Día tres y ¡voy con racha! Espero no detenerme, porque sabems que si nos detenemos, luego nos cuesta más trabajo regresar al hilo de nuestros esfuerzos. Pero tres shots después de años de no actualizar, es algo bueno y les decía que terminados tengo otros dos y estoy avanzando en dos más. Sin otra cosa que decir, los dejo leyendo lo siguiente.
Quietud
En ese instante, el tiempo se detuvo…
Su mente quedó en blanco y el silencio se hizo presente. No había más indicaciones, ni palabras de apoyo; ya no había gritos, ni llanto… Nada. El momento parecía congelado en el espacio, como si todo movimiento hubiese sido ralentizado para mostrarle cada detalle de lo que estaba viviendo. Observaba ese pequeño pedazo de mundo tal y se tratara de un video en cámara lenta, con cada segmento grabándose en su alma, con cada imagen tatuándose en su piel. El sentimiento instalado en su pecho crecía desmesuradamente al compás de los segundos que transcurrían, elevándola al éxtasis, al punto cúspide de su vida. Porque, aunque muchos de sus recuerdos fueran felices, todos ellos quedaban en el olvido comparándose con el que estaba formando.
En ese cuarto, a esa precisa hora, ella dejaba de existir como todos la conocían, transformándose en alguien diferente, con nuevos retos que tendría que afrontar como principiante ante la vida, aunque más motivada y feliz que nunca, en un comienzo que le depararía miles de aventuras para vivir con una intensidad mayor a la que alguna vez mostró siquiera en sus viajes. Ese día traía consigo la certeza de que su futuro iba encaminándose a lo que alguna vez soñó, con altas y bajas como todo, pero siempre enfocada a seguir ese sendero que poco a poco la acercaba a la plenitud, luchando valientemente contra las trabas que se cruzaban en su camino y saliendo victoriosa la mayoría de las veces, logrando con cada sueño cumplido que la esperanza se anidara en su pecho susurrándole constantemente que todo sería perfecto.
Y esos minutos transcurridos ella sabía que no podría describirlos como perfectos, pues la palabra quedaba chica ante tal situación, simplemente no sabría cómo narrarlos. No habría escrito que relatara con precisión lo que acababa de suceder, todos los cambios de escenarios, voces, sentimientos y por supuesto, estados de ánimo. Fue como si hubiera navegado dentro del ojo de un huracán o estado en una nueva montaña rusa en la noche, en medio de tanto ajetreo y agitación, necesitando que todo terminara porque estaba asustada, cansada, odiaba al mundo y quería llorar, ya que no sabía que más hacer; sino antes de que se rindiera, de que tirara la toalla todo había acabado y cualquier síntoma de ansiedad y desesperación se esfumó.
Poco le importaron las quince horas que estuvo gritando en una cama de hospital, escuchando cada hora a su ginecóloga decir que no estaba dilatando, muriendo de hambre y sed, enojándose con su marido por no estar en su posición, rogándole que se callara puesto que nada de lo que decía aliviaba las contracciones que la bombardeaban cada cinco minutos, sintiéndose furiosa al escuchar como las demás mujeres de su piso pasaban a la sala de expulsión, mientras ella sólo seguía sufriendo por el dolor y las molestas visitas que rodeaban su cama. Una vez que la doctora comunicó que ya tenía diez centímetros de dilatación y ordenó que la llevaran a quirófano, fue cuando su mente quedo en blanco y los segundos dejaron de tener sentido.
Lo que sucedió después fue un fotograma paso a paso de todo el mundo gritando, de su esposo sosteniendo su mano y de ella sintiendo tanto dolor que se arrepentía de no pedir la epidural o de no haber aceptado la cesárea. Su respiración había estado completamente agitada, sudaba a mares, gritaba y maldecía a los ejercicios prenatales que, definitivamente habían sido una pérdida de tiempo y dinero, mientras pujaba cada que la doctora contaba hasta tres; no obstante, fue el último empujón el que le quitó el aire en su totalidad, el ver como de entre sus piernas salía aquel ser que mantuvo en su vientre por treinta y nueve semanas, dos días y diecisiete horas, el observar cómo su marido contenía la emoción al cortar el cordón umbilical que aún la unía con ese bebé que ya lo era todo y que siempre sería todo; para una vez separados, ser apartado por una enfermera para limpiarlo.
Sin embargo, el tiempo no podía quedarse congelado, ya había dado su último esfuerzo, y la realidad caía abruptamente sobre ella, era el momento de seguir el ritmo de lo que pasaba a su alrededor. Su bebé había nacido y lo que más anhelaba era que los minutos corrieran con más velocidad, para poder sentirlo en sus brazos por primera vez. Los doctores y las enfermeras hablaban y corrían de un lado a otro haciendo su trabajo espléndidamente; Ash reía y lloraba a la par de las pocas lágrimas que ella derramaba, mientras tomaba su mano y la besaba con una ternura infinita, susurrándole en el oído que tan orgulloso estaba de ella, para guardar silencio en cuanto un vivaz llanto que se sentía lejano poco a poco se acercó hasta ser escuchado a un lado de sus cuerpos.
Los dos voltearon instintivamente con las pupilas tan dilatadas que el color parecía perdido en sus ojos, una sonrisa tan radiante que sus labios jamás habían dibujado y con el rostro tan vivo, iluminado y cargado de un amor tan puro, más amor de lo que sus corazones nunca hubieran almacenado. Una enfermera traía entre sus brazos a su diminuto bebé envuelto en sabanas, llorando y removiéndose con la intensidad que brinda el primer respiro, los primeros minutos de vida… Era tan chiquito, pero con unos pulmones tan fuertes que podría despertar al piso entero del hospital y era hermoso, mucho más de lo que en sus sueños había imaginado… Y era suyo, sólo suyo y de Ash.
Cuando la enfermera lo dejó en sus brazos, esas lágrimas que caían discretamente por sus ojos se convirtieron en llanto mezclándose con una tierna risa que brotaba de su pecho reflejando la magnitud de sus emociones, todas ellas entrelazadas en ese instante. En sus manos descansaba el resultado del amor que Ash y ella sentían el uno por el otro, la perfecta mezcolanza de su unión, lo tangible de todos esos años juntos apoyándose, cuidándose, queriéndose, forjando un lugar en el que fueran él y ella a la vez que eran un nosotros, un hogar donde cada día despertaban agradecidos por haberse esperado a ser más maduros, más sensatos, más pacientes, por haber dejado que sus sentimientos brotaran de manera natural, para que al florecer fueran fuertes, sólidos, inquebrantables… Invencibles.
El bebé Liam al sentirse envuelto entre los brazos de su madre dejó de llorar, abriendo los ojos para que sus miradas se encontraran en un sublime momento que la dejó sin aliento. Sus ojos eran exactamente del mismo tono, aguamarina, a veces verdes, a ratos azules, con una diminuta mata de cabello en su cabeza que anunciaba sería morocho como su padre, quien tampoco apartaba la vista de él… Tan maravillosa escena quedaría siempre grabada en su memoria, sobre todo considerando que al poner su mano sobre la de su bebé, y Ash hacer lo mismo sobre la de ambos, Liam sonrió y ellos con él.
No obstante, así como apenas lo sostuvo se lo arrebataron de las manos; se lo tenían que llevar a cuneros y ella a recuperación, más nada la preparó para el vació que sintió cuando lo dejó ir, se sentía como si hubiera perdido una parte de ella, como un brazo, una pierna o incluso su corazón, y una nueva clase de llanto llegó, una que reconocía como pérdida. Afortunadamente, Ash se quedó a su lado y la acompañó hasta la sala de reposo, donde esperó que ella se durmiera velando esos segundos antes del sueño en donde los pensamientos generan cientos de cuestiones que a veces sólo llegan a deprimirte. No supo con exactitud cuánto durmió, probablemente un par de horas, pero sintió que Morfeo la arrastró en su mundo por una eternidad.
Ella despertó desconcertada, con la mente extraviada entre eventos pasados y presentes, sin embargo, el instinto la hizo reaccionar de prisa, por lo que sus manos viajaron a su vientre, encontrando una protuberancia que nada tenía que ver con la que cargó el mes pasado y se asustó, porque recordó el momento exacto en el que su bebé nació y cómo lo apartaron de ella… Ya deberían habérselo llevado para que le diera de comer, ¿Había dormido más de la cuenta y ya se lo habrían llevado?... Y si no, ¿Por qué su bebé no estaba ahí con ella, o tan siquiera Ash para que le contara que es lo que había sucedido? El pánico fue invadiéndola, por lo que comenzó a hiperventilar y sintió la necesidad de desconectar los aparatos que reposaban en su brazo derecho, levantarse y salir a buscar a su familia, olvidando por supuesto que en su cama había un botón para llamar a las enfermeras.
Estuvo a punto de hacerlo hasta que la puerta de la habitación se abrió de par en par entrando por ella su marido cargando en sus brazos a Liam, quien dormía plácidamente entre los brazos de su padre, ambos seguidos de cerca por una enfermera que cuidaba tanto al recién nacido como al papá primerizo. El rostro se le iluminó apenas cruzaron el umbral de la puerta y sus manos, nunca más ansiosas, se estiraron en una clara señal de que era su momento para acuñar a su bebe y mantenerlo pegado en su pecho; Ash se acercó a ella, sonriendo con orgullo y con un brillo en los ojos que eran más que el reflejo de los suyos, él estaba igual que ella, y eso era algo maravilloso porque no podría haber nadie más con quien quisiera compartir ese sentimiento. Desde que tenía diez años supo lo que era el amor gracias a él, que él era su camino, y aunque hubo muchas trabas de por medio y muchas veces dudo sobre ellos, no habría nada a cambiar, porque en ese momento, todo, absolutamente todo había valido la pena.
A sólo centímetros de distancia, Ash se sentó en la cama con un cuidado que en su vida había manifestado, bastando sólo un par de horas para enseñar esa madurez de la que pocas veces hacía alarde, para dejarse ver como un empático y cariñoso marido, y un orgulloso y amoroso padre. Una vez sentado, se acercó a ella y le entregó su bebé, dejando escapar una solitaria lágrima que expresaba la felicidad que los embargaba; ella sonrió y nuevamente el mundo se detuvo, no podía creer que estuviera viviendo eso y, sin embargo, era el momento más real de toda su vida. Tener a Liam entre sus brazos, tan quietecito, con los ojos abiertos tratando de descifrar el mundo, la llenó de memorias, recuerdos y nuevas promesas… Ella le abriría el mundo y viviría junto a él su nueva y más grande aventura… Ser su mamá.
Y aunque, desde treinta y nueve semanas, dos días y veinte horas atrás sabía que sería mamá, tiempo en el que trato de aprender y comprender todo lo que cambiaría, tenerlo ahí con ella, escuchando su llanto y amamantándolo por primera vez era completamente diferente a lo que leyó en los libros prenatales o escuchó de la gente que la acompañó en ese camino, lo que sí era que su inconsciente le gritaba que si para algo estaba preparada era para eso, el destino la había marcado desde muy chica para portar el llamado instinto maternal, y si alguien no lo creía, para sacar sus dudas sólo tendría que preguntar a Brock y hasta su mismo marido.
Lo mantuvo en sus brazos incluso cuando yacía dormido, no quiso entregarlo a las enfermeras para que lo pusieran en su cuna y ella pudiera descansar, no se separaría de él ni por las reglas impuestas por el hospital, afortunadamente al ella ser la mejor líder del gimnasio de la región y varias más y Ash, el actual y más reconocido Maestro Pokémon, tenían ciertos privilegios que en otras ocasiones no hubieran aceptado, pero esa no era una de ellas. Así que, gracias a la consideración que el hospital les brindaba, pasaron la tarde con el bebé pasando de mamá a papá y viceversa, aventurándose a cambiarle los pañales sólo con la supervisión visual de las enfermeras, a cargarlo cada que lloraba y a admirarlo cada que dormía. Fue una tarde perfecta, nada más con el inoportuno detalle de las visitas, mismas que al caer la noche dijeron adiós, dejándoles por fin solos, exceptuado por las guardias nocturnas.
El reloj marcó las once de la noche cuando ella sintió por fin el peso del cansancio sobre sus hombros, el sueño ya pesaba en sus párpados y su cerebro se empezaba a sentir entumecido, era ya el momento de descansar. Ash había perdido la batalla contra el sueño unos quince minutos atrás, se había quedado dormido en el sofá a lado de la ventana, aunque desde temprano lo había movido hasta lograr que su cabeza reposara al pie de la cama, donde de hecho estaba descansando. La cuna de cristal donde Liam debería estar estaba del otro lado de su cama, tan pegada que con sólo voltear el brazo abarcaría su extensión, el único problema es que no quería dejar que bebé durmiera ahí, lo quería mantener pegado a su cuerpo, mas, estaba consciente de que, en un espacio tan reducido, ella no podría dormir lo necesario y él, tampoco.
Así que, por última vez esa noche, o al menos hasta que Liam despertara, lo alzó para que sus rostros quedaran a la misma altura y lo observó al tiempo que esparcía suaves besos en su cabecita, susurrándole cuanto lo amaba y cuanto lo amaría, deseándole los mejores sueños y pidiéndole perdón por dejarlo ir. No obstante, pasado unos minutos, ya con Liam en su cunero, y antes de caer rendida ante Morfeo, ella tenía que dar un último vistazo a su alrededor, a la habitación que resguardaba lo más importante de su vida y lo que vio la dejó extasiada. El silencio se hacía presente y todo estaba en calma, en el sitio donde debía estar, por lo que respiró profundamente y cayó dormida, agradecida por estar viviendo ese pequeño instante de quietud que la vida le estaba regalando y que siempre llevaría en su corazón.
Y ya está. Este es un fic muy corto, pero me gustó mucho la idea, y sobre todo hacer algo bonito para nuestra OTP, a los que regularmente siempre hago sufrir. Muchas gracias a todos los que han leído y los que me han acompañado desde hace años!
