Inspiración musical: Last Night— Keyshia Cole feat P. Diddy.


Yura correteó hasta la oficina del vicepresidente, arrimándose a la puerta blindada por el avanzado sistema de seguridad que requería el escáner de su retina para desbloquear los goznes. De inmediato, acercó el ojo a la mirilla digital, cuya luz infrarroja lo recorrió de arriba hacia abajo, cumpliendo el proceso de manera satisfactoria con el ruido electrónico de los engranajes.

Una vez dentro, afincó la espalda y apretó la tableta contra su pecho, como si quisiera asegurarse de que la puerta se había cerrado tras de sí, y que todo el pavor que le anudó las vísceras en la oficina de Seto no había cruzado el umbral junto con ella.

— ¿Pero qué ha pasado, Yura? — Sondeó Mokuba, mientras abandonaba su escritorio e iniciaba el trayecto hacia ella—. Tu cara parece a nada de volverse transparente.

—Él, Seto…

— ¡No me digas que también se ha besado contigo!

— ¡Que Ra te reprenda! — Pegó el grito al cielo. Quebrada de angustia, se puso de cuclillas para compensar la diferencia de altura y poner énfasis en su mirada, sin despegar el aparato que, así de cerca del pecho, le daba la sensación de que fungía de malla protectora a su corazón—. Él, Seto… ¡Tu hermano no puede enamorarse de mí, ¿me entiendes?! ¡No debe!

—Por desgracia, eso es algo que ni tú, ni yo, ni nadie puede controlar— dijo calmo, estrechando la mano hasta tocar al hombro ajeno. Ella, por toda respuesta, se alejó como si él hubiera sido un tizón encendido.

—No lo entiendo, Yura, si sabes que esta época es diferente, si sabes que mi hermano es diferente, entonces, ¿por qué le temes al pasado? —Mokuba le tomó el pulso a su vena arterial con la pregunta, y Yura, a palabras más o palabras menos, la percibió una copia tan descarada a la de Seto, que la voz de su pensamiento le advirtió que el de pelo castaño la tenía acorralada—. Es la única explicación lógica que le veo a tu actitud. Pero, insisto, si todo es diferente, ¿qué te hace pensar que puede ocurrir lo mismo?

En su mente, Yura le dio la razón a la vez que se la quitó. Se la dio porque de cierto la tenía: ella no conocía la hilera de sucesos que formaban la pasta de la que estaba hecho el Seto actual, la propia versión del bulto sobre los hombros que formó al hombre que era en el presente. Sin embargo, debió quitársela porque, de primer oído y siendo ajeno al conocimiento que ella ostentaba, la pregunta parecía simple, pero la respuesta, en cambio, era demasiado compleja.

La ausencia enigmática de Anubis solo podía significar que todo le estaba saliendo tan a pedir de boca, que no veía la necesidad de interferir en el cause natural de los acontecimientos, y no podía ser fortuito que lo asertivo de Mokuba se alineara con el diálogo anterior de Seto, donde ella notó el síntoma grave de que podría estar cuestionando sus huidas, ya que, de manera inconsciente, empezaba a desear que ella se quedara. Así como el Faraón Seto quería aprisionarla en el Palacio Real.

Esa interacción hizo visible los hilos de Anubis tras cada acción, la resucitó en la mansión Kaiba porque era el sustituto perfecto del Palacio Real, y la orilló a someterse a sus condiciones de líder en la corporación como lo estuvo a su dominio en calidad de Faraón. Le quedó claro que el dios había armado una maqueta del mismo escenario del pasado, pero aprovechando los recursos en ese mundo moderno; seguro de que Seto y ella, en simbiosis con el pasado, volverían a caer en la batalla de egoísmo disfrazada de amor.

—Pienso que mi hermano merece que le concedas el mismo beneficio de la duda que él te ha otorgado— compensó el menor ante su silencio, portador de una sonrisa de dientes expuestos que, junto al traje gris de corbata azul endosado a su figura, lo enterneció sobremanera—. Trátalo, Yura, pero no con el miedo de que te puedas enamorar de él o que él se vaya a enamorar de ti. Trátalo como lo que es: un hombre como cualquier otro. Y, créeme, te vas a sorprender.

¿En verdad podría darse el lujo de confiar?

«—Sin embargo, tal vez la única forma de vencerlo sea siendo tú mismo, Seto Kaiba. Tú lo has predicho, ¿recuerdas?

"—Anubis es un dios".

"—Y yo soy Seto Kaiba"».

Ai fragmentó su recuerdo a través del auricular, el pequeño dispositivo que recién se acordó que llevaba pegado al oído.

Señorita Yura, el señor Kaiba le ha enviado un mensaje de voz y lo ha marcado como prioritario, de manera que procederé a transmitirlo de inmediato: "recuerda que Mokuba no debe sospechar de nuestro acuerdo".

Yura cerró los ojos, tomó una extensa bocanada de aire y lo dejó salir al compás de volver su mirada. De momento, y sin saberlo, seguiría el ejemplo de Seto de anestesiarse con el trabajo hasta que llegara la hora de salida, hasta que su Katsuya esperara por ella en la moto de nuevo prestada por Honda, y hasta que ella pudiera aferrarse a la espalda ancha y musculosa de su amado mientras el viento ondulaba su cabello blanco.


El apartamento de Anzu, ubicado en el primer piso, era el intermedio perfecto entre la casa de Yugi y la mansión Kaiba.

La sala de estar irradiaba el carácter vivaz de su dueña. El azul en las paredes, combinado al tapiz del mueble, cuya mitad era amarillo, a su vez destacaba los dos cuadros allí colgados, siendo el primero un conjunto de edificios que servían de pantalla a carteles de anuncios con luces de neón en donde figuraba la palabra "Broadway". A la par, el segundo exhibía la famosa Estatua de la Libertad sosteniendo un zapato de ballet en lugar de la antorcha encendida (1).

Delante, una alfombrilla rosa en forma de círculo era la base de la mesa de centro, adornada por dos pequeñas sillas a los costados, una amarilla y otra azul, ambas alineadas a la mitad del mueble con la que compartían el color.

La cocina y el comedor estaban dispuestos de manera que los comensales pudieran mantener a los ocupantes de la sala en su campo de visión, a unos cuantos pasos antes del pequeño pasillo a la entrada del aposento.

Era un juego de colores que si bien no eran del todo climáticos entre sí, añadían sobriedad al entorno, además de inducir que cada artículo estaba en su debido puesto. Al menos, esa fue la impresión de Yura al momento de arribar acompañada por Jonouchi.

El rubio trajo consigo la cena que la madre de Yugi les había convidado a modo de despedida, así como algunos paquetes de cartas con los que entretenerse la franja de tiempo que a ella le tomara la ducha y organizar las maletas dentro del cuarto. Al salir del baño, con el pijama de prenda, Yura encontró que Jonouchi había desatendido las cartas sobre la mesa de la sala a propósito de tener los alimentos listos en el comedor, práctica adquirida por su función en la cafetería. Empezaron a comer sentados el uno frente al otro entretanto se confiaban los pormenores del día, fieles a la costumbre que habían hecho hábito en las horas de almuerzo de la cafetería.

—Entonces, ahora eres la asistente personal de Mokuba— corroboró Jonouchi, luego de finalizar su bocado de tempura—. Me parece bien, aunque eso signifique que tendrás a Kaiba encima y a la distancia de una oficina.

—De hecho, nos veremos tan poco que preparó una herramienta llamada Ai para darme instrucciones por ese medio y no en persona. —Pese a que había procurado soltar el detalle sin agregar emociones, Jonouchi la observó con una indignación que rayaba en el enojo.

— ¿Sabías que Ai, dependiendo de los kanjis, significa "amor" (2)?

—Aquí vamos de nuevo. —Ella entornó los ojos al tiempo que liberaba un hondo suspiro, haciendo gala de toda la displicencia que le provocaba el sulfuro en su mirada—. Agradezco tu aclaración, de lo contrario, seguiría de estúpida creyendo que era la abreviatura de inteligencia artificial.

—No entiendo por qué carajo te empeñas en justificarlo— equiparó el sarcasmo, proveyendo a la oración de un tono hostil que por las notas resultó semejante al ronroneo de un tigre. El buen apetito de la cena convertido en el amargo de sus jugos gástricos.

—No lo justifico, más bien, tus celos son absurdos. —Su timbre osciló entre la desilusión y el hastío—. Pensé que con la discusión de esta mañana ese asunto estaba zanjado, pero veo que he pecado de ilusa— dijo, consternada, poniéndose de pie al vuelo.

Jonouchi le siguió el paso al instante, pero Yura recurrió a toda su fuerza de voluntad para ignorarlo, no quería escuchar otra alegación de su parte o defenderse con alguna réplica que causara una fractura irreparable entre los dos. No obstante, de camino al pasillo que daba a la entrada del aposento, no pudo resistirse al tacto de las manos que, de improviso, alcanzaron a rodear su vientre desde la espalda, y a la caricia de su voz en el oído.

—Dime la verdad, Yura— reafirmó la exhortación depositando un beso en el lóbulo de su oreja—. Te prometo que no le romperé los huesos sin escucharte primero, puedes confiar en mí.

A Yura le tentó responder: "¿Yo sí puedo confiar en ti, pero tú no en mí?" Sin embargo, las cálidas como peligrosas sensaciones que Jonouchi le estaba obsequiando determinaron el nuevo rumbo de sus acciones. Así pues, atendió a darse la vuelta, cruzar las manos en la nuca mientras él cambiaba las suyas a la cintura, y a clavar los ojos sin la mínima vacilación en su mirada.

—De acuerdo, te diré la verdad. — Puso los pies en puntillas en el esfuerzo de que sus labios alcanzaran la oreja, siendo ella la que entonces depositaba un beso en el lóbulo y acariciaba el oído con el aliento de sus siguientes palabras—. Kaiba besó a Kisara la misma noche que tú y yo nos besamos en tu apartamento.

De regreso a encararlo, las facciones de Jonouchi parecían talladas en piedra como las de un busto.

— ¿E-estás hablando en serio? — Tartamudo al hablar, combatió el pasmo aumentando el número de veces que los ojos parpadeaban en el día.

—Pregúntale a Kisara y verás cómo lo presume al tope de orgullo— sugirió, aguantando la risa—. Te lo dije aquella vez, Katsuya, Kisara es harina de otro costal.

A Jonouchi lo embargó el recuerdo de Kaiba llevándola en brazos, la atención prioritaria que le ofreció el personal a su ingreso en el hospital producto de su requiebro y, sobre todo, la aparición del Kaiba milenario en la memoria de Atem.

El hilo conductor de su pensamiento se volvió un garabato tratando de procesar la coherencia entre cada sesgo. La conclusión era demasiado inaudita: ¿podría Kaiba estar enamorado de Kisara? ¿Podría ser que los sentimientos del "Kaiba milenario" hubieran trascendido el tiempo a través del Kaiba moderno y el pasado con Kisara fuera, de alguna forma, la explicación a su obsesión con el Dragón Blanco de Ojos Azules? (3)

Esas eran cuestiones en las que nunca se había detenido a reflexionar aun cuando se paseaban frente a su nariz, en especial, porque nada que tuviera que ver con Kaiba era de su incumbencia, pero el dedicarles aquel grado de atención duplicó el impacto de la sorpresa que lo paralizaba frente a Yura.

—Deduje que soy una existencia espejo de Kisara debido al innegable parecido físico entre nosotras, pero eso no me hace su igual ni su gemela. Es algo similar a Atem y Yugi o, cuanto menos, es lo que puedo teorizar.

— ¿Por qué no me lo habías dicho antes? Me refiero a que Kaiba y Kisara se habían besado. —La ansiedad por la respuesta espesó los ojos color miel, uno de los atributos que Yura más adoraba de él.

—Tenía la esperanza de que mis actos fueran suficientes para que confiaras en mí— proyectó marcharse, pero al primer intento de doblar los talones, Jonouchi le atrajo por la cintura y la besó enfebrecido, dejándola sin más escapatoria que la de entregarse, perder la respiración y abrir la boca en todo su ensanche para recibirlo.

Embebida por él, apuntó que su Katsuya canalizaba las emociones por medio del contacto físico. Tal vez por ello la violencia era su primera solución a todo, porque implicabatener contacto, tal como besarla era su primera solución a las discusiones. Empero, Yura sabía muy bien que una relación no se sostenía solo con besos y caricias, solo con ese contacto físico, de modo que fue ella quien propició la separación cuando él, sonrojado, aprisionaba su labio inferior.

— Lo-lo siento, yo…

— ¿Por qué, Katsuya? — Indagó entre roces a sus labios—. ¿Por qué Seto despierta en ti esa inseguridad si tú eres un hombre maravilloso que no tiene nada qué envidiarle?

—Porque él siempre consigue adueñarse de lo que se le antoja— admitió, frotando sus narices, el aliento de ambos, entremezclándose cual si todavía estuvieran besándose, aunque con la paradoja de no tocarse los labios—. Cuando se le antojó el Dragón Blanco de Ojos Azules, obtuvo todas sus copias, cuando se le antojó un dios egipcio, logró tenerlo en su deck, y cuando se le antojó traer de regreso a Atem, armó el Rompecabezas del Milenio. Odio reconocerlo, pero él tiene la riqueza, el poder, la inteligencia y el estatus necesarios para salirse con la suya, por eso me aterra la idea de que tú seas su nuevo antojo, el cuarto ejemplar del Dragón Blanco de Ojos Azules que quiera no por la satisfacción de sumarlo a su colección, sino por el capricho de saberse su dueño absoluto y totalitario.

«—Por desgracia, eso es algo que ni tú, ni yo, ni nadie puede controlar…»

Por desgracia, yo no puedo controlar sus sentimientos —el eco de Mokuba en su cabeza le brindó la respuesta que ameritaba— , pero sí puedo garantizar que tú eres el dueño absoluto y totalitario de los míos.

—Lo sé, pero... Me horroriza tanto que sea demasiado bueno para ser verdad, que el mismo acto en sumo grado sencillo que te arrojó a mis brazos, sea el que te arranque de mi lado…— ella pudo sentir sus manos recorrer su espalda como si él quisiera asegurarse de que aún podía retenerla.

—Estoy aquí y ahora, parada frente a ti, respondiendo a tus besos y delirando por tus miradas, ¿qué otra prueba necesitas?

Él besó su nariz antes de apoyar sus frentes la una contra la otra.

—Y me esforzaré porque así sea el tiempo que podamos arañar. —Seguido le abrazó con fuerza, cual si añorara fundirla como una segunda capa de piel, mas el recuerdo de las cartas sobre la mesa lo motivó a separarse—. Por cierto, quiero mostrarte algo. ¡Sígueme!

Le condujo a la sala tomándola de la mano. En el piso, colocadas en lo que parecía ser una alfombrilla con espacios a la medida, las cartas yacían regadas, dando a entender una partida inconclusa. Sin confirmar cuál era el objetivo de Jonouchi, pero intuyéndolo, le acompañó a tomar asiento en el suelo.

—Quiero enseñarte a jugar Duelo de Monstruos— avisó, reuniendo a las cartas en su forma inicial de baraja—. No comprendo al cien por ciento las circunstancias del nuevo jaleo en el que estamos metidos. La noche en la cual Yugi nos reveló que Atem había vuelto, él nos dio a entender que Kaiba "viajó al más allá" e hizo enojar a un dios egipcio, y que la única manera de regresar al inframundo era tener otro Duelo Ceremonial, pero que, para llevarlo a cabo, el dios puso la condición de recolectar almas o algo por el estilo. Después ocurre que Kisara y tú aparecen en la mansión en simultáneo con él, que Aigami desaparece más pronto de lo que reaparece, y que Kisara y tú se desmayan en Kaiba Land. Sin embargo, la experiencia con Yugi me dejó la certeza de que, siempre que pasan este tipo de sucesos, todo se resuelve con un duelo, así que para mí es ley que aprendas a jugar.

Yura prestó más atención al conocimiento que Jonouchi tenía de la situación que a la importancia del juego. No obstante, lo percibió tan enérgico y entusiasmado que su ánimo le fue contagioso.

—Lo primero, es la composición de las cartas— enfatizó. Poniendo la baraja en forma de abanico, extrajo una en específico. Yura contuvo la respiración al descubrir que la carta elegida había sido el Dragón Negro de Ojos Rojos—. Esta es mi favorita, el alma de mi deck. Las características principales a tomar en cuenta son el tipo, el arquetipo, el atributo, la descripción y los puntos de ataque y defensa. En esta, por ejemplo, el recuadro de fondo es amarillo, lo que significa que la carta es del tipo normal. A la esquina del título, en la parte superior derecha, puedes ver una pequeña esfera con un kanji escrito, lo que indica el atributo, que es la oscuridad. El arquetipo lo determina la naturaleza del monstruo, en nuestro caso, un dragón, la misma palabra escrita entre corchetes. Los puntos de ataque y defensa, por su parte, son los números visibles en la parte inferior a la derecha.

Continuó desglosando la mecánica de juego, las normas que regían los duelos, los efectos a considerar en la formulación de estrategias… Un maestro comprometido con la enseñanza de su pupilo. La prueba de que había superado el nivel básico lo supuso un duelo de ensayo con una baraja de principiante, considerando que la estructura de su deck era demasiado avanzada para ser el punto de partida.

—Tengo a la Arquera Roja en mi mano, puesto que tu magia de campo Sogen está activa, si la convocara, mi arquera no recibiría el bono de poder al ser un monstruo de atributo agua y no del arquetipo guerrero o guerrero-bestia. Es así como funciona la magia de campo, ¿no?

— ¡Exacto! — Aclamó, echando el pecho hacia delante como muestra de orgullo—. Se puede anular si activas otra magia de campo o alguna carta mágica o de trampa que tenga ese efecto en específico. Por ejemplo, si tuvieras la magia de campo Umi, anularía el efecto de Sogen y en su lugar sería tu Arquera Roja la que recibiría el extra de poder. ¿Agregaste esa magia a tu baraja?

A Jonouchi le pareció que un signo de interrogación flotaba sobre su cabeza.

— ¿Me permites ver tu elección de cartas?

Yura unió las cartas de su mano con las del monte a su lado antes de entregarlas, aguardando por el veredicto de Jonouchi quien, tras repasarlas una por una, comprendió la expresión de Yugi cuando revisó su propia baraja por primera vez.

—Veo que los arqueros son tus favoritos— resaltó el primer hallazgo que tuvo a la vista—, y que reprobaste en cuanto a la estrategia.

— ¡¿Cómo quieres que me concentre cuando se trata deti?! — Reprochó su alumna—. Por más que lo intento, no puedo verte como mi oponente.

Jonouchi reparó en que su berrinche tocaba un punto crucial en el Duelo de Monstruos: incluso los amigos más acérrimos se volvían el oponente una vez declarado el duelo, por lo que la percepción del duelista sobre su rival era una influencia significativa en la elaboración de la estrategia.

—Tienes razón, a lo mejor yo también he sido mal maestro porque se trata de ti— sumó con acento melodramático, casi poniéndose el dorso de la mano sobre la frente e inclinándose sobre su espalda como una damisela a punto de desmayarse—. ¿Te parece si nos detenemos aquí? Mañana podemos reunirnos con Yugi para seguir avanzando, él es experto en tácticas y combos, el aspecto que te hace falta mejorar.

Yura asintió, mas no a raíz de que le emocionara continuar la enseñanza, sino con el objetivo de minimizar el riesgo de que Jonouchi, en algún punto de la velada, recurriera por segunda vez a su Dragón Negro de Ojos Rojos.

—Pero le advierto que esta pequeña clase no ha sido gratis, señorita— añadió sonriente, con la pista de la travesura en el rostro—. Son quinientos yenes.

—Todavía no he cobrado el primer cheque por mi trabajo, profesor, ¿será que podemos llegar a un acuerdo de pago? — Ella le siguió el juego con un guiño de ojo.

—De acuerdo. —Colocó las cartas encima de la mesa para enseguida acercarse a gatas, con las rodillas y las manos apoyadas en el piso en una imitación al felino sitiando a su presa—. Entonces quiero un beso por cada yen.

—Un precio bastante razonable.

En la fiebre del beso renovado, se tumbaron en el suelo a ojos cerrados. Yura sintió el cuerpo de Jonouchi arder encima del suyo en cuanto enredó las manos entre aquella maraña de hebras áureas, a lo que él reaccionó intercambiando los roces por una batalla campal entre sus lenguas. Con una última succión, abandonó sus labios, bajando entre besos hasta su cuello, deteniéndose a lamer la curvatura que lo unía al hombro. Yura sufrió al instante un estremecimiento de placer que la hizo temblar de pies a cabeza con la fuerza de un sismo, el mismo estremecimiento de placer que le hizo sentir que todo su cuerpo se derretiría hasta volverse un charco cuando Jostet la había recorrido por primera vez.

Quédate conmigo, Yura. Déjame ser tu hombre— surcó la curva de su hombro con una serie de besos cortos y suaves—... en todos los sentidos.

Aquella imagen fugaz transformó la sensación en la de una estaca clavada en el corazón, despertando a sus ojos, que antes mantenía cerrados para disfrutar las caricias a plenitud, a la realidad que había recitado frente a Atem.

«… Ingenua, me convencí de que, estando Jonouchi consciente a diferencia de la primera vez que lo tuve delante de mí, bastaría el mínimo contacto directo entre nosotros para despertar a Jostet, esa sensación de hormigueo en el cuerpo que indica la predestinación, pero en cuanto lo vi, Atem, en cuanto ceñí mi mano a la suya… No sentí nada y estoy segura de que él tampoco. Ese hombre no era mi Jostet y yo no era más que una desconocida».

Jonouchi apoyó la mano izquierda con el codo en el piso, a un costado de su rostro, y coló la derecha tras su espalda, levantando un poco su cuerpo para frotarlo contra el suyo.

Júralo, Jostet, jura por la diosa Bastet, que dio a tu madre la fuerza de parirte, que tú sí me amas. Jura que contigo no se repetirá mi desgracia. Si lo haces, si lo juras, también haré por su gloria el juramento de que seré tuya para siempre, y que nada ni nadie podrá borrarte de mi piel y mi corazón.

Lo juro, Yura, lo juro por todos y ante todos los dioses que nos miran desde lo alto.

Cada recuerdo eclipsaba su conciencia como ráfagas de fuego que se replicaban en su cuerpo, tembloroso y crispado más por aquellos azotes de culpa que por las caricias de Jonouchi. Se forzó a cerrar los ojos en guerra consigo misma, ¿qué demonios le estaba pasando? ¿Acaso no era eso lo que había deseado desde un principio? ¿Entonces, por qué no lo estaba disfrutando? ¿Por qué se sentía como si estuviera traicionando el juramento hecho a Jostet?

«… Ese hombre no era mi Jostet y yo no era más que una desconocida».

Allí obtuvo el rayo de lucidez. Jonouchi Katsuya no era Jostet. Tenía sus ademanes, su complexión, su voz, su aspecto… pero no era él, y Yura lo había comprobado al reparar en que había sido él, Jonouchi Katsuya, y no el espectro de Jostet, quien la hipnotizó esa misma mañana. El mismo Jonouchi que, nublado por el deseo, pasaba por los surcos de sus senos con la lengua enroscada.

—Espera…— pidió, con la voz en un hilillo, tirando un poco de los pelos en la nuca—. Por favor, espera.

Pero aquel hilillo de voz no alcanzó a trepar hasta su oído, por lo que se mantuvo dedicado a seguir frotándose contra ella mientras abarcaba el borde de sus senos con los labios en vez de atender a su llamado.

—Detente, por favor…— la mano vigorosa y masculina que afianzaba su espalda se acercaba con sigilo a su trasero—. ¡Por favor, Katsuya!

Escuchar su nombre en aquella voz apesadumbrada fue lo que consiguió sacar a Jonouchi de su abstracción, abriendo los ojos a la escena que protagonizaba: se halló encima de una Yura que, lejos de tener la expresión contorsionada por el placer, tenía lágrimas de conmoción en el párpado inferior y el pecho húmedo por su saliva. Al vuelo se dio cuenta de que había permitido al instinto devorar su juicio hasta casi cometer un error imperdonable.

El deseo que hervía en su vientre se convirtió en un quiste, y el remordimiento de lo que estuvo a punto de concretar se volvió un peso no solo en la conciencia, sino en todo el cuerpo, al que de inmediato sintió aplomado y mustio.

—Espera, Katsuya, déjame explicarte. —Las lágrimas atascadas en la garganta dieron a la voz un ruido nasal—. Yo deseo que esto pase, te juro que sí, pero…

Pero él se apartó de un salto y, puesto de pie, echó a correr hacia la salida, convencido de que había vuelto a ser la persona de mierda que era antes de conocer a Yugi, convencido de que no soportaría escuchar a Yura decirlo, y convencido de que no merecía el amor que ella le profesaba.

— ¡No te vayas!

El ruego lo perseguía para el tiempo en que abrió la puerta de sopetón, subió la moto de un brinco, sacó la llave de los bolsillos y la metió en la ranura.

— ¡Escúchame!

Sin siquiera tomar la precaución de colocarse el casco colgando en uno de los manubrios, presionó el acelerador, anhelando que el ruido del motor desvaneciera por completo el bramido tras de sí.

— ¡KATSUYA!


El estertor de la persona al otro lado de su ventana debió rasgar la garganta como había rasgado en dos la poca concentración que logró rendir en toda la noche. Sacudió el teclado de su portátil en una arranque de frustración. El escritor del libro en cuya portada estaba despilfarrando sus horas de descanso, atravesaba un bloqueo, por lo que solicitó sus servicios como diseñadora independiente con la esperanza de que una portada le desbloqueara el ducto creativo y le reviviera la inspiración. Sin embargo, a causa del propio bloqueo en sí, el escritor había sido tan vago en los detalles que su ojo prismático no conseguía capturar la esencia del escrito en las medidas del archivo salvado en el programa de diseño.

Por la curiosidad de saber a nombre de quien debía proferir la sarta de insultos en su cabeza, se irguió de su mesa de trabajo y corrió las cortinas de su ventana, tendiendo la vista hacia el exterior. Afuera, una chica de pelo blanco estaba parada en medio de la calle, mirando con tanto embeleso hacia el horizonte que no se percató de que un hombre robusto con una coleta de caballo se aproximaba a ella por la espalda. Tomándola desprevenida, le tapó la boca con lo que a la distancia se veía un pañuelo, ella pareció languidecer entre sus brazos y, en lo que se había demorado ajustando sus lentes, la metió en una furgoneta que apareció a recogerlos en exceso de velocidad.

Jonouchi frenó la moto en la puerta de la casa de Yugi. No quería entrar, a sabiendas de que sus amigos exigirían conocer la razones del sinsabor que de seguro le arrugaba las facciones. Trató de hacer un ejercicio de respiración que le permitiera frenar las lágrimas que luchaban por salir a deslizarse sobre sus mejillas, y ensayó la sonrisa que mejor camuflara la zozobra que lo engullía.

A un tris de apearse, Honda salió a recibirlo, su rostro se notaba a tal extremo plegado y catatónico, que al primer vistazo su propia amargura quedó en segundo plano.

— ¿Honda?

— Yo… Yo… — musitó entre dientes, mirando a la nada hasta que la cordura volvió a reflejar un punto de luz en el iris—. Te estaba esperando.

Jonouchi sospechaba que esas no eran las palabras que tenía previsto decir, pero si ahondaba más en ello le daría la cuerda para que hiciera lo mismo con él, por lo que no le dio mayor importancia. El plan era llevarlo a él, Jonouchi, primero, y luego Honda manejaría por su cuenta hasta su hogar. El rubio se estaba echando hacia atrás con el objetivo de ceder a Honda el pilotaje del vehículo cuando de repente escuchó el ruido hueco del pequeño porta cartas que llevaba enganchado en la correa de su pantalón.

— ¡Maldición, olvidé mi deck en el apartamento de Anzu!

— ¿No será que quieres un motivo para regresar con Yura? — Cuestionó Honda mientras ocupaba el puesto delantero del conductor, Jonouchi estuvo a punto de contestar que eso era lo que menos deseaba hacer en ese momento, pero sus cartas valían el sacrificio.

—Si así te parece, ¿por qué no entras tú a buscarlo por mí? Tomará menos de un minuto y te aseguras de que no me demore.

Honda emitió un largo soplido de resignación.

—De acuerdo.

Jonouchi se desmontó secundado por Honda, quien, igual de intrigado por la presencia de una chica frente a la puerta del primer piso, dejó la llave incrustada en la ranura de manejo. Dueña de una voluminosa cabellera negra que le rozaba los hombros y vestida con un pijama rosa de dos piezas haciendo par con el color de la montura de los lentes que traía puestos, los ojos castaños tan grandes como espabilados delataron que acababan de pillarla dividida entre avanzar hacia el umbral o salir despavorida.

— ¡Yo no hice nada!— Antes de que cualquiera de los dos iniciara el cuestionario, ella dio un pequeño respingo y empezó a parlotear sin emplear el uso de las comas—. Estaba trabajando en la portada de un libro cuando de repente oí un grito que me hizo perder el enfoque así que por curiosidad asomé la vista por la ventana en donde vi a una chica de pelo blanco parada en medio de la calle que estaba tan concentrada en mirar el horizonte que no se dio cuenta de que un hombre musculoso con una cola de caballo se acercaba a ella por la espalda con la intención de taparle la boca con un pañuelo para doblegarla justo antes de que una furgoneta pasara a recogerlos en exceso de velocidad.

Al principio, tanto Jonouchi como Honda estiraron los párpados, asombrados de que pudiera hablar a ese ritmo sin perder el aliento, pero a medida que avanzó hacia la parte final de su testimonio, ambos arrugaron la nariz como si hubieran olfateado algún hedor y trataran de contener la náusea que les producía.

Honda seguido vio a Jonouchi meterse al apartamento como un vendaval, casi empujando a la muchacha. A duras penas emuló la rapidez de su paso en el momento exacto en el que tomaba el deck de cartas y aceleraba de regreso hacia el exterior, y él tuvo que montar la motocicleta agarrándose a la cola de un salto como lo había hecho de la bicicleta del rubio en veces anteriores, sin oficiar la despedida o agradecer a la chica por brindarles la información.

Los dos compartieron el pensamiento de la única persona de cuerpo robusto, coleta de caballo y maldad en su punto para cometer la bajeza de atacar por la espalda, y la imagen que acudió a sus mentes fijó el nuevo destino: la vieja cámara de la tortura.


(1) Cuadro ilustrado en el manga, capítulo 16, cuando Shadi usa el poder de la Llave del Milenio para entrar en la recámara mental de Anzu.

(2) Esto es, hasta cierto punto, verdad, pero depende de la intrincada conjugación del japonés, jajaja, me pareció curioso que también fuera la abreviatura de Inteligencia Artificial, así que lo consideré buen juego de palabras, el resto, se los dejo a ustedes. :D

(3) En el manga y, de hecho, en el anime también, ninguno de los amigos de Yugi (incluido Jonouchi) fue testigo del sacrificio que Kisara hizo por el sacerdote Seto, ni de las pocas interacciones que hubo entre ambos, a excepción de cuando a Kisara le arrojan piedras y Seto la rescata. Por tal razón, Jonouchi ha llegado a la conclusión de lo evidente ahora y no desde el principio del fic. Sin embargo, en los primeros capítulos de este mismo fic, Yugi le cuenta a Mokuba que el sacerdote y Kisara estuvieron enamorados, ni en el anime ni en el manga se da un momento en que Atem (que sí fue testigo del sacrificio) se lo dijera, pero acá vamos a asumir que lo hizo luego del 336 del manga, ya que, en este material original, a diferencia del anime, Atem recupera sus memorias yendo al museo del papá de Bakura y no a Egipto, pues todos viajan allí un mes después de haber recuperado sus recuerdos. Y como Yugi sabe que Kaiba no es santo de la devoción de Jonouchi, no creo que le haya visto importancia al hecho de contarle este detalle. Puede sonar a excusas rebuscadas para tratar de justificar una incoherencia en el fic, y puede que lo sea, pero recuerden que es eso, un fic, y no una historia que vaya a ser publicada en una editorial y, por tanto, no tiene por qué ser perfecta. ;D Así que, ustedes deciden lo que quieran darme: o un tomatazo o un ramo de flores.

* Como ya había dicho en una nota anterior, no quiero que sean tan largas a menos que la necesidad de hacerlo me parezca imperiosa. En este capítulo en específico, si comienzo a profundizar en la respuesta del porqué pasó lo que pasó entre Jonouchi y Yura, esto sería una biblia, por lo que prefiero invitarlos a dejarme cualquier duda u opinión en la caja de comentarios, sería un placer para mí leer sus apreciaciones.

* ¡Doble actualización para compensar mi hiatus de tres meses! Aunque, debo confesar que es probable que se repita, ya que, por motivos personales, no sé cuando pueda volver a actualizar después de aquí. Lo siento mucho. :(

¡MILLONES, BILLONES, TRILLONES DE GRACIAS POR LEERME!