La puntualidad es una de las virtudes que los profesores suelen admirar de Hajime, ignorantes de todas las situaciones negligentes de las que ha estado huyendo desde pequeño. En esta ocasión, el que haya llegado cuarenta minutos antes del timbre de entrada, se debe a que su padre estaba ansioso por deshacerse de la responsabilidad que criar a un hijo adolescente representa.
Cuando está por bajar del auto, no recibe palabras alentadoras, ni un abrazo o gesto de despedida directamente proporcional al tiempo que estarán distanciados. Repara en que han cambiado el color de la fachada de la escuela, evitando con éxito echar una última mirada al auto negro que se desliza calles abajo.
Contrario a lo que se pudiera pensar, a Hajime ya no lo domina la tristeza. Ha pasado casi diecisiete años lidiando con el hecho de que, para el hombre que lo engendró, no es más que una inversión a futuro. Una inversión a la que, en cuanto tuvo oportunidad, arrojó sin miramientos a colegios integrales, de manera que no tuviera que preocuparse demasiado por él. Claro, a excepción de realizar las transferencias necesarias para garantizar que estuviera bien alimentado y educado.
Los hijos no deberían ser tratados como objetos que un día las personas desean tener y después olvidan. Al menos no en un mundo ideal.
Hajime es consciente de lo que se espera de él: una carrera profesional y un carácter firme para hacerse cargo de los negocios familiares cuando llegue el momento. En cambio, su propio plan de vida, trazado con meticulosidad a lo largo de los años, no comprende nada que se relacione con las ambiciones de su padre.
Desde el primer año de educación secundaria, Hajime se mentalizó para generar ingresos propios, con el único objetivo de que, poco a poco, dejara de verse en la humillante necesidad de pedirle dinero. Dada su inteligencia y hambre de conocimiento, pasó tardes completas metido en la biblioteca escolar; leyendo gran parte de la información disponible sobre múltiples disciplinas. Así, un par de meses después, entendió que el camino que más le convenía era enfocarse en construir una pequeña red de comercio.
Hoy en día, su billetera nunca está vacía, y hace tiempo que no escucha un sermón por parte de su padre acerca del valor del dinero y lo difícil que es conseguirlo, cuánto más hacerlo crecer. Hajime se ha convertido, a espaldas de cualquier autoridad educativa, en el principal usurero del colegio.
Gracias a la infinidad de contactos que ha hecho, actualmente es capaz de conseguir cualquier producto, servicio o capricho estúpido que otro alumno le solicite. Lo que sea, siempre y cuando esté dentro del margen de lo legal. Taiyakis en plena madrugada, tapetes animal print, consolas de videojuegos e incluso boletos VIP para conciertos; todos estos son solo algunos ejemplos muy sencillos de su trabajo, por llamarlo de algún modo.
Y es que el entorno se presta para que los adolescentes deseen tantas cosas. El colegio les provee de los servicios más básicos, pero entre comida saludable y paredes aburridas, acceder a los privilegios de la vida fuera de estas instalaciones es una tentación imposible de ignorar.
Por otro lado, si a alguien se le ocurriera abrir la boca para delatarlo, solo quedaría en ridículo. Su promedio de excelencia y reconocimientos por buena conducta constituyen la fachada perfecta. Hajime no se mete con nadie mientras no se metan con él.
—Bienvenido de vuelta, Kokonoi.
—Gracias, profesor. Buenos días —saluda con cordialidad. La sonrisa es genuina al saberse lejos del lugar al que debería llamar hogar.
Disfruta del camino al interior de los dormitorios, un pasillo amplio que reluce con los rayos del sol que se filtran desde la entrada. El sonido de las ruedas de la maleta produce eco en las paredes; la mochila con los libros y cuadernos necesarios para enfrentar el primer día de su último año, la lleva cargando sobre el hombro derecho.
La habitación que le corresponde se encuentra en el tercer nivel, ha sido la misma desde la primera vez y, por fortuna, nunca le han asignado un compañero con quien compartirla. Al abrir la puerta, el olor a limpiador de pisos lo invade; las cortinas permanecen cerradas, las camas tendidas, pero solo la que acostumbra a ocupar está libre de objetos en la superficie.
—Imposible —murmura, comprendiendo lo que significa.
Ingresa a paso firme, rodeando la cama que hasta hace un mes estaba replegada contra la pared, ya que nadie iba a utilizarla. Ahora mismo, una maleta negra y una caja encintada yacen sobre ella. Repara también en las sábanas limpias y la cómoda adicional que han puesto a un costado, robando una gran cantidad de espacio a la habitación.
Solo hay una palabra para definir lo que está ocurriendo: invasión.
Pasó dos años viviendo en soledad, disfrutando de un área individual y libre de ronquidos y olores desagradables provenientes de un extraño. No van a obligarlo a hacerlo ahora, definitivamente no. Es hijo único, nunca ha compartido la mitad de nada con nadie. Es muy tarde para que una institución educativa quiera meterle compañía a la fuerza.
Recoge la maleta, pesada por la cantidad de objetos que ha traído y la deja caer sobre la cama invasora, justo a un lado de las pertenencias del que aspira a robarle la intimidad. Hajime emprende el camino en busca de una explicación clara, con el disgusto marcado entre las cejas.
Un compañero de habitación, ni en mil años.
—Hey, ¿a dónde con tanta prisa?
Parados a medio pasillo, como si se encontraran en alguna plaza pública, los hermanos Haitani lo observan con interés. Están podridos en dinero, aunque Hajime no puede decir lo mismo en cuanto a inteligencia. Prueba de ello es la presencia de Ran, quien debía graduarse el ciclo pasado.
—Apuesto a que ya te diste cuenta de que tendrás compañía —agrega Rindou, divertido al conocer la situación por la que atraviesa. No es de extrañarse que siempre esté bien informado de cada cambio o imprevisto.
Existen alumnos con padres peores que el suyo, lo sabe porque ha conocido las historias de varios entre rumores de pasillo. El caso de los hermanos Haitani no es distinto, deben haber llegado desde anoche.
—Es un error, voy a ir a arreglarlo ahora mismo —responde, en un infructuoso intento de convencerse de que puede hacerlo.
—Me temo que no es así, Kokonoi. —Ran se acerca y lo rodea con un brazo sobre el hombro—. La matrícula de alumnos se elevó considerablemente gracias al programa de becas que el gobierno puso en marcha, buscan evitar la deserción y la delincuencia juvenil, o una mierda parecida.
Hajime aprieta las manos en puños. Sí, lo escuchó en las noticias el mes pasado, pero estaba más preocupado por otros asuntos. Además, le era indiferente, al menos hasta que gracias a dicho programa su privacidad está por verse comprometida.
—Ve a la pizarra de anuncios. La encargada del área administrativa pegó las listas hace diez minutos.
Acata las palabras de Rindo como si de una orden se trataran, sabe que ha llegado a su destino cuando distingue a un grupo de alumnos de nuevo ingreso luchando por encontrar sus nombres en las listas correspondientes. La manera en la que se abre paso para llegar hasta el frente, le cuesta miradas de reproche y quejas sobre su brusquedad, incluso hay quienes se atreven a pedirle que haga fila. Es evidente que son nuevos en el colegio.
Hajime separa los labios al ubicar el nombre del alumno al que asignaron en la misma habitación que él, seguido de un apellido extremadamente conocido.
Seishu Inui estrecha la mano de una persona distinta cada cinco minutos, no por iniciativa propia, sino porque Akane insiste en presentarlo con cualquier docente que se encuentre por los pasillos. Saluda y aprieta los labios en una línea recta que simula el mejor intento de sonrisa que ahora mismo puede ofrecer.
Podría saltar por la primera ventana que vea abierta. Podría, pero se abstiene porque hay una promesa de por medio, y Seishu es un hombre de palabra.
Sin embargo, considera un error el que ella les informe con orgullo que son hermanos, que lo abrace por los hombros o le revuelva el cabello mientras presume de él. Está lejos de ser una piedra preciosa, mucho menos un estudiante ejemplar. De hecho, si fuera por él, nunca se habría reintegrado a la vida escolar.
Akane desborda alegría cuando habla y, gracias a ello, los profesores deben estar generando expectativas. Expectativas que, por supuesto, él jamás podrá satisfacer.
—¡Qué maravilla! Son como dos gotas de agua. —La mujer, que ahora reconoce como la profesora de biología, ríe mientras intercala la mirada entre los dos.
Desde la perspectiva de Seishu, Akane sería una gota de agua de manantial, pura y cristalina; él, por otro lado, una gota proveniente del drenaje. Desagradable, turbia y maloliente, aunque no en el sentido literal.
—¿Verdad que sí? —La mano izquierda de su hermana se mantiene frotándole la espalda, un gesto que busca brindarle apoyo, confort quizá.
«Estoy aquí, todo irá bien», resuena para sus adentros con el tono dulce de Akane. Nada está bien ni irá de la misma manera, porque el problema siempre ha sido él, en esencia.
Salió de reformatorio hace tres meses, apenas con el tiempo justo para habituarse de nueva cuenta a la vida en libertad, tomar consciencia de lo que había hecho, y prepararse para terminar sus estudios en una escuela diferente. Se le ha otorgado una beca gracias a la intervención de Akane, todo lo que debe hacer es procurar mantener un promedio decente y buena conducta de aquí a que finalice el ciclo escolar. Suena sencillo, pero a Seishu le duele la cabeza cada vez que piensa en lo que implica.
El tour express termina con un empujoncito para que ingrese al aula que le corresponde, evita voltear a ver el rostro de su hermana porque el exceso de entusiasmo le irrita, y justo ahora no quiere decir algo fuera de lugar. En la mochila, apenas carga una libreta nueva y bolígrafos de tres colores, pero pesa tanto como si llevara piedras, errores y un pasado torcido.
Inhala a profundidad antes de dar el paso que lo introduce al salón. La mirada de varios alumnos recae sobre él en automático, interesados porque su cara le es desconocida, pasando por alto la expresión de aburrimiento que lo caracteriza. Seishu escucha cuchicheos indiscretos acerca de lo guapo que es aun con esa cicatriz en el rostro, que le da un aire de bravucón, dicen en broma. No están muy lejos de la realidad.
Se dirige al final, exactamente en la última banca de la izquierda. Desde ese ángulo puede distinguir todo lo que acontece dentro del salón, en especial el escritorio para profesores, así que se acomoda, luego de lanzar la mochila al suelo. La calma que consigue no le dura lo suficiente, ya que, un par de minutos después, uno de sus compañeros se para a un costado y Seishu lo ignora adrede jugando con el celular. El chico carraspea para atraer su atención.
—¿Qué? —espeta. La mueca de fastidio antes que todo.
—Este es mi lugar.
Se toma la molestia de mirarlo un segundo, justo antes de aclararle la nueva situación:
—Era.
Desconoce si se debe a la filosofía pacifista de la institución, o si se trata simplemente de que el chico carece de las agallas para pelear por lo que le corresponde, pues lo nota suspirar bajito antes de regresar sobre sus pasos, en busca de una banca vacía más al frente. Aburrido.
A la hora de la presentación frente al resto, un asentimiento basta para corresponder al discurso de bienvenida del profesor.
—¿Quieres… contarnos un poco sobre ti? —La sonrisa del docente tiembla levemente, como si no tuviera idea de qué más añadir para sacarle un par de palabras—. De dónde vienes y qué es lo que te gusta hacer en tu tiempo libre, por ejemplo.
Seishu pasea la mirada entre los demás alumnos que se mantienen a la expectativa. Seguro que ansían escuchar algo que confirme las inferencias que establecieron en cuanto lo vieron cruzar la puerta. Por desgracia, nadie está preparado para su exceso de sinceridad:
—Vengo de la correccional —comenta, con la tranquilidad propia de quien habla del clima—. En mi tiempo libre me gusta fumar y salir a pasear en moto.
Seishu nota la expresión de horror en sus nuevos compañeros, en todos excepto uno. La excepción es un chico delgado con cejas arqueadas, está sentado en el centro del salón y posee un aire de suficiencia que aborrece desde el primer instante. El silencio se instala en el aula, tan pesado y asfixiante que el docente se ve en la obligación de intervenir una vez más.
—Me alegra que tengas un gran sentido del humor, Inui. Espero que te lleves bien con todos muy pronto. —El profesor le da dos palmaditas en la espalda, otra vez sonriendo como si quisiera salir huyendo de ahí—. Vuelve a tu lugar, por favor.
¿Gran sentido del humor? Seishu está seguro de que el término nunca ha figurado entre la lista de adjetivos con los que alguien podría describirlo. En palabras simples, no bromeaba; de hecho, habría tardado varios años en ver la luz del sol como un hombre libre si el bastardo al que golpeó hubiera muerto.
Como quiera, se encamina hacia el pupitre que ha elegido como suyo sin agregar nada más. Le es imposible ignorar que varios de los presentes evitan mirarlo directamente; algunos se encogen al lado contrario cuando pasa junto a ellos, como si creyeran que con un simple roce podrían fastidiarlo. Tal vez se deba al miedo, tal vez sea más bien aversión, pero cualquiera de las dos emociones le sirve. Mientras más lejos se mantengan, mejor para él.
Oh, fumar y los paseos en moto, tampoco bromeaba sobre eso.
Por lo que resta de la sesión, los audífonos le sirven para amenizar la cátedra del profesor. El tiempo pesa menos cuando la música que escucha no va acorde con el tema de historia universal. Sin embargo, por mucho que su atención se halle dividida, también es capaz de percibir la mirada afilada que lo acosa cada determinados minutos. De nuevo ese chico, el único en todo el salón que se atreve a hacer contacto visual con él.
Cansado de ello, Seishu gesticula un delicado "¿qué mierda me ves?" y levanta el dedo medio cuando el profesor está de espaldas al resto. El resultado es glorioso.
Nada mejor que importunar a un chico alzado con su presencia.
Le desagrada.
No, lo que le sigue al desagrado.
Hajime lo aborrece con cada centímetro de piel. El tal Seishu Inui es horrible desde la punta de esos cabellos rubios, hasta el talón del calzado escolar que lleva puesto. Una ofensa al buen gusto. Un dolor de cabeza. Contradictorio al recordar que prácticamente es la versión masculina de la mujer de sus sueños, pero evita ahondar en el tema porque ese es un punto aparte.
Lo primordial para Hajime es que, compartir habitación con Seishu, está descartadísimo. Simple y sencillamente no hay lugar para dos potenciales delincuentes en un mismo espacio, no están en la prisión del estado. Además, podría exponerse a que Seishu se entere de sus "negocios", lo cual acabaría en un desastre. Akane sería la primera persona a la que le iría con el chisme, y Hajime tendría que olvidarse de un futuro a junto a ella.
Y todo gracias a que han tenido la brillante idea de asignarlo a la misma habitación.
Debe poner manos a la obra ya mismo, por esa razón es que ha salido del aula ni bien ha finalizado la clase previa al almuerzo. Los pasillos están saturados de alumnos que van y vienen en ambas direcciones; rostros desconocidos, colores y sonidos que se entremezclan confundiendo a cualquiera que nunca haya estado ahí antes, pero no a Hajime, quien camina con seguridad sin perder de vista al objetivo. Habría logrado darle alcance antes de llegar a los dormitorios si no fuera por la intervención de Rindou Haitani, interponiéndose en su campo de visión de manera inesperada.
—Necesito que me consigas algo sin que Ran se entere.
Hajime tensa la mandíbula, metiendo las manos en los bolsillos laterales del uniforme. Bien, el trabajo es primero.
—¿Y qué es? Sabes que nada ilegal, Haitani.
—Sí, lo tengo claro. Te mandaré una imagen de referencia, solo trata de que sea en ese mismo modelo y lo más pronto posible.
Por la expresión empapada de preocupación y el movimiento inquieto de las extremidades, Hajime puede concluir que Rindou ha roto, perdido, o de menos dañado algún objeto valioso para Ran. La desesperación le beneficia, podrá cobrar un extra gracias a esto.
—Hecho. Solo espero una bonificación apropiada por sacarte del apuro. —Da dos pasos, inclinándose para susurrarle—: Te recuerdo que no es la primera vez.
—Eres un…
Sin embargo, cualquier obscenidad o insulto que haya salido de los labios de Rindou es incapaz de escucharlo, ya que continúa su camino como si la conversación anterior nunca hubiese existido. Sigue enfocado en solucionar el pequeño inconveniente que lo aqueja desde muy temprano.
Le parece injusto que el único lugar en el que se siente a salvo y en paz, esté por convertirse en sólo otro sitio incómodo para él. En casa también cuenta con un espacio, uno que jamás se verá en la obligación de compartir con nadie más, pero no es lo mismo. La casa es tan grande, que difícilmente los muebles y la decoración podrían llenarla alguna vez, y es que el vacío está lejos de ser solo físico. Hace tiempo contrataron a una mujer que va cada viernes a hacer la limpieza, les prepara comida y se las deja en el congelador. La alacena y el refrigerador siempre están repletos de productos que él y su padre nunca llegan a terminarse.
Todo lo que existe al interior de esa casa es un derroche, una fachada que algunos vecinos quizás envidien. Aun así, Hajime prefiere mil veces pasar el resto de los días encerrado entre cuatro paredes, donde una cama, una cómoda y una lámpara conforman los muebles del espacio que sí puede llamar hogar. ¿Es egoísta e inmaduro por no querer renunciar a ello?
Ya al frente de la habitación, desliza la mano en torno a la manija de la puerta. Evita tocar bajo el argumento de que siempre ha estado solo, lo cual le cuesta una bofetada de la nueva realidad: Seishu descansa sobre la cama invasora, tiene una pierna apoyada sobre la rodilla contraria y tararea una canción que desconoce por completo. Esto, sin embargo, le es indiferente, ya que lo principal ahora mismo lo constituye tratar de comprender por qué motivo sus pertenencias se hallan en el suelo.
En un parpadeo llega justo al frente del montículo que conforma la maleta y otros objetos que han salido de ella, gracias al descuido de la persona —o más bien la bestia— que se atrevió a moverlos.
—¿Qué demonios significa esto?
No hay reacción, tampoco una respuesta a la pregunta que acaba de realizar. Seishu permanece en el mismo sitio, tarareando ajeno a la ira que lo embarga por dentro. A Hajime le duele el entrecejo desde ya, aunque decide que va a darle una oportunidad más de hacer algo al respecto, de mínimo mirarlo antes de que lo ponga en su lugar. No obstante, el sonido proveniente de los audífonos es lo único que puede escuchar.
Tira de ellos antes de ser plenamente consciente de lo que implica, Seishu se incorpora a la velocidad de un rayo. Por precaución, Hajime retrocede
—Devuélvemelos.
—Primero recoge mis cosas. —Señala al suelo, desafiante.
—Fuiste tú el que las dejó sobre mi cama.
—Pudiste haberlas puesto sobre la mía.
—Es lo que debiste haber hecho desde el principio, genio.
Seishu tiene la expresión en blanco, sin intenciones visibles de llevar la disputa a otro nivel. Hajime suspira, mitad divertido, mitad encolerizado.
—Escucha, Inui —empieza a decir, con la sonrisa más hipócrita que jamás haya utilizado antes—. Si recoges lo que tiraste adecuadamente, tal vez no seré tan cruel contigo.
—¿Es una amenaza?
—Es una advertencia, lindura. No te conviene tenerme de enemigo si planeas estudiar aquí.
En un movimiento o dos, Hajime queda sometido contra la pared más cercana. Resiente el impacto de la superficie y emite un quejido ahogado. Son segundos los que le toma dimensionar la situación en la que se encuentra y lo fácil que es que Seishu recurra a la fuerza física para recuperar lo que le pertenece. Sin embargo, lo que sigue a continuación es solo una mano ejerciendo presión contra la suya hasta hacerlo soltar los audífonos.
—A ti tampoco te conviene tenerme de enemigo. —El calor de aliento contrario le provoca un cosquilleo que dura un instante. Huele a moras silvestres, producto de algún caramelo.
Hajime tarda en recuperarse de aquel ataque, lo suficiente para que, cuando al fin ha logrado encontrar las palabras para contraatacar, Seishu ya se haya retirado de la habitación.
Lindura. Lo dijo de manera despectiva, pero quiere abofetearse por no haber elegido un insulto mayor. Le duele la muñeca, el rastro del tacto de su nuevo compañero se ha quedado allí.
Recién ha transcurrido medio día.
