Día 1: Otoño
A Sora le encantaba el verano: el sol brillando en su piel; el calor abrazándola; usar ropa cómoda que a su madre no le gustaba que usara (entiéndase uniformes de sus equipos favoritos de futbol ¿Y por qué negarlo? Pasear en ropa interior por su casa); poder jugar al aire libre; pasar horas y horas corriendo detrás de un balón; disfrutar de la naturaleza y comer luego un gran helado con su padre; las piletas; las bebidas frías y un sinfín de cosas. ¡Podría pasar todo el día hablando de porque el verano era la gloria!
En contraparte, a Sora no le gustaba el otoño: las vacaciones terminaban; era el fin de los uniformes de futbol y de su semi nudismo casero; el frío empezaba a adueñarse del ambiente y congestionando su nariz; para más, vestirse era todo un desafío, ya que no hacía tanto frío como en invierno, pero tampoco hacía calor y era un sacarse y ponerse ropa todo el día.
Sin embargo, lo peor del otoño y lo que más le dolía a Sora, era tener que despedirse de su padre. Su papá era un afamado científico al que por motivos de trabajo solo podía ver en las vacaciones de verano y en fechas importantes, por lo tanto, el otoño era básicamente un mes de despedidas para ella; de decirle adiós a su progenitor y a muchas cosas que le gustaban.
Pero todo cambiaría un 20 de noviembre, en lo que pintaba sería una aburrida y fría tarde otoñal común y corriente.
El suéter de lana que le había puesto su madre le picaba y aquellos pantalones incómodos no la dejaban correr bien, sin embargo, ella seguía intentando fallidamente hacer algunos buenos movimientos con el balón, pero era francamente imposible, si no se enredaba con sus pantalones, las molestas hojas que inundaban el piso hacían que la pelota se atascara constantemente.
¡No había caso! ¡Mejor dejarlo así!
Pateó su balón con rabia y frustración hacia una enorme pila de hojas y se asustó cuando escuchó unl grito.
—¡Ouch!
¡Las hojas no hablaban! ¿O si?
Se acercó tímidamente a la montañita y observó con sorpresa como una enredadera de cabello castaño salía de ella.
—Oye, deberías tener más cuidado de a donde pateas ese balón —le reclamó el pequeño niño que aún tenía la mitad de su cuerpo cubierto con hojas.
—¡Lo siento! — se apresuró a disculparse— ¿pero cómo iba a saber que estarías debajo de ese montón de basura?
—¿Qué montón de basura? —preguntó el pequeñin evidentemente ofendido, ante lo cual ella señaló inmediatamente las hojas, haciendo que este moviera en desaprobación su cabeza de un lado a otro —. Esto no es un montón de basura; es el cuartel general de la alianza rebelde.
—¡¿Qué?! —inquirió ella con desconcierto en su voz.
—La alianza rebelde —susurró el pequeño mirando cuidadosamente hacia ambos lados, como si tuviera miedo de que alguien le escuchara.
—¿Pero de qué estás hablan…? —no tuvo tiempo de terminar su pregunta cuando el crujir de unas hojas hizo que el niño se alertara y la halara con fuerza dentro de la pila de hojas.
—¡Shh, creo que nos han encontrado! —dijo por lo bajo.
Ella no veía nada, estaba cubierta de hojas hasta su cabeza, pero sentía la mano del chico apretarla con fuerza. El corazón comenzó a bombearle ¿estaban en peligro?
Esperó expectante unos eternos segundos y luego sintió el peso de aquella "cosa" atacarlos.
Comenzó a gritar mientras agitaba sus manos. De pronto, sintió humedad recorrer su cara ¿el monstruo la había lamido? Abrió sus ojos y se encontró con un gran hocico amarillo lamiéndola sin parar. El niño a su lado estalló en risas.
—¡Rufus, ven acá! —gritó un señor a algunos metros de distancia y el perrito grandulón salió corriendo en atención a su amo— ¿están bien niños? —preguntó el hombre desde su lugar.
—¡Excelente! —contestó el pequeño moreno, llevando ambos pulgares de su mano hacia arriba.
—¡No fue gracioso! —le reclamó ella luego de unos segundos.
—¡Claro que lo fue! —contestó él todavía riendo y ella puso cara de enojada— tenías que haberte visto tu expresión— dijo riendo aún.
La pelirroja alzó una de sus cejas y mantuvo la cara de pocos amigos, pero luego de unos pocos segundos terminó cediendo ante la risa contagiosa del niño.
—Está bien, tal vez fue algo gracioso —concedió.
—Lo malo es que tendremos que empezar desde cero —advirtió el moreno encogiéndose de hombros.
—¿Con que? —preguntó sin entender.
—A armar el fuerte. Estando en la intemperie somos objetos fácil del imperio.
Ella se quedó observando un momento y después de pensarlo asintió decidida.
—¿Por dónde empezamos?
—Toma esas hojas de ahí y…
Pasó toda la tarde jugando con su nuevo amigo: construyendo varios cuarteles generales, jugaron a las escondidas entre las pilas, hicieron angelitos en el piso, se tiraron una y otra vez sobre montones de hojas secas. Incluso, recolectaron nueces y como broche de oro: estuvieron pasándose la pelota un buen rato.
Este niño incluso le había dicho algo que la emocionó un montón: "tu cabello y tus ojos combinan perfectamente con el otoño".
Tal vez esta estación no era tan mala después de todo. Había cosas bastante divertidas para hacer si tenías una buena imaginación y un amigo que te acompañara.
Esa noche llegó contenta a su casa y con restos de hojas secas por todo su cabello.
Su sonrisa no pudo ser más grande cuando le contó a su madre que había conocido a un niño muy divertido llamado Taichi Yagami.
Lau!
