Hace cuatrocientos treinta y siete años la humanidad vio la caída de la civilización más grande registrada de su historia a manos del héroe que se suponía debía salvarlos de la decadencia que los carcomía. Así nace la historia del Avatar oscuro, el maestro de los cuatro elementos que con su influencia generó a un grupo de fieles seguidores dispuestos a ayudarle a sembrar el odio y la confusión entre las naciones hasta llevarlas al colapso total.

Diez años bastaron para que el Avatar oscuro lograra su cometido y encausara a la humanidad hacia una apresurada caída en espiral que heredamos generación tras generación hasta alcanzar nuestros días. La mayoría nos convencimos de que la naturaleza humana era autodestructiva, perdimos la confianza que había entre nosotros y nos dividimos hasta formar pequeños grupos conocidos como "asentamientos" con tal de mantener viva la esperanza de sobrevivir. Cualquier persona extraña a cada asentamiento era repelida y rechazada de forma casi instantánea, ninguna precaución era considerada excesiva pues en un mundo lleno de gente desconfiada, desesperada y oportunista, lo peor que podía pasarle a un asentamiento era entrar en contacto con uno o varios "Rebeldes", gente carente de espíritu que no hacían otra cosa que no fuera causar terror entre los sobrevivientes.

Las poblaciones fueron severamente reducidas, el mundo, devastado por la contaminación y los bombardeos, se volvió casi completamente estéril y árido, los espíritus abandonaron nuestra tierra y nuestros maestros elementales perdieron sus poderes. La esperanza se había perdido por completo y los sobrevivientes, resentidos con el maestro de los cuatro elementos, comenzaron a darle caza a los nuevos Avatares que vinieron después de aquel inolvidable destructor de civilizaciones.

La ignorancia de las generaciones futuras apoyó el ciclo de destrucción que el Avatar oscuro había puesto en marcha, las personas que se enfocaban en sobrevivir olvidaron como leer o escribir, perdieron el conocimiento de sus antepasados y se limitaron a aislarse los unos de los otros facilitando así el camino de los seguidores del Avatar oscuro quienes aprovecharon el caos para volverse los titiriteros anónimos de los grupos rebeldes que cazaban al Avatar y fomentaban el odio entre la gente. A este grupo secreto se le llegó a conocer como "El Loto Rojo".

Por su parte, el Loto Blanco, la organización que durante generaciones había ayudado al Avatar en su misión por encontrar el equilibrio en el mundo, era cazado y castigado tanto como al Avatar mismo. La poderosa organización no pudo aplacar la furia que nació en los corazones de la gente luego de que el Avatar oscuro atacara Ciudad Republica, sin dudarlo las naciones los señalaron como culpables por permitir semejante catástrofe y de esa manera el Loto Blanco se vio forzado a desaparecer para garantizar la seguridad de sus miembros y luchar por la supervivencia de los nuevos Avatares que estaban por nacer en un mundo que solo buscaba eliminarlos.

Los secretos abundaban dentro de los Lotos, los únicos que en verdad conocían cada aspecto de su organización eran sus lideres, a partir de ahí la información se filtraba en forma piramidal, entre más bajo fuera tu puesto menos sabías sobre las verdaderas intenciones del Loto. En ese aspecto ambas organizaciones eran similares, pero de ahí en más se llevaba entre ellas una guerra silenciosa que se había extendido por siglos hasta alcanzar la actualidad.

Durante generaciones los nuevos Avatares lucharon sin éxito por enmendar el error del Avatar oscuro, lamentablemente la humanidad se encontraba demasiado fracturada y el planeta demasiado desgastado como para responder a los estímulos que les eran ofrecidos, cualquier esfuerzo parecía insignificante frente al problema que había entre manos. La vida continuó así durante siglos hasta la llegada de Korra, el Avatar que logro unir a los rebeldes con la gente de los asentamientos para crear una alianza consciente de la existencia del Loto Rojo y del legado del Avatar oscuro.

Korra nos llevó a la guerra contra el Loto Rojo y sacrifico su vida para salvarnos de ellos. La explosión de la isla principal del antiguo Reino Fuego fue el último lugar en el que Korra fue vista. A casi un año de la guerra es obvio que nuestro maestro de los cuatro elementos no logró sobrevivir su última batalla, la gente de la alianza venera su memoria con orgullo y respeto, pero el vínculo que me unía a ella me impide aceptar su muerte sin antes venir a ver con mis propios ojos el lugar en el que desapareció.

- ¿Señorita Sato? - Escucho la voz de Nevrik, el más joven de los dos maestros agua que se habían ofrecido para acompañarme en este viaje.

- Dame un minuto. - Respondo sin apartar la mirada del horizonte.

Hasta aquí llegaba la idea que me había estado impulsando hasta el momento. Un pequeño suspiro escapó de mis labios, no sé si lo que siento es decepción, tristeza o impotencia, pero esto es todo lo que hay, una isla deformada repleta de lava y escombro, nada más.

- Está bien, iré a avisarle a Hetam para preparar nuestra partida. - Nevrik hizo una pequeña reverencia y se dio la media vuelta marchándose hacia el lado opuesto de la isla, yo me limite a asentir con la cabeza sin dirigirle la mirada.

Luchaba por impedir que las lágrimas me corrieran por el rostro, ya había llorado demasiado, casi un año entero de penas y angustias manteniendo una esperanza delicada y absurda que al final no puedo justificar de ninguna manera. Esta búsqueda jamás iba a rendir frutos y yo lo sabía.

Apretando los puños con fuerza me aferraba a la imagen de la joven morena que tanto echaba de menos, era momento de dejarla ir. Las ruinas de la base del Loto Rojo y sus islas más cercanas habían quedado enterradas bajo una gruesa mezcla de escombro, lava y cenizas que imposibilitaban ver más allá de su endurecida superficie.

Las palabras de mis amigos volvían a mi cada vez que dirigía la mirada hacia el impresionante agujero en la tierra que había quedado después de la violenta explosión. La fuerza de la erupción había sido tal que le había robado la forma a la ya de por sí ensanchada conífera del volcán sobre la que alguna vez se había asentado el poderoso Reino Fuego.

"No hay manera de que alguién hubiera podido sobrevivir semejante infierno... ni siquiera el Avatar ¡El lugar ardió y tembló por meses!" Recordaba las constantes respuestas que recibimos por parte de los habitantes de los pequeños asentamientos cercanos a las islas cuándo les preguntamos sobre el impresionante acontecimiento.

Solo una isla había permanecido completamente intacta. Pequeña, insignificante y lejana conservaba su arena limpia y un follaje conformado de pequeños helechos y unas cuantas palmeras, la misma en la que nos encontrábamos en este mismo momento contemplando las huellas que el cataclismo había dejado atrás. Nuestra última parada, no había más territorios que explorar cerca del que alguna vez fue el corazón del Loto Rojo.

Esto había sido una promesa personal, venir a ver las ruinas de la explosión para por fin apagar el último destello de esperanza que me quedaba. Korra no volverá, es algo físicamente imposible, y por más doloroso que sea, debo forzarme a aceptarlo de una buena vez.

- Todo listo señorita Sato. - Habló Hetam, un hombre alto de tez morena, cabello negro y ojos verdes, el más experimentado de mis acompañantes y alguien a quién puedo considerar un amigo pues él es apenas un par de años mayor que yo y habíamos crecido casi a la par. - Si partimos ahora podremos alcanzar la costa del antiguo Reino Tierra antes del anochecer. - Añadió con optimismo.

Si tan solo abandonar la imagen de Korra fuera tan fácil. Pensé con la mandíbula fuertemente apretada y los ojos cerrados.

Con los pies pesados me forcé a caminar detrás de Hetam hasta alcanzar la balza en la que habíamos llegado, los dos hombres no dudaron en acomodarse de vuelta en la embarcación pero yo me detuve antes de subir el segundo pie. Giré la cabeza hacia atrás de un solo movimiento y permanecí estática por unos cuantos segundos antes de atreverme a alzar la voz e interrumpir el silencio.

- ¿Escucharon eso? - Volví la mirada hacia los hombres que simultáneamente negaron con la cabeza.

- ¿Qué cosa? - Preguntó Nevrik.

- No estoy segura... - Murmure temerosa de que mi voz fuera a impedirme volver a escuchar el débil llamado que parecía provenir de un lugar más allá del horizonte. - Algo como un aullido. - Dudé en dar aquella descripción pero no había encontrado una mejor palabra para ello.

- No. - Los dos hombres confirmaron después de haber intercambiado miradas entre ellos, una respuesta un tanto decepcionante.

- Saben... - Les dije mientras daba marcha atrás y retiraba el pie de la embarcación. - Creí que todo esto iba a ser más fácil. - Suspiré. - Venir a ver el cráter de la explosión y la magnitud que tuvo... - Negué con la cabeza. - Sé que la muerte de Korra es más que evidente. - Pausé mientras intentaba tragar el nudo que sentía en la garganta.

- La guerra no fue fácil para ninguno de nosotros... - Habló Hetam mientras Nevrik volvía a erguir un pequeño muelle de hielo en el que pudieran amarrar la embarcación. - Pero la mayoría fuimos más afortunados que usted, nadie más que usted perdió a toda su familia durante la guerra. - Afirmó con certeza la verdad que tanto me ha pesado desde que desperté en aquella cama en la clínica.

- No habrá agradecimiento que de abasto para llenar el vacío que la guerra dejó en su vida mi señora. - Pausó. - Pero lo cierto es que nuestra deuda hacia usted, a la memoria de su padre y la joven Avatar es una deuda imposible de pagar... Asami, le debemos la vida a nuestros valientes líderes que lo dieron todo por salvarnos de esta locura. - Dijo extendiendo su brazo para hacer énfasis sobre la imagen del cráter que había desbaratado lo poco que quedaba del enorme volcán del Reino fuego.

En silencio contemplé la devastación que había sido fruto de la ambición del Loto Rojo. Hetam tenía razón, Korra había alcanzado lo imposible, algo que muchos Avatares habían soñado. Había roto las cadenas que el Loto Rojo y el Avatar obscuro le habían impuesto a la humanidad durante tantos años.

- Lo menos que podemos hacer es acompañarla en su pena y otorgarle todo el apoyo que requiera durante esos momentos en los que se sienta atrapada en aquel terrible día que todos lamentaremos hasta el fin de nuestras vidas. - Me dijo con una cálida sonrisa y se puso de pie para bajarse de la embarcación. - Tenemos provisiones de sobra, bien podemos pasar aquí un par de semanas sin problema. - Me aseguró con tono reconfortante.

- ¿No les molesta que aquí no haya nada que hacer más que tomar el sol y nadar? - Sonreí limpiándome las lágrimas que inevitablemente me habían bajado por las mejillas. Los guardias miraron alrededor y se encogieron de hombros.

- No suena tan mal... - Respondió Neverik y Hetam rio levemente. La verdad era que ninguno de ellos estaba acostumbrado a quedarse sin que hacer, yo misma no sabía lo que era disfrutar de días libres, incluso durante mi recuperación llegué a detestar el tiempo muerto, pero ninguno de los tres nos mostramos desalentados por la idea de vacacionar en aquella isla.

- Tomemos un par de días de descanso. - Ordené sintiéndome un tanto aliviada.

Los hombres no perdieron el tiempo y de inmediato se dedicaron a establecer un campamento, yo por mi parte comencé a seguir las pequeñas huellas que el pequeño espíritu del zorro había dejado en la arena. Lo seguí hasta alcanzar el mar del otro lado de la isla y ahí a la orilla estaba Sai sentado con la mirada fija en el horizonte bien atento y sin mover ni un solo músculo.

- También lo escuchaste... - Sonreí sintiéndome aliviada. Con cuidado decidí retirarme las botas y el saco para poder tomar asiento enseguida de mi fiel acompañante espiritual para meditar a su lado con la esperanza de poder volver a escuchar algo que un humano sin experiencia jamás lograría oír. El llamado de un espíritu.


Día 338 del Eclipse.

Gyatso insiste en algo que llevo haciendo durante más de medio año, mantener notas de mis pensamientos y sentimientos con tal de... ¿Qué era? Liberar mi frustración, calmar mi espíritu... o lo que sea que siempre anda diciendo por ahí. Al inicio me dio esperanzas, ahora simplemente me ayuda a pasar la tarde. Sin memoria, sin talento y sin parte de una pierna ¿Qué más puedo hacer en esta alegre isla? Comer y dormir. Por más que eso le disguste a Piandao.

Ahora que lo pienso es irónico que escribir sea algo que sé hacer a pesar de no recordar cómo o en qué momento lo aprendí, tal vez por eso no he dejado de hacerlo. Es uno de los pocos vestigios que me quedan de la persona que solía ser antes del accidente.

Casi un año sin memoria alguna, no soy más que un contenedor vacío sin sentido o propósito, ando de aquí allá haciendo preguntas de todo lo que ya es pero que yo desconozco. Me desespero y me pongo de mal humor porque no hay nadie más en esta isla con semejante impedimento ¿Por qué yo? De todas las personas en este mundo tenía que ser yo la ingrata a la que se le quedara la mente vacía.

Que tengo que controlar mi mal genio, que tengo que mantenerme dentro de los límites de seguridad, que tengo que dejar de buscar problemas, que me tengo que quedar quieta, que tengo que cooperar... ¿Qué tan difícil puede ser lidiar con una mujer sin una pierna? Los monjes de la isla son más tranquilos pero Piandao no deja de lanzar órdenes en todas direcciones. Como si lo fuera a escuchar.

Piandao está cansado, siempre, todo el tiempo a todas horas se le ve terriblemente agotado o aburrido... es el único que pareciera saber más de lo que dice y aún así nada. Tantas cicatrices en su cuerpo, casi tantas como las mías, seguro ha de tener muchas anécdotas interesantes, pero el viejo aburrido prefiere sentarse en silencio y contemplar el horizonte durante horas sin fin.

Es obvio que tanto mi pasado y el de él están entrelazados, el maltrato en nuestros cuerpos lo demuestra, sé que mi pasado no puede ser feliz y brillante pues además de las cicatrices, de haber perdido una pierna y de tener quemaduras en todo el cuerpo, sufro de terrores nocturnos y un miedo irracional por los sonidos fuertes. De verdad quisiera poder darle pies y cabeza a la persona que soy... o solía ser.

¿Habré sido una maleante? Las cicatrices en mis nudillos así parecen indicarlo, seguro me dediqué a golpear a gente sin parar, Piandao tiene las mismas marcas y no me quiere decir a qué demonios nos dedicábamos antes de llegar a este lugar. Como si eso fuera a cambiar la realidad.

Esta es una isla tranquila llena de gente espiritual que no tiene más preocupación que la pesca y la agricultura. Piandao quiso convencerme de que este siempre había sido nuestro hogar, pero es obvio que ni él, ni Ikem, Shoji o yo encajamos aquí. El monje Gyatso fue quién presionó para decirme la verdad, no somos más que refugiados de una guerra en la que la gente de esta isla jamás participo.

La diferencia es obvia cuando ves el brillo en los ojos de los pobladores, sus miradas son tan puras y cristalinas mientras que las nuestras reflejan cierto recelo que es imposible de borrar, como si dentro de nosotros siempre nos encontráramos en espera de que algo malo fuera a suceder.

Al menos tengo a Naga, el espíritu de un perro oso polar que me acompaña en todo momento y en todo lugar, no sé de dónde salió o porqué me sigue, solo sé que ha estado ahí desde el primer día en el que abrí los ojos. Piandao, Ikem y Shoji solo la han visto un par de veces, es una fortuna que varios monjes y algunos niños del pueblo si logren verla porque de lo contrario la gente ya habría puesto en duda mi salud mental... más de lo que ya lo hacen.

Gyatso dice que nadie que tenga una conexión tan fuerte con un espíritu puede ser una persona mala, yo creo que es poco probable que el sabio de los espíritus pueda equivocarse pero eso me lleva de vuelta a la misma incógnita ¿Quién soy? ¿Por qué mi cuerpo tiene las marcas de innumerables peleas? Una persona de bien no anda por ahí buscando problemas. Al menos no bajo los ideales que los monjes imparten en la isla.

¿Habré sido una esclava? ¿Será por eso que Piandao luce tan deprimido y molesto todo el tiempo? Una vida de esclavitud le haría eso al espíritu de quien fuera. Al menos Ikem y Shoji no lucen tan trastornados como nosotros dos, al parecer no han sufrido tanto. Si tan solo uno de ellos le perdiera el miedo a Piandao y me pudiera compartir lo poco que saben. A pesar de que no parecen compartir el mismo pasado que el viejo y yo, estoy segura de que deben de saber algo.

En fin. Las especulaciones nunca dejan de desfilar por mi mente, el problema es que las respuestas nunca vienen.

Es hora de comer.

Eclipse.


Las entrañas del Loto Rojo.

Sin importar hacia donde dirija mis pensamientos me he dado cuenta de que mi mente es un enorme laberinto de paredes altas y anchas imposibles de penetrar. He tenido un año para pensar y repasarlo todo un par de cientos de veces y la realidad se niega a fallar a mi favor.

Nací y crecí dentro del Loto Rojo, mi nombre es Piandao y mi última posición dentro de la organización fue la de director de los maestros elementales. Una posición que adopté más por conveniencia que orgullo, cobardía es otra palabra que me viene a la mente... traición fue lo último que realicé al ocupar ese puesto.

El resultado de mis "buenas" acciones fue el mismo que tuve cuando era joven y recorría el antiguo Reino Tierra en busca de víctimas para aterrorizar, me resulta imposible no pensar que mi destino es así, no importa lo que haga mis manos siempre terminarán empapadas de sangre inocente.

Crecí rodeado de sangre y muerte, sacrificios y rituales los había por montones en la isla del Loto Rojo, los mejores peleadores eran venerados y reclutados mientras que los más débiles terminaban por morir tomando la forma de tristes y desdichadas ofrendas sangrientas y suplicantes. Nadie quería ser la ofrenda, pero tarde o temprano una lesión o enfermedad te empujaba del otro lado de la moneda y así muchos héroes caían a manos de gente más joven o audaz. En el Loto Rojo la gente nunca es permanente.

Yo fui un caso distinto, Gracias a mi madre nací con privilegio y el Loto Rojo me adoptó de inmediato luego de que la desdichada mujer muriera en labor de parto. La pequeña posibilidad de que yo pudiera heredar los poderes sobre el fuego que mi madre poseía bastaba para que la líder del momento, Azula, me reclamara como parte de su organización secreta. Afortunadamente para mí el poder del fuego corría por mis venas y mi instinto guerrero se encontraba bastante desarrollado. Jamás batallé para formar parte de la élite que trataba al resto de los rebeldes como basura desechable.

Siempre creí que ser un codiciado maestro elemental me garantizaba conocer todos los secretos de la organización, creí entender la misión que teníamos en este mundo, creí tener la razón sobre todos los demás y crecí con la seguridad de que lo que hacía era lo correcto... incluso si eso significaba matar, torturar y maltratar a gente que jamás me había perjudicado. El Loto Rojo reclamaba sacrificio y yo era uno de los tantos verdugos dispuestos a otorgarlo sin hacer ninguna pregunta.

Irónicamente nunca quise tener hijos, ese debió ser el primer síntoma que decidí ignorar, yo no quería tener una familia por temor a condenarlos a vivir como yo. Como si la sangre, los gritos y el llanto de mis víctimas no me generaran la satisfacción que se suponía debía sentir. No, en vez de eso me sentía molesto, los años pasaban y la furia que crecía en mi pecho era descargada sobre mis víctimas con la esperanza de que eso llenara el vacío que había en mi vida.

El Loto Rojo prometía el final de los tiempos, la vida no tenía sentido porque no existía futuro para la humanidad, el caos era todo lo que nos quedaba, ese era el orden natural de las cosas, nadie debía crecer en este mundo, nosotros debíamos destruir y aprovecharnos de los asentamientos de gente que ilusamente intentaban crear un futuro para sus hijos. ¿Cómo se atrevían a desafiar a la naturaleza de tal forma? La lucha y la muerte eran el único camino aceptable.

Hice cosas impensables, impronunciables, indescriptibles y lamentablemente no es algo que pueda olvidar. Jamás caí en batalla, los años pasaban y yo no moría, el mundo no se terminaba y las únicas desgracias que ocurrían en el mundo salían de la mano de la organización que me había visto crecer. Un asesino viejo y aburrido sin la oportunidad de redimirse ¿Qué más se supone que podía hacer? Yo formaba parte importante del Loto Rojo, no tenía el derecho de juzgarlos como algo ajeno a mí pues yo mismo había elaborado planes de ataques y asedios a distintos asentamientos. Yo mismo había planeado las mentiras que los rebeldes se encargaban de esparcir entre sus sociedades y de la persecución y asesinatos de los miembros del Loto Blanco.

No existió ninguna actividad del Loto Rojo en la que yo no me hubiera involucrado, mi puesto era elevado y respetado, presencié el cambio de liderazgo de Azula a P'li de la cual fuí maestro durante unos cuántos años.

A mis 63 años de edad puedo afirmar que la edad trae consigo prestigio dentro del Loto Rojo, pues como dije antes, en el Loto la gente no es permanente, todos mueren más temprano que tarde y los miembros como yo nos convertimos en algo así como una especie de pilar para las nuevas generaciones de monstruos que se engendran dentro del vientre de esta maldita organización.

Al volverme maestro se podría decir que declaré mi retiro del campo, no atormentaría a nadie más directamente, me limitaría a alimentar la retorcida imaginación de P'li llenándola de planes y estrategias en contra de nuestros enemigos y a entrenar a los nuevos reclutas.

Luego de ignorar el segundo síntoma de mi rechazo hacia la organización vino el tercero y el que debió ser el más obvio, proponer postergar la integración de los jóvenes maestros elementales al campo, no quería que salieran al mundo a seguir mis pasos así que propuse comenzar a buscar entrenamientos especializados para cada uno de sus elementos, maestros agua con la capacidad de sanar heridas, maestros tierra con la capacidad de manipular el metal o la lava y así para cada uno de ellos.

Ikem y Shoji son todo lo que queda de mi última clase, los demás murieron en aquella maldita rebelión causada por el Avatar, rebelión que nació de la inconformidad de los miembros del Loto Rojo y de los grupos rebeldes que anidaban en la isla principal cuando la falta de interés de P'li por su gente se volvió demasiado obvia.

P'li mató a más de los nuestros que el Avatar y sus aliados, algo que todos habrían podido pasar por alto si tan solo el secreto del Avatar oscuro y los maestros elementales no hubiera salido a la luz. Yo mismo no pude ignorar la relación que nuestra organización tenía con el origen de todas nuestras penas. Durante años pensé que perseguíamos al Avatar para hacerlo pagar por los errores de su vida pasada, jamás me habría imaginado que la orden de matar al maestro de los cuatro elementos provenía del mismo Avatar oscuro.

Sin embargo, la ironía más grande de mi vida se presentó aquella noche en la que intentaba escapar del infierno en el que se había convertido el corazón del Loto Rojo. Vi algo como una estrella envuelta en llamas flotando en el aire y después un cuerpo cayendo hacia el mar. Aún me pregunto si debí ignorarlo, pero al hacerlo y recordar su rostro me lleno de culpa. Tuve la oportunidad de ignorar al Avatar y dejarla morir ahí mismo. Si tan solo la voz dentro de mi cabeza se hubiera quedado callada.

Le ordené a Ikem y a Shoji salvarla y ahora estamos aquí, atrapados en una penitencia casi irreal. Rodeados de monjes y gente sonriente que jamás ha presenciado una pelea en su vida, me siento apartado de la realidad. ¿Por qué merecería vivir en un lugar tan limpio y puro luego de todo lo que he hecho a lo largo de mi vida? Aún no he podido probar que he perdido la cabeza, así que no me sorprendería despertar un día en una celda del Loto Rojo, muerto de hambre y delirando de sed a punto de ser llevado a la mesa de tortura de P'li.

Al menos La Guerrera del Sur lo ha olvidado todo, los monjes la llamaron "Eclipse" en honor al "brillo opacado de su espíritu". Lo que sea que eso pueda llegar a significar. El líder del pueblo, Gyatso, no deja de hablar en parábolas y reflexiones absurdas que a veces logran hacerme desear molerle la cara a golpes, si tan solo la genuina alegría y tranquilidad de su mirada no se interpusieran en el camino. Envidio su paz, eso es algo que no puedo negar y que hasta el momento me he negado a arrebatarles con estas manos que no hacen otra cosa que causar dolor y agonía.

Soy parte de la peor plaga que alguna vez haya tocado el mundo y me encuentro atrapado en un paraíso que no merece perecer. Vivo acompañado de la única esperanza de la humanidad, aunque un Avatar sin memoria no puede adoptar el papel que solía ocupar en la sociedad, no ignoro que ella aún representa algo valioso para el mundo.

¿Qué se supone que deba hacer? ¿Culminar mi misión como miembro del Loto Rojo y matar al Avatar? Ya lo hice una vez y no hubo ningún cambio. ¿Debería hacerle frente a mi traición y buscar otro camino lejos de mis retorcidos principios? Dudo que alguien de la alianza del Avatar pueda aceptarme. ¿Quitarme la vida? La idea no suena tan descabellada cuando me doy cuenta de que no tengo a dónde ir y, sin importar cuantas veces intente olvidar el pasado, nada se siente en su lugar.