Era de noche, una noche bastante productiva para Janet Jones que, con la ayuda de su hijo mayor, había terminado la cosecha de sus melocotones, y aunque había sido un día agotador, sonreía. Con esa cosecha iba a poder aumentar sus ahorros y ese tractor nuevo en el que llevaba pensando un par de años, probablemente dejase de ser una fantasía.

Tras un día agotador como aquel, sólo quedaba acostar a su hija y meterse en la cama. Pasar tiempo con la pequeña Faith era, sin lugar a dudas, su parte favorita del día. Lo cierto es que había tardado más tiempo del que quisiera mirando como la pequeñaja se subía a los hombros de su hermano Jason para alcanzar los melocotones más altos.

Durante la cena habían estado los tres tan agotados que apenas habían hablado, que la cocina estuviera llena de cajas que no habían cabido en el granero, no había ayudado en absoluto a que se sintieran con ganas de conversar.

Jason se despidió de forma escueta, dio un bostezo y se marchó a su cama. Pero Faith, aunque se veía adormilada, se encaminó hacia su madre y le dio la mano. Bostezó, provocando que su larga melena rubia se agitara como una leona.

_ ¿Te lo has pasado bien hoy? _ Preguntó Janet.

La pelirroja cogió la mano de su hija y se encaminó hacia el piso superior, donde se encontraban las habitaciones.

_ Me encanta la cosecha… cada vez cojo melocotones de más alto y llené una caja… ¡Así de grande! _ Dijo, alargando las manos todo lo que pudo.

_ ¿Tan grande? _ Janet se acercó a la escalera. _ Vaya, vaya… mi hija es toda una agricultora. A este ritmo nos dejarás atrás a tu hermano y a mí en seguida.

_ Si os despistáis, supongo que sí. _ La pequeña Faith parecía muy orgullosa.

_ Pero aún te queda para saber hacer tarta y mermelada como la hago yo, pequeñuela.

_ Tú dame tiempo. _ Le dijo, con una sonrisa confiada.

_ Sí, tiempo. De eso nos sobra. Pero por el momento, te vas a la cama. _ Dijo, entrando a la habitación.

Janet levantó la manta y tapó a su hija con su manta favorita, dándole un beso en la frente. Janet estaba más que dispuesta a marcharse a su habitación, cuando llegó… la temida pregunta, esa que había estado esperando que la niña no le hiciera, pero Faith fue implacable y no le dio esa paz.

_ Mamá… ¿No hay cuento?

Janet emitió un largo suspiro. La mujer se había enfrentado a muchas cosas, pero si había una cosa que podía dar por segura en su vida, es que no había fuerza en la tierra más poderosa que la mirada de cachorrito de los ojos de su hija. A pesar de su agotamiento, sabía que no le quedaría más remedio que claudicar… y contarle un cuento, por mucho que se estuviera muriendo de sueño.

_ Pensé que estarías muy cansada y no querrías que te contase ninguno.

_ Siempre tengo un poco de energía para un cuento… _ Dijo, haciendo un mohín demasiado adorable para ser ignorado.

_ Está bien… _ Dijo, alargando la mano hacia la estantería.

_ No, esos no. _ A Faith se le iluminó la mirada. _ Quiero que me cuentes el de la bruja.

_ Pero, cariño… ni siquiera cuando estás descansada aguantas despierta para el final…

_ Bueno, ya veremos, me gusta la historia de la bruja.

Janet alargó su sonrisa y asintió lentamente. Se sentó en la silla junto a la cama de Faith y se aclaró la garganta.

_ Bueno, esta historia empieza con una montaña que se vino abajo… _ Comenzó, acariciando el crucifijo de su cuello.

Los ojos de Wanda se habían cerrado. Había cometido errores sin parar. Aquella era la primera vez en muchísimo tiempo que sentía que hacía lo correcto. Aunque eso implicase tirarse una montaña encima. Su vida parecía haber perdido todo sentido, y después de tantas acciones, a su juicio, imperdonables. Y finalmente podría descansar… y quizá, y sólo quizá… reunirse con Visión en el otro lado.

Estaba convencida de que llegaría un golpe en cualquier momento y le daría en la cabeza. Sin embargo, a pesar de que no ocurrió de inmediato, Wanda no estaba preocupada. Sabía que, si no eran las rocas las que la mataban, sería la falta de oxígeno. Sólo tendría que esperar y su vida tendría el final que, a esas alturas, veía como una bendición.

Quizá en la muerte encontrase finalmente lo que tanto había estado buscando… un lugar que pudiera llamar hogar, un sitio en el que se sintiese en casa. No había encontrado ningún lugar como ese desde que aquella bomba había caído en el salón de su casa. Lo único que siempre había deseado era un hogar… una familia… ¿Era tanto pedir?

Wanda perdió la consciencia. Nunca estuvo segura de cuánto tiempo. Pensó que el frío abrazo de la muerte la había alcanzado, y sentía miedo de abrir los ojos. ¿Qué se encontraría? ¿El infierno, acaso? Sin embargo, no olía azufre.

Al contrario, podía identificar un olor floral e incluso una brisa fresca que refrescaba el ambiente. Wanda finalmente abrió los ojos. Pudo ver el sol sobre ella. Lo cierto es que hacía bastante calor, sí. Se percató de que se encontraba en lo que parecía un campo de flores blancas.

_ ¿Esto es el cielo?

_ No señorita, sólo es mi campo, y usted ha entrado sin permiso.

Wanda lanzó un chillido y dio un bote. Sus ojos buscaron el origen de aquella voz, y se encontró con que, cerca de ella, había un hombre que debía rozar los cincuenta, sentado a su lado, con una petaca en la mano, dio un trago, mirándola. Tenía una larga barba gris y arrugas en su expresión, pero su cabello era negro. Llevaba una camiseta a cuadros y unos vaqueros.

_ Yo… no sé cómo he llegado aquí. _ Confesó Wanda. _ Ni siquiera sé dónde estoy.

_ No, no parece de por aquí. Ese acento suena de muy muy lejos. Ha debido ser una buena borrachera…

_ No iba borracha.

_ Y ahora el acento se ha ido…

_ Llevo mucho viviendo en América…

_ Bueno, brindo por eso.

_ ¿Por qué exactamente?

_ Porque no haya sigo una cogorza intercontinental… nadie quiere pasar por eso. _ El hombre se rio. _ ¿Dónde vive?

_ Ahora en ninguna parte supongo. _ Respondió ella, sin pensar. _ He perdido mi hogar.

_ Oh, pero eso es terrible. _ El hombre sonó sincero. _ Oiga, no sé lo que le ha podido pasar, pero… si necesita asilo, en la iglesia siempre hay un hueco para la gente desamparada.

_ Oh, yo no me merezco nada de eso, se lo aseguro…

_ No diga eso. _ El hombre la miró con cierto aire paternal. _ No sé qué ha podido pasarle, pero no será para tanto.

_ No se hace una idea, se lo aseguro. _ Wanda suspiró. _ He hecho cosas que no tienen perdón.

_ Esa es la mejor parte… Aquí lo perdonamos todo. Lo que haya hecho fuera… no es asunto nuestro. _ Le tendió la petaca.

_ No, gracias… beber no resolverá mis problemas, lo he intentado.

El hombre la miró fijamente unos segundos, llevándose la mano a la barba, acariciándosela, pensativo. Pero finalmente decidió hablar con ella.

_ Escuche, no es la primera persona que viene aquí pensando algo parecido. Antes de hacer ninguna locura, tómese un tiempo aquí. _ Lanzó un suspiro. _ Para lo que le está pasando por la cabeza, siempre tendrá tiempo.

_ Oh… créame, tampoco sería tan fácil quitarme de en medio… lo he intentado. _ Reconoció Wanda.

Wanda normalmente no hablaría tan abiertamente. Pero lo cierto es que se sentía tan derrotada que todo le daba igual. El hombre, sin embargo, lejos de inquietarse por sus palabras, le puso la mano en el hombro.

_ Si Dios no quiere que muera, quizá debería hacerle caso.

Wanda rio. Lo cierto es que, después de todo lo que había visto, creer en Dios le parecía una tarea complicada. ¿Una entidad todopoderosa y que amase a toda la creación? Le resultaba absurda con todo el sufrimiento que había visto… y especialmente con todo lo que había causado.

_ Bueno, al menos he conseguido que se ría. _ Dijo, él. _ Venga, acompáñeme. Deje que le dé algo de comer y verá cómo ve las cosas de otra forma.

_ Bueno, supongo que comer un poco no hará daño. _ Suspiró Wanda. _ Es usted muy amable, ¿Sabe?

_ Me enseñaron que es importante que en la comunidad nos cuidemos entre nosotros.

_ Le enseñaron bien. _ Wanda se incorporó, intentando no aplastar más flores de las que ya había aplastado. _ Supongo que no estaría bien por mi parte rechazar su amabilidad.

Wanda se quedó en silencio mirando por la ventana mientras el hombre abría algunas latas y se disponía a prepararle algo. Desde donde se encontraba pudo ver que estaba muy lejos de cualquier lugar que hubiera visitado antes.

Podía distinguir que se encontraba en lo que parecía una pequeña población entre montañas. Montañas cubiertas de verde, plagadas de árboles. El aire se notaba limpio. Todo aquello hizo que recordase las instalaciones de los vengadores, alejadas de todo y de todos. Se volvió hacia su particular anfitrión y le miró mientras él removía unos huevos.

_ Aún no sé tu nombre. _ Reconoció la pelirroja.

_ Me llamo Jacob.

_ Yo soy Wanda. _ Se apoyó en el quicio de la ventana. _ Dime, Jacob… ¿Dónde estamos?

_ En Montana. _ Respondió él.

_ Parece un buen sitio para vivir. ¿Es la gente tan amable por aquí o eres el único que acoge a la gente que aparece de resaca en su cultivo?

_ Bueno, digamos que es mejor que no provoques a la gente, tiende a tener el rifle cerca porque… bueno hay osos salvajes, ¿Sabes?

_ Hace falta más que un rifle para acabar conmigo. _ Dijo Wanda, sin pensar. _ Bueno, no me hagas caso, aún estoy algo aturdida.

_ Eso se arregla con unos huevos revueltos. _ Dijo Jacob, colocando los platos sobre la mesa. _ ¿Quieres beber algo?

_ Un poco de agua, tengo la garganta seca.

Wanda se sentó a comer y cuando probó los huevos revueltos se le puso una sonrisa involuntaria. No estaba del todo segura de por qué, pero le recordaban a los que hacía su padre. Aquel salón no era tan distinto del que una vez llamó hogar.

_ ¿Puedo preguntar en qué piensas, o es muy indiscreto? _ Preguntó Jacob. _ ¿Tan malo está?

_ No, que va… está muy rico. Estaba en mi mundo, en mis recuerdos. _ Comentó. _ Verás es que… no sé qué haré ahora y… eso no me deja en la mejor posición. Así que estaba pensando en cuando las cosas eran más fáciles.

_ Tómatelo con calma, Wanda. _ Respondió Jacob, sin dejar sus huevos. _ Es otra cosa buena de estar por aquí, nadie tiene prisa. ¿Acaso te esperan en alguna parte?

_ No, decididamente no. _ Dijo, sabiendo que se la suponía muerta. No estaba del todo segura de no estarlo. _ Así que supongo que sí, puedo tomármelo con calma.

_ ¿Has terminado?

Wanda tardó unos segundos en darse cuenta de que se refería a la comida y cuando bajó la vista a su plato, le sorprendió ver que sí que había terminado y que no quedaba nada en él. Había comido sin pensar. Estaba claro que tenía más hambre de lo que pensaba.

_ Entonces, ¿Te llevo a la iglesia? _ Jacob se puso en pie. _ No me importaría que te quedases aquí, pero la verdad es que no tengo sitio.

_ Sí, vamos allá. _ Asintió, poniéndose en pie tras limpiarse.

Wanda se sentía más animada. Quizá sí que pudiese intentarlo, una última vez, ahora que había aceptado que no iba a volver a ver a sus hijos, y que tenía que volver a empezar. Estaba a punto de subirse a la camioneta de Jacob, cuando vio algo que provocó que se encogiese tras ella, ocultándose.

Un vehículo militar acababa de cruzar la calle. Reconocería el símbolo de SHIELD en cualquier parte. ¿La habrían encontrado? ¿Tan rápido? Ni siquiera había tenido tiempo a hacer nada sospechoso.

_ ¿Problemas con la pasma? _ Le preguntó Jacob.

_ Algo así… _ Reconoció. _ Digamos que no me llevo demasiado bien con SHIELD.

_ Bueno, estás de suerte, nosotros tampoco.