Capítulo 26
Si creía que esa revelación me iba a dejar más tranquila, estaba muy equivocada. En todo caso me había dejado peor de lo que estaba, porque ya no podía hacer nada al respecto. No podía correr para decírselo a Robin, él no quería saberse nada de mí. Tampoco es como si hubiera correspondido mis sentimientos, estaba segura de que solo me veía como una amiga, su mejor amiga.
Me habría conformado con eso, aunque me doliera, pero al menos habría conservado la amistad que compartimos. Ahora me había quedado sin nada, todo por mi culpa, la de mi tío y también de Robin, quien interfirió convenciéndome para que me fuera a estudiar a la ciudad. Si lo pensaba bien, tal vez lo hizo para deshacerse de mí.
«Robin no es así. Él me aprecia. Siempre ha mirado en mi beneficio, como yo lo he hecho con él muchas veces. Nos cuidamos mutuamente. Jamás haría eso» —me dije a mí misma cientos de veces.
«¿Tan segura estás? Si se preocupara de verdad habría venido a visitarte cuando tuvo oportunidad» —la voz mezquina de mi conciencia jugaba en mi contra siempre que quería mantenerme positiva. Un conflicto conmigo misma, tal vez sí me estaba volviendo loca.
«Supongo que nunca lo sabré» —concluí la discusión con tristeza. Siempre terminaba perdiendo mi buen corazón.
Mis estudios prosperaron con éxito. El curso era intenso, pero al menos me sirvió para mejorar mis habilidades académicas. Había aprendido mucho de lo que me interesaba y de lo que me importaba más bien poco como el francés, aunque a la señorita Heliotrope la llenó de orgullo y satisfacción cuando le dediqué toda una carta escrita en dicho idioma.
Continuaba mandándome misivas con Loveday cada semana y a veces me honraba con sus visitas. En una de ellas vino mi tío, el cual parecía incómodo pero a la vez contento de volver a verme pasado un año y medio desde mi partida. Yo también me alegré, intentando dejar atrás la discusión que tuvimos y las pocas misivas con palabras tensas y escuetas que compartimos de vez en cuando. Pareció agradecer el pequeño cambio y se sintió un poco más cómodo con la situación.
Meses después, recién empezado el año nuevo de 1845, recibí la noticia más feliz que me habían dado en mucho tiempo. Loveday estaba embarazada. En su carta me contó que dado a su estado no podría viajar a visitarme, órdenes estrictas del doctor. Además, el padre de la criatura no permitiría que corriera ningún riesgo mientras durara el proceso, como cabía esperar de alguien tan paranoico como Ser Benjamin Merryweather.
También me comentó que yo sería la madrina del pequeño o pequeña que nacería seguramente casi a principios de octubre. A su vez, me dijo que había escogido a Robin para ser el padrino, debido a que yo había sido elegida por parte de mi tío. Al leer su nombre escrito con letra fina en el papel, volví a sentir mariposas en el estómago. Como cada vez que me acordaba de él. Tuve que esconder el sombrero y guardarlo en una de las cajas que había traído a Londres para evitar que los recuerdos acudieran a mí y me invadieran más de lo que ya lo hacían.
Loveday no ayudaba mucho en mi tarea de olvidar, ya que insistía en hablar del tema en muchas de sus cartas. Yo, como siempre, pasaba por alto esas escasas líneas y me centraba en el resto de lo que me había contado.
Eso de que el tiempo lo cura todo era mentira y fue dicho por una persona que no tenía ni idea de lo que hablaba.
El verano anterior a ese, había recibido por fin un permiso bastante generoso de un par de semanas para pasar las vacaciones donde me apeteciera. Pero no fui capaz ni me atreví a ir a Moonacre. Aún me sentía bastante herida e insegura como para volver, aunque me muriese de ganas de hacerlo. Loveday entendió la situación y dijo que por una vez que pensara en mí misma no se desmoronaría el mundo. Que tenía derecho a hacer lo que quisiera con mi tiempo. Siempre me apoyaba en todo lo que hacía falta.
Así que decidí aceptar la invitación e ir a una de las casas que tenía la familia de Evangeline en el campo. Fue agradable salir de la ciudad por un tiempo, me hacía sentir menos enjaulada. George también se unió a nosotras, por supuesto. Él y mi amiga no podían estar separados por mucho más tiempo que no fueran un par de días. Aquello me hizo recordar a la época en la que el chico de cabellos rizados y yo estábamos juntos a todas horas, ocasionando que la pandilla se burlara de ello. La memoria hizo que mi corazón se estremeciera de nostalgia.
Porque esto parecía inmarcesible, aunque pasaran miles de años, el sentimiento no se marchitará.
