Cuando la vibración del celular lo obligó a despertar, su compañero ya no se encontraba en la habitación. En el aire todavía permanecía un ligero aroma especiado que transmitía una sensación de calma y tranquilidad, aroma que se mantuvo incluso una vez que Seishu estuvo listo para ir a clase.

Haber iniciado el día de buena manera le hizo creer que, tal vez, este sería mejor que el anterior. No obstante, siendo ya las diez de la mañana, tiene que hacerle frente a una decisión importante:

—Así que… ¿Cuál de todos se apega más a tus intereses?

El profesor de orientación lo observa expectante, con la sonrisa de cordialidad que caracteriza a cualquier persona que se dedica a asesorar a otras. Siendo francos, a Seishu le importan un bledo los clubes escolares existentes, pero debe decantarse por alguno. Cada crédito es completamente necesario para graduarse.

Repasa la lista que sostiene entre sus manos: natación, costura, teatro, básquetbol…

—Artes marciales —responde sin vacilar. Tendría que ser estúpido para dejar ir la oportunidad de estar junto a una de las personas que le hacen sentir seguro.

—Perfecto, déjame registrarlo en las listas del sistema y… oh.

—¿Qué sucede? —se ve obligado a preguntar, al notar que el profesor ha dejado de manipular el mouse.

—Me temo que tendrás que elegir otro club, tal parece que el de artes marciales ya tiene el máximo de alumnos permitidos. Lo lamento.

Así, apenas diez minutos después, el mismo profesor camina delante de él en una nueva muestra de amabilidad y compromiso. Cada paso lo acerca un poco más al aula asignado al club de básquetbol, para el que ni siquiera tiene un uniforme todavía, pero, de acuerdo con los lineamientos, tiene que presentarse para que conozca el lugar, a sus compañeros y al entrenador. Se espera que al final de la semana, el tema del uniforme esté arreglado.

Hay rostros nuevos en su mayoría, por suerte, entre todos ellos distingue la sonrisa amable de Draken y los ojos curiosos de Mikey. Integrarse es relativamente sencillo a partir de ese momento, tan es así que termina participando del entrenamiento sin importar que su vestimenta no sea la adecuada para la actividad.

La pelota rebota un par de veces bajo las manos de Draken, hasta que se presenta la oportunidad para un pase perfecto. Mikey la atrapa y no vacila antes de efectuar un tiro a canasta exitoso. El entrenamiento termina con el marcador a favor.

—Creí que Miley estaría en el club de Shinichiro —comenta mientras espera indicaciones junto a Draken.

—Lo estuvo hasta a mediados del ciclo pasado, pidió su cambio cuando los demás se cansaron de enfrentarse a él y perder en cada oportunidad.

A decir verdad, no le sorprende ni un poco.

—Siempre ha sido muy bueno en artes marciales, incluso mucho mejor que Shin.

—El talento de Mikey es innato. En cambio, Shinichiro se involucró en las artes marciales solo para generar ingresos extras a raíz de la muerte de su abuelo.

Seishu asiente en conformidad con sus palabras. La información que posee sobre ese hecho es escasa, debido a que ocurrió apenas un par de meses después de que él fuera ingresado en la correccional. En aquel tiempo, su vida se había desviado del sendero original, por lo que se alejó de personas que eran importantes para él. Le habría gustado estar ahí para apoyar a Shinichiro; sin embargo, de nada le sirve lamentarse ahora.

—¿Los veo más tarde en el comedor?

—Cuenta con ello.

Después de chocar los puños a modo de despedida, Seishu emprende su camino hacia las duchas. Se asegura de no perder demasiado tiempo en ello y se marcha justo cuando la mayoría de sus compañeros recién comienzan a entrar; algunos lo saludan con un cabeceo, otros evitan mirar en su dirección. Al salir del aula, el sol le golpea directo al rostro, pero aun así es capaz de detectar movimiento a la izquierda, cerca de la puerta de entrada a un salón separado del resto. El letrero "Club de arquería" atrae su atención.

Quedan diez minutos hasta que el timbre anuncie el cambio de clases, por lo que tiene tiempo para echar un ojo, solo por curiosidad. Adentro, el sonido de las flechas al impactar en la diana es lo único que puede escucharse, seguido del suspiro de los chicos que se hallan practicando. A simple vista parece complicado, hizo bien al elegir otro club. Desliza la mirada hacia la derecha, en ese instante, una flecha atraviesa la diana de la última fila, justo en el borde entre el círculo rojo y el amarillo.

—Necesito que te concentres —dice la instructora. La mano que ella apoya sobre el hombro de uno de los chicos lo obliga a buscarle el rostro, Seishu lo reconoce enseguida—. De nada sirve que tu postura sea la correcta si tu cabeza está en otra parte, Kokonoi.

—Lo siento.

—No quiero disculpas, quiero tus flechas en el blanco.

Pese a que se trata justamente de su insoportable compañero de habitación, aunado al hecho de que desconoce por entero el mundo de la arquería, Seishu considera que lo que acaba de escuchar ha sido desconsiderado. Cualquiera puede atravesar por un mal momento, sin importar si en el fondo es una persona de mierda. Además, el tiro de Kokonoi y su postura en general eran… interesantes. Al menos lo suficiente como para atrapar su atención.

Lo cierto es que mentiría si dijera que no le produce cierta satisfacción ser testigo de la reprimenda. Después de todo, Kokonoi sigue siendo aquel que lo trató mal desde el primer momento.

De camino hacia el dormitorio, solo es cuestión de tiempo para que perciba el sonido de los pasos detrás de él, constantes y vacilantes en partes iguales. No le hace falta voltear para estar al tanto de la identidad del sujeto en cuestión, coincidir en grupo y en otros aspectos convierte en inevitable su cercanía. Con la escasa información que tiene de él, para Seishu resulta sospechoso que se mantenga en la misma dirección cuando bien podría haber tomado una ruta alterna, lo cual deja en evidencia que su compañero está cumpliendo con la petición de Akane. Pensar en ello le obliga a apretar los puños y decide enfrentarlo, resopla antes de atreverse a hablar.

—Lo que sea que le hayas prometido a Akane, olvídalo. No necesito un guardaespaldas.

Kokonoi ladea la cabeza, lleva una toalla pequeña en la mano con la que se palmea el rostro. Los ojos contrarios lo recorren de arriba abajo; sin embargo, no recibe respuesta. Seishu sigue su camino ahora entre las áreas verdes, luego de doblar a la izquierda. El ruido que produce la hierba en cada paso no es exclusivamente obra suya.

¿Qué es lo que tiene que hacer para conseguir un poco de paz en este lugar? ¿Causarle una hemorragia interna al tipo que lo persigue? Perfecto, podría hacer su mejor intento.

—No necesitas un guardaespaldas, sino un guía o un croquis del instituto.

—¿De qué mierda hablas? —Se gira a medias, y Kokonoi le da alcance.

—El dormitorio está hacia el otro lado, genio. —El tono sarcástico y el gesto con la lengua están de más, Seishu ya se siente lo suficientemente tonto con lo que acaba de oír.

Quiere arrancarle la lengua con unas pinzas; en lugar de ello, se traga la ira para redireccionar su andar. Rodear a Kokonoi le permite notar la diversión que le ha provocado su confusión. Si no le dijo nada antes es porque esto es justo lo que quería, que Seishu atravesara la escuela para tener la oportunidad de burlarse de él. Bien, puede que ahora mismo estén a mano.

En el nuevo trayecto, los letreros con flechas y el nombre de las áreas hacia las que señalan son un recordatorio de que tiene que prestar más atención a lo que hay en las paredes. En su defensa, no está acostumbrado a seguir indicaciones, cuanto menos a pedirlas. Kokonoi sigue detrás, aunque hay otras personas que lo abordan en diferentes puntos; por supuesto, Seishu carece del interés y las ganas de enterarse de los asuntos que su compañero tenga entre manos.

La mochila acaba en el suelo tras ingresar a la habitación, se acomoda contra el respaldo de la cama y rebusca entre sus bolsillos para hacerse del par de audífonos. Si llega tarde a la siguiente clase es probable que la profesora ya no le permita entrar, la intención es esa.

Se deja envolver por la música con facilidad y echa la cabeza hacia atrás, cierra los ojos para imaginar que el portazo que acaba de captar es solo una alucinación. Lo habría conseguido de no ser por el carraspeo de Kokonoi. Al enfocar la mirada, lo descubre ahí, recargado contra la puerta y ese aire de suficiencia que tanto le irrita.

—¿Ahora qué? —Cruza los brazos—. ¿El estudiante modelo quiere llegar tarde?

—Por supuesto que no —responde con inusual tranquilidad—. El director ha convocado a los profesores a una reunión, lo que significa que tenemos por lo menos quince minutos libres aún. Tú y yo necesitamos hablar.

Seishu hace un gesto con la mano con el que demuestra que está dispuesto a escuchar, más por estar falto de ánimos para ser el malo del cuento que por tener genuino interés en lo que Kokonoi quiera decir.

—Creo que empezamos con el pie izquierdo.

—Oh, ¿crees?

—Bien… —Lo ve rodar los ojos—. Empezamos con el pie izquierdo, Inui. Y no es que lo lamente, pero pasaremos los próximos meses compartiendo este espacio y más, así que deberíamos establecer algunas reglas de convivencia.

—¿No ibas a cambiar de habitación?

Kokonoi resopla, luego se alborota un poco el cabello, claramente exasperado por sus preguntas. Se abstiene de reírse.

—Estás haciendo esto más difícil. De verdad deseo evitar que el impulso de lanzarte por la ventana me domine y viceversa.

—Qué considerado. Háblame de las "reglas de convivencia" que propones.

Durante los siguientes cinco minutos ininterrumpidos, su compañero se dedica a explicar con lujo de detalles todo aquello que, según su perspectiva, necesitarán respetar a partir de ese momento. Lo primero, y más importante, es que no deben meter las narices en los asuntos del otro; tampoco tocar lo que no les pertenece. Por otro lado, hace hincapié en el rondín del personal de seguridad, de modo que es preferible irse a la cama a las diez o tratar de hacer el menor ruido posible; por supuesto, otro de los motivos es porque Kokonoi parece celoso de sus ocho horas de sueño.

—Y puedes usar el baño después de mí cada mañana, Esto está fuera de discusión, claro.

Las carcajadas brotan de sus labios de manera tan natural que incluso hay lágrimas acumuladas en el borde de sus ojos. Seishu es consciente de que cada palabra que ha salido de la boca de su compañero está plagada de seriedad, pero le parece que, al menos la última regla, es una completa estupidez.

—¿Qué es tan gracioso? —pregunta Kokonoi, luego de dar los pasos suficientes para quedar a un lado de la cama.

Seishu se ve en la obligación de levantarse para alcanzar su mochila, tener que convivir con él a la fuerza no es sinónimo de que le agrade estar tan cerca. Todo indica que gracias a esta breve sesión de risoterapia ya ha reunido los ánimos suficientes para enfrentar una clase más.

—Nada en realidad. Solo acabo de confirmar que eres un idiota.

Agita la cabeza, la divesión todavía es notable en su rostro. Cuando se aleja de la habitación, de nuevo puede percibir la voz de Kokonoi desde la puerta.

—¿Eso es un sí? —Seishu se muerde el labio inferior, sin dignarse a dedicarle una mirada—. ¡Oye, Inui!


Ser el usurero de la escuela puede dar la impresión de que se trata de un trabajo sencillo; Hajime es la prueba viviente que no lo es en absoluto. Desde mantener una relación sana con sus contactos hasta idear la manera de que cada objeto logre entrar a las instalaciones sin ser confiscado en el camino, cada paso en todo este proceso requiere de mucha planificación. Ahora que hay un intruso en la habitación, el nivel de discreción que debe manejar se ha elevado a la atmósfera. Seishu es la última persona sobre la tierra que quisiera que se enterara de lo que hace. O bueno, la penúltima.

Antes de que Inui llegara a perturbar la logística de su negocio, la entrega de cada producto la realizaba desde la comodidad de la habitación bajo una serie de palabras clave. No como ahora, que ha tenido que memorizar los periodos de tiempo en los que Inui se encuentra en otros asuntos para poder introducir y sacar varios objetos sin parecer demasiado sospechoso. En caso de que el grupo de amigos con el que suele verlo a menudo se atreva a comentarle algo, Hajime siempre puede recurrir a su buen historial y, mientras su compañero no vea nada en concreto, debería funcionar.

Como último recurso esta la regla de no meterse en los asuntos del otro, le da la impresión de que Seishu la está acatando al pie de la letra. Lo agradece.

—Ahí tienes, tu kit de desinfección mensual —dice con el entusiasmo por los suelos. Le irrita arriesgar el pellejo por estupideces, pero Haruchiyo es un cliente excelente—. También tu shampoo reparador extranjero.

Haruchiyo prácticamente se lo arrebata de las manos, para luego lanzarlo al interior de la habitación. Cierra la puerta detrás de él.

—¿Es necesario mencionar en voz alta mi lista de compras?

—¿Es necesario gastar tus ahorros en una botella de shampoo carísimo? —contraataca, cruzando los brazos.

—Absolutamente.

—Entonces, ¿por qué no lo traes de tu casa?

—¿Y arriesgarme a que Senju me lo robe otra vez? Nunca en la vida. Además, el número de pertenencias que se me permite traer es limitado dado mi historial, y no quiero hablar del tema. —Haruchiyo frunce el ceño. Claro que es así, solo a alguien como él se le podía haber ocurrido traer una katana—. ¿Has desistido en tu intento por dejar de compartir habitación con Inui? Han pasado varios días y, por lo que veo, estás bastante a gusto.

Hajime rueda los ojos y sonríe a medias. Está preparado para que sus amistades más cercanas se atrevan a cuestionarlo, en especial después de que se mostrara decidido a sacar a Seishu del juego —o de la habitación, para ser exactos—, pero es posible que ninguno de ellos comprenda que el cambio de planes le beneficia en mayor medida. Fue la misma Akane la que le pidió un poco de apoyo con su hermano problema, así que…

—¿Nunca has escuchado la frase que dice "mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más cerca"?

—Ya. —Haruchiyo tararea con comprensión—. Supongo que no importa si gracias a él la profesora suplente se entera de lo que haces.

—¿Qué hay de malo en conseguir desinfectante para mi amigo misofóbico? —Ladea la cabeza, hay una pizca de falsa inocencia en su tono.

—Vamos, Kokonoi. —Haruchiyo se inclina hacia él. Puede ver la forma de aquellas cicatrices incluso bajo la tela de la mascarilla—. Tú y yo sabemos que esto no es lo único que puedes conseguir.

—Siempre es un placer hacer negocios contigo, Sanzu.

Por mucho que apresure los pasos hasta quedar fuera del campo de visión de su amigo, el peso de las palabras le persigue por largo rato. Es verdad que, dentro de la escuela, los límites de cada intercambio comercial están bien definidos; sin embargo, fuera de ella, esos límites pueden volverse tan flexibles como un montón de billetes. Y no es que se arrepienta, sería hipócrita de su parte.

Por fortuna, Inui no tiene por qué estar enterado de ciertos detalles. Ninguna de las personas con las que lo ha visto relacionarse, figura dentro del selecto círculo de pedidos especiales.

Habrá varios grupos sin clases durante el día, según los datos del horario general disponible en la página de la escuela, de manera que no le sorprende encontrarse con los pasillos concurridos, como si se tratara de la hora del almuerzo. Lo que sí le parece curioso son las voces que claman por pelea hacia el final del pasillo a la derecha, ni siquiera forma parte del camino que tiene que recorrer hacia su siguiente destino, pero hay un presentimiento instalado entre sus costillas que lo obliga a tomar esa vía. Un mechón de cabello rubio destaca al centro del alboroto. Hajime resopla al adivinar de quién se trata.

—¿Vas a soltar un golpe real en algún momento o tu letanía anterior solo forma parte de tu fanfarronería? —Seishu está de pie en posición de ataque y con leves marcas en el rostro; frente a él, Hanma Shuji se pasa la punta de la lengua por la comisura del labio, justo donde parece haber recibido un puñetazo—. No me gusta perder el tiempo.

—Es curioso que lo digas, imagino que no sabías que hacer con tanto cuando estabas en la correccional. Dime, ¿aprendiste a tejer?

Desconoce cómo es que esos dos han llegado a tal situación, pero conociendo a Hanma y por el comentario que acaba de soltar, ya intuye quién fue el que comenzó todo. Seishu se lanza al ataque al caer fácilmente en la provocación de aquel, lo que le cuesta un rodillazo que lo deja sin aire. Hajime contempla la escena desde la distancia casi con horror, sus manos se aprietan en puños antes de chasquear la lengua y tomar una decisión inmediata. Tiene que intervenir.

Racionaliza lo que está a punto de hacer mediante argumentos que para él parecen válidos por entero, entre ellos, que Akane podría verse afectada a nivel laboral por las acciones de Seishu. Evita darle cabida al brote de preocupación que experimenta al recordar escenas como esta, donde Hanma ha dejado inconscientes a otros alumnos que habían tenido la mala fortuna de enfrentarse a él. Seishu podrá tener toda la experiencia que la correccional puede brindar, pero, incluso con todo ello a su favor, Hanma está fuera de su liga.

Se acerca a la multitud sin vacilar, varios los presentes se apartan para darle espacio en cuanto lo reconocen. Es una de las ventajas de haberse forjado una reputación sin necesidad de haber recurrido a la brutalidad. Para cuando ha llegado al centro del círculo, se apoya el celular contra la oreja y ocupa la mano libre para frenar a Hanma, quien pretende continuar golpeando a Seishu.

Hora de hacer su mejor actuación.

—Señor director, qué gusto saludarlo —exclama, con una amplia sonrisa de desafío entre sus labios—. Verá, hay una situación en uno de los pasillos de la sección B.

El sonido consecuente es el del resto de los alumnos dispersándose en todas direcciones. Hanma se aparta con el ceño fruncido.

—Son Hanma Shuji y el nuevo. No he visto ningún profesor cerca, señor.

Hanma tensa la mandíbula y lo señala con el dedo índice, por la forma en la que lo nota mover los labios, Hajime asume que se trata de una amenaza silenciosa. Perfecto, el muy imbécil se lo ha creído. Casi es rebasado por las ganas de echarse a reír al verlo correr para mezclarse con los demás, pero se contiene con éxito. Suspira para dejar salir todo el estrés que ha acumulado en las últimas horas.

Percibir el sonido de movimiento a sus espaldas lo anima a girarse, se encuentra con la mirada de Seishu clavada en él, y no solo eso. Si se lo preguntan, diría que todo indica que es la nueva razón de su enojo, Hajime no entiende por qué si acaba de salvarle el trasero.

—Un gracias sería lindo, ¿sabes? —alega en cuanto lo observa dar dos pasos para alejarse.

—¿Agradecerte? —La ironía que emplea al pronunciar la palabra es casi ofensiva, casi—. ¿Quién fue el que impuso reglas de mierda solo para romperlas a la primera oportunidad?

—Perdona, la próxima vez dejaré que Hanma te use para pulir el suelo.

—Lo tenía bajo control. —Lo peor del caso es que Seishu realmente lo cree así y lo refleja en su expresión—. No intervengas en mis asuntos.

—Para empezar, fuiste tú el primero en intervenir en los míos al haberte convertido en mi compañero de habitación —explica, paladeando el sabor de la ira—. Ahora vete al dormitorio antes de que alguien realmente le avise al director lo que estaban haciendo.

La comprensión parece golpear a Seishu en ese instante, porque el ceño fruncido se desvanece de un segundo a otro. Hajime lo encuentra divertido en cierta medida, aunque, ahora que reflexiona mejor sobre el asunto, también se sorprende de sí mismo. Como sea, ya ha hecho su buena acción del día.

—Eres un…

—Lo sé. —Saca la lengua. Imaginar el insulto es suficiente agradecimiento para él.