Capítulo 25
El tiempo pasó y llegó la primavera a Londres, la temporada más alegre del año. Debería serlo, pero no para mí. Cada día me arrepentía un poco más de haberme marchado de Moonacre. Me había alejado de mi familia y amigos para estar amargada allí dentro. Hacía todo lo que estaba en mi mano para distraer mi mente, evitar pensar en todo lo que me atormentaba. Funcionaba bastante bien, centrar mi atención en mis estudios de historia. Tenía intención de obtener el título de historiadora, era lo que de verdad me apasionaba. Nadie había leído tantos libros en la biblioteca de la escuela como yo. Lo convertí en mi lugar seguro dentro de esas cuatro paredes.
Pero todo lo que me había esforzado en construir durante el día, era derribado por la noche.
Mil pensamientos, situaciones que habían ocurrido, las que no, las que podrían, las palabras no dichas… Todo se acumulaba hasta que me era insoportable y me encontraba llorando en mi lecho, sin consuelo posible.
Jamás me había sentido tan sola.
A pesar de que Evangeline era un apoyo importante para mí y que ella se esforzaba en hacerme saber que estaba ahí para ayudarme, la sensación nunca se marchaba. Nunca pensé que sería posible sentirse tan solitaria en una sala llena de gente.
Cuando le mandaba cartas a Loveday y al resto, vertía mis mejores esfuerzos en disimular. Era mucho más fácil fingir que todo estaba bien cuando esa persona no podía ver la neblina de tus ojos al escribir cosas que no sentías de verdad. Enfocaba el tema en saber sobre ellos, cómo les iba y yo les contaba sobre mis logros académicos y trivialidades por el estilo.
Los paseos eran mi momento favorito de la semana. Siempre acudía al parque que tanto me gustaba. En muchas ocasiones lo hacía sola, pese a las insistencias de George y Evangeline en acompañarme. No quería que tuviesen que aguantar mi melancolía. No les aguaría el día festivo de esa manera.
Fue un día en el que el cielo estaba parcialmente nublado, vaticinando la típica lluvia de abril tan recurrente, cuando lo vi. Estaba allí sentado, bajo uno de los tantos árboles que crecían con libertad en los terrenos más lejanos y menos cuidados del parque.
Esos rizos eran inconfundibles, las plumas en su cuello, aunque no llevaba sombrero. Ni habiendo pasado un año podría olvidarlo.
Un cosquilleo me recorrió todo el cuerpo, un escalofrío que me dejó clavada en el camino, deteniendo mis pasos que vagaban distraídos hasta que alcé la mirada al percibir otra persona allí. Era una zona poco frecuentada dado a lo lejos que se encontraba y su aspecto poco típico de la ciudad.
Cuando sentí que ya podía moverme, me acerqué despacio en un primer momento, pero aumenté el ritmo eventualmente. La distancia me estaba matando. No me había visto, seguía mirando algo con la cabeza gacha.
—¡Robin! —grité con todas mis fuerzas. Mi voz pareció llamar su atención, sentí humedad en mis ojos al verlo volverse en mi dirección.
Estuve a punto de llegar al árbol, cuando un fuerte estruendo llamó mi atención. Varias voces enfadadas gritaban no muy lejos, haciendo que me sobresaltara y mirara en esa dirección. Dos carruajes habían chocado, causando que el equipaje que portaba uno de ellos cayera por la avenida desperdigado. Sacudí la cabeza y no tardé en volver mi atención al frente con ansia.
No estaba allí.
Fruncí el ceño, mirando a mi alrededor, buscándolo frenéticamente. Mi respiración se agitaba por momentos. No podía ser. Hacía un momento que estaba ahí sentado, apoyado en la corteza del árbol… Me llevé las manos a la cabeza, masajeando mi sien para tranquilizarme. Era imposible que en menos de un par de segundos hubiera desaparecido sin yo haberlo notado. Era rápido, pero no tanto como para desafiar las reglas de la física.
«Esto me está superando» —pensé con agonía.
Esperé, con la esperanza de que sucediera algo, cualquier cosa, que volviera a aparecer. No pasó nada. Arrastré mis pies de vuelta al internado con pesar y con la confusión latiendo en mi cabeza mientras que la desilusión aplastaba mi corazón una vez más.
«Ya debería estar acostumbrada…»
Robin's Pov
—¡Robin!
Dejé de leer las líneas escritas sobre el papel al oír esa voz gritar mi nombre en medio del claro. Mi cabeza se disparó en la dirección en la que parecía haber sonado. El aire abandonó mis pulmones, dejándome ahogarme en la sorpresa. Se me revolvió el estómago por un momento, mil sentimientos se encontraban y se arremolinaban como una tormenta que empezaba a formarse.
Nada. No había nada. Nadie. No estaba allí.
Me levanté despacio, mirando alrededor, fijándome en cada árbol. Mis cejas se fruncieron en mi ceño, había sucedido tan deprisa y por tan solo unos segundos, que incluso dudaba de que hubiese sido real. En el claro del bosque solo estaba yo, nadie más. Los únicos sonidos eran los de las aves pasando por el cielo y algún que otro roedor cercano.
«Me estoy volviendo loco —murmuró mi mente con cansancio. Masajeé el lado izquierdo de mi cabeza. No pude evitar sentir la ausencia de mi sombrero, con el cual siempre chocaba al hacer ese gesto. Jamás volvería a tenerlo ahí. Como jamás volvería a saber de la persona que lo poseía—. ¿Se habrá deshecho de él? No la culparía por ello, sería lo más lógico. Ya no hay promesa que mantener, ¿para qué lo querría?».
—«Basta» —la voz severa de mi conciencia habló una vez más, últimamente conversábamos con frecuencia. Era exasperante.
—¡Hey, Robin! —esa voz también la reconocí, pero a diferencia de la primera, sí pude ver al dueño de esta al otro lado de la arboleda haciendo señas para llamar mi atención—. Espabila, ¿quieres? ¡Tenemos trabajo que hacer! —alcé la mano con la que aún sostenía el papel y le hice una seña al muchacho de cabello oscuro, dándole permiso para adelantarse.
Eché una última mirada al lugar, asegurándome que no había otra persona más, guardé la carta en mi bolsillo y corrí hacia donde había desaparecido Henry.
Maria's Pov
Esa no fue la última vez que creí verlo.
Ocurría en ocasiones puntuales cuando salía a dar mi paseo semanal. Sobretodo cuando paseaba por el parque. Todo era muy extraño. Cada vez que intentaba alcanzarlo, se desvanecía en un abrir y cerrar de ojos ante mí, como si no hubiese estado en un primer lugar ahí. Pero la imágen era tan nítida… Parecía cosa de magia.
Pero la magia se había quedado atrás en Moonacre, donde debía residir.
Después de un tiempo repitiendo lo mismo, cansada y desesperada por la situación, decidí contarle a Evangeline lo que me estaba pasando.
—¿Crees que me estoy volviendo loca? —hablé mientras miraba al techo, tumbada en el sofá de la habitación de la chica, la cual me miraba desde su silla con los brazos medio cruzados. Se llevó una mano al mentón, pensando por unos momentos.
—No puedo negar que es muy raro, pero no creo que te estés volviendo majareta —se encogió de hombros—. Lo que a ti te pasa es que tienes el corazón roto.
Suspiré pesadamente, apretando las manos sobre mi regazo. Mi cabello cayó en cascada por el borde del asiento al confrontarla.
—Ya te he dicho que no éramos novios —esas palabras me dieron un ligero pinchazo en el pecho a medida que las asimilaba.
—Eso no tiene nada que ver —hizo un gesto brusco con la mano, quitándole hierro al asunto. Hubo un silencio en la estancia. Pude sentir su frustración en el aire—. ¿De verdad aún no te has dado cuenta, Maria?
—¿De qué se supone que me tengo que percatar, Eva? —cerré los ojos, empezando a sentir jaqueca. No estaba de humor para aguantar uno más de sus sermones. Más que mi amiga parecía mi madre.
—Parece mentira que después de tantos años, ahora estés empezando a asimilar lo que sucede —murmuró, más como un pensamiento expresado en voz alta que un comentario para mí. Fruncí el ceño. Dejó salir un gruñido y se echó hacia delante en la silla, visiblemente irritada pero a la vez con una mueca de comprensión—. Estás enamorada de ese chico.
Le sostuve la mirada, dejando mi mente totalmente en blanco. Después de un rato de silencio, me sacudió el brazo y llamó mi nombre con urgencia, alarmada por mi reacción.
—No —me incorporé, pegando la espalda al cojín. Negué con la cabeza.
—¿No, qué? —parecía aún más confundida por mi negativa—. Está más claro que el agua, amiga.
—No, tú no lo entiendes —me levanté y empecé a dar vueltas por la habitación. Una mano en mi frente, retirando mi cabello ondulado y la otra en mi cadera, como si tratara de sujetarme para que no cayera desmayada al suelo—. Yo no puedo estar enamorada de Robin.
—¿Por qué no? Se nota a leguas que lo adoras, aunque haya pasado más de medio año desde que dejó de escribirte. Aún te importa, sino no estarías así. ¡Mírate! —me señaló con obviedad.
—¡No puedo querer a Robin! —me detuve por fin frente a ella. Lágrimas caían de mis ojos y se deslizaban por mis mejillas sonrojadas. Eso me puso aún más furiosa—. Porque eso significa seguir sufriendo en silencio, albergando esperanzas como una tonta de que algún día esas estúpidas ilusiones se hagan realidad y lo vuelva a ver. No sabes lo que extraño los paseos en el bosque con él. No tienes ni idea de lo que me dolió que se apartara de mí sin una explicación al respecto, como si no le importara nada. Aún estando lejos, al menos con las cartas se hacía más soportable. Pero ahora solo hay silencio y es agonizante —sollocé, soltando un suspiro tembloroso—. No tengo nada en absoluto a lo que aferrarme. Él no siente lo mismo, nunca lo ha hecho. Su indiferencia me lo ha dejado muy claro. Le ha sido tan sencillo perder esta amistad como cazar una liebre —me llevé la mano al pecho—. Aunque yo sienta que desfallezco por este sentimiento que me quema por dentro, no puedo hacer más que intentar sofocarlo.
—Pero no puedes, ¿verdad? —me lanzó una mirada comprensiva—. Entiendo lo que quieres decir —se levantó para acercarse con lentitud, sonriendo de lado con simpatía.
—¿Por qué me ha hecho esto, Eva? —negó con la cabeza. ¿Qué iba a saber ella?—. ¿Por qué me hace esto cuando yo lo quiero tanto? —me lancé a los brazos extendidos de mi amiga. Exterioricé lo que había callado durante mucho tiempo. Ese tiempo de incertidumbre, dolor y angustia me había servido para reafirmar mis sospechas. Sospechas que tenía desde hacía un tiempo pero por miedo nunca quise ver, aunque el sentimiento fuera muy obvio.
Desde aquel día en el que nos aliamos para romper la maldición de Moonacre. Nunca lo admití en voz alta, pero así ha sido. Y por mucho que lo intentara, ese sentimiento no tenía intenciones de abandonarme. Siempre lo tendría conmigo.
