8

Rin se encontraba en la habitación de Sesshōmaru, terminando de cambiar las sábanas, y colocar unas limpias. No había pasado más de dos días desde que tomó control sobre las cosas personales de su esposo. Y para su sorpresa, no había nada que lo hiciera especial o distinto. Era como cuidar de la recámara de su padre, solo que se notaba que era habitado por alguien más joven.

Sesshōmaru era increíblemente sencillo, no poseía demasiado en esas cuatro paredes más que lo indispensable. Lo único que quería era que todo estuviera ordenado y a la vista, para ser tomado tan rápido como su mano se extendiera.

Cuando se mencionó que Kagura se hacía especialmente cargo de las cosas de personales de Sesshōmaru, había esperado muchísimo más. Pero parecía ser que le habían dado demasiado importancia a algo que no lo tenía. Y Rin estaba segura que Sesshōmaru pensaría de igual manera.

«Parecía ser que a los hermanos Colin les gustaba exagerar un poco», rio Rin de solo pensarlo.

Aunque el estar vistiendo el colchón, le hizo recordar lo que había ocurrido aquel día, en el que su cónyuge la había aprisionado con su propio cuerpo exactamente en esa cama. Su piel no pudo evitar erizarse y sentir como un impulso eléctrico le recorrió por toda la espina dorsal.

Rin no sabía muy bien cómo recordar lo ocurrido, ya que una parte dentro de ella se había despertado, algo sumamente agradable. Pero al mismo tiempo le hizo sentir terror. Ya que esa había sido la primera vez en que vio a Sesshōmaru como una posible amenaza para su propia existencia.

Los ojos dorados no había sido seductores o juguetones, aquella mirada fue la de un animal arisco, con toda la intención de atacar a la yugular a su enemigo sin contemplaciones.

—Hmm… —Tragó saliva con pesadez al terminar su labor—. Será mejor que deje de pensar en tonterías.

La joven esposa se dio dos pequeñas palmaditas en sus inflados mofletes y resopló con pesadez. Tenía que terminar lo más rápido posible, para ir a su clase con Hakudōshi.

Finalizada su labor salió de la recámara y dio camino hacia el primer piso de la vivienda con un el sesto de ropa sucia. El día pudo haber sido realmente agradable, sino fuera por los gritos que se escapaban desde la cocina de la gran casa.

—¿Y ahora qué ocurre? —se preguntó al escuchar los gritos de Kagura, junto con los de otra mujer—. ¿Ayame?

Sin perder más el tiempo fue a dejar el cesto en la sala de lavado, para enseguida dirigirse hacia la cocina, en donde estaba el epicentro que rompía la paz de su hogar.

—¡Solo la defiendes porque es tu hermana! —recriminó la pelirroja a Hakudōshi.

—Ya te dije que no es así —se defendió con cansancio el hombre albino.

—Para empezar, tu ni siquiera deberías estar dando tu opinión —atacó Kagura abiertamente—. El que seas la esposa del capataz, no te da ningún tipo de autoridad aquí. ¡Así que lárgate!

—Me importa una mierda tu opinión, Kagura. No voy a dejar que sigas acosando a Kaede —arremetió la joven esposa de ojos verdosos.

—Pueden calmarse, por… ¡Señora! —Kanna fue la primera en darse cuenta de su presencia.

—¿Puedo saber qué pasa aquí?

—¡Genial! —masculló Kagura entre dientes.

—¡Señora Rin! Qué bueno que está aquí. —Ayame no tardó en acercarse a ella y cogerla del brazo—. Este par de idiotas no dejan de acosar a Kaede —los acusó la pelirroja a los dos de los tres hermanos Colin.

—No la estamos acosando, mi señora —habló con aburrimiento el administrador—. Lo que ocurre es que se perdió un costal de habas, y lo…

—Creen que fue Kaede —terminó Rin por el joven hombre—. Señorita Kagura, ¿no había hablado con Sesshōmaru al respecto?

—Sí —respondió rápidamente—, pero parece ser que no le dio mucha importancia. Y deben de entender que esto está a mi cargo y mucha de la despensa va para los trabajadores…

—Pero culpar tan rápido a Kaede —intervino Ayame—, es muy impetuoso de tu parte, Kagura.

—Señora, sé que esto debe ser toda una molestia para usted, pero puedo jurar que yo no he agarrado nada. —Por fin habló Kaede.

Y la discusión volvió a explotar entre la pelinegra y la pelirroja, mientras Hakudōshi trataba de que ambas mujeres fueran razonables con sus palabras. Solo Kanna y Kaede permanecían calladas. Podía ver el fastidio por parte de la albina y la vergüenza de la más anciana del lugar.

«¿Por qué Sesshōmaru no arregló tal desperfecto?», pensó Rin.

Aun así, intuía que su marido debería tener preocupaciones mucho más importantes que la vendita despensa de la mansión.

—Pero, ¿qué escandalo es este? —Una potente y masculina voz se hizo presente repentinamente.

Todos callaron y voltearon a ver al intruso de tan peculiar situación, y aunque parecía que para los presentes ese rostro era común de ver, para Rin era todo lo contrario.

—¡Señor Kirinmaru! —lo nombró Kanna con una alegría poco común, al momento en que quedó frente al hombre de cabellos de rojo fuego—. ¡Me alegro de verlo!

—Igualmente, Kanna. —El hombre no tardó en posar su pesada mano enguantada de negro sobre la cabellera platinada—. Cada día más linda.

—¡Gracias! —Kanna le devolvió el gesto con una linda sonrisa sobre sus labios rosados.

Rin estaba desconcertada, jamás pensó ver ese tipo de reacción por parte de Kanna. Era como una hija esperando ser elogiada por su padre.

—Señor Kirinmaru, tiempo sin verlo —le saludó Kaede al hombre, el cual no tardó en llegar al lado de la mujer del parche y coger un par de uvas del ramillete que había en el frutero.

—Igualmente, aunque no esperaba que lo primero que escucharía fueran gritos y viera estas asquerosas uvas —dijo al momento en que se llevó una a la boca.

—Y esos modales, bastardo. —Hakudōshi enfrentó al pelirrojo—. Esa no son maneras de presentarte ante la señora de la casa.

—¡Oh, es verdad! —Kirinmaru se posó frente a Rin—. Disculpe mis modales, mi señora. —La agarró de la mano y depositó un cálido beso sobre los nudillos—. Soy Kirinmaru del ducado Foster.

—El placer es mío, duque. —Rin no pudo evitar mirar al rostro del hombre, el cual era bastante atractivo a pesar de los años que cargaba consigo y especialmente por la laceración que cubría la parte derecha de su rostro—. Rin Devington a su servicio. —Hizo una pequeña reverencia.

—Nada de formalidades, mi señora. —Le regaló una sonrisa de lado—. Con mi nombre basta.

—Muy bien…

—Kirinmaru, podría ayudarnos con esto —intervino Kagura—. Al menos hasta que Sess…el señor tome cartas sobre el asunto.

—¿Qué ocurre? —Miró a todos los presentes.

—Lo que ocurre es que se a extraviado de nuevo un costal de comida y estos dos idiotas no paran de culpar a Kaede —habló Ayame la cual parecía seguir enardecida del coraje.

—Oh, ya veo. —Soltó una pequeña carcajada—. Pero no entiendo en que puedo ayudarles, si aquí ya está la señora de la casa para solucionar ese problema, ¿no es así?

Rin no pudo evitar ver al hombre que se había quedado parado a su costado, cruzado de brazos y con una sonrisa de oreja a oreja.

—Ah… —Rin no supo que responder a eso.

Para la joven esposa el asunto del almacén seguía en su lista de pendientes por parte de Hakudōshi. Pero Kirinmaru había actuado de manera correcta al no restarle poder a Rin enfrente de los empleados.

Rin sin pensarlo demasiado se acercó a Kaede y le sonrió a la anciana mujer, la cual la seguía viendo con infinita pena.

—Kaede, puede entregarme las llaves del almacén, por favor —le pidió amablemente a la mujer.

—Pero… —Ayame calló al encontrarse con los ojos marrones.

—Sí, señora. —Le entregó las llaves.

—Por el momento, será Kanna la encargada de tomar cualquier cosa del almacén que se necesite de esta cocina; Sesshōmaru y yo ya daremos con una respuesta a lo que ha estado ocurriendo. —Le dio las llaves a Kanna—. Mientras tanto, demos este tema por cerrado, que tenemos un invitado que atender.

—¡Sí, señora! —corearon todos disparejamente.

—¿Desea algo para beber? —le preguntó explícitamente a Kirinmaru.

—Té negro, por favor —respondió afablemente.

—Kanna…

—Sí, señora. —Kanna no tardó en hacer caso a sus palabras.

—Por favor, sígame —le pidió al pelirrojo.

—Después de usted —dijo caballerosamente el duque.

Los dos tomaron rumbo hacia la sala de estar, dejando a los criados atrás y con la discusión totalmente apagada. O al menos eso era lo que Rin quería creer por el momento.

Luego de llegar a la sala de estar, ambos tomaron asiento frente a frente, para que la plática fuera más fluida.

—Si busca a Sesshōmaru…

—No vine a verlo a él —rio—, por algo estoy aquí tan temprano, para no amargarme el día con su malhumorada cara.

Rin no pudo evitar el reír por el comentario del hombre de intensos ojos esmeraldas y semblante sereno.

—A la persona que quería ver específicamente es a usted —fue claro—. Tenía muchas ganas de admirar a la mujer que orilló a Sesshōmaru a desposarse —rio con sorna—. Pero por desgracia tuve mucho trabajo del cual ocuparme, y apenas pude venir.

—Lamento que nuestro primer encuentro haya sido de esa manera —mencionó al recordar lo vivido unos minutos atrás.

—No se preocupe por ello —sonrió—. Ese tipo de situaciones me son más familiares de lo que me gustaría admitir.

»Entonces, mi señora Rin. —Kirinmaru decidió cambiar el rumbo de su platica—. ¿Cómo le va en sus semanas de recién casada?

—Bueno, han sido un poco turbulentos —sonrió avergonzada—. El cambió ha sido un poco abrupto para mí. Pero me han ayudado mucho las personas que viven aquí con nosotros.

—Me alegra saber que tiene manos amigas a su alrededor —sonrió complacido—. Y aquí le ofrezco la mía también por si alguna vez lo necesita.

—Muchísimas gracias, señor Kirinmaru. —No pudo evitar el sentirse contenta con esas palabras.

Antes de que la conversación continuara, Kanna llegó con una bandeja donde venía con una tetera de té negro, otra con crema, terrones de azúcar y un par de tazas.

—Disculpen la interrupción. —Colocó la bandeja sobre la mesita de estar.

—Gracias, Kanna —le agradeció Kirinmaru con ternura a la joven albina.

—Para servirles —les sonrió ampliamente a los dos.

Al retirarse Kanna, Rin se disponía a prepararle el té a Kirinmaru, pero este la detuvo sorprendiéndola en el proceso.

—Permítamelo hacerlo —le pidió amigablemente—. La hora del té es de las cosas que más disfruto del día.

Kirinmaru se despojó de los guantes dejando ver las cicatrices de quemadura que cubrían sus palmas y partes del dorso de sus manos. A pesar de las desfiguradas manos sus movimientos eran elegantes y se notaba que sabía del ritual del té mejor que muchas grandes señoras de la más alta aristocracia.

—Deben darle asco —dijo Kirinmaru con voz neutral, al terminar de preparar el té.

—No —respondió sin titubear—. Sólo no me imagino la agonía que debió sentir en ese momento.

Kirinmaru levantó la mirada y la miró sorprendido, pero su estupefacción se fue para dar paso a una sonrisa amarga.

—Ya ni siquiera recuerdo lo que sentí en aquella época. —Le entregó la taza a Rin—. Las verdaderas heridas que aun queman como sí fueran como el primer día, son las que se guardan en la mente y en el corazón, mi señora Rin.

—¿Es así? —preguntó curiosa.

—¿Ha perdido alguna vez a un ser querido, mi señora? —preguntó el duque sin tapujos.

—Sí, a mi madre cuando yo aun era una niña…

—Entonces sabe a lo que me refiero —sonrió—. Aunque claro, cada perdida y dolor se vive de diferente manera para cada persona.

—¿Usted ha perdido a alguien, mi señor? —Rin se mordió el labio inferior al darse cuenta que habían escalado en esa conversación de una manera peligrosa.

—Sí, a mi esposa e hija —respondió con neutralidad.

—Lo lamento, no quise…

—No, discúlpeme usted a mí, mi señora —embozó una pesada sonrisa—. Fui yo el que tocó la fibra primero.

Rin no podía evitar el ver aquellas marcas que desfiguraban al hombre frente a ella, y relacionarlo directamente con la perdida de su familia. Su corazón se empequeñecía de solo pensar lo que tuvo que sufrir un hombre como él, como para restarle importancia a las heridas corpóreas.

—Por qué no mejor hablamos de algo más alegre. —Su actitud cambió abruptamente—. No vine para ponerla triste, sino para conocernos mi estimada Rin.

—Claro, por supuesto —asintió con una tenue sonrisa.

• ────── ✾ ────── •

Sesshōmaru y Kōga daban camino de regreso a la mansión después de cumplir con el día de trabajo. El día era especialmente caluroso, haciendo que la tierra se pegara con más insistencia a los cuerpos sudados.

—Oye, aun no hablarás con… —Kōga trataba de modular su voz, para que la conversación quedará solo entre Sesshōmaru y él—. Ya ha pasado una semana, y no veo que hagas algo al respecto.

—¿Cuál es la prisa? —preguntó el peli-plata, mientras acariciaba el cuello del caballo que lo llevaba en sus lomos.

—Ninguna, pero creí que tú sí… —El caballo negro relinchó al momento en que Kōga jaló las cuerdas para que disminuyera el paso.

—Todo se hace a su debido tiempo. Aún no es momento. —Esa era la mejor respuesta que podía dar por el momento.

—Estás esperando a un nuevo…movimiento de su parte —indagó Kōga con curiosidad.

—Hmm… —Sesshōmaru jaló las riendas del caballo, orillando a que el animal se detuviera por completo—. Ese es…

Kōga imitó a Sesshōmaru y miró hacia la dirección que los ojos dorados estaban posados. Era un carruaje del pueblo, así que podía intuir de quien se trataba.

Sesshōmaru no medió más palabras y dio camino hacia donde iba el carruaje, el cual parecía más cargado de lo habitual.

El caballo blanco dio paso rápido hasta alcanzar al carruaje y por la pequeña ventana pudo ver al hombrecillo que se le veía cansado.

—Jaken —lo llamó con voz autoritaria.

—¡Señor Sesshōmaru! —Jaken se asomó por la ventanilla llevándose un golpe en el proceso por el camino disparejo—. ¡Auch! —se quejó, pero al ver la frialdad de esos ojos dorados dejó su dolor para después—. ¡Le traigo noticias muy interesantes!

—¿Y todo esto? —intervino Kōga, al ver la cantidad de cajas y maletas que el hombre cargaba consigo.

—Lo ha mandado la condesa, mi señor —le informó al peli-plata—. Son cosas para la mocosa…

—¿Qué manera es esa de referirte a mi esposa, Jaken? —Lo miró con frialdad. Jaken tragó en seco al darse cuenta que habló como no debía—. ¿A caso quieres morir pronto?

—No, no…por supuesto que no, señor. Lo lamento —se disculpó abruptamente—. Es sólo la costumbre —rio torpemente el hombre de avanzada edad.

—Las costumbres se quitan a punta de látigo —le recordó maliciosamente Sesshōmaru.

Kōga se soltó la carcajada al ver el rostro de pánico de Jaken ante las amenazas del señor de esas tierras. Y aunque pareciera que Sesshōmaru era un afamado dictador, la realidad fue que era demasiado permisivo con la gente. El mejor que nadie sabía lo mucho que el peli-plata odiaba los métodos del antiguo conde.

—¿Es ropa? —interrogó Sesshōmaru.

—Sí, señor. Es todo un guardarropa hecho a medida para la señora Devington —respondió con nerviosismo.

—Hmm…

Sesshōmaru vio las maletas y podía intuir el estilo de vestidos y lencería que había en el interior. La mano de Jakotsu sin duda era algo para reconocerse, te agradase el hombre o no. Pero la cuestión era:

«¿Rin lo aceptará?», la intriga empezaba a molestarlo.

Rin ya había rechazado una vez el ofrecimiento de su madre de hacerle un guardarropa totalmente nuevo. En ese entonces la situación era más delicada e incluso deprimente para la joven mujer. Pero ahora las cosas habían cambiado, aunque fuera un poco. Su esposa se veía más abierta al cambio, sin embargo, el avanzar de la mujer era lento y precavido.

Sesshōmaru realmente esperaba que ella lo aceptara sin rechistar y comenzara a vestir algo que no fuera ropa de luto. Y aunque intuía que todo lo que estaba allí guardado era más a su gusto y no tanto al de Rin, el creía que sería ropa que la haría sentirse más segura de si misma e incluso atractiva a la vista masculina, empezando por la de él.

—Estoy seguro que a la señora le gustará —intervino Kōga—. Según Ayame, no hay nada mejor para una mujer que ropa nueva y bonita.

—Frivolidad —escupió Sesshōmaru con hastió.

—Puede ser, pero esa misma frivolidad la provocamos nosotros los hombres. —Una lobuna sonrisa se hizo presente en el rostro del joven capataz—. ¿A caso no te mata la curiosidad de ver a tu esposa vistiendo algo que la haga lucir como la flor más bella de tu jardín?

«Sí», se respondió Sesshōmaru internamente.

—La vanidad está en todo el mundo ya sea en mayor o en menor medida, pero ahí esta —siguió hablando el capataz—. Estoy seguro que la señora también lo posee, solo hace falta darle un empujoncito para que lo acepte.

—Hmm…

• ────── ✾ ────── •

—Así que usted conoce a Sesshōmaru desde que era un bebé —mencionó Rin con entusiasmo—. Debió haber sido un niño adorable de pequeño.

—Bueno —rio divertido—, depende de lo que cada persona considere adorable.

—¿No lo fue para usted? —cuestionó curiosa.

—La verdad es que… —Su sonrisa se tiñó de amargura—…Sesshōmaru tuvo una infancia complicada. Así que no podría decirle sí fue adorable o no.

—Es por su condición de… —Rin no fue capaz de pronunciar esa palabra tan despectiva hacia su propio esposo.

—Bueno, ser un hijo ilegitimo nunca pone las cosas fáciles para nadie y menos en la sociedad en que vivimos actualmente —respondió Kirinmaru—. Pero le puedo asegurar que ser un bastardo era lo que menos acongojaba a Sesshōmaru en su niñez —fue sincero.

—¿Qué quiere decir? ¿Pasó por situaciones más desagradables?

Rin se dio cuenta que la conversación que empezó con alegría y gracia se había tornado rápidamente en algo delicado de tocar. Para ella su esposo no era solo un desconocido que se convirtió en su marido, sino que realmente ella no sabía nada de la vida de su pareja. Y parecía ser que a él no le gustaba mucho hablar sobre su vida pasada.

—No creo que sea yo quien deba responder esas preguntas, mi señora. —Kirinmaru cortó el tema de golpe—.Realmente, ni siquiera debí hablar de él para empezar.

—No se disculpe, he sido yo la que lo ha hostigado a que me respondiera. —Rin frotó sus manos con cierto nerviosismo—. Mi comunicación con Sesshōmaru sigue siendo escasa, él no da muchas entradas a casi nada.

—Sí, eso es muy de él —sonrió el duque—. Pero dele tiempo, estoy seguro que se ganará su confianza poco a poco. Y cuando llegue el día él se abrirá a usted con total libertad. —La alentó a levantar el ánimo—. Sesshōmaru no es de piedra y también siente como cualquiera, sólo que es un poquito más rejego, pero no imposible.

—Sí —sonrió Rin sutilmente—, él es un buen hombre. —No hubo dudas en su afirmación.

Kirinmaru sonrió al escuchar esas palabras por parte de Rin, al darse cuenta los motivos por los cuales Sesshōmaru decidió desposar a una mujer como ella. Y aunque aún aseguraba que ese matrimonio fue un arreglo por motivos fueras del afecto, no dudaba que este se daría con el tiempo. Al menos, por parte de la joven esposa ya se daba indicios de respeto y admiración hacia su esposo. Ahora solo le quedaba observar la forma en que Sesshōmaru se movería alrededor de su joven mujer.

Rin miró al reloj y se dio cuenta que ya era hora de que Sesshōmaru llegara a la casa, por tanto, tenía que ir a recibirlo como ya se había hecho costumbre desde que formó parte de esa peculiar familia.

—Tengo que ir a recibir a Sesshōmaru —le informó al duque—. ¿Se quedará a comer con nosotros?

—Cómo puedo negármele a usted, mi señora —le sonrió abiertamente.

—Entonces daré la orden para que vayan preparando el comedor. —Rin se levantó de su asiento. Kirinmaru la imitó al instante—. Puede esperarnos ahí.

—Esta bien, vaya sin preocupaciones —le sonrió galantemente—. Estaré fastidiando a Kaede un poco con la comida —dijo con tono pícaro.

—Muy bien —aceptó Rin entre una sutil risa.

Ambos tomaron camino hacia la cocina en donde ella cogió el vaso con agua y la toalla, mientras que Kirinmaru comenzó a picar aquí y allá la comida que había preparado Kaede, y la cual empezó a regañar al duque por no ser paciente.

Rin solo pudo sonreír a ese lado más pueril del hombre de cabellos rojizos, aunque eso no quitaba ese velo de tristeza que esos hermosos ojos esmeralda poseían. Ella aun no era capaz de empatizar con el dolor de ese hombre. Tal vez ella aun no sabía lo cruel que podía llegar a ser la vida con algunas personas.

Rin no tardó en llegar al lado de Ayame, la cual ya estaba en la entrada esperando a su esposo con su típica sonrisa de enamorada. Y se dio cuenta que ellos ya estaban ahí, pero habían llegado escoltando un carruaje con bastante equipaje.

—Bajen todo el equipaje —dio Sesshōmaru la orden—, y lleven las cosas a la habitación de la señora.

«¿Mi habitación?», Rin no pudo ocultar su asombro.

Sesshōmaru bajó de su caballo y dio un par de palmadas en el cuello al animal, antes de entregarle las riendas a uno de los trabajadores. Así los dos hombres, tanto el dueño como el capataz, dieron camino a sus respectivas esposas.

—¡Bienvenidos! —dijeron las mujeres al unísono.

—Rin —la llamó Sesshōmaru.

—¡Sí? —Ella terminó por acercarse a Sesshōmaru y le entregó la toalla para que empezara a secarse el sudor.

—Kirinmaru está dentro, ¿verdad? —le preguntó directamente.

—¿Cómo lo sabe? —Ella no pudo evitar mostrar su sorpresa ante las palabras de su esposo.

—Su montura está aquí…

—Ah, ¿sí? —Rin no sabía que el duque había llegado a la mansión cabalgando y no en un carruaje como lo había hecho Jaken ahora mismo—. No sabía en qué vino el señor Kirinmaru.

—Hmm… —Sesshōmaru cogió el vaso con agua—. ¿Lo invitaste a comer?

—Sí —respondió rápidamente—. ¿Le molesta?

—No.

Los dos empezaron dar camino hacia el interior de la mansión.

—Todas esas cosas…

—Son tuyas —la interrumpió Sesshōmaru—. Te las envía la condesa.

—¡Oh! —Rin giró su rostro y vio como los trabajadores empezaron a bajar las cosas del carruaje.

—¿Lo rechazarás de nuevo? —la cuestionó Sesshōmaru.

—Yo…no creo que pueda rechazarlo de nuevo —torció una sonrisa, aún le seguía generando incomodidad la frivolidad de su suegra—. Ya están las cosas aquí.

—Pero no te ves contenta…

—No me gusta la caridad —fue sincera—. Aunque entiendo por qué lo hace su madre.

—¿Sí? —Sesshōmaru la miró intrigado.

—No soy una mujer elegante y refinada, Sesshōmaru —siguió en la misma línea de sincerad—. Pero también entiendo el papel que tengo actualmente siendo tu esposa.

—No te voy a obligar a que los uses. —Él también decidió ser franco—. Ya te lo he dicho, eres libre de tomar tus propias decisiones.

—Gracias —le sonrió—, pero supongo que el cambio debe darse más temprano que tarde.

—Hmm…

Sesshōmaru tomó la decisión de dejar esa conversación por muerta, no quería incomodar a su esposa con algo tan banal como era el cambio de ropa. Pero eso no quitaba de que Rin aún seguía sintiéndose presionada por su rol como esposa. Las costumbres y los prejuicios no eran algo que se cambiaban de la noche a la mañana, y menos por unas cuantas pláticas nocturnas que ambos habían compartido.

• ────── ✾ ────── •

La comida había transcurrido de la manera más amena posible, la presencia tanto de Kirinmaru, Hakudōshi y Jaken habían dado a la comida un poco más de vida. Y aunque Sesshōmaru siguió con su misma actitud impertérrita e indiferente, él no parecía nada incomodo con la presencia de más gente en su comedor.

Después de haber comido, Sesshōmaru y compañía se habían ido al despacho a hablar sobre trabajo; mientras ella ahora se encontraba en su habitación junto con Kanna, la cual estaba admirando cada una de las prendas que su suegra le había envidado.

—La condesa siempre ha tenido un gusto exquisito —dijo Kanna, la cual admiraba un vestido morado—, muy parecido al del señor.

—Lo noto. —Rin se quedó mirando la caja en donde venía los camisones, calzones y medias de la más fina seda.

—No se ve contenta, Rin. —Kanna se percató de lo poco que le agradaba todo eso a su señora.

—No estoy acostumbrada a este tipo de cosas —suspiró—. Debes pensar que soy una estúpida —rio.

—Yo no pienso eso —respondió Kanna—. Lo que creo que es difícil aceptar los cambios cuando se ha vivido con tantas limitaciones.

—Sí, supongo que tienes razón —sonrió amargamente—. La última vez que usé un vestido de color fue cuando tenía siete años. Desde la muerte de mi madre, mi vida a estado bajo el luto.

—Le ha guardado respeto a su madre por mucho tiempo —habló Kanna—. Pero si me permite el atrevimiento, Rin. Creo que su madre estaría muy triste al saber que usted sigue llorando su partida.

Rin levantó la mirada y se encontró con los intensos ojos negros sobre de ella. La cual la veía con empatía y entendimiento. Pero al final Kanna tenía razón, había llorado toda una vida a su madre y a su padre también.

—Sí, supongo que debo esforzarme un poco más para que el cambio se de —cogió uno de los corse de color negro—. También me gustaría sentirme bonita cuando me miro al espejo.

—Usted ya es bonita, Rin —dijo Kanna con total franqueza—. Sólo que no ha sabido sacarle provecho.

—¿Crees que a mi esposo le llegue a gustar mi cambio? —indagó un poco conflictuada.

—Para que al señor le guste, primero debe empezar a gustarse a sí misma.

—Seguridad… —murmuró Rin.

—No hay nada más atractivo para un hombre, que una mujer segura de si misma, Rin.

—Sí, supongo que tienes razón…

• ────── ✾ ────── •

Kirinmaru dio el ultimo trago a su té, mientras los otros tres hombres hablaban sobre la información obtenida por Irasue.

—Eres un bastardo —atacó Hakudōshi—. ¿Por qué no nos lo dijiste desde un principio? —El albino seguía reclamándole a Sesshōmaru.

—Oye, mocoso, modera tu boca ante tu señor —le regañó Jaken—. Hablarle de esa manera al señor Sesshōmaru, es para darte un par de bofetadas por cretino.

—¿Y quién piensa dármelas? ¿Tú? —Hakudōshi se burló abiertamente de Jaken.

—Ay, pero si serás vulgar… —Jaken lo apuntó con desdén.

—Entonces Naraku esta bailando al son que has dictado —habló Kirinmaru.

—Sí —respondió escuetamente—, es un buen puente para llegar a Magatsuhi de la manera que tú quieres.

—Vaya que sí has madurado con el tiempo, Sesshōmaru —halagó abiertamente al joven hombre de ojos dorados.

—Pero en tu caso, te veo bastante reservado. —Sesshōmaru miró directamente a los ojos esmeraldas—. ¿Te has puesto en contacto con Issac?

—No.

—¿Por qué? —Fue directo al grano.

—Issac no es un tipo que se deba tomar a la ligera, Sesshōmaru —fue sincero con sus palabras—. Ese hombre conoce muchos secretos que no nos conviene ni a ti y ni a mi que salgan a la luz.

—Si está afianzado con Magatsuhi, es posible que ya se lo haya contado todo. —Sesshōmaru estaba abierto a todas las posibilidades.

—Issac no es tan lengua suelta —le hizo saber el duque—. Él no soltará prenda hasta que vea que es seguro jugar a su juego.

—Debiste matarlo cuando pudiste —le reprochó Sesshōmaru.

—Sí…

—¿Por qué no lo hiciste?

—No lo sé —fue sincero con su respuesta—. Supongo que tuve un poco de código en aquel tiempo.

—Esto te puede costar caro a futuro, Kirinmaru —volvió a recriminarle.

—Ya no tengo nada que perder, Sesshōmaru. —Los ojos esmeraldas se clavaron en los dorados.

—Pero yo sí. —Sesshōmaru enfrentó a Kirinmaru—. Te lo advierto, Kirinmaru. Si esto se sale de control, no dudaré en quitarte mi apoyo.

—Lo sé. —Kirinmaru no le dio mucha importancia a la amenaza de Sesshōmaru—. Pero no te preocupes, no saldrás perjudicado de ninguna manera, de eso me encargo yo.

Sesshōmaru miró con recelo a Kirinmaru, y más al verlo actuar de esa manera tan pasiva, lo cual lo ponía de los nervios. Prefería mil veces verlo totalmente histérico que con esa actuar tan pusilánime. Lo hacía desconfiar de él, esperando en que cualquier momento el gran duque decidiera clavarle un puñal por la espalda.

• ────── ✾ ────── •

La noche ya había caído sobre la gran mansión de condado, y ahora todos los involucrados de la discusión de la mañana estaban en el despacho de Sesshōmaru, para resolver el dilema que se le había dado largas innecesariamente.

—¿Y bien? —habló Sesshōmaru.

—Desapareció un costal de habas —la primera en hablar fue Kagura—. Ese alimento estaba destinado para dárselo a los trabajadores este fin de semana.

—El robo en sí es muy escueto —intervino Hakudōshi—, y son cosas muy concretas las que desaparecen. No es como si alguien realmente estuviera robando con esa mera intención.

—Lo que no llego a comprender es por qué culpan a Kaede tan a la ligera —dijo Rin.

—No la estamos culpando —se defendió Hakudōshi—, pero Kaede está empezando a olvidar las cosas que hace con más frecuencia.

—¿Hablas de pérdida de memoria? —Rin no pudo ocultar su preocupación.

Rin conocía muy bien lo que era la demencia senil y lo malo que podía pasarlo las personas, por esa enfermedad que hasta la fecha no tenía cura o algo que pudiera controlarlo. Y un internado no era la respuesta más efectiva para ello.

—Las únicas que tenemos las llaves del almacén somos Kaede y yo —habló de nuevo Kagura—. Si se tratara de un robo como tal, las puertas hubieran sido forzadas de alguna manera, pero eso no ha ocurrido, señora.

»Yo llevo la contabilidad de cada cosa que hay allí, y le puedo asegurar que no soy alguien que olvide con facilidad.

—Kaede —la nombró Sesshōmaru.

—¿Sí, señor? —La mujer no levantó la mirada.

—¿Estás segura de que no has sido tú? —Sesshōmaru trataba de modular su voz, para no presionar innecesariamente a la vieja mujer.

—Yo… —Kaede llevó su mano hacia el parche que cubría su ausencia de ojo, como si de una jaqueca se tratara—. Yo recuerdo que la condesa…

Todos guardaron silencio al escuchar que la cocinera nombró a la condesa de la nada, a pesar de que dicha persona no tenía presencia alguna en ese lugar.

—¿Te dijo algo la condesa, Kaede? —Sesshōmaru le siguió el juego a Kaede.

—Ella me pidió que guardara algunas cosas en mi recámara —respondió la mujer de cabellera canosa—. Ella está preocupada porque el niño Sesshōmaru fue castigado de nuevo y no ha comido nada en varios días.

—Kaede… —Rin no pudo seguir porque Sesshōmaru la detuvo con una simple señal de su mano.

—Así que has guardado las cosas para él, Kaede —siguió Sesshōmaru.

—Sí, mi niño tiene mucha hambre. A él le gustan mucho las habas y no le gusta el jugo si no lleva bastante azúcar.

Todos los presentes estaban en total silencio, no podía creer lo que estaban escuchando en esos momentos. Era como si Kaede estuviera reviviendo un acontecimiento pasado. Y la sorpresa no era para menos. Sin embargo, el único que parecía no verse afectado por esa situación era Sesshōmaru, era como si él entendiera la angustia de la anciana mujer.

Sesshōmaru se levantó de su asiento y camino hasta Kaede, hincándose ante ella y cogiéndola de la mano con una delicadeza que jamás le había visto.

—El conde es muy malo con mi niño, lo ha dejado mucho tiempo sin comer y solo porque se equivocó al escribir su nombre. —Una lágrima rodo del único ojo bueno de la anciana—. Si el conde se entera que he estado agarrando cosas sin su permiso, puede que me arranque el único ojo que me queda. —La mujer sollozó—. Pero no puedo dejar sin comer a mi niño.

—Kaede —la llamó Sesshōmaru.

—¿Sí? —La anciana por fin levantó la mirada y se encontró con los intensos ojos dorados.

—Yo estoy bien, Kaede —le respondió—. No me han dejado sin comer, así que no debes preocuparte más, ¿lo entiendes?

—Pero mi niño…

—Kaede, el conde ya no está con nosotros, ¿lo recuerdas? —Sesshōmaru trató de traer a la mujer a la realidad de nuevo.

—Él murió —murmuró Kaede.

—Así es Kaede, él ya no puede hacernos daño —le ofreció consuelo de la única manera que podía.

—¿Estás bien? —Kaede alzó la mano y la posó sobre la mejilla de Sesshōmaru. Él no rechazó el gesto.

—Lo estoy, así que deja de preocuparte.

—Estás comiendo bien, me alegro.

Rin en ese momento sintió que algo dentro de su pecho se quebró, al entender por fin las palabras que Kirinmaru le dijo por la tarde.

«La verdad es que…Sesshōmaru tuvo una infancia complicada», recordó Rin aquella frase al instante.

«¿Días sin comer? ¿Por equivocarse al escribir su nombre? ¿Qué clase de abuelo le haría eso a su único nieto?», las preguntas rondaban la cabeza de Rin una tras otra.

La joven esposa sabía que no era la única sorprendida por lo que estaban presenciando, ya que se notaba que la vida personal de Sesshōmaru era un secreto, para casi todos los presentes a excepción de los más cercanos a su esposo.

«¿Qué infierno has tenido que vivir, Sesshōmaru?», se preguntaba Rin con un dolor indescriptible en el pecho.

Continuara…