FELINETTE NOVEMBER
- 2023 -
"Siempre fuiste tú"
Capitulo 6: Disfraz.
Emma Fathom había heredado, sin duda alguna, gran parte del carácter de su padre. Su innata elegancia, su altiva faz. La grácil manera de ser insoportable sin quererlo, o de ser peculiar.
Por un instante, Adrien Agreste pensó que su sobrina era tonta. La mirada perdida, la falta de atención, la soberbia siniestra de cada uno de sus actos. Emma era inescrutable. Si estaba feliz o triste, o si estaba al menos preocupaba por cenar con Adrien Agreste, eso él no podía saberlo. O era tonta, se repitió el padre de Louis, o muy lista.
Las pruebas de su inteligencia, sin embargo, eran contundentes.
Una carrera universitaria, un doctorado cum laude, decenas de trabajos publicados y colaboraciones internacionales con otros investigadores. Todo a tan temprana edad. Porque Emma no debía ser mucho mayor que su hijo, quizá ella rondase los treinta años, o algo menos. Le pareció bastante maleducado preguntarle su edad, aunque si ella apretaba los tornillos de su paciencia, le lanzaría la pregunta a quemarropa.
De Marinette, había heredado sus ojos azules y aparentemente, su paciencia. Emma no tenía una mirada cálida, sino uno excesivamente perspicaz. Como si ella evaluara cada milímetro del entorno, para saber qué hacer. Y ahora lo examinaba a él, con sus ojos tremendamente azules, para saber donde atacar.
Sí, definitivamente, ella era bastante similar a Félix.
Adrien no pudo quererla de inmediato, sólo sintió repulsión.
"- Odio mi vestido de novia, Adrien. -
Marinette interrumpió una reunión de él con su padre, una tarde de marzo en París. Lanzó un enorme fardo de seda y tul sobre su escritorio en la mansión Agreste, mientras lo observaba con un gesto de enfado y odio.
Gabriel Agreste, la miró ceñudo, la revisó de arriba a abajo. Y decidió que sería él quien contestaría por su hijo.
- Es el vestido que elegí para tí, Marinette. - Gabriel Agreste rodeó el escritorio, dejando a Adrien sentado en su silla de piel. Segundos antes, él había estado hablando con su hijo, sobre las últimas ventas de la Casa de Modas. - Formará parte de nuestra nueva colección de Novias. Será tendencia. -
Marinette estaba al borde las lágrimas. Ella había presentado un boceto en lápiz, así como un vestido de prueba, semanas atrás. Lo hizo con sus medidas, a su gusto. Nadie le dijo que formaría parte de una colección, ni que otras mujeres más llevarían lo mismo que ella. Pero principalmente, más allá de su orgullo como diseñadora de modas novata, estaba su relación con Adrien Agreste.
Habían hablado muchísimo sobre la boda. Hasta el hartazgo. Ella había insistido en hacer todo íntimo y privado, sin invitados especiales. Sin tantos fotógrafos. Ni siquiera quería casarse en la Catedral. Años antes, a ella le hubiera bastado con ir a un parque público, que alguien les preguntase si se amarían para siempre. Y ella hubiera dicho sí, hubiera saltado de júbilo.
Pero ahora, y ya desde hace un tiempo atrás, ella solo quería llorar y hundirse, si es que el tema del matrimonio nacía a colación. En ese momento, el "juntos para siempre" parecía una condena, un suplicio, uno de los infiernos de Dante, un acto terrorista.
No. Marinette no estaba enfadada por el vestido, aunque pareciese. Ella estaba enfadada por el hecho mismo de casarse.
Lo comprendió cuando Adrien se levantó de su silla y le pidió calmarse, al mismo tiempo que le pedía perdón a su padre, por aquella interrupción. Le pidió a Marinette que se fuera, que ya lo hablarían luego.
- No desperdicies tu oportunidad, Marinette. Te estás casando con un Agreste, después de todo. Hay una larga fila de chicas esperando por tu puesto. Pero Adrien siempre te ha querido a tí. -"
Y lo seguía haciendo.
Marinette debió haber sido su final de cuento de hadas, y en realidad, no fue ni uno ni lo otro. Ni fue el final, ni fue un hada. Aunque ella lo abandonó ese mismo día de su boda, a lomos de la moto de su primo. Aunque, meses después, ella se casaría con él. A pesar de todo, del fin, del "ya no somos nada", del "si te vi, ni me acuerdo", a pesar de todo eso, él la amaba a ella.
Antes de dormir, él soñaba con su final feliz, con su casa amplia, con sus niños dentro. Con un perro corriendo entre sus piernas, esperándole siempre al llegar del trabajo. Al despertar, Adrien Agreste esperaba no encontrar su cama vacía de amor y llena de recuerdos, sino esperaba amanecer con ella. Susurrandole cuánto la amaba, lo mucho que la extrañaba, y lo feliz que era de tenerla de vuelta.
Pero gracias a Félix, Adrien sólo obtuvo un premio consuelo, un matrimonio arreglado, un sólo hijo, y un maldito perro, que no paraba de ladrar.
-...Ayer fuimos a la panadería del distrito 18, a la que me llevabas cuando era niño. Pero estaba cerrada, así que no pudimos comprar nada. Un día de estos, iremos a probar sus famosos macarons, ¿No es así, doctora Fathom? -
Emma dejó de cortar el filete de entrecot para levantar los ojos y asentir, alegre, a Louis.
Adrien Agreste no pudo comerse la ensalada. Jugueteó con las verduras, sin lograr probar bocado. Él se sentía desgarrado. Roto, sin haber amado. Solitario y lánguido, perdido en su trabajo y en sus empresas, añorando a una mujer que hace mucho lo dejó de amar, alejando a un hijo que realmente nunca quiso. Levantó lentamente la mirada, y vio su rostro adusto y algo cansado en el reflejo del cristal de la entrada.
Ya era un hombre amargado.
Un ogro.
Era el amor lo que lo había vuelto así. Enfadado. Amargado. Esquivo y soberbio. El desamor para ser exactos. Al ver su reflejo en el cristal, Adrien Agreste reconoció que era el mismo rostro de Marinette, meses antes de su fallida boda.
" - ¿En serio, tenemos que probar todos estos platos? -
Marinette Dupain-Cheng de veintitantos años, jugueteó con los guisantes en su plato, haciéndolas rodar de un lado a otro. Lucía preocupada y esquiva, como si no estuviera escuchando.
Ella llevaba un tiempo así, medio muerta, medio viva. En este mundo, o en el espacio exterior. Al inicio Adrien pensó que era la ansiedad previa a la boda, pero esto había empezado incluso antes de la fiesta de compromiso.
En medio del silencio y la apatía de su novia, Adrien pudo ver, en la pantalla del teléfono de Marinette, cómo entraba un mensaje de parte de su primo, Félix."
- ¿Y cuantos días planea quedarse en Paris, mademoiselle Fathom? - preguntó Adrien, bastante interesado. Había entendido por Louis, que Emma había viajado sola, comprendió que ella no conocía París, ni sabía nada de la gente que conoció a sus padres.
Ella se encogió de hombros, cogió la copa de vino tinto y bebió un sorbo, luego se limpió los labios con la servilleta de tela. Pensó en silencio por unos segundos para después abrir la mano, enseñando cuatro dedos.
- ¿Oh, en serio Emma? ¿cuatro días? Es fantástico. Verás padre, el Congreso termina en un par de días, así que tendremos otros dos días más para conocernos mejor. Podríamos quedar para cenar. O para desayunar. Los tres. Si es que Emma está de acuerdo. -
Nuevamente, ella asintió y reinició el uso del cuchillo para obtener un bocado.
"- Adrien. - dijo Marinette, mientras pinchaba una croqueta de jamón, otro de los aperitivos que servirían en la recepción de su matrimonio. - No quiero casarme contigo -
Adrien vio su mirada azul totalmente opacada. Estéril. Vio como temblaban sus dedos y cómo se mordía el labio inferior. Parecía al borde de un ataque de nervios. La dejó hablar, pensando que lo que ella decía, no iba en serio.
- No estoy segura de esto.-
Pero si la perdía, ¿Qué sería de él? Todos sus sueños llevaban su nombre escrito, como un contrato ya firmado. ¿Qué haría con ellos ? ¿Su casa, su jardín, su perro? No podía permitirlo. Adrien cogió su mano apretándola suavemente.
- Cada problema tiene una solución, Marinette. Habla conmigo, lo solucionaremos juntos -
Sin embargo, Marinette negó con la cabeza y entrelazó sus manos en su regazo, murmuró cosas ininteligibles, y rompió a llorar, enfrente de los cocineros y camareros encargados de su buffet de bodas.
Otro mensaje de Félix, apareció en el teléfono."
- Y...Emma...¿logró ver a alguien en la panadería? ¿o no estaban los dueños? ...- inquirió Adrien, viendo la elegancia de Emma al cortar la carne, para luego pincharla y llevársela a la boca.
- No, padre, sólo estaban unos empleados limpiando los escaparates. - fue Louis quien contestó por ella. No le importaba hacerlo. Él sólo quería que ella se sintiera confortable con ellos. Y ya aquella reunión había empezado bastante mal. - ¿Recuerdas a la pareja de ancianos? Me parece que los vi pasar, pero no he podido reconocerlos por completo. Me refiero a los anteriores dueños. Eran muy buenos conmigo, me acariciaban la cabeza y me regalaban dulces, amo los dulces, ¿a ti te gustan los chocolates, Emma?. -
Emma Fathom abrió los ojos, un poco temerosa de contar su horrible verdad: su incapacidad inherente a deleitarse con ese manjar. No podía mentir, así que reunió valor y negó efusivamente moviendo su cabeza de izquierda a derecha.
- Oh, ya veo. El chocolate, no. ¿La nata, entonces? -
Ella asintió.
- Genial, pastelillos de nata para el postre, eso pediremos ...¿tú también quieres pastelillos, padre? -
Todavía a esta edad, Adrien Agreste no se explicaba cómo el hijo que tuvo podía ser tan...extrovertido, hablador y capaz de llevar adelante reuniones tan difíciles como ésta. De hecho, sólo podía tratar con la madre de Louis, si es que él estaba presente. Su hijo, era alguien que caía bien a las personas, ya sea por su apariencia, por su elocuencia o por su sonrisa fácil y complaciente. Adrien no sabía que esas eran las armas que su hijo había escogido para sobrevivir a una vida tan aciaga: al abandono de su madre, al silencio de su padre, al rapto de Chopin y principalmente, a su absurda soledad.
Louis Agreste era un superviviente.
Superviviente de una familia disfuncional, de un padre ausente y de una madre negligente. Lo había criado malamente su media-abuela, Nathalie, la segunda esposa de su abuelo. Una mujer con gafas de pasta, muy seria y de rostro contrito, enjuta y elegante, pero de manos amables. Nathalie siempre buscó abrigarlo del frío, hacerlo dormir pronto y de cerciorarse que comiese bien. Ella hizo lo mejor que pudo. No podía negárselo. Hubiese querido que alguien lo abrazara, que alguien le diese un beso al despertar, que alguien le dijera que era un buen niño. Nada de eso tuvo. Así que Louis, harto de estar solo en casa, cuando salía al exterior iba brincando en un pie, feliz, contento porque por fin podía hablar con alguien, aun cuando esos personas no lo conocieran a él.
Y en eso, un buen día, Louis Agreste abrió una revista académica y vio a una mujer singular hablando de ecuaciones y logaritmos.
Se volvió su escritora favorita, aunque ella sólo escribiera historias sobre cómo despejar la incógnita en modelos matemáticos tridimensionales.
Se volvió su cantante favorita, a pesar que ella no hablase nada.
Se volvió su persona favorita, incluso sabiendo que ella no lo conocía.
Era como si un rayo lo hubiese partido en dos, el día que leyó su entrevista. Como si alguien lo hubiese atravesado en el pecho con una lanza. El mundo dejó de girar, los colores se borraron y el tiempo se detuvo. Sólo su nombre latía en su mente. Emma Fathom. Emma Fathom. ¡Que mujer más inteligente!¡Que entregada a su trabajo!¡Y era bonita!
¡La madre de sus hijos! Emma Fathom sería la madre de sus hijos.
Cuando se enteró que la doctora Fathom, al fin dejaría Londres para dar una charla en París sobre su última investigación, Louis Agreste fue el primero en apuntarse, llevó sus trabajos para exponerlos y pidió unos días de vacaciones en la Universidad de Sorbona, donde había estudiado y donde ahora trabajaba como profesor de prácticas. La iba a conocer. Tenía que hablar con ella.
Y en sólo unos días, había avanzado tanto, ya se habían reunido ella y su padre, le había sacado una cita (o varias, si es que acompañarla al Hotel significaba eso), y la había seguido por horas, en su periplo parisiense.
Las matemáticas las dejó en un cajón.
Dejó su disfraz de catedrático guapo y empático, y se puso el traje de hombre joven enamorado platónicamente de una mujer superior a él.
Y triunfaría con ella, claro que lo haría.
El tintineo de los cubiertos distrajo a Adrien sobre el tipo de postre que pedirían, se perdió en sus recuerdos, nuevamente:
"- Ya no te amo, Adrien Agreste. - le dijo Marinette, apenas los dejaron solos. - Nada es igual. Esto es un error. Nuestra boda. Nosotros. -
- Lo dices por el vestido. - intentó mediar, Adrien. - Mi padre es muy mandón, ya lo conoces, no deberías preocuparte por él. Finge que le sigues la corriente. No le des el contrapunto, porque él te machacará hasta salirse con la suya. ¿No te parece que es mejor dejarse llevar antes que iniciar una pelea? -
Marinette sorbió por la nariz, limpiándose con el dorso de la mano.
- ¿Es así cómo enfrentas los problemas, Adrien? ¿dándole la razón a los demás? -
¿De que otra manera sino?, quiso contestarle él. En cambio, Adrien le sonrió compasivamente. Le acarició su suave pelo negro. Acercó su nariz a su oído, y susurró las palabras de amor que mejor sabía, lo que siempre le apaciguaba. Le dijo lo mucho que la quería, todo lo que esperaba de ellos, su futuro, sus hijos. La felicidad. Le contó de nuevo, sobre sus sueños, sobre lo mucho que hay que esforzarse por ellos. Y aunque él estaba a milímetros, lanzando su aliento sobre ella. A Marinette le pareció que se ahogaba, que moría, que alguien le quitaba las esperanzas.
No sabía cuándo había muerto su amor.
Pero el olor fétido que desprendía, la llenaba de desesperación.
Y Adrien sólo soñaba y soñaba."
- ...He intentado contactar con mamá, le he enviado múltiples mensajes, y la verdad es que siempre los lee, pero no contesta. Sé que tiene un nuevo novio, es lo que dice la tía Zoe, pero en realidad, ella no me habla. Padre, ¿Podrías tú conversar con ella? ¿Preguntar si está bien? Tengo entendido que debe ir al médico, toma algunas pastillas que deben ser supervisadas, pero no puedo estar pendiente si ella no me coge el teléfono ni responde a mis mensajes. ¿Tus padres, Emma, responden tus mensajes? ¿Sí? Pues mi madre no. Una vez, cuando era niño me rompí un dedo jugando al baloncesto. Usé una escayola por varias semanas. Mamá no se enteró hasta el año siguiente. Mamá no preguntaba nunca por mí. ...creo que hablo demasiado, ¿no crees Emma?...-
Emma no sabía lo que era hablar demasiado.
¿Había un límite para las palabras? Las matemáticas eran infinitas. ¿Las letras, también?. A ella le parecía que Louis era alguien que se esforzaba por dar detalles, logrando darle un enfoque integral al asunto. Su madre ausente, era un ejemplo de ello. En algunos segundos y en menos de mil palabras, Emma Fathom sabía que la madre de Louis nunca había vivido con él, que prácticamente lo había abandonado desde que lo dio a luz, y que incluso, desde pequeño, no sabía que su hijo se había partido un hueso.
Félix Fathom, en contraparte, se enteraba de hasta cuantos bollos rellenos de nata Emma se zampaba en el desayuno.
De repente, y sin previo aviso, Adrien Agreste se puso de pie, dejó su servilleta de tela sobre la mesa y los miró intercaladamente.
- Emma Fathom - masculló, haciendo una pequeña reverencia. - Nos volveremos a ver. -
Y diciendo eso, él se marchó del restaurante, sin despedirse de su hijo ni contestándole la pregunta sobre su madre.
Louis se ruborizó al percatarse del desplante de su padre, de su silencio, de su aparente desapego hacia él. Y todo enfrente de Emma, la doctora Fathom, una gran invitada. Louis se volvió a refugiar en su sonrisa amable y amplia, y en sus preciosos ojos verdes. La observó de soslayo, tragándose la afrenta.
- Bueno, doctora Fathom, ya ha visto que no me quiere ni Dios. -
Y aunque no quiso, Louis empezó a reír, bastante bajito.
Emma no pudo sino sonreír, ante la desgracia. No supo porqué, ni siquiera cómo, pero ella logró estirar una de sus manos para darle ligeras palmaditas en el hombro.
Si quieres yo te puedo querer a tí, pensó decirle Emma. Hablar le era difícil, casi imposible, no soportaba ni el sonido de su propia voz. Emma desdeñó esas palabras. Tenía que inventar un idioma para hablar con Louis. Quizá diseñar un lenguaje informático.
- Lo...sé - dijo en cambio, con una voz apagada y tétrica.
Y Louis en vez de reír, quiso llorar.
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Hola! Perdonad la demora! Tenía que trabajar mucho hoy, pero ya he podido darme un tiempo para publicar esto.
Oh, Adrien Agreste ¿Por qué eres así? Poco a poco vamos reuniendo información sobre esta historia.
Gracias por leer!
Recuerden que Emma es algo como una "persona altamente sensible" y es, aunque no siempre, un rasgo del espectro autista. Emma es sensible al ruido. Os imagináis un mundo donde no soporteis ni el s onido de tu voz, ni las canciones de moda. A pesar de eso, hay ciertas cosas que estas personas toleran.
Conozco una P.A.S. cuya criptonita es el olor a tierra mojada, entre otras cosas, claro.
Un fuerte abrazo.
Lordthunder1000
