Al abrir la puerta, Mikasa casi se topa de frente con Annie, quien tenía una mano alzada, a punto de llamar. Se veía miserable.
—¿Qué haces aquí? —titubeó Mikasa, apretando los dibujos contra su pecho un poco más de lo que hubiera querido.
—Quiero entrar.
La morena se hizo a un lado para dejar entrar a la pequeña rubia, quien llegó directo a la cama y se tumbó, hecha un ovillo.
—Ponte cómoda, supongo.
Mikasa dio un portazo y guardó apresuradamente los dibujos en un cajón de su escritorio
—¿No vas a preguntar qué hago aquí? —Mikasa no dijo nada, solamente esperó—. Azumabito, Armin y Historia están vueltos locos pensando en qué van a hacer con tus prisioneros. Capturaron a uno más y están peleando porque tu gente los quiere para juzgarlos y Armin sabe que los van a ejecutar en cuando lleguen allá… dijo que más les valía a ellos que Connie muriera para que los juzgaran aquí, porque si no, la familia de Hiromu tendrá derecho a hacer justicia. —Las palabras le salían a Annie por borbotones, rápidamente, luego hizo una pausa y suspiró—. Hablan de él como si no hubiera duda de que fuera a morir. Supongo que no la hay, pero me da pena.
Lo que Annie había dicho le cayeron como un peso en el estómago, así que tomó asiento en la silla del escritorio. Sus prisioneros. En otra vida hubiera terminado con ellos en ese instante.
—¿Cómo están Connie y Hiromu?
—¿No los has ido a ver? ¿A ninguno de los dos? —Mikasa negó con la cabeza, apenada—. Es mejor, se ven horribles. Pero lo que Connie mejora parece que Hiromu empeora. A Connie ya ni su novia ni Armin le están soplando para que respire, y su cuarto huele a mierda, pero no tanto como el de Hiromu. Y Hiromu ya parecía un hombre muerto desde que cayó al piso.
Annie suspiró y a Mikasa la recorrió un escalofrío. Sí, no quería casarse con el chico, pero tampoco lo quería muerto. Ver lo desdichada que estaba Annie le hacía desear que Hiromu sobreviviera para no tener que robarle a Armin a su amiga.
Y tal vez, solo tal vez, eso no sería necesario.
—Tenía tanto miedo cuando lo abracé… Siempre he procurado no tener compasión, ya sabes, he hecho cosas tan atroces que ni siquiera sería justo que me sintiera mal. La gente a la que le he destruido la vida no se merece algo con tan poco valor como mi lástima o mi culpa. —Annie estaba platicadora, Mikasa no sabía qué decirle—. Pero ver cómo se le iba la vida de los ojos y cómo estaba consciente de que le habían disparado y tenía miedo a morirse. Es otra cosa más que me va a perseguir toda la vida. Y supongo que yo me lo merezco, pero él no, y lo peor es saber que lo más probable es que se muera después de haberme dejado con el recuerdo de esos ojos desesperados por no apagarse.
—Lo siento —fue todo lo que atinó a decir Mikasa. A decir verdad ella le había estado dando vueltas a la cabeza a la situación de Connie, a otro miembro de su familia que amenazaba con desaparecer.
—No es tu culpa, supongo. Sin ti se hubieran escapado los imbéciles que hicieron esto. Pero no pienso asistir a tu boda. Creo que voy a irme.
Mikasa se quedó callada un tiempo antes de responder:
—Sí, creo que es lo mejor. Yo también me iría si pudiera volver a mi casa sin que vayan a buscarme de nuevo. —Los ojos de Annie mostraron que está respuesta no era la que esperaba, que le resultó dolorosa—. No te voy a sugerir que te quedes por Armin, lo siento. Está ocupado y te está descuidando. Si te vas existen dos posibilidades: puedes irte de viaje y perderte y dejar atrás todo esto, o Armin puede darse cuenta de que es un idiota y va a dejar todo por irte a buscar.
—Y ya me imagino cuál es más probable.
—Pero aunque él no vaya a buscarte vas a poder vivir tu vida al máximo sin quedarte esperando sus migajas de atención. Si te vas le harás darse cuenta de que no puede darte por hecho, y va a tener que decidir entre dejarte hacer tu vida o dejar lo que está haciendo por ti.
—Solo estás tratando de sacarlo del camino para que no te hagan casarte con él, pero no va a renunciar a la promesa que hizo así de fácil.
—Los Azumabito encontrarán una manera de deshacerse de mí, cueste lo que cueste. No quiero costarles a ustedes su felicidad en el proceso. —Los ojos se le fueron al cajón con los dibujos y apretó los labios.
Annie se sentó en la cama y se abrazó las piernas, taciturna y viéndose más pequeña y débil de lo que Mikasa la recordara jamás. Apenas era un pedacito de persona.
—Me voy a ir mañana al anochecer.
—Si me avisas puedo decirle a Armin, en caso de que no se dé cuenta por él mismo.
Annie no dijo nada. Solo se puso de pie y le deseó buenas noches a Mikasa para luego salir.
Mikasa pensaba que estaría preparada cuando llegara la noticia. Desde hace dos días se imaginó que pasaría, pero no imaginó que su reacción iba a ser salir corriendo al jardín a vomitar su desayuno.
Hiromu murió al mediodía, con el cielo demasiado despejado y vientos muy mansos cómo para anunciar el inicio del invierno, o el deceso de un compañero.
Lady Kiyomi estaba cuando Armin les dio el anuncio, pálida y con los ojos rojos de una forma que la hacía parecer un espectro. Nunca perdió la compostura, pero se notaba que no estaba bien.
Fue por eso que Mikasa se acercó a ella para darle su pésame. Y fue por eso también, que a pesar del coraje que sentía contra la mujer, no tuvo el corazón de rechazarla cuando le pidió ayuda para lavar el cadáver.
Armadas con un pañuelo que les recogía el cabello y otro para cubrirse la nariz y la boca entraron en lo que ayer había sido cuarto de hospital y hoy servía de morgue. Lady Kiyomi había dejado una tina con agua perfumada a lado de la mesa de madera en donde descansaba el difunto.
Mikasa no supo por qué, pero la asqueó la posibilidad de tocar a un muerto. Se acercó con paso cauto y se le cayó el alma a los pies cuando vio el rostro del pobre soldado, tan gris y con los labios entreabiertos y resecos. Se veía tan vulnerable, a penas una sombra del hombre fuerte y atractivo que había sido su escolta. Fue casi un instinto el descubrirle la frente, moviendo el cabello hacia atrás.
—Ayúdame con la cara, el cabello y los brazos, mi niña. Yo voy a tratar de encargarme de lo demás. —Luego se dirigió a Hiromu y, de una forma mil veces más dulce que cuando lo hizo Mikasa, le acarició el rostro mandando más cabellos hacia atrás. La voz era aquella con la que se le habla a un niño enfermo—. Tú vas a portarte bien, ¿verdad, Hiromu? Mikasa va a ayudarte a que llegues limpio y guapo con tus hermanos, así que no quiero nada de vergüenza, ¿sí?
El olor a enfermo no tardó en desaparecer, reemplazado por el del jabón y el agua perfumada.
Al principio Mikasa no comprendía cómo esto ayudaba para nada, o solucionaba su situación, o lo que fuera, pero se encontró no tan disgustada como había pensado que estaría con esta labor. Fue cuando se encontraba restregando el abundante cabello (que Mikasa hasta este momento se daba cuenta de lo denso que lo tenía), tan negro como la noche más oscura ahora que estaba mojado, que Mikasa deseó haber tenido la oportunidad de hacer esto con más personas.
La mayoría de sus amigos del escuadrón 104 se habían ido así, sin más. Muchos de ellos irreconocibles, que solo sabía que murieron porque nadie pudo encontrarlos. El cuerpo de Hiromu se volvió al mismo tiempo el de Mina Carolina, el de Sasha, el de Hange y hasta el de Bertholdt Hoover. Tantas personas que habían merecido un cuidado así (que Sasha probablemente lo consiguiera de su madre, no de Mikasa), pero nadie había tenido la oportunidad de dárselo.
Era increíble que Mikasa hubiera vivido tanto tiempo rodeada de muerte, una tras otra, y que nunca hubiera tenido que lavar un cuerpo. Esa era tarea de las mujeres desde siempre en Paradis, pero no para los soldados, y no para sus compañeros. Se le antojó cruel entregar los despojos que dejaban los titanes después de cada incursión a las familias para que descubrieran y lavaran toda esa sangre, esa destrucción causada por los titanes.
Una vez listo el cabello, Mikasa se movió al rostro de Hiromu. Ahí no había engaño, no podía fingir que lavaba la cara de una persona viva. Lady Kiyomi le había envuelto una toalla bajo la mandíbula para asegurarse de que la boca no se le abriera, y los ojos estaban cerrados con un par de pesas. Mikasa las removió con cuidado para restregar la cara con un trapo húmedo, llevándose suciedad de todo tipo: lágrimas, saliva, vómito. Con Eren no había tenido oportunidad para eso, Mikasa intentó volver a Paradis lo más rápidamente para asegurarse de que él estuviera en buen estado a su llegada. Claro que no aguantó tres días antes de comenzar a despedir un olor repugnante, y a los cuatro Mikasa ya no soportaba abrir el cofre en el que lo llevaba para ver lo que había quedado de su amado. Se había convertido en esa familia que recibía los restos de una batalla.
—¿Terminaste, querida? —Preguntó Lady Kiyomi cuando Mikasa acabó de lavar las manos del hombre—. Hazme el favor de afeitarlo, ya casi terminamos.
Mikasa titubeó con la navaja de un filo en la mano con la vista fija en el rostro de Hiromu. El rostro gris, los ojos hundidos. Y el vello de la barba de dos días, como si nadie le hubiera dicho a esos pelos que al crecer desperdiciaban la energía de un hombre moribundo. Se dio cuenta de pronto que nunca lo había visto con barba, probablemente se rasuró el día en el que recibió el disparo. Las manos le temblaron, pensando que si cometía un error y cortaba la piel de Hiromu, esa carne no sanaría nunca.
—¿Mikasa? —la llamó lady Kiyomi.
En ese momento se sintió despertar. Mikasa Ackerman, cuya especialidad fueron las navajas y cortar carne desde hacía casi once años. No había forma de arruinar esto, podía perder toda la fuerza del mundo, pero la destreza de los años de práctica no iba a quitársela nadie.
Las mejillas de Hiromu quedaron completamente limpias una vez que Mikasa se acostumbró a la navaja. Definitivamente todos los amigos que había perdido merecían este trato, y estaba feliz por haber tenido la oportunidad de hacerlo con Hiromu, por primera vez después de trece años perdiendo a las personas a su alrededor.
Mikasa escuchó tres golpes en su puerta pasadas las nueve de la noche. Una despedida, Annie se había ido. Dejó pasar unos minutos para tomar los dibujos que debía entregar más adelante, ponerse de pie y salir en busca de Armin. No confiaba en que él se diera cuenta solo de la ausencia de su amiga, así que prefirió advertirle.
Lo encontró a la puerta de la rubia, tocando la puerta e intentando asomarse hacia adentro.
—¿Qué haces?
—¡Mikasa! —Chilló Armin, colorado como un tomate—. Yo solo…
—Se cansó de esperarte —Declaró Mikasa no sin un dejo de amargura—. Creo que mereces saber, a pesar de todo.
—¿A qué te refieres?
—Se fue. No me dijo a dónde, pero supongo que va a regresar a su casa. —Armin adquirió la expresión de un niño perdido, incapaz de decir nada, y fue cuando Mikasa se compadeció de él—. Deberías ir a buscarla, es lo que ella quiere.
—Pero, ¿y tú? Necesitamos hacer el comunicado sobre Hiromu mañana, ¿por qué se fue?
—Porque se dio cuenta de que la das por hecho, ¿cuántas veces has hablado con ella desde intentaron asesinarla y tuvo que sostener a su héroe mientras perdía la conciencia. Y no te vas a casar conmigo, ni en un millón de años. —Amin siguió viéndola, incrédulo—. No eres mi tipo, ¿sabes? Te hacen falta unos diez centímetros. Vamos a tener que buscar a alguien más.
Esto hizo reír al rubio, que salió de su estupor.
—¿Qué vamos a hacer?
—Vamos a resolver las cosas cuando regreses. Si regresas. Encárgate de lo más crítico primero.
—Voy a regresar. Perdóname Mikasa, y gracias.
Sin decir más salió corriendo en dirección a la salida del jardín, hacia las caballerizas.
En su habitación, Jean se preparaba para ir a dormir, meciendo a Irina sobre una almohada en brazos (por consejo de Historia, así la pequeña no notaba cuando la separaban del pecho y la llevaban a la cama). Pensaba en Hiromu, y en las veces que bromeó diciendo que no parecía vivo. Ya no parecía tan gracioso ahora que lo pensaba, especialmente ahora que había dado su vida entera por algunas de las personas a las que más amaba.
Pieck había salido de su habitación por primera vez hoy después de lo del brazo roto y terminó enfrascada también en el debate de si debían enviar a los hombres que dispararon a Connie a Hizuru. Jean y Reiner habían insistido en que no merecían ser castigados por la muerte de Hiromu su ellos no lo habían hecho, el pobre guardia tuvo a bien vengar su propia muerte antes de que lo hirieran.
Pieck, Historia y Armin habían acordado que serviría de ejemplo, y la presión por parte de los Kamiya era grande para entregar al culpable por la pérdida de su hermano pequeño. Armin había sido el último en cambiar de opinión por eso, probablemente, siendo que antes de que Hiromu muriera había alegado que no quería enviar paisanos al otro lado del mundo para castigarlos. Annie ni se molestó en volver a salir de su habitación una vez que anunciaron que Hiromu murió.
No era que Historia no supiera usar a su propia gente de ejemplo, sino que está vez habría gente que sufriría una consecuencia negativa. El hombre al que Mikasa le rompió las costillas se suponía que estaba grave todavía, y el del muslo herido no iba a poder caminar en un buen tiempo. O nunca, ahora que los enviaban a Hizuru para ejecutarlos.
Jean pensó que tal vez Mikasa les ayudaría a empatar al debate, pero se dio cuenta de su error cuando la vio salir del cuarto de Connie. Estaba furiosa, con los labios apretados y las manos hechas puños. El cabello lo tenía aún húmedo por el baño que se dió después de limpiar a Hiromu.
No la culpaba. Él también había visto el estado de Connie, que si bien ya respiraba, lo hacía con dificultad, por no mencionar los clavos y fierros con los que le habían pegado la cadera en su sitio y que sobresalían de su piel y aumentaban el riesgo de infección. Y sobre Hiromu, ayudó con Reiner a moverlo para poder vestirlo, pero no estuvo encerrado ahí más de media hora, a diferencia de ella.
Cuando Mikasa les pidió:
—Envíenlos a pagar por esto.
No le resultó algo insensato.
Ahora ambos perpetradores se dirigían al puerto a un barco hacia Hizuru y Mikasa tendría que anunciar su compromiso para comprarle más tiempo para que le consiguieran otro pretendiente.
Irina se movió y soltó un chillido cuando alguien tocó la puerta. Jean la abrazó con más fuerza y la arrulló con un silbido para calmarla. Cuando la pequeña cerró los ojos de nuevo Jean llamó a la persona:
—Adelante, está abierto —dijo con voz grave y de volumen bajo, esperando que su pecho vibrara lo menos posible.
Mikasa fue quien entró con hojas de papel presionadas contra el pecho. Sus dibujos. El corazón se le presionó al hombre en el pecho al ver lo maltratados que los llevaba, pero consiguió calmarse lo suficiente como para recordar el beso en los labios que la mujer le había dado dos días atrás y dejar que el corazón mejor se le presionara por eso.
—Quiero hablar contigo —dijo ella con una voz tan suave que Jean le agradeció mentalmente que no molestara el sueño de su bebé.
—¿Puedes esperar a que la acueste?
Mikasa asintió y apretó los dibujos con más fuerza, dándole un escalofrío al hombre, pero él siguió arrullando a su beba. No tardó más que unos minutos en lograr que quedara profundamente dormida, y la puso con todo y almohada en sobre la cama.
—Traje tus dibujos —dijo extendiéndoselos—. Perdón por tomarlos sin permiso. Extrañaba demasiado ver su rostro y no pensé que… no sé, lo siento.
Jean contuvo una exclamación cuando vio sus trazos difuminados sobre el papel arrugado y los tomó con el cuidado que se esperaría de quien recoge un ave herida.
—Voy a restaurarlos y te voy a hacer una copia de cada uno. —Ella se veía tensa todavía, como a punto de decir algo más—. Te voy a enseñar a cuidar de ellos para que duren… ¿Qué pasa?
—Quería hacerte una oferta, o pedirte un favor. —Guardó silencio unos segundos hasta que Jean le indicó que continuara con un gesto de la cabeza. Ella lo hizo como si la corretearan—. Sabes que los Azumabito quieren casarme con un noble o algo, y quería ver si puedes rescatarme tú. —El susto debió verse reflejado en la cara del hombre, porque Mikasa se apresuró a continuar—: No, no, no. Tengo algo para ofrecer. Irina se beneficiaría de tenerme, de tener una mamá. Y quiero irme a la casa de mis padres, que es un lugar maravilloso para crecer. Hay un bosque precioso, y animales, puedo enseñarle lo que sé sobre jardinería, pasar tiempo con ella cuando estés ocupado con tus cosas de política. Quiero darle asilo a algunos de los chicos de Historia, así que no va a crecer sola.
»Sé que no es el departamento en medio de una ciudad que soñabas, pero vas a poder ir y venir cuanto te plazca. No voy a pedirte dinero, puedo solventar mis gastos por mi cuenta, lo he hecho, pero necesito ayuda para salir de esta situación justo ahora. No vas a deberme fidelidad, no voy a pedirte nada, pero de verdad necesito que me cubras.
Jean la miró, boquiabierto y se dejó caer en la silla, masajeando su cabeza, sobre las orejas. No lo podía creer. Era todo lo que había soñado cuando era adolescente, a partir de los doce años. Todo en la palma de su mano, pero sintió una pesadez en el estómago que ni siquiera lo dejó sorprenderse cuando las palabras le salieron de la boca:
—No, Mikasa. No quiero eso.
