Primero que nada, no sé si este capítulo deba ser clasificación "M" o no. No hay nada "triple equis", pero pues, sí algunas referencias directas a g3nitales... en fin. Lean bajo su propio riesgo xD

Capítulo 7. Delatarse o ser delatado

—!Phoebe! ¡Hey! —¿Qué había sido ese saludo, maldita sea?

—Hola.

Una sonrisa extrañada. Un silencio incómodo.

"Maldita sea, cerebro. Ayúdame aquí".

—Oye, antes de que empiece la clase, te quería preguntar si puedo ir contigo a ver a Helga a la salida de la escuela. Gerald me dijo que ibas a ir con ella. En serio necesito disculparme. —Gracias, cerebro. Gracias gracias gracias.

Phoebe la (¿lo?) miró incómoda.

—No sé si esa sea una buena idea, Arnold. Necesito preguntarle primero a ella.

—Háblale por teléfono entonces.

—No. Lo siento. Necesito verla en persona, y ya luego te diré si se puede o no.

—Pero Phoebe...

—Por favor, Arnold. Si fuera posible hacer las cosas de la manera en la que me las pides, te aseguro que así lo haría; pero las cosas son como son, y si te digo que tengo qué ver primero a Helga, es porque necesito hacerlo. Ahora, por favor, déjame arreglar mis cosas antes de que comience la clase. Te prometo que en cuanto Helga diga que sí puede recibir visitas, y sobre todo a ti, yo misma iré a recogerte a tu casa y te llevaré con ella.

—Gracias, Phoebe. Pero basta con que me avises...

—No. No basta con eso, pero como sea. ¿Me harías el favor de permitirme sacar mi tarea antes de que llegue e el profesor? Y tú necesitas hacer lo mismo, ya sea que te quedes aquí o regreses a tu lugar habitual.

Se sintió un poco frustrada, pero muy agradecida hacia Phoebe y su lealtad inquebrantable.

—Gracias, Phoebe. —Dijo de todo corazón mientras se ponía de pie y tomaba su mochila —. Esperaré tu llamada.

—Claro —Respondió un tanto apurada Phoebe y enterró su cara en la libreta.

Helga comprendía perfectamente lo que estaba pasando ahí, y se sintió un poco mal de siempre terminar arrastrando a su amiga en sus estupideces.

La primera vez que Arnold le había dado el pelotazo, luego de volver en sí, había tenido lapsos en los que, mientras hablaba, de alguna manera se desconectaba de lo que estaba diciendo y comenzaba a recitar acalorados versos de amor al aire, para luego volver en sí al instante y desear que se la tragara la tierra, y lo peor era que a veces se le salían con todo y dedicatoria.

Phoebe había hecho hasta lo imposible para mantener a todo el mundo a raya de que la visitaran, incluso a sus propios padres al pasar todo su tiempo libre con ella (incluso se había quedado a dormir la primera noche). Y cuando la chica no podía estar ahí, se había limitado a fingir que estaba dormida cada vez que alguien entraba a su cuarto. Por fortuna solo le había durado unas horas después de el golpe inicial, pero el aislamiento se había prolongado durante tres días hasta asegurarse que el secreto y la reputación de Helga estaban completamente a salvo.

Ahora claramente estaba sospechando que nuevamente estuviera sucediendo esto. El problema era que a Phoebe se le ocurriera mencionarle esto a Arnold cuando lo mirara... Tenía qué estar ahí, definitivamente. Pero, ¿cómo? ¿Acaso debería contarle a Phoebe lo que estaba pasando? Después de todo, no era como que Phoebe fuera a asustarse de algo. Convivir el tiempo suficiente con ella la había hecho estar curada de todos los espantos posibles e imaginables... Pero esta situación era un absurdo de proporciones bíblicas, incluso para ella... con un demonio...

—¿Señor Shortman?

—¿Eh?

—Dije que si puede leer el siguiente párrafo.

—¿Eh? Es decir... Sí, claro... El siguiente párrafo... —El corazón se le aceleró aún más. ¿Por qué no le había hecho caso a Phoebe sobre prepararse para la clase? La verdad era que ni siquiera se había dado cuenta en qué momento había llegado el profesor, mucho menos el momento en el que había comenzado la clase...

—¿Se puede saber qué es lo que le pasa?

El profesor lo miraba extrañado. El resto de la clase también lo miraba como a un bicho raro, y muchos de ellos apenas por nada contenían la risa. No los culpaba: ella hubiera sido la primera en comenzar a reírse, de haber sido otro el pobre desgraciado y distraído. Y especialmente si se tratara de Arnold...

—La verdad es que no estaba prestando atención, señor Wright. Lo siento.

—Eso es evidente —Soltó el profesor con una ceja levantada y el libro en mano —¿Sería alguien tan amable de recordarle al señor astronauta la página en la que estamos, ahora que ha decidido darnos el privilegio de bajar de la luna y revolverse con los simples mortales? —La clase entera se rio por lo bajo, y Jéssica, la chica que se sentaba frente a Arnold (y siempre le hacía ojitos, maldita sea), levantó su libro y le mostró la página, incluso le había señalado con un marca-textos color rosa el lugar donde debía comenzar a leer. Le agradeció por lo bajo y la chica le dirigió una gran sonrisa. Ni siquiera había notado lo muy bonita que era, maldita sea.

El final de la clase sucedió sin mayores contratiempos al igual que las siguientes, y al fin pudo salir de la escuela. Gerald le recordó a la salida que tenían práctica de beisbol, pero Arnold le dijo que de lo que menos tenía ganas en ese momento era volver a tocar un bate y se dirigió a la casa de huéspedes. De momento le daba igual todo, tenía mucha hambre y ya que por fin se llenara el estómago, rumiaría un plan coherente. Lo que menos necesitaba era seguir comportándose como un maniático.

Llegó a casa, comió con el resto de los habitantes, se las ingenió para dar respuestas ambiguas a las miles de preguntas con las que todos lo acribillaron. ¿Cómo podía Arnold ser tan calmado y paciente viviendo rodeado de personas tan ruidosas y necesitadas? Además, maldita sea, ¿Cuántas obligaciones tenía Arnold? Debía salir de ese cuerpo lo antes posible, porque ya se había comprometido a echarle un vistazo al fregadero de una mujer, la ventana atorada de alguien más, ir por el reloj del abuelo a quién sabe dónde, comprar comida para el cerdo y quién sabe qué otras cosas más, mientras había alcanzado a librarse por los pelos de quién sabe cuántas cosas más, al menos, de momento. Además, ¿por qué todos se interesaban tanto en su vida privada? Incluso alguien le señaló el que hubiera salido tan temprano, otro que se hubiera ido tarde a la escuela, y otro que no se hubiera bañado ("Así nunca vas a conseguir una novia"). Había decenas de ojos vigilándolo, al parecer, y eso a Helga hizo que se le erizaran los pelos. Casi agradeció cuando la abuela chiflada de Arnold le deseó que disfrutara su estadía en la casa. Al menos con esa no tendría qué cuidarse tanto de que la viera actuando raro o haciendo cosas inusuales.

Subió a su cuarto (el de Arnold), y se sentó en la cama. Estaba ahí, en el santuario del amor de su vida (de literalmente toda su vida, o al menos su vida consciente), y no le emocionaba en lo absoluto. Podía husmear por ahí, encontrar los más profundos secretos de su amado, pero tampoco eso la emocionaba en nada... Además de que eso no estaba bien... Momento. ¿En verdad era ella la que había pensado eso? ¿Desde cuándo ella tenía ese tipo de barreras? ¿Acaso la bondad incrustada en el cuerpo de Arnold estaba por fin permeando en su alma al estar rodeada de ella? Y en ese caso... ¿Cuánto faltaría entonces para que Arnold comenzara a corromperse con su amoralidad?

Se dejó caer en la cama, con las manos acunando la cabeza de Arnold... y entonces notó el olor. ¿En serio Arnold podía oler así? Siempre que el chico se le acercaba, olía bien. Magnífico sería una palabra más exacta, aún sin perfume, aún sudado después de los entrenamientos. Pero en esta ocasión, el sudor viejo se había rebalsado con el nuevo y, con un demonio, no era nada agradable.

Y pensar que había pensado que, de los dos, solo su cuerpo podía llegar a oler tan feo...

Después de todo, Arnold era humano, y le urgía tomar un baño, así como necesitaba -y de nuevo- también usar el inodoro.

Suspiró.

Con un demonio.

Ya no le quedaba de otra. Si no quería llamar la atención, debía dejar de oler así, para empezar. Y evitarle una infección urinaria al cabeza de balón era una buena opción también.

Se puso de pié y se dirigió al armario. Necesitaba una muda de ropa y una toalla. Además, en ese baño compartido, no sabía si cada quién llevaba sus artículos de limpieza, o si tenían un lugar para guardarlos todos ahí... o si los compartían... iiiuu.

Abrió la puerta y comenzó a buscar. La ropa fue fácil encontrarla. Tampoco fue muy difícil elegir un outfit propio de Arnold. El chico solía vestir de manera bastante uniforme y su ropa era muy homogénea. Tomó un pantalón de mezclilla, una camisa y un suéter, y una chamarra porque comenzaba a refrescar en las noches y no sabía hasta qué hora iba a andar en la calle (con suerte, hasta muy tarde y con Arnold, de preferencia, o en su casa deshaciéndose de la evidencia). La ropa interior fue aún más fácil, aunque le fue infinitamente más difícil tomarla. Luego la toalla, y sí, tenía su bandejita con todo lo necesario para asearse, afortunadamente.

Salió del cuarto cuidándose de que nadie lo mirara (algo nada fácil en aquéllas circunstancias en las que vivía el chico) y se dispuso a buscar el baño. Al final lo encontró casi por lógica, y entró.

Suspiró fuertemente una vez que la puerta estuvo cerrada y asegurada también, acomodó sus cosas y se sentó a hacer lo que tenía qué hacer. Afortunadamente, así sentada (¿sentado?) como estaba, no había tanta diferencia como lo que hacía con su propio cuerpo. (Aunque tenía qué entrenar eso de hacerlo de pie, para cuando estuviera en público... vaya ironía). Odiaba ser hombre.

Una vez terminado lo de las necesidades fisiológicas, se dedicó al aseo. Sacarse el suéter fue fácil, y los zapatos con los calcetines. La camisa y el pantalón fueron difíciles, muy difíciles, y aún más la tentación de mirarse en el espejo tras ella. Los músculos en los brazos de Arnold estaban a su vista, y su pecho, y su estómago plano y duro, más peludo de lo que se hubiera imaginado... Y ahora seguían los boxers... Tragó saliva con dificultad y tocó el borde de estos con dedos temblorosos, y se le encendieron las mejillas... Junto con el resto del cuerpo... y -con un demonio- se comenzó a notar... de una manera muy evidente...

No no no no no no nonononononono...

Todo menos eso, y menos en este momento...

"No veas eso, Helga. Cierra los ojos o mira para otro lado, y sácate los calzones, así, de un tirón. Puedes limpiar el cuerpo sin mirarlo, y eso... eso se bajará solo, con suerte..."

Cerró los ojos con fuerza, e intentó sacarlos de un tirón, pero el borde de estos se atoró... bueno, ahí.

"No. Maldita sea, NO." Volvió a tirar y al fin los pudo bajar, pero no sin antes provocarle una fuerte sacudida al amiguito de Arnold, y este se le terminó frotando contra la muñeca al hacerlo... y eso solo hizo que la situación empeorara... Se estaba muriendo de la vergüenza. ¿Por qué el amiguito de Arnold reaccionaba así? ...Bueno, porque se estaba muriendo de otras... eh... sensaciones, también. Solo que cuando eres una chica, es más fácil fingir que estas no existen... Y, ¿acaso lo estaba imaginando, o eran mucho más fuertes en este cuerpo?

"Diablos..."

Las mejillas le ardían como si estuvieran prendidas en fuego, arrojó los boxers a un lado, corrió la cortina y se metió a la ducha, luchando por mantener los ojos fijos al frente.

Había arreglado la ducha para que saliera el agua tibia, mientras se quitaba la ropa, pero lo pensó mejor y cerró el agua caliente, esperó otro poco, y el agua salió casi congelada.

"Vamos, Helga. Solo hazlo".

Tocaron a la puerta.

—¡Ocupado! —Gritó. Afortunadamente ya no insistieron.

"Vamos, chica, tú puedes." Odiaba con toda su alma el agua fría.

Y lo hizo. Y, como había anticipado, se sintió espantoso cuando el agua helada le golpeó en la espalda. Estaba acostumbrada a que el agua primero le mojara el pelo, así que duraba un momento para sentir la verdadera potencia de la temperatura, pero con el cabello tan corto del chico, el shock fue inmediato, y eso hizo que la sorpresa fuera aún mayor. Y afortunadamente, su plan surtió efecto... Aunque, para comprobarlo, ya por pura inercia había volteado hacia abajo para comprobar su sospecha, y pues sí... Lo miró.

"Oh, por Dios."

La cara volvió a calentársele, pero el agua fría impidió que el amiguito de Arnold volviera a despertarse.

Una vez en eso, el bañarse fue prácticamente como estaba acostumbrada cuando era una chica (Qué lejanos parecían aquéllos tiempos). Cerró los ojos e intentó pensar que era su propio cuerpo, y si bien hubo varios recordatorios de que no era así, el agua casi congelada la ayudó a limitar cualquier tipo de emoción al respecto.

Tiritando, salió de la ducha y se envolvió en la toalla, la puerta volvió a sonar.

—¡Ocupado! —Volvió a gritar la chica, de un humor de perros, mientras se frotaba enérgicamente los brazos para hacerlos entrar en calor.

—¿Sigues ahí, chico? —La ronca voz de uno de los inquilinos sonó del otro lado —Déjate de tonterías y sal de ahí. Ese es un lugar público que usamos todos, no seas asqueroso. Haz tus manualidades en tu propia habitación.

Helga ya no tuvo problemas para entrar en calor. Sintió su cara estallar en llamas de nuevo, pero esta había bastante coraje combinado con la vergüenza.

—¡Me estoy bañando! —Exclamó, y el eco de la voz de Arnold resonó en los azulejos del baño.

—Sí, claro. Y yo soy la princesa de Mónaco. Vamos, sal de ahí. Me estoy meando desde hace media hora.

Tenía pensado vestirse ahí mismo, pero simplemente se envolvió en la toalla y salió azotando los pies. ¿A qué clase de sádico se le ocurría tener a tanta gente viviendo junta, con solo un baño? Llegó a la habitación y entonces notó que había dejado todo en el cuarto de baño, hasta la ropa, así que fue a agarrar otro cambio. Por suerte, la chamarra la había dejado sobre la cama y los tennis en el piso.

Una vez vestido, se sentó sobre esta y se dedicó a ponerse el calzado, cuando miró algo de reojo que le llamó la atención.

No podía ser. Sus ojos se abrieron de par en par cuando miró lo que estaba en la repisa, a un lado de la cama, justo a la altura de la cabeza de Arnold cuando se acostaba ahí.

Un librito rosa, y ella lo conocía demasiado bien. Cuando menos se lo esperó, su cara ardía de nuevo.

¿Qué demonios hacía con eso, después de tantos años, y precisamente en ese lugar? ¿Y acaso le era común leerlo, por eso lo tenía ahí?

Lo abrió, y no pudo pasar de la primera página de la vergüenza que le provocaron sus propias palabras de hacía algunos años. No quería ni imaginarse a Arnold leyendo eso...

Entonces recordó que Arnold muy probablemente estaba en su habitación, rodeado de las actualizaciones de esa obra pueril en sus manos, y ella estaba ahí perdiendo el tiempo con baños y pasando aún más vergüenzas de las usuales, así que dejó el librito donde lo encontró, y salió por el techo y luego por la escalera de incendios. No tenía ganas de ver al tipo del baño, o a los millones de inquilinos a los que debía dar algún tipo de mantenimiento a sus habitaciones, o a los abuelos, o a quien fuera. Cómo deseaba salir de esa maldita casa de chiflados y volver a su habitación, donde solo tenía qué lidiar con Bob... y con Miriam... y a veces con Olga...

Cómo deseaba salir de esa casa también...

No podía ver la hora de entrar a la universidad y alejarse de todo aquéllo, pero eso era asunto para otro día. Ahora tenía qué recuperar su vida, para empezar, y regresarle la suya al cabeza de balón, la cual ni siquiera comprendía cómo era que le gustaba tanto, siendo honesta.

Iba a medio camino hacia su casa, cuando recordó que Phoebe le había prometido llamarle una vez que viera a "Helga", pero había dejado el celular en la mochila. Pensó en regresarse, pero entonces volvió a pensar en Arnold, solo y posiblemente aburrido, en su habitación, buscando en qué entretenerse, así que simplemente apuró el paso. Honestamente, tenía qué llegar antes que Phoebe también, quien debería ir saliendo de su clase de violín por esas horas.

Llegó a la esquina de su casa y se asomó. Bien. El auto de Bob aún no se veía, aunque podía haberlo metido ya en el garage. Tendría qué andarse con cuidado.


Arnold se despertó un poco sobresaltado, y estuvo a punto de gritar cuando miró la cara de un tipo mirándolo directamente en cuanto abrió los ojos. Estaba a unos centímetros de él, tenía cara de asustado, y bueno... era él. Era su propia cara asustada la que lo estaba mirando.

—Shhhhh...

Tenía su índice izquierdo puesto sobre sus labios; Cada que despertaba, rogaba por que todo hubiese sido un sueño, y cada vez esa torcida realidad le daba un puñetazo en la cara.

—Soy yo, tranquilo...

—Lo sé. Lo siento. Es solo que...

—Sí. Yo también estoy a punto de volverme loca —Fue a sentarse junto con él en la cama —¿Cómo te sientes? ¿Qué has hecho? ¿Ya vino Phoebe a verte? ¿Digo, a verme? ¡Diablos!—Se llevó una mano a la cara y bufó. Parecía que todo esto le estaba asestando aún peor a ella.

Arnold simplemente negó.

—No ha venido nadie, Helga, y me siento bien. Las pastillas me dan mucho sueño, pero me mantienen a raya el dolor. Por cierto, lamento lo del pelotazo, de nuevo —Helga solo rodó los ojos verdes de él. Arnold casi sonrió. Aún siendo su cara, ese gesto seguía siendo tan... de ella...

—¿Y qué haz hecho? —Volvió a preguntar ella.

Arnold se encogió de hombros.

—Fui con tu mamá al salón de belleza, y nos hicimos la manicura y un tratamiento de...

—Sí, sí, sí. ¿Y después de eso? —Lo interrumpió, impaciente.

Un poco ofendido, Arnold continuó:

—Luego fuimos a una cafetería. Supongo que te dará igual lo que comimos, y luego volvimos aquí y me acosté a dormir porque, como te digo, las pastillas dan sueño.

Helga asintió, pensativa. Duró un rato con la mirada fija al frente, sin decir nada. Arnold se distrajo también por un momento en el reflejo en el espejo junto a la puerta que los reflejaba a los dos en ese momento, sentados sobre la cama. Era muy curioso verlos así, tan cercanos, en el cuarto de ella, y aunque ambos lucían igual que siempre... algo había cambiado. Su cuerpo lucía diferente con el ceño fruncido y la mirada ofuscada de Helga, con la manera de sentarse de ella, un tanto encorvada, como a la defensiva... Y la cara de Helga... no sabría decir si solo se trataba de una gran megalomanía, pero el rostro de Helga lucía mucho más bonito desde que lo miraba reflejado en el espejo y no de frente, como de costumbre. No que antes Helga hubiese sido fea, para nada...

—Arnold.

Con un estremecimiento, el chico salió de sus cavilaciones y la miró.

—¿Sí?

—Supongo que... Mira, no tenemos mucho tiempo, pero Phoebe está por llegar, y probablemente diga cosas que...

Clavó la mirada al frente y ya no dijo nada. Se retorcía las manos y la miró morderse el labio inferior. No sabía por qué, pero siempre le había gustado la manera en que Helga se mordía el labio inferior cuando estaba nerviosa, así fueran sus propios labios los que hacían eso ahora.

—¿Qué hay con Phoebe, Helga? ¿Qué cosas podría decir? —Inquirió, confundido. En serio no entendía qué tenía qué decir Phoebe en todo eso.

—Es que, Arnold... Yo...

—¿Sí?

Tres toquidos a la puerta.

—¿Helga?

—¡No abras, mamá! —Se apresuró a gritar, casi en pánico.

—¿Eh?

—Estoy... ¡Me estoy cambiando! —Soltó lo primero que se le vino a la cabeza.

—¿Te estás cambiando? —Miriam sonaba más confundida que de costumbre, y la verdad ya daba igual, porque Helga se había arrojado al closet y lo había cerrado con una rapidez impresionante —¿Por qué?

—Para estar más cómoda —De nuevo soltó lo primero que se le ocurrió.

—Ok, pero Phoebe ha venido a visitarte.

—Hola. Helga —La voz de la pelinegra le llegó del otro lado de la puerta.

—Hola, Phoebe... dame un minuto por favor...

—Claro...

Había pensado en dejarla pasar inmediatamente, pero entonces Miriam hubiera notado que le había mentido sobre lo de estarse cambiando de ropa, así que, sin saber qué más hacer, se sacó el vestido por sobre la cabeza y se dirigió al armario en pura ropa interior. Intentó abrir la puerta, pero no pudo.

—Helga, necesito ropa.

—Maldita sea, dame un segundo —Escuchó su propia voz, malhumorada, responderle desde adentro.

—¡No tengo un segundo! —Murmuró, molesto también —Tu mamá y Phoebe están esperando afuera, y ya sabes cómo es tu mamá.

La puerta se abrió una fracción de segundo y una mano masculina (su mano) le arrojó unos shorts y una blusa que ni siquiera combinaban.

—Ponte eso y déjame en paz, y no las dejes entrar hasta que yo te diga...

Arnold iba a revirarle algo, pero ya dio igual porque en ese momento, la puerta se abrió.


¿Son cosas mías, o este capítulo quedó medio aburrido? Voy a tener qué ponerme a trabajar en el siguiente ya para compensarlo.

Como siempre, gracias por leer, y sobre todo por comentar a The J. A. M. a. k. a. Numbuh i, layer321, Guest, Alys y okashira janet (¡6 reviews seguidos! ¡Muchísimas gracias!).

En serio, muchas gracias a por su apoyo. No tienen una idea de lo bien que me hacen sus palabras. Saber que ese entretienen con mis tonterías es lo que me mantiene escribiendo.

Los y las amo a tod s, y ¡nos leemos! (Espero que pronto).