Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 8

Me estremecí. Lo hice cuando algo baboso recorrió mi mejilla y mandíbula. No presté atención a qué era realmente, solo me acurruque en una mullida almohada con olor a Dior. Esa fragancia estaba impregnada en mi cerebro.

Volvieron a lamer mi cara ―sonreí.

― Lu ―murmuré sin abrir los ojos, busqué a tientas a mi peluda.

Esa lengua salivosa estaba aprovechando al máximo mi momento de trance. Solté unos quejidos que fueron más gemidos; abracé un cuerpo grande, caliente y peludo. Me acurruque en ese calor… ¡Un momento!

Abrí los ojos y con horror miré a un monstruo peludo en mi cama con la baba cayendo. ¡No! No era mi cama, tampoco mi habitación y ese peludo era…

Alarmada y casi a nada de que la presión hiciera de las suyas, me senté en el medio de la amplia cama con sábanas blancas como la nieve.

Miré rápidamente bajo las mantas; estaba mi ropa de la noche anterior en mi cuerpo, eso me dio tranquilidad.

Adormilada bajé a trompicones de la cama, parte de la sábana se enredó en mis piernas. De pronto las cortinas se corrieron de forma automática hacia los lados mostrándome la vista más espectacular detrás de los ventanales.

Podía apreciarse la ciudad entera bajo el cielo grisáceo de noviembre.

― ¡Sultán! ―La voz de Edward me hizo girar hacia él. Abrí la boca; una toalla blanca envolvía sus caderas y nada más―. Oh, despertaste, pensé que seguirías roncando hasta el mediodía.

― ¿Qué hago aquí? ―interrogue―. ¿Por qué estaba dormida en tu cama?, ¿dónde dormiste tú?, ¿por qué no me llevaste a casa?

― Estabas dormida. Porque no tengo otra cama. Dormí en el sofá. Porque me pediste que te trajera a mi casa. ―Respondió burlón.

Detestaba su sonrisa tan perfecta.

― Oh no… ―restregué las palmas en el rostro.

No debí beber como lo hice.

Flashes de la noche anterior se colaron en mis pensamientos.

En todos y cada uno le suplicaba porque me trajera a su casa. Era vergonzoso como el alcohol puede hacerte humillar y convertirte en la persona que no eres.

― Oye, no pasó nada ―me hizo mirarlo, sus dedos bajo mi mentón me pusieron nerviosa. Había una tensión extraña entre nosotros y era innegable―. Nunca me aprovecharía de una mujer alcoholizada y menos de ti.

― Fue estúpido embriagarme.

― No eres buena con el alcohol, Pookie ―repito de nuevo esa frase, parecía que se estaba convirtiendo en un mantra entre nosotros―. Francamente no me gustaría saber qué haces eso a menudo.

Sacudí la cabeza.

― Claro que no. Solo que tu humor me hace querer emborracharme y olvidar que existes.

Sonrió cínicamente.

― Sucede que necesitas mi atención en ti ―me dio un guiño―. Te gusto y detestas que no haga lo imposible por ganarme tu atención.

― Eres bueno para armar guiones de novelas románticas ―me burlé―. Debiste ser escritor.

― Tal vez debería escribir un libro ―me siguió la broma―. Uno donde la protagonista se llene de rabia porque el increíble, guapo y sexy protagonista estelar no la quiere.

Caminó descalzo y presumido. Tal como era él. Entró al closet y regresó vestido únicamente en un bóxer negro, diminutas gotas se arrastraban por su piel, recorriendo pecho y hombros.

Seguí una de esas tantas gotitas, la vi perderse más allá de un leve rastro de vellos y bajar hasta la "V" marcada de su bajo vientre.

»No preguntaré si ves algo que te guste, sería muy redundante ―añadió―. Porque sé que te gusto. Perdiste, Pookie.

Rodé los ojos. Di media vuelta y me centré en la majestuosa vista que proporcioba su penthouse.

Edward bufó. Fue mi momento de sonreír porque lo estaba ignorando. Sultán se acercó a mí restregando se enorme cabeza en mi cadera, me giré hacia él peludito y lo acaricié.

La baba seguía colgando de su hocico.

― Entiendo que necesitas ser salvado de este ogro ―comenté a la vez que rascaba la cabeza peluda. Los ojos caídos y tristes del enorme perro no dejaban de verme.

― Sultán ahora te adora ―dijo Edward.

Genial. Me adoraba, ahora sabía que su lengua pasando por mi rostro era señal que me quería.

― ¿No vas a vestirte?

Edward negó.

― Uso poca ropa cuando estoy en casa.

― Pero no estás solo ―rebatí.

― Tienes que arruinar los mejores momentos ―gruñó internándose en el closet.

Deambulé por el espacioso lugar. El lujo y la sofistificación estaban por doquier, se notaba el buen gusto en cada cuadro que colgaba de las paredes, pero lo más maravilloso era la enorme cocina cromada. Pasé la punta de mis dedos por el granito de la encimera.

La combinación de negro y plateado se veía bien.

Seguí conociendo cada rincón después de salir de la sala de cine adentré en una enorme habitación ―abrí la boca al descubrir que era el vestidor donde estaban las gabardinas acomodadas por colores, los espejos de tamaño gigante me dejaron sin palabras.

Con mis pies descalzos continué mirando el elegante vestidor. Los trajes estaban ubicados en la última parte, la del rincón y supe que quizá eran la última opción para usar. También miré la gran cantidad de botas y zapatos.

El espacio de las fragancias me quitó el aliento. Husmee cada una y sentí como si los brazos del ogro me envolvieran.

― Te gusta mi olor… ―su voz aterciopelada gruñendo en mi oído.

Mi corazón palpitó como loco y la humedad en mis bragas creció. Estaba respirando agitadamente.

Y sus manos en mi cintura no ayudaban.

Tomé una honda bocanada de aire y me giré hacia él. Estaba muy cerca, mucho. Apenas podía moverme y sus manos seguían en mi cintura.

― Sí ―admití, viendo fijamente sus ojos verdes.

Se inclinó lentamente y mis nervios se dispararon ¡él iba a besarme!

― Tú ganas… ―murmuró sobre mis labios― me gustas mucho.

Su boca se estrelló en la mía con tanta pasión, apenas y podía responder su beso hambriento.

Entonces no me quise quedar atrás, poniéndome sobre las puntas de mis pies enredé mis manos en su nuca y lo atraje. Sincronizando mi boca con la suya.

― Edward… ―gemí su nombre restregando mi cuerpo contra el suyo. Era una maldita descarada, pero todo era válido porque tenía necesidades.

Sus manos se arrastraron por la redondez de mis nalgas y las amasaron con fuerza.

― ¿Qué quieres de mí? ―Preguntó con sus labios perdiéndose en mi cuello.

― Todo. ―Fue lo único decente que pude articular.


¿Será que se puede declarar empate? Ambos están locos por ellos mismos y creo que se han dado cuenta.

Les agradezco mucho su interés por la historia, por los reviews y favoritos. Nos leemos pronto.

Gracias totales por leer 🍂