Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 3

― ¡Guau! ―Cullen quedó sorprendido al verme en la oficina―. Oye, ¿no dormiste?

Con ese andar felino y su elegante gabardina adentró sin quitar su mirada de mí y dejó de forma brusca su maletín en el escritorio. Aún con el ceño fruncido y su semblante desencajado se sentó en el borde del escritorio y tomó en sus manos la taza de café que le ofrecí.

Había llegado antes que la mayoría. Agradecí que la cafetera estuviera programada y solo fue cuestión de servir.

― Soy una persona agradecida ―comenté, soltando un suspiro suave.

Me había despertado de buen humor y había elegido mi mejor atuendo para venir: un conjunto suit color marrón. Muy acorde con la temporada otoñal.

Fingió darle un sorbo al café, quizá solo se mojó los labios y dejó la taza en el escritorio.

― Isabella Marie…

― ¿Volvemos a las formalidades? ―inquirí en broma―. Anoche me dijiste Pookie, ese apodo que me diste hace años, no creí que lo recordaras.

Volvió ese gesto amargado a su rostro. Un semblante indiferente que consideré era su máscara.

― Estarás a prueba por estos dos meses. ―Su cambio de voz y formalidad me indicó que no podíamos ser amigos.

Sentía como si necesitara alejarme o, al menos, dejar claro que no cruzaría la línea que había interpuso. Estaba bien, tal vez era la mejor decisión que había tomado después de contratarme.

Le brindé mi mejor sonrisa y asentí.

Si él quería formalidades, aceptaba con gusto.

― ¿Cuáles serán mis responsabilidades? No me diste un horario.

― Ah… ―exhaló a la vez que pasaba su mano por su pelo y tiraba un poco de las hebras― tendrás horario flexible.

Junté las cejas al escucharlo.

― ¿Qué significa?

― Que muchas veces te querré aquí temprano y tendrás que salir tarde… conmigo. Es decir, cuando yo deba irme ―caminó hacia el perchero y colgó su gabardina―. Espero que no tengas problemas con tu novio por ello. Aquí es importante ser responsable.

Desde luego que no le diría que no tenía novio. Esa parte humillante de mi vida estaba reservaba para mí.

― No creo que haya problema ―puntualice.

Cullen seguía teniendo su mirada clavada en mí.

― Bien ―murmuró―, esta época es la que más demanda tenemos. Las fechas decembrina son buenas para la compañía.

Su voz denotaba orgullo que me hizo empatizar con él. Yo nunca tuve una oportunidad como la tiene él con la agencia de su padre, estaba convencida que si Charlie me hubiese incluido, mi emoción sería el triple.

― Sí seré tu asistente, supongo que sabes bien por dónde empezaré. ¿Cuál es mi lugar?

Su mentón apuntó hacia afuera de las paredes de cristal; seguí su mirada y vi al único escritorio frente a su oficina.

¡Qué genial! Estaré exactamente frente a él, bajo su acecho todo el tiempo.

Suspiré resignada. Me estaba imaginando siendo una esclava estando bajo su dominio.

― Ahí está todo el trabajo que tienes por hacer ―rumió―. Cierra la puerta cuando salgas.

Resoplé ruidosamente y caminé sin importar el taconeo de mis zapatos. Llegué al escritorio y miré extrañada el montón de dossier apilados, eran cuatro torres, cada tapa decía un año distinto.

Lo que me hizo suponer que eran archivos viejos. Pero ¿qué hacían aquí?

Levanté mi vista y lo vi. Estaba fingiendo que miraba la laptop, lo cual era mentira, lo sabía por su sonrisa burlona.

Volví sobre mis pasos a su oficina. No me molesté en tocar, solo entré con mucha confianza y también indignada.

― ¿Qué significan todos esos archivos sobre mi escritorio?

― Es una de tus primeras pruebas ―mencionó sin levantar la vista―. Son archivos que nunca se guardaron en el sistema, ya sabes, antes todo se guardaba en dossiers. Mi padre tenía un sistema anticuado para trabajar, yo no. Así que necesitaré que todo esté listo hoy mismo.

Apreté mis puños. Las uñas se enterraron en mi piel y por mi vida que no sentía dolor. Quería abalanzarme sobre Cullen y arañar su estúpida cara y quitar para siempre la mueca de burla de sus perfectos labios.

― Lo estás haciendo a propósito. Lo haces para molestarme ―logré decir entre dientes, mi respiración estaba agitada e intentaba calmarme.

― Tu cara está enrojecida, parece que quieres lanzar fuego por la boca y tus ojos… ―se estremeció― sí que me das miedo.

No vas a poder conmigo, Cullen.

Asentí con lentitud.

― Te demostraré quién soy ―lo reté.

― Eso estoy esperando ―masculló.

Exhalé hondamente y volví a mi lugar. No haría aspavientos ni muecas, tomaría todo con calma. Me dispuse a empezar mi primer día laboral maldiciendo al amargado Cullen.

― ¿Qué hace una Swan por aquí?

Levanté la vista al chico desgarbado que me miraba con curiosidad detrás de unas enormes gafas de aumento.

Le sonreí amable.

― Los vientos otoñales me arrastraron hasta aquí ―dije.

El chico tenía unos graciosos hoyuelos en las mejillas que se notaba más cuando sonreía.

― Soy Eric ―estrechó mi mano con suficiente fuerza mientras la sacudía― Presiento que tú y yo pelearemos por el empleado del mes. Te advierto que nadie me ha derrotado.

― Seguirás invicto. Posiblemente termine largándome de aquí.

Apoyó sus manos sobre la mesa de escritorio e inclinó su rostro, viéndome a través de los gruesos cristales de sus anteojos.

― Edward no es malo, solo está fingiendo para ganarse el respeto de nosotros. Todo esto para él también es nuevo.

Fruncí los labios.

»Ven aquí… ―tiró de mi mano llevándome con él al centro de la oficina―. ¡Oigan todos! ―Exclamó. Algunos compañeros que estaban caminando se reunieron en un círculo. Para mí eran caras desconocidas, aunque estaba segura que no era yo para ellos―. Swan se incorporó hoy a la agencia Cullen, seguramente necesitará de nuestra ayuda, seamos amables.

Fue bochornoso cuando los presentes aplaudieron y vitorearon mi nombre.

― Bienvenida ―una chica alta y sumamente delgada estrechó su mano con la mía y me brindó una enorme sonrisa―. Soy Bree, la analista de marketing. Estoy segura que nos llevaremos bien ―se acercó a mi oído y susurró― tendrás qué decirme el tipo de brebaje que usaste para que Edward esté de buen humor.

Miré hacia la oficina. Cullen estaba a mitad de pasillo, parecía que se debatía en acercarse a nosotros. Lo curioso era la inmensa sonrisa que esbozaba, se veía feliz y no tenía esa cara seca de amargura con la que me hablaba.

― Te juro que querré saberlo también ―musité en broma.

La sonrisa de mis labios se mantuvo mientras iba siendo recibida por abrazos y muestras de afecto.

Desde mi vista periférica aprecié como Edward se alejó volviendo a su oficina.

No sabía cómo sentirme respecto a él. Aunque sentía su indiferencia, no comprendía el porqué me había dado una oportunidad.

XX

Dos semanas en la agencia Cullen y me seguía preguntando: ¿cómo estaba viva?

Edward se había propuesto a ser mi verdugo personal. Me llenaba de trabajo y estrés cada día, sin contar que me hacía llegar temprano, casi siempre era la primera y la última en irme. Gracias a ello empecé a padecer insomnio y en mis días laborables no tenía tiempo de alimentarme como era debido.

Quizá había perdido peso.

La vida apestaba y no era por culpa de Lu.

Mi gatita al fin había tenido su día de spa.

Estaba disfrutando de un lindo y frío sábado. Por primera vez Cullen no molestó con tonterías y me permitió ser feliz.

También estaba siendo complicado resistirme y rechazar todas las invitaciones de mis compañeros. Sabía que los viernes se iban a un bar donde se desconocían entre ellos y terminaban compartiendo saliva y cama.

No gracias.

― Señorita Swan ―la dependienta se dirigió a mí y puso el transportador de Lu sobre el mostrador, mi gata maulló con recelo al verme―. Lu atacó a un perrito y la tuvimos que guardar, le lastimó un ojo.

― ¿Cómo? Si mi Lu no es agresiva ―respondí. Dirigiéndome a mi esponjosa gata, le hice mimos y ella miró hacia otro lado.

Lu era una gata pulcra que solo estaba acostumbrada al spa, ella no podía soportar estar sucia y menos sería capaz de agredir.

― Señor Cullen ―mi sangre corrió hasta mis pies al escuchar a la dependienta hablar con otra persona.

― ¿Cómo es posible que agredieron a mi perro? Y un gato hediondo.

La señorita me dirigió una mirada avergonzada. Ah, si ella supiera ―rodé los ojos.

― Sultán está bien, solo fue un rasguño el que recibió ―lo tranquilizó.

― Lu no es ninguna gata hedionda ―protesté, encarando a mi jefe.

Edward me fulminó con la mirada al darse cuenta que era yo la dueña de Lu.

― No puede ser que seas tú, ¿estás aferrada en arruinar mi vida? ―articuló mientras caminaba hacia un precioso y enorme perro San Bernardo que salía con un arnés especial atado a su pecho.

Edward Cullen se inclinó con su elegante gabardina a acariciar al gigantesco perro llamado Sultán.

Bien. Estaba convencida que este percance sería otro motivo para que me odiara.


Hola, ya verán como estos dos tienen más en común de lo que creen. Por lo pronto hasta sus animalitos se odian.

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Gracias totales por leer 🍂