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—Actuaremos antes —le informó Hakudōshi a Sesshōmaru.
—¿Por qué? —lo interrogó.
—El dueño del burdel nos facilitó algunos datos sobre los hombres de Magatsuhi. —El albino se recargó en el asiento y siguió hablando—. Aparte, creo que ese tiempo puede ser invertido en planificar el siguiente paso contra ese sujeto.
—¿De qué información hablas? —preguntó el peli-plata.
—Hay tres tipos que son relativamente nuevos en las filas de Magatsuhi, por lo tanto, su lealtad es frágil —dijo con parsimonia—. Y nuestro objetivo es el que se hace llamar Belmont.
—¿Razón? —Sesshōmaru mostró un leve interés.
—El tipo es un paria que huyó de Francia al tener cuentas pendientes con la ley. No tiene familia y tampoco ha formado ninguna amistad con sus colegas de trabajo. Por ende, eso nos facilitaría su desaparición.
Sesshōmaru jugó con la pluma plateada que tenía en su mano derecha, sin apartar los intensos ojos dorados de Hakudōshi. Él sabía que existía algo más que aquellas beneficiosas coincidencias y quería saber la verdadera razón detrás de ese repentino cambio de planes.
—Déjate de rodeos, Hakudōshi. —Su voz fue amenazante.
—Hmm… —El administrador no tuvo más opción que hablar—. Le gustan los hombres travestidos. Así que yo seré la carnada para atraparlo.
—Idea tuya —aseguró sin titubear.
—Si esto te hace sentir mejor, Kirinmaru tampoco está muy contento con esto. Sin embargo, considero que es la mejor solución. —Hakudōshi alzó los hombros restándole importancia al dilema planteado—. Es mejor así, de esa manera evitaremos que gente ajena a nosotros se involucren.
Sesshōmaru por primera vez apartó la mirada del albino y torció la boca con notable disgusto.
Hakudōshi se levantó y esquivó el gran escritorio de roble, y al llegar al lado del peli-plata se agachó, rodeó los fuertes y amplios hombros con sus brazos y acercó sus labios a la oreja de Sesshōmaru.
—¿Acaso estás preocupado por tu chico, mon amour? —Su voz fue tersa, femenina y seductora—. ¿O tal vez dudas de mis capacidades para conquistar a cualquier macho?
Sesshōmaru lo miró de soslayo con notable disgusto. Y no era por la cercanía del albino, sino por el cinismo que desprendía con tal actitud.
Hakudōshi era un individuo de cuidado, tenía las armas suficientes para hacer tambalear hasta al más fuerte de los hombres. El joven administrador conocía cada secreto del arte de seducción y sabía usarlo para lograr sus objetivos.
«Había cosas que el tiempo era incapaz de borrar», pensó Sesshōmaru.
El administrador se rio con descaro y se apartó del hombre de los ojos ámbares, pero no se alejó de esa área, simplemente tomó la orilla del escritorio como apoyo.
Sesshōmaru lo vio directamente y se encontró con la mirada violeta totalmente afilada y brillante como los ojos de un felino.
«El sujeto seguía coqueteando con él».
—Ya siendo serio —habló Hakudōshi—, no tienes por qué preocuparte. —Sonrió con seguridad—. Aparte, Kirinmaru estará cubriéndome las espaldas.
—¿Podrán ustedes solos? —cuestionó Sesshōmaru con notable duda.
—Increíblemente, Kirinmaru tiene un estado físico formidable —aseguró—. Así que eso es lo que menos me preocupa de todo este drama.
—¿Hay algo que te molesta de tu grandioso plan? —El peli-plata no escondió la burla en su tono de voz.
—Sí.
—¿Y?
—¿Cuál es la razón para actuar de esta manera? —El albino había dejado de bromear—. Al menos me gustaría saber el verdadero motivo por el que estoy arriesgando mi pellejo.
—Puedes desistir sí así lo deseas.
—¿Qué es esa respuesta, Sesshōmaru? —Hakudōshi no ocultó su descontento—. No me importa arriesgar mi vida por ti o por Kirinmaru, y lo sabes perfectamente bien. Pero al menos resuélveme esta duda. —Los ojos violetas se clavaron en los ojos dorados—. Esto va más allá de un conflicto de intereses. Es personal, ¿no es así?
—Sí.
Hakudōshi cerró los ojos y suspiró con resignación al escuchar la afirmación por parte de Sesshōmaru.
—Era lo único que quería saber —afirmó el albino.
Sesshōmaru tenía claro que Hakudōshi no interrogaría más al respecto, y, sobre todo, no desertaría.
—Actuaremos mañana por la noche —le informó el administrador.
—Bien.
• ────── ✾ ────── •
Luego de su charla con Hakudōshi, Sesshōmaru se dirigió hacia el lobby de la mansión y se encontró con Kanna bajando las escaleras sosteniendo un cesto de ropa sucia.
—¿Dónde está la señora? —preguntó a la joven criada.
—En el jardín trasero —respondió Kanna sin detenerse—. ¿Quiere que la llame?
—No.
Sesshōmaru cambió de dirección y fue hacia la cocina en dónde se encontró con Kaede, la cual estaba lavando algunos utensilios de la cocina. Pero no le dio mucha importancia y dirigió su vista hacia la entrada que estaba abierta, y con ello pudo localizar a su esposa.
Rin estaba sentada en una de las sillas del comedor de cristal que estaba en el jardín. Y aunque esta estaba de espaldas, se dio cuenta que la castaña no paraba de echarse aire con el abanico que tenía en la mano.
—¿Lleva mucho fuera? —cuestionó a la anciana.
—Como media hora, señor —respondió la cocinera sin siquiera verlo—. Parece ser que no está acostumbrada al calor.
—Hmm…
Sesshōmaru se acercó a una de las estanterías y agarró un vaso el cual no tardó en llenar de la limonada recién hecha por la vieja cocinera. Sin más que decir, salió hacia el jardín.
Caminó con parsimonia hacia su esposa que parecía perdida en sus propios pensamientos o quizás el calor la tenía agobiada.
—Rin.
La nombrada se estremeció en su asiento y evitó que un grito escapara de su boca al tapar sus labios con ambas manos, provocando así que el abanico cayera al suelo.
Rin giró su rostro un poco y lo miró de soslayo, tal vez para cerciorarse que se trataba de Sesshōmaru.
—Debe de ser de pensamientos profundos o quizás tu instinto está dañado —achacó sin contemplación el hombre de ojos dorados.
Rin aún exaltada y con las manos ahora sobre su pecho, vio como su marido dejó un vaso de limonada sobre la mesa, para enseguida tomar asiento y recoger el abanico que había soltado por el susto inicial.
«¿Sesshōmaru acababa de bromear con ella?», se cuestionó Rin sorprendida.
—¿Acaso te has mordido la lengua del susto? —preguntó él, y le entregó el abanico a la castaña.
—Gracias —agradeció al momento que cogió el objeto de la mano del peli-plata.
—Ya veo que no.
El silenció se hizo presente rápidamente, ninguno de los dos separaba los labios para incentivar la escueta charla. Aun así, fue Rin quien se animó a hablar.
—¿Me necesita para algo? —preguntó más calmada.
—No.
—Ah…
Sesshōmaru observó como la mujer apretaba el abanico que tenía entre sus manos. Era evidente que su presencia la ponía nerviosa.
«Pero, ¿por qué?», se preguntaba él.
Había unas cuantas respuestas para esa cuestión, pero el peli-plata no sabía por cual descantarse más.
—Hace calor —comentó ella.
—Sí.
—Veo que está acostumbrado a este clima.
—Sí.
Sesshōmaru mantuvo su mirada sobre Rin, bastante intrigado al ver como trataba de acoplarse a él. Algo que le molestaba, pero al mismo le causaba curiosidad. La guerra interna que debería estar librando la castaña por sus adentros, parecía ser difícil o quizás ella estaba exagerando.
—Gracias por el vaso de limonada —dijo ella para enseguida agarrar el vaso y bebió un poco de la refrescante bebida.
Él siguió viendo sin inmutarse el agraciado perfil que su esposa poseía; una pequeña y respingona nariz, y esos labios que se veían aún más carnosos desde ese ángulo en especial el inferior. Asimismo, era lamentable que se vieran tan maltratados ya fuera por la resequedad o porque ella los mordía constantemente.
—Yo… —Rin buscó de nuevo el entablar una conversación—. Yo…no estoy acostumbrada al calor —le hizo saber—. En Londres por lo general siempre está nublado. Y esto me ha…
—Así qué por eso está en el jardín —la interrumpió.
—Sí, es más fresco aquí que a dentro —afirmó ella.
—Hmm…
Sesshōmaru se recargó en su asiento sin apartar su pesada mirada de su esposa, la cual no paraba de apretar el abanico entre sus manos y que evitaba el verlo directamente. Se le notaba intranquila, y él sabía que no tenía nada que ver con el calor.
—Ayer me hizo saber que te gusta leer. —Empezó a jugar con ella—. ¿Hay algo que haya llamado tu atención?
—Eh… —Rin relamió sus labios un par de veces antes de contestar, mientras los ojos marrones se movían a todas las direcciones posibles con notable nerviosismo—. Sí, un libro de fábulas…
Él había deseado internamente que ella fuera sincera, y mostrara su inocente curiosidad por el libro de ilustraciones eróticas. Pero parecía ser que el pudor y la vergüenza pululaban por todo el ser de su esposa.
—¿Y te ha agradado? —Prosiguió con su juego.
—Bueno… —Su labio inferior tembló tentativamente ante la mirada ambarina—. Yo no he podido leerlo aún.
—¿Por qué?
—Es que…hem…ayer terminé muy cansada y me fui directo a dormir —siguió mintiendo—. Y ahorita con este calor, lo que menos me apetece es leer.
—Ya veo.
Para Sesshōmaru hubiera sido más efectivo decir que aún no decidía qué leer, pero el nerviosismo de la castaña la orilló a mentir impulsivamente. Aunque suponía que para alguien que ni siquiera contempló en casarse eso fuera nuevo y prohibido.
Sesshōmaru se inclinó hacia adelante, apoyando su mano el respaldo del asiento de su mujer, acercándose un poco más al menudo cuerpo de Rin.
—Sí tienes dudas, puedes recurrir a mí. —Su voz se volvió más profunda y seductora. Rin reaccionó rápido y volteó a verlo con esos grandes ojos llenos de nerviosismo y expectación—. Después de todo, soy quien mejor conoce lo que esos libros contienen —le dedicó una corta y maliciosa sonrisa.
—Gra…Gracias —respondió ella con una voz que sólo era perceptible para ambos—. Lo tendré en cuenta.
—No hay nada que agradecer. —Se acercó un poco más. Rin tirito tiernamente—. Para mí, tu tranquilidad y complacencia son mi prioridad.
—¿Sí? —Aquello salió por pura inercia de los labios de Rin.
Los ojos marrones se perdieron en los dorados, los cuales parecían querer devorarla por completo.
—Eres mi esposa —le recordó—, y mi deber como marido es que tú te sientas segura. —Acortó un poco más la distancia—. Quiero que te sientas con la confianza suficiente para ser libre de hacer lo que quieras.
—¿Por qué me tomó como esposa? —cuestionó ella sin siquiera pensárselo ni un segundo.
Sesshōmaru detuvo su juego abruptamente, ante la cuestión lanzada por la mujer que le observaba con infinita curiosidad. Nunca creyó que Rin tuviera interés sobre su decisión de tomarla como su mujer.
—¿Eso importa? —Su voz se tornó áspera y renuente.
—Bueno… —Rin rompió el contacto entre sus ojos al agachar el rostro—. Entiendo si no quiere contarme sus razones. Pero, para mí sigue siendo una decisión sin sentido. Usted pierde mucho más de lo que puede ganar al haberse casado conmigo.
—¿Ganar? —La presionó para que siguiera hablando, tanto por su tono de su voz como con la ferocidad de su mirada.
—No tengo nada que ofrecerle en ningún aspecto. —Rin volvió a levantar la vista y lo enfrentó—. No tengo ningún título nobiliario, o una reputación impoluta. Aparte de que ni siquiera contaba con una buena dote para entregar —rio torpemente—. Aunque esto último, era imposible sabiendo las circunstancias por las cuales llegamos a conocernos.
Rin no escondía su incertidumbre, pero tampoco mostraba miedo. Podía manifestar nerviosismo por tocar un tema que tal vez pudiera molestarle a su esposo. Pero el miedo nunca apareció, como aquel día en que le ofreció su sacrificio con tal de salvar al hombre al cual ella llamaba padre.
—Aparte —prosiguió la castaña—, pudo haber obtenido cualquier cosa de mí sin necesidad de casarse conmigo. Sí yo hubiera sido usted…
—¿Te hubiera gustado más que te convirtiera en mi puta personal? —preguntó Sesshōmaru sin decoro, se notaba molesto.
Rin no pudo ocultar una expresión de desagrado, era obvio que ella no estaba acostumbrada a que le hablaran con palabras poco decorosas.
—No.
—¿Entonces cuál es la queja? —insistió a pesar de que su esposa se mostraba cada vez más incomoda.
—No me estoy quejando —alzó la voz.
—Pues parece lo contrario —respondió él de igual manera.
La mujer torció la boca con notable disgusto, al mismo tiempo que había roto todo contacto visual. Parecía ser que había tocado su orgullo o el límite de lo que ella consideraba correcto.
Sin embargo, Sesshōmaru prefería que la conversación fuera por ese rumbo. Si su mujer quería respuestas, esperaba que se las exigiera, que lo presionara hasta conseguir lo que ella buscaba. Él quería presenciar hasta donde llegaba su valentía, pero sobre todo deseaba fervientemente el ver miedo brotar de Rin.
—A lo que quiero llegar… —Su voz volvió a entonar su acostumbrado tono brillante y dulce—. ¿Por qué cerrarse a la posibilidad de tomar como consorte a una mujer digna de un conde? ¿Por qué tomar a una mujer que solo puede traerle una mala imagen y desagrado ante la sociedad?
En ese momento el peli-plata cayó en cuenta de que Rin parecía no saber nada. Aunque le parecía totalmente imposible.
—¿Qué sabes de mi familia, Rin?
—¿Eh? —Rin solo pudo mostrar desconcierto por el cambio tan repentino de tema.
—Responde.
—Pues lo que todo mundo sabe. —Ella seguía sin entender la pregunta.
—¿Qué es lo que todo el mundo sabe? —siguió presionándola.
—Pues que vienen de una respetable familia de nobles —dijo con notable naturalidad—. Yo solo conozco del título que poseen.
—¿Tu padre no te contó algo más allá del dichoso estatus social?
—No. —Fue sincera.
Por primera vez fue él quien apartó la mirada de Rin, mostrándose inesperadamente sorprendido. Algo que para la castaña era nuevo, ya que no esperaba ver alguna otra expresión que no fuera su seriedad o enfado.
—¿Hay algo que yo no sé y todo el mundo sí? —interrogó imprudentemente.
Sesshōmaru volvió su vista hacia su compañera, la cual se mostró inquietantemente curiosa. Era como si el mal rato que le hizo pasar ya fuera un suceso añejo.
—Sobre tu preocupación por mi estatus social, no deberías darle más importancia —se salió por la tangente—. Me tiene sin cuidado la opinión de unos cuantos privilegiados. Aparte, pensé que te habías dado cuenta el día que nos casamos que no porto el título de conde —aclaró—. Lo rechacé hace mucho tiempo, así que deja de agobiarte por las apariencias.
Rin no pudo evitar mirarlo intrigada, no solamente por evitar su pregunta, sino que él no poseía el título que le correspondía. Ahora ella entendía por qué nadie le nombrara con el mismo respeto que a la condesa, la cual sí portaba su estatus noble.
«Pero, ¿por qué?», se preguntó la mujer internamente.
—¡Señor! —Ambos voltearon a ver al hombre que buscaba a Sesshōmaru. Era un trabajador del recinto—. Disculpe la molestia, pero es necesario que venga. Ha pasado algo en los establos. —El hombre mostraba agitación y preocupación.
Sesshōmaru frunció el ceño y torció la boca con disgusto, no estaba solo molesto por la interrupción del joven hombre, sino de la conversación que habían tenido.
Su marido se levantó sin decirle absolutamente nada, solo avanzó hacia donde el empleado lo esperaba, así dando paso a lo que fuera lo que estaba ocurriendo en los establos.
Rin no solo no había obtenido una respuesta a su duda sobre su matrimonio, sino que ahora también tenía curiosidad sobre el rechazo de Sesshōmaru de no solo de su título, sino de aquello que parecía conocer todo el mundo menos ella.
• ────── ✾ ────── •
—¿En qué piensas? —preguntó Kōga.
—¿Aun no has encontrado algún sospechoso? —le respondió Sesshōmaru con otra pregunta.
—No —respondió muy a su pesar—. A parte, me cuesta creer que alguien sea tan estúpido como para ir en contra tuya.
—Tal vez esa persona no lo está haciendo porque quiera.
—¿Chantaje? —cuestionó Kōga.
—Sí.
El capataz no había llegado a tal conclusión, pero era una opción falible. En especial por cómo iban las cosas con el reciente envenenamiento más amplio en el rebaño de ovejas. Era obvio que el ataque era errático, incluso podría decirse que torpe. La persona en cuestión se estaba centrando en el rebaño equivocado. Si el traidor fuera inteligente, se hubiera ido por el peso pesado, el ganado bovino que era el más importante del lugar.
—Quiero que hagas un chequeo general de todos los trabajadores —habló Sesshōmaru—. Busca a las personas más vulnerables, especialmente a la gente más joven.
—Hoy mismo empezare a checar los contratos —asintió el capataz—. ¿Crees que con Kirinmaru haya pasado igual?
—No lo sé.
—Supongo que sí así fuera, Hakudōshi te lo diría.
—Hmm…
Sesshōmaru bebió un trago del coñac, mientras perdía su mirada por la ventana que estaba abierta y por la cual se colaba el agradable aire fresco.
—Sesshōmaru.
—¿Qué?
—¿Estás seguro de seguirle el juego a Kirinmaru?
El peli-plata posó su atención al hombre que estaba a su costado, y pudo notar cierta preocupación de su parte.
—Se que estás tratando de ser más un espectador que un jugador, pero eso no quita que estás participando en todo esto…
—Déjate de rodeos —interrumpió a su capataz— y se directo.
—Sesshōmaru ya no eres solo tú. —Movió el vaso que aun contenía un poco de licor—. Ahora tienes una mujer que depende de ti. No te has puesto a pensar que ella podría salir involucrada si así quiere Magatsuhi.
—Intentas sermonearme —escupió con descaro.
—No. —El hombre de ojos azules no ocultó su molestia por la actitud de Sesshōmaru—. Pero como hombre de familia que soy, no está de más el decirte que la puedes estar arriesgando. Tú mejor que nadie sabes cómo es el miserable tu pariente.
—Ese tipo no es nada mío —lo corrigió al instante—. Y sobre mi mujer, no creo que ese tema te concierna.
—Puede ser, pero eso no quita que me preocupe como el amigo que creo que soy para ti. —Exhaló pesadamente—. Sesshōmaru no sé cuáles sean las motivaciones de Kirinmaru, y mucho menos porqué lo respaldas sin pensarlo demasiado. Pero esto puede crecer más rápido de lo que piensas y esto puede arrastrar a tu esposa en el proceso.
Sesshōmaru volvió su vista hacia la ventana y pensante ante las palabras de Kōga. Ya que él también tenía presente esa posibilidad. Él sabía de lo que era capaz aquel tipo, pero tampoco podía quedarse con los brazos cruzados. Ya que recurrir a una justicia que ya había sido comprada no era viable.
La única opción que tenía por el momento era dejar todo en las manos de Kirinmaru y Hakudōshi. Si al final resultaba ser más arriesgado de lo esperado, no dudaría en darle la espalda a Kirinmaru si esto era pertinente. Y estaba seguro que el viejo amigo de su madre, sería el primero en entender si al final decide desertar.
Un leve toque a la puerta llamó la atención de ambos hombres.
—Pasa —ordenó Sesshōmaru.
—Buenas noches —saludó Kanna—. Señor, la cena ya está lista.
—¿La señora ya está en el comedor?
—Sobre ello, la señora se siente indispuesta. Así que me pidió que le avisara que no bajara a cenar.
—Hmm… —Pasó su mirada a Kōga—. ¿Te quedarás a cenar?
—Gracias por el ofrecimiento, pero no. —Dejó el vaso sobre la pequeña mesa y se levantó—. Ayame y los niños deben estar esperándome, para la próxima será.
—Bien.
—Nos vemos mañana —se despidió—. Hasta luego, Kanna.
—Que descanse, señor Peige.
Kōga salió del despacho dejándolo solo con la joven albina, la cual esperaba su respuesta.
—Cenaré aquí.
—Enseguida regreso. —Kanna dio vuelta para retirarse.
—Kanna. —Sesshomaru la detuvo.
—¿Dígame? —La chica volvió a mirarlo.
—¿Qué tiene la señora?
—Migraña, señor.
—¿Ya ha tomado algo?
—Estoy preparando el té que la señora me pidió.
—Llévale algo ligero para que cene —le ordenó.
—¿Algo más, señor?
—No.
—Con su permiso. —Kanna hizo un pequeño gesto de reverencia y se retiró del lugar.
—¿Migraña o vergüenza? —murmuró para sí mismo.
• ────── ✾ ────── •
La noche transcurría apacible con una agradable brisa y con una luna menguante resplandeciente. Mientras tanto él estaba ahí, sentado a las afueras de la mansión bebiendo un vaso de whisky a medio terminar.
Tenía claro que debería estar durmiendo, ya que tendría que madrugar como siempre y más ahora con lo sucedido con las ovejas que resultaron envenenadas. Pero no podía, el sueño no hizo acto de presencia en ningún momento.
—¿Esperando a Hakudōshi?
Sesshōmaru volteó a su costado y se encontró con Kagura, la cual tenía su cabello azabache trenzado, vistiendo un camisón rosa y por encima una bata blanca, y con ella llevaba una pequeña vela que seguro le ayudaba a ver por la oscuridad de la mansión.
—¿Qué haces aquí?
—Iba por agua, pero vi la puerta abierta. Así que vine a ver el motivo. —Kagura caminó hasta él y se sentó a su costado, al momento que dejó la pequeña vela sobre la mesa de centro—. ¿Estás esperando a mi hermano?
—No.
—¿En qué lo has metido ahora, Sesshōmaru? —le preguntó abiertamente.
Pero el peli-plata ignoró por completo a la mujer y se entretuvo en seguir bebiendo.
—Ni sé para qué pregunto. —Chasqueó la lengua molesta.
—Vete a dormir —le ordenó—, no he pedido tu compañía.
—Y veo que la de tu mujer tampoco.
—¡Lárgate! —volvió a ordenarle, pero su tono ahora era amenazante.
—¿Por qué te afecta tanto? Solo hice un comentario.
—Mi relación con mi mujer no es tema a discusión, Kagura. Fui bastante claro la última vez que hablamos.
—¿Por qué te casaste con ella? —No le tembló la voz al preguntar—. Quiero entender tu decisión, Sesshōmaru.
—Mis motivos no son asunto tuyo.
—Claro que lo son, porque todo lo que venga de ti me importa. —Kagura se acercó un poco más a él—. Cuando te hablé sobre mis sentimientos y los cuales rechazaste, te pregunté que si era por mi procedencia poco beneficiosa. Y me dijiste que a ti no te importaba lo que la sociedad exigía. —Los ojos escarlatas no se apartaban de los ojos ámbar—. Pero tu viaje de negocios se convirtió en tres meses de ausencia; y de repente regresas casado con una estirada burguesa. ¿Qué te hizo cambiar de parecer?
—¡Por qué quise! —remarcó con saña—. Ahora vete antes de que acabes con la poca paciencia que poseo.
—¿Al menos ella siente algo por ti? ¿O solo se casó contigo por tu dinero?
Sesshōmaru cogió la casi extinta vela, se irguió con toda su altura y sujetó a Kagura del brazo.
—¡Lárgate! —Le entregó la vela bruscamente provocando que parte de la cera derretida se derramara.
Kagura se zafó del agarra y sin decir nada dio paso rápidamente al interior de la mansión. Sesshōmaru la siguió de cerca, para cerciorarse que lo estaba obedeciendo, pero lo que no sé esperó fue encontrarse con Rin, la cual se detuvo a mitad de la escalera.
Kagura la ignoró y siguió su camino, pero él se quedó al pie de la escalera mirando a su mujer.
—¿Qué haces despierta a esta hora? —Moderó su el tono de su voz.
—Se me terminó el agua…
Sesshōmaru se dio cuenta que llevaba una jarra de vidrio totalmente vacía. Al menos demostraba que no mentía como lo hizo Kagura.
Dio camino hacia arriba hasta llegar con Rin, y les quitó a las pequeñas manos el recipiente de vidrio.
—Ve a tu habitación, ya te subo el agua.
—Gracias… —Rin no dijo nada más y regresó sobre sus pasos.
Sesshōmaru esperó hasta que su esposa desapareciera de su vista, para después disponerse a llenar la jarra de agua para su mujer.
• ────── ✾ ────── •
Rin estaba dando vueltas en su habitación bastante nerviosa, aunque no entendía el motivo del por qué. No había hecho nada malo y tampoco es que haya visto algo comprometedor.
«¿O sí?», no pudo evitar el pensar mal.
Cuando bajó para conseguir más agua, nunca pensó que se encontraría a su marido, y curiosamente en compañía de Kagura. Y aunque solo los vio ingresar juntos al interior del recinto, no podía evitar el pensar mal.
Desde el primer día en que Rin conoció a la ama de llaves de la mansión, notó que no era del agrado de la mujer. Se sintió como si estuviera invadiendo la propiedad de Kagura. Aparte de su comportamiento airoso y la obvia cercanía que tenía con Sesshōmaru, hacía qué pensará que existía algo más profundo que el simple trato de empleador y empleado.
—Rin.
La nombrada dio un pequeño brinco al escuchar la voz de su esposo detrás de la puerta. Y en eso recordó que tenía el libro sobre el buró, así que rápidamente lo cogió y lo ocultó debajo de su almohada.
—Voy. —Rin caminó rápidamente hasta la puerta y la abrió—. Adelante. —Le dio el paso más por cortesía que por gusto.
Sesshōmaru en silencio ingresó al cuarto de su esposa y fue directo a uno de los burós a dejar la jarra de agua.
—Muchas gracias.
—¿Ya te sientes mejor? —preguntó su esposo al dirigir su atención hacia ella.
—Sí, gracias por preguntar.
—¿Te da migraña con frecuencia? —indagó mientras daba un pequeño paseo en la recámara de Rin.
—No realmente —fue sincera, mientras trataba de cubrirse aún más con su bata blanca—. Tal vez fue por el calor del día de ayer.
—Quizás fue mi culpa —dijo Sesshōmaru al detenerse frente el tocador, en donde cogió uno de los broches que Rin usaba para sujetarse el cabello.
—¿Por qué dice eso? —cuestionó no muy segura de hacerlo.
—Nuestra platica de la tarde, no pareció haber sido de tu agrado.
Sesshōmaru dirigió su mirada hacia su esposa, la cual se había resguardado al otro lado de la cama. Y se dio cuenta que no le había prestado atención cuando se la encontró en la escalera principal.
Rin tenía su largo cabello castaño trenzado, con su flequillo algo alborotado, tal vez de haber estado acostada. Aún tenía puesta la bata, cubriendo por completo el camisón de bajo. Verla sin su habitual armatoste oscuro que ella llamaba vestido, se veía un más pequeña y frágil dándole un aspecto aún más pueril. Y obviamente estaba nerviosa. Tal vez, esa era la primera vez que un hombre que no fuera su padre entraba a su habitación a tan altas horas de la noche.
—No fue por eso, se lo aseguro —se confesó Rin—. Así que no tiene de que preocuparse, ni mucho menos culparse, mi señor.
—Es bueno saberlo. —Se acercó a ella, provocando que esta retrocediera por puro instinto—. Sobre la plática de ayer, quiero aclarar un punto que me gustaría que fueras consciente de ello.
—Lo escucho —asintió Rin sin queja alguna.
—Desconozco el motivo por el cual su padre te oculto tal detalle, pero yo no tengo nada que perder con que tú lo sepas —terminó por plantarse frente a ella, bajando su mirada para encontrarse con aquellos ojos marrones que permanecían expectantes—. Soy un hijo nacido fuera del matrimonio, un bastardo para la sociedad.
Continuara…
...
¡Hola a todos!
Quiero darles las gracias a cada una de las personas que leen, siguen y comentan esta historia. Espero que este capítulo haya sido de su gusto como los anteriores. Y que esto siga así hasta el final.
Nos estamos leyendo el siguiente viernes.
Atte: La autora y beta.
