Disclaimer: Este capítulo contiene temáticas fuertes como violencia, ideas autodestructivas y crisis de pánico.

11. Perdido otra vez.

Llegaron a Francia con una marcada indiferencia entre ambos.

Se reunían estrictamente para las sesiones del equipo médico.

Yamato ya contaba con mayores libertades, podía salir a caminar tanto como le apeteciera por las ciudades si así lo quería, siempre seguido de cerca por alguno de sus compañeros de banda o en ocasiones su representante.

Pero cuando esto último ocurría, solían rehuirse las miradas y no cruzar muchas palabras, lo que hacía que esos momentos compartidos fueran sumamente incómodos.

No había habido una conversación.

Pero luego de lo sucedido en el norte, de aquel momento de fugaz y cargado de peligrosa atracción, ambos se habían propuesto dejar ese extraño experimento atrás.

Aunque morían de ganas por compartir la conexión de antes, era demasiado riesgoso. El tratamiento del cantante marchaba muy bien y comenzaba a dejar la medicación para el control de su ansiedad y los antidepresivos.

Aquella fría mañana no parecía ser la excepción. Habían salido a recorrer algunos parques cercanos al hotel, ambos estaban en silencio otra vez, apenas intercambiaron frases breves para darse indicaciones de hacia el lugar a donde debían dirigirse. Él necesitaba tomar contacto con la naturaleza a menudo, salir a trotar, meditar, respirar aire fresco.

Y eran esos días precisamente los que Sora aprovechaba para salir como compañía, siendo amante de la naturaleza y agradeciendo poder tener esos espacios de muda presencia mientras su mente divagaba o pensaba con más calma sobre todo lo que ocurría. También era provechoso porque Yamato solía sentarse a meditar bastante rato y eso hacía que ella pudiera tener su momento de paz.

Ahora Sora le seguía a pocos pasos de distancia, enfrascada en la pantalla de su celular mientras consultaba continuamente el mapa para dirigirse al lugar que les habían recomendado en el hotel, un gran parque que no solía ser muy frecuentado en los días de semana.

Tampoco quería estar muy cerca de él, ni arriesgarse a que algo saliera mal, no quería echar por tierra esos avances positivos que Yamato había tenido durante los últimos tiempos, pocas veces había presenciado una evolución tan rápida en alguno de sus clientes, lo que demostraba con claridad que el joven estaba dispuesto a dejar atrás su oscuro pasado de compulsiva evasión.

Él respetaba la distancia, no quería incomodarla, y en parte se arrepentía de aquellos avances que ambos habían propiciado. El jueguito de seducción era algo incontrolable y con las valiosas herramientas de autoconocimiento que había ido adquiriendo en los últimos meses, intentaba evitar adentrarse en el peligroso terreno donde su cerebro se apagaba.

Se desconocía por completo.

O quizás solo estaba descubriendo una nueva arista de su personalidad.

¿Acaso su descontrol y obsesión por las sustancias habrían migrado hacia una persona, focalizándose peligrosamente en ella?

¿Se convertiría en alguien peligroso para Sora?

La sola idea le hizo detenerse bruscamente, y la chica, que avanzaba pocos pasos detrás de él, se dio de lleno contra su espalda.

Yamato apenas pareció notarlo.

Los recuerdos que llevaba tanto tiempo reprimidos se agolparon para salir.

Otra vez la desesperación.

No. Él no era el monstruo.

Sora apreció en su campo visual con el ceño levemente fruncido y dijo algo que él no llegó a entender o procesar.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.

"No quiero hacerte daño"

Comenzó a correr en cualquier dirección, erráticamente, con la vista nublada.

La presión sobre su pecho crecía, sentía que el aire no entraba a los pulmones, su garganta se cerraba.

Sintió que ingresaba a un amplio parque lleno de árboles, continuó avanzando a grandes zancadas hasta que comenzó a notar la falta de aire con más desesperación.

Otra vez el dolor alcanzándolo.

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Los golpes resonaban con fuerza en la habitación.

Yamato tardó en darse cuenta de que el sonido era producto de sus propios puños descargándose sobre el rostro del monstruo.

Ahora escuchaba el llanto ahogado de su madre.

La escena era un caos.

Takeru yacía inconsciente en el piso, con el rostro magullado y golpeado también.

Su madre, sangrando por la nariz y con una gran herida en su hombro, temblaba.

Había un aroma extraño en el ambiente, pero había estado tan furioso, golpeando, que no sabría identificarlo.

Yamato detuvo los golpes.

Porque el tipo que yacía bajo su cuerpo maltratado ya no emitía sonidos, no luchaba, no se quejaba.

Inerte.

Monstruoso había sido su reinado.

Ahora ya no podría dañarlos nunca más.

Comenzó a volver en sí.

Le dolía todo el cuerpo y decidió levantarse. Se escuchaba en las afueras las sirenas de los coches de la policía. Los murmullos de la multitud que se reunía afuera.

Alguien habló a través de un megáfono.

Las luces azules y rojas se colaban en la habitación desde el exterior, danzando salvajemente y rebotando en los cuadros que decoraban las paredes.

-Yamato, cuida a Takeru -dijo Natsuko mientras se levantaba, aún temblorosa.

El chico se sentía profundamente aturdido, mareado. Se acercó a su hermano y comprobó que aquel estaba desmayado, afortunadamente respiraba con regularidad.

Vio la figura de su madre asomarse en la ventana.

Tan solo instantes después, un grupo de policías ingresó a la casa con linternas y armas.

Se encontraron con una escena dantesca.

Un chiquillo de secundaria y otro de preparatoria con el rostro golpeado, uno de ellos inconsciente en el piso.

Ambos magullados y ensangrentados, al igual que su madre, quien momentos antes había aparecido en la ventana pidiendo ayuda.

Ella también parecía malherida.

Llegaron algunos paramédicos y los atendieron. Todos serían llevados al hospital.

Yamato pudo salir por su propio pie. Echó un vistazo hacia atrás, el cuerpo de la persona que les había hecho la vida imposible ya no volvería a levantarse.

No escucharía más acusaciones infundadas, no más palabras violentas dirigidas hacia su familia, no más insultos, no más humillaciones.

Temblaba. La oscuridad había terminado, aún así no se disipaba, sentía que el monstruo ahora vivía dentro de él.

Había matado con sus propios puños a ese horrible ser, y ahora era tan malvado como él. Pero nadie iba a pasar por eso ahora, todo ese odio contenido, ese desprecio, se instaló en su corazón.

Lo dirigiría hacia él. Pagaría aquella salvación con su autocastigo. Sus manos, manchadas de sangre para siempre.

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Despertó abruptamente.

El sonido de las aves a su alrededor le inundó la mente.

Yacía en el pasto, y podía olfatear con claridad los aromas de la naturaleza que le rodeaba.

Sora estaba a su lado, inclinada sobre él, con las mejillas sonrojadas y la respiración agitada. Su rostro alterado lo observaba con gran preocupación.

-Yamato.

Él notó un leve dolor en la zona de su rostro donde ella probablemente lo habría abofeteado para que reaccionara.

-Sora - sentía un nudo en la garganta, sabía que había llorado. Agradeció que el aire ingresara con facilidad a sus pulmones, refrescante y revitalizante. Haciendo bastante esfuerzo, se incorporó para quedar sentado y observar el entorno que les rodeaba.

-No te levantes, por favor. Te has desmayado, aparentemente tuviste una crisis de pánico como la de la otra vez – la voz de la joven resonó cerca de su rostro y él asintió, como si estuviera algo ausente aún.

-La otra vez… -empezó a decir él, volviendo a perderse en sus pensamientos.

Recordó brevemente el ataque de pánico anterior, cuando Sora lo había arrastrado a su habitación y él había vuelto en sí aferrado con fuerza a ella.

Agradecía el hecho de que ahora se hubiera desplomado en el pasto sin interferir con el espacio personal de ambos.

-¿Cómo te sientes ahora? ¿Crees poder volver al hotel caminando si te sostengo? – Sora estaba preocupada, él la observó, logrando volver al presente.

-Solo necesito tiempo. -fue lo que pudo decir antes de volver a disociarse.

La joven asintió. Yamato parecía completamente perdido y confundido.

Y ella estaba muy asustada. Quería avisarles a Akira y Hayato sobre el suceso, pero no quería generarle más preocupaciones al cantante, que se levantó cuidadosamente y avanzó hacia un árbol cercano, donde apoyó la espalda y contempló el bosque que le rodeaba con calma.

Sora se puso de pie y apareció ante los ojos de él.

El profundo color azul de la mirada de él se vio empañado por algunas lágrimas.

Yamato ahora comenzaba a recordar la escena que había llegado desde su interior.

-Soy un monstruo, Sora. - La vio acercarse pero la detuvo extendiendo su mano ante ella - Es mejor que mantengamos la distancia.

Ella debatió internamente entre acercarse y respetar el espacio que él le pedía.

-¿Quieres hablar de eso?

-¿Eh?

-¿Por qué dices que eres un monstruo? ¿Qué te ocurrió justo antes de que comenzara tu ataque?

Yamato se quedó en silencio.

Sora estaba intentando ayudarlo, le obligaba a volver el tiempo atrás, justo antes de desencadenar la crisis, en busca de esa emoción que la había activado.

-Es complicado – titubeó él, nervioso.

-Tranquilo, no tienes que decirme nada que no quieras, puedo llamar a tu psicóloga para que hables con ella y que puedas explayarte como necesites, y estaré cerca si así lo quieres -la joven extendió su brazo para ofrecerle su celular con amabilidad y dulzura.

-¿Por qué eres tan comprensiva y amable?

-Yo solo hago mi trabajo. – Sora bajó la mirada – y quiero que estés bien, me asusté mucho viéndote correr sin rumbo, y es un alivio que solo te hayas desplomado aquí, podría haberte pasado algo grave y no podría perdonármelo.

-¿Sabes como se siente la culpa, Sora? ¿Has sentido que te carcome por dentro? ¿Te has culpado hasta envenenar tu mente contra ti misma?

Ella lo miró a los ojos.

-¿Es la culpa lo que te hizo entrar en pánico, Yamato?

-Sí.

Él se mantuvo en silencio durante unos instantes, sin apartar la vista de ella.

Sora dio un paso hacia él.

-Puedes contármelo si quieres. Estoy para ti.

-No lo digas así - reprochó él.

Ella parpadeó varias veces, confundida y avergonzada, ahora quería abrazarlo con todas sus fuerzas, pero se contuvo. Se acercó un poco más y se giró para apoyar la espalda en el mismo árbol que él, a su lado.

Sus manos se rozaron y fue muy natural que la calidez de la chica atrajera la mano helada de Yamato.

Él suspiró.

-¿Te sientes mejor? ¿Quieres llamar a tu psicóloga?

-Quiero quedarme aquí contigo – dijo él sin mirarla. Sus dedos se entrelazaron con los de ella.

La joven no dijo nada. Ahora mismo sentía que la paz reinaba en la escena y no quería romper el delicado equilibrio.

-Me disculpo por haberte asustado -dijo Yamato al cabo de varios minutos.

-No tienes que hacerlo. Me alegra que estés mejor.

-Yo no sé si le llamaría así. Creo que ahora mismo me siento muy mal, pero contigo no me abruma la ansiedad.

-Creo que en mi bolso tengo alguna medicación para casos de emergencia, ¿Quieres?

-¿Podemos sentarnos? – Yamato ignoró la sugerencia de Sora y simplemente tomó asiento, aún con la espalda apoyada en el tronco del árbol. Ella le acompañó silenciosamente.

-No he hablado de esto con nadie, Sora. Es algo que quedó oculto en el pasado. Y me ha abrumado. Siento que soy un monstruo, y nada puede hacer que cambie esa visión que tengo de mi mismo. Y creo que es esa la razón por la cual mi consumo se volvió problemático.

La chica se quedó en silencio, escuchando atentamente lo que él tuviera para decir, finalmente el corazón de Yamato comenzaba a abrirse a su dolor más profundo.

-Desde pequeño los recuerdos de mis padres están relacionados a discusiones. No habían treguas. Mi hermano menor, Takeru, no lo tiene tan presente. Cuando yo tenía seis años ellos se divorciaron. Y nos separaron. Crecí la mayor parte del tiempo con mi padre, sin embargo siempre tenía semanas en las cuales vivía en casa de mi madre. Y el problema empezó cuando ella comenzó una relación con mi padrastro.

Sora asintió, recordaba una conversación que había tenido con Yamato en la enfermería del instituto, muchos años atrás.

-Mi padrastro era un tipo muy fuerte. Muy estricto. Y le gustaba que todo se hiciera a su manera. Y cuando las cosas no salían como él quería, hacía notar su descontento.

Yamato soltó la mano de Sora para llevarla a sus sienes y cubrirse el rostro antes de proseguir con su relato.

-Lo manifestaba con ira. Al principio adjetivos hirientes, que con el tiempo se volvieron insultos. Pero todo cambió el día que mi madre no le hizo la cena que él quería. Allí comenzaron los empujones y más tarde las golpizas. Varias veces nos agredería a los tres, mi madre estaba aterrorizada, era quien más lo sufría. Takeru le desafiaba, y cada vez que eso ocurría, acababa muy herido. Sin embargo, al principio, cuando lo noté, supe que ese maldito se desquitaba únicamente con ellos, y no lo hacía conmigo porque sabía que mi padre lo denunciaría si me tocaba un pelo. Pero cuando enviaron a mi viejo a trabajar al exterior, mi pesadilla se volvió realidad.

La joven estaba completamente sorprendida. ¿Violencia intrafamiliar? Aquello era cada vez peor.

-Mi padre no estaba – Yamato continuó con su desgarrador relato – y como no tenía a donde huir, comencé a consumir sustancias porque era lo único que lograba que yo pudiera enfrentar a mi padrastro, la droga me volvía violento y desafiaba su autoridad, a veces sentía que me daba más fuerzas para golpearlo. Por supuesto él se desquitaba con mayor intensidad conmigo, pero de ese modo lograba que dejara de centrar su violencia en Takeru o mi madre.

-Yamato - Sora le interrumpió, con los ojos nublados por las lágrimas – viviste algo horrible, yo no lo sabía.

-Nadie lo sabía – él la observó con una mueca cargada de tristeza – Lo bueno es que eso tuvo su final. Y fue precisamente luego de una internación en el hospital, me había dejado malherido durante la última golpiza. Ya no tenía excusas para mis amigos, así que había comenzado a aislarme y consumir sin piedad, deseando morirme por una sobredosis porque no tenía el valor de llamar a mi padre, o de pedir ayuda, ni siquiera de quitarme la vida de una manera que no fuera perdiéndome en la inconsciencia.

Hizo una pausa.

Ahora que lo verbalizaba, luego de tantos años cargando con esa tristeza tan dentro suyo, se sentía terriblemente desdichado, vacío.

-¿Quieres dejarlo por aquí? - Sora se había repuesto de la sorpresa inicial y ahora estaba arrodillada frente a él, observándolo con intensidad y sujetando las manos heladas de él con las suyas, aún cálidas.

-Necesito sacarlo – dijo Yamato, decidido - contigo estaré bien.

-Te escucho, estoy contigo – dijo ella.

-Me recuperaba de una internación grave, y llegué a la casa de mi madre muy tarde porque había estado consumiendo otra vez. Y él me recibió con un puñetazo. Aparentemente, había descubierto que mi madre pensaba escaparse con nosotros, ella había logrado reunir mucho valor para dejarlo luego de verlo lastimarme la última vez. Fue la primera vez que sentí el afecto de mi madre. Ella se decidió cuando vio que todo se estaba yendo demasiado de las manos. Pero ahí estaba él, la había golpeado en el rostro y le había hecho una herida con un cuchillo. Mi pequeño hermano Takeru, quien tenía catorce años para ese entonces, había logrado desarmarlo con sus técnicas de artes marciales que practicaba en la secundaria. Pero había recibido un puñetazo en el ojo. Cuando llegué a la casa le di una distracción para abalanzarse sobre mi padrastro, que lo lanzó lejos de sí. Takeru se desmayó en el suelo y yo perdí los estribos. Le patee los genitales y cayó al suelo, y allí comencé a patear su rostro con toda mi ira contenida. Cuando perdió el conocimiento, aún seguía fuera de mí y me eché sobre él para continuar golpeándolo. Solo recuerdo eso, su cuerpo de pronto dejó de responder y yo seguía golpeando sin piedad.

Yamato interrumpió su relato, echándose a llorar con angustia como si fuera un niño.

-Yo lo maté. Yo nos liberé cometiendo un crimen imperdonable.

Sora le abrazó con fuerza y él la rodeó con sus brazos. Ahora temblaba.

-Soy un monstruo, Sora. Yo lo maté, liberé a mi familia del sufrimiento pero me quedé atrapado en ese asesinato, soy alguien que debería haber muerto, y lo he intentado durante tanto tiempo, la música ha sido lo único que me ha mantenido aquí, pero duele vivir así. Me arrepiento de esto cada día. Y la droga siempre me evitaba pensar en todo el daño que hice.

-Yamato – susurró ella, muy preocupada. Eran todo tan horrible, no podía creer que quien estaba sincerándose así con ella hubiera cargado con tantas emociones abrumadoras en silencio.

-Mi madre se adjudicó la culpa del crimen. No sé como desde la policía ignoraron las pruebas que yo tenía en mi contra. Con la excusa de haber obrado bajo defensa propia, mi madre cumplió una pequeña condena de la que no trascendió ninguna información. Mi padre volvió al país para hacerse cargo de nosotros, sintiéndose muy culpable por no haber notado los signos antes. Años después volvió a estar con mi madre, y a veces siento que todos a mi alrededor han recompuesto su vida, pero yo simplemente sigo estancado en ese hecho. No quise saber nada del juicio, ni de los argumentos que esgrimieron contra mi madre, porque yo soy el verdadero asesino. Yo soy el monstruo, pero he dirigido toda esa violencia hacia mí, para no dañar a nadie más. Lo siento, Sora.

Se derrumbó en brazos de ella, llorando muy angustiado.

Sora agradeció que el parque estuviera vacío, solo veía personas bastante lejos de donde ellos se encontraban. Dejó pasar varios minutos mientras ella misma reorganizaba sus pensamientos y emociones, procurando que Yamato dejara drenar toda la angustia y rabia que había cargado en silencio durante años. Un pacto de autocastigo silencioso.

Pasaron varios minutos en silencio.

-¿Quieres volver al hotel? -aventuró ella en voz baja. Él se había retirado de su abrazo con lentitud, los ojos hinchados y la espalda otra vez apoyada en el árbol.

-Quizás es lo que necesito ahora mismo.

-Puedes ir y descansar allí, hoy es un día libre, ya les inventaremos una excusa a los demás si así lo quieres. Y te dejaré en paz por hoy si lo necesitas.

-No quisiera que te vayas de mi lado hoy. No quiero estar a solas con mi mente otra vez.

-Tranquilo, puedo quedarme hasta que te duermas, y puedes hablarme de tonterías.

Él asintió, se levantó con lentitud para ponerse de pie, y Sora le imitó. Ella también había llorado con él. Se sentía destrozada. Pero ahora la prioridad era el bienestar de Yamato.

-Busquemos un taxi -dijo la chica, se volteó para avanzar por el parque hacia la calle más cercana. Sintió la mano del músico en su brazo, impidiéndole avanzar. Se giró hacia él.

-Gracias por todo. Eres increíble, Sora.

Ella sonrió y se acercó a él, lo miró a los ojos.

-No volverás a estar solo, ¿Sí? Por favor, hazme saber si puedo ayudarte con algo, en este momento has tocado tu mayor vulnerabilidad, has sido muy valiente.

"Te quiero, Sora"

Las palabras brotaron de su corazón pero se quedaron en su mente, viéndola sonreírle con dulzura. Antes de disponerse a avanzar para buscar un coche que los llevara de regreso al hotel, Sora se detuvo y tomó su mano para guiarlo a través de la vegetación.

La calidez de aquel contacto invadió los corazones de ambos.

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