Seis.
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Capítulo 50.
Cuando sus ojos se abrieron completamente, pudo darse cuenta de que el agua helada la cubría por completo y el frío la había hecho despertar. Tomó aire, ansiosa, dándose cuenta de que nadaba en un río cuya superficie estaba congelada; de nuevo ese paisaje desértico cubierto de nieve, la soledad y el frío intensos. Estaba segura de que conocía ese lugar, ya lo había visto antes o había estado ahí, o al menos era parecido. Se sintió perdida y con el cuerpo entumecido por el frío irracional que la estaba consumiendo. Nadó hasta encontrar una orilla congelada, pero no pudo mover su anatomía ni un centímetro más, comenzando a desesperarse y a sentir que le faltaba la respiración.
—¡Kagome! —Escuchó una voz gritar desde lejos, en donde parecía haber un montón de pinos. ¿Dónde demonios estaba?!
—¡¿InuYasha?! —Pudo reconocerlo, pero ya casi no tenía fuerzas para hacerse notar.
Sus piernas fueron perdiendo energía y dejaron de moverse paulatinamente, los dedos congelados ya no podían soportar su peso y sus ojos, entrecerrándose por la falta de aliento, le avisaban que la consciencia la abandonaría pronto.
De las manos de una mujer con un vestido rojo, cayó un encendedor justo antes de que perdiera el conocimiento, destruyendo la nieve en un abrir y cerrar de ojos, como si fuera magia. ¿Qué estaba pasando? Sentía que, a pesar de estar desesperada, ya no se estaba esperando a gritar, pedir auxilio o siquiera desesperarse.
Nunca supo quién era la mujer porque el fuego le impedía ver, pero ahora parecía que las llamas la iban a consumir a ella, sin embargo, su cuerpo seguía sin responder.
Estaba a punto de quemarse.
—¡Auxilio! ¡Ayúdenme, por favor!
—Lo siento… De verdad habría querido que fuera de otra manera —la voz femenina resonó en su mente, haciéndola abrir los ojos cuando reconoció de quién se trataba.
—¡Kikyō! —Espantada, se enderezó sobre su cama, notando que ya había amanecido. El corazón le golpeaba desde dentro, haciéndole recordar las veces anteriores en donde el hielo y el fuego habían sido los protagonistas de su pesadilla. Cerró los ojos para calmar todo su cuerpo y llevó la mano derecha al pecho, suspirando para acompasar el corazón.
Al principio pensó que su hermana se encontraba en peligro, pero con el paso de las semanas notó que, en realidad, ella estaba perfectamente, siendo exitosa, independiente y fuerte, la misma mujer increíblemente admirable que siempre había sido. Así que simplemente dejó esos pensamientos de lado, pero no podía negar que le causaba cierto escalofrío, especialmente porque últimamente se habían vuelto más frecuentes.
Se levantó y miró el calendario en su escritorio, notando qué fecha era, dejando que una sonrisa medio melancólica se escapara de sus labios. Con la excelente aprobación en el examen de InuYasha, había llegado el momento de darle el "sí" a la beca que se le otorgaría dentro de unas horas. Esto significaba que no había nada que impidiera que él se fuera. Pero no solo se trataba de eso; esa mañana, el vuelo de sus padres saldría con destino a París, estarían una semana sin ellos. Se sentía idiota por no dejar de tener esa sensación de abandono en su pecho, las manos frías y pequeños retorcijones en el vientre. Suspiró hondo, negando con la cabeza y estirándose.
Después de todo, la felicidad que mostraban sus seres queridos no tenía precio. Recogió su celular que sonó en la mesita de noche, caminó hacia la cama para sentarse y lo tomó, notando que era un mensaje de su hermana.
"¿Ya te despertaste? Hoy es un día movido"
"Hace un par de minutos. ¿Vienes o nos esperas en el aeropuerto? Oh, por cierto, ¿pediste permiso en el trabajo para ir a despedir a papá y mamá?"
"Voy. Y sí, por suerte, me lo dieron"
"Te esperamos entonces. ¡Es maravilloso, hermana!"
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Las manos le temblaban, estaban tan heladas como el hielo, el estómago le daba vueltas, los nervios la tenían al borde y no había podido dormir en un par de días. ¿Cómo y por qué había llegado ese momento en su vida? Todos los días abría los ojos y se preguntaba a dónde iba, qué lograría con cada paso que daba, pero jamás había una respuesta total, solo la escasa esperanza de que todo acabaría muy pronto de una forma u otra. Claramente, podía admitir que había considerado la idea de echarse para atrás más de una vez, que su cuerpo entero se estremecía y los ojos le ardían por las ganas de llorar debido al miedo, la incertidumbre y el riesgo tan grande que había decidido tomar, además de la pena por tener que despedirse de todos a quienes amaba antes de desaparecer, por lo menos un tiempo muy largo, si es que se podía.
El tiempo había volado, le parecía insana la forma en la que los días se le habían venido encima, cómo todo estaba tan cerca de irse al carajo con cada segundo que pasaba y tenía pánico, angustia y mucha tristeza dentro, además de una frialdad que le quemaba a ella misma, pero que no podía controlar. Tenía tantas ganas de llorar, que tuvo que morderse los labios para evitarlo mientras Kagome se abrazaba a ellos por última vez antes de que fuera su turno de decir adiós. Inhaló hondo y vio cómo la pequeña les entregaba un sobre con una carta que ella misma había hecho con su puño y letra, diciéndoles que tendrían sus regalos esperándolos cuando volvieran. Se acercó a Suikotsu y Naomi con los ojos a punto de dejarse ir con las lágrimas, extendiendo también una nota muy sincera, con la misma promesa de su hermana. Todo habría sido entregado antes si en los aeropuertos dejaran llevar regalos envueltos.
—Muchas gracias también a ti, hija —dijeron, unísonos, riendo en el acto por la sincronización de pensamientos. Ella también sonrió, negando.
—No es nada.
—Las leeremos cuando estemos allá —prometió la mujer de ojos marrones, guardando ambos escritos en su pequeño bolso de mano.
Sus padres habían sido todo lo bueno en la vida; la vieron crecer, reír, llorar, jugar, caerse, ponerse de pie, sus primeros logros académicos, su primer amor, el que siguió y el último, el que la había llevado ahí. Todos los recuerdos de su vida pasaron frente a ella mientras los escuchaba decirle cosas sobre lo que podrían hacer en su ausencia; cada vez que cantaron y compartieron juntos, cuando iban a comer, cuando preparaban un postre, cuando estudiaban juntos… Tuvo tantas ganas de mandar todo a la mierda, decirles que ella también se iba con ellos y desistir de todo, pero no pudo hacer más que sonreír, dejándose abrazar por sus papás. Dejándose rodear por su amor incondicional, por su protección entera.
Quería que la perdonaran por todo lo que había hecho.
Quería que la perdonaran por todo lo que había mentido.
Quería que, cuando ella hubiera decidido su destino, no tuviesen un solo ápice de odio contra ella, que la entendieran y amaran igual que siempre.
Quería que no supieran jamás de sus peores secretos: que encubrió asesinatos y actos criminales de todo tipo.
Quería que le perdonaran que nunca fue capaz de salir, que no era tan fuerte como creían. Que no era lo suficientemente valiente para hablar o que, en el fondo, tampoco quería hacerlo.
Quería que le perdonaran que lo puso a él por encima de ellos, de su hermana y de sí misma más veces de lo que podría ser capaz de admitir, todo por su maldita manía de querer mantenerlo a su lado.
Quería que sus pecados no fueran juzgados a sus ojos, que no se sintieran decepcionados.
Querían que no tomaran en cuenta que había sido cobarde, que no había podido decir que no, que había amado, pero que también se había enfermado de amor, que, muy probablemente, se había aferrado a Naraku y se había obsesionado con él. Ella nunca se perdonaría, pero esperaba que ellos sí.
Quería que se olvidaran de todo lo malo, y, sobre todo, que le perdonaran lo que haría después de que ellos se subieran a ese avión.
Quería que no se culparan, porque ninguno de los dos había hecho algo mal con ella.
—¿Kikyō? —Susurró Suikotsu, sintiéndose un poco inquieto.
La gente a su lado pasaba con sus maletas, dirigiéndose a sus embarques que ya eran anunciados por el altavoz.
—Hija, ¿estás bien? —Naomi notó los dedos de su hija apretándolos desmedidamente, como si quisiera aferrarse a ellos.
Desde su lado, Kagome los miraba un poco alerta, pero no queriendo interrumpir. Kikyō alzó la cara, encontrándolos con una mirada bastante preocupada por su reciente silencio; los soltó poco a poco, sin dejar de sonreír ligeramente, aunque con las mejillas mojadas.
No lo había podido evitar.
—No, no es… —se limpió el rostro con el dorso de la mano— nada. Me emociona que vayan a cumplir treinta años de casados y que viajen tanto tiempo, es… un poco increíble —se excusó, intentando ser convincente, para lo cual ya era una experta y de todos modos tampoco estaba diciendo una mentira.
Naomi la abrazó de nueva cuenta, sobándole el cabello con mucha paciencia. Parecía mentira que ya hubieran pasado treinta años y poco más de veintiocho desde que se había convertido en madre por primera vez.
—Pasajeros con destino París, favor de abordar en el vuelo Peach 0834. Por favor, diríjanse a la sala de embarque.
Por el altavoz, la familia Higurashi se puso alerta, mirando hacia arriba como por instinto.
—No te preocupes, Kikyō, volveremos pronto —le dijo Suikotsu, dedicándole una cálida sonrisa mientras le apretaba un hombro cariñosamente. Su pequeña primogénita había crecido tanto…
—Los extrañaré —les dijo sinceramente, asintiendo.
—Y nosotros a ustedes.
Un nuevo abrazo grupal antes de tomar las maletas y dirigirse al lugar asignado.
—¡Mamá, papá! —Los llamó por última vez, antes de que siguieran avanzando.
Los aludidos se detuvieron en seco, girándose para ver a sus hijas. Kagome miró a su hermana con curiosidad, notando lo mucho que le estaba afectando ese viaje por cómo se comportaba, como si ellos no fueran a volver. ¿Estaría sintiéndose igual de abandonada que ella? Kikyō dio un par de pasos, como indecisa, pero a la final prosiguió, dándoles un inesperado abrazo a la vez, sorprendiéndolos, pero de una manera agradable.
—Los amo —susurró, con el corazón apretado, el pecho casi cerrado y el cuerpo temblando— con todo mi corazón —tomó aire—. Gracias por todo —no tenía idea de lo que pasaría los siguientes días, pero estaba segura de que haría todo por mantenerse viva, aunque eventualmente tendría que esconderse de la sociedad, por lo tanto, aquello sí era una despedida, aunque esperaba que fuera temporal—. Cuídense.
—Kikyō…
—Prométanme que lo harán —los miró directamente a los ojos, con esa decisión y convicción que tanto la caracterizaba.
—Esta es la última llamada para los pasajeros del[…]
Ellos asintieron.
Era una promesa.
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Al llegar a casa, ambas sintieron una sensación de abandono y vacío en el lugar. Dejaron que el silencio reinara entre ellas. A pesar de la sensibilidad que Kikyō había mostrado en el aeropuerto, en el camino no dijo una sola palabra, lo que hizo que Kagome se pusiera nerviosa y, como consecuencia, utilizó un auricular para tratar de distraerse y no prolongar el tenso silencio que se había instalado entre ellas; esa siempre era su forma de evadir los silencios incomodos, aunque en el fondo estaba pendiente por si las personas decían algo. La pelinegra parecía seria, casi gélida, y tenía una expresión inmutable, completamente diferente a lo que Kagome había visto en ella. Era como si no hubieran rodado lágrimas por su rostro ese día. Kagome había querido indagar sobre la actitud de su hermana, pero después de tantas discusiones previas por intentar descubrir sus secretos, sabía que no conseguiría nada con eso.
La hermana mayor se dirigió directamente a la cocina en busca de un vaso de agua para aliviar la sensación amarga en su garganta que había estado sintiendo desde el inicio del día. Quería tomarse un respiro lejos de la mirada de Kagome, quien evidentemente tenía dudas sobre su comportamiento y por quién había actuado de manera tan insondable en el camino de regreso. Suspiró profundamente y regresó a la sala en silencio, donde Kagome la esperaba sentada en el sofá, mirando fijamente un punto en el espacio.
—¿Quieres que pida algo para almorzar? —le ofreció de manera casual una vez que se sentó junto a Kagome.
Kagome negó lentamente, en silencio y sumida en sus pensamientos.
—Le dije a Ayame que hoy iría a comer a su casa —informó, aún con la voz distraída—. ¿Tú no tenías que volver a la oficina? —Miró a su hermana, pestañeando un par de veces.
—Oh, sí, solo pensé que podía tomarme medio día libre, ya que son más de las once de la mañana —inhaló profundamente, poniéndose de pie. Había olvidado por completo que nadie sospechaba siquiera que había renunciado, así que tendría que seguir fingiendo.
—Está bien, yo volveré a la empresa en la tarde para ver cómo van las cosas —dijo Kagome con ese tono todavía perdido, Kikyō la miró desde su lugar, asegurándose de que estuviera consciente; la azabache sí planeaba pasar por la empresa, pero la tarde la dedicaría a InuYasha.
A pesar de sus intentos, la conversación no fluía y parecía que algo en el ambiente lo obstaculizaba. Kikyō asintió sin tener mucho más que decir.
—Esta noche vengo a dormir aquí, por cierto —anunció—. ¿Traigo pizza para cenar? —Ofreció, mostrándose más animada.
—Sí, y pídela con extra queso.
—Hecho.
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Kaede no dejaba de llorar mientras Seitō la abrazaba con fuerza. Una mezcla de pena y alegría infinitas la hacían sollozar. Ayame intentaba calmar a su madre, aunque ella también lloraba.
—Es que es mi pequeño —sollozó, bebiendo el vaso de agua que su hija le estaba ofreciendo, mientras se aferraba a su pañuelo.
Kagome sonrió, conmovida e identificándose con la madre, mientras esperaba que InuYasha regresara del baño, donde había ido justo después de aceptar su beca para estudiar en el extranjero. Parecía que nadie podía creer lo que estaba sucediendo, era un torbellino de emociones contradictorias.
—Creo que tendremos que hacer un par de viajes a Londres en los próximos años —comentó Seitō, tratando de animar a su esposa.
—Esa también es mi idea —secundó Kagome, uniéndose a la conversación. No quería llorar, no todavía.
—Claro que sí, haremos de cuenta que está de viaje —apoyó Ayame, mirándolos a todos y tratando de esbozar una sonrisa.
Los mensajes en el grupo de WhatsApp de "La hora del té" seguían llegando; seguramente Kōga estaba planeando alguna salida para el fin de semana como celebración o algo parecido.
—Oigan —todos se volvieron hacia él, prestándole atención—, sé que cuatro años pueden parecer mucho, pero el tiempo pasa volando —en realidad, él mismo sentía temor por lo que vendría después, ya que en poco más de un mes, dejaría todo lo que conocía y se aventuraría hacia nuevos horizontes. Debía admitir que la emoción a veces podía con él.
Toda la familia se puso de pie y se acercó a él en señal de apoyo y afecto. Kaede comprendía que aquella era una oportunidad maravillosa para su querido InuYasha y que, aunque sentía nostalgia, también estaba sumamente orgullosa de él. Pensó que también estaba llorando las lágrimas que Izayoi habría derramado si hubiera estado presente en ese momento.
—Felicidades nuevamente, hijo —Kaede le frotó los brazos con ambas manos y luego los apretó. Quería a InuYasha con todo su corazón y lo extrañaría mucho, pero lo alentaría todos los días para que aprovechara cada oportunidad que la vida le ofreciera.
—Estamos orgullosos de ti, InuYasha —Seitō también le dio un abrazo fraterno y sincero. InuYasha era como el hijo que nunca habían tenido, así que no podía negar que sentía una mezcla de nostalgia y emoción.
—En serio, agradezco mucho su apoyo.
InuYasha no podía creerlo. De repente, su vida se había convertido en un torbellino, todo sucedía tan rápido, dejando estragos a su paso. Las cosas avanzaban a un ritmo que lo dejaba atónito y reflexionando constantemente. Desde que le ofrecieron la beca, desde que Sesshōmaru apareció en su puerta, desde que lo abofetearon por última vez... su vida, sus metas, su trabajo, su familia, Kagome... Kagome, quien había sido una gran parte de su motivación para seguir adelante, siempre tenía algo positivo que decirle, especialmente durante los últimos meses de estrés. Había pasado muchas noches en vela estudiando con él para obtener las mejores calificaciones en sus exámenes, cuidando de su alimentación y alentándolo para que no se rindiera. Y tal vez eso hacía que la despedida fuera aún más difícil con cada hora que pasaba, porque le resultaba complicado imaginar cómo sería vivir lejos de ella.
Y tenía miedo.
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A pesar de que realmente deseaba estar más animada, al llegar a casa después del viaje de sus padres, Kagome seguía sintiéndose un poco melancólica. Se abrazó más a su novio, quien se movió para que encajara perfectamente en su abrazo. Con el tiempo limitado que tendrían antes de ese día, probablemente no podrían volver a estar juntos de la misma manera, y mucho menos en la cama de Kagome, en su propia casa. La noche estaba a punto de caer y ninguno de los dos había dicho nada, simplemente disfrutaban de la compañía del otro. InuYasha sabía que Kagome estaba un poco triste por el viaje de sus padres y que se sentía sola en casa, por eso había querido acompañarla después de volver de la empresa de los Higurashi.
El celular de Kagome vibró sobre la mesita de noche e InuYasha se estiró para pasárselo, mientras las imágenes en el televisor iluminaban su rostro de forma intermitente. Kagome agradeció, tomó el teléfono y se dio cuenta de que había recibido un mensaje de una de sus colegas, quien le había dicho hacía unas horas que tenía que revisar algunas cosas sobre un proyecto y estar pendiente del correo.
—Creo que tengo que levantarme —dijo con una voz de queja, abrazándose nuevamente a su pareja mientras sostenía el teléfono—. Hay trabajo que hacer.
—¿Es mucho? —InuYasha la miró, disfrutando del contacto físico.
—No lo sé —respondió Kagome, subiendo el rostro y distribuyendo pequeños besos hasta llegar a los labios de InuYasha.
—Pues... —intentó hablar, pero el beso se volvió más apasionado. InuYasha la abrazó por la cintura mientras ella se acomodaba suavemente en su regazo—, ¿es urgente? —preguntó con un tono ligeramente sugerente, mirándola directamente a los ojos.
Kagome hizo un puchero y asintió.
—Sí, no puedo posponerlo —se levantó entonces, dejando a InuYasha con la sensación de que no había terminado de hacer algo.
El ambarino se puso de pie justo después de ella y estiró el cuello para aliviar la tensión en sus músculos. Vio a su novia sentarse y abrir su computadora.
—Entonces, mientras haces eso, ¿quieres que prepare algo ligero? —ofreció InuYasha de manera casual; aunque no era muy amante de la cocina, realmente su ofrecimiento fue genuino. Quería retribuir un poco de todo lo que ella le daba—. ¿Un sándwich?
Kagome asintió.
—Sí, por favor, con bastante queso —rogó, sonriendo ligeramente, apenada por parecer tan exigente. Su novio le dedicó una sonrisa comprensiva y la dejó trabajando sola poco después—. Bien, veamos...
Cargó el correo y revisó cada uno de ellos, al menos los que le habían llegado en la última hora, pero ninguno parecía ser el que estaba buscando. Buscó en "spam", pero tampoco aparecía. Arrugó las cejas y le pidió a la joven que se lo volviera a enviar; un par de minutos después fue notificada de que el correo había sido reenviado, pero Kagome no lo encontró. Refrescó la página unas tres veces hasta que se le ocurrió que lo único que podía pasar era que estuvieran en la papelera, por alguna extraña razón; entró a la carpeta con la esperanza de encontrarlo y así fue... ¡Ahí estaban los correos! Y todavía más... achicó los ojos, empezando a sentir un extraño escalofrío en todo el cuerpo cuando notó que tenía al menos diez correos sin leer.
Y los asuntos de los siete últimos eran simplemente un mal chiste. Seguro que sí. Porque no podían ser verdad. Sin pensarlo demasiado, empezó a marcarlos todos para eliminarlos, con los dedos temblando sobre el mouse, fríos como el hielo, el corazón golpeándole el pecho, la angustia empezando a cerrarle la garganta. No podía regular su respiración después de llegar al último correo.
"¿Realmente tu novio te es fiel?"
Cerró los ojos con fuerza, sintiendo que los párpados le saltaban inquietos a punto de empezar a llorar. ¿Por qué? ¿De qué se trataba esa mierda de título? ¿Cómo habían conseguido su correo? ¿A quién le interesaría arruinar su relación? ¡¿De qué mierda se trataba aquello?!
Con las pocas fuerzas que le quedaban, llevó suavemente el cursor hasta el mensaje, pero se detuvo un buen par de segundos sobre este antes de hacer clic y desvelar el contenido; no había nada escrito, así que respiró hasta que se dio cuenta de que sí había fotos para descargar. Se llevó una mano a la boca antes de hacer cualquier cosa. Confiaba en InuYasha, realmente creía en los sentimientos de ambos y le había costado mucho superar sus inseguridades respecto a la antigua relación con su hermana Kikyō, así que...
Las abrió.
Y lo que vio allí, le heló la sangre.
Las lágrimas empezaron a correr sin siquiera tratar de impulsarlas o de retenerlas, simplemente salieron. Empezó a sentir que una fuerza extraña dominaba su cuerpo y la incitaba a arrojar todo lo que tenía en frente, a destruir algo con sus propias manos, a gritar, a lo que fuera, pero se quedó ahí, temblando como una imbécil, llorando sin reparo y observando cada detalle de la cita de InuYasha y Kikyō.
Así que eso era, ¿no? La tarde que lo llamó para decirle que iría a su casa a pasar la noche y él le dijo por teléfono, de forma muy extraña, que ese día no iba a poder. Entonces había tenido una cita con Kikyō... ¿Habría sido capaz de acostarse con su hermana? ¿De llevarla a su departamento? ¿Habían vuelto? ¡No podía ser que toda esa mierda estuviera pasando! Entonces, ¿todas esas veces que InuYasha le preguntó sobre el ex de Kikyō eran solo una forma de confirmar que ella pudiera estar sola para reconquistarla o qué?, pero su hermana no había mencionado nada sobre haber vuelto con él. ¡¿Qué diablos estaba pasando?! No, él no podía ser capaz de hacer algo tan horrible como eso. Se secó las lágrimas con violencia, descargó las imágenes y las imprimió sin pereza, sintiendo, mientras las hojas salían de la impresora, que una fuerza de odio la dominaba por completo.
Con los papeles en mano, salió de su habitación dando un portazo. Estaba tan llena de odio y dolor, que ni siquiera veía bien, juraba que se había enceguecido. Escuchó que había ruidos en la cocina, así que se dirigió a ese lugar sin pensar en nada más, únicamente notando que la decepción crecía más y más en ella a medida que avanzaba, pasando de la incredulidad a la ira, pero es que no había una explicación no horrible para esas fotos.
Cuando la azabache corrió la puerta con violencia, InuYasha volvió para verla y frunció el ceño, notando automáticamente el estado de su pareja. Apagó la tostadora enseguida y con la misma agilidad corrió hacia su novia.
—¡¿Estás bien, Kagome?! —Intentó tocarle el rostro, pero ella lo apartó con brusquedad, manteniendo una mirada fría y llena de resentimiento.
—No lo entiendo, InuYasha —negó con la cabeza, apretando las hojas en su mano derecha—, ¿por qué? Si querías volver con Kikyō no tenías que estar conmigo mientras tanto, maldita sea —su voz se quebró, de verdad no podía más.
InuYasha arrugó la cara, completamente confundido.
—¿De qué carajo hablas? —Empezó a respirar con fuerza. Aquella acusación le había caído como un balde de agua fría y lo estaba desesperando muy rápido.
—Maldita sea, InuYasha —seguía diciendo, con una presión asquerosa en el pecho—, maldita sea —pero que parecía regularse con cada maldición—, ¡maldita sea, maldita sea, maldita sea! —Gritó, rompiendo en llanto y lanzándole las impresiones a la cara—. ¡Ah! —Volvió a gritar, rasgando su garganta, histérica—. ¡Maldita sea, InuYasha Taishō! —Volvió a gritar, frustrada y llena de odio, mientras lo veía recoger las estropeadas imágenes—. No puedo creer que he estado dando todo de mí a alguien que no tiene los huevos para decirme que no puede superar a su ex.
—Kagome, déjame que te explique —trató de defenderse. Maldijo a Sesshōmaru con todas las fuerzas de su alma, porque unió los puntos al instante cuando notó que esas fotos lo mostraban en una cita con Kikyō, en aquella en la que le había dicho que la policía estaba tras de ella.
—¿Explicarme? —Respiraba tan errática que daba la sensación de que tendría un infarto—. ¡¿Explicarme por qué mierda no has podido ser sincero conmigo?! —Incluso movió su cabeza mientras dejaba ir su dolor—. ¡¿Explicarme por qué me has estado mintiendo todo este tiempo?!
—¡Kagome, tienes que escucharme! —Abrió mucho los ojos, empezando a desesperarse.
—¡Escucharte? He sido tan… —sorbió la nariz y tomó aire, con el corazón completamente roto—, tan comprensiva, InuYasha, tan sincera, te he dicho todo lo que siento, te he dado oportunidades para explicarte, me he puesto ¡en tus malditos zapatos, maldita sea! ¡Maldita sea! —Tensaba tanto la mandíbula, que, entre su grito, ni siquiera pudo abrir la boca—. ¡Te he escuchado mil veces!
Le dolía, le dolía tanto y ya no era simplemente un tema de amor y desengaño, era el hecho de haber dado lo mejor de ella, de ella como ser humano para con él, de haber ido contra su propio carácter, de tratar de cuidar su relación, de no ser una mujer paranoica, de dejar atrás las heridas de antaño, de intentar ser feliz y hacerlo feliz. Nada había valido. Él la miraba ahora con el rostro contraído. ¿Qué diablos tenía que decir sobre la mierda que ella estaba viendo con sus propios ojos?
—No tienes ni idea de por qué cité a Kikyō a ese lugar, pero puedes notar que mi rostro no refleja ninguna emoción —movió enérgicamente las fotos frente a ella, empezando a dar sus argumentos. ¿Cómo diablos iba a explicar una mierda que ni siquiera había quedado resuelta?
—Vamos, InuYasha —rio, burlona de ambos—, no tienes cómo justificar esta mierda.
—No, sí que la tengo —su voz sonó autoritaria. No podía ser que justo en ese momento de su vida, eso estuviera pasando. Podría ir a matar a Sesshōmaru en ese mismo instante.
—Quiero terminar —le dijo, notando que su propio pecho se cerraba por el dolor. InuYasha sintió que casi se descompensaba. Sí, aunque todo apuntaba a que todo se había ido a la mierda, no esperó que Kagome le dijera eso.
—No, Kagome —negó con la cabeza, decidido.
—No es una maldita propuesta —casi susurró, volviendo a secarse las mejillas con el dorso de su mano derecha.
—Maldición, maldita sea —quiso golpear algo por la frustración. Se dio la vuelta, como si sintiera un encierro que lo asfixiaba; inhaló hondo y se llevó las manos a la cara—. ¡Maldito Sesshōmaru infeliz! —Maldijo desde el fondo de su ser, llamando la atención de Kagome.
—¿Por qué le echas la culpa a tu primo? ¿Acaso él te dijo que me utilizaras para volver con mi hermana? —Insistió, echándole más sal a la herida, enojada, con ganas de gritar mil años si le era posible.
—¡Para ya de decir esas estupideces, Kagome! —Volvió a ella, como espantado por cómo ella repetía eso cada vez que Kikyō entraba en su conversación. Pensaba que había trabajado lo suficiente para ayudarla a superar esa maldita inseguridad, pero veía que no sería posible.
—¡Para ya de mentirme y sé honesto!
—¡A tu hermana la busca la policía, ¿ok?! ¡Y yo solo la cité a ese maldito café para decirle que la mierda que estuviera haciendo te afectaba a ti y a mí también, porque yo era el blanco del maldito Sesshōmaru, que pensaba que yo podría servirle de informante para llegar hasta Kikyō! —Soltó aquello tan rápido, que ni siquiera respiró, no meditó, ni nada.
No había más verdad que esa.
Entre sus inhalaciones y exhalaciones agitadas, Kagome arrugó la cara, no entendiendo nada y mucho menos tratando de asimilar que "Kikyō" y "policía" cupieran en la misma oración. Se quedó callada unos segundos mientras InuYasha parecía recuperarse de lo que acababa de decir.
—Ahora mismo pienso tantas cosas, InuYasha —le dijo con voz más calmada, pero decepcionada. Obviamente, aquello se trataba de otra maldita mentira, incluso cuando ciertos detalles apuntaban a que no podría ser mentira del todo—. Sabía que podrías mentir, pero esto es ridículo.
—Suenas igual que tu hermana —le devolvió, en un estado que no supo reconocer. También le dolía que Kagome confiara tan poco en él al punto de decirle todas esas cosas, como si no lo conociera.
—Y tú suenas igual que un increíble mitómano —no dejaba de mover la cabeza, como si aquello fuera una competencia de quién pegaba los golpes más bajos— que puede inventar cualquier cosa con tal de esconder sus actos, incluso decir que mi hermana es buscada por la policía.
—¿De verdad crees que yo metería a Sesshōmaru en una mentira de faldas cuando sabes perfectamente que ni siquiera había recordado su miserable existencia en más de once malditos años, Kagome? —Estocó, sintiendo que realmente ya no habría nada más que pudiera hacer por explicarle a Kagome todo lo que había detrás de todo eso. Sabía perfectamente que ella tenía conocimiento de su relación con Sesshōmaru y lo que quedaba de los Taishō, así que, en cierto modo, también era un golpe más que ella lo ignorara por completo. La vio quedarse callada por completo, simplemente viéndolo y respirando, sin siquiera pestañear—. Pensé que me conocías más.
Higurashi se mordió los labios y desvió la mirada, notando cómo todo alrededor se veía distorsionado y borroso debido a las nuevas lágrimas que estaban a punto de rodar. No entendía nada, estaba tan confundida, ahora lo que Kikyō había estado haciendo todo ese tiempo llegaba a ella como si fuera un veneno que se extendía por todo su cuerpo y ardía, sumado a eso, las palabras finales de su ahora exnovio, que dolían, porque eran verdad.
—Creo que ya no tienes nada qué hacer aquí —y aun así, decidió ser dura con él y con ella. No pudo mirarlo.
InuYasha asintió, decepcionado. Resultaba un poco irónico que, al principio, Kagome parecía ser la víctima, pero ambos habían terminado heridos en ese lugar. Sin decir una palabra, porque no podía, incluso con todos sus sentimientos por ella a flote, no podía dejar de sentir esa herida latente ahí, molestando y obstruyendo sus ganas de arreglar las cosas, pasó por su lado hasta llegar a la sala, tomar sus llaves, chaqueta y salir de la casa Higurashi.
Cuando Kagome escuchó que el portón se cerraba otra vez después de un par de minutos mientras InuYasha sacaba su auto de la propiedad, cayó de rodillas al suelo sintiendo que el alma se le escapaba de los dedos, rota, simplemente hecha trizas.
Sentía que acababa de derrumbarse todo en su vida. Y quizás, no estaba tan alejada de la realidad.
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Con sus manos aferradas al volante, la boca semiabierta y los ojos entrecerrados, observó desde su lugar un auto completamente conocido y a quien lo conducía, saliendo de un lugar que le hizo congelar la sangre. Miró para la casa y al auto alejarse, tratando de ordenar sus ideas y frenar a su cerebro loco que no dejaba de pensar en cuestión de segundos. Sacudió la cabeza y, tragándose el montón de sentimientos negativos que la estaban embargando, arrancó para seguirlo.
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El corazón le escocía de una forma en la que probablemente no había pasado en años, la sensación de que la garganta se le cerraba gracias a un nudo en ella era cada vez más latente, una inusitada angustia, ganas de arrojar todo lo que pudiera hasta sentir que se quedaba completamente débil y vacío, tratar de encontrar un momento de silencio para su mente. Los primeros minutos de vuelta a su departamento habían sido una tortura, especialmente porque en él prevalecía el dolor y la decepción por las palabras de ella, por el rencor con el que lo miraba, la poca confianza que había demostrado, como si todo lo que habían vivido esos meses fuera una completa mentira.
El sentimiento parecía ir cambiando poco a poco, pero seguía latente. Cuando llegó a su casa, cerró con un portazo, buscó un cigarrillo, un encendedor y sin más, se dirigió a su balcón para poder fumar a gusto, buscando en esto un consuelo, una forma de aplacar todo lo que tenía por dentro, pero no pareció funcionar muy bien para él. Los ojos cafés de ella seguían pintándose en su mente y ahora dolía saber que, a pesar de todo, con sus antecedentes de interrogatorios, con las mentiras que había dicho, de alguna forma, Kagome tenía derecho a sentirse traicionada.
Y él la había dejado sola.
¡Era un completo idiota!
Tenía tantas ganas de gritar. Después de haber sido un día casi perfecto, parecía que todo se había ido por la borda de pronto. Se quedó así por un par de minutos, esperando a que sus propios sentimientos se calmaran, esperando poder ver las cosas con más claridad para así ser capaz de volver a ella para aclararlo todo, porque eso no podía quedarse así, no podían simplemente terminar y mucho menos cuando toda esa mierda podría bien ser culpa de Kikyō y sus quién sabe qué actos indebidos.
Cuando el timbre en su puerta sonó, sintió que el cuerpo se le helaba. ¿Era ella? ¿Habría ido detrás de él para decirle algo más? Entró, dejó el cigarro en el cenicero sobre la mesita de centro y casi corrió hacia la puerta para abrirla.
—Escucha, Kagome, si yo-
Cerró la boca apenas divisó que frente a él no se encontraba a quien estaba esperando.
—¿Qué es lo que tienes que explicarle a mi hermana, InuYasha? —La ira que había empezado a recorrerla no tenía nombre.
—Kikyō…
Continuará…
Lo bueno de esto es que no me pueden decir que el InuKag ha sufrido casi todo el fic, a pesar de que RC es un "drama/romance" y por eso puedo hacer este tipo de cagadas hacia el final de la historia, porque yo nunca dije que el InuKag sería feliz por siempre.
Bueno, básicamente para esto servían las fotos, para que Kikyō se enterara de la relación InuKag, no es coincidencia, me costó mucho armar esta serie de sucesos para que terminen en esto jkashjks.
MIS NIÑAAAS, ESTOY DE VUELTAAAA. Ah, ya necesitaba que leyeran esto XDDD.
Ya, ya sé que es muy pesado y que pobre InuKag, pero esto es lo bueno del fic, todo lo de antes nos ha llevado a esta época gloriosa de la historia y estoy muy feliz. Quisiera actualizar todos los días, capaz las actualizaciones empiecen a llegar mas seguidas de ahora en adelante, no sé.
Les dejo un beso enorme a:
Karii Taishō, XXlalalulu, Marlenis Samudio, Susanisa, Rosita Taisho, Rocio K. Echeverria, MegoKa, agus-chan874, Rodriguez Fuentes e Iseul c-137.
