Disclaimer: Black clover no me pertenece.
De los finales felices (y de las personas que siempre lo vieron venir)
.
Cuando despierta, está en brazo de alguien. Una parte de sí misma espera que sea su hermano Nozel, o Asta o cualquiera de sus amigos, en lugar de algún Caballero mágico desconocido.
Pero no. Es Leo. Puede ver a través de sus gruesas pestañas plateadas, sus rasgos leoninos, su cabellera roja, desordenada y chamuscada. Su piel bronceada, amoratada y tiznada también es reconocible. Su calor en torno a ella le consuela. No puede sonreír con alivio al sentirlo.
―¡Está ilesa, pero débil! Ha gastado mucho mana― logra oír que dice. Su voz amortiguada por sus oídos tapados y el murmullo de otras voces.
Sabe que está a salvo. Confía en que Leo se ocupará de ello. Así que vuelve a dormir.
Cuando despierta de nuevo, sabe exactamente dónde está, a pesar de no haber puesto un pie ahí en casi dos años: está en su habitación en la casa familiar, por supuesto. La noble y ancestral casa de los Silva, en donde hasta hace poco, no era bienvenida. Su hermano mayor Nozel no iba a dejar que pasara su convalecencia en otro lugar con menos comodidades y recursos. También es más espaciosa que su habitación en la guarida de los Toros negros, así que cuando abre los ojos, puede ver a Mimosa sentada holgadamente junto a su cama, haciendo vigilia.
Tiene un libro en las manos, esas manos bonitas y perfectas llenas de vendajes en torno a los dedos. Tiene un par de moretones sin cubrir y otras heridas cubiertas con una pomadita blanca cicatrizante, pero sin una pestaña fuera de lugar, como siempre.
Se alegra de que esté bien, de verdad. Mimosa ha sido una amiga genuina.
―Uno de tus amigos estaba aquí; acaba de irse― le dice su voz melodiosa, a modo de saludo. Claro, puede ser que alguno de los Toros negros que no resultaron tan heridos se turne para visitar a los que aún no han sido dados de alta―. Qué alegría ver que estás despierta: parece que te hacía falta dormir― sonríe.
―Qué bueno ver que tú también estás bien― le sonríe de vuelta―, ¿cuánto tiempo estuve durmiendo?
―Un par de días― responde otra voz, una que conoce muy bien. Es Lady Mereoleona, que acaba de asomarse por la puerta de su habitación con un perfecto timing―. Me da gusto verte de nuevo en el mundo de los vivos― sonríe con todos sus dientes blancos―. Sé de alguien que está ansioso por saber de ti.
Y Noelle se ruboriza al darse cuenta que solo puede pensar en una persona.
Leo va a visitarla. Le trae flores, y Noelle podría jurar que se lo aconsejaron (ella apuesta por Mimosa), y que tampoco las eligió él, sino que la chica de la florería (o Mimosa, también, por qué no) le dio indicaciones. Son Dalias rosas* y Írises*.
De cualquier forma, cree que es un bonito detalle.
Se ve entero, un poco herido y hace movimientos cortos y tiesos, de seguro por el dolor de músculos que debe sentir luego de la batalla y su propia convalecencia. Su túnica es nueva, la anterior debe haber quedado hecha pedazos o haberle quedado demasiado pequeña, piensa ella, al ver lo mucho más grande que se ve ahora, en comparación al año pasado; no trae su capa de los Leones carmesíes encima, demostrando su asueto, y su trenza viene floja.
Es un cambio agradable: se ve guapo y liviano.
Ella se ruboriza ante la idea.
Leo, por su parte, sonríe de felicidad y satisfacción al pensar que es por él.
―Me alegra ver que estás bien― comenta él a modo de saludo, con una sonrisa.
―A mí también― responde ella, feliz.
Cuando le dan el alta a Noelle, Leo llega con Lilas* y Lirios*, para darle la enhorabuena por su recuperación. Pasean por los extensos jardines que rodean las tres casas de los Silvamillion. Conversan y ríen un montón, casi como si estuvieran compensando los años perdidos de infancia en los que les costó ser más cercanos.
Los meses de entrenamiento intensivo en el Corazón, en que apenas se vieron.
Él le enseña a silbar con los dedos, alegando que es una habilidad de vital importancia que debe dominar antes de morir.
―¡De ninguna manera: soy de la realeza!― rezonga ella, por lo poco elegante y femenino del gesto.
Y en lugar de responder que, de hecho, él también pertenece a la realeza, por si lo ha olvidado, decide provocarla.
Porque si conoce a Noelle como se jacta de hacerlo, ella jamás rechazaría un desafío.
―Oh, solo dices eso porque sabes que no puedes hacerlo― sonríe con picardía.
―¡Te arrepentirás de haber dicho eso, ya verás!
Al final del día, cuando Noelle logra sacar un largo y agudo sonido del hueco que hizo entre sus labios y sus dedos, pone una cara de felicidad tan espontánea y simpática, que no puede evitar sentirse feliz por ella, por su logro, por pequeño que pareciera.
Es en uno de esos paseos que ella le cuenta sobre su madre. Todo. Sobre la maldición, sobre sus hermanos, sobre su motivación para ir a la guerra.
Y él, lejos de mirarla con lástima, se indigna.
―¿Entonces Lord Nozel siempre lo supo?― exclama a viva voz. Ella asiente―, ¿y aun así no hizo nada por detener a Solid o Lady Nebra, sino que lo promovió?― eleva la voz aún más, en un grito que ella tiene que intentar apagar con un gesto de silencio avergonzado con los dedos. Aunque asiente de igual modo―. ¡Pero qué idiota!― bufa con molestia, más al aire que para ella; ella no necesita que se lo digan, debe saberlo mejor que nadie―. Creo que acabo de perderle el poco respeto que aún tenía por él.
Y lo suelta con tanta naturalidad, que a Noelle le cuesta imaginar que alguna vez el asunto tuvo tanto plomo. Considerando que Nozel, su principal antagonista, usa Mercurio.
Ella sonríe entonces. Soltando todas las tensiones que había estado conteniendo sin darse cuenta. Leo tiene ese efecto en ella.
Le hace pensar que vale, que es importante, que es poderosa y que… nada de eso importa realmente porque para él está bien tal y como es.
Así que lo besa.
Le rodea el cuello con los brazos y le besa mientras sonríe, encontrando un poco jocoso lo que está haciendo.
Leo, por su parte, no sabe si estar pasmado, paralizado o eufórico por lo que tiene frente a sí.
No sabe si es porque dijo algo o si fueron las Azaleas blancas* que trajo para ella ese día. Pero, por supuesto, no va a cuestionar su suerte, así que rodea su cintura con los brazos y la eleva en el aire. Le devuelve el beso cuando la tiene a su altura.
¡Definitivamente le dará una enorme propina a la chica de la florería la próxima vez!
De alguna forma, entre ambos hay una especie de acuerdo tácito de no mencionar lo que sucedió la noche de la cena en la Orden de los Leones carmesíes.
Ninguno quiere poner incómodo al otro trayendo a colación un tema que no fue agradable.
Del mismo modo, ambos sienten que deben disculparse.
Noelle es quien da el primer paso.
―Siento lo de esa vez― dice a propósito de escopeta cuando van a despedirse un día―: fui egoísta y tonta y te hice pasar un mal rato.
―Creo que también yo debo disculparme― sonríe él en un intento de distender el ambiente.
―¿Tú? Pero si no hiciste nada― se apresura a exculparlo.
―Sí, a eso me refiero. Tú no habrías tenido que hacer nada de eso si yo hubiese sido un hombre de verdad y te hubiera dicha cómo me sentía. Quizás al principio todo esto sí fue un poco al margen de nuestra voluntad, pero no ahora. No entonces. Esa noche no me sentí obligado a nada y no lo hago ahora.
En una pausa, él se acerca para tomar sus manos entre las suyas propias, tal como hizo esa noche. Y dice lo que no dijo entonces.
―Me gustas, Noelle. Mucho. Tanto, que no quiero que te sientas obligada a corresponderme solo porque te sientes en deuda conmigo.
Sus ojos turquesa se encuentran con los magenta de Noelle, quien, ruborizada hasta las orejas, le sonríe.
―También me gustas, Leo. Ese día, desde hace un tiempo. Y hoy también.
Con una exhalación tan potente, que mece el flequillo de la chica, se deja caer hasta que su frente choca con la de ella. Noelle ve, desde su ángulo, cómo las facciones leoninas del pelirrojo se suavizan por el alivio que siente, ella espera, al oír sus palabras.
No se dan ninguna prisa por irse de ahí.
Cuando todos los Caballeros mágicos que participaron en la batalla final contra los demonios, estuvieron sanos y andando nuevamente, la ceremonia para homenajearlos por sus esfuerzos y sacrificios, se fecha.
Por supuesto, Noelle, como una de las personas que derrotó a un tercio de la Triada oscura, es una de las invitadas de honor, junto con Asta, Yuno y otros capitanes.
Él también va, obvio, porque también hizo su parte, aunque no de manera tan protagónica ni tan espectacular como le habría gustado, pero puede vivir con eso. No perderá la oportunidad de seguir fortaleciéndose, sobre todo cuando se rodea de los más fuertes. Lo importante ahora es que, si bien la ceremonia los incluye a ambos, más parece que es él quien le acompaña a ella, y no al revés, como la noche en la guarida de los Leones carmesíes.
De alguna forma, se siente extraño, como si estuviera escoltando a alguna celebridad, por más que, en el contexto de los Caballeros mágicos, las celebridades sean más fuertes y perfectamente capaces de protegerse a sí mismos y al resto, pero igual). Siente las miradas sobre él por accesión*, porque sabe que es ella el centro de atención, por lo bella que se ve con su vestido plateado que le regaló su hermano mayor, muy distinto al palo rosa que le vio usar antes, y el aleteo de la capa de los Toros negros que lleva encima, orgullosa.
Se ve maravillosa. Solo opacada por cómo se ve con su atavío de Walkiria. De solo pensar en eso, su sangre viaja a un destino diferente.
Lo mejor de todo es que ahora, a diferencia de la última vez, tiene el valor (y el consentimiento) de presentarla como su novia.
La sola idea le hace sonreír con todos los dientes.
Lo sabe. Simplemente lo sabe.
La realización le golpea en la cara tan duro como un escobazo. Y es porque la ve a ella, hablando con Asta como los mejores amigos que son, dándole un golpe en la espalda, sin esa fuerza nerviosa que le vio usar quizás varios millones de veces, que eran una evidente manifestación de los sentimientos reprimidos de Noelle (de los que todos eran conscientes, salvo Asta). Y luego, solo porque sí, le mira a él, sintiendo que le mira a la distancia. Le busca entre la multitud y le sonríe cuando le encuentra, haciéndole saber que real, realmente, desde el fondo de su corazón, se alegra de verlo.
Su corazón se hincha. Siente alivio y júbilo de haberse equivocado aquella vez en la Base de los Toros negros. Porque entonces sabe que la ama.
La ama.
Noelle no sabe exactamente qué hacer cuando tiene a Leo en frente. Él desencadena un montón de emociones y reacciones en ella que no sabe bien cómo controlar. A veces se siente como una adolescente hormonal junto a él (no es que no sea una adolescente, en sentido estricto, u hormonal, para el caso), como si no tuviera otras cosas de las que preocuparse.
Es algo bueno que, ahora mismo, Leopold y lo especial que le hace sentir, sea la mayor de sus preocupaciones.
No se lo espera, por supuesto. La gente no suele preguntarle su parecer respecto de las cosas importantes que, por su especial relevancia, ya están decididas de antemano, como lo era este compromiso, hasta que Leopold se opuso a discutir sobre eso sin que ella estuviera presente.
Porque, según él, su opinión es valiosa.
A veces, Noelle no puede evitar preguntarse de dónde Leo sacó ese prurito, tan extraño entre los miembros de la realeza, incluso entre Caballeros mágicos.
Pero Leo siempre fue así con ella, desde que todos empezó. Leo la respeta a ella y a sus decisiones más de lo que ella lo ha hecho con él, la verdad sea dicha, y en honor a eso, es que (Noelle cree) espera a que cumpla los dieciocho años para pararse frente a ella con un anillo adornado con la piedra en bruto más linda que ha visto, y le pregunta si acaso quiere casarse con él. No ahora, no porque eso es lo que se espera de ellos después del año lleno de acontecimientos que han tenido, ni porque alguien acepte por ella. No.
Solo porque la ama y quiere pasar el resto de su vida con ella.
(Pero que, si ella no deseara tal cosa, también estaría bien, porque, entonces, sería decisión suya).
Por supuesto, ella siente lo mismo, así que acepta.
―¿Lo dices en serio?― la pregunta de Leo suena casi incrédula, como si él realmente creyera que lo rechazaría.
―Pues claro. Soy de la realeza: siempre hablo en serio.
Leo, por suerte, en lugar de recordarle que él también es de la realeza y que, a veces, también bromea, la coge de la cintura y la hace girar en un fuerte abrazo sobre su propio eje.
Ella chilla, ríe y le abraza por los hombros, disfrutando de este instante de felicidad que podría perfectamente durar para siempre.
Siendo bien honestos, lo están disfrutando. Ni siquiera saben por qué rayos estaban nerviosos justo hace algunos minutos. Se miran por el rabillo del ojo y no pueden evitar sonreír en el último intento por no carcajearse ante la cara que tienen los que, objetivamente hablando, son los Caballeros mágicos más fuertes y poderosos del reino del Trébol.
El capitán Fuegoleon intenta con todas sus fuerzas (Leo lo sabe) mantener una expresión solemne en su rostro de elegantes facciones leoninas, no obstante, le es imposible esconder la felicidad que siente y la gracia que le causa la cara de su mejor amigo, el capitán Nozel, quien le mira a ellos como si le acabara de salir otra cabeza.
O peor. Como si acabaran de decirle que van a casarse.
Sin. Preguntarle. A él. Primero.
Pero, Nozel está seguro, debe haber oído mal.
Porque, por supuesto, Noelle no haría tal cosa. Él sigue siendo capitán de Escuadrón y cabeza de familia. Ella no…
―¿Y, Hermanaleon, cuánto pagarías por esa cara?― pregunta Yami, a un lado, no haciendo ningún esfuerzo por reprimir su satisfacción por el pesar y desconcierto de Nozel.
―No existe tanto oro en el reino― responde Mereoleona, parafraseando a sabiendas al de atributo oscuro, pasando el mejor momento de su vida a costa del primogénito de Lady Acier, y no teniendo absolutamente ningún remordimiento por ello.
―¿Lo ves, Cabello mágico?― vuelve a intervenir Yami―. No solo te pateó el trasero― recuerda él, omitiendo todo comentario anterior sobre el color de dicho trasero―, sino que también superó su mayor límite: a ti.
Nozel le mira con acritud, pero no causa el efecto deseado, porque hasta Fuegoleon se sonríe.
―Estoy orgulloso de ti, princesa― le pone una gran mano en la cabeza y Noelle, pletórica, se ruboriza hasta la raíz del pelo―. En cuanto a ti, Minileon― se refiere a Leo, apuntándolo con un dedo que bien podría ser un cañón―; ni siquiera creo que deba recordarte lo que pasará si te portas mal con esta mocosa, porque no seré yo quien te dé una lección si eso ocurre. Será ella.
Leo, sí, un poco intimidado por la corpulencia del capitán de los Toros negros, logra concentrarse en el mensaje antes que en el mensajero.
Y, por supuesto, sonríe:
―Claro que lo sé, ¿no es grandioso?
.
Fin
.
Y fin. Me alegro de haberlo terminado, me divertí mucho mientras lo escribía. Gracias por leer.
*Dalias rosas: representan la belleza, feminidad y pureza.
*Írises: depende del color (amarillos: fuego de amor; azules: buenas noticias; blancos: esperanza; silvestres: noticias agradables).
*Lilas: si son comunes, representan al primer amor; si son silvestres, representan la humildad.
*Lirios: Felicidad recuperada, si son silvestres.
*Azaleas blancas: representa romance.
*Accesión: es un modo de adquirir el dominio, en virtud del cual el propietario de una cosa hace suyo lo que ella produce o lo que se une a ella. Para este contexto, más bien dice relación con que lo accesorio sigue la suerte de lo principal.
