Nace el Santo Grial. Comienza la carrera para salvar el mundo.
- Comprobando la estabilización del flujo de maná de las líneas ley.
- Flujo estable, armonización del 94%. Ausencia de ruido ambiental.
- Confirmando trazado del círculo mágico.
- El trazado coincide al 100% con el diseño de los Einzbern. Las palabras de poder son correctas y se han situado en su lugar correspondiente.
- La dirección del trazado coincide correctamente con el alineamiento de las líneas ley. También se ha confirmado su posicionamiento en relación a los cuerpos celestes en base a la teoría Animusphere para ampliar las posibilidades de éxito.
- Comprobando la seguridad del perímetro y funcionamiento de las trampas y barreras.
- La Barrera permanece intacta y no muestra signos de intrusión. Se ha establecido una segunda capa para asegurar el camuflaje, agregando nuevas propiedades que permitan confundir especialmente los sentidos de aquellos con circuitos mágicos. Las trampas han sido revisadas y puestas a punto en todas las posibles entradas, asegurando una alternancia entre funcionamiento automático y manual, directamente conectadas con los sistemas del TRI-HERMES para control directo desde el centro de operaciones. Se han empleado recursos de la Biblioteca de Alejandría como se especificó.
- Todo listo para llevar a cabo el ritual. Sacrificio catalizador listo para servir como núcleo del artefacto. Esperando órdenes directas para llevarlo a cabo.
Las pantallas holográficas mostraban una nítida imágen del interior de la caverna iluminada por la cálida luz de las antorchas que colgaban esparcidas escasamente por las paredes, creando una atmósfera lúgubre, con las lenguas naranja de luz contrastando con las duras sombras, y el enorme círculo mágico horadado en el suelo de roca abarcando todo, excepto un altar de piedra en el centro. Tumbado allí, con la mirada perdida, podía verse la figura de una homúnculo de piel clara como la nieve que contrastaba fuertemente con el intenso color violeta de su pelo, esperando a que diesen la orden para convertirse en el ingrediente final.
Sialim observaba todo en pie desde la plataforma de la sala de computación central del superordenador que operaba en el corazón de la Academia Atlas, siguiendo la operación de cerca. Todo estaba saliendo según lo planeado, encajando punto por punto con sus estimaciones, un trabajo impecable. Así tenía que ser. De lo que estaban por llevar a cabo dependía mucho más que su reputación, o la de la academia, o el prestigio por lograr algo impensable hasta la fecha. De su éxito dependía la supervivencia al completo de la raza humana. Era el primer paso necesario e indispensable para alcanzar la salvación y evitar el desastre.
— Proceded.
- Entendido. Comenzando transmisión de señal. Orden enviada al mecanismo.
La señal de pseudo-espiritrones fue enviada a través del entramado bajo la cordillera de Atlas, viajando en apenas un instante hasta la escondida caverna. El mensaje alcanzó al homúnculo, transmitiendo unas órdenes precisas. Impasible, nadie más que hubiera estado observando la escena se hubiera dado cuenta. Sin moverse, sin decir palabra, tan solo el leve brillo de sus circuitos mágicos fue apreciable durante un instante. El gran pilar de piedra sobre el altar descendió con un grave sonido, poniendo fin a la corta existencia. No hubo gritos de agonía, tan solo el eco de roca contra roca, y el pastoso sonido de un cuerpo siendo completamente aplastado.
Cascadas carmesí empezaron a descender desde el altar. El rojo líquido comenzó a rellenar los surcos en el suelo, dando vida y color al complejo diseño. A simple vista no daría la impresión de que un solo cuerpo fuera a ser suficiente para llenar un espacio tan amplio con su sangre pero, en contra de la intuición, ésta continuaba fluyendo, dibujando cada curva, alcanzando cada pequeño recobeco. Con un movimiento perturbadoramente hipnótico, la sangre terminó de trazar el intrincado diseño, cerrando la circunferencia.
Por un segundo, no ocurrió nada. Un silencio sepulcral llenó la instancia, y el tiempo pareció congelarse. Incluso las llamas de las antorchas dieron la impresión de permanecer estáticas. La mirada de la directora era tan intensa que podría penetrar la pantalla. Sin darse cuenta, se había concentrado tanto que se había olvidado de cómo respirar. Todas sus expectativas estaban puestas en aquel exacto momento.
Entonces, un deslumbrante brillo emanó desde el círculo mágico. La intensidad fue tal que cegó a todos los presentes, incluso aunque lo estaban viendo a través de una pantalla. El estallido de luz se disipó pero el brillo azúl blanquecino permanecía.
Tras ese despliegue, una densa sustancia llenaba el aire. Daba la impresión de ser humo o vapor, pero de algún modo, aunque flotase, parecía más un líquido. Era éter, el quinto elemento, maná en su estado más puro. Si eran capaces de apreciarlo era solo gracias a los sistemas avanzados de observación que poseían, ya que de otra manera sería invisible. La cantidad del mismo era tal que ocupaba cada rincón de la estancia, y seguía fluyendo, sin detenerse.
La inmaterial nube parecía moverse siguiendo algún patrón. Haciendo uso de su Partición de Memoria y su Aceleración de Pensamientos, Sialim fue capaz de confirmarlo. No solo estaba siguiendo un patrón, estaba tomando decenas de formas mientras lentamente se iba dirigiendo al centro, condensándose en un solo punto. Esas formas parecían alguna clase de eco, un reflejo de almas de toda clase. Todas esas inmateriales formas terminaron por colapsar en un único punto. La roca del altar y del pilar se disolvieron en medio de un torbellino de éter. En el centro, se alzó un núcleo de un brillante color dorado desde donde deberían haber estado los restos del homúnculo. La materia física e inmaterial se mezclaron alrededor de aquel objeto, liberando una vez más una cegadora luz. Para cuando todos abrieron los ojos, un enorme objeto del color del oro y la forma de una esfera estaba ante ellos. El relieve de varias figuras humanas decoraba su superficie, con la del sacrificio destacando en el centro de todas ellas.
El Santo Grial había nacido.
Demostrando su profesionalidad, los y las eruditas de la Academia Atlas procedieron de inmediato al análisis y comprobación de las lecturas, tomando nota de todo lo que podían sobre aquel mágico nuevo logro.
Sialim no necesitaba nada de eso. Con tan solo ver la magnificencia del objeto frente a sus ojos ya sabía que habían conseguido dar el primer paso. Esa era sin duda la manifestación del sueño que los Einzbern habían perseguido durante siglos, y la del suyo propio. Era un objeto de vasto poder mágico que le permitiría acceder a la Raíz, y con ello al poder para salvar al mundo de su destrucción inminente. Por desgracia, no iba a ser tan fácil.
—Desplegad familiares y Códigos Místicos para monitorizar cualquier posible movimiento sospechoso, especialmente en Alejandría. A partir de este momento, la Academia Atlas comienza una guerra por el bien de la humanidad. Este evento no pasará desapercibido al resto de potencias del mundo mágico, y todos querrán poner sus manos sobre su poder.
Sin duda la Asociación de Magos de la Torre del Reloj y la Santa Iglesia querrían poner sus manos sobre el Grial, cada uno por sus propios motivos egoístas y, si llegaba a sus oídos, de igual modo lo haría al resto de practicantes de magia sobre la Tierra. No iba a permitir que aquellos movidos por deseos puramente egoístas pusieran sus manos sobre algo tan importante.
Tras darles la orden, se dio la vuelta y abandonó la sala. Recorrió el entramado de laberínticos pasillos de pulcras paredes blancas que se extendían de manera perfectamente calculada a lo largo de kilómetros, una tarea titánica para cualquier visitante, aunque estuviera familiarizado con las instalaciones, pero que para ella era tan sencillo como dar un paseo por el parque; hasta el más insignificante rincón estaba grabado a fuego en su memoria en un mapa perfecto.
Siguiendo la ruta más directa, haciendo uso de los múltiples elevadores y sistemas automatizados para facilitar el recorrido de las amplias distancias, fue hasta el exterior.
Rani la recibió con una humilde reverencia apenas salió. La homúnculo de piel bronceada y larga cabellera violeta había estado esperando allí siguiendo sus órdenes.
- Señora Sialim, ¿ha salido todo bien?
Con ese tono de voz tan serio y formal que la caracterizaba, recibió a Sialim, que asintió levemente. La homúnculo asintió de vuelta y se puso a su lado para acompañarla.
— Ha sido todo un éxito. El Santo Grial se ha manifestado tal y como indicaban los escritos. Aún me sorprende que el balance entre Gaia y Alaya se haya alterado de esta forma.
Gaia y Alaya, las dos grandes fuerzas inmateriales que gobernaban sobre la realidad de la Tierra. No, para ser más precisos, las manifestaciones incorpóreas de la Tierra y del Inconsciente Colectivo de la Humanidad que habitaba en ella. Desde hacía milenios ambas fuerzas siempre se encontraban en un constante pulso, una en favor de la supervivencia del planeta y la naturaleza, la otra de la preservación y futuro de la raza humana. Hasta hacía apenas un año, Gaia había sido la fuerza predominante, y esto se notaba claramente a través de su estirpe maldita que constantemente acosaba los humanos como una plaga inmortal, los Dead Apostle. Sin embargo, por algún motivo aún desconocido, Alaya, fue capaz de forzar un empate. Fueron capaces de darse cuenta de este hecho debido a extraños eventos y cambios retroactivos que se contradecían con los archivos registrados, alterando de manera sutil situaciones en las que un daño irreparable se había producido. O más bien, donde se pensaba que el daño había sido catastrófico, de repente habían comenzado a aparecer supervivientes, u objetos que se consideraban perdidos habían comenzado a reaparecer. Eran ocurrencias claramente sobrenaturales que no encajaban, ni siquiera en un mundo donde la existencia de milagros se había perdido junto con la Era de los Dioses. El Grial era uno de esos milagros.
— ¿Está el vehículo preparado?
- Sí. Está esperando fuera de la barrera.
Como todos los accesos a la academia, una barrera mágica limitaba el paso, al tiempo que generaba una ilusión para prevenir que se supiera de su existencia. A ojos de cualquiera, ambas acababan de aparecer cruzando una sólida pared de piedra de la ladera de la montaña.
Un coche negro de aspecto elegante, que desentonaba completamente con el árido terreno que se extendía a su alrededor, estaba allí aparcado. No había nadie en su interior.
Sialim ocupó asiento en la parte trasera, y Rani se sentó en el asiento del conductor.
Al cabo de dos horas, con el sol comenzando a ponerse en el horizonte. Ya estaban ya en Alejandría, la antaño gran ciudad tomada y renombrada por Alejandro Magno, capital de la erudición, en la actualidad una gran metrópolis llena de vida y ejemplo de progreso en Oriente Medio. Bajo su moderno esqueleto aún se escondían los vestigios de su pasado, incluída una amplia red de catacumbas, la misma que daba acceso a la cueva donde se había llevado a cabo el ritual. Éstas, en principio, eran una atracción turística y estaban abiertas a recibir visitas, lo que ayudaba a camuflarlas a simple vista. Sin embargo, el complejo se extendía mucho más allá, y ni siquiera las propias autoridades de la ciudad estaban al tanto, se habían hecho cargo de ello desde hacía mucho, antes de que la propia Atlasia naciera.
A pesar de tener una monitorización completa del sagrado objeto desde el templo, necesitaba adentrarse personalmente en la cueva para interactuar con él.
Asegurándose de evitar miradas indiscretas, ambas se adentraron en el subterráneo circuito. Si bien era algo sutil, incluso en el extremo más distante se podía sentir un cambio en la atmósfera, y eso que la propia Sialim carecía de circuitos mágicos. ¿Debería emplazar alguna nueva barrera para camuflarlo? Tal vez. Cabía la posibilidad de que alguien que jamás hubiera estado previamente allí no fuera capaz de notar nada peculiar, y que solo ella estuviera siendo capaz de darse cuenta gracias a que conocía de antemano cómo debía sentirse aquel lugar.
Como era de esperarse, la sensación se iba volviendo progresivamente más intensa según se acercaban. Le recordaba en gran medida a la sensación que transmitían las Siete Super Armas, y no era para menos. De hecho, lo que había creado podía, y debía considerarse la octava instancia. Se decía que todos los que habían creado una de aquellas habían sido directores de la academia que habían creado uno de aquellos artefactos capaces de alterar el balance del mundo habían caído en la locura, o su propia locura era lo que les había llevado a crearlos. ¿Qué decía eso de ella? ¿Se había vuelto loca también? Quizá, pero no más que todos los pedazos de bazofia que le habían otorgado el puesto justo antes de suicidarse. Su pérdida era un golpe tremendamente duro a sus activos, pero si ante el fin del mundo preferían quitarse su propia vida antes de luchar contra lo imposible, estaban mejor muertos.
En el segundo exacto que había calculado, la gran caverna se abrió ante sus ojos. En el centro, imponente, el Santo Grial se alzaba como un pedazo del cielo en la tierra; visto en persona era mucho más impresionante, casi hipnótico. De alguna manera, solo con estar en pie ante él, le daba la impresión de que estaba… vivo. Sentía que una consciencia la observaba a través de aquella superficie tallada de oro, como si los rostros dibujados en relieve tuvieran sus ojos sin pupilas fijos en ellas dos, pero no en su cuerpo físico, sino más allá. Entonces, recordó la escena que había contemplado hacía unas horas, como parecía que decenas de espíritus se fusionasen para dar vida al artefacto.
"Heaven's Feel, la tercera magia verdadera, aquella que permite la materialización del alma. Un poder que va más allá de la vida y la muerte, que permite dar vida a los espíritus, o impedir que el alma se disperse tras el fallecimiento. Ese era el objetivo que los Einzbern buscaban alcanzar con este ritual." Y ella, Sialim Eltnam Re-Atlasia, lo había logrado. Había replicado con éxito una de las magias verdaderas, y el resultado la estaba mirando directamente a los ojos.
Se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo quieta mirando el Grial cuando notó que Rani la observaba ladeando ligeramente la cabeza. Con un leve carraspeo volvió a sus sentidos.
— Voy a establecer contacto. No estoy completamente segura de que sucederá, así que cuento contigo en caso de que me encuentre en peligro. También cabe la posibilidad de que tenga que darte otras indicaciones. En cualquier caso, mantente alerta.
- Entendido.
En otra situación hubiera necesitado mucho más que esa sencilla palabra para sentirse segura en un escenario desconocido en el que su supervivencia podía llegar a depender de un tercero; con Rani no necesitaba nada más. La homúnculo era la obra maestra de su vida, descontando el objeto ante ella; el pináculo de su especie, una obra de alquimia como ninguna otra, y la persona más digna de confianza que había llegado a conocer jamás. Más allá de su programación, podía sentir en lo más profundo de su ser que jamás la traicionaría, y que estaría dispuesta a dar su vida por ella si fuera necesario. Además, era capaz, extremadamente capaz. Ser la mejor homúnculo jamás creada no era solo una cuestión de la calidad con la que estaba manufacturada, también aplicaba a sus habilidades. Con ella cubriendo su espalda, sabía que podía estar segura.
Con la cabeza alta y el pecho lleno de confianza, enterró sus nervios y avanzó, cruzando los intrincados diseños, hasta situarse justo ante el Santo Grial. Desde esa posición, alzó su mano derecha y la posó sobre la fría superficie, y cerró los ojos, concentrándose.
De un momento a otro, ya no estuvo en pie en aquella sala.
Como impulsada por alguna extraña fuerza, Sialim abrió los ojos. Donde antes dura y fría piedra la rodeaba en todas direcciones, ahora un hermoso campo de flores se extendía ante ella. Era un horizonte infinito de paz y color, con un precioso cielo azul completamente despejado que la hacía sentir como si las propias nubes de su corazón también se disiparan. Miró a su alrededor, encontrando el mismo paisaje en todas direcciones. Trazó un círculo perfecto, terminando con la vista en el mismo punto en que había empezado. Todo era igual, salvo que esta vez, alguien se encontraba allí. Como salida de ninguna parte, una mujer con un largo vestido tradicional del Antiguo Egipto, propio de la sacerdotisa de un templo, como el que portaban aquellas que buscaron refugio en el Templo de Isis hacía milenios antes de fundar el Templo de Atlas y, con ello, la academia. Una larga melena violácea caía como una cascada sobre sus hombros, y un rostro que era casi como estar mirando a un fantasma del pasado la observaba de vuelta. Era la homúnculo que habían sacrificado o, al menos, su aspecto, su físico.
○- Sialim Eltnam Re-Atlasia.
Con voz solemne, aquella mujer le habló. Sabía su nombre.
— Así es. ¿Eres tú el Grial?
Con un asentimiento de cabeza, la figura femenina confirmó sus sospechas. Sí que estaba vivo, después de todo. El lugar donde se encontraba, debía asumir, era su interior.
○- Sí. Aunque esta forma que ves es solo un aspecto que tomo prestado para comunicarme contigo. Mi verdadera forma es la de la esfera, o mejor dicho, una conciencia que reside en ella.
— Y sabes quien soy. ¿Sabes entonces por qué estoy aquí?
Una vez más, la mujer asintió.
○- Puedo ver en el interior de tu mente, en tu corazón, en tu alma. Por ello, me apena decirte que lo que buscas no será posible.
Sialim se congeló. La expresión en su rostro fue tomada por una sombra que la envolvió junto a un sentimiento de desesperanza y temor, que prontamente se tornaron en frustración, y de ahí en ira.
— ¡Pero se supone que puedes conceder cualquier deseo! ¡Por eso te cree!
Dejó salir a la luz emociones que nunca mostraba a nadie, que siempre era capaz de mantener encerradas estoicamente en su interior. Frente a alguien que podía saber lo que sentía en todo momento, no tenía sentido guardárselo. E incluso si no fuera así, no hubiera sido capaz de contenerse mientras veía como su esperanza, aquella que creía haber alcanzado, se escapaba con tanta facilidad entre sus dedos, como si se tratase de una una ilusión hecha de vapor que por mucho que intentase agarrar, se deslizaba, incapaz de ser tomada.
○- Lo sé. Pero no puedo conceder tu deseo. No así, no sería justo.
— ¿Cómo?
Perpleja, la pregunta se pronunció sola. ¿Cómo que no sería justo? ¿De qué demonios estaba hablando? ¡¿Qué había de injusto en querer salvar a toda la humanidad de su extinción?!
○- No eres la única con deseos en este mundo. Sería injusto concederte tu deseo sólo porque hayas sido quien me ha dado vida cuando hay muchos más que también darían cualquier cosa por ver el suyo hecho realidad.
— ¿Y entonces qué? ¿Porque más personas en el mundo tienen deseos que quieren ver cumplidos, nadie puede obtener su deseo? Lo siento, pero eso es estúpido. Lo mires como lo mires, carece de lógica. Si seguimos ese principio, tu existencia será inutil. Se producirá un estancamiento eterno en el que ninguna voluntad podrá sobreponerse a la otra, y tu poder se echará a perder.
○- Demuestra que tu deseo merece ser cumplido.
Esa declaración hecha sin el más mínimo atisbo de maldad o malas intenciones la golpeó como un mazo. Lo hacía sonar tan simple… Si quieres obtener este poder, muestra que tu deseo es más fuerte que el de nadie más, que es digno de ser concedido por encima del resto.
Pero, ¿acaso crear el artefacto capaz de conceder cualquier deseo no era ya la prueba en sí misma? Al parecer no.
— ¿Y cómo quieres que lo haga?
○- Eso queda en tus manos. Yo solo juzgaré quienes son dignos o no.
Y con esas palabras haciendo eco en sus oídos, la Atlasia pudo sentir como su consciencia era devuelta a su cuerpo, la escena ante sus ojos desvaneciéndose lentamente.
Estaba una vez más frente a la gran esfera dorada, en pie en el centro de la cueva. Se volteó buscando a Rani: la joven de piel morena se había acercado y permanecía en pie a su lado.
- ¿Necesita que ayude con algo, señora Sialim?
La mujer no respondió de inmediato. Todas las particiones de su cerebro, cada uno de las decenas de hilos de pensamiento de Sialim, estaban trabajando al unísono más rápido que nunca antes en su vida. En cuestión de un segundo, centenares de posibilidades pasaron frente a sus ojos, cientos de posibles mundos, cientos de posibles resultados. Al final, solo una opción sobresalía por encima de todas las demás.
El poder para conectarse con la Raíz. El poder para manipular las almas. La necesidad de probar la determinación por lograr aquello más anhelado.
Cuándo por fin habló, había un brillo de determinación en sus ojos, sobre rostro cubierto de absoluta seriedad.
— Sí. Rani, necesito que te prepares. Una guerra está a punto de comenzar.
