Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Fyrebyrd, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to Fyrebyrd. I'm only translating with her permission. Thank you so much again, April! :3
Capítulo 2
Cullen Corp se encuentra en caos mientras la batalla entre el actual director ejecutivo, Carlisle Cullen, y el heredero natural, su hijo Edward, se intensifica.
¡Lo escucharon aquí primero!
Alice Lo Sabe Todo
Pedazos de cristal color crema pinchan mis dedos mientras intento juntarlos en una pila. El pastel destrozado cubre el suelo, y espero que Charlie salga rápidamente de la cocina en cualquier segundo. No estoy segura si él se unirá a los gritos o pateará al imbécil, que sigue mirándome furioso sobre mí, en el trasero.
Palmas cálidas cubren mis manos, y jadeo cuando levanto la mirada. El hombre de la mesa del rincón está allí, y su mirada es intensa mientras me ayuda a ponerme de pie. Dos hombres en trajes oscuros aparecen de la nada, tomando al hombre encolerizado y acompañándolo hasta la puerta.
—Santo cielo —dice Rose, apresurándose a mi lado—. ¿Estás bien?
Asiento, haciendo una mueca mientras sacudo mis manos entre sí y un pequeño trozo de cristal pincha mi dedo.
—Estaré bien.
El hombre, Edward Cullen, toma mi muñeca y acerca mis dedos a él para una mejor inspección.
—Necesito que te quedes muy quieta —masculla, la punta de sus dedos sedosos deslizándose por la punta del cristal. Con un movimiento hábil, toma el trozo y lo quita de mi dedo—. Allí está.
La sangre se asoma a la superficie, y la vista me hace sentir mareada. Sostengo mi cabeza para hacer que la sala deje de dar vueltas.
—Gracias —digo cuando me he tranquilizado—. Lamento lo de tu pastel.
Su mandíbula se tensa, pulsando.
—Tú no tienes nada de qué preocuparte.
—¿Por qué no busco otras dos porciones mientras tú llevas a Bella de vuelta a tu mesa y se sientan por un minuto? —sugiere Rose, y el calor se acumula en mi cuello y sube a mi rostro—. Te llevaré un poco de agua, cariño. —Ella no espera a que él acepte, se da la vuelta y comienza a hacerlo de todos modos.
Le echo un vistazo.
—Lamento lo de Rose. Ella puede ser mandona.
—Está bien. —Hace un movimiento exagerado con las manos para que camine frente a él—. Después de ti.
Mi estómago se convierte en una bola de nervios, pero hago lo que pide, sentándome en el costado más cercano del banco frente a la mesa. Mantengo la mirada en la mesa, pero estoy super consciente de todos sus movimientos mientras él se ubica en el banco de vinilo rojo frente a mí.
—¿Qué van a hacer esos hombres? —pregunto, levantando la mirada hacia la suya.
La sorpresa aparece en sus irises color verde profundo.
—¿Eso es importante para ti?
—Sí. —Sostengo su mirada. Ese tipo podría ser un imbécil, pero no merece ser lastimado… o peor.
Suelta una risita abrupta.
—Solo van a darle una advertencia, así que puedes quedarte tranquila. No estoy en la mafia, Bella.
El sonido de mi nombre saliendo tan casualmente de sus labios hace que mi corazón trastabille.
—¿Quién más tiene hombres vestidos con trajes oscuros alrededor de ellos todo el tiempo?
Sus ojos estudian mi rostro, y él se inclina ligeramente más cerca de mí. Es como si el espacio a nuestro alrededor se evapora, y solo somos él y yo.
—¿Me estás diciendo que no sabes quién soy?
Una descarga de pánico me recorre, y me pongo de pie, casi provocando otro choque, solo con Rose esta vez.
—Lo siento —le mascullo antes de regresar al hombre casi irresistible—. Un nombre y un artículo en una página de chismes no le dicen nada a una persona sobre quién eres. Gracias por la ayuda. Ahora, si me disculpas.
Quiero correr.
Pero me contengo.
Doy cada paso lentamente.
Con mi cabeza en alto.
Cuando estoy detrás del mostrador, un lugar al que considero seguro, suelto el aliento que he estado conteniendo. Rose regresa rendida y confundida, pero simplemente sacudo la cabeza.
—No digas ni una palabra. —Señalo mi dedo en su dirección.
—No hay una razón para ello —contesta, ofreciendo dinero—. Me ha declinado.
—No, gracias —mascullo.
—Bella —dice, empujándolo hacia mí—. Él insiste.
Tomo el dinero, cinco billetes de cien dólares impecables, y pongo los ojos en blanco.
—No soy un tipo de baratija que puede ser comprada.
—Esta es una cafetería y eres una camarera —dice sarcásticamente—. Solo toma el dinero y súperalo.
Yo misma quiero insistir.
Pero lo necesito demasiado.
Y lo odio.
Lo meto en mi bolsillo de propinas y me dirijo hacia una familia que acaba de llenar otra mesa.
—Mi nombre es Bella, y seré su camarera hoy.
Él permanece en esa mesa —oscuro, delicioso, e intimidante— por otra hora. Apenas le dedico una mirada, a pesar de que puedo sentir el ardor de su mirada sobre mi piel.
Me gustaría decir que apenas noté su salida.
Pero eso sería una mentira.
