«Todo lo que necesitamos es confianza.»

—Charlie Brown.

—No... —murmuró Shura.

—Puede... —continuó Ikki.

—Ser... —acabó Aioria.

Lo que estaban viendo era a la Kunoichi, la misma de mirada felina y ademanes seductores que en algún momento los había puesto tan nerviosos cuando llegó al Santuario, sentada en un sillón en una amplia zona del orfanato con un niño de al menos cinco años sobre su regazo, y al mejor estilo de programa animado navideño les estaba leyendo un cuento a otro grupito de niños sentados en el suelo a su alrededor, los mismos a los que los tres Santos solían encontrar jugando y gritando estaban rectos y totalmente concentrados en la historia.

Afuera estaba lloviendo, cosa que podría explicar por qué las puertas estaban cerradas y ningún huérfano andaba a la vista, las luces amarillas pálidas estaban encendidas debido a lo oscuro que estaba el cielo y algunos otros niños que no estaban escuchando a la híbrida estaban ocupados en sus propios juegos esparcidos por la estancia o conversaciones en voz baja, había una mujer que estaba parada junto a una pared aparentemente haciendo vigilancia, y la chimenea estaba encendida. Todo eso daba un ambiente cálido, familiar, tanto que removía algo en los Santos de Oro y el de Bronce.

Aioria fue el primero en acercarse, no quiso admitir ante sus compañeros que tantos niños sentados alrededor de Mei lo habían hecho interesarse también en de qué trataba la historia, pero Ikki no tardó en seguirlo y Shura también luego de darse cuenta de que lo habían dejado solo.

—"Contigo, ya no tendré de qué preocuparme." Expresó Li Bao con satisfacción. Desde esa noche ellos constituyeron una íntima pareja —leía Mei, parte en la que algunas niñas que escuchaban suspiraron soñadoras y algunos niños y una que otra niña hicieron ademanes de asco—. Al día siguiente ella le dijo a Li Bao...

Mei se calló de pronto y levantó la vista del libro para toparse con Shura, Ikki y Aioria también observándola con atención. Les sonrió.

—Hola, muchachos ¿Qué hacen aquí?

La interrupción repentina de la historia hizo que el niño sentado en las rodillas de Mei y los que estaban a su alrededor también se girasen a verlos, todos jadearon al mismo tiempo.

—¡Son los caballeros del Santuario! —exclamó uno.

Al instante todos se pusieron de pie y rodearon al trío de Santos, incluso el pequeño saltó del regazo de la mujer para verlos mejor y comenzaron a hacerles cientos de preguntas. Shura y Aioria no estaban seguros de cómo actuar, mientras que Ikki...

—¡Oye suéltame! ¡Déjame! ¡Hey, no me toques ahí! —intentaba quitarse de encima las manitas de los pequeños que trataban de trepársele. Mei notó esto y frunció el ceño mientras se ponía de pie.

—No les hables así, Ikki. Son más pequeños que tú.

Aioria lo codeó y también lo miró con reproche: —¡Es verdad! Métete con alguien de tu tamaño.

El Santo de Fénix los fulminó a ambos con la mirada y luego dijo.

—¡Entonces quiténmelos de encima!

—¡Muy bien, niños! ¡Quietos, déjenlos respirar! —la mujer que estaba dando vigilancia en la esquina se acercó con aire autoritario, probablemente atraída por el repentino escándalo, los pequeños enmudecieron al instante.

—¡Mire, señorita Lou! ¡Son caballeros del Santuario! —dijo alegremente uno de los niños.

—Lo puedo ver, Tom —respondió la mujer con una indiferencia que hasta a los mismos hombres los desconcertó—, pero... —la mujer terminó su frase con un simple Shhh y luego volvió a su lugar sin quitarles la vista de encima.

—Lo sentimos —dijeron todos los niños al mismo tiempo.

Una niña se acercó a Aioria —quizá el que le transmitía más confianza por sus facciones no tan serias— y llamó su atención jalándole el pantalón, cuando Aioria bajó la vista se topó con unos enormes ojos negros y cabello corto claro, la pequeña sostenía una muñeca de trapo que estaba bastante remendada.

—¿También vinieron a escuchar el cuento? —les preguntó con toda inocencia.

Esa pregunta activó las alarmas para los tres Santos quienes vieron su orgullo comprometido ¿Los poderosos Caballeros de Athena sentándose a escuchar un cuento para niños? Eso nunca.

—No. Sólo que estábamos patrullando el pueblo y la lluvia nos obligó a entrar aquí —contestó Shura en tono tan seco que la niña se intimidó y Aioria al instante le dio un codazo.

—¿Entonces por qué se acercaron aquí? —inquirió esta vez un niño que parecía ser de los mayorcitos de aquél montón.

—Nos sorprendió encontrarnos a la Señorita Mei aquí —eso no era una mentira, tampoco comprometía su orgullo, así que Aioria e Ikki asintieron.

—¿Quieren quedarse? —les preguntó otra niña, y para ser honestos, sería un crimen decirles que no a tantos ojitos de ciervos fijos en ellos.

—De acuerdo —murmuró con vergüenza Aioria.

—¡Sí! —gritaron con emoción todos los niños, pero al instante se disculparon cuando la empleada de antes los volvió a silenciar.

Todos volvieron a sentarse en sus lugares e hicieron que también Aioria, Shura e Ikki se sentaran en el suelo como la última "fila", el más pequeño de todos se trepó de nuevo al regazo de Mei y muchos agarraron peluches y juguetes como si también fueran oyentes.

—Puede comenzar de nuevo, señorita Mei —dijo dulcemente la niña de ojos negros abrazando su muñeca. Mei le sonrió con similar ternura y abrió el libro para volver a leer donde se había detenido.

El encanto de la voz de la Kunoichi no se limitaba sólo a su canto, y de eso se dieron cuenta los tres Caballeros cuando Mei empezó a leer la historia de tal forma que incluso a ellos los enganchó. De este mismo modo pudieron darse cuenta en verdad de cuánto cambiaba la mujer cuando no estaba en el Santuario con su máscara de femme fatale, la confianza que los chiquillos parecían tenerle era tal que cuando Mei le dio un toque en la nariz al que estaba en su regazo este estalló en risas.

En un principio cuando la vieron así sintieron como la impresión que habían tenido de ella se derrumbaba por completo e incluso pensaron que la habían juzgado mal. Aquella mujer era tan silenciosa con respecto a su vida fuera del Santuario que la única pista que habían tenido por mucho tiempo de esto mismo eran las acciones más turbias que ejercía con tal de sobrevivir. Era la última persona a la que habrían imaginado sentada dentro de un orfanato, leyéndoles a los niños y con uno de ellos cómodamente sentado en su regazo.

—Señorita Mei, muchas gracias por el juego de sábanas nuevo. Gigi está mucho más cómoda y se está recuperando mejor —apareció de repente otra empleada interrumpiendo la lectura.

—¡Sí! ¡Son muy calientitas! —exclamó otro niño, a lo que Mei sonrió con cierta vergüenza, mandó una rápida mirada a los Santos que estaban frente a ella y luego se dirigió a la mujer.

—Ha sido un placer —dijo en voz baja la Kunoichi—. Pero hablaremos de esto después de la lectura ¿Puede?

—Oh sí, cierto —la joven saludó con la cabeza a Shura, Aioria e Ikki que sólo asintieron—. Disculpen la molestia. Me marcho.

Y eso sin duda se lo esperaban mucho menos.

Menuda sorpresa que la hija de la reina del invierno les hubiese podido esconder el corazón sorprendentemente cálido que poseía.


Para Aioria era bastante difícil callarse ciertas cosas, más aun tratándose de su hermano mayor. Por eso cuando la lluvia escampó y él, Shura e Ikki pudieron regresar al Santuario lo primero que hizo fue contarle a Aioros lo que acababa de ver en el orfanato, la mandíbula casi se le cayó cuando lejos de sorprenderse Aioros le sonrió y dijo.

—Sí, yo estaba igual de impactado que ustedes cuando la vi.

Aioros le contó la ocasión en la que la vio jugando con los niños, en la que vio los juguetes y regalos que les había llevado a los pequeños e incluso la confianza con la que las encargadas trataban a la mujer. Aioria, con la boca abierta, no pudo evitar comentar que no parecía la misma híbrida que había reconocido cortar gargantas a personas para poder mantener su vitalidad, y Aioros se había colocado serio, casi sombrío mientras decía.

—Sí tiene sangre demoníaca pero también tiene sangre humana, Aioria. Athena debió dejártelo muy claro.

Lo dijo con tanta severidad que Aioria bajó el rostro, repentinamente avergonzado, y se disculpó por lo que había dicho, pero la impresión no se le quitaba todavía. Sin embargo, agradecía que esta impresión sí fuese buena, que para variar una cara oculta de una persona le hubiese traído calor al corazón.

Por esto mismo, cuando él y Mei estaban en la casa de Sagitario esperando a Aioros y Saga entró, pidiendo permiso para entrar. Un escalofrío recorrió con más fuerza al leonino al sentir el ambiente helarse al instante.

—¿Dónde está Aioros?

—¿Por qué quieres saber? ¿Quieres enterrarle otro cuchillo en la espalda? —habló la Kunoichi con el mismo veneno de siempre, pero que se sintió incluso más ácido para Aioria por algún motivo.

—Señorita Mei —la regañó en voz baja el Santo de Leo.

—¿En qué te beneficia provocarme, Mei Ling? —contraatacó Saga con similar agresividad— ¿Vienes por mi sangre? ¿Estás sedienta o algo así?

Ella, cruzada de brazos soltó una risa burlona.

—Ni aunque estuviera agonizando probaría tu sangre repugnante.

El puño de Saga se estrelló contra una mesa cercana, los adornos cayeron y de milagro la madera no se agrietó.

—Recuerda que no eres totalmente demonio, Mei Ling —siseó amenazador el geminiano—. Aún eres lo suficientemente humana como para que te mate si así lo quiero.

Ella le devolvió la mirada, con similar frialdad y aire desafiante.

—Hazlo entonces. Sería un honor para mí morir a manos del legendario Géminis —dijo lo último con tono sarcástico—. De hecho ¿Qué esperas? Mátame ahora si te atreves.

El puño de Saga empezó a temblar.

—¡Ya es suficiente!

Aioria casi llora de alivio al escuchar a su hermano desde las escaleras y verlo bajando las mismas con rapidez. Se posicionó justo entre ellos pero encontrando su mirada con la de su compañero.

—Puedes pasar, Saga. No te enfrasques en peleas innecesarias.

Saga frunció profundamente el ceño, de hecho parecía que una vena se le marcaba.

—¡Ella me buscó pelea, Aioros!

—Entonces no le des el gusto y ya, Saga —contestó Aioros—. Como te dije, puedes pasar. Arreglaremos esto luego ¿Sí?

Ambos Caballeros chocaron miradas por un momento, hasta que Saga cedió suspirando profundamente y cerrando los ojos. Él tampoco tenía ánimos para soportar el ácido de la Kunoichi, la miró con gesto de odio y luego volvió a ver a su compañero.

—Como quieras —dicho esto Saga cruzó velozmente el templo de Sagitario.

Tanto Aioria como Aioros dejaron escapar el aliento que habían estado reteniendo sin darse cuenta, Aioros se giró a ver a la mujer a la que antes le daba la espalda y ella sólo le sostuvo la mirada unos segundos antes de esquivarla. Rato después, estaban en la sala bebiendo café, aunque ella no tocó el suyo en ningún momento.

—Puedo entender que tenga sus roces con Saga, señorita Mei. Pero tampoco tiene sentido meterse en esa clase de líos.

Ella apartó la mirada de su taza y le sonrió con ternura al menor. Aunque Aioros no sonreía igual.

—Aioria tiene razón, Mei —intervino el arquero—. Saga no cae en amenazas vacías, realmente pudo haberte matado ahí delante de Aioria y yo ni siquiera me hubiera enterado.

Ella no dejó de sonreír, pero bajó la mirada mientras que con sus dedos trazaba figuras en la mesa y en la taza de café intacta.

—No se preocupen, yo lo sé —respondió la mujer con tono indulgente—. Saga tiene el poder para destrozarme con un dedo, pero lo que le falta es coraje.

—Se equivoca —Aioria negó con la cabeza—. Saga es de los más intrépidos en la Orden, él...

—Puede ser valiente en la guerra, Aioria —lo interrumpió Mei—. Pero no tiene más que dar. Fuera del campo de batalla es un gatito exigiendo validación, pero es bueno ocultando eso.

—Pero...

—¿Podemos cambiar de tema? —preguntó la fémina.

El leonino abrió la boca para replicar, pero su hermano mayor le lanzó una mirada de advertencia en señal de que él tampoco quería seguir hablando de eso. A Aioria no le quedó más que asentir.

—¿No te gusta el café, Mei? —preguntó Aioros tras un rato de silencio.

—Huele delicioso —sonrió ella—, pero arruina mi sueño. Siento no habértelo dicho antes.

—¿Tiene problemas de sueño? —inquirió ésta vez Aioria.

—De vez en cuando —explicó ella. Apoyó el codo en el brazo de la silla, su mentón en la mano y cambió de lado sus piernas inclinadas—. Cuando mi casa se siente demasiado vacía.

—Creo que la entiendo —respondió Aioria.

Un minuto de silencio, esas palabras de Aioria significaban más de lo que parecía y se podía notar que Aioros lo sabía por la fuerza con la que sostenía su propia taza.

—Mei ¿Te puedo preguntar algo? —cuestionó el arquero, ella lo volteó a ver sin cambiar su posición, con el cariño que había desaparecido con la llegada del geminiano.

—Lo que quieras.

—Una vez me dijiste que te hiciste independiente desde los diecisiete —comenzó Aioros en un tono que pretendía ser casual, pero su ceño serio no decía lo mismo—. Pero no quisiste decirme con quién estuviste, quién te cuidó mientras tanto y para empezar porque viniste aquí sin tu madre ni nadie ¿Por qué y por qué tan joven?

—Porque escapé de casa —soltó ella sin anestesia alguna.

Aioria, que bebía de su café lo terminó escupiendo de la impresión, incluso llegó a pensar que algo se le había salido por la nariz.

—¡¿Cómo... Cómo que escapó?! —exclamó entre toses el menor— ¡¿A los diecisiete?!

—Así es —ella sonrió con diversión—. No piensen que simplemente salí de ahí sin tener ningún plan, me llevó meses planearlo todo, reunir dinero, buscar transportes adecuados, aprender a hablar el idioma decentemente. Nada de eso me importó, sólo quería salir de ahí.

El rostro de ella se ensombreció detrás de su cabello oscuro.

—¿Y cómo sobreviviste? —preguntó esta vez Aioros.

—Acepté durante el viaje trabajos de artesanía o en posadas para poder subsistir —explicó la híbrida, ahora apoyó sus manos sobre su regazo—. En una de ellas descubrieron que me defendía en el escenario y la dueña estuvo dispuesta a instruirme en artes escénicas cuando mi actuación trajo más popularidad al local. Casi no logro salir de ahí —ella se rió—. Le hacía tanto dinero que no quería dejarme ir, pero me dejó una recomendación cuando le dijeron que podría darle indirectamente prestigio si la gente sabía dónde maduró mi talento.

—Y por eso pudiste hacerte actriz profesional —murmuró Aioros, ella sonrió, pero sus ojos no lo hicieron.

—Exacto.

Otro silencio, aunque Aioros volvió a aventurarse a preguntar.

—¿Cuánto tiempo te llevó eso?

—Contando los años de entrenamiento y quitando los años trabajando en otras cosas, y el tiempo que me llevó ser aceptada en el teatro de Rodorio alrededor de... —ella frunció el ceño, miró al techo y se llevó la mano al mentón— ¿Diez años? No lo sé. El tiempo no me interesaba y no soy buena calculando... Espera, llegué aquí con ventitres y...

Mei empezó a contar con los dedos de sus manos y luego alzó la vista y dijo.

—Sí, diez años. Tardé un año en encontrar trabajo en el teatro de Rodorio.

—Una última pregunta, Mei ¿Por qué aquí? Digo ¿Por qué decidiste llegar aquí? —le cuestionó el arquero.

—¿Obra del destino? —ella intentó dejar salir una carcajada, pero se calló al ver la forma en la que los hermanos de fuego la miraban y prefirió responder como era debido— Conocí a una persona mientras estaba trabajando, ella me guió hasta aquí cuando le dije que quería estar lo más lejos posible de Japón, y me apoyó todos estos años para lograr establecerme.

El color regresó al rostro de ella y también la sonrisa, con ambas manos acomodó su cabello tras sus orejas.

—De hecho gracias a ella avancé rápido dominando el idioma, si no fuera por ella no podría hablar griego tan... Tan fluidamente. Le debo demasiado.

—¿Cómo se llama?

—Towa, todavía estamos en contacto, afortunadamente.

El nombre de la aparente guía de Mei aligeró el ambiente entre ellos, la mujer nunca se había abierto tanto con ellos sobre lo que vivió antes de conocerlos y con todo, eso les alegró. Después la conversación pasó a temas mucho más simples y alegres hasta que el sol empezó a ponerse y Aioria anunció que tenía que regresar a su templo, se despidió de ambos, le dijo a Mei que había sido agradable hablar con ella y bajó. Al igual que la última vez Mei se quedó para ayudar a Aioros con los trastes sucios, la mayoría del tiempo en silencio porque a Aioros le seguía rondando en la cabeza todo lo que Mei les había dicho. Y seguía haciéndolo cuando decidió acompañarla hasta la salida del Santuario.

—¿No te dolió? —le preguntó el arquero cuando bajaban las escaleras.

—¿Qué dolió?

—Irte de casa sin más, siendo una adolescente —dijo Aioros y la miró con más profundidad de lo que esperaba—. Me separé de mamá a los nueve cuando Aioria tenía dos, pero yo por mí mismo no hubiera sido capaz de dejar sola a mi madre así, yo la adoraba.

—Y sé que ella a ti —ella le sonrió con dulzura mezclada con tristeza, la mujer agarró su antebrazo con una mano—. Puedo imaginarlo, debiste haber sido un hijo maravilloso, ya eres maravilloso.

—Eso no responde mi pregunta —insistió el de cabello castaño.

Mei decidió contestar, pero no lo miró.

—Claro que sí me dolió. Pero yo ya no pertenecía ahí, llevaba años viviendo sola, cuidándome sola, mi madre dejó de serlo desde que tenía catorce. Si no me iba la poca luz de sol me mataría o el aislamiento me enloquecería.

¿Por qué Aioros seguía haciendo este tipo de preguntas? No lo sabía, por cada respuesta que Mei le daba sentía que más puntas de metal le golpeaban el pecho, procesar e imaginar hasta qué punto había llegado la Kunoichi era cada vez peor. Pero tampoco quería perder despertarse mañana a que Mei le pidiera ya no volver a hablar de eso.

—¿Pasaste hambre?

—Sí, pero es una ventaja de ser parte sobrenatural, mientras tenga vitalidad de otros en mí puedo soportar el hambre humana. Hay un límite, claro, pero gracias al cielo nunca tuve que cruzarlo.

—¿Cómo...

—Digamos que no todos mis admiradores se me acercaban con buenas intenciones —le interrumpió Mei—, lo que hacía yo era cumplir su deseo... Pero te aseguro que siempre les di la oportunidad de echarse atrás y aún así insistieron.

Aioros se quedó parado, ya habían llegado al final, pero de igual forma hubiera tardado en poder moverse.

—Mei...

—Gracias por acompañarme, Aioros. Espero volver a verte —ella se empinó, le besó la mejilla y sin fijarse en su expresión empezó a alejarse— ¡Buenas noches!