Prólogo

«No vuelvas a hacer algo así otra vez. Nunca.».

Fugaku encendió la lampara de noche junto a la cama que compartía con su mujer y la observó en silencio.

No hacía falta que preguntara qué la mantenía en vela, conocía perfectamente el motivo. Sasuke e Itachi eran la razón por la que Mikoto abría los ojos cada día. El mundo entero podía faltar, él podía faltar, pero sus hijos no.

De cualquier forma, la preocupación que embargaba a Mikoto no era precisamente de vida o muerte.

—Sabes que nunca he querido que Sasuke vea a Itachi como un rival al que debe superar —Insistió, con un semblante inusualmente serio.

Fugaku, que no tenía planes de abandonar el plano de los vivos próximamente, meditó las palabras de su mujer. Era inevitable que sus hijos se convirtieran en rivales, siendo ambos shinobis excepcionalmente fuertes. Era, si podía llamarlo de alguna manera, el devenir natural de las cosas.

—La rivalidad saca lo mejor de los shinobi, es un hecho indiscutible.

—De los shinobi. —Concedió ella. —Pero esto no tiene nada que ver con ser mejor o peor shinobi, Fugaku, esto tiene que ver con que tus hijos están interesados en la misma mujer.

Fugaku se sonrojó ligeramente. No quería tener esa conversación, más bien, había estado evitándola.

Todo había empezado algunas semanas tras el fin de la guerra. Sin más alianzas que con la debilitada Sunagakure, Tsunade había emitido la controversial orden de traer de vuelta hasta al último shinobi de Konohagakure. Aquello, por supuesto, incluía a su primogénito.

¿Es extraño? —Sakura le colocó una mano en la parte baja de la espalda y lo recostó sobre la camilla con cuidado. Itachi la observó intrigado. —¿Qué si es extraño volver a casa después de tango tiempo?

Itachi contuvo a respiración mientras Sakura le palpaba el abdomen.

No, Konohagakure es mi hogar, pero ciertamente es extraño saber que estaré aquí indefinidamente.

Fugaku observaba la escena desde su silla en un diminuto pasillo reconvertido en sala de espera. Tenía una vista parcial de la camilla en la que Itachi yacía con el torso descubierto, pero alcanzaba a ver perfectamente a la pupila de Tsunade.

La kunoichi sonreía mientras rebuscaba en una pequeña bandeja de metal el mismo torniquete que minutos atrás había usado con él.

Itachi, por otro lado, observaba desde la camilla el pequeño consultorio mientras la mujer se preparaba para extraer las muestras, primero palpándole las venas con dos dedos y luego pasando una gaza empapada de alcohol en el sitio exacto donde introduciría la aguja.

Había torres de expedientes amontonados en el escritorio y varios pergaminos con el sello de Sunagakure. En un estante de metal entreabierto se alcanzaban a ver cajas con jeringas, vendas, y otros suministros médicos de primera necesidad. Lo más llamativo, sin embargo, eran las fotografías colgadas en la pared en la que solo figuraban cinco personas, además de la propia Sakura: los Haruno, Uzumaki Naruto, Tsunade, Shizune y Sasuke.

Es todo. —Anunció mientras etiquetaba la muestra de sangre recién extraída. —Si no te preocupa nada en particular, puedes marcharte. Como le dije a Fugaku-san, solo nos pondremos en contacto si detectamos algo inusual.

Dos cosas habrían podido ocurrir si el más impulsivo de sus hijos no se hubiera plantado en la puerta en ese preciso instante.

La primera, Itachi hubiera indagado más sobre la relación de la pupila de Tsunade con Uzumaki Naruto y, especialmente, con su hermano menor. La segunda, Itachi habría abandonado el consultorio y sus interacciones con Sakura habrían continuado siendo tan insignificantes como en los últimos diez años.

Fuiste tras ellos. —Espetó ante la mirada ligeramente confundida de su hermano mayor. —Ni siquiera Naruto es tan estúpido.

Fugaku se mantuvo al margen en la sala de espera, aunque se le habían tensado las extremidades. ¿Qué sentido tenía intervenir en la discusión de dos adultos?

No tienes suficiente chackra para hacerles frente, lo sabes muy bien. —Continuó, exasperado como pocas veces.

Y Sakura, por supuesto, no pudo evitar la confrontación.

¿Y qué se supone que hiciera, sentarme y esperar a que aparezca el cadáver mutilado de otro de mis médicos?

Sasuke entreabrió los labios para decir algo más, pero se contuvo y, en su lugar, dejó escapar un largo y amargo suspiro.

No vuelvas a hacer algo así otra vez. —Pidió, y Fugaku supo que algo había germinado en lo más profundo de su hijo menor. —Nunca.