FELINETTE NOVEMBER
- 2023 -
"Siempre fuiste tú"
Capitulo 4: Anochecer.
Llegaron a la dirección de la carta casi a punto del anochecer. Emma se sorprendió al descubrir, que había una panadería ahí mismo. Una pequeña panadería, con los escaparates ya vacíos porque todo se había vendido. Había un joven dependiente que barría la acera, mientras que otro iba bajando las persianas y limpiando los cristales.
- Vaya, es la misma panadería de cuando yo era niño. - susurró Louis.
- Estamos cerrando. - le dijo el chico que barría, cuando él intentó entrar a la tienda. - Ya mañana a las siete abrimos de nuevo. -
Louis asintió en silencio. Emma se encontraba detrás suyo, casi pegada a su espalda. Ella no había dicho nada, pero estaba usando a Louis como interlocutor. Emma frunció los labios, rebuscó en su bolso y volvió a extraer el sobre de una de las cartas. Se la mostró al dependiente y le señaló la dirección.
- Sí. - le respondió amablemente el muchacho. - Es aquí. Es la dirección de la panadería. -
Emma asintió y le dijo gracias en completo silencio. Louis la tomó del brazo y se alejaron unos cuantos metros de la entrada.
- Es increíble. La panadería está tal como la recuerdo. Aquí vendían unos macarons deliciosos. Con mis padres llevábamos varias docenas, pero mi madre los odiaba, así que yo me encerraba en mi habitación y me comía todos los macarons que comprábamos. Eso fue hasta que mis padres se divorciaron, luego mi padre venía solo, ya no me llevaba con él. Los anteriores dueños lo conocían, y siempre lo saludaron con fervor. Creo que nunca nos cobraron los macarons. ¿Los conoces, Emma? ¿Sabes quienes son? He visto esa carta. ¿Cómo tienes una carta de ellos? -
Ella no respondió, eran las mismas preguntas que se hacía en esos momentos. ¿Eran sus abuelos los panaderos de los que hablaba Louis? ¿Los que vendían deliciosos macarons? ¿Su madre había vivido aquí, encima de una panadería? Y si era así, ¿Por qué jamás de los jamases Marinette Dupain-Cheng le había hablado de ello? Emma se entendía mejor con los números que con las letras y comprendía mejor las ecuaciones que las decisiones de las personas.
Ella, que entendía del silencio, no concibió el mutismo de su madre a lo largo de los años.
Deseó volver a Londres, y averiguar todo eso, pero, aún le quedaban varios días en París. Lo averiguaría sin que nadie la descubriera. Se volvió su misión. Lo sintió importante.
Era una buena aventura.
En el instante que iban a marcharse, Emma vio que se acercaban hacia ella una pareja de ancianos algo llamativa. Eran un hombre y una mujer. Uno, alto y fortachón; y la mujer, pequeña y delgada. Emma nunca se fijaba en los detalles físicos de las personas, pero fue imposible para ella no percatarse en sus ojos rasgados y negros, así como en su pelo totalmente blanco y liso. Por un segundo, justo cuando la anciana pasó a su lado, Emma y ella se observaron y coincidieron, azul océano y negro profundo.
La anciana se detuvo, contempló el cabello largo y rubio, lleno de rizos de Emma Fathom, su estatura, más alta que la media, con su nariz elegante, mejillas rosadas y unas pestañas de color miel. Emma, aún sin quererlo, tenía una presencia elegante y cauta, ecuánime. A la anciana, ella le pareció una criatura preciosa.
- Buenos noches - le dijo la vieja mujer, mientras seguía caminando del brazo del anciano que la acompañaba.
Emma abrió la boca, y habló en un susurro.
- Bue..nas noches -
Respondió muy bajito, y creyó que la pareja no la había escuchado. Pero el hombre, la observó de soslayo, y asintió.
Emma pensó que eran personas muy amables.
Ella se giró hacia delante, y continuó su camino.
Ella no vio cuando los ancianitos entraron a la panadería, a pesar que ya estaba cerrada.
Pero Louis Agreste sí los vio, los saludó con la mano, y empezó a andar a grandes zancadas para alcanzar a su ídolo esquivo y lacónico, la doctora Fathom, quien ya volaba caminando, lejos de ahí.
Tom Dupain y Sabine Cheng se preguntaron qué hacía el hijo de Adrien Agreste ahí, en su antiguo local. Y se preguntaron también si aquella hermosa y elegante muchacha sería su novia, o su amiga. Rogaron internamente que él volviera, tenían muchas cosas que preguntarle.
Sí, en definitiva, para Emma volver a la panadería sería una buena aventura.
Otra aventura fue permitir que Louis Agreste la acompañara al Hotel lujoso donde Emma Fathom había decidido alojarse. Él confirmó que ella no era una mujer común y corriente. Emma, lo sorprendía. Con su voz, con su mudez, con su esquiva mirada azul océano y con sus rebeldes rizos rubios como la sol.
Él había hablado muchísimo, de todo un poco.
Pero no había hablado ni una pizca de matemáticas.
Emma no entendía cómo un matemático no podía ni siquiera mencionar los grandes avances del cálculo logarítmico espacial, los cuales habían sido expuestos en el Congreso, con muchísimo éxito.
Durante todas las horas que estuvieron juntos, Louis le soltó un monólogo larguísimo sobre su infancia, triste y solitaria, en la mansión Agreste, y sobre sus veranos en Marsella o en la costa amalfitana donde su tía Zoe regentaba un Hotel. Le contó sobre su única y primera mascota, Chopin, y de lo poco que le duró entre sus brazos. Emma sonreía, a pesar que le escuchaba muy poquito. Louis estaba emocionado, porque ella no se quejó de lo mucho que él conversaba. Le enseñó la cicatriz que tuvo en el brazo, cuando se lio a golpes con un ladrón en las calles de París, meses atrás. Emma se asustó un poco, y abrazó su bolso, por si acaso alguien apareciese con malas intenciones.
Louis rio.
- Yo te defendería, Emma. Lucharía a muerte por tí. -
Emma asintió, aunque quiso decirle que durante años, Félix Fathom la entrenó en defensa personal, artes marciales y boxeo, todo con fines de pelear y huir, en caso alguien se metiese con ella. Su madre observaba sus entrenamientos, siempre al borde de un ataque de nervios. Su padre reía cada vez que Emma le encajaba un golpe en el rostro. Luego, cuando ya casi tuvo la misma estatura que su padre, él ya no reía sino que se doblaba para sujetarse el abdomen o para protegerse la cabeza. Fue ahí cuando se detuvieron los entrenamientos. Su padre alegó que ya era muy viejo para esos menesteres y que ella ya era bastante mayor como para llamar a la policía. Emma se alegró cuando por fin, dejó de perder el tiempo jugando con su progenitor y pudo dedicarse, aun mas, a las ciencias.
Pero todo esa información, implicaba que Emma abriese la boca y hablase. Lo cual le causaba, pereza y aflicción.
Así que ella sólo asintió.
Y dejó que Louis continuara con su soliloquio.
- ¿La veré mañana, doctora Fathom? - le preguntó abruptamente, justo cuando atravesaban las puertas del Hotel.
Ella volvió a asentir.
- Entonces la espero temprano, antes de la primera conferencia, para desayunar juntos. Después, tendré que dar la defensa de mi trabajo en una de las salas y luego volveré a oír las ponencias. Emma, ¿Crees que puedas escucharme exponer? Me daría ánimo y sería un honor que alguien como tú estuviese ahí, presente. -
Ella sólo sonrió.
- ¿Es eso un "sí"? -
Emma resopló y volvió a asentir.
- Genial, doctora Fathom, Emma, ha sido un placer verte hoy y estar todo este tiempo contigo. Espera, dame tu teléfono ...- Prácticamente Louis Agreste le arrancó el teléfono de la mano, y Emma volvió a pensar que este chico era un delincuente camuflado. - Aquí está, éste es mi número. Nos escribiremos y así sabrás dónde estoy y a qué hora me toca exponer. ¿Está bien? ¿Sí? ¡Gracias! -
De improvisto, Louis la cogió por los hombros, la atrajo ante sí y le dio dos besos, uno en cada mejilla. Emma abrió muchos los ojos, sorprendida.
- Hasta mañana, entonces...que descanses...adiós...te espero para el desayuno, no se si tengas alguna alergia, al gluten o la lactosa, es importante saberlo, hay que adecuar la dieta, no sé si te guste el café. ¿Es cierto que los británicos, solo beben té? ¿Té con leche? ¿el Earl Gray? no sé si con azúcar o sin ella, deberé buscarlo en internet...o tal vez podrías decírmelo...oh, no...son muchas preguntas...no quiero cansarte...ha sido un gusto...ha...- Louis cerró la boca, suspiró vencido. Se odiaba a veces, porque conocía que hablaba demasiado. Pero Emma no sabía que Louis sólo hablaba así con sus amigos, o con alguien a quien le tenía mucha confianza. Él no se explicaba cómo ese día había sido capaz de hablar casi un millón de palabras y Emma, malamente, apenas había dicho un "lo siento" sonoro y muchos asentimientos de cabeza.
La admiraba antes, y ahora la admiraba mucho más.
- Eres...espectacular, Emma. - lo dijo susurrando, casi para sí mismo. Completamente maravillado.
Durante muchos años, Louis había sido deslumbrado por la prolijidad de su trabajo, por su perspicacia matemática. Una vez, una revista publicó una foto de ella, recibiendo su cum laude en la Universidad de Londres. Le pareció la persona más preciosa del mundo. Luego otro magazín le hizo una pequeña entrevista sobre la educación a distancia. También publicaron una foto de ella ahí, sentada en un lujoso salón, con la luz entrando desde un ventanal que estaba al lado. Emma parecía un ángel ahí, una aparición. Una virgen maría vestida con pantalón y chaqueta. Un gato negro dormía en su regazo.
A él le gustaban los perros y los gatos.
A él le agradaban los dulces.
A él le encantaba ella.
Louis se metió las manos en los bolsillos, reprimiendo el impulso de abrazarla y de volver a despedirse tan sólo para sentir nuevamente la textura de su piel en la punta de sus labios. Él ardió. Ella sólo miraba, pacientemente.
- Hasta mañana, Emma. -
- Hasta ma..ña..na, Louis. -
Él se quedó congelado en su sitio, abrió la boca y apretó las manos, haciendo puños en sus bolsillos. ¡No podía creerlo!, había escuchado dos veces la voz inaudible de Emma Fathom. Bien podría morir ese día, porque se iría feliz de este mundo.
Sonrió, casi loco de la felicidad, y se dio medio vuelta, echando a correr como alma que lleva el diablo. Porque si se atrevía a caminar, o a quedarse un segundo más ante ella, probablemente se le lanzaría encima y se la comería a besos. O a mordiscos, no lo tenía claro. Así que Louis corrió y corrió, hasta perderse en el horizonte.
Emma ladeó la cabeza, sin entender lo que pasaba, entró al Hotel y se refugió en su habitación para seguir leyendo su nueva obsesión.
"Querida Marinette:
Deseo reiterarte, de nuevo, la invitación hecha por mi madre para asistir a su aniversario de bodas, en el próximo mes de mayo. Como invitada especial, te hospedarás en nuestra mansión, en la habitación de invitados. No temas por mí, no estaré en casa para esas fechas. Así que puedes venir con Adrien, si así lo quieres. Yo sólo asistiría a la cena principal. Ahora ya no vivo en Londres, sino en Brighton, a unas horas de la mansión.
Sé que tenemos mucho que hablar, pero tendremos un futuro eterno para ello.
Me voy a casar, Marinette.
Pronto, espero.
Haré público mi enlace en la fiesta de mis padres.
Deseo que estés presente.
Sinceramente tuyo, Félix F. "
Emma buscó, desesperada, si había alguna carta que se hubiese saltado.
¡No podía ser!
¡Su padre casándose con otra!¡Y diciéndoselo a su madre!
Pero no, ella había ordenado las cartas de primera a última basada en el orden cronológico. No se le escapó ninguna carta.
No. Era la carta consecutiva a la otra carta donde su padre confesaba sus sentimientos.
No le faltaba ninguna. Emma recordó que también había postales y fotos, así que fue directo a ellas, en busca de información.
Les dio la vuelta a todas, leyendo la fecha escrito en el reverso.
Algunas fotos no tenían descripción, pero ella podía concluir que varias pertenecían al tiempo en el que su madre se graduaba del Instituto, o en el que asistía a algún cumpleaños en su juventud. Vio una foto de su madre afuera de la panadería, abrazada con su padre, Félix Fathom. Su padre sonreía, vestía un traje de tres piezas así como una corbata muy fuera de moda, y llevaba el pelo como siempre lo llevaba, peinado con raya al costado y asentado con gomina. Él le pasaba un brazo por los hombros, abrazando y atrayéndola hacia él.
También había otras fotos de ellos juntos, pero esta vez su padre no lucía tan bien peinado y tenía una mirada más seria y menos amigable. Con el cabello alborotado y vestido de manera informal, con pantalones vaqueros y camisetas de colores.
Ella no entendía porqué su madre aparecía feliz en algunas fotografías, y tremendamente, triste, en otras, o incluso incómoda. Torció sus labios varias veces, pensativa.
Detuvo su análisis al escuchar muchos mensajes entrantes en su teléfono.
- He llegado bien/ A casa/ Tengo casa, claro/Bueno en realidad es un piso/ de soltero /quiero decir, no tengo novia/no salgo con nadie/ vamos, que vivo solo/le he escrito a mi padre que te he conocido/ él no sabe nada de matemáticas/ así que no creo que sepa que eres una de las mejores matemáticas del mundo/por cierto, ahora sí/podrías decirme si/ ¿eres alérgica a algo? /¿al gluten?/ ¿a la lactosa?/ ¿te gusta el café descafeinado?/ ¿te gusta el dulce? ¿lo salado?/¿Hablo demasiado?-
- Sí. - escribió Emma por toda respuesta.
Después, silenció el teléfono para no volver a ser interrumpida.
Una vez clasificó las fotos, continuó con las postales. Había postales japonesas, con paisajes de Tokio, Nara, Kioto, y más ciudades que ella sólo había oído en sus libros. Su padre había escrito, unas pocas líneas, casi parecían telegramas.
"Los cerezos en flor, el dulce aroma de tu pelo", escribió en una.
"La lluvia incesante, así como la distancia inquebrantable", escribió en otra.
"Todo me recuerda a tí", leyó Emma.
"Y todo me aleja de tí", decía en otra postal.
Tenían pegados sellos preciosos, con sus precios impresos en yenes.
Todas escritas hacia la misma dirección del distrito 18 parisiense. Todas tenían el sello de recibido de la oficina de correos de París. Por lo tanto, toda esta correspondencia había llegado a manos de su madre.
¿Qué estaría haciendo su padre en Japón? ¿Por qué se iría a casar con otra mujer? ¿Por qué le decía todo eso a su madre, a Marinette? ¿Sus padres se habían querido? ¿Qué había sucedido entre la anterior carta, donde su padre confesaba sus sentimientos, y esta última, donde su padre le anunciaba que se casaría con otra?
Emma se mordió los labios, soñadora.
No entendía nada de esa historia.
Tampoco entendía nada del amor.
Lo que no sabía Emma era que Louis Agreste le enseñaría sobre ello, sólo que aún no era el momento, pero llegaría pronto...porque así como anochece, sale el sol. Y la luna mientras tanto, estaba llena y redonda, en el cielo de París.
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Que ruidoso es Louis Agreste, pero es así porque tiene mucho que decir y nadie quien le escuche. Aunque parece que Emma no se hace problemas y le quiere oir.
Y yo también me pregunto ¿que pasó con Felix y Marinette?
Desde ya os digo que habrá algo entre estos primos lejanos. Les recuerdo la clasificación del fic que es para mayores de 14 años. No habrá smut.
Otro besito,
con cariño,
Lordthunder1000
