Capítulo 24

Pasamos el día juntos, intenté mostrar mi mejor cara pese al disgusto que portaba encima desde que me dieron la noticia. Fuimos a la tetería que solía frecuentar con mi amiga e incluso ella se reunió con nosotros por un rato. Sus padres no habían podido acudir a tiempo, así que ella había decidido pasar tiempo con George.

Después de las cálidas y algo tristes despedidas, promesas de volver en cuanto me dieran otro permiso, se marcharon por las calles de empedrado mojadas por la lluvia que había empezado a caer esa misma tarde. Hasta el clima me acompañaba en mi pesar.

Cené con las demás en el gran comedor y fui directamente a mi habitación. Evangeline no dijo ni una palabra sobre ello, sabiendo lo que había ocurrido cuando nos acompañó en el té. Dejaría que tomara mi tiempo a solas con calma.

Y allí estaba, tumbada en la cama, mirando al techo sin estrellas de mi habitación. Observé la sofisticada decoración de diseños clásicos. Nada majestuoso se compararía a mi luna y estrellas en la pequeña recámara de mi hogar. Ellas me acompañaban por las noches, sin necesidad de usar velas para espantar la oscuridad.

Giré sobre mi misma, colocando las manos bajo la abullonada almohada. Mi atención vagó por el lugar, hasta posarse en el sombrero que estaba en la mesita junto a mí. Todas las noches tenía que mirarlo al menos una vez para poder conciliar el sueño. Pero al verlo ahí sentí tristeza, no la paz que me brindaba siempre. Lo tomé de su lugar y lo sostuve, dándole vueltas distraídamente. Dejé caer el bombín en las sábanas cuando me levanté, dirigiendo mis pies descalzos hasta el escritorio. Coloqué el candelabro junto a la pila de papeles que tenía ahí ordenados, listos para ser usados. Mojé la punta de la pluma en el pequeño bote de tinta y empecé a escribir.

30 de octubre de 1843

Querido Robin;

¿Ha ocurrido algo? Sé que sí, no trates de ocultarlo. De lo contrario hoy habrías venido a verme. Sino, no entiendo por qué el cambio de opinión. Por favor, necesito una explicación. Necesito saber qué ha pasado y si estás bien.

Con cariño, Maria.

Tenía que haber una razón totalmente válida y racional para que no fuera aquel día, quería creer que la había. Me negaba a pensar que había terminado por arrepentirse y por eso no se había reunido en el lugar acordado. Robin no era así. Me apreciaba y estaba segura de que tenía tantas ganas de verme como yo a él. Era mi mejor amigo, él no me haría algo así, no a propósito.

Pasaron días, no llegó la respuesta. Cuando volvió el repartidor de correos, bajé yo misma para interceptar mi correspondencia. Con alegría y alivio la abrí para descubrir tan solo una misiva de parte de Loveday, como la última vez. Nada sobre Robin. Así que decidí escribirle de nuevo.

10 de noviembre de 1843

Querido Robin;

Por más que me esfuerzo, no entiendo por qué te empeñas en guardar silencio. Sé que te llegan mis cartas, tu hermana se asegura de ello, pero nunca hay respuesta… ¿He hecho algo para que estés tan enfadado como para no hablar conmigo?

Espero una respuesta.

Maria.

Pasó el tiempo, tampoco se dignó a responder. Cuando le comenté a Loveday la situación, tuvimos una idea en común. Alguien podía estar interceptando la correspondencia y a eso se debía la falta de cartas. Entonces trazamos un plan para averiguarlo.

Les envié misivas a Henry, Richard y David en el mismo sobre en el que iba la carta para el chico De Noir. Sus respuestas llegaron a Loveday portadas por su halcón, todas excepto la de Robin. Para reafirmar mis sospechas, Loveday se dio un largo paseo hasta la casa de su padre, enviando al alado mensajero desde unos metros más allá del castillo, con vista directa a la ventana de Robin, donde llegaba siempre. Cuando el animal se posó en el alféizar, según la rubia, su hermano tomó el mensaje, volviendo adentro y el ave voló lejos.

La realidad me atravesó como un puñal en el corazón. Las cartas le llegaban, solo que no quería responderlas.

«¿Por qué?» —era la pregunta que me hacía a cada rato. Cuando me despertaba, al desayunar, en clase, a la hora del té, en cada paseo y finalmente antes de cerrar los ojos para dormir hasta el día siguiente que volvía a empezar el ciclo.

El silencio era demasiado. Nunca antes lo había sentido tan incómodamente agobiante. Prefería que me dijese algo, cualquier cosa, a estar en vilo de esa manera.

Cada semana le escribía como siempre, con la esperanza de que alguna vez respondiera.

Nunca lo hizo.

Llegó diciembre y con él, mi cumpleaños y el día de Navidad. Recuerdos que una vez fueron bonitos, esas fechas me quemaban como el fuego. Esas fiestas eran para pasarlas con la familia, así que, dado que no se me permitió viajar y así lo quiso también el tío Benjamin, ellos acudieron a celebrarlo conmigo a Londres.

Me hubiese gustado ir a Moonacre, pero tal y como era de obstinado mi tío y los recientes sucesos con el chico De Noir, no era la mejor de las ideas.

Esa Navidad también nevó, pero yo no estaba en casa para recorrer el bosque pintado de blanco. Todo me pareció muy triste. Creo que Loveday lo notó e intentó con todas sus fuerzas hacer de mi cumpleaños número dieciséis algo especial. Así que, yo también quise aportar un poco de ánimo y disfrazar mi dolor para contentarlos. Habían viajado desde lejos para ir a verme, era lo mínimo que podía hacer.

Esperé a que volvieran a casa para poder reflexionar en soledad y con tranquilidad. Llevaba horas sentada con las manos entrelazadas y los codos sobre la mesa del escritorio, un papel en blanco delante de mí. Me excusé con todo el mundo argumentando que estaba indispuesta y no bajaría a cenar. No era mentira, en realidad.

Solté un suspiro entrecortado y reuní el valor para decir las palabras que nunca pensé que tendría que pronunciar algún día. Maldije cuando algunas gotas saladas que salieron de mis ojos salpicaron el papel sin querer.

2 de enero de 1844

El otro día fue mi cumpleaños, al menos esperaba que te pronunciaras al respecto, como símbolo de la amistad que creía que teníamos. ¿Tan poco significó para ti que te ha sido tan fácil cortar todo contacto conmigo?

Esta será la última carta que te escriba, lo prometo. Respetaré esa decisión tuya que has tomado de alejarte sin explicación. No volverás a saber de mí, te dejaré tranquilo. No sé si algún día nos volveremos a encontrar o hablar, así que solo puedo desearte la mejor de las suertes, cuídate mucho. Adiós, Robin De Noir.

Atentamente, Maria Merryweather.