Capítulo 19

Robin's Pov

Observé el techo de mi habitación, sin ganas y sin tener nada mejor que hacer. Mis ojos estudiaron meticulosamente el ladrillo y la madera, preguntándome qué era exactamente lo que le impedía a la estructura derrumbarse en ese preciso instante.

Cansado, suspiré a la vez que giraba la cabeza hacia la ventana. Cuánto quería dar un paseo por el bosque así poder despojarme de esa angustia que me carcomía por dentro aquellos días. Pero no podía hacerlo, tenía prohibido salir del castillo. Padre decía que era mejor evitar problemas con los Merryweather después de lo ocurrido, así que suspendió mis deberes temporalmente, alegando que quedarme entre los muros del castillo era lo más sensato.

Estaba bastante enfadado por los comentarios de Ser Benjamin aquella noche. Yo, en cambio, pensaba que tenía toda la razón del mundo en enojarse y despreciarme como lo hizo. Había fracasado estrepitosamente en lo único que me había encomendado. Era como si hubiese traicionado su confianza. Por no hablar de que me defraudé a mí mismo, también, poniendo en peligro la vida de la persona que más me importaba.

Las copas de los árboles se extendían a lo lejos, empezando a teñirse de un verde intenso. Ya llegaba la primavera al valle. Dejé que mi mente divagara una vez más, era lo único que podía hacer. Pensar.

«¿Qué estarás haciendo ahora, princesa?» —¿estaría tan aburrida como yo? Estaba bastante seguro que su tío también la tenía a buen recaudo en la mansión.

Decidí echarme una siesta, ya que faltaba mucho para la cena. Pensar demasiado solo haría que me sintiera peor. Cerré los ojos solo para volverlos a abrir de inmediato cuando escuché un revoloteo junto a un graznido familiar. Un halcón se posó sobre el alféizar de mi ventana abierta. Portaba un mensaje en el pequeño estuche amarrado a su pata.

Lo reconocí al instante. Era el halcón de mi hermana.

Me incorporé enseguida, acercándome al ave inquieta que estiraba sus alas. Había recorrido una larga distancia. Tomé el papel enrollado que llevaba, desplegándolo para leer las pocas palabras que había escritas. El mensaje era corto, pero lo suficientemente claro como para hacer que mi corazón diese un vuelco al terminar de leerlo.

Maria ha desaparecido. Ven cuanto antes, por favor.

Loveday.

En un abrir y cerrar de ojos, me puse mis botas y me cambié a mi ropa de calle. Con una leve caricia, le di permiso al ave de volar de vuelta a su dueña. No tenía tiempo que perder escribiendo una respuesta. Miré hacia abajo. Estaba bastante alto, pero eso no me detendría. Ya me había escabullido por allí un montón de veces.

Subí y alcancé la repisa que asomaba por el muro del castillo, con cuidado de no caer podría pasar de ventana en ventana hasta llegar a las escaleras de atrás y escabullirme por ahí.

Había intentado mantener la compostura y no acceder al impulso de ir a ver a Maria después de lo ocurrido. No deseaba causarle más problemas con su familia de los que debía tener ya. Pero las cosas se habían torcido y en ese punto ya me daba igual si Ser Benjamin me echaba a patadas de la mansión. Sabía por qué Loveday me había llamado y no dudaría en estar ahí en la búsqueda de Maria. Eso era todo lo que importaba.

Tras cruzar todo el bosque lo más rápido que pude, me hallé a mí mismo frente a la fachada de la gran casa. Sin esperar a que me dieran la bienvenida ni me anunciaran, entré por la gran puerta que se hallaba abierta, seguramente obra de mi hermana, y pasé al gran comedor donde sabía que estarían todos.

Efectivamente, el panorama era desolador. La señorita Heliotrope parecía estar a punto de desfallecer en cualquier momento. Ser Benjamin andaba de un lado para otro en la sala, visiblemente nervioso. Loveday fue la primera en advertir mi presencia, dado que esperaba por mí. Los dos criados, Digweed y Marmaduke, siguieron su mirada a la puerta, sorprendiendose por mi presencia.

—Joven Robin —habló el mayordomo, atrayendo la atención de la mujer mayor y el hombre que estaba a punto de abrir un surco en el suelo de tanto caminar. Su gesto preocupado se torció y mostró una mueca de disgusto que no se molestó en ocultar. Reprimí un suspiro. No era eso lo que me preocupaba en ese momento.

—¿Qué hace él aquí?

—Lo he llamado yo —envió relámpagos con su mirada a mi hermana, la cual se levantó para acercarse y darme un abrazo de bienvenida. Su rostro mostraba tristeza, afectada por la situación. Mantuvo un brazo entrelazado con el mío y se enfrentó a su marido, intentando mantenerse firme pese a sus ánimos—. Si queremos encontrarla, él es el único que puede ayudarnos.

—Podemos ocuparnos por nuestra cuenta, no necesitamos más obstáculos en esta búsqueda.

—¡El único obstáculo que está en el camino es tu orgullo, Benjamin! ¡Agradecería que te lo guardaras porque en este momento no nos sirve de nada para encontrar a Maria! —estalló, haciendo callar a su esposo, quien respiró profundamente antes de sentarse en una silla.

—¿Qué ha pasado? —pregunté a nadie en particular. Estaba seguro de que no se habría ido sin razón aparente, por mucho que le agobiara su encierro. Podía estar irritada, pero jamás jugaría con la preocupación de todos por una simple rabieta. Había algo más.

—Digamos que tuvimos una discusión y la opinión de mi sobrina difiere mucho de la mía —explicó a grandes rasgos, negándose a indagar más sobre el tema. Era evidente su desconfianza.

—¿No se ha llevado ropa consigo? —mi hermana negó levemente.

—Todo está en su lugar. Debió salir por el pasadizo secreto.

—Tendría que haber tapiado esa condenada entrada —murmuró entre dientes el hombre.

—Es evidente que está bastante molesta —indagué, llevándome miradas que confirmaban mis sospechas. Fuera cual fuera la riña que tuvieron, a la princesa la había disgustado mucho—. No creo que haya ido muy lejos. ¿Hace cuánto que no se sabe nada de ella?

—Esta mañana fui a intentar que comiera un poco más de la ración que le había dejado Marmaduke —explicó la rubia—. Al ver que no me respondía, empecé a preocuparme e intenté entrar en la habitación. La puerta principal estaba atrancada, pero se ha dejado la del pasadizo abierta, señal de que escapó por allí sin que nosotros pudiéramos advertirla.

—Entonces, puede que se haya marchado la pasada noche —pensé en voz alta.

—Es lo que creemos más factible. Ayer sí había comido algo de su cena —el cocinero se mostró seguro de esta teoría.

Eso significaba que Maria llevaba casi un día desaparecida.

—Moonacre es muy grande, tardaríamos días en rastrear la zona —Ser Benjamin hacía su mejor esfuerzo por mostrarse tranquilo pero estaba fallando estrepitosamente.

Me detuve a pensar un momento, estudiando los lugares a los que podría haber ido. Era prácticamente imposible que estuviese lejos de Moonacre, debido a que no llevaba ningún tipo de maleta o provisión para viajar tan lejos, por no hablar de que el tiempo no estaba de su parte para recorrer tan larga distancia en tan pocas horas.

Quitando esa posibilidad, solo se me ocurrían varios lugares más en los que pudiese estar. El anfiteatro, pero lo descarté. Era demasiado obvio como para que estuviese allí. Tenía que ser un lugar discreto, en el que pudiese sentirse segura de que no la encontrarían tan fácilmente. Pensé en la cabaña de Loveday en la cueva. Parecía factible, pero no era un lugar muy acogedor desde que mi hermana lo vació al completo, dándole su estado natural a la gruta. El pueblo no era una opción y ni hablar de los alrededores del castillo De Noir.

Restando todo eso, solo me quedaba un sitio en el que fijarme. Un destello de sospecha y satisfacción por creer haber resuelto el dilema me brilló en los ojos. ¿Cómo no había sido mi primera opción? Todos a mi alrededor esperaban que dijese algo, dándose cuenta de que probablemente había averiguado algo interesante.

—Creo saber dónde puede estar.

—¿Ah, sí? Pues ya puedes ir cantando, muchacho —Loveday recriminó con un chasquido el tono hostil de su manido, acallándolo.

—Con todo respeto, Ser Benjamin, pero me parece que sois las últimas personas a las que desea ver en estos momentos. La conocéis, Maria es firme en sus decisiones. Dejadme hablar con ella. Tal vez pueda convencerla.

—¿Crees que voy a dejar que eso suceda, chico? Dinos dónde está y nosotros, su familia, ya nos encargaremos de lo demás —estaba empezando a cansarme de su actitud. Una cosa era que estuviese enojado, pero ese no era el lugar ni el momento de dejarlo salir en mi contra. Mi paciencia tenía un límite, una paciencia que me había costado adquirir con el tiempo.

—Ser Benjamin —por primera vez desde que había llegado, la institutriz se pronunció. Su rostro estaba descompuesto, visiblemente angustiada—. Maria lleva fuera más tiempo del que lo ha estado jamás. No sabemos absolutamente nada de ella, si está bien o le ha ocurrido algo —tragué saliva ante la idea—. Está sola, en alguna parte. Por favor, si Robin es el único capaz de traerla de vuelta sana y salva, lo demás es irrelevante —trataba de mantenerse calmada, pero pude ver como se limpiaba las lágrimas con discreción usando su pañuelo. Digweed le sostenía las manos cerca, tratando de reconfortarla.

—Está bien —con un pesado suspiro, el hombre terco cedió finalmente. Sentí alivio y como mis músculos se destensaban un poco. Se dirigió a mí una vez más, sus ojos oscuros implacables—. Espero que sepas lo que estás haciendo. Si algo le pasa a mi sobrina, será culpa tuya, De Noir. Recuerda eso.

—Lo haré, señor —con un lento asentimiento, me aparté del agarre de Loveday y le di una última mirada antes de marcharme por donde había venido. Me sumergí entre el verde bosque, sabiendo muy bien dónde debía ir.

Caminé cautelosamente por el hueco iluminado por las antorchas que no hacía mucho coloqué para que se pudiese ver bien por dónde se iba. Maria me había dicho que sería bueno hacerlo para las veces que utilizáramos los pasadizos en el futuro y así se hizo.

Ver el fuego prendido una vez entré por el hueco del árbol, me dio la buena señal de que había alguien abajo. Seguí el rastro y terminé reconociendo el pasillo por el que me guiaba la luz. La morada de la primera Princesa de la Luna.

Cuando llegué a la habitación subterránea, me detuve por unos momentos frente a la puerta entornada. La abrí del todo sin hacer ruido, dando un vistazo al lugar. Había costado un poco remodelarlo. Maria se encargó de todo, la limpieza, arreglar los muebles y darle un aire más acogedor. De alguna manera, sentía que era su deber como princesa y así se sentía más conectada con el pasado.

No tardé mucho en encontrarla. Mis ojos se posaron en la cama que había al final de la habitación, pegada a la pared hecha de raíces. Una figura acurrucada en sí misma se escondía bajo las sábanas. Su cabello rojizo se extendió sobre la blanca almohada, dándole un aire etéreo a su sueño. Me acerqué hasta pararme junto a ella, observando desde arriba con el ceño fruncido.

Había estado llorando. Las manchas que dejaron las lágrimas aún persistían en sus mejillas. Advertí que sostenía algo en su mano, justo pegado a su cuello. Apretaba el collar de su madre, aferrándose a él a modo de consuelo. Dejé salir un pesado suspiro. No me gustaba verla así.

Con cuidado de no asustarla, le sacudí el brazo con suavidad. Sus ojos se abrieron con lentitud, denotando cansancio y sueño acumulado. Al interceptarme a su lado, frunció el ceño, confundida en un primer lugar. Seguramente pensaría que estaba soñando aún. Se incorporó y yo no aparté mi agarre sobre su brazo cuando lo hizo.

—Robin —parpadeó, intentando centrar su atención y espantar el sueño. Asentí ante la pregunta no expresada. Apartó mi mano de su brazo y la sostuvo entre las suyas. Cuando sus ojos volvieron a encontrarse con los míos, nuevas lágrimas cayeron silenciosas por sus mejillas antes de fruncir los labios—. Has venido —susurró.

La atrapé en brazos tan pronto se inclinó hacia mí, agarrando mi chaqueta con fuerza. Mis manos pasearon por la parte alta de su espalda, sosteniéndola mientras se desmoronaba sobre mi hombro, rompiendo en sollozos. Cerré los ojos con fuerza, pasando saliva pesadamente. La dejaría hacer hasta que ella quisiera. No importaba si nos quedábamos allí para siempre, por lo que a mí respectaba, los demás podían irse al diablo. Le habían hecho daño, jamás la había visto tan triste. Ella, que siempre era toda sonrisa, risas y optimismo. A veces un poco de travesuras, descaro y un toque de arrogancia.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, ni cómo terminamos los dos sentados en la cama. Yo apoyado en el cabezal y ella en mi pecho, abrazándome por la cintura. Acaricié su cabello, embelsándome con los mechones de ese color tan peculiar.

—¿Qué ha ocurrido, Maria? —pregunté, rompiendo el pacíficio silencio, Había dejado de llorar hace rato, pero no dijo nada desde entonces. No quería presionarla, pero necesitaba respuestas para entender mejor la situación.

Su agarre tembló, lo pude sentir a través de la tela. Estaba pensando en cómo abordar el tema, debía ser duro de explicar para ella. La oí tomar aire antes de que finalmente hablara en un hilo de voz.

—Mi tío va a enviarme a Londres.

No sabía que una simple frase tuviera el poder suficiente, aunque esas no fueran sus intenciones, para hacerme tanto daño.

Maria's Pov

—No quiero ir, Robin —supliqué a sabiendas que él no podía intervenir en esa decisión.

Pasé días en mi habitación, negándome a ver a nadie, sin apenas comer o dormir. Las noticias me habían golpeado más fuerte de lo que creí. Lo único que sabía hacer era lamentarme tumbada en mi cama o deambulando por el cuarto. Hasta que noté que allí dentro me ahogaba, fue entonces que decidí irme a la casa bajo el árbol. Nadie se imaginaría que estaba allí, no sabían dónde quedaba el lugar.

Bueno, todos excepto Robin.

Agradecí en silencio su presencia, sin poder evitar volcarme en él, en el apoyo que me brindaba. Que él estuviese allí me llenó de alivio, paz y consuelo. Me hacía sentir menos sola en esa situación.

—No puedo dejar Moonacre. Este es mi hogar. Todos los que conozco están aquí. ¿A quién tengo en Londres? Absolutamente nadie —me crucé de brazos, más tranquila por el momento. El chico De Noir no dijo nada, tan solo me miraba con una expresión ilegible en su rostro—. Porque sea mi tío eso no le da derecho a tomar decisiones que deberían ser mías —detuve mis ojos en él, observando sus reacciones—. ¿Te ha mandado él a buscarme?

—Loveday me envió un mensaje avisando de tu fuga, después me presenté en tu casa —explicó rápidamente, rehuyendo mi tono que lo acusaba por ello.

—¿Y mi tío no te fusiló al instante? —hice un intento de burla, rodando los ojos.

—Creeme, ganas no le faltaron —resopló.

—Siento si te ha tratado mal en mi ausencia —murmuré, apenada por lo que tuvo que aguantar. Negó con la cabeza, restándole importancia como siempre a los asuntos que creía que le molestaban.

—Tiene derecho a estar molesto. Ese hombre se preocupa por ti como si fueras su propia hija, Maria —agaché la cabeza ante eso—. Me ofrecí en venir a buscarte cuando averigüé dónde te escondías. Sabía que no querrías hablar con él, así que pensé que si venía yo, tendrías un poco más de consideración —sonreí tenuemente—. Están todos muy preocupados por ti.

—Me puedo hacer una idea, sobre todo la pobre señorita Heliotrope —asintió levemente, haciendo que me sintiera fatal—. No era mi intención hacerles daño, pero necesitaba alejarme de allí, pensar sin sentirme enjaulada.

—Lo entiendo y creo que ellos también. Tan solo quieren que regreses sana y salva —acarició mis nudillos, trazando formas en el dorso.

—Pero si vuelvo no habrá nada que impida mi partida, la cual creo que es inminente por lo que he oído —los pasillos eran extremadamente convenientes en cuanto al eco y me permitió escuchar alguna que otra conversación entre Loveday y su esposo, para más tarde volver a refugiarme entre las paredes de mi habitación.

Hubo un silencio entre nosotros. Fue raro, como si pensara en algo delicado de decir.

—Maria —habló despacio, mirándome fijamente—. Sé que no quieres ni escuchar hablar del tema, lo entiendo, pero también creo que deberías considerarlo detenidamente —lo observé con incredulidad al principio, alejándome de su toque, retirando mi mano de la suya. Pude vislumbrar un destello de dolor en sus ojos que me hizo estremecer.

—¿Tú también quieres que me vaya? —hablé, dolida. No me lo hubiera esperado de él.

—No, no es eso —la urgencia sonó en su voz, negando con la cabeza—. Sin embargo, tu tío es bastante terco y hará lo que crea conveniente creyendo que es en tu beneficio. Los eventos pasados lo han alarmado bastante.

—Pero eso ya está solucionado, Luke se irá en el próximo barco que zarpe del puerto de Silverydew para no volver —así se lo había comunicado el capitán Rogers a mi tío y él se lo contó a Loveday, la cual me informó a través de la puerta para que me quedara más tranquila.

—Aún así, él no se va a conformar con eso.

—Si lo dices porque está disgustado contigo, me da igual, no me va a impedir que siga pasando tiempo contigo y los chicos —sonrió de lado ante mi obstinación—. No iré a Londres por sus estúpidas paranoias, ¡es ridículo!

—¿Y qué hay de tu futuro? —fruncí el ceño, todavía de brazos cruzados. Parpadeé, deteniéndome en esa pregunta.

—¿Qué quieres decir?

—Creo que tu enojo no te deja ver las cosas con claridad. Londres te ofrece muchas oportunidades, es la ciudad donde naciste.

—Lo que veo es que esa ciudad me aleja de aquí.

—¿Y qué pretendes? ¿Vivir en el bosque como lo hizo Loveday? —miré en otra dirección, algo avergonzada porque hubiera averiguado mis intenciones tan rápido—. Tengo constancia de que mi hermana no fue feliz durante esos años, Maria, sé que lo sabes. Ella ama a su familia y le dolió tener que apartarse de todos, pasó mucho tiempo sola.

—No estaré sola, te tengo a ti —cerró los ojos por un momento.

—Sabes que nunca te dejaría sola, pero no podrías volver a tu casa, dejarías de ver a tu familia. No dejes que el orgullo te prive de eso.

—¿Qué es distinto de Londres, entonces? —inquirí, sin entender a dónde quería llegar.

—Que allí podrás recibir visitas —hizo una pausa. Le estaba costando inmensamente mantener esa conversación, como si batallara consigo mismo—. Sabemos que tu tío no cederá ante nada ni nadie. Es un hecho. Hay veces en la vida que las cosas no se pueden evitar. Los cambios asustan, dímelo a mí —se señaló—. Moonacre cambió para mejor tras lanzar las perlas al mar y todos tuvimos que acostumbrarnos a la nueva vida aquí.

Sopesé sus palabras, escuchando con atención.

—Siempre hay una parte buena y una mala en lo que sucede. Si te quedas en Moonacre, estás alejando las posibilidades de estudiar algo que a ti te guste. Eres inteligente, podrías hacer lo que quisieras con ese cerebro tuyo —dio un toque a mi frente con dos dedos. Agarré su mano fastidiosa, pero la sostuve entre las mías, congelando mi sonrisa. No lo había pensado así—. Podrás hacer nuevas amistades. Puedes hacer lo que quieras con tu tiempo allí. Puede beneficiarte más de lo que crees —se acercó más a mí, sosteniendo ambas manos entre nosotros. Sus ojos marrones miraban con profundidad—. Lo que importa en este momento eres tú y nada más. La decisión es tuya, puedes elegir hacer con ella lo que quieras. Solo te pido que pienses en ti por una vez, Maria. Ignora los intereses de tu tío, lo que pueda pensar o creer que es lo mejor para ti. Baraja las opciones que se te presentan.

—Si me voy, no te vería tan a menudo —murmuré, sintiendo la tristeza volver de nuevo.

—Ya sé que me extrañarías a morir, pero disimula un poco, princesa —se burló. Le di un golpe en el pecho, haciendo que tosiera mientras reía.

—No seas engreído, también me refería a los chicos. En Londres no hay bosque para explorar —agaché la cabeza, aunque con una media sonrisa.

—Te dije que había inconvenientes —se encogió de hombros—. Pero no será para siempre, algún día volverás.

—Por supuesto que volveré, Robin. No te librarás tan fácilmente de mí.

—Tomaré tu ausencia como un respiro vacacional, entonces —me abalancé dispuesta para asestar más golpes, los esquivó como bien pudo entre risas. Yo también me estaba riendo. Supongo que sabe sacarme una sonrisa incluso en mis peores momentos. Aunque mi mundo se estuviera a punto de derrumbar, Robin estaría allí para recoger los pedazos conmigo.

—Eres cruel—me abracé una vez más a él, intentando capturar la sensación. No sabía cuando volvería a estar así con él—. Te voy a echar de menos —soltó un suspiro, apretando su agarre en mis hombros. Sentí cómo plantaba un beso en mi cabeza, creando que mi estómago bailara.

—Yo también, princesa —cerré los ojos, sintiendo el cansancio asolarme una vez más. Antes de quedarme dormida en los brazos del chico, creí escucharlo murmurar una vez más—. No te haces una idea de cuánto…