Perro fiel
Todo su cuerpo se activó en cuanto aquel sonido le taladreó los tímpanos, pero cuando se dio cuenta de que sólo era el timbre de la escuela, avisando que iniciaba la última clase del día, abandonó la rigidez de sus músculos y el reflejo de levantarse a acoplar su posición de defensa. Relajó sus manos: cuando dejaron de ser un puño, sus largos dedos cayeron sobre sus rodillas. También botó todo el aire por la boca, pero sin hacer ruido.
Miró hacia su derecha, mientras el timbre continuaba sonando, y se percató de que Denji no se había ni inmutado; es más, parecía que estuviese a punto de caer dormido ahí mismo, en esa silla en medio del pasillo y con la cabeza terriblemente mal apoyada en la pared tras él. Parecía tranquilo. Su vientre bajaba y subía imitando un suave oleaje.
Por lo menos, ahora el único perturbado parecía ser él; por fuera, sólo estaba encorvado y tragaba saliva seguido por la sed que lo agobiaba; por dentro, la cosa era distinta.
No era la primera vez que hacían algo así: pasar casi media hora sentados, en silencio, únicamente mirando alrededor. A veces se quedaban así cuando se escapaban a la azotea o cuando le invitaba a comer algo. Y Denji comía, mas no hablaba. El cansancio en su cara, en sus ojos, hablaba por él. Desde esas salidas supo que habían muchos secretos que el chico no le compartiría, pero nunca pudo medir la magnitud de éstos. Ahora, ya estaba un paso más cerca de la verdad: Denji no estaba precisamente bien, pero no sabía nada más.
Era un ignorante en su materia favorita y odiaba aquello.
Volvió a mirarlo. Lo único que no colaboraba a la atmósfera casi funeraria que Yoshida había construido en sus pensamientos, era el hecho de que Denji estaba mejor. Le alegraba que su cuerpo estuviera en calma, tanto si estaba exhausto de tanto llorar o si de verdad se había calmado, había conseguido controlarse.
Bajó la vista hasta sus propias manos, sus rodillas y el piso. Tenían menos de una hora para dejar la escuela. Acompañaría a Denji a casa y después pensaría en cómo conseguirse el papeleo para justificar las inasistencias del chico.
¿Y después?
¿Realmente buscaría a otra persona que lo vigilase?
Sí o sí tendría que comentárselo al comité a cargo del caso de Denji: admitiría que el puesto lo había superado y mencionaría el "particular" fallo de hoy, claro que sin regalar muchos detalles para conservar su reputación. Después, tendría dos opciones: si tenían demasiado trabajo externo y poco presupuesto, se lo dejarían pasar y se quedaría. Después de todo, era Seguridad Pública. Pero, si por algún motivo, la situación con la Iglesia empeoraba o, en el peor de los escenarios, la Profecía comenzaba a cumplirse, significaría que tendrían especial cuidado e interés en el caso, y le conseguirían apoyo... o un reemplazo.
Quizá Denji estaría mejor siguiendo las órdenes de una mujer joven y atractiva, porque sí que les hacía caso en todo. Podría ser algo infeliz al no poder transformarse, pero no se rebelaría como lo hacía con Yoshida.
Vaya, era un plan demasiado bueno.
Frunció el ceño, sorprendido de que, por un lado, había encontrado la solución perfecta, pero sería ésta misma la que le quitaría a Denji.
Era por el bienestar del chico, lo tenía claro, pero en ese preciso instante, sentado junto a Denji en uno más de sus silenciosos encuentros que esconden muy bien la miseria debajo de la alfombra de la tranquilidad, desconocía qué decisión iba a tomar.
¿Qué sería más fuerte? ¿Las ganas de permanecer egoístamente a su lado o la obligación de seguir el plan que evitaba que el Motosierra revelase su identidad?
—Oye.
Quizá podía moverse, por mientras, recopilando información de manera independiente. Analizaría qué se les venía encima y luego, sólo si la situación se escapaba de sus manos, buscaría apoyo para cuidar a Denji.
—Ey, te hablo.
Tristemente, las cosas ya pintaban para mal.
Tenía que reconocer que no estaba siendo razonable. Estaba dejándose llevar por su obsesión por Denji y la imposibilidad de imaginarse sin él.
Era otra prueba más de que ya no estaba calificado para el puesto.
Además, ¿qué le aseguraba de que Denji no lo alejaría desde ahora en adelante?
Yoshida removió su lengua dentro de aquella boca seca, que parecía volverse un desierto cada vez que pensaba algo complicado, como ahora.
—Yoshida, oye.
Subió las cejas y se giró hacia la voz. El rubio fruncía el ceño con molestia, sus párpados entrecerrados delataban aparente somnolencia y su cuello aún estaba todo doblado y mal posicionado contra esa pared.
—Dime.
—Todavía no te respondo lo que... Em... Me preguntaste antes.
Sus ojos castaños lo saludaron y le confirmaron que le espantaba profundamente la idea de perderlo.
Claro, le había preguntado si acaso él correspondía sus sentimientos, pero en su idioma significaba preguntarle si acaso sentía cosas por un hombre: ¡por supuesto que era una ridiculez!
Nunca volvería a verlo de la misma forma. Ahora tendría un justo argumento para alejarlo de su vida y él no quería perderlo, ni tampoco asustarlo, por lo cual no tardó ni un segundo en responder:
—Olvídalo.
—¿Qué? ¿Entonces era mentira que tú...? —Siguió Denji, sentándose derecho y mirándolo inquisitivo.
Estaba claro que no compartían el mismo sentir, pero podía conformarse con seguir a su lado. Se aseguraría de jamás volver a insistir con el tema amoroso, para no ser una incomodidad para Denji.
Haría lo que fuese necesario.
Quería quedarse ahí, ignorante e incompleto, revolcándose en su mediocridad y acompañándolo cuántas veces fuese necesario en aquellas tardes de silencio.
—Ya sabes. Eso que me dijiste. ¿Era mentira? —Yoshida no podía verlo directamente, no con todo lo que pasaba dentro de su cabeza.
Era una pregunta estúpida.
Era como preguntarle si acaso era mentira que tenerlo entre sus brazos era el mayor anhelo de su vida o si acaso era mentira que pensaba en su sonrisa todas las noches al conciliar el sueño.
—No, todo era cierto. —Ancló su mirar a la pared blanca del frente para poder continuar—. No me arrepiento de lo que dije, pero no es necesario que me respondas.
—Ah. —Sonaba poco convencido.
Lucharía por quedarse con él. Después de todo, ambos eran igual de extraños, pero si él se esforzaba podrían aparentar una amistad desde afuera. Los de la escuela no se lo cuestionarían tan a fondo y él entregaría buenos reportes en la oficina. Nadie sabría el retorcido detalle que escondía de fondo y eso estaba bien.
Si Denji aceptaba seguirle la corriente y olvidar el mayor error que había cometido en toda su vida, es decir, haberse declarado, daría resultado. O eso se estaba obligando a creer.
Era alguien más realista que optimista, pero ahora era cuando más necesitaba visualizar un buen final a todo este asunto.
Con o sin Denji a su lado, sabía que el mismo tema ocuparía su mente una y otra vez, sin descanso, sin pausa alguna, por lo cual le parecía mejor ir a dejar al chico a su casa y comprarle algo para comer en el camino; ya estaba sano y salvo. Por su sanidad mental, no podía dilatar más la situación.
—¿Te parece si vamos a...?
—Yo ya sabía.
Abandonó toda la voluntad de levantarse y enderezar su cuerpo.
Al verse interrumpido, miró de reojo y se encontró con una sonrisa burlona que sazonaba las palabras del rubio.
—¿Qué cosa?
—Ah, ya sabes, lo que me dijiste antes.
Giró entonces su rostro para poder verlo apropiadamente. Su espalda dolió al estirarse, luego de permanecer tanto tiempo encorvada.
—No estoy entendiendo.
—Mierda, ¡haces todo más difícil!
No se movió ni un centímetro cuando Denji abofeteó su hombro sonoramente, tampoco distinguía si le había dolido o no.
—Yo ya sabía que te gustaba.
Y dejó de respirar.
Por otro lado, Denji apretaba los labios, como aguantándose la risa, y brincaba con sus ojos del piso a los ojos del sorprendido Yoshida, y del atónito Yoshida, al piso de nuevo.
Todo lo que tenía en su cabeza fue desechado al instante y se quedó en blanco, como le había pasado varias veces aquel día.
Mientras su boca se entreabría, dudosa, algo temblorosa, se tatuaba en su mente, con todas sus letras, que había sido un rotundo error haberle confesado aquello.
—¿Por...?
—Me di cuenta de algo.
Denji contraatacaba veloz.
—Eso que haces con tus ojos, cuando me miras, no se lo haces a nadie más.
Yoshida pestañeó no una, sino diez veces, tratando de escapar de esa confusión, de esa conversión, de esa vergüenza y también del hecho de que aún no podía entenderlo.
—¿Qué cosa?
—Esto.
Fue entonces cuando Denji lo apuñaló profundo, enterrando sus ojos, su atención, su persona, en lo más profundo de su ser con una mirada le heló el alma. Al culminar aquel contacto visual, achinó los ojos y nada más. No movió la boca, no arrugó la nariz, no arqueó las cejas. Lo único que delataba algo en aquella expresión facial eran aquellos ojos entrecerrándose de manera fugaz.
Entonces, se dio cuenta de que aquello significaba que lo estaba imitando y, aún peor, significa que él mismo era quien achinaba sus ojos cuando miraba a Denji.
Claro, hasta sus ojos se aferraban con fuerza a la figura del escuálido hico y sus cabellos dorados.
No tardó en quedarse sin aire, sin pensamientos, sin una expresión en el rostro... y cuando también vio la ausencia de un lugar donde esconderse, se fue encorvando hasta que el flequillo le oscureció la cara por completo.
—Amigo, eso es totalmente gay.
Cuando Denji abrió la boca para lanzar al exterior unas risotadas que salían desde lo más profundo de sus pulmones, Yoshida ya no sintió vergüenza, no; no existía palabra alguna que abarcase las ganas que tenía de arrancarse la piel con sus propias uñas para escapar, para dejar de existir, para morirse de una buena vez.
Aquel endemoniado ser que tenía por objetivo hacerle perder sus propias facultades mentales lo estaba logrando de nuevo. Se reía como en una tarde de cine cualquiera y no como si hace unos pocos momentos le hubiera pedido acabar con su vida.
Para colmo, mientras más intentaba escapar del tema de su confesión barata, Denji parecía interesarse aún más.
Quién diría que sus propios ojos serían los que lo delatarían algún día. Y era que ni siquiera era consciente de que hacía eso en primer lugar. Su expresión facial, fruto de años de entrenamiento, inamovible ante autoridades, demonios e incluso las insistentes chiquillas del instituto, sucumbía ante el chiquillo que tenía frente a sí.
Él era su talón de Aquiles. Su punto débil.
Denji dejó de reírse en algún momento de aquella patética escena y él intentó, escondido aún bajo su largo cabello, que por favor acabasen con el tema. Esperaría su dosis diaria de rechazo por parte del rubio, se la tragaría, su garganta temblaría un poco por el amargor y luego podría levantarse e irse.
—Y... ¿Te molesta lo que siento por ti?
En menos de una hora debían abandonar el lugar.
Era su última tarde con él y la sentía desperdiciada, pero ya no tenía más energía para idear cómo salvarse el trasero: sería su último día con Denji quisiera o no. Observaba, anestesiado, cómo su barco se hundía, cómo el agua se le iba entre los dedos. No podía ni gritar, ni llorar, nada. Era un dolor sordo.
Pensó, entonces, que sería bueno que se devolviera a su ciudad de origen, la que abandonó hace casi un año en cuanto pidieron sus servicios. Retomar los estudios no era difícil para él, después de todo, y así no se encontraría con Denji.
—La verdad... no.
¿Qué?
Tras unas seguidilla de pestañeos, se dijo a sí mismo que no importaba cuánto lo hubiese sorprendido aquella respuesta, él tendría que renunciar de todas formas; la opinión de Denji no cambiaría nada.
¿Pero por qué se mostraba tan cómodo con la situación? ¿No estaba furioso, acaso? ¿Ofendido si quiera?
—Entonces, ya que lo sabes todo, ¿quieres también que me aleje de ti? —añadió el pelinegro.
Se reprendió mentalmente por haberse expuesto de esa manera. Sentía la carne abierta, vulnerable a cualquier daño. Sabía que podía terminar así a fin de cuentas, sólo se estaba preparando para el golpe final: Denji manifestando su repulsión por él, su rechazo, la estocada final para acabar con su vida.
Todo era su culpa. Era un descerebrado, un estúpido. Ahora aguardaba la respuesta del chico sin siquiera poder respirar, pero esto era su culpa y se lo merecía.
Si bien trataba de estar ocupado regañándose así mismo, no podía negar que fueron los diez segundos más largos de toda su vida.
—No.
Frunció el ceño.
¿Por qué Denji no estaba reaccionando como lo había previsto? Si ya había planeado adónde se trasladaría luego de renunciar y a quién dejaría a su cuidado, ¿por qué no cooperaba?
Rápidamente su confusión comenzó a salpicarse con esa creciente ira que le quemaba el pecho: todo le había salido mal. No podía dejar de fallar. Error tras error. Por sus propios errores había perdido a Denji; alzó por fin la cabeza para encararlo.
No era culpa de él, pero más le valía que no le saliera con nada nuevo dentro de estos cuarenta minutos que serían los últimos que pasarían juntos. No más locuras, no más trucos, no más secretos, por favor.
Denji pareció entender que su rostro contrariado le pedía continuar y así lo hizo.
—Creo que... —Se acarició la nuca a sí mismo, hablando despacio, con la vista perdida y desenfocada; como por primera vez en su vida estaba concentrado—. Me gusta... sentir que le gusto a alguien.
Su mandíbula cayó por sí sola, pero ningún músculo de su rostro se sumó al alboroto.
Denji se giró para mirarlo fijamente. Su rostro parecía haberse librado del sufrimiento que tanto lo acongojaba unas horas atrás. Sus labios se rasgaban con calma en una casi imperceptible sonrisa. Parecía desconocer que había revelado algo tan profundo de sí, digno de un psicoanálisis.
En su lugar, su petrificado lugar, Yoshida oía los estruendos de cómo todos sus pensamientos eran lanzados a la basura. En lugar del típico sonido del cristal rompiéndose, más bien se escuchaban como pesados cuencos de porcelana haciéndose añicos contra el piso. Uno tras otro. Con cada golpe se quedaba cada vez más desamparado en esa silla y en ese pasillo de escuela, sin, ahora, su miserable plan de vida.
No estaba entendiendo nada, otra vez.
—Pero, no sé. —Denji volvió a desenfocar su vista lejos del pelinegro—. Igual se me hace raro viniendo de ti.
Unas nuevas carcajadas, en menor cantidad que las anteriores, captaron la atención de Yoshida e hicieron que volviera a escucharlo.
—Al principio sólo era una sospecha que tenía, pero si tú mismo lo aceptaste... Oh, qué mierda. —Se agachó de hombros y comenzó a mirar el techo—. Igual se me hace raro. Es... ¿Cómo se dice? Poco creíble. Creía que no te interesaban esas cosas.
Cuando le llegó un empujón en el hombro derecho, su mente comenzó a funcionar de nuevo.
—¡Es que se te tiran todas las chicas lindas encima y tú no les haces ni caso! Por su puesto que ocultabas algo en algún lado.
No quiso ni pudo añadir nada a la conversación.
Sin darse cuenta, reclutó todos los músculos de su abdomen para contraerlos; era tanta la fuerza implicada que sentía algo similar a las náuseas. No le podía ni entrar el aire por la nariz. Estaba paralizado.
La sorpresa era tanta que sus pensamientos todavía no decantaban bien en el fondo de su cabeza.
Denji no estaba furioso ni asqueado.
Le dijo que no le molestaba.
Le dijo que no se alejara de él.
¿Y si se lo preguntaba de nuevo? Después de todo, era Denji, quizá había entendido mal o...
No podía ser cierto. En ninguna realidad podía aquel chiquillo convivir con un hombre enamorado suyo entrometiéndose en su vida, dándole de comer, acompañándolo, defendiéndolo con su cuerpo.
No estaba sucediendo.
¿O quizá sí? Denji seguía muy relajado en aquella silla, como si hablar del tema lo hubiera aliviado y no tuviera nada que agregar.
La presión de todo su cuerpo era una estrategia para no caer en lo que de verdad quería hacer: temblar como una gelatina. Quizá de espanto o rabia. No lo sabía con certeza.
Denji le había dicho que no se alejara de él.
No era lo mismo que pedirle que se quedará con él, pero era algo.
Se había preparado tanto para el golpe final... sólo para no recibirlo. ¿Decepción? ¿Alivio? No sabía qué debería sentir.
Lo que más lo enfermaba era que Denji lo había sospechado quizá hace cuánto tiempo y no le había comentado nada. Se había hecho el tonto y le había seguido el juego.
Oh, se estaba aguantando tan bien, cuando lo que en verdad quería era desvanecerse ahí mismo.
—Pero no sé si quiero eso contigo. Tú sabes... Ser novios o algo así. —Tosió falsamente, quizá para ocultar que sus mejillas comenzaban a colorearse—. Creo que de verdad me estaba planteando el quedarme solo.
Más tarde que temprano, y antes de llegar a la auto-asfixia, Hirofumi tuvo que volver a respirar, por mucho que doliese. Era una pobre víctima más del Chainsaw man. Todo le dolía por dentro y por fuera.
Cuando pronunció la palabra "novios" el tambor dentro de su pecho despertó para estremecerle todo el cuerpo. Denji estaba avanzando a una velocidad increíble y él no había planeado nada al respecto. Él no era el indicado para saber de noviazgos y lo único que había decidido era llevarse su obsesión por el chico a la tumba, lo cual ya no era posible.
Ahora, para Denji, la opción de ambos unidos como una pareja existía, aunque fuese sólo el concepto; pero en su propia mente nunca tuvo lugar.
¿Qué tenía realmente en su cabeza?
El trabajo era lo primero. Lo único que lo llenaba de entusiasmo era ser reconocido en su área. Cuando quería conseguir algo, era implacable. "El fin justifica los medios" describía muy bien su manera de ser.
Nacido y entrenado para luchar, parecía que era lo único que sabía hacer.
Nunca había fortalecido el estar de manera genuina con otro ser humano. No confiaba en la gente. Sus interacciones con los demás eran igual de calculadas que una partida de ajedrez; todo lo que hacía era por algo, para conseguir algo.
Siempre veló por sus propias ganancias y eso le pareció bien... hasta que conoció a Denji.
Cuando se dio cuenta, el agua ya le llegaba al cuello y ya se había metido en líos por cuidarlo. Había pecado de impulsivo, saliéndose de los planes de Seguridad Pública más de una vez, moviéndose por cuenta propia, haciendo cosas sin consultar, ocultando detalles.
Pero todo sea por Denji, ¿no?
Era su excepción a la regla. Salirse de la raya valía su protección.
Él era el motivo de tanta rebeldía, tanta fiereza.
Él era quien lo hacía sentir como más que un simple peón en aquel tablero.
Él lo hacía sentirse vivo.
Le costó comenzar a hablar y, sonando entrecortado y como un mal susurro, le dijo:
—¿Y sabes por qué no quieres? ¿Sientes que falta algo?
Si Denji quería eso, se lo daría. Ya lo había decidido. Todo su mundo giraba en torno a él. Se movería en la dirección que él ordenase y le cumpliría con todo.
Sólo tenía que pedírselo.
—Creo que... que me lo demuestres.
Lo sintió como una patada directa en el estómago.
Antes de que le explotara la cabeza, giró como por reflejo hacia él. Cuando se topó con sus evasivos ojos y el rubor expandiéndose en su cara, comprobó que iba en serio.
Mierda, era directo, sin pelos en la lengua.
Yoshida había subsistido alimentándose de fantasías con Denji renunciando a su orgullo y dejándose llevar, contemplar, tocar, cuidar; el que pudiera abandonar su estado utópico y convertirse en una realidad era demasiado para él.
Le costaba creer que estaba pasando. Su corazón, acelerado una vez más, le confirmaba que lo que había escuchado era correcto y no se encontraba en un sueño.
¿Todavía faltaba una demostración? Le dolía inferir que todas las molestias que pasaba a diario por él no eran suficiente.
El pánico comenzaba a colorear su horizonte, segundo a segundo. No tenía ni la más mínima idea de qué tenía que hacer ahora. No era el indicado al carecer de experiencia y conocimientos respecto al romance. Recayó, además, en que ya no podía echarse para atrás y que tampoco podría demorarse tanto tiempo en hacer algo, porque de seguro Denji se enojaría. O se retractaría, lo cual era el peor escenario actualmente.
Se mordió el labio inferior en medio de su impotencia. De todas las personas en el mundo, le pedían eso a él.
Se atrevió a mirarlo para intentar adivinar qué era lo que esperaba de él, percatándose de cómo se había cruzado de brazos y revoloteaba la vista por el lugar, nervioso.
Entonces pasó que el castaño de sus ojos invadió toda su mente. Las letras y los números fallecieron en aquel cerebro. Sólo existía aquel par de ojos, con sus pestañas, sus ojeras. No había sido de ayuda, para nada.
Con un suspiro, aceptó que nunca podría predecir lo que quería. A diferencia del rubio, él no había pasado por una lista de decepciones amorosas porque, en primer lugar, nunca se permitió acercarse tanto a alguien. Así que Yoshida, el derrotado Yoshida, sólo se conformó con intentar algo que siempre quiso hacer.
Tragó saliva sonoramente.
—Pensándolo bien, yo... —Denji detuvo sus estruendosas palabras y su intento de levantarse de la silla cuando aquella mano ajena se posó sobre la suya.
El pelinegro, desde su lugar, extendía uno de sus brazos hasta poder envolver sus dedos sobre la muñeca de Denji. Lo miró a los ojos en completo silencio, llegando a asustarlo, adivinaba, pero tristemente no tenía otra cara para ofrecerle.
Con la exactitud de un cirujano y la delicadeza de un pintor, fue a por la otra mano y la sujetó de la misma forma. Sentía la mirada atenta y expectante del rubio encima suyo; cierto era que quería su aprobación más que nada en el mundo.
Entonces, pudo deslizarse hasta dejar sus manos debajo de las otras y las presionó desde el dorso con sus pulgares, sólo para que su dueño no las alejara mientras las movía a su rodilla.
Denji ahora torcía la boca como siempre hacía, pero se lo atribuía más a los nervios que a una creciente molestia.
Cuando aquellas manos llegaron a su destino, se dio cuenta de que estaban igual de frías que las suyas y de que no sabía cómo tomarlo en realidad.
El tacto entre ambas palmas era tan básico, se decía; sólo era el contacto entre piel, células, materia. Sólo eran esos dedos apretados cayendo sobre su mano. La mano de Denji más transpirada que la suya, áspera. Un cubo de hielo sobre otro.
Pero en el trayecto, cuando se frotaron aquellas huellas dactilares en su piel y las palmas entre sí, se quedó sin habla: lo básico alcanzaba una complejidad inconmensurable.
Denji contribuyó desde su silencio y se giró hacia él para su propia comodidad; las patas de las sillas chillaron contra el piso.
Frente a frente, sus rodillas se tocaron también y de alguna manera esa postura estaba bien para ellos.
Aquel tímido contacto entre sus manos quedó en el aire y Yoshida las giró hacia arriba para que pudieran correctamente entrelazar los dedos.
Y reparó en que su mano era más grande, pero los dedos de Denji eran más gruesos y toscos, varoniles; que tenía un lunar cerca de la muñeca, nunca antes visto por él; que su propio tono de piel, un pálido casi enfermizo, se veía muy bien al lado del color melocotón de la piel ajena.
La piel de Denji.
El frote de su piel con la suya mantenía a su corazón trotando con la fiereza de un caballo: al fin había descubierto cómo se sentía tocar a Denji. Eran sus manos, era su piel descuidada, su cuerpo.
Nunca más querría soltar esas manos, que habían sido las únicas que había deseado sostener en toda su vida.
Nunca querría estar lejos de él.
Querría cuidarlo hasta dar su último respiro.
Querría acompañarlo hasta el mismísimo infierno.
Después de tener aquellos dedos aferrados a sí mismo, se dijo que nunca podría dejarlos ir, no después de que, tras acomodarse de a poco, se adaptaron al estrecho agarre hasta el punto de que parecía que ambas manos habían sido moldeadas para encajar juntas algún día. Aunque fuese en aquel mundo infestado por demonios. Aunque él fuese un cazador y el otro no fuese ya humano.
Cuando acarició con su pulgar los costados de aquella mano, sintiendo el hormigueo de ambas temperaturas mezclándose, notó que los labios del rubio temblaban.
—Denji.
El susodicho había estado analizando cada uno de sus movimientos, en silencio, con los ojos clavados en el aquel mutuo agarre, casi como en un acto de defensa. Ante sus entrenados ojos, expertos en Denji, adivinaba que su cuerpo se había tensado.
—¿En serio lo has sabido todo este tiempo? ¿Es por eso que a veces no me dejas ayudarte? —habló por lo bajo.
Denji acomodó nuevamente sus falanges en aquel agarre antes de responder.
—No, no es eso.
¿Era esto suficiente? ¿Ser su protector de todos los días era suficiente? ¿Estar dispuesto a hacerle frente a los Jinetes del maldito Apocalipsis sólo por mantenerlo a salvo era suficiente?
—¿Estás enojado conmigo? ¿Quieres que me aleje? —Su voz era de ultratumba, temeroso ante la posible respuesta.
—¡Que no! ¿Acaso eres sordo? Te dije que no me molesta —gruñó, pero no interrumpió la unión de ambas manos.
Auch. Era demasiado soez en esta situación tan delicada para él, pero así era Denji después de todo, ¿no?
—Es raro. Lo he pensado mucho y la verdad es que ya lo acepté hace un tiempo.
—¿Qué aceptaste, Denji?
El susodicho entrecerró los ojos como diciéndole que era un verdadero idiota. Y Yoshida estaría de acuerdo; seguía sin entender la situación.
—¡Agh! Sí que eres lento. —Miró en la dirección contraria a Yoshida—. He estado pensando en que no estaría... tan mal... que sólo me quedes tú.
Podría jurar que sintió su corazón detenerse. A la par, todo su abdomen se tensó otra vez.
Con los ojos escapando de sus órbitas y sus cejas temblando, buscó signos en el otro de que lo último dicho por él había sido una broma. Sí, una jugarreta. Una parodia bizarra de su aún más bizarra confesión pasada, porque si no lo era, y Denji estaba hablando con la verdad... Oh, ahí sí que caería muerto de un infarto.
Pero no, el chico seguía volvió a escrutar cómo sus manos se sostenían y su rostro sólo revelaba una profunda concentración.
Su propia respiración era pesada y rápida.
Pero todo volvería a la normalidad porque Denji estaba a punto de lanzarse a reír, ¿verdad?
En cualquier momento volvería a engendrar sus ganas por tener novia y lo gritaría por los aires. Sí, algo así pasaría en cualquier momento.
Pero, por algún motivo, ya se estaba tardando.
¿Cómo podía aguantar tanto tiempo siendo tocado por otro hombre? Entre sus palmas comenzaba a nacer una pequeña tibieza que crecería libremente si es que no se separaban pronto.
Denji tenía que pronunciarse rápido. Debía hacer un movimiento que superase la velocidad con que la mente del pelinegro dictaba disparates. Debía evitar que en aquella cabeza enturbiada naciera algo: un sentimiento, una esperanza, un afecto aún más desbordado por él. Debía hacer algo antes de que se imaginara un futuro juntos y le jurara que lucharía a muerte por él.
Debía evitar que se creara en esa mente una ilusión así de potente, porque si ésta nacía sólo para llegar a romperse más adelante, Yoshida lo tenía más que claro: sería su fin.
Sin embargo, el chico seguía inmóvil y Hirofumi iba en picada a su demencia, sin poder sostenerse.
—¿Lo dices en serio? —dijo con un hilo de voz.
Si esto era una broma muy bien llevada a cabo, correría hasta lanzarse por una de las ventanas. Pero Denji sólo le arrojó un suspiro muy ofuscado para luego clavarle una fugaz y asesina mirada.
Pestañeó dos veces.
No era ninguna broma.
—Oh, Denji, ¡no sé que haré contigo! —vociferó, para luego enterrar su mentón en su pecho, ocultando su rostro con su flequillo una vez más, antes de susurrar—. Estaba pensando en renunciar...
No podía creerlo. Ni en su más ridícula fantasía tenía cabida algo como esto. Era inconcebible.
—Si eso quieres, lo entenderé, en serio... pero... no sé si sería lo mismo. No me gustaría perder de nuevo a alguien.
Yoshida se enderezó con la velocidad de un látigo para poder mirarlo fijamente. Sus ojos castaños se escondieron de él; cerrados con tanta fuerza que se le arrugaron los párpados.
—No me gustaría que también te fueras.
Y cuando lo sintió, todo su cuerpo se contrajo, para ahogar esas tremendas ganas de gritar y de desmayarse: Denji, mientras hablaba, había comenzado a apretar más y más sus manos.
Con mucha fuerza.
Aferrándose a él.
Alimentando ese calor que habían engendrado entre ambos.
Los dedos de Yoshida se habían extendido por la sorpresa, pero volvió a flectarlos una vez fue consciente de cómo el otro chico comenzaba a temblar.
—¿Quieres que te bese? —casi gritó Yoshida. El eco en el pasillo vacío repitió una y otra vez sus palabras, con su misma demencia.
Estaba decidido: había perdido la cabeza. Y estaba tan afectado mentalmente que olvidó su pudor y su vergüenza para profesar su fijación por él. Ya no se lo callaría. Cada movimiento de su cuerpo y cada palabra de su boca revelarían cuánto adoraba a ese endemoniado chiquillo enfrente suyo.
—¿Qué? Eh, no lo sé.—Denji respondió algo sorprendido.
—Está bien, no lo hago.
Y sonrió, pero no con esa sonrisa que de inmediato le cambiaba el rostro a Denji porque era muy "espeluznante" según él; demasiado curva, demasiado feliz, pero con los ojos demasiado oscuros y se leía que había algo raro tras ellos. Esta otra sonrisa provenía de unas genuinas ganas de reír, aunque también podrían ser de locura o de cansancio, o hasta de alegría al ver que aquel Denji seguía siendo el mismo.
Quizá hasta había achinado los ojos sin darse cuenta.
—Bueno —Denji siguió, ahora agachándose de hombros—, quizá solo uno.
La sonrisa se le esfumó y soltó sus manos en un arranque de ira que le surcó de pies a cabeza. Enterró su cara con fuerza entre sus manos y soltó un gruñido. Denji cuando se enojaba gritaba insultos y groserías, pero como él nunca perdía los estribos, no sabía cómo vaciar esa explosiva emoción. Y justo antes de que le dieran ganas de arrancarse el cuero cabelludo a tirones, lo reprendió:
—¡¿Qué crees que...!?
—Sí, rápido, ¡sólo uno! No hay nadie en el pasillo. —Lo vio asomarse hacia el lado y girar la cabeza en todas las direcciones.
Fue su turno de mirarlo con hastío. Junto a eso, botó un gran suspiro.
Pediría un aumento de sueldo por salud mental.
—¿Qué tanto miras? ¿Lo vas a hacer o no? —Apretaba los dientes, sin dejar de vigilar el pasillo y las puertas a la lejanía.
Mientras tanto, él se peinó hacia atrás y se inclinó hacia él, aún molesto, pero no tenía que confundirse: esto era lo que quería él. Quería a ese diablillo de lenguaje soez y costumbres cuestionables. Quería esos empujones y esas salidas deprimentes en eterno silencio. Lo quería a él, con todo incluido. Con los dientes de la sierra girando y con la sangre saltando por ahí y por allá. Aún si llegaba a cortarse un poco, o un poco mucho, lo quería igual.
Toda la valentía de Denji se disolvió en cuanto Yoshida cobijó su rostro con una de sus manos: se ofuscó tanto que cerró los ojos con fuerza y aguantó la respiración.
Y Yoshida concluyó que lo quería más que a nada en el mundo.
Lo quería con la fuerza de un capricho, aunque fuese uno muy cuestionable.
Lo quería aunque le gritase cada un segundo que se diera prisa en vez de dejarlo admirar con calma esas mejillas enrojecidas y esos párpados arrugándose.
Sí, era lo mejor que le había pasado en la vida: al punto de que, sin haberlo hecho nunca antes, reunió tal valor y voluntad para permitirse inclinarse, cerrar sus ojos y unir ambos labios en aquel tan imprevisto beso.
En cuanto se posó sobre sus labios, perdió todos los otros sentidos: no podía oír, ni sentir el latido de su corazón, no sabía si había oscuridad o luz en aquella sala, ni en qué año estaban. Mierda, ni siquiera sabía si seguía vivo o no, pero se le hizo más importante sentir ese cosquilleo, esas explosiones que le hacían burbujear toda la sangre de la cara una vez se atrevieron a entreabrir la boca en vez de sólo tocarse con los labios sellados.
Por un momento se concentró mucho en tratar de distinguir si esos labios agrietados que sentía moverse eran los suyos o los de Denji, pero el saborear ese calor ajeno que emanaba de aquella otra boca, para mezclarse con el suyo, bastó para que todo su cuerpo se relajara; sus brazos cayeron por sus costados de golpe.
Podía notar cómo Denji se esforzaba por relajar sus labios y evitar que se cerraran, pero volvía a lo mismo después de unos segundos. Pero no importaba, aun sin haber abarcado mucho físicamente, sabía que era él. Tenía su sabor impregnado. Su olor envolviéndolo. El castaño de sus ojos inundando sus pensamientos.
Era él. Era Denji. Eran sus dientes y la piel clara de su barbilla.
Lo sentía disolverse en su lengua como miles de millones de burbujas reventándose, mezclándose con su saliva.
Lo sentía cuando inhalaba; se estaba quedando allí, en sus fosas nasales. Y pronto se pasaría a sus pulmones, y luego correría por su sangre, y adivinaba que ese sudor que le bañaba la espalda era él también, derramándose por su piel.
No podía tenerlo más en su sistema, no era posible; ya estaba repleto. Con sólo la idea de haberlo tocado de esa forma, quería dejarse guiar por su casi religiosa devoción hacia él y desmoronarse en llanto, pero no sabía cómo provocarlo.
Cuando se detuvo por fin, ya que él marcaba el ritmo y Denji intentaba seguirlo, osó a inclinar su cabeza para enterrar su nariz bajo la del rubio. Sus mejillas se aplastaban la una contra la otra y parecía estar consumiendo directamente su respiración. El vapor lamía su piel hasta el punto de humedecerla.
Podría morir así, entre las turbulencias de su aliento.
Moriría en calma y con el alma rebosada de una alegría que no había experimentado nunca antes en su vida.
Pero también quería vivir así. Quedarse pegado por siempre a su rostro, a su piel tierna, a su boca que le costaba besar y a su corazón que le costaba dejarse amar. Pero no se pudo, tarde o temprano Denji necesitó respirar correctamente así que alejó su cara en la dirección contraria; él colaboró alejándose hacia atrás, hasta quedar erguido en su silla.
Poco a poco recuperó la vista, hasta percibir al otro ocultándole la cara como si no acabaran de besarse de todas formas, su camisa desprovista de un botón, el blanco de las paredes. Seguían solos en el pasillo. Los ruidos provenían de tan lejos que no figuraban en la ecuación.
—¿Y ahora sabes qué sientes? ¿Sabes qué quieres conmigo? —Estaba a sus órdenes. Seguía siendo su servidor y esperaba serlo hasta que el sol ya no alumbrase.
Necesitaba saber si Denji también se quemaba así por él, si acaso sus ganas de vivir también giraban en torno a él, si acaso todos los órganos de su cuerpo funcionaban sólo para cumplirle a él.
—No. Me duele la cabeza, no tengo idea —murmuró, así como si nada.
Así como si no le hubiera dado de probar de su boca hace menos de un minuto.
Así como si el corazón de Yoshida no estuviera desmenuzándose por la mitad.
Magnífico.
Pero sus ánimos no decayeron, todo lo contrario: por las venas le circulaba una valentía tal que le permitió girarse, mirarlo fijo y acaparar nuevamente sus manos.
—Me quedaré contigo. —Denji se quedó inmóvil, cabizbajo al escucharlo—. A cuidarte y quererte, tal como te lo pedí.
No importaba que él no compartiera su locura, lo aceptaba tal cual.
—¿Qué dices, Denji? —Necesitaba oír su voz.
—Me siento raro, esto no suele ser así de fácil para mí. —No dejaba de revisar el pasillo y sus rodillas saltaban inquietas.
Podía bajar la guardia; él no era como Asa. No le haría ojitos para luego intentar asesinarlo. Nunca podría pensar siquiera en hacerle daño. Quizá a veces podía llegar al borde del hostigamiento y tomar decisiones muy cuestionables, pero todo con el fin de mantenerlo a salvo. Con el tiempo se daría cuenta.
No podía dañar a quien, prácticamente, le daba la vida.
—No es necesario que nos comportemos distinto, si no quieres. Haremos lo que tú quieras, lo que tú pidas.
Le ofreció otra sonrisa sincera, devota.
—Agh, no me lo creo, esto es raro. Las cosas siempre me salen mal. —Sus ojos perdieron el brillo.
Pronto, se percató de que a él también le dolía la cabeza. Los hombros, el abdomen.
Denji volvió a hacerse pequeño, a abrazarse a sí mismo, y probablemente a dejar divagar su mente hacia senderos que no debía, por su propio bien.
Yoshida lo observó desde su altura. Y pensó en abrazarlo, pero se contuvo, porque la línea entre querer envolverlo, absorberlo, asfixiarlo, consumirlo o habitarlo, era muy borrosa.
Pasaron un par de minutos así.
Desde ahora en adelante sería su abrigo, su alimento, su contención.
Lo haría acostumbrarse al tacto de sus manos sedientas por él, a sus oídos ansiosos por oír cada detalle de su vida, a sus hombros entrenados para cargar con todos sus problemas.
Lo amaría con una magnitud tal, que se olvidaría de su antigua maldición de siempre acabar en la desgracia.
Lo cuidaría con un fervor tal, que fácilmente sería el último hombre en morir en la faz de la Tierra.
Sí, no tenía ni que pedírselo.
Entonces, el timbre de la escuela proclamó el fin de la jornada. Su estruendoso y metalizado baile los sacudió a ambos, obligándolos a encontrar sus miradas de nuevo.
Un suspiro corto y Denji abandonó su trance.
Yoshida fue el primero en ponerse de pie.
—Te llevo a casa.—Le extendió una mano—. ¿Todo bien?
—Sí, es sólo que se siente raro no ser el perro de nadie esta vez...
Conque era eso.
—Yo seré tu perro —dijo Yoshida, orgulloso—. Tu perro fiel.
Sus ojos brillaron, prendados al chico. La sonrisa sobre su lunar también parecía brillar con tal de hablarle a él.
Siendo más rubor que persona, Denji abofeteó suavemente aquella mano y se adelantó por el pasillo, replicando:
—Ya mejor cállate.
Sonrió, asombrándose: tenía gustos muy extraños.
Nota de autora: Holaaaa, muchas gracias si llegaste hasta aquí! Atesoraré en mi corazón cualquier opinión respecto a la historia y espero que te haya gustado :3
