«Creo que he descubierto el secreto de la vida. Simplemente quédate hasta que te acostumbres.»

—Charlie Brown.

Algo que a Aioros le desagradaba en demasía a veces era la excelente memoria de la que gozaba su amigo capricorniano, otras veces era la naturaleza excesivamente directa de éste. Esa vez Aioros se encontraba maldiciendo ambos rasgos.

Después del disgusto que se hubiera llevado con aquél grupito fuera de la tienda y que se hubiese sentado junto a Shura de nuevo, el enfado que aún conservaba en el cuerpo lo había hecho perder el control del alcohol en algún momento, por lo que al despertar de vuelta en su templo no recordaba nada. Para ser sinceros, no podía ni siquiera pensar por culpa de un espantoso dolor de cabeza, resequedad en la garganta y dolor en el cuerpo que lo hizo faltar al entrenamiento. Qué vergüenza. Normalmente no bebía tanto, más que todo por preocupación por su hermano que la mayoría de las veces, acababa borracho cuando Kanon y Milo salían en la ecuación. Pero esta vez se había pasado sólo porque una bola de tontos lo había irritado.

Sin embargo, sí podía recordar con demasiada claridad todos los comentarios y chistes degradantes que estos escupían hacia Mei, la mayoría sólo rumores sin ningún fundamento. Mei en algún momento sí le había dicho que sabía que no tenía una imagen del todo positiva en Rodorio fuera de las cuidadoras del orfanato, sus colegas de trabajo y alguno que otro admirador fuera de este ¿Ella sabía todo eso que decían de ella? Mei era una mujer lista, y mucho más sensible a lo que ocurría a su alrededor de lo que reconocía, lo más probable era que sí si se lo había dicho con esas palabras, pero no respondió cuando Aioros le preguntó por qué creía que tendrían una mala visión de ella.

Aioros tuvo que obligarse a olvidarse de eso porque el regreso de la rabia y la tristeza por Mei estaban potenciando su dolor de cabeza. No negaría que fue humillante el hecho de que Seiya hubiese aparecido para cuidarlo con genuina preocupación, pero también con una expresión de que en cualquier momento se partiría de risa al verlo tan mal por haberse pasado con el alcohol. El pobre arquero sintió su orgullo rodar por el suelo y rogó para sus adentros que la Kunoichi no llegase a encontrarlo en semejante estado. Si eso pasaba seguramente su orgullo se haría un harakiri mientras se ahorcaba.

—¿Aioros? —era la voz de Mei, y ella apareció en la puerta acompañada por Seiya. Se veía preocupada.

Aioros se obligó a forzar una sonrisa y saludarla, se recordó a sí mismo buscar sus flechas más tarde. Eran lo suficientemente afiladas como para atravesarse el abdomen con ellas.

Pero si creyó que haber sido descubierto con resaca por Mei era ya demasiado vergonzoso estaba súper equivocado. En la tarde cuando ya no se sentía tan mal fue a visitar a Shura, quien se veía extrañamente fresco, y con algo de miedo le preguntó qué había sucedido la noche anterior.

—Estabas enojado después de hablar con esas personas, y me dijiste que no podías explicármelo aún, de repente empezaste a tomar como loco y tuve que llevarte arrastrando a tu casa —él ya lo imaginaba ¿Hacía falta que se lo recordara?—. Mientras estabas consciente empezaste a quejarte de ellos, de lo que te decían.

Aioros estaba casi seguro de que no le gustaría saber lo que había dicho fuera de sus cabales, pero aun así se atrevió a preguntar de nuevo.

—¿Qué era lo que decía?

Antes de responder Shura dio un trago a su café: —Decías que eran unos imbéciles, que sólo te habían llamado para decirte mierda de la señorita Mei Ling... Sí, así lo dijiste. Mierda, y que además disfrutaste de sus caras de espanto cuando rompiste su cámara. Decías que no era justo, que creías que sólo tenían celos de ella o que quizá esos muchachos intentaron llamar su atención y estaban resentidos porque no la consiguieron. Y lo último que te escuché decir es que sobre tu cadáver alguien iba a calumniar a Mei Ling. No escuché más porque tuve que ayudar a Kanon y Aioria a controlar a Saga y a Milo, y cuando regresé estabas inconsciente sobre la barra.

Bueno, Aioros pensó que en realidad eso no era tan malo. Porque eran cosas que sí había pensado y que en realidad no se arrepentía, aunque seguía avergonzado de que toda esa perorata se le hubiese escapado estando ebrio, por lo menos no había hecho tanto el ridículo como Saga que incluso a la mesa se acabó subiendo.

Y ahora que lo pensaba, no había hablado con Saga desde la discusión en el Coliseo.

Pero lo cierto fue que Shura también le ocultó varios detalles a Aioros porque no quería que este terminase a lo mejor recluyéndose en su templo por un mes al ser incapaz de encarar a sus compañeros. No le dijo que le había hablado de ese concierto improvisado de Mei con los niños, diciéndole que se veía tan linda que las ganas de abrazarla y tomarle la cara casi le ganaban, que olía tan bonito que lo mareaba, que su voz y su risa le encantaban e incluso que no había podido ser indiferente a su figura. Al parecer las sospechas de Shura se estaban confirmando.

Desde antes había notado que Mei Ling quería a Aioros como más que un amigo, y así se lo había hecho ver a Aioros, pero este sencillamente no le creyó y Shura prefirió no tocar más el tema hasta que el mismo arquero se diese cuenta. Sin embargo, el capricorniano notó que también el comportamiento de Aioros hacia Mei estaba cambiando: Su forma de hablarle se había vuelto más cálida que antes, cuando se encontraban por casualidad en Rodorio o escalando las doce casas Aioros no se separaba de ella hasta el final del camino fuese arriba o abajo, en alguna ocasión cuando fueron a una misión en Atenas y Aioros le hablaba de la obra más reciente de Mei al de ojos verdes se le escapó que la extrañaba, aunque ni siquiera estuviesen tan lejos. Shura podría no ser muy bueno con sus propios sentimientos, pero conocía a Aioros mejor que a sí mismo y aquella ocasión en la que peleó con Saga y Aioros le explicó la razón mientras bebían le dio la razón. También Aioros empezaba a ver de otra manera a la señorita Mei Ling.

Pero de nuevo, esta vez no diría nada. Con lo terco que era su amigo podría incluso suceder algo contraproducente si simplemente lo acusaba de estar enamorado de Mei Ling, aunque no podría especificar el qué, de Aioros podría esperarse cualquier cosa.

Por otra parte, Aioros se fue del templo de Shura avergonzado y hasta cierto punto con la sospecha de que Shura se había divertido contándole todo esto —y eso que el capricorniano en realidad no le había contado todo—, pero al menos no tan humillado. Además, la caminata desde la casa de Capricornio hasta la suya propia, por más que sólo haya sido subir y bajar escaleras consiguió aliviar un poco su resaca, aunque no podía decir que el sol había sido de ayuda.

Al cabo de dos días desde aquello, Saga se apareció en su templo, entrando como esperando que lo emboscara o listo para otra pelea mayor. El primer impulso de Aioros fue el mismo que aquella vez que habían peleado en el Coliseo, salir de ahí, pero sabía que sería demasiado inmaduro evadir el problema para siempre, así que se quedó esperando lo que el geminiano tuviese que decir. Afortunadamente, Saga lo único que le dijo al respecto fue una disculpa por haber perdido el control ese día.

—Tenías razón —le dijo Saga—. No tengo ningún derecho a involucrarme en tu vida. Menos aún después de lo que te hice.

—Todo eso ya pasó, Saga —respondió el arquero. Suspiró y se alejó—. Quizá yo también me lo tomé muy a pecho.

Saga hizo un ademán como de querer tocar a su compañero, pero luego negó levemente con la cabeza y tras un escueto agradecimiento se marchó, como si se hubiese quedado con algo en la boca.

Algo que no se esperaba el Santo de Sagitario era que ese mismo día, mientras bajaba a ver a Aioria en su templo oyó las risas de Dohko y la voz de Mei cuando estaba entrando en el templo de Libra. De modo casi mecánico Aioros siguió las voces y los encontró en la sala, estaban sentados uno junto al otro mientras Dohko tenía un libro abierto en las manos y Mei observaba este con atención. Al igual que siempre Dohko notó la presencia de Aioros y al instante le sonrió ampliamente.

—¡Buenos días, Aioros!

—Buen día, maestro Dohko —contestó el castaño para luego mirar a la mujer—. Hola, Mei.

Ella le sonrió, Aioros podía jurar que no la había visto sonreírle de esa manera a Dohko, tampoco recordaba que le sonriese así a Seiya, sólo a él. Y no tenía caso mentir, lo hacía sentir bien.

—Hola de nuevo, Aioros.

Ninguno de los dos se había dado cuenta de que el Santo de Libra les había mandado una mirada de sospecha, con la ceja alzada, luego una sonrisita burlona y algo enternecida se le salió. Sus siglos de experiencia le dieron la habilidad de inferir cuando el amor estaba en el aire, y la atmósfera que percibía entre el arquero y la fémina era la misma que existía cuando Shiryu y Shunrei estaban juntos, sólo que la diferencia de madurez era también evidente.

—¿Querías pasar, Aioros?

El aludido se sobresaltó y por la expresión de vergüenza que puso Dohko pudo notar que Aioros no sabía cuánto tiempo se había quedado mirando a la muchacha, y ella ciertamente no estaba mejor, había apartado la mirada al punto de cubrirse con el cabello suelto el lado del rostro y jugaba con el instrumento junto a ella, su pipa como si tuviese algo muy interesante.

—Sí, lo siento. Debería irme.

Luego de darle una última mirada a la Kunoichi, mirada que no fue devuelta Aioros se giró para marcharse, pero ni bien había dado diez pasos cuando Dohko gritó.

—¡Puedes quedarte con nosotros si quieres!

La mujer reaccionó, se dio la vuelta a toda velocidad como si el Santo de Libra hubiese dicho algo de mal gusto y le dio una palmada en el brazo mientras le decía un tipo de reproche en chino, Dohko contestó en el mismo idioma como si se estuviese justificando o quizá burlándose de ella también, la mujer volvió a (al parecer) reclamar y ambos tuvieron una pequeña discusión que más bien parecía unilateral a juzgar por los gestos de la mujer y del viejo maestro. Aioros sólo se les quedó viendo sin saber que hacer.

No les entendía, sabía japonés y coreano, pero no chino y ya había tenido un par de vergonzosos incidentes por pronunciar mal una frase en chino. Y es que ni siquiera estaba seguro de si tenía algo que ver con él y comenzaba a sentirse incómodo ¿Debería marcharse y dejarlos solos resolviendo... Lo que fuera por lo que estuviesen discutiendo?

La mujer pareció resignarse y Dohko sonrió triunfante, luego se dirigió al Santo de Sagitario.

—Discúlpanos, Aioros. Mei-Mei está... Algo avergonzada porque escribió una canción y no quiere que nadie más la oiga todavía.

Aioros arqueó una ceja y luego miró a Mei, que seguía jugando con las cuerdas de su instrumento sin molestarse en mirarlo.

—No entiendo —contestó—. Eres actriz, Mei. Estás acostumbrada a actuar frente a muchas personas y hasta dónde supe, has asistido a dos giras ¿Por qué te avergüenzas?

En lugar de responderle Mei farfulló otra frase en chino en dirección a Dohko, quien sólo la ignoró.

—Dice que es diferente —dijo rápidamente el librano—, aún no está lista y puede que tenga errores, pero no le molesta que la escuches porque confía mucho en ti.

Dohko hizo un énfasis nada sutil en la palabra mucho, y al compás le mandó una mirada burlona a Mei que ésta no se atrevió a devolver. La Kunoichi sólo tomó en silencio su pipa y la posicionó erguida sobre su regazo, por su parte Dohko recuperó su flauta que había dejado olvidada sobre una mesilla de donde había agarrado el libro.

Aioros frunció el ceño, pero se sentó en una silla frente a ellos. Sabía que había algo que no le estaban diciendo, o más bien que estaban ocultando algo aprovechando que él no les entendía, las miradas sardónicas de Dohko, la repentina timidez de Mei. Y también algo le llamó bastante la atención en un principio.

—¿Qué esperas, Mei-Mei? ¡Empieza a tocar! —la exhortó Dohko con la flauta alineada frente a sus labios, listo para soplar.

—Sí, ya voy —respondió la mujer con tono demasiado dócil, como niña expuesta ante un montón de adultos.

La joven acercó la mano derecha a la base de su pipa y tensó la primera cuerda, luego una segunda y a la cuarta Dohko la acompañó con el sonido de su flauta. Ambos instrumentos juntos eran similares a silbidos o campanas resonando juntas. Aparte de eso Mei comenzó a cantar, antes con cierta timidez, pero cuando Dohko le dio un pequeño codazo a Mei como apresurándola ella adquirió más fuerza para cantar, también era chino, pero Aioros no se sintió igual en absoluto cuando ella estaba discutiendo con Dohko.

Si oírla cantar en su propio idioma o en inglés era conmovedor, la voz de Mei en su idioma materno, combinado con el sonido de los instrumentos lo derritió de tal forma que terminó cerrando los ojos. A su mente llegaba la imagen de una cascada de aguas pálidas, piedras blancas, árboles violáceos con hojas doradas y pasto seco, pura paz, dos enamorados tomados de la mano parados frente a la canasta, luego el hombre se paraba frente a la fémina, con sus dedos le llevaba un mechón de cabello tras la oreja y con lentitud se acercaba a darle un beso.

Aioros abrió de golpe los ojos cortando la visión, lo primero que vio fueron los ojos de Mei que permanecían clavados en él. Ésta vez el encantamiento ya no era una imagen mental, sino el rostro de la Kunoichi cuya voz seguía sonando como si fuese a conciencia, pero ella también parecía sumida en un trance con la mirada sobre la de Aioros. En medio de su canción ella le sonrió y Aioros sintió que su cuerpo se llenaba de una sensación extraña, pero cálida y placentera. Sentía miedo de apartar la mirada, incluso de parpadear y que ese dulce encanto se cortara.

Reconocía ese sentimiento; era el mismo que lo había invadido la primera vez que la vio cantar arriba del escenario, lo que sintió mientras la veía cantarle a los niños, sólo que al parecer potenciada por el hecho de que ahora la tenía tan cerca que podía tocarla sin problemas, y porque su voz, algo más aguda en su idioma materno, sonaba más natural, más sentimental, más...

Podría incluso pensar que esa canción era para él, y hasta llegó a olvidarse de que Dohko estaba tocando y los estaba observando.

En algún momento la flauta de Dohko se calló y de a poco, las cuerdas de la pipa de Mei también, sólo quedó una débil vibración en el aire y una nota baja por parte de la fémina. Aioros tardó quince segundos en entender que la canción había terminado y soltó todo el aliento que había retenido sin siquiera darse cuenta.

—¡Excelente, Mei-Mei!

Aioros casi tira la silla del susto por el grito de Dohko, y por el rabillo del ojo pudo ver que ella también estaba sobresaltada. Su corazón latía con tanta fuerza que hasta en sus muñecas se sentía y su cuerpo aún conservaba ese calor que le había inyectado la hermosa voz de la Kunoichi.

Ella no pareció darse cuenta, y sólo le sonrió al Santo de Libra mientras inclinaba la cabeza en señal de agradecimiento.

—Muchas gracias, maestro Dohko. Cuando le dé los últimos toques será el primero en escucharla.

—No lo dudo —Dohko sonrió ampliamente para luego mirar a Aioros, quien se había puesto de pie de un momento a otro— ¿Qué tienes Aioros? Estás rojísimo.

Aioros sólo atinó a carraspear en un inútil intento de aparentar compostura.

—Tengo que irme —dijo—. Tu canción es muy bonita, Mei. Nos vemos, maestro Dohko.

—¡Vuelve acá jovencito! ¡No me has respondido! —gritó el viejo maestro.

Pero el arquero no hizo caso, se marchó de ahí rápidamente, todavía con el corazón martillando en sus oídos, y en cuánto salió de la casa de Libra pudo caer en cuenta de cuán caliente se sentía su rostro.

Aunque ya había tocado o abrazado a Mei Ling antes, esa canción le hizo sentir más cerca que nunca de ella. Comprendía más que nunca lo que quiso decir Seiya cuando dijo que la voz de la fémina te agarraba y no te soltaba. Y podría ser locura suya, pero hubiera jurado que en algún momento ella se sintió igual, metidos juntos en un lugar en el que nadie los podía alcanzar.

Se dio la vuelta hasta encarar la casa de Libra, y se sintió estúpido con ganas cuando recordó que su casa quedaba para el otro lado.