«Cada vez sucedes de nuevo para mí.»

—Edith Wharton.

La situación era tan tensa que decir que se podría cortar con tijeras sería un eufemismo. La mirada nerviosa de Aioria saltaba sin parar desde su compañero de armas a la Kunoichi y viceversa. No estaba orgulloso de decir que ya estaba acostumbrado a que el ambiente se tornase pesadísimo cada vez que esos dos compartían siquiera el mismo aire. Pero esta vez la eterna pelea entre ellos había alcanzado un nuevo nivel.

—¿Qué haces aquí? —espetó Saga en tono agresivo.
—¿Por qué tendría que decírtelo? —sentada con su postura perfecta y sin dignarse a mirarlo Mei Ling hacía ademán de revisar sus uñas. Su actitud tan altiva siempre lograba sacar de quicio al geminiano a una velocidad aterradora.
—Porque soy protector de Athena y no debo permitir que cualquiera entre a las doce casas. Menos alguien como tú.
—¡Saga! —regañó Aioria.

La mujer sencillamente rió irónica, como si Saga hubiese dicho una descarada mentira, y al fin se puso de pie y se dio la vuelta para enfrentar sus felinos ojos azules con los severos verdes del Santo de Oro.

—No es que merezcas que te diga. Pero la Señorita Saori me llamó para que hablase con ella —esbozó una sonrisa que era cualquier cosa excepto cordial—. Y en cuánto a lo que dices con lo de "alguien como yo". Actúas como si tuvieses algún derecho de juzgar mis acciones.

Saga frunció el ceño incluso más que antes y el leonino se tensó. Indeciso sobre si debía decir algo o era mejor no intervenir en aquella batalla de miradas que había visto ya tantas veces. Si su hermano estuviese presente seguro habría evitado que las cosas pasasen a mayores entre Saga y Mei Ling. Pero en esos momentos en los que Aioros no estaba allí era imposible no notar como las cosas a ésta velocidad amenazaban con quebrarse.

—Puede que no tenga derecho —bramó el geminiano—. Pero puedo reservarme la libertad de andar con cuidado contigo. Alguien que ni siquiera parpadeará antes de atacar por la espalda a quien mostró confiar en ti.

La expresión de la mujer se endureció, se echó el cabello azulado detrás del hombro y después se cruzó de brazos.

—Déjame informarte, querido —lo último lo dijo con tanta sorna que se pudo ver cómo Saga apretaba el puño— que has llegado catorce años tarde con tu presunta misión de proteger a la Señorita Saori. Cuando en tiempos pasados siquiera ver por su seguridad era lo último en lo que pensabas. Deja de jugar a la víctima de tus circunstancias —ella rió pero al instante su sonrisa desapareció, su mirada se llenó de frialdad—. Ya todos aquí han visto quién eres en verdad.

Aioria por instinto se acercó a toda velocidad al ver como Saga se tensaba y caminaba hasta quedar bastante cerca de Mei. Esta alzó la mirada para volver a encontrarse con la del geminiano, no dispuesta a dejarse intimidar.

—Tú no sabes absolutamente nada de mí para hablar de mis pecados del pasado —dijo Saga lento y amenazante. Como si se contuviese todo lo que le era posible para no ponerle una mano encima a Kunoichi frente a él—. No tengo posibilidades de regresar al pasado y corregir mis crímenes cuando no era dueño de mí mismo.. Pero tú —dio un paso hacia el frente y la mujer tuvo que retroceder un paso también—. Siempre fuiste dueña de ti misma cuando mataste a tus amantes ¿No es así?

Esta vez fueron los ojos de Mei los que se llenaron de ira y sus dedos largos se apretaron contra la piel de su brazo.

—Tú tampoco sabes nada de mí como para afirmar algo así.

Esta vez le tocó a Saga dejar ir una risotada sarcástica.

—¿Acaso crees que es un secreto? ¿Crees que ese título de "Sirena" que te pusieron en las calles de Rodorio nos pasó desapercibidos? Y la verdad es que eres exactamente igual a las Sirenas... Encantas a las personas y cuando ya no te sirven les quitas la vida. Las dejas cuando más te necesitan... ¿O eso no es lo que estás haciendo con Aioros?
—¡Saga ya basta! —esta vez Aioria se posicionó entre ambos— Si sólo querías cruzar cruza. Pero no tiene sentido ponerte a pelear ahora con la señorita Mei ¡Y eso mi hermano se los dijo cientos de veces!
—Está bien, Aioria —habló Mei en un tono que pretendía ser dulce. Pero era evidente como temblaba, si era ira reprimida o su fachada estaba flaqueando. No podían estar seguros—. Me gustaría oír a Saga repitiendo lo que acaba de decir.

Saga apartó a Aioria. —Lo diré todas las veces que quieras y también te advierto. Aléjate de Aioros y de todos.

Mei se permitió sonreír de manera extraña, como diversión mezclada con rabia.

—¿Por qué debería hacer lo que tú me dices?
—Porque Aioros no es tu juguete y nadie aquí en el Santuario, incluida Athena, está dispuesto a serlo —contestó el ex-patriarca casi gruñendo—. Búscate otra víctima con la cuál divertirte.
—No deja de parecerme gracioso el como tú de todas las personas me acusa a mí de jugar con la gente —contraatacó la de ojos azules— ¿Qué fue lo que hiciste durante trece años que usurpaste el puesto de Patriarca? Después de acabar con quien dices estar protegiendo de mí ahora mismo.

A estas alturas Aioria sólo podía mirar impotente la discusión esperando a que todo estallase por completo. A diferencia del arquero él nunca había sido bueno como mediador o alguien con la habilidad de detener una inminente pelea en la que ninguno de los dos parecía dispuesto a dejar las cosas por la paz. Al menos no hasta darle un golpe fatal al otro.

—Al menos yo intento proteger a Aioros de un daño mayor al que le hice en el pasado. Uno que tanto yo como los demás sabemos que eres capaz de hacerle —volvió a acercarse a Mei. Quien en todo ese tiempo había permanecido de brazos cruzados y ahora sus uñas amenazaban con cortar la piel de su brazo hasta hacerlo sangrar— ¿Qué me dices tú? ¿Alguna vez has tenido algo qué proteger? ¿Alguna vez te ha temblado la mano al apuñalar a alguien que sabías que te amaba? ¿Alguna vez amaste siquiera?

Mei apretaba los labios con tanta ira que estos parecían ponerse pálidos, tenía la mandíbula tensa y en general todo su cuerpo estaba rígido. Saga sonrió interpretando a su manera su silencio.

—Eso pensé... —dijo en voz baja— Así que hazme caso y aléjate de Aioros. Él es la persona que menos merece en este mundo caer en tu juego de seducción. Y no abuses de la piedad de Athena que te abrió los brazos sabiendo lo que eres. Búscate alguien más vulnerable que sí quiera besarte los pies porque aquí estamos hartos de víboras rastreras.

Después de eso Saga salió de la Casa de Leo, empujando con el hombro a la mujer de cabellos negros que seguía en la misma postura, con la misma expresión y la mirada ahora perdida. Una vez el Caballero de Géminis desapareció Aioria esta vez sí se permitió acercarse.

—¿Todo bien, señorita Mei? —preguntó con una timidez poco habitual en él. Una pregunta tonta sabiendo que ella estaba lejos de parecer bien. Nunca lo estaba luego de haber tenido algún encuentro con Saga.
—Siento que hayas visto eso, Aioria —respondió Mei sin mirarlo. El leonino alcanzó a notar como su voz sonaba... Cristalizada—. Mejor me voy. Ya te causé un disgusto muy grande.

Aioria ni siquiera alcanzó a contestar porque ella, con su velocidad antinatural había desaparecido ya.


Mei llegó a su casa a un tiempo mucho más corto de lo normal, pero que para ella se había sentido como una eternidad. Se metió en su habitación y cerró la puerta casi que azotándola, se sentó en la cabecera de su cama y seguido de esto empezó a llorar. Empezó a llorar con tanta fuerza que se avergonzó de sí misma, ni siquiera sabía —o al menos no estaba segura— por qué exactamente estaba llorando.

Saga no le había dicho nada fuera de lo común, fuera de lo que ella estaba acostumbrada a oír incluso de su propia madre quien siempre la alentó a reprimir todo lo posible sus pasiones para que no interviniesen en sus objetivos o la pusiesen a ella misma en riesgo en el peor de los casos. Lo había oído hasta de personas en la calle o gente con la que alguna vez habría tenido una "aventura". Decían que era imposible llegar a ella, que podría ofrecerle todo a alguien excepto amor real o que al menos fuese sano. La llamaron ramera sanguinaria incluso, que ofrece sus caricias a cambio de sangre. Y nada de eso era mentira.

¿Pero insinuar que todos sus sentimientos, que su amor era mentira?

Ensimismada en su llanto. La mujer se sobresaltó cuando sintió un peso ajeno sobre su cama y una mano grande y cálida apoyándose en su rodilla. Alzó la mirada, con su rostro lleno de lágrimas y sus ojos se encontraron con otro par de ojos demasiado verdes. Pero estos eran infinitamente más cálidos que los ojos de Saga. Él estaba ahí, sentado en el borde de la cama y apretándole la rodilla en gesto de apoyo, y mirándola con tal ternura que su corazón se encogió.

—Aioros... ¿Qué estás haciendo...
—Aioria me contó todo lo que pasó —la interrumpió el arquero—. Sinceramente hasta a mí me sorprende que te haya afectado tanto.

Había otra cosa instalada en el pecho de Mei. Era una inseguridad. Un miedo que no sabía que tenía hasta que el geminiano lo sacó a la luz.

—Aioros... —murmuró la híbrida— ¿Tú crees que... Mis sentimientos hacia ti y Aioria y la señorita Saori son una mentira?
—¿Por qué debería creerlo? —respondió Aioros con otra pregunta— Tendrás métodos cuestionables para hacer las cosas. Pero jamás le fallaste a Athena cuando pidió tu ayuda, jamás nos diste la espalda aunque tú misma estuvieras en riesgo. Jamás perdiste la fe en nosotros —el castaño le acarició la pierna y la joven se encontró reprimiendo un escalofrío, su corazón se alborotó y sus mejillas se encendieron más de lo que ya estaban por el llanto—. No encuentro motivo para pensar que tu afecto hacia nosotros es fabricado por alguna conveniencia.
—Yo... Yo... Saga... —empezó a balbucear la joven.
—Sea lo que sea que haya dicho Saga no creo que lo haya dicho en serio —la fémina miró al castaño con incredulidad y extremo escepticismo. Aioros carraspeó y reconsideró sus palabras—. No creo que lo haya dicho con intención de lastimarte... —de nuevo la mirada incrédula de la fémina que lo silenció un momento— ¡Olvidemos a Saga! Que lo que él diga está lejos de definir lo que eres realmente.

De nuevo la Kunoichi tenía un nudo en la garganta. Tan apretado y doloroso que no se atrevió a hablar por miedo a que las lágrimas saltasen con agresividad otra vez. Aunque ya algunas le empezaban a bajar por las mejillas contra su voluntad.

Aioros quitó la mano de la pierna femenina, pero sólo para subirla y tocar con cariño unos mechones que le caían sobre el rostro a Mei y ponérselos detrás de la oreja. Un gesto hasta cierto punto acostumbrado cuando la quería consolar.

—Tú tienes corazón. Y es de los más hermosos que conozco.

Eso fue la gota que derramó el vaso. La muchacha apoyó el rostro en la mano de Aioros y rompió de nuevo en llanto con la misma violencia con la que antes había empezado. Ya no se interesó en comprender la razón de su llanto y simplemente se dedicó a sacar todo lo que no sabía que Saga con sus palabras había desencadenado. De cierta forma no podía evitarlo. Porque cuando estaba cerca el arquero siempre se sentía a salvo, libre de mostrar lo peor de ella sin ser juzgada o sin ser mirada con extrañeza o hasta repulsión.

Por su parte, Aioros con la mano que tenía libre la jaló lentamente de la muñeca y la apegó a sí para luego rodearla con sus brazos, con todo el cariño del mundo como si ella estuviese hecha de vidrio. Pegó los labios a los mechones oscuros y llevó la mano que antes estaba en la mejilla femenina a las largas hebras. Acariciándolas con el mismo cuidado, casi desenredándolos.

Así se quedaron. Ella lloraba y él la abrazaba en silencio.

Pero Mei hasta llorando ahora se sentía cálida. Se sentía feliz y sin miedo a nada. Algo que sólo pasaba cuando él estaba a su lado y más cuando la trataba con tal ternura y tacto. Era sólo una de las tantas cosas que la habían enamorado.