Capítulo 40: El líder en mi
You put me on a pedestal and tell me I'm the best,
Raise me up into the sky until I'm short of breath,
Fill me up with confidence, I say what's in my chest,
Spill my words and tear me down until there's nothing left
Rearrange the pieces just to fit me with the rest, yeah.
But what if I, what if I trip?
What if I, what if I fall?
Then am I the monster?
Just let me know
And what if I, what if I sin?
And what if I, what if I break?
Then am I the monster?
Just let me know, yeah.
(Me pones en un pedestal y me dices que soy el mejor,
Me elevas hasta el cielo, hasta que me quedo sin aliento
Me llenas de confianza, te digo lo que estoy sintiendo
Te cuento todo y me desgarro, hasta que no queda nada.
Reorganizo las piezas solo para encajar en el resto, sí.
¿Pero qué pasa si me tropiezo?
¿Qué pasa si me caigo?
¿Entonces me convierto en el monstruo?
Solo déjame saber.
¿Y qué, qué pasa si peco?
¿Y qué, qué pasa si me quiebro?
¿Entonces me convierto en el monstruo?
Solo déjame saber, sí.)
Monster – Shawn Mendes ft Justin Bieber.
Siete años habían pasado desde que su camino se había cruzado con el de Albus Severus Potter. Hacía siete años que Scorpius Malfoy lo acompañaba de forma incondicional en todas sus descabelladas, y muchas veces peligrosas, aventuras. No siempre habían coincidido en sus modos, pero se habían mantenido uno junto al otro a pesar de todo. Su amistad había sido puesta a prueba en múltiples ocasiones. Pero había resistido, contra todo pronóstico. Un Malfoy y un Potter, unidos. Más fuertes de lo que jamás podrían haber sido de forma individual.
Scorpius estaba acostumbrado a enfrentarse amenazas externas. Sabía cómo lidiar con los Hijos de la Rebelión, y había aprendido a manejar las peores versiones del propio Albus. Pero esta vez era distinto. Esta vez, la amenaza provenía desde dentro, desde el núcleo más cercano y más importante. Desde los propios cimientos que sostenían la Hermandad. Y en cierta forma, al propio Albus.
Entró en la Sala de Requerimientos sabiendo que lo sucediera a continuación definiría no solo su propio futuro, sino el del resto de los dueños del Amuleto. Y posiblemente, de muchas otras personas más que estaban enlazadas con ellos de formas indirectas e invisibles. Así de importante se había vuelto Albus. Y con él, también Scorpius.
El resto del grupo aguardaba adentro. Como era de esperarse, Rose se paseaba inquieta por la habitación, mascullando por lo bajo, posiblemente planificando anticipadamente todo lo que quería escupir contra su primo. Lysander y Elektra conversaban también en susurros, sentados uno junto al otro. Hedda aguardaba de pie y en silencio, junto a una chimenea encendida, sus manos pálidas extendidas sobre el calor del fuego y su mirada perdida en las llamas.
Todos los ojos se giraron en su dirección en cuanto entró en la sala. Un silencio cortante se apoderó del lugar, mientras aguardaban. La puerta se selló tras él con un ruido seco que retumbó en la sofocante quietud.
—¿Dónde está Albus? —preguntó finalmente Rose, tomando la palabra al ver que Scorpius avanzaba para tomar asiento en uno de los lugares que quedaban libres frente a Lysander y Elektra, y no había señales de que alguien más estuviese por llegar.
—Albus no va a venir —le respondió Malfoy con calma. La sorpresa se vio reflejada en los rostros de los tres Gryffindor. Junto al fuego, Scorpius notó que los hombros de Hedda se tensaban.
—¿Cómo que no va a venir? —Lysander exclamó alzando las cejas—. ¿Para qué nos mandó a llamar entonces?
—No fue Albus quien los llamó. Fui yo —reveló Scorpius, haciendo girar la pieza del Amuleto entre los dedos de su mano derecha antes de volver a esconderla debajo de la camisa, donde la llevaba colgando.
—Oh, no, no —se enfureció Rose, encarando hacia la puerta dispuesta a irse—. Si Albus cree que puede escaparse de darnos explicaciones enviándote a ti como mensajero se ha equivocado bestialmente…
—Albus no sabe que estamos aquí reunidos —la interrumpió Malfoy. La declaración hizo que Rose se congelara a mitad de camino y girara su rostro hacia él, una expresión de leve desconfianza en sus ojos. —Por favor, siéntate, Rose. Tenemos que hablar —le pidió de buena manera Scorpius, dedicándole una mirada implorante que esperaba que ella supiera leer.
La pelirroja vaciló, y tras unos segundos, finalmente retrocedió sobre sus pasos y ocupó el asiento junto a Elektra. Hedda se mantuvo de pie, pero rotó su cuerpo para quedar de frente a ellos, con el fuego crepitando a su espalda.
—Sé que están consternados por lo que ha sucedido con Lily… —empezó a hablar Scorpius.
—¿Consternados? —repitió Lysander—. Lily casi se muere practicando magia que no debería ni siquiera conocer. Consternados no empieza ni a explicar cómo nos sentimos, Scor —le dijo él, visiblemente afectado.
—¿Tú lo sabías? —le preguntó Elektra, con voz herida.
—No —respondió Malfoy.
—¿No te dijo nada sobre los entrenamientos clandestinos? —insistió Lysander, a quien le resultaba poco creíble que Albus no hubiese compartido algo así con Scorpius.
—No sabía nada —repitió Scorpius.
—Júralo —la voz de Rose llegó apagada, como si se odiara a sí misma por estar pidiéndole algo así. No fue capaz de mirarlo a los ojos al hacerlo. Scorpius sintió que el pedido le perforaba el pecho, y tuvo que tragar saliva para poder sobrepasar el nudo que le generó en la garganta.
—¿No me creen? —se quejó Malfoy, arqueando las cejas y dirigiendo su mirada específicamente hacia Rose.
—Hedda lo sabía —se justificó Rose, encogiéndose de hombros y haciendo un gesto con la cabeza en dirección a su pálida amiga—. Y Albus siempre ha compartido más con ustedes que con nosotros.
—Yo no sabía que Albus estaba practicando con las visiones de Lily —se defendió por primera vez Le Blanc, su voz melódica anormalmente fría.
—No, cierto. Solo le diste pociones para dormir. Eso no es tan grave, ¿no? —retrucó con brutal acidez Rose. Los ojos de Hedda chispearon, un destello de furia mientras daba un paso hacia Rose.
—Juro que no sabía lo que estaba pasando con Lily —intervino Scorpius, regresando la atención hacia él. Hizo una pausa y tomó aire, pues sabía que lo que estaba por decir iba a generar controversia—. A menos no toda la verdad. Pero todos aquí sabíamos que algo estaba pasando. Porque en algún punto, Albus acudió a cada uno de nosotros en busca de algún tipo de ayuda o consejo… Y eso nos convierte a todos en cómplices de lo que sucedió con Lily.
Como era de esperarse, la habitación se inundó de quejas. Elektra, Lysander y Rose estallaron al mismo tiempo, sus voces superponiéndose y haciendo imposible entender los argumentos que cada uno daba para justificarse. La única q se mantuvo callada fue Hedda, con sus ojos azules fijos en Scorpius, como si estuviese intentando deducir hacia dónde quería llegar con todo aquello.
—Sé que no es lo que quieren escuchar, pero es la verdad. Todos vimos los signos de alarma en Lily, y todos tuvimos la oportunidad de intervenir en algún momento… pero elegimos creer en Albus, y en que él lo resolvería —siguió hablando Scorpius por encima de las quejas.
—Porque él nunca fue completamente sincero con nosotros, Scorpius —se enfureció Rose—. Siempre nos dio la verdad a medias… Si hubiésemos sabido…
—Habrían confiado igual en él —dictaminó Malfoy, y el asomo de una sonrisa se perfiló en sus labios.
—¿Lo estás justificando? —inquirió Scamander, confundido. Scorpius meneó la cabeza.
—No. Albus la cagó, esa es la verdad. Se equivocó, subestimó a Lily y sobreestimó su propia capacidad para controlar la situación… Y estoy seguro de que nadie será más severo juzgando sus decisiones que él mismo —reconoció el rubio.
—¿Entonces debemos dejarlo pasar sin más? —intervino con dureza Rose, cruzándose de brazos para dar a entender que esa no era una opción que ella estuviese dispuesta a aceptar.
—Tampoco —los volvió a sorprender Malfoy con su respuesta—. Entiendo que estén enojados con él. Yo también lo estoy. Y merecemos explicaciones por parte de Albus, no voy a negarlo.
—Pero… —leyó entre líneas Lysander.
—Pero este no es el momento de mostrarnos fragmentados—sentenció por fin.
Una vez más, estallaron las quejas y los enojos. Scorpius aguardó pacientemente en su butaca, con las manos cruzadas sobre sus piernas, a que sus amigos se desahogaran.
—Entonces, sí pretendes que hagamos como si nada hubiese pasado —resopló Elektra.
—Pretendo que entiendan la posición delicada y peligrosa en que nos encontramos —habló Malfoy, inclinándose hacia delante con el cuerpo para acortar la distancia que lo separaba de ellos, su tono de voz volviéndose repentinamente serio—. Sé que todos están preocupados por Lily y sí, Albus se equivocó y eso nos enfurece, pero necesito que vean el panorama más amplio, más allá de sus sentimientos personales. Cada día que pasa sin que Harry Potter pueda demostrar su inocencia es un día más que la Rebelión gana seguidores.
—Te preocupa que los Hijos usen esto a su favor para hacerse con más estudiantes —barajó Hedda. Scorpius chasqueó la lengua.
—No se trata simplemente de Hogwarts. Me preocupa lo que sucederá una vez que estemos fuera de aquí —confesó Malfoy, deteniendo su mirada gris unos segundos en cada uno de ellos para brindarle más potencia a sus palabras—. Esta guerra promete prolongarse por muchos años más. Y nosotros llevamos ya mucho tiempo preparándonos para la eventualidad de tener que pelear en ella. Creo que ese momento ha llegado. Es ahora cuando debemos tomar las decisiones que realmente importan.
—Hablas como si esta guerra dependiera de nosotros —comentó Elektra, intimidada por las palabras de Scorpius.
—Porque así es —reconoció Malfoy—. Incluso si Harry consigue limpiar su nombre y regresar a la acción… Esta guerra no le pertenece a su generación. No es a ellos a quienes le corresponde pelearla y ganarla. Esta guerra nos pertenece a nosotros. Es nuestra responsabilidad.
Dejó que sus palabras decantaran sobre sus amigos, la realidad golpeándonos de lleno, mientras asimilaban lo que hasta entonces habían intentado ignorar. Sus padres ya habían peleado su guerra. En el caso de Lysander, incluso habían muerto peleando en la actual. Con cada año que pasaba, más integrantes de la nueva generación se acoplaban a la Orden del Fénix.
—¿A dónde quieres llegar con esto, colega? —suspiró Lysander, abrumado. Scorpius se enderezó en su asiento, cuadrando los hombros y adquiriendo una postura firme.
—Si queremos ganar, vamos a necesitar un líder. Una figura que unifique nuestros esfuerzos contra la Rebelión. Alguien capaz de inspirar respeto e incitar a la gente a seguirlo —explicó metódicamente Scorpius.
—Ya tenemos un líder en la Orden del Fénix, Scorpius —le recordó Rose, un dejo de advertencia en su voz.
—Sé que nadie quiere pensar en esto, pero existe una posibilidad muy real de que Harry Potter no sobreviva a esta persecución —Malfoy hablaba de forma práctica, casi despersonalizada. No estaba pensando con el corazón, sino con la cabeza.
—Mi tío y mis padres han superado cosas peores que esto —se indignó Weasley.
—Aún si lo hacen, Scorpius tiene un punto. Esta guerra le pertenece a nuestra generación, a los hijos y los nietos de los que pelearon contra Voldemort. Y una nueva generación que buscará nuevos líderes… Así como los Hijos se han apoyado en personas como Zafira Avery o Heros Morgan —lo secundó Hedda, comprendiendo rápidamente hacia dónde se dirigía Scorpius. Rose resopló, meneando la cabeza.
—Y ustedes creen que Albus debería ser ese líder —la pelirroja leyó entre líneas sin dificultades.
—Las miradas se girarán inevitablemente hacia uno de los hijos de Harry —dijo Scorpius, haciendo un gesto con la mano como si estuviera enunciando lo obvio—. James tiene el espíritu y el carisma, pero tras lo que le sucedió en el Lago, carece del poder necesario para enfrentarse a alguien como el Mago. Y Lily… Bueno, los últimos eventos hablan por sí solos. Carece de la estabilidad tanto física y mental para cargar con esta responsabilidad. Pero Albus…
—Albus es terco, incapaz de reconocer sus propios errores, orgulloso y arrogante —criticó con dureza Rose.
—Pero es más poderoso que cualquiera de nosotros y tiene algo que ninguno de nosotros tiene: la gente lo escucha y lo sigue —lo defendió Hedda—. Lo hemos visto en la Hermandad: todos los que se han unido, lo han hecho por él. Es en Albus en quien creen. No en ti ni en mí, Rose. Es en él.
—Albus puede ser el líder que necesitamos para ganar esta guerra —retomó la palabra Malfoy.
—También puede ser quien nos lleve al fracaso —retrucó crípticamente Lysander—. Él es… impredecible, Scor. Y a veces… peligroso.
—Es por eso que nos necesita a nosotros —finalmente Malfoy había llegado a la parte de la conversación más importante, la que terminaría por definirlo todo. Volvió a buscar en su cuello la pieza de su Amuleto y la extrajo para que todos pudieran verla—. ¿Qué es esto sino una prueba de eso? ¿Por qué creen que Albus nos eligió, entre todas las personas que lo rodean, a nosotros para compartir el Amuleto?
—Porque somos sus amigos —dijo Ely, su mano inconscientemente enroscándose sobre su propio colgante.
—Porque confía en nosotros. Porque sabe que puede contar con nosotros para mantenerlo en el camino correcto y regresarlo cuando se desvía. Porque sabe que él no puede hacer esto solo. Sin nosotros, él nunca logrará convertirse en el líder que esta guerra necesita que sea para ganar —los incentivó Scorpius.
—Tú sabes mejor que nadie que no es fácil controlar a Albus Potter —exhaló Rose.
—Ahora mismo, mientras nosotros discutimos aquí, estoy seguro de que en algún otro lugar del castillo, Portus Cardigan se está reuniendo con los demás Hijos de la Rebelión para planificar cómo terminar de destruir a la descendencia de Harry Potter. Con Lily fuera del camino, solo les queda Albus… Y con él, caerá toda la Hermandad y todo el esfuerzo que hemos hecho para mantener Hogwarts a salvo —habló Scorpius.
—Dudo que les sea tan fácil derrotar a Albus. La mayoría de ellos le tienen terror —comentó Lysander, aunque Scorpius pudo leer cierta preocupación en su rostro habitualmente relajado.
—Le temen porque saben que Albus está rodeado de gente que le es incondicionalmente fiel —explicó Malfoy e hizo un gesto para señalarlos a ellos—. Pero si empiezan a notar siquiera una grieta entre nosotros… La explotarán hasta abrirse un camino hacia él. Y no se detendrán hasta destruirnos a todos.
—No estamos poniendo en duda nuestra amistad con Albus, Scorpius —dijo Elektra—. Pero es difícil ayudarlo cuando él no comparte sus planes con nosotros.
—Y esa será una de las cosas que tendrá que cambiar —aceptó Scorpius de manera diplomática—. Pero ahora mismo, necesito de cada uno de ustedes para mantener ese escudo de protección alrededor de Albus.
—¿Realmente crees que él puede ser el líder de nuestra generación? —le preguntó Rose, mirándolo directo a los ojos. Scorpius no vaciló.
—Lo creo con cada célula de mi cuerpo —reafirmó—. De la misma forma que creo que todos nosotros estamos unidos a él con el objetivo de guiarlo, para ayudarlo a convertirse en la persona que necesitamos que sea.
—No más secretos —pidió Lysander.
—No más —le concedió Scorpius.
—Ni mentiras —pidió Ely.
—Hecho.
—Y compartirá con nosotros sus planes… Todos sus planes —agregó Rose.
—Bien… Eso puede tomarnos un poco más de trabajo pero creo que lo conseguiremos —aceptó Malfoy, con una sonrisa conciliadora. Rose revoleó los ojos, haciendo un esfuerzo por no sonreír.
—Todavía nos debe explicaciones sobre lo que pasó con Lily —agregó Rose, mientras se levantaba de la silla, dando la conversación por concluida, y dejando en claro que no todo estaba completamente perdonado.
—Estoy seguro de que te las dará cuando esté listo para hablar del tema —lo defendió Scorpius. Rose volvió a resoplar y salió de la sala.
Lysander pasó junto a él y se detuvo un instante, como si quisiera decir algo más. Vaciló unos segundos, y volvió a cerrar la boca. Había empezado a dar unos pasos cuando se arrepintió y retrocedió de regreso hacia Scorpius.
—Sabes que adoro a Albus y entiendo lo que quieres hacer con él, y tienes todo mi apoyo. Pero los líderes surgen del amor de aquellos que los siguen… o del miedo. Solo asegurémonos de elegir el camino correcto, ¿si? —sugirió con una sonrisa amable Lysander.
—Se lo dije a Albus el día de su cumpleaños, pero se los repetiré a ustedes dos —habló Elektra, cuando solo quedaron en la sala Scorpius y Hedda—. Puede que ustedes sean capaces de entender cosas de Albus que el resto de nosotros no terminamos de descifrar… Pero no podemos ayudarlo si él no nos abre la puerta y nos deja entrar en su mundo—no se quedó a esperar una respuesta de ellos.
Y entonces sólo quedaron él y Hedda.
—¿Crees que lo perdonarán y todo volverá a la normalidad? —preguntó Scorpius al silencio de la habitación. Él continuaba sentado en la butaca, y Hedda seguía calentando su sangre fría bajo las últimas brasas de la chimenea.
—No, nada nunca vuelve al mismo lugar —confesó Le Blanc, imperturbable—. Pero sí creo que lo perdonarán. Y sí creo que lo seguirán.
—¿Por qué estas tan segura?
—Por la misma razón por la que tú lo sigues. Por la misma razón que Zaira Levington le regaló ese Amuleto tantos años atrás. No fue una simple casualidad, y tú lo sabes también, ¿a que sí? —lo provocó Hedda, lanzándole una mirada de soslayo.
No, hacía mucho tiempo que Scorpius Malfoy había dejado de considerar el peculiar regalo como un simple hecho de azar. Había sido una jugada estratégica por parte de una de las mujeres más inteligentes que habían conocido. Zaira Levington había visto en Albus Potter algo especial desde el comienzo, había reconocido ese potencial crudo que se escondía dentro de él. Había identificado al líder que habitaba allí, esperando a germinar y convertirse en una figura de inmensurable poder… Y había reconocido también sus debilidades. El peligro que encerraba un poder como ese. La facilidad con que alguien con su potencial podía desviarse del camino del bien.
Por eso le había dado el Amuleto. Una manera de conectarlo con personas en quienes fuese capaz de confiar, y que éstas a su vez fuesen capaces de compensarlo y controlarlo, moldearlo y guiarlo hasta convertirlo en el líder que necesitaban que fuese.
Todos ellos estaban conectados con Albus. Muy dentro suyo, sabían que Albus era la esperanza de su nueva generación, era el líder destinado a guiarlos. Y era el trabajo de todos ellos asegurarse de que estuviese listo cuando el momento de la verdad llegase a su puerta.
—¿Sabe Albus que organizaste esta reunión? —preguntó astutamente Le Blanc. Scorpius se mordió el labio inferior, descubierto.
—Albus no está bien, Hedda —suspiró Scorpius, frotándose las sienes con los pulpejos de los dedos, dejando entrever la primera señal de preocupación—. Temo a cómo pueda reaccionar a todo esto.
—No suele tener las mejores reacciones ante situaciones estresantes... sobre todo cuando involucran a su familia —reconoció ella en un tono demasiado casual.
—¿Y tú? ¿Cómo estás? —le preguntó, lanzándole una mirada de soslayo.
Hedda chasqueó la lengua, restándole importancia. Pero su falsa fachada no era capaz de engañar a Malfoy con tanta facilidad.
—Cardigan vendrá a por nosotros buscando sangre —vaticinó el rubio—. Necesito saber que cuento contigo al cien por ciento, o de lo contrario nos harán pedazos. A todos.
—Siempre cuentas conmigo, Scor —dijo de forma tajante ella, clavando sus penetrantes ojos en él. Scorpius asintió en silencio, agradecido de tenerla junto a él.
Les esperaban meses difíciles por delante.
Circe espió por encima de sus deberes hacia Tessa, sentada en el lado opuesto de la mesa. Escribía con movimientos veloces su ensayo para Pociones con la mirada atenta en el pergamino. Cada tanto, un mechón de cabello negro se le escurría sobre el rostro, y ella lo peinaba detrás de su oreja con un movimiento veloz y automático, sin perder tiempo.
La admiraba. No podía más que maravillarse con la determinación con que Tessa Nott enfrentaba cada obstáculo en su camino, sin trastabillar, sin desviarse de su objetivo. Y nadie podía negar que su camino había sido uno sinuoso y lleno de piedras. Pero ella encontraba siempre la fortaleza para mantener la frente en alto y continuar.
Tessa era mucho más fuerte que ella. De haber estado en la posición de Circe, Nott jamás habría dudado. Ni por un instante. Su integridad no le habría permitido plantearse siquiera la posibilidad de traicionar a quienes confiaban en ella. Tampoco le habría ocultado la verdad, incluso si al hacerlo hubiese sentenciado su amistad. Tessa habría preferido la honrosa soledad a la mentirosa compañía.
Pero Circe no era Tessa.
Alguien carraspeó junto a ellas. Circe desvió finalmente la mirada de Tessa para posarla en el grupo de muchachas que se habían agrupado junto a su mesa, la mayoría de ellas con miradas expectantes, su curiosidad pobremente disimulada.
Conocía a la que se había aclarado la garganta para llamar su atención. Mila Cavenger era un año mayor que ellas, pero bien podrían haberlas separado varias décadas de diferencia. Cavenger se había asegurado de mantener una marcada distancia con Circe y Tessa durante todo el tiempo que habían compartido en Hogwarts. Tessa acostumbraba a bromear que ellas no eran lo suficientemente populares para ser amigas de Mila. Circe tenía la teoría de que, por el contrario, eran una amenaza demasiado grande para la vanidosa muchacha.
—¿Necesitas una pastilla de menta? —comentó Circe, con fingida inocencia. Una de las chicas detrás de Mila dejó escapar un jadeo, horrorizada. Cavenger, sin embargo, recibió el golpe con una arrogante sonrisa.
—Solo venía a ofrecerles mis condolencias —explicó Mila, llevándose una mano al pecho en un gesto de pena, su voz impregnada de la misma falsedad que Circe había utilizado con ella.
—¿Perdón? —aquello por fin atrajo la atención de Tessa, quien interrumpió su redacción para prestarle atención al grupo de intrusas.
—Ustedes eran amigas de Lily Potter, ¿no? —aclaró Cavenger, cruzando una mirada con sus amigas como si la respuesta la hubiese tomado desprevenida y no se tratase de algo cruelmente planificado. Tessa empalideció al escuchar el nombre de Lily.
—No está muerta —siseó Circe, entornando la mirada verde a modo de advertencia. Mila chasqueó la lengua.
—¿Entonces es verdad lo que se rumorea? —saltó una de las muchachas que estaba junto a Mila, sin poder contener más su impaciencia.
—Dicen que perdió la cabeza e intentó suicidarse—comentó otra.
—¿Qué? —el comentario tomó a Tessa completamente desprevenida.
—Yo escuché que sufrió una sobredosis —volvió a hablar la primera.
—Pensé que la habían atrapado haciendo magia negra con ese chico raro… ¿cómo es que llamaba? —se acopló otra de las muchachas del grupo.
—Relish. Por Merlín, que chico más horripilante, menos mal que lo expulsaron —le respondió su compañera, sacudiéndose como si solo nombrar a Amadeus le hubiese provocado escalofríos.
—Tal vez lo expulsaron porque intentó matarla. No me sorprendería de un chico como ese —insistió en el tema la primera chica.
—¡No! —exclamó Nott, pero su indignación era tal que no lograba dar con las palabras adecuadas—. ¡Dejen de repetir esas cosas tan horribles! ¡Nada de eso es verdad!
—No la estamos juzgando, Tessa —se apresuró a aclarar Mila, apoyando una mano de manera condescendiente sobre el hombro de Nott. Su boca seguía curvada en una sonrisa taimada que decía lo contrario—. Después de todo, ¿qué puedes esperar de alguien que ha crecido en una familia tan disfuncional como la suya? —hizo una pausa, como si hubiese caído en cuenta de algo terrible, y retiró la mano del hombro de Tessa para llevársela a la boca—. Oh, lo siento. Casi se me olvida que tú y Albus… —dejó la frase sin terminar, como si esperara que Tessa lo completara.
—Mila, cariño, que aburrida debe de ser tu vida para dedicar tanto tiempo a chismosear sobre la vida del resto —suspiró Circe con desdén, haciendo uso de toda su templanza para fingir indiferencia.
El grupo que rodeaba a Cavenger dejó de hablar de inmediato, y todas las miradas se giraron hacia ella, mientras aguardaban la reacción de su líder. Circe percibió el tenue rubor que pigmentó las mejillas de Mila mientras ésta alzaba el mentón con un gesto orgulloso.
—Solo estaba siendo educada… Me apena ver cuando la gente se queda sola —fue la respuesta fría de Mila—. Pero supongo que tú estás acostumbrada.
—Ya sabes lo que dicen: mejor sola que mal acompañada —retrucó Zabini veloz. La mirada de Cavenger se desvió hacia Tessa una fracción de segundo, para luego volver hacia ella y dedicarle su expresión más filosa.
—Vas por buen camino —Mila escupió las palabras con innegable desprecio, observándola como si Circe no fuese merecedora de escuchar siquiera su voz.
Lo sabe, pensó Zabini para sus adentros, mientras Mila y su grupo de amigas se alejaban murmurando por lo bajo y lanzando miradas hacia ellas por sobre los hombros. No podía sacarse de encima la fatídica sensación de que aquella desagradable muchacha sabía que Circe se encontraba trabajando contra reloj, bajo la constante amenaza de su hermano de revelar el secreto más horrible que escondía su familia. Mila tenía razón: Circe estaba marchando indefectiblemente hacia un camino solitario.
—Gracias... Creo que un segundo más de escucharlas y habría empezado a lanzar maldiciones imperdonables por todos lados —bromeó Tessa, percibiendo la tensión en su compañera. Circe fingió sonreír.
—Cavenger es una cretina que solo quiere alterarte —dijo Zabini, encogiéndose de hombros e intentando volver su atención hacia los abandonados deberes. Tessa golpeteó el escritorio un par de veces con su pluma, meditando algo.
—Albus y yo sólo somos amigos —comentó repentinamente. Circe sintió que algo extraño se removía en su estómago al escucharla.
—Lo sé —la voz se escurrió por su garganta con dificultad, más áspera de lo habitual.
—Solo lo digo porque Mila insinuó que seguíamos juntos… —balbuceó Tessa, sonrojándose. Esta vez, Circe esbozó una sonrisa sincera. Nott era verdaderamente adorable cuando se ponía nerviosa.
—Solo quería sacarte información, Tess —la tranquilizó. Su amiga asintió, una risita escapando de sus gruesos labios.
—No es como si Albus compartiese demasiada información conmigo, ni siquiera cuando éramos realmente novios —Tessa intentó decir aquello en un tono relajado, pero Circe leyó cierta frustración detrás—. Su diario personal sabe más sobre Albus que yo —resopló con exasperación.
—¿Albus tiene un diario personal? —se percató Circe. Tessa revoleó los ojos.
—Debe de ser una de sus pertenencias más preciadas —rió Nott.
—¿Y qué escribe en él? —presionó con cautela Zabini, intentando no sonar demasiado curiosa.
—Todo —respondió Tess, encogiéndose de hombros y dándole poca importancia a la conversación, mientras retomaba su ensayo.
Todo.
Albus Potter tenía un diario íntimo donde escribía todo aquello que no se atrevía a hablar con nadie, ni siquiera con quien había sido su novia. Circe sabía que era imposible sacarle información al propio Albus sobre el paradero de su hermana Lily, menos aún de su padre prófugo. Pero ese diario abría un nuevo abanico de posibilidades. Podía ser la fuente de información que su hermano Taurus tanto ansiaba, y por la que había amenazado a Circe con destruir todo lo que amaba.
Se pasó las siguientes horas pretendiendo que estudiaba mientras planificaba la mejor forma de llevar adelante su plan. Sabía que una vez que lo pusiese en marcha, ya no habría vuelta atrás. E inevitablemente, alguien saldría herido. Pero era demasiado tarde para acobardarse, y ya no había tiempo para corregir los errores del pasado. Solo podía seguir y confiar.
Transitó la clase de Pociones en un estado de abstracción, completamente ajena a las indicaciones que les dictaba el profesor, contando los minutos hasta que por fin sonó el timbre que daba la sesión por terminada. Circe se apresuró a interceptar a Isadora Warrington, compañera de Slytherin y parte del equipo de quidditch de la casa de las serpientes. Sabía que su hermana no se llevaba bien con Albus, pero no estaba segura de la inclinación política de Isadora. Solo podía confiar en que fuese lo suficientemente neutral como para al menos hacer llegar su mensaje a destino.
Le entregó una nota sellada con magia para que nadie más que su destinatario pudiese abrirla, y rezó internamente para que su disparatado plan funcionara.
Era una jugada peligrosa, donde Circe lo estaba apostando todo.
Tal como habían sido informados, Dimitri Kurdan encontró el diario de Potter oculto en un compartimiento secreto en el fondo de su baúl. Le tomó cierto trabajo desbloquear los hechizos protectores, pero ninguna alarma se gatilló en el proceso, y al terminar de extraer el libro, Kurdan todavía conservaba todos sus dedos.
—Buen trabajo, Dimitri —lo felicitó Portus Cardigan, palmeándolo en la espalda—. ¿Puedes abrirlo?
—No… creo que está hechizado para que solo pueda abrirlo su dueño —respondió Kurdan, tras intentar forzar la portada.
—Mierda —insultó Cardigan.
—Que más da, llevemos el libro completo. Alguien en la Rebelión logrará forzarlo. Salgamos de aquí antes que nos descubran —advirtió Taurus, quien aguardaba como campana en la puerta de la habitación que compartían los varones de séptimo año.
—Potter se dará cuenta que falta —se preocupó Dimitri.
—Para entonces el diario estará demasiado lejos como para que lo recupere —respondió Taurus con una sonrisa gatuna.
—Vamos. Tenemos un paquete que enviar —lo apremió a moverse Cardigan.
A Dimitri no le gustaba este plan. No era lo que originalmente le habían planteado. Taurus y Portus le habían pedido de sus habilidades para forzar cerraduras de forma furtiva porque querían encontrar un diario íntimo de Potter y leerlo. En ningún momento habían barajado la opción de robar el libro completo. O si lo habían pensado, no lo habían compartido con Dimitri. Y ahora, él se veía obligado a seguirlos a ciegas, sin tener la menor idea de cuál sería el siguiente paso.
Se escabulleron fuera de la habitación hacia la sala común donde los aguardaban otras dos de sus compañeras: Leyla Warrington y Wendy Spencer. A Portus y Zabini no les había tomado demasiado trabajo convencerlas de se unieran a los Hijos de la Rebelión. No eran las únicas esperando, tampoco. Payton Douglas, enemigo público de Potter, también estaba allí.
Era el grupo de Slytherin más selecto de Portus Cardigan, y en quienes por lo visto confiaba para hacer trabajos como ese.
—¿Cuál es el plan? —volvió a insistir Dimitri, sintiéndose cada vez más inquieto. En ese momento ya eran un grupo numeroso y demasiado llamativo, compuesto en su mayoría por estudiantes de último año, y todos ellos enfrentados a Albus Potter. Era solo cuestión de segundos hasta que alguien empezara a sospechar que algo estaba pasando.
—Tengo una lechuza de larga distancia aguardándome en la Lechucería para enviar este paquete a quien corresponde —explicó Zabini, haciendo un gesto sutil con la cabeza para apuntar hacia el diario de tapa negra que Dimitri todavía sostenía entre sus manos. El instinto de supervivencia de Dimitri hizo que extendiera el libro a modo de entrega hacia Zabini, pero éste simplemente se rio y volvió a empujarlo en su dirección.
—Tú lo recuperaste. Tú te encargarás de enviarlo —explicó Cardigan—. Taurus y yo iremos contigo para asegurarnos de que no hay ningún testigo… Y que no te arrepientes en el camino.
—¿Y qué hay de nosotros? —preguntó Payton, cruzándose de brazos con impaciencia.
—Ustedes manténganse cerca, pero fuera de la vista. Solo intervendrán si las cosas se salen de control —ordenó Portus.
—¿Salirse de control? —siseó Leyla, alzando una ceja despectiva.
—No podemos confiarnos con Potter… nunca —les recordó Cardigan, hablando entre dientes apretados y escupiendo las palabras con un odio reverencial.
Dimitri habría deseado poder dar por terminada su parte en todo aquel asunto en ese momento. Entendía la desconfianza de Portus y su preocupación hacia Albus. Sus dedos se desviaron de forma inconsciente hacia la piel de su antebrazo, donde Potter le había grabado con magia su inicial a modo de recordatorio de lo que sucedía con los traidores. No quería ni pensar en qué sucedería si se enteraba que ahora le había robado su diario privado. Y no podía quitarse de la cabeza que todo había sido demasiado fácil. Nunca nada era fácil con Albus Potter.
Pero Taurus Zabini colocó una de sus manos de dedos fibrosos sobre su hombro, instándolo a moverse, y Dimitri se encontró a sí mismo caminando hacia la Lechucería. En cuanto salieron de la sala común de Slytherin, el grupo se dividió en dos, tomando caminos alternativos. Cardigan y Zabini se mantuvieron uno a cada lado, sus miradas alertas y sus manos listas para desenfundar la varita si surgía la ocasión. Dimitri no podía más que aferrarse al diario de Potter y rezar por no cruzarse con nadie en el camino.
El otoño se había abierto paso por los jardines del castillo, cubriendo los caminos con hojas secas y arremolinando sus túnicas con una brisa fresca. Aún faltaban varias horas para la puesta del sol, y se podían distinguir pequeños grupos de estudiantes disfrutando de los últimos días despejados de la temporada. Los ojos de Kurdan escaneaban metódicamente todos los rostros, buscando señales de Albus y de su Hermandad. Pero no había rastros de sus enemigos en ningún sitio, y lejos de tranquilizarlo, la ausencia de éstos hizo que se le erizara todavía más los vellos de la nuca.
Algo no estaba bien. Era demasiado simple.
Percibió por el rabillo del ojo a Payton, Leyla y Wendy, que avanzaban a una distancia prudencial de ellos. Frente a ellos, el perfil de la torre de las lechuzas comenzaba a distinguirse. Estaban a pocos metros de llegar. Por un glorioso instante, Dimitri pensó que iban a lograrlo. Iban a burlar a Albus Potter.
Estaba equivocado.
Potter los esperaba en la puerta de acceso a la lechucería, inclinado contra uno de los pilares de la misma, jugando con su varita mágica, haciéndola girar entre sus dedos. A su derecha, con las manos descansando en los bolsillos de su túnica, estaba Scorpius Malfoy. A su izquierda, al figura pálida de Hedda Le Blanc provocó una descarga de pánico sobre Dimitri.
—Creo que tienen algo que me pertenece, muchachos —comentó Albus, sus ojos recorriendo alternativamente a cada uno de ellos, para detenerse por último en el libro negro que Dimitri sostenía bajo el brazo izquierdo.
Quiso retroceder sobre sus pasos y volver corriendo al castillo, pero le bastó girar la cabeza para comprobar que les habían cerrado el paso. Rose Weasley, Lysander Scamander y Elektra Cameron los habían rodeado.
—Esto es una mala idea —masculló Kurdan, tragando saliva con dificultad.
—Escuchen a Kurdan. Sabe de lo que habla —dijo Hedda, captando sus palabras a pesar de que las había pronunciado casi en un susurro.
—¿Cómo lo supiste, Potter? —preguntó Cardigan, quien sorprendentemente, mantenía la compostura.
—Te has vuelto muy predecible, Cardigan —respondió Albus, encogiéndose de hombros despreocupadamente. Zabini resopló por lo bajo, prácticamente riéndose de él.
—No tanto como tú —retrucó Portus con petulancia. Frunció los labios emitiendo un silbido corto, agudo y potente. Segundos más tarde, sus compañeros de Slytherin, que habían permanecido hasta entonces ocultos, salieron a su encuentro.
Con la aparición de Payton, Leyla y Wendy la ecuación se equiparaba entre ambos bandos. Aún así, a Dimitri no le gustaban sus probabilidades.
—Entreguen el diario y los dejaremos ir por donde vinieron sin problemas —intervino Scorpius, intentando hacer entrar en razón a sus contrincantes, posiblemente palpitando la tensión que empezaba a condensarse entre ellos.
—Si tanto lo quieren, vengan por él —se jactó Zabini con arrogancia, desenfundando su varita. Potter torció una sonrisa ladeada.
—Estaba esperando que dijeras eso —reconoció Albus complacido.
Todo sucedió demasiado rápido para Dimitri. La varita de Albus surcó el aire como una navaja, un hechizo abriéndose paso hacia Taurus como un estallido de luz roja. Zabini se hizo a un lado, esquivándolo por milímetros. Y luego, el caos explotó.
Portus estaba devolviendo el ataque, sólo para encontrarse con que Malfoy ya había invocado un escudo de protección. Detrás de ellos, Payton se había abalanzado contra Rose Weasley. Wendy Spencer soltó un chillido de dolor cuando el maleficio de Hedda la golpeó, haciéndola trastabillar y desplomarse como si hubiese perdido el control sobre sus piernas.
Dimitri se hizo a un lado, escapando del alcance de los hechizos que surcaban el aire en ambas direcciones. No había siquiera atinado a sacar su propia varita, petrificado por el miedo. No fue hasta que Zabini lo tomó por los hombros y lo sacudió con brusquedad que finalmente reaccionó.
—¡El diario! ¡Corre!—le gritó Taurus, hablando entre jadeos entrecortados, empujándolo en dirección a la entrada de la lechucería con vehemencia, mientras sacudía su varita para detener el avance de Elektra Cameron.
Dimitri obedeció, corriendo agazapado entre la confusión generada por el enfrentamiento, los gritos de ambos bandos y las chispas de colores. Trepó los escalones de a varios a la vez, ignorando el golpeteo violento de su corazón contra su pecho y la falta de aire que quemaba en sus pulmones. Aturdido, con la mente abotagada, buscó con la mirada frenética la lechuza de Taurus Zabini. Sus manos temblaban descontroladamente mientras intentaba amarrar el libro a la pata del animal al tiempo que oía pisadas que avanzaban por los escalones hacia la torre. Hacia él.
La lechuza levantó vuelo con dificultad, balanceando el peso del diario que Dimitri había atado torpemente. Y entonces Kurdan sintió cómo, una vez más, alguien lo tomaba del hombro y tiraba de él para girarlo. Su corazón se saltó un latido al encontrarse cara a cara con Albus Potter.
—Llegas tarde —balbuceó Kurdan como pudo, atrapado entre la ventana abierta por la cual había despachado la lechuza y la figura amenazante de Albus—. Se ha ido. Has perdido —no pudo evitar sentir cierta satisfacción al decirlo.
Pero el sentimiento de euforia por haber cumplido con su objetivo se evaporó al ver cómo Potter acentuaba su sonrisa, meneando suavemente la cabeza.
—¿Realmente creíste que dejaría tan desprotegido algo así de importante? —se burló de él Potter, lanzándole una mirada de lástima.
—Ellos van a descifraran cómo abrirlo —se negó a aceptar Dimitri.
—Estoy seguro de que lo harán —reconoció Potter, la burla todavía bailando en su voz—. Una pena que sólo se encontrarán un libro en blanco.
—No… —jadeó Kurdan, sintiendo cómo el pánico volvía a apoderarse lentamente de él mientras caía en cuenta de la verdad. Los ojos verdes de Albus resplandecieron presumidos.
—Te lo advertí, Dimitri —siseó Potter, acortando la poca distancia que los separaba, una de sus manos cerrándose como una garra sobre la zona de su antebrazo donde había tatuado su inicial. Dimitri sintió que la piel ardía al contacto, como si Albus estuviese marcándolo nuevamente. Con la otra mano, Potter lo sujetó de la solapa de su túnica y lo empujó aún más contra el alféizar de la ventana.
—Albus, no… —gimoteó Kurdan, pero el resto de sus ruegos quedaron atrapados en su garganta a medio camino cuando Albus lo presionó otro poco hacia atrás, forzando su torso a sobresalir por la ventana, quedando suspendido hacia el vacío.
—¿Creíste que Cardigan y Zabini podrían protegerte? ¿O tal vez pensaste que si los ayudabas a matar a mi padre obtendrías algún tipo de inmunidad? Quizás si les entregabas suficiente información, la Rebelión terminaba matándome y eliminando todas tus deudas, ¿no? —lo acosó sarcásticamente Albus, empujándolo más y más hacia el exterior con cada frase. Dimitri cerró los ojos, el vértigo provocándole nauseas.
—Por favor, Albus. Haré lo que me pidas. Lo juro, lo que sea. Pero no me dejes caer, por favor —rogó Dimitri, sintiendo que el viento golpeaba tan fuerte contra su rostro que le arrancaba lágrimas de los ojos.
—Ese es el problema de las ratas como tú: son capaces de cualquier cosa con tal de salvar su pellejo. Pero no se puede confiar en un traidor —suspiró Albus, y aunque Dimitri tenía los ojos cerrados, podía sentir el enojo en su voz.
Iba a dejarlo caer.
—Albus, ya es suficiente —lo llamó de manera inesperada una tercera voz—. Detente —le ordenó con firmeza.
Dimitri se atrevió a abrir los ojos. Quería comprobar que no estaba imaginándoselo. Efectivamente, por sobre el hombro de Albus, reconoció la figura de Elektra Cameron. Tenía el cabello rubio revuelto y estaba empapada en sudor, señal de que había hecho un marcado esfuerzo físico para llegar hasta la cima de la torre. Su rostro estaba desencajado y su piel, habitualmente bronceada, lucía pálida y cenicienta, como si estuviese a punto de descomponerse. Sus ojos miraban la escena sin poder creer lo que veía.
Albus vaciló. La furia que había crepitado en su mirada verde se apagó, dando lugar a la cordura. Dimitri aprovechó ese instante de dubitación para aferrarse con ambas manos a los antebrazos de Potter, evitando así que éste pudiese soltarlo de improvisto. Durante varios segundos, ninguno de los tres se movió o dijo nada.
Y entonces, Potter tiró de Dimitri de regreso hacia el interior de la torre y lo lanzó contra el suelo. Kurdan rodó sobre la piedra hasta impactar contra la pared, y allí se quedó ovillado, todavía hiperventilando y con los ojos repletos de lágrimas.
Para cuando Albus descendió de la Lechucería, el duelo entre sus amigos y sus enemigos había terminado. El profesor Gray y la profesora Cruz habían llegado, atraídos por los destellos de sus hechizos, y los habían separado.
Hedda tenía la camisa manchada con sangre que le había caído de la nariz y Lysander tenía varios mechones de su largo cabello chamuscados. Scorpius abrazaba a Rose, asistiéndola en su caminar a causa de una un tobillo lastimado.
Los Hijos lucían todavía peor. Wendy Spencer tenía la mitad de la cara inflamada a causa de un maleficio aguijón, y Leyla Warrington tenía el brazo izquierdo completamente flácido al costado del cuerpo. Portus Cardigan sangraba desde la base de la cabeza a causa de un profundo corte en el cuero cabelludo, y Zabini intentaba ayudar a Payton Douglas a incorporarse del suelo, tarea que se le dificultaba ya que el muchacho había sido golpeado por un hechizo aturdidor que lo había dejado inestable. Apenas logró dar unos pasos antes de tambalearse y vomitar.
—¡Esto es inaceptable! —exclamaba Spike Gray, enfurecido. Tenía el rostro rubicundo a causa de la indignación—. ¡Estudiantes de séptimo año peleándose como salvajes! ¡Algunos de ustedes prefectos de sus casas! —siguió recriminándoles, lanzando una mirada especialmente acusatoria hacia Rose, su predilecta. La prima de Albus bajó la cabeza, avergonzada.
Pero sin importar cuánto los retara el profesor de Transformaciones, ninguno de ellos dijo nada. Ni los amigos de Albus, ni los Hijos de la Rebelión. Ni siquiera cuando los profesores los escoltaron hasta la oficina del director Longbottom, ninguno de ellos habló. Era como si hubiese un acuerdo táctico entre ambos lados de no blanquear lo que verdaderamente había sucedido. Ambos habían cruzado los límites permitidos dentro del reglamento de Hogwarts, y hablar habría implicado contar secretos que excedían la escuela. Esto iba más allá de una riña entre estudiantes. Era un conflicto mucho más grande, que se entrelazaba con la guerra civil que tenía lugar fuera del castillo. Para los Hijos, era blanquear su vinculación con la Rebelión, un intento de robo y una colaboración con actividades ilegales en la cacería de Harry Potter. Para Albus y sus amigos, implicaba reconocer que habían elegido hacer justicia por mano propia.
Albus sintió la mirada de Elektra sobre él durante todo el tiempo que estuvieron en la oficina de Neville. Pero incluso cuando sus ojos destilaban decepción (e incluso un poco de miedo) Elektra no dijo nada. Había visto a Albus en su peor momento, dominado por la ira y el deseo de venganza, al borde de cometer un error del cual no habría vuelta atrás.
Albus no tenía dudas de que, de no haber sido por ella, él habría dejado caer a Dimitri Kurdan desde la cima de la lechucería. No habría sido la primera vez que dejaba caer a alguien al vacío. Después de todo, había dejado morir a Icarus Primus en el templo de Hades muchos años atrás. Y aun así, esto se sentía distinto. Había una sutil diferencia entre negarse a ayudar a alguien que está cayendo y empujarlo de forma deliberada. Pero los límites empezaban a difuminarse dentro de Albus, y las diferencias se volvían cada vez más difíciles de señalar.
Neville Longbottom delegó a la profesora Cruz la tarea de llevar a los estudiantes heridos hasta la Enfermería. El resto, debía de regresar a sus salas comunes de inmediato. Sus respectivos castigos les serían informados por los jefes de sus casas durante los días siguientes. Nadie se quejó ni opuso resistencia. Desde ambos bandos, sentían que el fin último que habían perseguido justificaba cualquier castigo que les pudiera alcanzar después.
—Albus, aguarda un momento —lo retuvo Neville en su despacho, esperando a que el resto de sus compañeros abandonara el lugar.
Scorpius le lanzó una última mirada desde la puerta, preguntándole silenciosamente si todo estaba bien. Albus hizo un gesto casi imperceptible de asentimiento para que su amigo se marchara tranquilo. El rubio cerró la puerta, dejándolo a solas con el director.
—¿Qué sucedió realmente, Al? —le preguntó Longbottom, frotándose la frente con preocupación.
—Lo que dije que sucedería, Neville —respondió con petulancia Potter—. La Rebelión ha reclutado a varios estudiantes para intentar obtener información sobre mi padre.
—¿Qué tipo de información? —presionó Neville.
—Intentaron robarme un diario personal… Creyeron que podría servirles para dar con el escondite de papá —respondió Albus, chasqueando la lengua con desprecio. Los aborrecía por siquiera intentar usar algo suyo en contra de su propio padre.
—¿Y puede servirles? —se aventuró Longbottom, arqueando las cejas en un gesto significativo.
—Solo el guardián secreto puede revelar la ubicación de la mansión —evadió la pregunta. Neville le dedicó una larga mirada.
—Sabes bien que va más allá de eso. No pueden enterarse que Draco Malfoy está trabajando con nosotros, Albus. En este momento, él es el único miembro de la Orden que no está siendo vigilado. Si seguimos resistiendo, es gracias a que él se ha mantenido invisible —le recordó pacientemente su padrino.
—Lo sé —se irritó Albus. Odiaba cuando lo trataban como a un niño.
—Tienes que destruir ese diario. Nunca deberías de haber escrito sobre la Orden del Fénix en primer lugar —lo regañó el director.
—El diario está a salvo —le prometió Potter. Neville suspiró, meneando la cabeza.
—Destrúyelo, Albus —le repitió, esta vez como una orden directa—. Puede que hoy no lo hayan conseguido, pero con todo esto les has confirmado lo importante que es para ti. Volverán a intentarlo.
—Puedo lidiar con ellos —dijo con arrogancia.
—Lo que sucedió hoy podría haber terminado en tu expulsión… o peor. Alguien podría haber resultado gravemente herido —señaló el director, preocupado. Albus resopló—. Lo digo en serio, Albus. ¿Cuánto crees que se demoraría el Consejo Escolar en expulsarme del cargo de Director si algo así se repite? Ya los tengo respirándome sobre la nuca después de lo que sucedió con tu hermana —hizo una pausa, inspirando profundamente para calmarse. Era evidente que todo aquello le quedaba demasiado grande. Neville lucía abrumado y preocupado—. No podemos perder Hogwarts. Pensé que tú entendías eso.
—No lo perderemos —le prometió Albus.
Neville aún creía que el control de Hogwarts recaía sobre el director y los profesores. Estaba equivocado. Albus lo había descifrado después de aquel ataque de la Rebelión a Hogsmeade donde Minerva McGonagall había muerto. Eran los propios alumnos quienes controlaban la escuela. Eran ellos los que verdaderamente inclinaban la balanza y tenían el poder. Era a ellos a quienes Albus tenía que convencer. Porque si los alumnos creían que Albus Potter era la persona a la cual debían de seguir, no importaba quién estuviese sentado en el asiento de Director, la escuela nunca le pertenecería a la Rebelión.
Por eso había tramado aquel plan. Su figura y la autoridad que inspiraba el apellido Potter comenzaba a debilitarse entre los estudiantes. La prolongada ausencia de su padre y las constantes acusaciones de la Rebelión habían sembrado la duda y provocado demasiada incertidumbre. El quiebre de Lily solo había empeorado las cosas. Los rumores se habían intensificado y Albus podía sentir cómo lentamente la balanza se inclinaba cada vez más a favor de los Hijos de la Rebelión.
Por eso había dejado que le robaran una copia falsa del diario. Debía demostrarles quién tenía verdaderamente el poder dentro del castillo. Necesitaba recordarles a sus enemigos quién era Albus Potter y qué le sucedía a las personas que intentaban lastimar a los suyos. Y a los que dudaban, tenía que demostrarles que la Hermandad de Hogwarts seguía siendo fuerte, y que la Rebelión no conseguiría avanzar dentro del castillo mientras él estuviese allí. Tenía que sofocar los rumores y despejar cualquier tipo de dudas.
Él tenía el control de Hogwarts.
En el tercer piso, cerca del aula donde se dictaba Encantamientos, había un depósito donde se almacenaba el mobiliario que sufría accidentes durante las clases para luego ser reparado. Se trataba de una habitación pequeña, sin ventanas y sin ningún atractivo para los estudiantes de Hogwarts. Nadie nunca entraba allí salvo que fuese por error.
Y por esa misma razón, Circe lo había elegido como punto de encuentro para reunirse a escondidas con Scorpius Malfoy.
Una semana atrás, durante uno de los entrenamientos del equipo de quidditch, Isadora Warrington le había entregado una nota a Scorpius de parte de Circe Zabini citándolo en aquel lugar. Allí, Circe le había blanqueado toda la verdad.
—La Rebelión ha reclutado a mi hermano. Está decidido a atrapar a Harry Potter —le reveló ella en cuanto estuvieron a solas, sin rodeos. Scorpius arqueó las cejas en un gesto irreverente, como si considera esa amenaza poco relevante.
—Buena suerte consiguiéndolo —se rio Malfoy, recostándose de forma relajada en una de las sillas rotas.
—Tiene el apoyo de la Rebelión para hacer lo que considere necesario con tal de conseguir información útil… Le han prometido que si atrapan a Potter entonces podrán liberar a nuestro padre de Azkaban —insistió Circe, preocupada. Scorpius se tomó aquellas palabras con mayor seriedad.
—Los están manipulando, Circe. Están usando a su padre como carnada —le dijo en un tono más empático.
—Ya lo sé —estuvo de acuerdo Zabini—. Pero mi hermano… él esta decidido a hundir a todos los Potter si es necesario. Él me… —se atragantó, sintiéndose repentinamente vulnerable al recordar la forma en que Taurus la había tratado.
—Circe, si Taurus te está maltratando… —leyó entre líneas Scorpius, preocupado. Una sonrisa triste tiró de las comisuras de los labios oscuros de Circe.
—Hay algo que debes saber, Scor... Es sobre la muerte de los padres de Tess. Tus tíos —Circe desvió la mirada, avergonzada.
—¿Qué sabes de eso? —preguntó Malfoy a regañadientes, pues era evidente que una parte de él prefería no escuchar la verdad. Circe inspiró profundamente antes de hablar. Scorpius Malfoy era la primera persona a la que le contaba aquel secreto.
—Mi padre fue quien los mató —susurró en un hilo de voz.
—¿Estás segura? —Scorpius tenía con voz ronca, como si le costase continuar la charla.
—Sí —asintió Circe.
—¿Hace cuánto tiempo lo sabes? —fue la siguiente pregunta.
—Lo supe durante las primeras vacaciones después de su muerte. Mi padre nos mantuvo aislados en Italia todo ese verano —ya no tenía sentido mentir. Llevaba demasiado tiempo guardando silencio. Scorpius soltó un silbido largo y emblemático.
—Tessa no puede enterarse. Eres su mejor amiga, y te necesita junto a ella —fue el razonamiento de Malfoy, luego de varios segundos sin hablar.
—Mi hermano me ha amenazado con revelarle la verdad a Tessa si no lo ayudo —siguió confesando Circe, intentando hacerle ver la difícil situación en la que estaba—. Debo darle algo en los próximos días, o él mismo hablará con Tessa.
—Déjame ver si estoy entendiendo bien: ¿me estás pidiendo información sobre el padre de mi mejor amigo para después compartirlo con sus enemigos? —le preguntó con sarcasmo Scorpius.
—Sé que Albus Potter tiene un diario personal donde lleva años escribiendo sobre esta guerra —reveló su parte Circe. Scorpius no intentó siquiera negarlo. La miró analíticamente durante unos segundos antes de volver a hablar.
—¿Ya les has hablado del diario a Taurus? —inquirió.
—No aún —reconoció Circe. La mirada de Scorpius se perdió en un punto en la pared opuesta. Era evidente que su mente empezaba a tramar un plan.
—Cuéntale a tu hermano. Dile que crees que Albus guarda ese diario con sus pertenencias personales en el baúl de su habitación. Dile que estas segura de que adentro encontrarán información sumamente valiosa para la Rebelión —la incentivó Malfoy.
—Si hago eso, intentarán robarlo —intentó seguirle la línea de pensamiento ella. Scorpius torció una sonrisa taimada.
—Exacto.
Circe había hecho exactamente lo que Scorpius le había ordenado. Y su hermano Taurus había hecho exactamente lo que Scorpius había previsto que haría. Ahora, era lo que vendría a continuación lo que preocupaba a Circe.
—Lo hiciste de maravilla, Circe —le dijo Malfoy en cuanto la puerta estuvo cerrada detrás de él, sin poder esconder la sonrisa. Pero su alegría se evaporó rápidamente al ver la expresión sombría de Zabini. —¿Qué sucede? —se preocupó, dando un paso más hacia ella, sus ojos grises recorriéndola de pies a cabeza como si estuviese buscando algún signo de daño.
—Sabrán que fui yo, Scorpius —Circe expresó en voz alta su temor. Su hermano no era estúpido. No tardaría en deducir que Circe le había tendido una trampa.
—No se atreverán a ir contra ti, no después de la paliza que recibieron. Tú eres una de nosotros ahora, y eso te protege —intentó transmitirle seguridad. Pero ella meneó la cabeza, contradiciéndolo.
—Si crees que Taurus se quedará callado después de la humillación que ha recibido, entonces no conoces a mi hermano —le advirtió ella.
Pero Scorpius estaba confiado. La reciente victoria le había dejado el espíritu alto. Había sido una jugada maestra, calculada con astuta precisión. Una prueba más de que el heredero de la familia Malfoy era un brillante estratega, y un peligroso contrincante.
—Hiciste lo correcto al contarnos, Circe —reafirmó Scorpius. Circe sonrió con tristeza.
—No lo hice por eso —confesó con amargura. Había sido un acto mucho más egoísta y de autopreservación lo que la había llevado finalmente a buscar la ayuda de Scorpius, y por asociación, de Albus.
—No… Lo hiciste por ella —dedujo sagazmente el rubio—. Pero no deja de ser un acto de bien.
—¿Por qué ayudé a tu preciado Albus Potter? —resopló con excesiva ironía Circe.
—Porque le has plantado cara a un grupo de abusadores y no te has dejado chantajear —contrarestó él. Circe revoleó los ojos.
—Eres un maldito adulador, ¿lo sabías? —se burló Zabini, más relajada. Scorpius rió por lo bajo.
Pero por dentro, Circe sabía que aún no estaba todo dicho. Tarde o temprano, Taurus contraatacaría. Y cuando lo hiciera, iba a hacerle pagar cara su traición.
Conforme los días fueron pasando dentro del castillo, la historia del enfrentamiento entre Albus Potter y Portus Cardigan se extendió entre los estudiantes como una onda expansiva. Tal como Albus había previsto, la noticia apagó momentáneamente las incertidumbres y los rumores que la crisis de Lily había generado. Volvía a sentir esas miradas de asombro, de respeto… pero también de miedo.
Dimitri Kurdan no había vuelto a dormir a la habitación de ellos. Albus se había enterado que se estaba quedando en el dormitorio de los de sexto año, junto a Payton Douglas. Tampoco asistía a las clases que compartía con él. Evitaba a Albus todo lo que le era posible, y su sepulcral silencio sobre lo que había sucedido en la torre no hizo más que acrecentar las especulaciones al respecto. Potenciaba la admiración en sus seguidores y reforzaba el temor en sus enemigos.
Dimitri no era el único que lo evitaba. Elektra también se había mostrado inusualmente callada en su presencia. La pelea en la lechucería había sido como una descarga de adrenalina para el resto de sus amigos. A pesar de las magulladuras, todos ellos se sentían satisfechos con su desempeño. Después de muchos años entrenando, finalmente se habían batido a duelo con los Hijos, habían logrado engañarlos y habían frustrado sus conspiraciones. A sus ojos, Albus le había dado un buen susto a Kurdan (aunque no sabían exactamente qué susto), y esto había servido de lección para el resto de sus enemigos. Habían ganado sin causar daños irreversibles. O al menos, eso creían.
Pero Elektra sabía mejor. Ella sabía la verdad de lo que había sucedido en la soledad de la torre. Había visto lo que Albus podía hacer. Lo que estaba dispuesto a hacer. Y a pesar de que Albus se había convencido de que había hecho lo necesario para recuperar el control sobre el colegio, cada vez que sus ojos se cruzaban con los negros de Elektra sentía una puntada de vergüenza en el pecho.
Hacia la tarde del viernes, Albus ya no podía soportarlo. Necesitaba hablar con ella, aunque no tenía en claro qué era exactamente lo que planeaba decir. Le envió un mensaje a través del Amuleto pidiéndole de encontrarse luego de las clases. Elektra se demoró tanto en responderle que Albus llegó a pensar que su amiga se había quitado el Amuleto una vez más.
Cuando faltaban pocos minutos para terminar la clase, su pieza del Amuleto se encendió contra su piel, un calor agradable extendiéndose sobre él. Supo de inmediato que era ella.
—Viniste —suspiró aliviado Albus cuando Elektra se encontró con él en uno de los Invernaderos vacíos.
—Dijiste que era importante —se justificó ella, encogiéndose de hombros.
Evitaba mirarlo a la cara, y se mantenía intencionalmente a distancia. Albus tuvo que tragar saliva para superar el nudo que se le había formado en la garganta. Enfrentarse a un ejército de Rebeldes no lo ponía tan nervioso como encarar a Elektra en ese momento.
—No le has contado al resto los detalles de lo que sucedió en la Lechucería —señaló Albus.
—No —respondió ella, secamente. Albus se rascó la nuca.
—Sobre eso... quería explicarte lo que viste —comenzó a justificarse. Elektra arqueó las cejas.
—Creo que es bastante claro lo que vi —lo interrumpió.
—Tenía que asegurarme de que Dimitri no volvería a hacer algo así de nuevo —intentó hacerle entender Albus.
—¿Lo habrías dejado caer si yo no hubiese llegado a tiempo? —le espetó ella, cruzando los brazos sobre su pecho y levantando la mirada desafiante hacia él.
—No —mintió Albus, sin pestañear. Elektra le sostuvo la mirada durante largos y angustiantes segundos.
—Si no dije nada, es porque sé que estás sufriendo, Albus. Lo vi en la Lechucería y puedo verlo ahora —susurró ella descruzando los brazos y dando un paso vacilante hacia él. Incluso cuando le hablaba con esa brutal franqueza había una gentileza en su forma de decir la verdad que hacía imposible que Albus se enfadara.
Potter se restregó el rostro con ambas manos, intentando sacarse de encima el malestar que sentía. Pero las palabras de Elektra habían abierto una puerta que él no podía volver a cerrar. Y las emociones contenidas durante demasiado tiempo amenazaban con volcarse hacia afuera de forma explosiva.
—No voy a quedarme de brazos cruzados sin hacer nada mientras veo cómo destruyen todo lo que amo —masculló Albus, sintiendo la garganta áspera, como si fuese arena.
—Esta no es la forma. No puedes dejar que el odio y el enojo te dominen —le criticó Elektra—. Tú eres mejor que eso, Albus.
—Lamento decepcionarte, Ely… Pero yo no soy mi padre —exhaló en tono derrotado.
Las comisuras de los labios de Cameron se elevaron de forma sutil, con candidez. Había acortado la distancia entre ellos hasta quedar lo suficientemente cerca como para tomarle las manos por las muñecas y obligarlo a descubrirse el rostro. Albus se sentía desnudo y vulnerable bajo esa mirada sincera.
—Aún no lo entiendes, ¿verdad? —murmuró ella en un susurro tibio que hizo que a Albus se le erizaran los vellos de la nuca—. Nadie te sigue porque seas el hijo de Harry Potter. Lo hacen porque eres tú, Albus, el chico que llegó a Slytherin como un marginado y demostró que ese era su lugar.
—Empiezas a sonar como Scorpius —resopló Albus.
—Scor cree que tú eres el indicado para liderar la guerra que se viene —soltó ella de manera significativa.
—¿Y tú? —preguntó Potter, temiendo la respuesta. Su fragilidad debió de entreverse en el tono de su voz, porque la expresión Elektra se suavizó aún más.
—Quiero creerlo —confesó Cameron, vaciando sus pulmones con pesadez—. No te das una idea de cuánto —agregó en una jadeo casi inaudible que hizo que a Albus se le acelerara el corazón.
—¿Qué debo hacer para que creas en mí? —Albus se atrevió a entrelazar sus dedos con los de ella. La piel de Elektra era cálida y reconfortante. Para su sorpresa, ella le dio un suave apretón a su mano. Potter se resistió al impulso de abrazarla y hundir el rostro en su cabello dorado.
—Vuelve a ser ese chico de once años que arriesgó su vida para salvar a su amiga, sin importarle que ella pudiese ser diferente… El chico que eligió formar una Hermandad en un lugar donde la gente estaba fragmentada en casas… Que integró dentro de su grupo a una chica muggle que estaba completamente perdida en un mundo nuevo y un poco aterrador… Y la hizo sentir especial —Elektra hablaba con nostalgia, su voz una caricia contra las mejillas de Albus, que la contemplaba embelesado.
¿Sabría Elektra siquiera lo especial que era? Un oasis en medio de un desierto. Un momento de calma en medio de una tormenta. Un poco de luz cuando todo su mundo parecía tan oscuro que Albus no podía ver hacia dónde iba.
Se inclinó hacia delante y, sin pensarlo, apoyó sus labios contra los de ella. Duró sólo una fracción de segundo, el tiempo que le tomó a Elektra comprender lo que estaba sucediendo y apartarse.
—Lo siento —se apresuró a disculparse Albus, sonrojándose de forma inevitable y maldiciéndose internamente por haber hecho algo tan estúpido.
Elektra se había llevado la mano a la boca, los pulpejos de sus dedos rozando la piel de los labios donde había contactado con los de él. Por un momento, pareció demasiado confundida como para poder hacer o decir algo más. Por primera vez en mucho tiempo, Albus tampoco supo qué decir. Sus miradas volvieron a encontrarse y debajo del aturdimiento y la confusión, Potter creyó ver el mismo anhelo en sus ojos negros, el mismo deseo que él sentía. Duró demasiado poco, siendo reemplazado demasiado rápido por el pánico.
Cameron se marchó antes de que él pudiese detenerla. Y Albus se quedó solo en el invernadero, sus labios todavía hormigueando allí donde habían besado a su amiga.
Ha sido un capítulo largo, pero me he divertido mucho escribiéndolo. Un capítulo lleno de dilemas morales, de fidelidades divididas y de decisiones complicadas.
Vemos a Scorpius ocupando cada vez más un rol como mano derecha de Albus, y vemos cómo a raíz de lo que sucedió a fines del último año, su confianza en Albus se ha reafirmado más que nunca... Al punto que vemos cómo cumple un papel clave de engranaje con el resto del grupo.
Y empezamos a entender un poco mejor el Amuleto... Me preguntaron mucho, mucho, mucho por esto. No, no fue casualidad el regalo de Zaira. Y sí, es importante en la historia. Creo que en este capítulo empezamos a ver un poco cuánto, y a entender un poco más el por qué de su existencia.
Circe: después de años manteniendo una postura relativamente neutral, hoy la vemos tomar finalmente una decisión... Y aunque sí, es una decisión egoista, pues la hace tras sopesar todas las opciones y caer en cuenta de que su mejor posibilidad de conservar a Tessa en su vida es de esta forma... No deja de ser una decisión que parte desde un lugar sincero, y de buenas intenciones, como le señala Scorpius.
Albus, mi querido y complejo Albus. Espero que este capítulo sirva para entender un poco mejor al personaje, y también espero que no sean muy duros con él. Historicamente, hemos visto que los momentos más oscuros del personaje suelen vincularse a estados emocionales de mucha fragilidad: Albus cruza todos los limites cuando la gente que quiere se encuentra en riesgo. No hay nada que él no estaría dispuesto a hacer para proteger a las personas que ama, y eso ha sido una constante en el personaje durante todos los libros... Solo que conforme ha ido creciendo, se ha vuelto más trascendental pues sus acciones tienen más peso. Y posiblemente quien mejor ha logrado descifrar esto es Elektra... Ella sabe que Albus está sufriendo, y que es desde un lugar de dolor y de ira desde donde salen sus actos más reprochables.
Y sí... Claro que en algún momento Albus iba a intentar besarla. Qué puedo decir de eso, jeje.
Espero que les guste el capítulo, e intentaré responder a sus mensajes lo más pronto posible. Sepan que leo todos los reviews, y los agradezco muchísimo.
Saludos,
G.
