Disclaimer: Black Clover no me pertenece.


De los pequeños detalles (y de lo grandiosos que son)

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Antes de todo esto, Leopold nunca se había fijado físicamente en Noelle. No más allá de lo que uno se fija en su prima, eso sí, o más bien, se corrige en un atisbo de lucidez mientras corre por el patio central de la base de los Leones carmesíes, es prima de su prima.

Entonces, dibuja en su cabeza el ancestral árbol genealógico de los Silvamillion y cuenta cuántos grados de parentesco existen entre ellos, llegando a la conclusión de que, en realidad, son más extraños que parientes. La iluminación casi le hace tropezar con una hormiga cabezona que no ve, por la sorpresa que se lleva al hacer el ejercicio de raciocinio que, si bien es bastante evidente, se tarda casi diecisiete años en hacer.

Piensa, mientras reanuda su trote, que debe hacerse a la idea de dejar de referirse a ella como su prima, ya que en realidad no lo es. Ni suya, ni de Fuegoleon, ni de Mereoleona. Honestamente, no sabe si eso es bueno o malo, sin embargo: es decir, conocer a una chica desde la cuna, criarse con ella como si fueran primos y no serlo, le da un acceso a dicha chica del que muchos estarían celosos (sobre todo con una tan bonita como ella), pero al mismo tiempo, le pone encima la craga de tener que salir de la "zona de parientes".

Dejar de ser visto como un primo no debe ser cosa fácil.

—No, definitivamente no debe ser fácil— la voz de su hermano mayor le toma por sorpresa, haciéndole, ahora sí, tropezar y caer de cara al piso.

—¡Hermano Fuegoleon, quiero decir, capitán Fuegoleon!— intenta ponerse en pie de un salto, espantado con la idea de cuántas personas leerán la mente hoy en día, pero debe usar una de sus manos para sostenerse el mentón, donde se ha golpeado al caer y en donde mañana en la mañana tendrá un moretón—. Lo siento, no estaba prestando atención.

El mayor ríe.

—Sí, eso es evidente. Parecía que pensabas en algo serio, porque intenté llamarte varias veces.

Leo enrojece por ser dejado en evidencia.

—Lo siento mucho.

—No te preocupes por eso— sonríe el capitán—. ¿En qué estabas tan entimismado, si puede saberse?, ¿problemas con tu novia?

Leo se atraganta con lo que oye y tose, en parte por la forma en que lo plantea, en parte porque tiene toda la razón, ¿acaso su hermano de verdad lee la mente? Trestristestigres trigotragaban…Eso debe resultarle muy gracioso a su hermano, porque vuelve a reírse.

Debe asumir que es refrescante ver a su lindo hermanito teniendo problemas de chicas, como un adolescente normal. Casi tierno.

—Es mi novia, ¿no es verdad?— para su consternación, Leo, en vez de negarlo, agarra conciencia.

El mayor asiente.

—Pues no se siente así— protesta al mismo tiempo que se sienta de piernas cruzadas en el suelo—. Todo esto es tan repentino, apenas acabo de darme cuenta de que no somos primos, ¿sabías que en realidad no somos primos?

Fuegoleon asiente con lentitud, un poco sorprendido por el arrebato.

—Bueno, sí. Sí sabía— contesta con cuidadosa gracia.

Por su parte. Leo bufa, cosa que jamás habría hecho en presencia de su hermano (quizás sí en frente de su hermana), y deja caer la cabeza hacia atrás con cansancio.

—No sé cómo hacer esto. No sé cómo acercarme a ella sin quitarme de la cabeza que la estoy obligando a algo que ella no quería, tal como lo haría su hermano. ¡La sola idea de parecerme en algo a Lord Nozel me hace enfermar, ¿sabes?— una pausa—, por favor, no le digas a Lord Nozel que dije eso!

Fuegoleon ríe. Con ganas. No puede estar más enternecido y orgulloso de Leo, así que decide ayudarlo.

—De aquí no saldrá: palabra de Caballero mágico— promete, haciendo un gesto con tres dedos sobre el pecho—. Entiendo cómo te sientes, ¿sabes? Sé que esto no debe ser fácil para ninguno de los dos, y solo puedo imaginarme cuánto debe serlo para Noelle… Si yo estuviera en su lugar, me gustaría tener un amigo en todo esto.

—¿Un amigo?— tantea Leo, sin saber exactamente a qué se refiere su hermano; ellos ya son amigos, ¿no?

—Sí, quiero decir, alguien con quien ella se sienta cómoda, que la haga olvidar que nada de esto fue planificado. Que le guste la idea de estar con él. Contigo.

—¿Conmigo?, ¿y cómo hago eso?

Fuegoleon sonríe, como una obviedad.

—Invitándola a salir, cachorro— casi puede oír el "¡Dah!" al final de la frase.

Leo se pasa una mano por el alborotado cabello rojo que comparte con todos los miembros de su familia, controlado únicamente por una larga trenza, y recuerda que Noelle no sabe usar la escoba. Quizás pueda enseñarle a montar.

—Sí, eso haré.

—Bien.


Noelle debe asumir que esto de se la última primicia no es lo suyo. No lo fue cuando salió de la noble y ancestral casa de su familia, de seguro no lo fue al ser la causa más próxima* del deceso de su madre, y ciertamente, no lo es ahora, que está virtualmente comprometida con Leopold Vermillion, el mejor partido entre los Caballeros mágicos, según se acaba de enterar gracias a dos señoras chismosas que hablaban lo suficientemente alto en la tienda como para que ella, Vanessa y Magna (quien perdió el sorteo para acompañarlas) las oyeran.

—¿Qué pudo haber visto en ella?— decía una, haciendo un muy mal intento por amortiguar su voz con una de sus manos, la que no estaba usando para sostener la cesta de compras—. Apenas es buena con la magia y definitivamente no será buena para tener hijos, ¿cómo es que la familia Vermillion aprueba una unión tan poco provechosa como ésa?

Vanessa intenta seguir con su paseo sin que los comentarios malintencionados molesten demasiado a su amiga, o que Magna se meta en problemas por intentar acallar a golpes a quien hable mal de la princesa.

Qué lindo ese delincuente virgen cuando quiere serlo.

Pero por más ternura que le produzca la situación, tampoco es la más feliz de todas. No es culpa de Noelle que nada de esto haya sucedido, y es injusto que sea ella quien deba lidiar con las consecuencias.

—No les hagas caso: solo están celosas— intenta convencerla Vanessa con un susurro jovial. Noelle, a su vez, trata de sonreírle para convencerla a ella de que sus intenciones dan resultado. No que ninguno funcione—. Todas esas viejas amargadas, ansiosas de casar a sus tontas hijas con algún chico tan apuesto y noble como nuestro Leo, ¡y tú lo has conseguido sin proponértelo siquiera!

—No es como si él se lo hubiera propuesto, tampoco— acota la más joven con un tono que pretende ocultar su propia inseguridad, un hábito con el que los dos más grandes están familiarizados.

—No es como si ninguno de los dos hubiera buscado estar en esta situación, Noelle.

La aludida se encoge de hombros.

—Lo sé, pero igual. No puedo evitar sentirme culpable.

—No hagas eso, princesa. Solo lo harás peor para él.

—¿Qué quieres decir con eso?

—No hay nadie que se llame a sí mismo un hombre de verdad, que esté feliz de tener a una chica que en realidad no quiere estar con él. Y, créeme, lo último que quiere ese león es obligarte a hacer nada que tú no harías por ti misma, independiente de si es lo que él quería o no— es la, para consternación de las otras dos, contundente y escueta respuesta de Magna, mientras continua derecho por la avenida.

Y habría sido una imagen realmente solemne, de no ser porque se ve ridículo, cargado así como va con todos los paquetes y bultos que han comprado.

Eso no quita, no obstante, que lo que ha dicho Magna quede en su subconsciente.


Cuando Leo le propone enseñarle a usar la escoba, lo primero que piensa es en negarse: no está dispuesta a quedar en evidencia por su nula capacidad para volar. Pero luego lo piensa mejor: Leo no ha sido menos que encantador con ella. Todo este lío se inició porque él quiso ayudarla en primer lugar. Sin mencionar que está constantemente preocupado de lo que ella piensa, opina o cree, como si a él de verdad le importara.

No es que alguno de sus hermanos haya mostrado interés en ella antes. No sabe bien cómo lidiar con tanta amabilidad.

Decide confiar en las buenas intenciones de Leo.

Así que acepta.

—Es como un chorrito, no un goteo— le instruye, con ambas manos sujetas a su cintura, que se sienten como si le quemaran la piel a través de la ropa, mientras trata de explicarle que el flujo de magia adecuado para manejar la escoba debe ser suave y constante. Lo más probable es que tenga dificultades para transmitírselo en términos que le sean familiares a ella, ya que lo está diciendo como si fueran fluidos. Noelle solo se lo imagina pensando en flamas.

Ella se da cuenta de su esfuerzo y lo aprecia, pero aún así le causa gracia. Decide que no puede hacer las dos cosas, reír y mantener la concentración, así que prioriza.

—¡E-eso estoy intentando!— claro, porque ella no sería ella misma si no escondiera sus inseguridades detrás de una pátina de altanería.

La risa de Leo suena como un ronroneo y Noelle pone todo su esfuerzo por no desconcentrarse por eso. La envergadura de sus manos sobre su cintura tampoco ayuda.

¡Claro que se ha fijado antes en Leo! Crecieron como primos, a pesar de estar plenamente consciente de que no hay ningún grado de consanguinidad* ni de afinidad que lo sustente. Por supuesto que lo notó: era el más ruidoso y parlanchín de los pocos niños que se atrevieron a jugar con ella sin temor a lo que dirían los adultos (se atreve a decir que fue gracias a sus hermanos mayores: benditos sean el capitán Fuegoleon y Lady Mereoleona).

Solo que no estaba preparada para verlo convertido en un adulto. Mucho menos en uno lo suficientemente atractivo como para ser considerado el mejor partido de entre los Caballeros mágicos (tampoco para que se portara como un caballero literal con ella, como si ella fuera una chica normal y no quien fue conocida como la desgracia de su familia).

Probablemente es por eso que se empeña tanto para que esto le salga bien. Una forma muy suya de agradecerle a Leo por sus esfuerzos para con ella.

—¡Leo, mira, lo estoy logrando!— grita ahogada Noelle cuando siente que, no solo levita, sino que empieza a ganar un poco de altura en la escoba que le prestan para practicar—: ¡estoy flotando!

—¡Sí, lo veo, asombroso!— celebra él, también emocionado. También está contento de que su forma de explicarle ha tenido algún tipo de resultado—, ahora: mantén ese ritmo de magia; despacio, no te detengas, y dale la orden de avanzar, sí, así.

Acompaña las instrucciones con pequeños apretones de sus manos en su cintura, en un muy infantil intento de explicar gráficamente lo que quiere decirle. Ella duda, nerviosa, su tacto le hace estremecer. Él debe confundirlo con desconfianza, porque agrega:

—Tranquila, estaré aquí: no pasará nada.

Entonces ella lo hace, la escoba avanza, va hacia un lado y se inclina hacia el otro.

Cuando vuelven a poner los pies en el suelo, Noelle se le va encima para darle un abrazo de agradecimiento, tan fuerte, que Leo siente que se caerá de espaldas y un poco de aire sale de sus pulmones por el golpe de su pecho contra el suyo.

Ella está contenta porque ha conseguido dar un breve paseo por sí sola por primera vez. Y todo gracias a él.


—¿Cómo es Leo, Noelle?— pregunta Mimosa mientras toman té en un salón en la Capital, en uno de los días en que pasan el rato juntas.

Noelle, porque la toman con la guardia baja, casi se atraganta con el té que acaba de beber, porque pirmero ella es orgullosa y luego tímida. Se ruboriza, tose y se limpia la boca con una servilleta.

No pretende ser tan elegante como Mimosa, porque nadie es tan elegante como Mimosa, y porque nadie se esforzó realmente en refinar sus modales, pero hace el intento al usarla.

—¿A qué te refieres?

—Oh, ya sabes… ¿cómo se porta contigo? Sé que puede ser ruidoso y quizás un poco torpe, pero también puede ser muy lindo.

La albina piensa un instante. Una sonrisa se forma en sus facciones, usualmente severas, y asiente brevemente con la cabeza. Entonces Mimosa sospecha, porque conoce a sus dos primos favoritos, que lo que sea que se le cruzó por la cabeza, es algo bueno.

Mimosa sonríe con picardía.

—Eso está bien: él cree que eres bonita, después de todo.

Noelle enrojece y, ahora sí, se atraganta con el té.

Mimosa puede estar tranquila.


Si hay algo que Nozel Silva no habría querido hacer jamás, es llamar a Yami Sukehiro, el infame capitán de los Toros negros, para preguntarle lo-que-sea. Puede aceptar que el sujeto sea tan poderoso como para ser nombrado capitán, por más que su orden sea, objetivamente hablando, la peor de todas. Pero es la Orden a la que pertenece su hermana menor, y él es el único que puede responder a sus dudas con conocimiento de causa.

—¿Cómo ves a Noelle?

Hay una pausa en la que el cabeza de músculo ése, le mira con tan poco interés, que cree que no le ha oído. Se rasca el interior del oído con un dedo y mira en su dirección como si buscara pelusas en el aire a sus espaldas.

—¿Por qué querrías saber eso?— pregunta como si se tratara de algo absurdo.

A Nozel parece desconcertarle la forma en que lo dice.

—¿Cómo que por qué? Yami, ella es…

—¿Sí? No lo habría sabido, por la forma en que me la dejaste hace un año: como un par de zapatos viejos que alguien menos quisquilloso querría con gusto solo porque son bonitos— se cruza de brazos el otro capitán, con la mirada seria, retándole a contradecirlo.

Nozel lo intenta, por supuesto, pero luego de abrir y cerrar la boca un par de veces, como un pescado fuera del agua, se rinde.

—Mira, Cabello mágico, no me agradas, y como no tengo obligación de revelar información personal sobre ninguno de mis mocosos, no hay nada que me impida largarme de aquí y dejarte con las manos vacías y esa cara de idiota.

Y eso habría sido todo, en circunstancias normales. Pero si las cosas fueran normales, él jamás habría ido a pedirle nada a Yami Sukehiro, el idiota cabeza se músculo capitán de los Toros negros, Orden a la que pertenece su hermana menor. Y ahí está él.

—Yami, por favor…— pide Nozel en su último intento desesperado.

El de atributo oscuro le mira, como quien examina el espécimen de algo que no sabe qué es. Nozel cree que volverá a mandarlo a la mierda, cuando sonríe.

—Jo, Cabello mágico… ya que me lo pides tan bonito, haré una excepción por ti: luego no digas que no soy bueno contigo— sonríe con algo que va entre la burla y la maldad, como cuando los niños pequeños disfrutan ver cómo se queman las hormigas al ponerlas bajo la luz del sol contra una lente.

Oh, y Nozel sí que se siente como esa hormiga en este momento.

—La princesa está bien; mejor que cuando la dejaste en mi puerta como un gatito abandonado. Y es cada día más hábil y poderosa: siempre está superando sus límites, ésos mismos que tú y tus hermanos con feos peinados se esforzaron tan amorosamente en marcar. ¡Estoy segurísimo que pronto llegará el día en que patee tu plateado trasero!— ríe ante su propia broma.

No que el dueño del mencionado trasero plateado lo haya encontrado gracioso en absoluto.

—Ah, y si tu repentino interés va dirigido a cómo avanza ese noviazgo entre la princesa y Minileon— acota en un chispazo de perspicacia poco común en él—, déjame decirte que no debes preocuparte: nadie folla en mi guarida— y se gira para retirarse.

Bien, Nozel se pasa una mano por la frente, eso no salió como él esperaba, pero al menos puede estar tranquilo de…

—No, al menos, que yo sepa— dice como última ocurrencia, deteniéndose y volteándose sobre su hombro.

Nozel queda en su sitio, pálido, helado y maldiciéndose a sí mismo por sus malas decisiones.


—¡No!— la voz de Mereoleona suena tan espantada como divertida cuando oye el chisme disfrazado de informe que Yami viene a contarle a Fuegoleon, y que al enterarse de que ella también está ahí, decide que, mientras más personas lo sepan, mejor—, ¿de verdad fuiste y le dijiste eso al estirado de Nozel?

Entonces suelta una risotada que Yami imita.

Fuegoleon, en la tercera butaca, también se ríe, por supuesto, pero no sabe qué le causa más gracia, si el chisme que Yami (quizás, el menos sociable de los capitanes) viene a contarles de motu propio*, o que él y Mereoleona no sean más amigos, con lo irreverentes, insolentes y brutalmente poderosos que son ambos.

—¡Por qué no estuve ahí para verlo! Habría dado mi peso en oro por ver su cara— vuelve a reír ella.

—No hay tanto oro en las arcas del reino, Hermanaleon— rio Yami en un murmullo descarado.

—Pobre Leo— comenta Fuegoleon, ignorando deliberadamente le protesta correlativa de su hermana por el comentario de Yami, pensando en la mortificación de su hermanito. O la frustración. A estas alturas, no sabe bien—. Asumo que Nozel vendrá a preguntar si es verdad.

Eso, por no decir que, en realidad, todos saben que Nozel no pregunta cosas, sino que las exige.

—¡Ya, vamos!— protesta Yami con jovialidad—, no me imagino a la princesa follando con Minileon…

Los otros dos ríen con atoro por el apelativo y por la imagen mental.

—Es demasiado escrupulosa— continúa—. En eso se parece a Nozel. Así como tampoco me imagino al mocoso presionándola; en eso se parece a ti. Y si eso realmente hubiera ocurrido, pronto será problema de ustedes, no del estirado Cabello mágico.

Fuegoleon ve a su hermana mayor sonreír.

—Oh, Yami, ésa sería la mejor noticia de todas— para consternación de los dos hombres en esa habitación, que hasta entonces juraban que la mayor de los hermanos Vermillion carecía de toda delicadeza femenina, se dieron cuenta de que ni siquiera ella puede ocultar ese instinto maternal que se le escapa cuando se trata del retoño de Lady Acier y, sorprendentemente, de su hermanito menor—. No hallo la hora de que el cachorro se case con Noelle.

Así es: su hermana está pletórica.

No que eso vaya a repetirlo fuera de esa habitación. O decirlo en absoluto.

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*La teoría de la causa más próxima dice relación con que la causa de un daño es la que se encuentra más cercana al hecho en el tiempo.

*El parentesco por consanguinidad es la relación que existe entre las personas que descienden de un mismo tronco o raíz, o que están unidad por los vínculos de la sangre.

*Motu proprio: es una locución latina que se refiere a un documento de la Iglesia católica suscrito directamente por el papa, por su iniciativa propia y autoridad. Alude a la iniciativa propia en las acciones.