FELINETTE NOVEMBER

- 2023 -


"Siempre fuiste tú"


Capitulo 13: Argos

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Emma todavía no se explicaba ese extraño picor o escozor, que sintió en esos momentos. Era algo sobrenatural. Un dolor leve, similar a un vacío, o un vuelco, tal vez. Le tomó varios minutos darse cuenta que Louis ya había aparcado y que le abría la puerta del coche, para que ella bajase.

- Entiendo que tu madre vivía en la panadería. - susurró Louis, justo cuando Emma salió del coche. Era necesario para él, enterarse de toda la historia según el punto de vista de Emma. - Es evidente que vivían arriba de la panadería. Con un poco de suerte, tus abuelos todavía vivan ahí, o al menos, alguien nos podría dar referencia de ellos. -

Emma asintió.

Fue imposible para ella no maravillarse de lo contrastante que era París. Calles antiguas o modernas, con adoquines o cemento batido. Los innumerables parques y las clásicas plazas donde toda la historia moderna se desarrolló.

Se imaginó que su madre había caminado también por aquellos sitios. Quizá ella sí hubiese ido al colegio o al instituto. Tal vez habría tenido amigos. E incluso una mascota. ¿Cómo habría sido tener una panadería como negocio? El pan se hacía a primera hora del día, por lo que era un trabajo sacrificado. ¿Acaso ella habría ayudado a sus padres alguna vez? ¿Habría sacado los panes del horno? ¿Habría atendido a los clientes? Ella podía coger el teléfono, llamarle y preguntárselo, aunque hablar le fuera complicado. Pero si hasta entonces, su madre no le había contado nada, ¿Por qué ahora sí debía hacerlo?

En ese instante, Emma comprendió una verdad en la que no había pensado en el pasado: su madre ocultaba algo.

Pero, ¿qué?

Dejaron el coche algunas calles lejos de ahí. Atravesaron pasos de peatones y bancos donde las personas se detenían a descansar. Emma abría los ojos y leía los carteles, observaba el balanceo de los árboles.

Se detuvo unos segundos, a tomar fotografías con su teléfono.

Si tuviese suerte, al volver a Londres, le podría enseñar esas fotos a su madre y así, tendría mucha más información. Preguntarle exactamente eso que le agobiaba: su vida en París, sus amistades, cómo conoció a su padre, con quién se iba a casar antes de él, y principalmente ¿por qué no le dijo nada nunca sobre sus abuelos, sobre la panadería?.

-"Mi abuela Amelie constantemente trataba de pasar todo su tiempo disponible con nosotros, es cierto que ahora cada vez menos, pero de pequeña, la recuerdo a ella enseñándome a soplar las velas, en cada uno de mis cumpleaños." - recordaba Emma, cabizbaja por momentos. - "Ella fue la primera que me puso los tapones en el oído. La primera que se rindió con mis rizos. Y en cambio, de mis abuelos maternos, no sé ni siquiera sus nombres."-

Esa era otra triste verdad que no quería decir en voz alta.

Porque en realidad, nunca le había importado.

Durante mucho tiempo, Emma había creído que era normal tener tan solo uno o ningún abuelito. Pensaba que las familias son pequeñas y amorosas. Luego, cuando pudo hacer amigos, se dio cuenta que algunos de ellos tenían familias inmensas y unidas. Una vez, después de leer sobre la genealogía de su familia paterna, ella le preguntó a su madre si es que tenía abuelos.

- " Claro que sí, Emma."- le respondió su madre, susurrando, sin quitar la mirada del cuenco donde batía la masa del bizcocho. - "Ellos viven muy lejos y por eso no pueden venir a visitarnos. ¿Me podrías pasar el azúcar?, gracias cielo."-

Y eso fue todo lo que supo de ellos, durante todos estos años.

Culpa de ella por no investigar más con este tema.

Aunque lo cierto también sería que Emma nunca los necesitó. No le hizo falta. En los cumpleaños de su madre, su padre preparaba una fiesta espectacular. Incluso lo celebraban en dos días. Uno con los amigos y parientes, y otro día, tan sólo para ellos tres. Jamás nadie dijo de ir a París a visitar al resto de familia.

Y en todo caso, ¿París acaso estaba "muy lejos" de Londres? A ella no le había parecido eso.

Cuando llegaron a la panadería, Louis Agreste ya sabía que la madre de Emma se llamaba Marinette, y que por los apellidos, uno de sus abuelos se apellidaba Dupain, y el otro, Cheng. Y además, sabia que el padre de Emma había sostenido comunicación constante con su madre por medio de cartas, en esa dirección.

Con toda esa información, llegaron a la panadería. Él evitó contarle, por falta de tiempo, que cuando era pequeño probablemente haya conocido a los abuelos de Emma, porque su padre, Adrien Agreste, lo traía a la panadería y hablaba con ellos.

De repente, Louis detuvo la caminata y se quedó rígido, plantado en el suelo, con los ojos abiertos y la boca descolgada.

- ¡Mi padre los conoce!. - Emma ladeó su cabeza, sin entender lo que Louis le decía. - ¡Creo que mi padre conoce a tus abuelos! - Pero ¿cómo?, a Louis le parecía que su padre trataba a los ancianos de la panadería con familiaridad y confianza, como si fueran amigos o incluso, parientes.

Pero no, su padre no podía ser pariente de los Dupain, no debía serlo.

Emma se encogió de hombros y se puso a la cola para entrar, Louis la imitó, todavía un poco emocionado. Quizá fuera buena idea, visitar a su padre para averiguar sobre ese tema. No tenía claro si su padre colaboraría, pero debía intentarlo.

Los interrumpió un tímido ronroneo muy cerca de donde estaban ellos.

En realidad, el único que se dio cuenta del maullido fue Louis.

- ¿Escuchaste eso? -

Emma negó con la cabeza.

- Ha maullado un gato. -

Emma abrió la boca, asombrada, se intentó quitar los cascos y los tapones, pero Louis no lo permitió. Fue él quien empezó a buscar el gatito, persiguiendo su sonido. Lo encontró casi de inmediato, desde el interior de un contenedor de basura, dentro de una bolsa de plástico. Louis rompió la bolsa y cogió al gato malamente, tirando de una patita, hasta que logró sacarlo.

El gatito, absolutamente negro, no cesaba de maullar con toda la fuerza de sus pulmones. Lucía delgado y sucio, y muy pequeño.

Louis observó cómo Emma cogía con mucha pericia al pequeño animal, le daba la vuelta, revisando el cuerpo, para luego acariciarlo por todo el lomo, desde la cabeza hasta la punta de la cola. Le faltaba un trozo de una oreja y de un ojo le supuraba un material viscoso.

- Está enfermo. - susurró Louis.

El animalito necesitaba urgentemente un baño y atención veterinaria. Y a la vez, ellos tenían que entrar a la panadería. No sabía que hacer.

A Emma, al ver al pobre y minúsculo gatito, los ojos se le congestionaron de lágrimas. ¿Quién había sido capaz de lanzar a un gatito a la basura?. Muchas veces, durante toda su infancia y niñez, hacía pequeñas excursiones a la ciudad acompañada por su padre.

Félix Fathom la cogía de la mano y la llevaba por todo Londres, con sus tapones y sus cascos, y caminaban por los diversos barrios de la capital.

Iban a museos, a exposiciones de arte. Le enseñaba a Emma a usar el Metro, aunque casi siempre, ella caía en la ansiedad debido a la aglomeración de gente y al intenso ruido del tren. Alguna vez intentaron ir a un concierto, pero Emma salió huyendo despavorida del local, al escucharse la primera canción.

Sin embargo, y sin razón, a Emma le encantaba el violín.

Habían ruidos o sonidos que no le molestaban en lo absoluto, pero descubrir cuáles eran, fue la verdadera faena.

El violín de su padre, era uno de ellos.

Los latidos de su corazón, el ba-pum ba-pum, que retumbaba en el pecho.

Y el maullido de los gatos.

Decía su padre que los gatos callejeros y sin dueño le salían a recibir cada vez que ella pisaba la calle, porque siempre encontraban alguno. Muchos de ellos, los dejaron en la Protectora de Animales, otros cuantos fueron directo a la mansión Fathom.

Y así, poco a poco, ella fue adoptando uno tras otro gatito. Algunos tricolor, otros negros, blancos, grises. Algunos buenos, otros insufribles. Pero todos le maullaban al verla entrar en la mansión. Todos se dejaban acariciar por aquella niña solitaria y silenciosa, todos maullaban bajito, para no asustarla, como si ellos ya supieran qué era lo que ella tenía en el alma.

- ¿Que te parece si vamos primero a atender al gatito. Y otro día, volvemos a la panadería? - le preguntó Louis.

Ya los días en París, escaseaban.

Una nueva prioridad había surgido.

Emma suspiró, desconcertada. Pareciera que el destino la obligara a dilatar más y más, su llegada a la panadería. Ni siquiera había podido ver quiénes estaban atendiendo. ¿Serían los mismo que aquel otro día? ¿O serían aquellos ancianitos que saludó al irse? Quería saberlo. Necesitaba hacerlo. Con un poco de suerte, ella les diría que era su nieta. Que su madre, la hija de ellos, está bien. Y reuniendo fuerzas les preguntaría el porqué desaparecieron de su vida. Definitivamente, algo malo había pasado. Un infierno, tal vez. O un castigo.

Un apocalipsis.

El gatito luchaba por escaparse de su mano, pero Emma lo aferró contra su pecho, abrazándolo como si fuera un bebé.

Louis tuvo miedo que el gatito lastimara a Emma, pero ella lo tranquilizó sonriéndole.

- ¿Le ponemos nombre? El veterinario nos va a preguntar por su nombre. Aunque también por sus antecedentes, los cuales no conocemos, doctora Fathom. -

Emma entrecerró los ojos y elevó el mentó, pensando.

Ella siempre usaba nombres griegos para nombrarlos, cada vez que un gato aparecía en su vida.

De esta manera, todo el Olimpo había pasado por la mansión Fathom. Atena, Júpiter, Dánae, Hades, Saturno, Ulises. Héroes, dioses y semidioses, ninfas, amantes. Emma Fathom amaba los cuentos que su madre le contaba, o representaba como si fuera un teatro, antes de dormir, haciendo más gestos que palabras. Emma miró hacia la panadería y vio a un hombre que estaba sentado en una mesa, ese hombre estaba leyendo un libro. Logró leer la cubierta: Jasón y los Argonautas. Emma abrió la boca. Había recibido una epifanía.

- Argos. - murmuró en voz baja. - Argos. -

Louis asintió, sonrió, y cogiendo a Emma muy levemente por la cintura la redirigió de nuevo hacia su coche, mientras intentaba recordar todo lo que sabía sobre algún Argos griego.

- Hay varios Argos, en la literatura griega. Uno de ellos, es un gigante de mil ojos, el cual nunca duerme. Se dice que era un guerrero al servicio de Hera, la esposa de Zeus. También debes saber Emma, que Zeus tendía a tener hijos con cuanta mujer se le cruzara en el camino. Entonces, un buen día, Hera se enteró que ...-

Desde la puerta de la panadería, un anciano robusto y alto salió a intentar detener al muchacho rubio que hasta donde recordaban, era hijo de Adrien Agreste, el hombre con el que se debió casar Marinette.

Tom Dupain estiró una mano, intentó gritarle, pero ya estaban bastante lejos. Louis Agreste iba acompañado de una joven alta y rubia, con rizos rebeldes que bailaban al viento, tenía la figura grácil y elegante y algo llevaba en sus brazos. Ambos reían.

- Espero que vuelva. - pensó Tom. - Quería preguntarle por su padre, si está bien, hace tanto que no lo veo. -

Emma volteó a ver la panadería, en tanto se alejaba con el gatito en brazos. Vio cómo un hombre ya mayor le daba la espalda sin verla, y se metía de nuevo a la panadería. Ella suspiró, lamentando dejar pendiente esa importante conversación.

El gato maullaba en su regazo.

Ya volvería otro día.

El apocalipsis bien podría empezar mañana.

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Aunque no pareciera, Argos va a tener algún fin en nuestra historia.

Gracias por leer.

Continuaremos.

Un besito y un abrazo

Lordthunder1000.