Inspiración musical: Trapdoor— Casey Williams & Martin Gonzalez (RWBY Vol. 9 Original Soundtrack)


— ¿Has cambiado de opinión? —Indagó Yugi, con la lupa sobre Atem tras la corredera precipitada de Jonouchi. El que preguntara por Honda lo llevó a sospechar que la soledad en el aposento le había ofuscado al punto de reconsiderar unirse a la videollamada en grupo.

—No, pero necesito hablar con Honda y— alineó sus facciones en un gesto atormentado—... contigo.

El discurso de Jonouchi avivó el color amatista en la mirada de Yugi.

«Sé que Atem y tú, a través del rompecabezas, forjaron una conexión especial que burla cualquier entendimiento, algo así como un cordón umbilical espiritual, forma parte de su intimidad y no pretendo meter la nariz donde no debo».

—Lo que quieres hablar conmigo, yo ya lo sé, Atem. De hecho, Jonouchi y Honda también, pero ninguno comparte su opinión por miedo a que lo tomemos a mal o a que surjan disputas entre los dos. Tenemos amigos mucho mejores de los que pude desear. —Sonrió tan enternecido como el detalle lo evocaba—. Sin lugar a dudas, pedí el deseo correcto al Rompecabezas del Milenio.

Deseo.

Rompecabezas.

Dos palabras clave para desbloquear el recuerdo antes cubierto por las tinieblas de los milenios cautivo en el artefacto. La oscuridad estigia, el éter en la nada y la negrura del vacío adheridos a su pupila como un lente de contacto, atravesados en la retina como ráfagas de luz entre las nubes grises de su propia soledad.

«—Mi Faraón— emanó una voz desde la oquedad del artículo milenario—, su alma ha completado el ciclo de reposo estos tres mil años fundidos a la mía y, en honor a su obediencia, le concederé un deseo».

La voz que había emanado del rompecabezas se replicó en la de Yugi, dividiéndolo entre la nitidez de su memoria y el presente con su compañero.

—Puedes ser honesto conmigo, Atem.

«— ¡Mi nombre es ATEM!»

—Esta vez, puedes decirme lo que siempre has tenido por bien sabido, pero que nunca me has dicho a la cara. Puedes decirme la verdadera razón por la cual te niegas a participar en la videollamada: a ti te gustaba Anzu.

«—Quiero que, de merecer yo la oportunidad de vivir después de mi muerte, pueda ser una persona ordinaria, pueda tener amigos con quienes construir preciosos recuerdos como Mana y Mahad. Yo… yo… Deseo ser libre».

Cuando la luz de Horakhty destruyó a Zorc, vociferar su nombre iluminó a la par el resto de las memorias en el subsuelo de su conciencia. La remembranza, que había sido la primera en exponerse a la luz de la justicia, fue tan suya, tan de Atem en vez de Yugi, que le hizo sentir vulnerable, el haz de luz que, en su celo por protegerlo de la oscuridad, había escondido en el fondo de su corazón, el lugar en el que debía permanecer a resguardo.

Condujo la mano a la sien, dándose allí un ligero masaje, al tiempo que apagaba su mirada por la brevedad de un instante. Abiertos los ojos de nueva cuenta, Yugi estaba a la prudente distancia del cuarto escalón en el que había frenado el paso, envuelto en ese silencio que servía de lienzo a la mansedumbre, pero que, para él, se adueñó del aire como el reclamo de los secretos que le merecían ser desvelados, y Atem envidió su manera de imponerse sin curtir la dulzura en su rostro.

—Era preciada para mí porque también lo era para ti, Yugi. En realidad, yo era quien se proyectaba en tu sombra y no tú en la mía.

—Pero, tú tenías tu propia conciencia, tus propios sentimientos…

—Tenía conciencia y sentimientos, pero no identidad.

Yugi pensó decir "ella siempre ha estado enamorada de ti", mas otras palabras se apoderaron de sus labios.

—Es a ti a quien ella mira.

Atem quiso rebatir que corresponderle a Anzu, siendo consciente de lo que él, Yugi, sentía por ella, no era diferente a tomar su corazón en la mano y oprimirlo hasta que se hiciera virutas, empero, al igual que Yugi, fueron otras palabras las que salieron de su boca.

—Tus sentimientos me importaban más que los suyos.

— ¡No quiero tu compasión ni necesito tu protección! —Demandó, la voz elevándose al rebato de un completo desconocido, y solo entonces la dulzura del rostro se desfiguró en la severidad del arrojo.

— ¡Y yo no quiero ni necesito el peso de ese remordimiento en mi conciencia! —Empató, permitiendo que toda la frustración que airaba su tono endureciera parejo su mirada—. Esta vez, puedes ser honesto conmigo, Yugi— revirtió el aguijón en su dirección de la misma manera en que revertía las jugadas en el Duelo de Monstruos—, esta vez, puedes decirme lo que siempre has tenido por bien sabido, pero que nunca me has dicho a la cara: aunque proclames que no debo preocuparme por ti, que tengo el camino libre para corresponderle sin sembrar en ti la semilla del rencor… Sí te duele, pero no tanto por el amor de Anzu, sino por hacer a un lado el auténtico deseo de tu corazón, que es luchar por ella. Eres un verdadero duelista, Yugi, y un verdadero duelista nunca se rinde.

—Por eso, porque soy un verdadero duelista, quiero la verdad sin tapujos, sin consideraciones. —La imperiosa octava se redujo al volumen de un quebranto y su espalda se flexionó, cual si acabara de liberar el peso de un saco de ladrillos—. No me cubras, no me protejas, no seas mi escudo porque ya no lo necesito. Si Anzu te gusta, ¡adelante, ve a por ella! No te mientas a ti mismo ni reprimas tus propias emociones por temor a que afecten las mías. Eres libre ahora, Atem. Solo… solo sé tú mismo.

—Y eso es lo más difícil de todo, Yugi: ser uno mismo.

Recuperando la placidez, giró los talones hacia los peldaños de regreso a la habitación, indispuesto a seguir estirando el hilo de la conversación. No era la que le estaba debiendo a él y a Honda, ni tampoco era el secreto hecho bilis que le merecía ser desvelado.

—Si Anzu regresara, si tuvieras la oportunidad de estar con ella, ¿la aceptarías?

El escenario propuesto detuvo el trayecto empinado.

— ¿Para qué atarle al sufrimiento de volver a verme partir?

No fue hasta ese preciso momento, hasta escucharlo del propio Atem, que Yugi sintió en las entrañas el retortijón de que él volvería a irse, que por segunda vez le vería cruzar la puerta hacia el inframundo.

«—Ella, al igual que Atem, es un espíritu al que algún día veré partir. Ninguno de los dos puede prometerse amor eterno ni garantizar la felicidad del otro, es una apuesta peligrosa y un desafío al azar, pero, estrujando el seso, es lo mismo que me sucedió con Mai, es lo mismo con el resto de las personas. Nadie puede garantizar la felicidad de nadie y uno nunca sabe cuándo le tocará decir adiós».

Jonouchi, aunque ausente, dejó la enseñanza de su experiencia como otra forma de compañía, demostrando por enésima vez la razón por la que seguía siendo su mejor amigo: era sincero no solo con él, sino también consigo mismo.

—Jonouchi y Yura son el mejor ejemplo del porqué eso no sería un obstáculo.

«—Entonces, no entiendo tu preocupación, Jonouchi. Por lo visto, estás consciente de que, el hecho de que Yura y tú no se puedan jurar amor eterno porque algún día ella se irá, no hace menos valiosa su relación que si, por ejemplo, la tuvieras con alguien de este mundo».

El eco de su propia sabiduría lo indujo a percatarse de la línea divisoria entre Atem y Yura que, a su vez, los colocaba en el mismo plano en posición paralela: los dos eran una existencia temporal con sentimientos atemporales. Ambos eran conscientes de que no podían prometer la felicidad de quedarse a sus seres queridos, y por ello buscaban inmortalizar los sentimientos a través de lo único que era capaz de sobrevivir al paso del tiempo: los recuerdos.

Como iluminado por una clarividencia solo atribuible a lo divino, añadió sentido a cada acción de Yura. Entendió que, con su sarta de mentiras, quería comprar tiempo, pero no para ser a quien Jonouchi más amara en el mundo, ni ser su alma gemela, ni aun el amor de su vida, sino para ser una pequeña huella en el corazón.

Una memoria.

Las memorias construían la identidad, las memorias nutrían la esencia del ser y las memorias eran la única manera de volver a vivir lo que ya se había vivido.

¿Sucedería lo mismo con Atem?

—No es lo mismo y tú lo has de saber mejor que nadie —dijo, como si todavía pudiera escuchar sus pensamientos, como si todavía se compartieran el cuerpo—. Si no, aprovecha la videollamada y pregúntale a Anzu por qué, según tú, yo le gusto, allí tendrás la respuesta que buscas. Además, con todo lo que tenemos encima, pienso que tal cosa debería ocupar el último lugar de nuestra lista de preocupaciones.

Atem vislumbró a Anubis sentado en la silla del jugador principal, moviendo una figura suya de miniatura en el tablero, y una risilla irónica escapó de sus labios al enlazar que, en el pasado, era él quien siempre ocupaba la silla del maestro de juego; que antes, era él quien siempre asumía el rol de jugador principal, y que ahora, volteadas las tornas, había pasado de ser ese jugador a ser el personaje jugable, una mera ficha.

Yugi, de su lado, despegó los labios, dispuesto a defender su argumento, mas las voces de su madre y abuelo a la entrada de la puerta, junto al tono de su celular advirtiendo la esperada llamada entrante, lo empujó a guardar silencio.

Atem retomó su camino, cerrando la puerta tras de sí y lanzándose a la cama bocabajo y de brazos abiertos. Con la cabeza hundida en el colchón, procuró reunir la templanza de revelarle a Honda su pasado como Hoktur y, de ese modo, desvanecer la sombra de duda que desde su llegada amenazaba con crear enemistad entre los dos, pues coincidía con Yugi en que él, Honda, y Jonouchi, eran los mejores amigos que se podía desear.

«… Sin lugar a dudas, pedí el deseo correcto al Rompecabezas del Milenio».

Deseo.

Rompecabezas.

Espasmódico, el retorno de la voz de Yugi, asonante a la revelación, le impulsó a darse la vuelta sobre la cama y a sentarse al borde con el ataque de un tic nervioso en el pliegue de su ojo derecho.

¿Acaso era eso posible? ¿En verdad Yugi y él, oraciones más u oraciones menos, habían pedido el mismo deseo al rompecabezas?

Desesperado, forzó su mente a escarbar entre sus vivencias alguna en la que Yugi le hubiera confesado que pidió un deseo o en la que él se lo hubiera preguntado, y el flujo de su pensamiento se volvió tan vertiginoso que una vena palpitaba furiosa en su frente.

Nada, no halló la más pálida imagen que le sirviera de sustento.

¿Y si Yugi, al igual que él, quería mantenerlo a resguardo en el fondo de su corazón para protegerlo de la oscuridad? ¿Y si lo había dejado entredicho como una invitación a la honestidad, la prueba de que él estaba dispuesto a compartir sus secretos a cambio de los suyos?

Más importante aún… ¿Y si ese deseo compartido era la clave para recuperar el Rompecabezas del Milenio?

Al brinco se puso de pie, resoluto a exclamar su presumible acercamiento al Eureka, pero el regreso a tiempo de la prudencia detuvo su mano en la perilla de la puerta. No era conveniente plantear esa posibilidad con la cabeza hirviendo por lo abrupto de su descubrimiento, debía enfriarse, reorganizar las ideas y elaborar una suposición.

No podía cometer el error de anticiparse, asumir en vez de considerar, no cuando el bienestar de Yugi y todos los demás estaba de por medio.

«Después de todo, yo también pedí el deseo correcto al Rompecabezas del Milenio».


En procura de no afectar su rendimiento en las sesiones de danza o solicitar la videollamada en momentos inoportunos, Yugi y Anzu pautaron de mutuo acuerdo que ella se comunicara los días laborales, mientras que los fines de semana era el tricolor quien debía tocar el icono en su celular.

— ¡Buenos días! Oh, espera, quizás debo decir buenas noches— corrigió Yugi al segundo uno de establecerse la conexión, y tratando de esconder la tensión de su diálogo con Atem entre parpadeos consecutivos.

—Eso es lo de menos, Yugi, ¡buenos días! — El ajuste de brillo mejoró la sonrisa encantadora de Anzu en la pantalla—. ¿Y los demás?

—No deben tardar en llegar. — Aparentó sosiego, rascándose la mejilla con el índice para disimular el sonrojo que pugnaba delatarlo. La espina de duda que Atem le había clavado resonaba de intrusa en su fuero interno.

«… Si no, aprovecha la videollamada y pregúntale a Anzu por qué, según tú, yo le gusto, allí tendrás la respuesta que tanto buscas».

— Anzu, yo… Me gustaría…

— ¡Ya estamos aquí! —El timbre animado de Jonouchi arribó en la estancia con el viento de huracán que agitaba puertas y levantaba las cortinas de las ventanas. Seguido por Honda, los dos se acomodaron a cada costado del sofá, donde Yugi camufló el episodio de vergüenza alejando su celular de manera que la posición de la cámara abarcara a los recién llegados.

— ¿Qué hay de nuevo, Anzu? — Empezó Jonouchi, estrechando el pulgar mientras guiñaba un ojo.

—Todo bien, Bugs Bunny— jugó la de pelo castaño. — ¿Ustedes qué me cuentan? Necesito el reporte de las novedades.

—Te irías de espaldas con todo y mueble si supieras…

— ¿Qué hay de Faitth? ¿Dónde anda ese remolino con patas? —Desvío Honda, cortando saliva a la lengua liviana de Jonouchi. Le pesaba encubrir la verdad, pero, a la vez, tampoco sentía suya la obligación de manifestarla. Esa confesión arrastraba una carga emocional que, para él, solo a Yugi o Atem le correspondía lidiar.

—Procrastinando a todo dar mientras le viene el sueño. Les mandó saludos a todos— reservó los detalles—, pero dime, Jonouchi, ¿qué es lo que me haría ir de espaldas si lo supiera? ¿Qué chisme te da comezón en la boca?

El rubio comprendió el aprieto en el que lo había metido su pensamiento en voz alta cuando Honda puso cara de estreñido y Yugi lo miró con el espanto de que fuera un monstruo atacando directo a sus puntos de vida.

— ¡Nuestro queridísimo amigo te lo puede decir a lujo de detalle! — Aclamó en el intento de solapar el nerviosismo que lo recorría, propinándole al tricolor una palmada de mano abierta en la espalda que casi le tumba el celular de las manos. Convencido de que Yugi, al igual que en los duelos, hallaría la forma de salvar el día.

—Bueno, ya que haces los honores— dijo el duelista, sujeto de una tranquilidad que focalizó todas las miradas expectantes e inusitadas de sus camaradas mientras fingía aclararse la garganta emitiendo una tosecilla, antes de ovacionar, con el ánimo de quien anunciara al ganador de la lotería—: ¡Jonouchi tiene novia!

Honda explotó en carcajadas más por el alivio de saberse libre del suspenso que por el movimiento ingenioso de Yugi, al que Jonouchi reaccionó abriendo la boca como si la quijada de pronto se le hubiera desguindado.

— ¡Oh, oh, eso sí que es una primicia! —Vitoreó Anzu tras la pantalla, cambiando de posición en el mueble—. ¡Apuesto un pasaje a Japón a que es mayor que tú!

—Pues, ni tanto, solo algunos 3000 años. —Honda, dejándose llevar por lo espontáneo del humor, arrastró consigo a Yugi, quien reía en sus anchas al captar el mensaje subliminal de la broma.

— ¡¿Quieren callarse?! — En simultáneo a la exigencia, Jonouchi le arrebató el teléfono a Yugi al tiempo en que se ponía de pie, en actitud de gritarle al aparato cual si estuviera hablando cara a cara con su preciada amiga—. Para empezar, ni la palabra novia ni la diferencia de edad define nuestra relación. En el sentido del chiste, Anzu, tú eres la menos indicada para burlarte de lo último…

Los ojos azules lucieron temblorosos, de modo que Jonouchi, interpretando el significado, cambió el dardo venenoso por los puntos suspensivos.

—Pero ya que insistes en saber…— se adelantó a dar el giro a la conversación antes de que se convirtiera en otra metida de pata y de que Yugi y Honda se lanzaran a reprenderlo—. Estar con ella es una aventura, pero no del tipo que se termina luego de un acostón, sino en el sentido de que vivimos el día a día sin preocuparnos por cuáles comportamientos nos hacen pareja y cuáles no, solo hacemos lo que nos nace en el aquí y el ahora. Por eso la palabra "novia" no le sienta de vestido.

—Oh, vaya, estás muy enamorado para sonar así de filosófico— respondió Anzu, conservando el tono jovial, aunque una estela de melancolía cruzó fugaz por su mirada antes de perderse en el azul—. No fue mi intención juzgarte con mencionar la mayoría de edad, solo que, por un segundo yo…

—Pensaste que había vuelto con Mai, ¿no es así?

Honda, que abandonando el asiento tenía previsto reclamar la devolución del móvil, frenó en seco al escucharle completar la línea de diálogo, paralizado por la sonrisa compasiva que le doblaba la comisura. La noche en la que el rubio les presentó a Yura, lo llenó de fiebre concebir a la de pelo blanco aprovechándose de las pequeñas grietas dejadas por Mai para colarse en la mente de su amigo y tenerlo a su merced, pero viendo la mesura con la que Jonouchi pronunciaba el nombre, sin agachar la cabeza, sin desviar la mirada o sin que la mínima seña de dolor le aguara los ojos, lo llevó a reprocharse que quizás había cometido el fallo de subestimar a Jonouchi y su innata capacidad de sobreponerse a las adversidades, aun cuando él, Honda, fue su testigo en incontables ocasiones. Tal vez Yura, en realidad, solo estaba contribuyendo a finalizar el proceso de sanación que Jonouchi había iniciado por sí mismo incluso antes de conocerla, muy a pesar de que, aceptarlo, implicaría el disgusto de tener que tragarse parte de los insultos dirigidos hacia ella en su renuencia a dar el visto bueno a la relación.

—Es que solo han pasado unos meses desde que terminaron, Jonouchi— escuchó inferir—, ¿no te parece demasiado precipitado empezar una nueva relación tan pronto? Con lo que Mai y tú se querían…

—A mí también me rondaron las mismas preocupaciones, Anzu— compartió, agrandando la sonrisa—, pero gracias a Yura, he aprendido que el amor no siempre es cuestión de tiempo, sino de conexión.

Yura, con que así se llama— apuntó, ceñida a una expresión meditabunda—. Hum, no me convence. La próxima vez, quiero que esté presente en la videollamada, necesito hacerle un par de preguntas.

Jonouchi estuvo a punto de acotar que era su amiga, no su mamá, sin embargo, la brecha le pareció más oportuna para lanzar la moneda en el aire y apostar al resultado.

—A propósito, Anzu, ella vino del extranjero y está teniendo dificultades para encontrar vivienda, ¿crees que le puedas prestar tu apartamento? ¡Será temporal, lo prometo!

—No me digas que todo este rato me has dorado la píldora para conseguirle mi apartamento a tu chica— ella acercó el rostro a la pantalla, queriendo hacer palpable la seriedad en su conjunción, pero el mohín que trazó al emitirla solo provocó ternura en su oyente.

— ¡Hey!, no solo es por eso, yo… Extraño platicar estas cosas contigo.

El rubor en los pómulos evidenció la sinceridad de las palabras y la añoranza iluminó el rostro de su destinataria.

—No me dejas más opción que aceptar, pero tengo una condición. —La cara de Jonouchi, vuelta un signo de interrogación, la motivó a no extender el misterio—. Quiero que siga siendo mi apartamento, no un motel.

El sonrojo aumentó la coloración de tal manera que Anzu temió que una hemorragia nasal viniera en camino, transición que a Honda le pareció efectiva para quitarle por fin el móvil.

— ¡Ignora a ese cabeza hueca, Anzu! Lo dije una vez y lo vuelvo a repetir: lo pendenciero no se le quita ni haciéndole terapia de electrochoques en el cerebro— instó, regresando al mobiliario, y el enfoque de la cámara, hacia él y Yugi—. Mejor cuéntanos, ¿cómo has estado? Nosotros también queremos el reporte de las novedades.

La aludida se mordió el interior de la mejilla.

«Se irían de espaldas con todo y mueble si supieran…»


En un principio, consideré anular este capítulo porque la videollamada me parecía más relleno que un verdadero aporte significativo a la trama, sin embargo, la conversación inicial entre Atem y Yugi sí me era primordial incluirla, además de que no encajaba en lo que sigue. Por tanto, procuré que la fracción con Anzu fuera lo que es: una plática entre buenos amigos.

¡Millones de gracias por leerme!