Cinco.
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Capítulo 51.
Sin ser invitada, se adentró en el departamento que tan bien conocía. Su tiempo de noviazgo con InuYasha, a pesar de no haber sido completamente disfrutado debido a su amor por otra persona, no había estado nada mal. De hecho, él había sido la mejor persona con la que había estado. Todavía le sorprendía cómo no había podido llegar a amarlo como se debía.
Recordaba todo eso porque, según sus cálculos, InuYasha estaba en una maldita relación con Kagome, y no solo desde la semana anterior, sino que intuía que llevaban varios meses juntos. Cerró los ojos, tratando de apartar esa idea de su mente. Justamente porque InuYasha había sido la mejor persona con la que había estado, no podía comprender cómo él había utilizado a las dos hermanas como si fuera un juego o algo así. Solo imaginar que podría haber utilizado a su hermana le causaba tantas náuseas que se sentía helada.
Abajo, en su auto, la pizza se enfriaba.
—Contesta —insistió, escuchando cómo cerraba la puerta con evidente mal humor.
Y sí, estaba a punto de gritarle miles de cosas, entre esas, que toda esa mierda que estaba pasando era su puta culpa. La miró casi con desprecio, desconociendo esas actitudes en sí mismo, pero prevaleciendo sus sentimientos amargos.
—Es cosa de nosotros —decidió decirle.
Kikyō negó, claramente incrédula. Lo que le faltaba, otra Higurashi que no le creía.
—No sé, ¿de amigos? Uno que quizás tú no tengas —no estaba de humor para conversaciones tranquilas ese día y mucho menos para soportar más cuestionamientos sobre sus acciones, como si fuera un monstruo capaz de hacer tantas mierdas y jugar con los sentimientos de los demás; parecía que un error lo había condenado para siempre.
Si todo tenía que irse al carajo, pues que se fuera.
—¿Amigos? —replicó, ladeando la cabeza—. Más parecen esposos, según lo que veo —soltó, sin siquiera pensarlo.
InuYasha no pudo negarlo, y en realidad, no quiso hacerlo. Desvió la mirada y se mantuvo en completo silencio, haciendo que Kikyō abriera la boca, incrédula. No, no podía ser. No, no, no, no.
No.
»—No te quedes callado —empezó a respirar sonoramente, como si su pecho no funcionara bien. Sentía incluso miedo de lo que podría resultar de esa insistencia. Se acercó a él y le exigió que la mirara con su cercanía tan amenazante—. ¡InuYasha!
—¡¿Qué quieres?! —le respondió, exaltado. La última vez que se habían visto, todo había terminado mal y era culpa de ella.
—No es verdad, ¿cierto? —masculló entre dientes, intentando no ahogarse con su adrenalina—. ¡No pudiste haber hecho eso!
—¡No sé...! —Controló el tono de voz y cerró los ojos, tomando aire—. No sé de qué me hablas.
Cuando Kikyō volvió a ver esos ojos dorados, los observó durante unos segundos, buscando la verdad en ellos. Pero no encontró nada, solo lo que era obvio y que había estado concluyendo desde hacía mucho tiempo, en realidad. Empezó a negar con la cabeza.
—No puede ser… —susurró, apretando los puños—. InuYasha… —lo llamó, con miles de ideas pasando por su mente, arruinando su estabilidad, alimentando su estrés e histeria. El silencio de su compañero le puso los pelos de punta—. ¿Te acostaste con mi hermana?
Taishō ni siquiera pudo moverse, solo apartó la mirada, tensó la mandíbula y respiró hondo. Ya no podía ocultarlo, ni siquiera quería hacerlo. Además, a estas alturas le parecía absurdo seguir negando que su relación con Kagome no era solo de amistad. Allí, en su propia maldita casa, en el lugar que había sido testigo de todas las cosas que habían vivido juntos. El rostro de Kikyō se deformó lentamente con la amargura de la inminente verdad que se elevaba sobre ella como un gigante, golpeándola en la cara. Sabía, siempre había estado segura de que Kagome le mentía cada vez que hablaban de él, ¿cómo diablos era posible? Detestaba saber que todo ese tiempo Kagome había estado conectada de esa manera con él, que le había mentido viéndola a los ojos... ¿Qué demonios? ¿Habría InuYasha manipulado a Kagome? ¿Kagome había estado enamorada de él incluso cuando estaban juntos? No, ¿qué era todo eso? ¿Qué...?
Sin pensarlo más, la primera bofetada cayó sobre él y se la esperaba, de hecho, consideraba que la merecía. Luego llegó otra, ambas con la misma energía y rencor. Su rostro ardió.
—¡Eres un maldito sinvergüenza! —le gritó, incrédula y furiosa. Su mente no dejaba de preguntarse por qué de repente todo esto estaba sucediendo, en qué estaría pasando realmente con ellos y cómo habían llegado hasta ahí. Francamente, no lo entendía bien. Levantó la mano nuevamente para golpear en la mejilla masculina—. ¡Eres un...!
—¡No te atrevas a agredirme de nuevo! —La voz grave de InuYasha se acompañó de una presencia física que la hizo detenerse de inmediato. Parte de la frustración que Kikyō sentía provenía de su propia realidad más que de la de su hermana—, porque la única sinvergüenza aquí eres tú, ¡y lo sabes muy bien! —Le apartó la mano con violencia, alejándose un paso hacia atrás.
—¿Cómo te atreves a usar a Kagome para sanar tu maldito orgullo? —No tenía otra opción que creer que InuYasha se habría aprovechado de la pequeña—. ¡Estás enfermo!
InuYasha negó, tocándose la nariz y mirando en otra dirección, tratando de calmarse.
—No sabes lo que dices.
—¿No lo sé? —No podía creer que él se atreviera a decir esas cosas como si fueran una justificación real—. Es obvio que si terminas una relación en la que decías haber amado tanto como para querer pedir matrimonio —le recordó lo grave que sonaba todo eso— y poco después estás con su hermana —hizo un gesto hacia el parentesco—, es porque la estás utilizando. Nadie supera una relación así de la noche a la mañana —negó con la cabeza, tratando de que él tuviera el valor de enfrentar la situación como debía, pero no lo hizo. Kikyō exhaló y trató de encontrar la calma, comenzando a dar vueltas por la habitación ante el silencio inquebrantable de Taishō—. Le dije —lamentó, apartándose el flequillo—, ¡se lo dije a Kagome mil veces!
Y así había sido.
El ambarino era plenamente consciente de que el momento de afrontar sus errores había llegado. Cuando las cosas se veían tan complicadas como en ese momento, era difícil saber por dónde empezar.
—Admito que utilizar a alguien para calmar mis sentimientos fue un gran error —dijo entonces, finalmente enfrentándola y haciendo que se detuviera para mirarlo con una expresión que indicaba que finalmente aceptaría lo que estaba diciendo—, y por eso... me disculpo contigo, Kikyō.
Pero ella cambió su expresión a una de confusión.
—¿De qué hablas?
InuYasha suspiró de nuevo, preparándose mentalmente para resumir todo lo que tenía dentro lo más breve posible.
—Posiblemente, Kagome ha sido importante para mí desde que la conozco —decidió ser sincero, porque Kikyō ya tenía la peor imagen posible de él, y lo único que quería era que supiera realmente lo que sentía por su hermana—, y después de ser amigos durante tanto tiempo, quise formalizar. Sin embargo, escucharla decir que quería a otro me afectó tanto —esperaba que entendiera a la perfección lo que decía, porque no quería repetirlo— que pensé que saliendo con su hermana podría compensar el daño que me había causado.
Kikyō negó, no estaba dispuesta a creer lo que estaba deduciendo, que realmente ella había sido a la que había utilizado, sintiéndose completamente estúpida.
»—Pero las cosas se torcieron, y terminé queriéndote —prosiguió—, pensando que, si me quedaba contigo, todo sería más fácil, que tú eras lo suficientemente madura para tener una relación duradera y formal, que no me fallarías.
Ella soltó una risa irónica que no pudo evitar. El karma había sido instantáneo para los dos, lo que le parecía casi una burla del destino. Bajó la mirada, respirando profundamente.
—Esto es increíble —dijo finalmente. Parecía que siempre había sido un circo.
—Pero no hace falta ser un genio para darse cuenta de que nunca... —decidió continuar, porque eso no podía quedarse ahí— dejé de estar interesado en tu hermana, Kikyō, que...
—¡Cállate! —lo interrumpió con un gesto de la mano, mirándolo desde su posición a unos metros de distancia, alejándolo como si fuera un apestado—. Cállate ya —siguió diciendo que no con la cabeza porque le parecía absurdo cómo todo jugaba en su contra—. No puedo creer cómo hace cuatro minutos pensaba que habías sido la mejor persona con la que había estado, y ahora resulta que eres simplemente basura —escupió, decepcionada—, igual que todos los demás.
InuYasha asintió, nuevamente herido. Le molestaba, le molestaba que ella le lanzara golpes e insultos casi sin motivo, incluso cuando sabía que tenía razón de alguna manera. Pero eso, sumado a lo que acababa de pasar con Kagome, no le permitió ser empático ni tolerar más mierda de la que había soportado en su vida. Realmente, a ninguno de los dos les importaba lo que el otro sintiera, porque en el fondo, a pesar de que se dijeran cosas necesarias, cada uno estaba proyectando sus frustraciones, ira y enojo en el otro, especialmente ella, que era la que tenía más asuntos cuestionables.
—¿Sabes, Kikyō? —le dijo después de un rato, con una voz tan fría que incluso él se desconoció—. La razón por la que peleé hoy con Kagome —le confesó, esperando que ella recordara la cita que habían tenido, de la cual se arrepentía mil veces porque no había salido nada bueno— es porque Sesshōmaru le envió algunas fotos nuestras de ese café —sabía perfectamente que la pelinegra recordaría ese maldito día—. Ella pensó que la engañé contigo y mientras tú estás aquí hablando toda esta mierda —su tono de voz comenzó a elevarse nuevamente, finalmente gritando al mundo lo que había querido decir durante ocho meses—, en tu casa está la única persona que realmente me importa —hizo un gesto con la mano ante la mirada indignada de su ex—, pensando lo peor de mí, y ¡esto es tu maldita culpa!
Y Kikyō no pudo responder ahí, porque sabía que le había dado en el blanco. No sabía manejar la culpa; simplemente, esta era tan grande, que su única salida para protegerse era tratar de culpar a los demás y, considerando que estaba a horas de hacer lo que podría resultar en lo más peligroso de su vida, los niveles de ansiedad, estrés e irritabilidad subían más, descontrolando todo, evitando que pudiera tener las cosas bajo su control como siempre había sido, habiéndola perder sus estribos, su carácter, su esencia… estaba explorando sus límites y a punto de volverse loca.
Pero no iba a ceder ante InuYasha. A estas alturas, tampoco importaba demasiado. Caminó hacia él lentamente, observándolo de la manera más fría que pudo. Saber que él no había utilizado a Kagome no invalidaba el hecho de que la había utilizado a ella, por lo que sus sentimientos de rechazo seguían siendo los mismos.
—Quizás te lo mereces —casi le susurró.
—Sí —asintió, listo para devolverle el golpe—, tanto como tú quizás mereces estar en la cárcel —volvió a golpearla. Los ojos de Kikyō brillaron como si estuvieran a punto de llorar, pero también mostraron una expresión oscura y casi violenta—. Sí, yo fallé contigo y lo siento —le dijo, poniendo las cartas sobre la mesa—, no hay nada que pueda hacer para remediarlo, pero ya estoy viviendo mi castigo por las estupideces que cometí —así lo sentía. Estar con Kagome le había costado mucho, y al final del día, justo cuando las cosas iban mejorando, parecía que no había oportunidad para ellos—; ahora, falta que tú enfrentes tus propios problemas y dejes de ser una cobarde.
Ella no soportó un segundo más allí, le resultó imposible. Tragándose las ganas de volver a atacar, se enderezó, pasó junto a Taishō y salió del departamento dando un portazo.
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Había dejado de llorar hacía un par de minutos, pero el malestar seguía latente en ella. Los pedazos de papel esparcidos por el piso de la cocina eran la prueba de que había tenido una crisis dura de superar, que la histeria se había apoderado de ella y no tenía forma de cambiarlo. Escuchó que el portón se abría y supuso que se trataba de Kikyō, por lo que, con una respiración honda, se dispuso a recoger todo antes de que pudiera tener otra posible discusión. No estaba en condición de escuchar nada, ni siquiera de discutir, mucho menos de enfrentarse a su hermana, tomando en cuenta que no dejaba de pensar en qué diablos estaba sucediendo y por qué la policía estaba en medio de la discusión. Botó los restos de papel en el basurero de la cocina, porque sí, en todo ese tiempo no se había movido de la estancia, con su mente hecha un lío y casi arrepentida por todo lo que había hecho antes.
Notó que los pasos de su hermana sonaron casi violentos contra el piso así que, entre su estado de trance, frunció y ceño y giró para encontrársela yendo directamente hacia ella. Había notado rápido que estaba allí.
—¿Por qué, Kagome? —Le inquirió, realmente herida. Dolía que esas dos hermanas no eran ni la sombra de lo que habían sido desde hacía casi un año para acá. Dolía que su comunicación se había perdido entre las mentiras.
—¿Por qué? —Repitió, no teniendo idea de lo que estaba hablando Kikyō.
—Todas las veces que hablé contigo sobre InuYasha, ¡en todas esas tuviste el descaro de mentirme! —Explotó. A ella misma le hacía ruido cómo era capaz de decir eso cuando, evidentemente, la que peor había hecho las cosas ahí era ella.
Kagome abrió ligeramente la boca, notando que el corazón comenzaba a acelerarse otra vez. No, no, ¡lo que le puto faltaba! Ahora Kikyō lo sabía y había tanto en ese asunto que tenía que explicar, ¿estaría pensando lo peor? ¿Creería que sedujo a InuYasha mientras estaban juntos? ¡Por todos los cielos! ¡¿Y cómo se había enterado?!
—Kikyō, d-déjame explicarte-
—No, si ya InuYasha me ha explicado todo —le informó, acercándose un par de pasos más.
—¿InuYasha? —Nada de eso tenía sentido, ¿estaba en una especie de pesadilla? Sintió que el estómago se le revolvió.
Kikyō comenzó a negar, viéndola con decepción—. No puedo creer lo que me has mentido, no puedo creer que todo este tiempo has sido capaz de-…
—¿Mentirte? —Rio, incrédula. Era hora de sacar a flote lo que la estaba carcomiendo—. ¿Hablas de mentir? ¿Tú? ¿La mujer que es buscada por la policía? ¡¿La que seguramente volvió con su ex que es un criminal hace tanto tiempo y no había tenido los ovarios para contarme?! ¡¿Tú hablas de sinceridad, Kikyō?!
¿Lo sabía? ¿Kagome ya sabía lo de la policía?
La pelinegra se había quedado casi de piedra al escuchar la bomba que Kagome estaba reventando en su propia cara. En el fondo, no era una verdadera revelación para ninguna de las dos, la verdad era que siempre supieron lo que escondían, solo que se habían empeñado en ignorarlo. La mayor negó, empezando a respirar de forma irregular.
»—Eres una hipócrita —susurró la azabache, con los ojos picándole, decepcionada, hecha trizas.
Cuando la joven quiso volver a decir algo más, la mano de su hermana se había estampado en su rostro con ira, de un golpe seco, increíble. Kagome también se detuvo con el golpe, quedándose helada mientras su mejilla se iba tornando caliente por el impacto.
—Insolente… —no lo había podido evitar, no tenía ya control de sus actos, ¡nadie sabía por lo que ella estaba pasando! El corazón le latía casi en la cabeza, en todo el cuerpo. Las manos comenzaron a temblarle—. InuYasha y tú son unos…
—¿Le hiciste lo mismo? —Le preguntó despacio, girándose para verla. La conocía tanto, que podía imaginar la escena completa. Notó rápidamente que Kikyō había venido del departamento de InuYasha—. ¿Lo golpeaste…? ¿Lo golpeaste cuando todo esto que está pasando es tu culpa? —Ahora el resentimiento hablaba por ella, le estaba quemando la piel.
—Sí —asintió, sin arrepentimientos—, y lo haría de nuevo si fuera necesario, ¡es una basura como todos los hombres!
Y la bofetada fue devuelta antes de que pudiera decir algo más hiriente sobre Taishō. Kagome jamás le había levantado la mano a Kikyō, nunca, en todos sus años de vida, ni siquiera lo habría imaginado. Las lágrimas ahora corrían libres, porque aquella agresión dolía, pero también por InuYasha, porque muy probablemente, él no tenía la culpa de nada de lo que estaba sucediendo.
—Nunca en tu vida —comenzó a decir con la voz quebrada, alzando el dedo índice para apuntarla—, vuelvas a ponerle una mano encima a InuYasha, ¡no vuelvas a hacerlo! —Gritó, frustrada por no poder contener tanto dentro de sí.
Porque, aunque todavía se sentía un poco confundida, no podía tolerar la idea de que le hicieran daño, incluso si era Kikyō, incluso si quizás se lo merecía por haberla utilizado antes, por lo que fuera, no podía tolerarlo. Había pasado tanto tiempo y ella misma no podía perdonarse haberlo tirado a la piscina. Con la mano escurriendo lentamente por la mejilla, la pelinegra miró a su hermana con frialdad, incrédula, decepcionada y hasta cierto punto, traicionada.
—¿Lo defiendes aun por encima de mí? —Sus párpados temblaron, escocieron, clamaron por llorar. Parte de todo el dolor que estaba sintiendo en ese momento era causado por sus propios errores, por lo mucho que le jodía ser quien peor había fallado de las dos; por mucho que ella dijera que Kagome había mentido, InuYasha era una persona decente y Naraku no, él sí era una vergüenza, algo que debía esconder.
Dolía mucho que no pudiera transformar su propia culpa en un sentimiento más útil, sino solo en rechazo, en acreditarle fallos a los demás y, en ese caso tan delicado, a su hermana, a quien amaba con su vida.
—Lo defiendo porque sé quién es y ha estado conmigo desde que nos conocemos —pero Kagome no tenía idea de lo que pasaba por su mente; era obvio que defendería a InuYasha y la dejaría a ella en una posición de victimaria— y tú… —la vio achicar los ojos y volver a llorar, como si recordara miles de cosas. Los ojos de Kikyō ahora estaban inundados, y ella no hizo ninguna expresión en su rostro, solo mantuvo los labios rectos y fruncidos—. Tú has elegido a Naraku por encima de nosotros, Kikyō; lo has elegido por encima de ti —volvió a acusarla, pero solo recibió silencio—. ¿No recuerdas todo lo que te hizo? ¿No recuerdas los maltratos? —Para Kagome, las cosas seguro eran las de antes; en su mente, la situación con Naraku no había cambiado. No era más o menos peligroso, no estaba más loco, simplemente era un tóxico maltratador con negocios turbios, y Kikyō sabía eso, sabía que Kagome no sabía de lo que estaba hablando, al menos no como ella—. ¡Kikyō, tu aborto!
Alzó el mentón ante ese recuerdo tan doloroso, sabía que lo estaba haciendo como una forma desesperada de «hacerle abrir los ojos», era obvio que no se imaginaba que estaba a punto de hacerle un golpe de estado y quizás morir el proceso en solo unas horas. Si se analizaba desde fuera, tal vez Kagome tenía razón en reaccionar así, pero…
—No sabes nada —su boca se movió sola después de un rato, no pudo evitarlo.
—Tienes razón —empezó a asentir y se secó la cara con el dorso de sus manos—, no lo sé, porque todo este tiempo me lo has estado ocultando.
Kagome hablaba de ella como si jamás hubiera sentido lo que era amar de esa forma, como si no hubiera sufrido con la indiferencia, como si no hubiera sentido que podía amar tanto, que seguramente podría encender en llamas el mismo paraíso, que la distancia secaba el corazón… Quizás su hermana menor no había sido una víctima directa, pero por lo que entendía, sí la había pasado mal con InuYasha. ¿Y si ellos se hubieran casado? ¿De verdad Kagome iba a soportar una vida entera verla casada con el amor de su vida? Negó con la cabeza, sin entenderlo demasiado; era tan extraño pensar en ella ahora como la esposa de InuYasha y en su hermana, con lo mucho que parecía amarlo, viéndolos formar una vida juntos. ¿De qué diablos se trataba todo eso?
—¿Por qué me animaste a salir con InuYasha si tú lo querías? —Le preguntó entonces, aprovechando el momento de calma para sorberse el llanto que casi la embargaba.
—Porque prefería sacrificar mi felicidad mil veces —respondió de inmediato, sin duda y completamente sincera— antes que volverte a ver llorando por ese miserable —porque un amor podía conseguirse otra vez, pero todo el daño que Naraku le había hecho jamás se recuperaría, jamás traería a esa Kikyō de antes, jamás devolvería todo ese dolor— y mira… —alzó las cejas, otra vez sintiendo el agua salda correr libre por la cara— no sirvió de nada.
Kikyō tomó aire. Ese había sido el día de los golpes bajos, ¿no? Asintió y encontró sus orbes con los de Kagome; era increíble cómo habían compartido tanto desde toda la vida y ahora parecían unas perfectas desconocidas.
—Todo vuelve a su lugar, ¿no crees? —Respondió en voz ligera, casi calmada, pero cargada de ironía—: InuYasha y tú —ladeó un poco el rostro—; Naraku y yo.
La azabache no pudo creer que era hubiera sido la respuesta de su hermana mayor, es que… Se llevó las manos a la cara y la estregó, sin saber si quiera cómo reaccionar. Volvió a posar su mirada sobre la pelinegra, pero esta solo le dio espalda para tomar rumbo fuera de la casa.
—¿Te vas así, nada más? —Quiso detenerla, casi espantada. ¿De verdad iba a irse después de todo lo que acababa de descubrir? ¿No iba a hablar de lo grave que estaba todo? Tenía que ser una broma—. ¿Qué hay de la policía? ¿Qué hay de nuestros padres, Kikyō? —Era como si no le importara, como si fuera cualquier cosa el haber vuelto con ese monstruo y estar involucrada en crímenes que, apostaba su cabeza, no eran culpa de su hermana—. ¿Qué hay de ti? —Eso último lo dijo con una pena profunda. No habían hablado de los sentimientos de la mayor, era como si no importara.
—Ya nadie me busca —respondió a la primera pregunta, sin voltearse a verla. Proteger a Kagome también era mantenerla al margen de todo, sería lo mejor—; si quieres decírselo a nuestros padres, adelante —prosiguió, con un tono permisivo. La verdad era que ya no tenía nada que hacer respecto a que había sido descubierta antes de tiempo, así que no valía de nada pedir por discreción, si al final podría ser bueno ya que sabrían por qué desaparecería eventualmente—; yo estoy bien —su tono pareció incluso vacío, pero lo prefirió así.
Avanzó rápido, sin mirar atrás si quiera.
—¡Espera, Kikyō! —Por supuesto, Kagome emprendió marcha tras su hermana, creyendo totalmente inadmisible dejar las cosas así—. Kikyō.
Pero ella no quería hablar más.
No quería despedirse, pero tampoco arreglarlo.
«Lo siento, Kagome, habría querido que fuera de otra manera»
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Mientras sus manos se deslizaron sin más por entre su pequeño bolso metiendo cosas según lo que Kikyō le había dicho que guardara, se detuvo para observar esa habitación que había sido suya desde que tenía memoria. Sonrió, melancólica, mientras inspiraba hondo. Caminó hasta su caja fuerte, la abrió y sacó lo único que tenía: la caja de terciopelo con el anillo dentro. Se sentó en la cama lentamente mientras lo apreciaba, cerró los ojos con fuerza y lo olió como si en él hubiera quedado la esencia de Ban, recordando cada momento vivido antes de la tragedia, sintiendo cómo el corazón se le apretaba por lo mucho que le dolía y temía hacer lo que estaba a punto de intentar sin él ahí.
«Esto lo hago más por ti que por mí»
Con cuidado, y sintiendo que las nuevas lágrimas volvían a rodar por su cara, abrazó la cajita contra su pecho, volviendo a inspirar hondo para tratar de calmarse.
No podía creer que después de todo, después de tanta mierda, el momento hubiera llegado. Esos últimos días habían sido tan extraños…, algunas veces ni siquiera lograba entender lo que sucedía, se enajenaba, y Kikyō parecía saberlo, siempre con una nueva idea, siempre pareciendo segura, controlando todo como jamás la había visto, llevando las riendas incluso cuando no tenía ni un arma para defenderse si es que Naraku la llegaba a descubrir, únicamente con su cuerpo expuesto y la mente medio lúcida.
Se sobresaltó cuando alguien tocó a su puerta, así que se apresuró a guardar su objeto más preciado en un abrir y cerrar de ojos, antes de respirar, incluso.
—¿Sí? —Trató de sonar normal.
—¿Estás lista? —Respiró al notar que era la voz de Kikyō, así que carraspeó y caminó hacia la puerta para abrirle—. ¿Está todo en orden? —Preguntó causalmente, haciendo un gesto de suspicacia. Se notaba que Kikyō no había dormido la noche anterior y era obvio que se debía a lo que estaba a punto de pasar, pero también por la discusión que había tenido con Kagome, con la cual había rechazado hablar todo el día mientras preparaba todo para el gran evento.
—Ya casi —Kagura caminó hacia dentro, sabiendo que no iba a ser seguida. Lo más seguro era que no se acercaran demasiado. Después de tomar su cartera y enseñarle las armas que llevaba escondidas en las piernas gracias al vestido largo azul marino, suspiró—. ¿Segura de hacerlo? —La miró directamente, Kikyō parecía muy concentrada en los detalles.
—Incluso si no lo estuviera, no hay marcha atrás —declaró, segura de lo que decía, sincera—. Te espero abajo, iré con Naraku —le avisó entonces antes de hacer un gesto con la cabeza como «hasta luego».
—Nos vemos abajo.
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Sus contorneadas piernas modelaban el modelo finísimo del vestido negro que portaba, hacía que los elegantes tacones resonaran contra el porcelanato beige de camino a la estancia que buscaba. El cuerpo entero se había tornado helado por sus emociones, pero trataba de mantenerse lo más fuerte que podía, concentrada en sus objetivos, tratando de desechar todo lo negativo que había pasado el día anterior. Después de la discusión con Kagome, había apagado el celular y se había ido a su departamento, botó la pizza que había comprado para la dos y después trató de tener una noche normal para estar lista al día siguiente; inútil. En la mañana había estado ocupada en la empresa, frente a todos los detalles; las únicas veces que había prendido el celular habían sido para hablar con Naraku y comunicarse con sus padres, quienes, claramente, no tenían una miserable idea de lo que estaba ocurriendo. El corazón se le había apretado tantas veces ese día, que sentía que no tenía espacio para más emociones. Llevaba días sin poder dormir; entre todo ese tiempo quizás haría una noche entera si sumaba todas las escasas horas que lograba dormir. Se preguntaba cómo su cuerpo podía soportarlo.
Detuvo su andar frente a las enormes puertas del despacho y respiró hondo antes de proseguir. Con ambas manos, tomó las manijas de la entrada y abrió, revelando el despacho, casi majestuoso. Con su mirada buscó a Naraku y allí lo divisó, viéndola desde atrás con un habano entre los dedos. No había tocado, sabía que la miraba por eso. El corazón de Kikyō pareció volver a acelerarse y se odió tanto por cómo reaccionaba a verlo ahí, con ese increíble cabello suelto, el traje de noche tan fino y esa presencia tan característica. Las piernas parecieron perder estabilidad y tuvo que obligarse a carraspear antes de entrar por fin y cerrar la estancia para tener privacidad.
Naraku no le dijo una palabra, únicamente la vio avanzar hasta él con ese porte, luciendo el vestido, con el cabello inusualmente atado a una ponytail. Desde que Kikyō se había «unido» a su organización, cada uno había trabajado por su lado, casi no se veían, casi no hablaban y si lo hacían, era para tratar temas de la empresa y demás, sin embargo, el ambiente siempre era tenso y desagradable, podía ver en los ojos de Kikyō la ira y el desprecio, la frialdad, y en él también la había, ya que era obvio que después de lo de Bankotsu, todo se había acabado entre ellos, que tenían que convivir por conveniencia, que ambos se despreciaban, más que todo él, ya que solo le había traído problemas con su presencia. Todo entre ellos había sido malo, ninguno confiaba en el otro, incluso hasta hacía poco, y aunque ya no era tan desagradable solo escuchar el nombre de cada uno, las cosas no dejaban de ser tan extrañas.
Pero ese día… Naraku miraba a Kikyō acercarse más y el cuerpo parecía empezar a sentir algo, como cuando un panal de abejas es atacado y comienzan a reaccionar; por dentro, la sangre parecía despertar como si todo ese tiempo hubiera estado muerta. Kikyō había perdido el control; su mente, al parecer, idiota, había bloqueado todo ese odio y repulsión por él para reemplazarlo por una tensión extrañamente agradable, con algo que nacía en su vientre y subía hasta la garganta, le dificultaba la espiración y se mezclaba con sus ganas de negarse a seguir experimentando aquello. Quizás era que ambos se hallaron atractivos después de todo o era que simplemente estaban confundiendo las sensaciones.
—¿Por qué entras así? —Le preguntó después, notando que su voz sonó ronca.
A Kikyō la recorrió un escalofrío; tenía miedo, a pesar de todo, seguía espantada de lo que él era capaz. No quería recaer, sabía que podría besarlo en ese instante sin tener control de sus actos, pero no quería hacerlo más. Recordó su discusión con Kagome y le pareció irónico que estuviera sintiendo eso en ese momento justamente, haciendo homenaje a las acusaciones de su hermana, que tanto había pensado que eran injustas.
Después de todo, su hermana menor tenía razón.
—Qué más da —se acercó tanto a él, que sus caras casi se tocaban, invadiendo el espacio que hacía tanto no tomaba. Darle a Naraku un cacho de confianza en ella a través del contacto físico era la única arma que podría usar a su favor para despistarlo todavía más—. Kagura dice que bajará pronto.
Él siguió viéndola con esa frialdad característica, aunque sus expresiones demostraban lascivia. Se enderezó de forma sorpresiva, giró apenas para dejar descansando su habano sobre el cenicero, la colocó a un lado de él, le dio la vuelta y acorraló contra el escritorio. Kikyō gimoteó, sus piernas volvieron a temblar y su vientre dolió, dolió de forma no molesta. Se detuvo con las manos sobre la madera y poco después empezó a sentir cómo las manos masculinas invadían sus piernas por debajo de la ropa, sin ningún tipo de permiso.
Maldito fuera, no entendía cómo había dejado que llegara a ese punto con ella, a tocarla sin preguntar, solo a hacerlo. Y aún así, estando consciente de su decadencia, no pudo detenerlo.
—Parece que no llevas ningún arma —le dijo cerca del oído, su voz se tornó todavía más ronca. Llegó hasta el inicio de los muslos y con cuidado palpó la piel lisa. Kikyō no pudo moverse, no pudo detenerlo.
El olor de ella parecía un gas venenoso extendiéndose por todo su alrededor, sin poder exterminarlo; aquello le causaba sentimientos contradictorios. La soltó entonces, dejándola libre y con el vestido nuevamente cubriéndole las extremidades.
—No sé a qué ha venido eso —protestó cuando por fin pudo moderar su voz y calmó sus latidos acelerados, regresando su compostura. Sentía tanta frustración por seguir siendo una imbécil.
Naraku volvió a por su fiel compañero, fumándolo como si le fuera a ahogar el fuego que tenía por dentro. Después de que Kikyō volviera, Kagura parecía haber vuelto también, al menos mínimamente, a la vida; al fin aparecía una chispa minúscula de su tan característica audacia, así que eso era conveniente. Después de que Kikyō sirviera para recuperar más del ánimo normal de su secuaz, tenía pensado mandarla lejos del continente con toda su familia si le era posible, porque no quería tenerla más cerca de él, esa mierda ya no podía ser posible. No más.
Antes de que alguno de los dos volviera a decir algo, tocaron de nuevo a las puertas.
—¡Siga! —Ordenó desde su lugar.
Por instinto, Kikyō miró hacia la entrada, mientras arreglaba su vestido de más, como una forma de asegurarse que todo estuviera en su sitio y no precisamente lo que cargaba puesto.
—Estoy lista para irnos —avisó Kagura, con las manos hincándole, pero decidida.
Era hora de arriesgarlo todo; por ella, por todo lo que había vivido y deseado siempre, por mejorar un poco la vida de mierda que llevaba, pero más que todo, quería arriesgarlo todo por él.
«¡Vive todo lo que puedas por los dos!»
Por Bankotsu.
Continuará…
Parece mentira que cuando más oscuro se ve el fic es cuando más pronto está por terminar.
Holaaaa, he vuelto, reinas mías. Parece que el anterior capítulo estuvo cargado de muy fuertes emociones para ustedes, lo pude ver en sus mensajes. Creo que la mayoría se preguntaba por qué Kikyou estaba enojada, espero que este capitulo haya explicado mejor sus sentimientos. No es solo lo que pasaba con InuYasha y Kagome, ella también estaba reflejando su culpa, frustración y miedos en ellos, por eso tanto escándalo xD
Les dejo besos enormes a: Susanisa, Rosa Taisho, Vanemar, Marlenis Samudio, Karii Taishō, MegoKa, XXlalalulu, Rocio K. Echeverria, agus-chan874, Rodriguez Fuentes e Iseul c-137.
