra oportunidad, a menos que le diera una razón de peso que no le dejara dudas, pero no tenía idea de qué podría llevarlo a querer información que no sea lo que ella estaba pensando.

Esperaba que no fuera así.

Y ahí estaba ella, una vez más; no se sentía feliz, pero era imposible evitar las ganas de darle otra oportunidad. Quería creer en su relación, porque en el fondo, tampoco pensaba que él no la amara, no podía ser después de todo lo que había hecho por ella, no podía mentir su cuerpo cada vez que la tocaba o que la besaba, ni sus atenciones, ni su compañía. Tal vez solo necesitaba tiempo para sanar y un poco más de reflexión para entender que era ella quien había iniciado la conversación sobre Kikyō y solo ahí se había originado el interrogatorio, antes no.

¿Y si sí era simple curiosidad?

Apretó las bolsas de las compras que había hecho con Ayame esa mañana y las puso sobre el mesón de la cocina de su casa, escuchando el tictac del reloj en la soledad de su hogar. Era ya medio día. Quería tomar el teléfono y llamarlo, pero sabía que era hora de su almuerzo y que estaría en la universidad, así que se detuvo. Si se decidía e iba a verlo, lo primero que le diría sería que estaba bien, que olvidaran lo que había pasado el día anterior, pero que no volverían a hablar más de Kikyō, ni para entenderla, ni para desahogase, ni para nada, porque no quería más interrogatorios de ese tipo, ni que volviera a preguntarle sobre las intimidades de su hermana, era más, que olvidara todo lo que le había dicho, porque la próxima, ya no habría otro chance y todo iba a irse al carajo por mucho que le doliera.

Suspiró y asintió, intentando calmarse. Sí, eso iba a decirle.

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El bono había dio, de todas maneras. Lo primero que había hecho Naraku al verla entrar por su despacho fue extenderle el sobre cerrado, haciéndola poner los ojos en blanco. Se veía muy serio, casi perdido en sus pensamientos y rápidamente pudo notar sus ojeras, señal de que había dormido poco por el evento o simplemente no había dormido, pero ella se dio cuenta de que se debía a la incertidumbre sobre la policía; era cierto que había estado tranquilo, pero demasiada calma significaba presagio de tormenta, así que lo segundo que hizo fue preguntarle si había novedades de los detectives y ella solo había podido decir que seguían moviéndose de forma sigilosa y que no sabía mucho más, así que él solo había asentido.

Hablaron sobre su día y ella le pidió permanecer con su trabajo normal, a lo que él se había encogido de hombros y dicho que hiciera lo que quisiera porque era su cumpleaños, lo único que le había especificado era que le dijera a Kikyō que la quería en El Gremio apenas saliera del trabajo, más o menos debería estar allí a las seis de la tarde y así lo había hecho, le avisó por WhatsApp. Kikyō había dicho que sí sin rechistar, es más, hasta la había felicitado por su cumpleaños, diciéndole que tenía que darle algo, así que era muy apropiado; aquello la había hecho fruncir el ceño, aturdida por cómo había sabia ella que estaba en su fecha especial, pero sin obtener una respuesta decente por parte de Higurashi, con quien ya no se veía tan seguido después de terminar el curso de tiro recientemente. Se había llevado un arma como premio, ahora que lo revisaba y dijo que la guardaría muy bien hasta que se cambiara a su nuevo departamento.

Dejando aquello de lado, el hecho de pasar el día en El Gremio haciendo cualquier cosa, le había permitido cruzar sonrisas y miradas con su esposo cada vez que podía. Era inevitable no mover la cabeza negativamente y con una sonrisa viva cada vez que pensaba en Bankotsu como su marido, es que era tan extraño.

Quizás estaba viviendo un sueño estúpido, pero era un sueño a la final.

Durante el transcurso de las horas, Naraku no había vuelto a su oficina, lo cual le parecía raro, pero le había dado órdenes de que abrieran la carpa en la explanada y pusieran una silla en medio de esta; por un momento, supuso que se trataría de alguna otra sorpresa por su cumpleaños, así que se aseguró de que la orden se ejecutara y no preguntó más, fingiendo que no sospechaba nada. Era extraño todo eso, pero una parte de ella estaba contenta por todo lo que pasaba, era diferente a los años anteriores y eso le daba cierta esperanza.

Miró su celular cuando vibró en el bolsillo de su chaqueta y cuando vio de quién era, buscó con la mirada al remitente, que le sonreía desde lejos.

"Qué bien te sienta ser la líder"

Le había escrito, refiriéndose a cómo coordinaba que todo quede perfecto como el jefe lo había pedido.

"No es que me siente, nací siendo la líder"

Envió en respuesta, también dedicándole un gesto sonreído. Lo quería, y gracias a él, su cumpleaños había sido el mejor de todos.

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A pesar de que había vuelto a usar capucha y grilletes, no se sentía tan mal. No sabía por qué el cumpleaños de Kagura le había alegrado tanto, de hecho, más que el de Naraku, pero pronto reconoció que se trataba de eso a lo que llamaban amistad; después de todo el tiempo juntas, el cerebro de Kikyō había etiquetado a Toriyama como una amiga y por eso estaba reaccionando así. Le había preguntado hacía algún tiempo a Naraku sobre la fecha de cumpleaños de Kagura y grande había sido su sorpresa cuando supo que todavía no pasaba, así que tuvo tiempo suficiente para escoger su regalo: un bonito reloj de pulsera que le había costado casi dos sueldos, pero que pudo costear casi sin problemas con sus ahorros y del que estaba muy orgullosa por haber elegido. Toriyama había parecido satisfecha con el presente además, lo cual la hizo sentir todavía mejor.

Durante el trayecto se había enterado de la noticia de Bankotsu, lo cual la había dejado de piedra, especialmente porque la de ojos rojos casi nunca contaba nada sobre ella y su pareja, y cuando lo hacía siempre estaba llena de angustia, pero esa vez no. Kikyō se había sentido incluso especial, claro, por la confianza que su amiga estaba depositando en ella y prometió que guardaría su secreto. Parecía que todo de repente estaba marchando bien y ese día iba siendo demasiado bueno para ser verdad, pero decidieron creer que el destino podría regalarles un momento de paz desinteresado y extenso.

Después de bajarse de la camioneta y entrar a los predios de El Gremio se dirigió directamente hacia la oficina de Naraku sin poder evitar la media sonrisa que se asomaba sola por sus labios. Tocó la puerta y él la dejó pasar. Automáticamente, sus ánimos se fueron al piso.

Algo no estaba bien.

—Hola —lo saludó, ahora con la voz plana, esperando que estuviera interpretando mal el lenguaje corporal de su compañero—. ¿Todo bien?

El aludido le dio la espalda, sirviéndose lo que sería el décimo vaso de whisky en menos de una hora que se había bebido, mudo, sin soltar palabra. El silencio que perpetuó dio a entender que no todo andaba bien. Afuera, Kagura obedecía sus órdenes y ordenaba a todos los trabajadores en filas justo delante de la carpa. Naraku se alzó el licor, casi oyendo la respiración de Higurashi en su despacho. Estaba harto, realmente lo estaba.

—Sé que sabes que hoy es el cumpleaños de Kagura —le dijo después, dándose la vuelta para verla por fin; ella asintió—, así que habrá espectáculo, solo quiero que veas.

Tenía ganas de romper absolutamente todo, pero la calma con que lo había manejado hasta ese momento era tan impecable, que aplacaba su odio y decepción, manteniéndolo a raya. Kikyō tragó duro, sintiendo escalofríos.

—¿A qué te refieres con espectáculo? —Ladeó un poco el rostro, poniéndose pálida. Algo en él no estaba bien, era casi… desquiciado.

A Naraku ya le valía una mierda lo que vendría después, ni siquiera la reacción de Kikyō, de hecho, quería verla presenciándolo todo como si fuera parte de un ritual, le tenía preparado un lugar especial solo para ella. Sonrió, sardónico y extendió los escalofríos todavía más en la chica.

—Ya lo verás.

Antes de que quisiera volver a decir algo, Kagura tocó a su puerta, llamando la atención de ambos; el plan iba a la perfección. Naraku la hizo pasar y Kikyō la miró con desesperación como si quisiera gritarle algo, pero no tuviera la capacidad de hablar, con un pánico que ni siquiera tenía una razón explícita, pero que ella presintió que se avecinaba; Kagura la miró extrañada, pero se obligó a seguir con lo que había ido a decir.

—Ya están todos ordenados, Naraku —informó, ahora empezando a dudar de sus propias palabras; algo estaba pasando ahí y no era bueno—, pero Kyokotsu, Mukotsu y otros cuatro hombres más no están… —ladeó el rostro, sintiendo que la sangre se le iba congelando por todo el cuerpo. Kikyō parecía intentar calmarse en silencio, pero sin mucho éxito.

—Ellos tienen otra tarea —bajó la mano para sacar su celular del bolsillo y empezar a marcar un número ante la confundida mirada de ambas mujeres—, pueden tomar sus posiciones—fue lo único que dijo y colgó, volviendo a verlas, pero sin más sonrisas—. Kikyō, puedes ir con los demás, yo necesito hablar con Kagura antes.

Aunque quiso protestar, la aludida no tuvo las agallas; el miedo la había corroído por completo y una sensación de dolor en el estómago y manos heladas la hizo moverse únicamente por deseos de alejarse del eminente peligro. Tragó duro antes de retirarse, dedicándole una última ojeada a la secuaz que ahora parecía pedirle a gritos que no la dejara sola con él. No había nada que hacer. Cuando Kikyō cerró la puerta, el nuevo silencio reinó en ese oscuro lugar.

La enorme espalda masculina cubierta por tela azul de lino fue lo siguiente que Kagura vio. Naraku se movía con tanta calma que sintió escalofríos solo de darse cuenta de aquello. Tatewaki volvió a servirse otro trago, se lo alzó de una vez y, por consiguiente, uno más, llenando su torrente sanguíneo de alcohol. El silencio se hacía cada vez más asfixiante y Toriyama sentía que se ahogaba. Abrió mucho los ojos cuando lo vio girar y caminar hacia ella, como un león que acecha a su presa, como estudiando sus movimientos; la joven no pudo evitar hacerse ligeramente hacia atrás después de mover su cuerpo y ahora estar frente a frente con la cadera rozando el filo del escritorio. ¿Qué diablos quería? ¿Por qué no dejaba de mirarla así? Tragó duro.

—¿Te gusta esta oficina? —Susurró, acercándose más, haciendo que el corazón de la secuaz latiera como si fuera a salirse de su pecho. Negó, rogando por que esa pregunta no fuera lo que ella se imaginaba—. ¿No crees que es… excitante?

Pero sí que lo era. Le olió el cuello, haciéndola retorcerse y cuando quiso abrirse, Naraku la tomó por la quijada de forma brusca para plantarle un beso húmedo en los labios, a pesar de que ella movió la cabeza en forma negativa y quiso apartarlo con las manos.

—¿Q-qué diablos estás haciendo…? —Masculló, tratando de zafarse con todas sus fuerzas, sintiendo la desesperación recorrerla entera—. ¡¿Qué carajo te pasa?! ¡Suéltame!

Cuando su jefe se despegó ella estaba respirando errática y con el cuerpo temblando como una hoja.

No podía ser.

—¿No quieres hacerlo aquí? —Naraku lo sabía. Claro que lo sabía, los había visto la noche anterior ahí, teniendo sexo sobre ese maldito mueble—. ¡¿No quieres volver a usar mi escritorio, perra?! —Al tiempo que soltó aquello, su mano derecha se estrelló violenta contra la mejilla femenina, tirándola al suelo de una vez por el impacto.

Era el fin, oficialmente estaba muerta.

—N-Naraku, por favor… —sollozó desde el piso, sin poder evitar que las lágrimas mojen su cara solo de imaginar el destino que le esperaba, lo miserable que era en ese momento, en cómo sus miedos se habían materializado de una vez, tan pronto, tan terrible.

Tenía miedo, tenía miedo, pero no podía pensar mucho, porque, francamente, no estaba asimilando bien lo que sucedía.

—¡Te dije una y mil veces que no! —Rugió, colérico, sintiendo el odio más grande del planeta recorrerlo, sintiendo ganas de estrangularla porque las imágenes que había visto no se borraban de su cabeza desde hacía horas. Malditos fueran todos, ¡¿cómo habían tenido los cojones?! La zarandeó del cabello y de esa misma forma la hizo ponerse de pie—. Te lo dije, me hice el imbécil muchas veces —ladeó el rostro, mientras la sostenía del pelo y ella cerraba los ojos por el dolor— porque yo podía simplemente abrir mi rastreador de forma aleatoria y localizarlos, tuve mucha compasión con ustedes, malditos gusanos traidores…—le recriminó entre dientes, sintiéndose imbécil por haberlos dejado, por siempre intentar confiar en alguien por… no sabía ya ni por qué—. ¡¿Fui o no misericordioso con ustedes, zorra malnacida?! —Volvió a sacudirla, haciéndola chillar.

—S-sí… —asintió, destrozada, percibiendo que ya nada tenía sentido después de aquello. Pensó en Bankotsu y el corazón se le estrujó más—, lo siento, Naraku, por favor, per-

—¿Y crees que soy imbécil? —No podía creer que iba a pedir clemencia después de todo lo que había hecho, porque eso no era lo que pasaba cuando estaban follando ahí—. Claro que siempre supe que se acostaban, pero… —es que todavía no lo podía creer—. ¿Llegar al extremo de hacerlo sobre mi escritorio?

—P-por… por favor… —solo de pensar en lo que haría y por qué los había tenido a todos afuera, la hacía sentir un pánico inusitado, la hacía querer estar en una maldita pesadilla, quería que se acabara, quería despertar y estar en cama, simplemente a salvo.

—¡Eres una zorra! —La soltó por fin, viéndola caer de nuevo, derrotada y hecha un trapo. La miró con desdén desde su lugar, queriendo volver a agredirla—. Y como la zorra que eres, como quieres tanto ser el centro de atención de este lugar —abrió los brazos, como si le mostrara algo—, pues ahora tendrás tu momento —inclinó el cuerpo hasta ella, que ahora se giraba para mirarlo, confundida entre sus lágrimas—, perrita.

—Naraku-

—Desnúdate —le ordenó, con una frialdad que no conocía límites. Ella negó, desfigurado su rostro en una mueca de estupefacción y desespero—. ¡Hazlo!

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Que todo eso iba a ser una desgracia enorme se había confirmado cuando Mukotsu le dijo que se sentara en la única silla que había bajo la carpa negra y se paró detrás de ella con una metralleta en las manos. Las ganas de llorar la estaban consumiendo a niveles impensables, pero no tenía la valentía ni de respirar sonoramente, mucho menos de soltarse a chillar tan inusitadamente frente a todos.

—Ni se le ocurra moverse de aquí, Kikyō-sama —la voz detrás de ella sonó escalofriante y no pudo siquiera respirar, quedándose quieta en la silla. ¿En dónde se había ido a meter?

Del otro lado, en las filas, Bankotsu observaba todo con una expresión seria ante el nuevo panorama, sospechando que algo no andaba bien.

—Hermano —oyó decir a Renkotsu, mientras se acercaba un poco a él—, ¿por qué parece que tenemos guardias con metralletas? —Inquirió al notar que un hombre rodeaba cada esquina del escuadrón mientras Mukotsu estaba tras Kikyō y Kyokotsu vigilaba cerca de la columna de la carpa, cerca de la novia del jefe también.

El aludido negó con la cabeza—. No lo sé, hermano —volvió para verlo, dedicándole una sonrisa como cuando eran pequeños, preparado para decirle que todo iría bien—, pero no te preocupes.

El menor iba a decir algo cuando su mirada se enfocó en algo que probablemente, jamás en la vida iba a olvidar. Bankotsu sintió que el alma salió de su cuerpo cuando ante él, Kagura se asomaba ante ellos completamente desnuda y en tacones, con un semblante avergonzado y cabizbajo, demostrando que estaba a punto de volver a llorar. El pelinegro se quedó ahí, sin poder moverse siquiera, sin reaccionar ante su hermano que lo zarandeaba. Nadie sabía lo que pasaba, pero Bankotsu dedujo que Naraku ya lo sabía.

Kikyō intentó ponerse de pie apenas pudo, pero su guardia la detuvo con el arma, haciéndola perder el control y aferrarse a los reposabrazos y empezar a sentir cómo sus ojos ardían y temblaba como una hoja de papel. Basta, basta, qué era todo eso…

—¡Vamos, mírenla todos! ¡Ya que le gusta ser tanto el centro de atención! —Alentó Naraku, fingiendo una sonrisa. Sabía que Kagura lo estaba maldiciendo de formas que jamás se imaginaria, pero después de su traición, debería agradecer que le estaba perdonando la vida.

«Para, por favor…»

Si lo siguiente que le esperaba era la muerte, pensó que sería lo mejor que le podía pasar. Sus ojos vieron a Bankotsu un segundo, que la miraban espantados, con un brillo de pánico y desesperación.

«Perdóname, Ban…»

Por órdenes de su verdugo tuvo que detenerse para caminar hacia la carpa y parase frente a Kyokotsu, recibiéndolo como guardia al igual que Higurashi. Kagura no miró para ninguna parte, se dedicó a poner las manos frente a ella a la altura de la pelvis para intentar tapar un poco su desnudez, sintiéndose acabada. No había palabras para describir la humillación y el pánico que tenía.

—¡¿Acaso estás loco? ¡Eres un enfermo mental!

Después de haber recuperado el habla, Bankotsu se abrió paso entre los demás, enfrentándose a quien había sido su mejor amigo alguna vez. Naraku lo miró, parado justo en medio de la carpa y el escuadrón, con el viento helado moviendo sus cabellos. Cada persona en ese lugar temió por ese grito y los insultos, pero Tatewaki solo lo invitó a que fuera hasta él y se lo dijera en cara; el aludido tomó toda su hombría y la convirtió en el motor de sus pies, que avanzaron firmes hasta la figura imponente de su señor para pararse y decírselo de nuevo.

»—¿Cómo has sido capaz de humillarla así? —Lo encaró, con el odio contenido.

El jefe alzó la quijada, expresando soberbia; todavía no entendía cómo mierda su ex mejor amigo había sido capaz de acceder a semejante insulto teniendo sexo con Kagura en el único lugar que era solamente de él; es que cualquier persona con dos dedos de frente lo sabría. Ahora la conversación se tornaba más personal y ya no todos podían ser partícipes, aunque las miradas seguían sobre los dos. El viento era muy helado.

—¿Así como me han humillado ustedes anoche, traidor infeliz? —Le dijo entonces, haciéndolo falsear—. Eres un asqueroso gusano, Bankotsu, me venderías en un yen si tuvieras la oportunidad —le recriminó, aguantándose las ganas de partirle la cara a golpes.

Por mucho que Bankotsu se hubiera visto descubierto y sabiendo que pronto moriría, jamás se iba a tragar el orgullo.

Kagura se mordió los labios entre todo el dolor, el pánico y el llanto, miró hacia abajo y sintió inmensas ganas de echarse al suelo o morir de una maldita vez. ¿Por qué? ¿Por qué todo tenía que ser así? ¿Por qué Naraku no podía simplemente hacer las cosas de una puta vez y ya? Siempre con sus circos, con sus trampas previas, como si disfrutara de jugar siempre con sus víctimas; jamás hacía las cosas sin no tomarse el tiempo de divertirse. Se recriminó mentalmente por no haber hecho caso a las banderas rojas que se habían presentado desde que había amanecido, si ella era quien más lo conocía, ¡había sido una idiota! Gritaba por dentro, su alma arañaba el pecho queriendo salir, queriendo abandonarla. Kikyō, por otro lado, se había quedado completamente inmóvil, con un miedo colosal dominándola, los ojos bien abiertos y fijos en Naraku sin poder creer cada vez que le había perdonado algo al ser humano que estaba frente a ella, a toda esa mierda y ese peligro… Renkotsu también se había quedado ahí sin entender nada, pero notando que algo fatal estaba a punto de pasar y con el miedo deteniendo también sus capacidades motoras.

—No hables de lealtad cuando al tomar el mando, tú nos desechaste de tu vida y pasamos a ser simples títeres para ti —le devolvió, todavía con esa herida abierta. Nunca más reconoció al Naraku que había sido su mejor amigo sino al monstruo que estaba a punto de matarlo.

—¿Y qué habría cambiado? —Ladeó el rostro, mirándolo con frialdad—. De todas formas, siendo o no mi amigo, me habrías traicionado. Nadie no lo ha hecho —alzó las cejas, recordando a Hakudoshi.

—Deberías reflexionar por qué todos te terminan traicionado, Naraku —se atrevió a decirle, con todos sus cojones.

—¡Ponte de rodillas, maldito gusano, quiero oírte suplicar por tu miserable vida! —Le gritó, alertando a todos, al tiempo que apuntaba su arma contra la frente de su empleado. Lo que le había dicho solo había provocado su ira y los recuerdos amargos de Onigumo, haciéndolo perder los estribos.

—¡Naraku, déjalo en paz! —Renkotsu había saltado con furia, pero fue detenido por dos armas de fuego inmediatamente. Aquella súplica también fue la de Kagura, la de Kikyō y la de muchos otros más.

El aludido ni lo escuchó, únicamente se concentró en Bankotsu.

—Mátame —le retó, terminando de arrodillarse y mirándolo desde ahí—. Prefiero morir que rogarte por algo, mucho menos si es mi vida.

Así era Tatewaki, siempre se había creído un puto dios.

Naraku quitó el seguro de su arma entonces. Realmente… ¿era tan imbécil como para preferir morir a salvarse solo por no tragarse el miserable orgullo ese de mierda que tenía? El sonido retumbó en los oídos de Bankotsu y por su mente pasaron mil cosas que habría querido haber hecho con Kagura, pero la seguridad de que había disfrutado todo lo que había querido con ella le hizo pensar que había valido la pena. Todo parecía pasar en cámara lenta para él, más después de oírla gritar su nombre y ser detenida por Kyokotsu, pero jamás dejó de mirar a su verdugo.

—Di tus últimas palabras y puede que te perdone la vida —ofreció en un tono más personal. Porque matar a alguien que había significado lo más mínimo en la vida de Naraku no era fácil, incluso si parecía que no tenía una pizca de empatía, incluso así, parecía buscar una última oportunidad en sus víctimas antes de acabarlas.

Habían sido amigos desde que era un adolescente. Habían compartido mucho.

Lo vio mirar para Kagura, que no dejaba de forcejear, intentando correr hacia ellos.

—¡Vive todo lo que puedas por los dos! —Le gritó, dedicándole una sonrisa esperanzadora. Si había algo de lo que Bankotsu estaba seguro, era de que Kagura no iba a morir ese día, ni el siguiente; Naraku no iba a matarla, la necesitaba más de lo que se necesitaba a él mismo.

—¡No, Ban, por favor!

Las lágrimas de Kikyō habían empezado a caer a montones y el corazón se sentía diminuto en el pecho. No podía ser que estaba viendo a la persona que había amado casi una década estar a punto de acabar con la vida de quien fue su mejor amigo y que lo acompañó durante tanto tiempo, sirviéndole. Tenía que estar soñando, simplemente eso no era verdad.

Bankotsu giró para ver a su hermano y sonreírle también, luego volvió a Naraku, sin un solo ápice de miedo, completamente tranquilo, como si no le temiera a la muerte.

—Amo a Kagura —tuvo el valor de decir, elevando el odio en Tatewaki, pero no provocando nada más.

La vida era relativa, después de todo.

Se había casado con Kagura.

Había amado y había odiado.

Había vivido y también había matado.

Había reído y pocas veces había llorado.

Treinta y siete años de su vida buscando un lugar en dónde encajar y cuidando de su hermano, treinta y siete años siendo un mal elemento para la sociedad.

«Hasta luego, Kagura y Renkotsu».

—¿Es todo? —Lo escuchó inquirir con asco.

Un latido más, solo uno, sabía que no tendría escapatoria por lo siguiente que soltaría.

—Hay una cosa más de la que estoy completamente seguro, Naraku —volvió, sintiendo la presión del arma en su piel, observando esa mirada llena de rencor y vacío—: nada de esta mierda estaría pasando si tu padre estuviera al mando.

Lo siguiente que resonó fueron los tres disparos contra su frente.

Continuará…


No sé qué onda con esta escena, esperaba más cuando la imaginé. Veré si se arregla en la edición, si no, ni modo.

No tengo mucho que decir, estoy nerviosa y dolida, este capitulo me costó mucho después de todo. Les dejo un abrazo enorme y ansiosa por saber sus opiniones.

Muchísimas gracias a: agus-chan874, Marlenis Samudio, Megoka, Rosa Taisho, Susanisa, XXlalalulu, Rodriguez Fuentes e Iseul.

Tambien me gutaria darle la calurosa bienvenida a Karii Taisho.